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Puede decirse que el objeto de una mera idea transcendental es algo de que no
se tiene concepto, aun cuando dicha idea ha sido producida necesariamente en la razón,
según sus leyes originarias. Pues en realidad, de un objeto que debe ser adecuado a la
exigencia de la razón no es posible ningún concepto del entendimiento, es decir un
concepto que pueda ser mostrado en una experiencia posible y hecho intuible en ella.
Mejor y menos expuesta a malas inteligencias sería la expresión que dijera: que
nosotros no podemos tener del objeto, que corresponde a una idea, ningún
conocimiento, aunque sí un concepto problemático.
Ahora bien, por lo menos la realidad transcendental (subjetiva) de los
conceptos puros de la razón se, funda en que, por un raciocinio necesario, somos
conducidos a esas ideas. Así pues, habrá raciocinios que no contengan premisas
empíricas y por medio de los cuales de algo que conocemos inferimos alguna otra cosa,
de que no tenemos ningún concepto, y a la cual, sin embargo, por una ilusión inevitable,
damos realidad objetiva. Esos raciocinios, pues, por su resultado, merecen llamarse
más bien paralogismos que raciocinios; aun cuando por su advenimiento podrían muy
bien llevar este último nombre, pues no han sido fingidos ni han nacido casualmente,
sino que han sido originados en la naturaleza de la razón. Son sofismas no de los
hombres sino de la razón pura misma, de los cuales ni el más sabio de los hombres
podría desasirse; acaso podrá, después de mucho esfuerzo, evitar el error, pero de la
ilusión que sin cesar le obsede y engaña, no puede librarse nunca por completo.
De estos raciocinios dialécticos hay pues tres especies, tantas como son las
ideas a que conducen sus conclusiones. En el raciocinio de la primera clase, infiero del
concepto transcendental de sujeto, que no contiene nada múltiple, la absoluta unidad de
ese sujeto mismo, del cual, de esta manera, no tengo ningún concepto. A este raciocinio
dialecto le daré el nombre de paralogismo transcendental. La segunda clase de
raciocinios sofísticos está dispuesta sobre el concepto transcendental de la absoluta
totalidad de la serie de las condiciones, para un fenómeno en general dado; y de que
tengo siempre un concepto contradictorio de la incondicionada unidad sintética de la
serie, en una parte, infiero la exactitud de la unidad opuesta, de la cual, sin embargo, no
tengo ningún concepto. Al estado de la razón, en estos raciocinios dialécticos, daré el
nombre de antinomia de la razón pura. Por último, en la tercera especie de raciocinios
sofísticos, infiero de la totalidad de las condiciones para pensar objetos en general, en
cuanto pueden serme dados, la absoluta unidad sintética de todas las condiciones de la
posibilidad de las cosas en general; es decir, de cosas que no conozco, según su
mero concepto transcendental, infiero un ser de todos los seres, que conozco menos aún
por un concepto transcendental y de cuya incondicionada necesidad no me puedo
formar ningún concepto.
A este raciocinio llamaré ideal de la razón pura.
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