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Miércoles, 27 de Enero de 2010 / 09:12 h

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Jorge Vargas Méndez*
jvargasmendez@yahoo.com

Detrás de los escasos o nulos avances logrados en cuanto al combate o reducción de un


variopinto de problemas sociales y económicos, podría estar el hecho de seguir percibiendo a la
familia desde la óptica más tradicional y arcaica, es decir, haciendo caso omiso de que es
producto de grandes cambios suscitados en el devenir del tiempo a través de un proceso de
globalización o mundialización cuyo origen se ubicaría en el siglo XV, con Gutenberg a la
cabeza, y que alcanza un sorprendente impulso en las postrimerías del siglo XX con la eclosión
de novísimas tecnologías como la Internet.

En El Salvador, para el caso, la familia ya no es ni la sombra de lo que fue en tiempos


prehispánicos, tampoco lo que fue tras la conquista y dominación colonial española. Ni la que se
moldeó a lo largo del siglo decimonónico en cuyo curso, mediante leyes y argucias, a la sombra
del café la prosapia ³independentista´ despojó de tierras a millares de familias indígenas
condenándolas al hambre y, gradualmente, a renunciar a buena parte de la herencia ancestral.

Es más, hacia 1770 la familia ya había cambiado en su conformación. Después de su visita


canóniga el arzobispo Cortés y Larraz cuenta que en muchos pueblos del ahora territorio
salvadoreño, habían mujeres que vivían únicamente con sus hijas e hijos pues sus parejas habían
emigrado hacia otros pueblos huyendo de los crueles castigos, la sobreexplotación laboral e
incluso del exterminio que se cernía sobre ellos. ¡Ya existían las mujeres jefas de hogar!

Poco más de un siglo después, el Estado salvadoreño ±todavía en sus primeros balbuceos±
impulsa una avanzada legal, municipal y nacional, con la que termina de pasar las tierras, otrora
usufructo de familias indígenas, a manos de las futuras familias cafetaleras. La tenencia de la
tierra cambió, pero se ignoró su impacto en la familia.

Pero todavía hay más tela que cortar al respecto


Tras la Declaración Universal de los Derechos Humanos ±que buscó frenar el genocidio y el
abuso de poder que tuvieron como escaparate la II Guerra Mundial±, la pronta evolución de los
mismos posibilitó avances importantes en la materia, aunque falta mucho para universalizar el
ejercicio de la ciudadanía, por ejemplo. Pero trajo como consecuencia el progresivo
mejoramiento de ciertos grupos sociales históricamente marginados en lo económico, social y
político, como el caso de las mujeres y las minorías sexuales.

En virtud de lo anterior, hoy las mujeres pugnan cada vez más por sus derechos, por su propio
desarrollo, y están más decididas a conquistar el ámbito público antes que seguir reducidas al
claustro doméstico a merced de los dictados patriarcales. En algunos países europeos, por
ejemplo, las encuestas ya revelan su rotundo rechazo a formalizar relaciones de pareja y a
procrear antes que verse autorrealizadas como mujeres, por lo que la fecundidad ya tocó fondo
en cuanto a la reposición de la fuerza de trabajo en el futuro inmediato. ¡El Salvador está cerca
de esa situación! ¡Véase el censo 2007!

También ahora existen parejas integradas por personas del mismo sexo que tienen a su cargo a
menores de edad que son hijas o hijos de una de ellas o no lo son, pero que conviven en mejor
armonía que las ³familias´ tradicionales. Algunas de esas parejas viven solas. Y esto no es
privativo de una clase social en particular, no está determinado por la condición económica, pues
esas parejas se observan a todo nivel.

Incluso, entre dirigencias políticas y religiosas, mismas que públicamente son panegiristas de un
modelo desfasado de familia que les coarta el derecho a vivir libremente su opción sexual. Las
presiones que hubo para que se aprobara la reforma constitucional que blindaría el matrimonio
tradicional son prueba de ello. La doble moral campea.

Pero la familia, en su estructura y organización ha cambiado y, por tanto, ha debido cambiar la


percepción o modelo que se tiene de ella, incluso, considerando el eviterno flujo migratorio
interno y externo. Ya a inicios del siglo XX, por ejemplo, sólo en Honduras habían miles de
connacionales. Pero se registran varios oleajes migratorios, antes y después de la guerra civil que
culminó con la firma de los Acuerdos de Paz (1992). Es más, sólo la guerra civil produjo
cambios en la familia.

Aun así seguimos asumiendo que la familia sigue siendo la misma. Nos quedamos con el modelo
de familia que a lo largo de cuatro siglos ha inoculado principalmente el pensamiento religioso
cristiano, y hasta la hemos venido plasmando en las diferentes normativas del país: Constitución
de la República, Código de Familia, etc.

¿Qué efecto podría tener el vetusto modelo de familia en la solución de los problemas
nacionales?
Para empezar, la familia es la razón de ser del Estado y sus instituciones. Y así, se definen e
implementan políticas públicas locales y nacionales que, en esencia, están dirigidas a ese grupo
humano básico que ni se comporta ni está conformado como lo hemos venido creyendo, pese a
que algunos estudios han venido indicando su obvia transformación o, si se quiere, evolución.

En muchas familias, por ejemplo, la autoridad ya no está representada en papá y mamá, como
tradicionalmente se cree. Existen millares de familias donde esa autoridad recae sólo en el papá y
en otras, cuyo número aumenta cada vez, únicamente en la mamá.

En muchos casos, él o ella encuentran una nueva pareja y, en unión libre o matrimonio, asumen
la crianza y cuido de hijas e hijos no biológicos sin mayores dificultades de convivencia.

Pero también existen familias donde la autoridad descansa en la abuela, la tía, la hermana o
prima mayor, etc. De hecho, la jefatura femenina de los hogares alcanza el 34.9%, según el
Censo 2007. Incluso, hay familias donde tal referencia está en hombres no progenitores, lo que
podría explicar por qué a menudo se registran abusos o delitos contra niñas, niños y
adolescentes, a quienes se supone deben proteger.

Lo mismo ocurre en muchos casos cuando el progenitor es el responsable. Sólo en esto último,
ya indica por qué es urgente partir de un nuevo significado o modelo de familia para los análisis
que correspondan.

Más todavía, en muchos de esos grupos llamados familias puede existir una persona que se
considera a sí misma referente de autoridad, pero en realidad no lo es. Porque sus integrantes
jóvenes ya no la reconocen como tal, sino como simple proveedora. Y si, para colmo,
condicionantes económicas como el desempleo y la pobreza le impiden cumplir con esa función,
eso termina de socavar conductas como el respeto y la obediencia que se suponen inherentes a
esa relación. ³Lo mando a estudiar pero se va para otro lado, ya no me hace caso´, decía hace
pocos días en Apopa, una madre soltera visiblemente resignada.

En ese mismo orden de ideas, en qué medida se está promoviendo una sociedad excluyente al
continuar asumiendo en los discursos el modelo tradicional de familia, y cuánto malestar se
estará generando con ello cuando millares de personas jóvenes no se sienten incluidas.

Imagínese un «spot» televisivo: una pareja adulta junto a un niño y una niña al pie de un árbol
navideño o en la mesa departiendo la cena alusiva, mientras una voz dice: ³Vivamos con paz y
armonía familiar esta navidad´. ¿A qué modelo de familia está dirigido este mensaje o discurso,
si la familia nuclear ya no es la que predomina?

Otra se las secuelas de continuar usando ese arcaico modelo de familia, es que se sigue
reforzando la creencia, basada en el supuesto innatismo biológico, de que a las mujeres
corresponde exclusivamente un conjunto de tareas que social e históricamente han sido asignadas
a ellas: el trabajo reproductivo o doméstico no remunerado, lo que no hace más que postergar su
desarrollo pese a que constituyen el grupo poblacional mayoritario del país, el más importante,
por lo que deberían ser las mujeres las principales destinatarias de las políticas públicas, pero
desde una óptica diferente, ya no familista.

¿Qué impide una percepción actualizada de familia y partir de un nuevo modelo?


Nos lo impide, en buena medida, el pathos cristiano. Y ya sabemos que la Iglesia se ha
mantenido durante casi veinte siglos porque ha repetido lo mismo, es inmutable, pero sólo
cuando y en lo que le conviene. Habla de la familia pero destruyó a millares con la Santa
Inquisición; habla de la familia pero sus primeros acólitos en América abusaron de miles de
niñas y mujeres indígenas destruyendo familias, y no digamos los escándalos sexuales que han
protagonizado algunos en los últimos años. Claro, tampoco escapan de esto último las iglesias
cristianas de otras denominaciones.

De ahí que siempre hay adalides defendiendo el mismo modelo de familia, creyendo firmemente
que todas las personas deben tener la misma referencia. Peor aun: se empeñan en hacer creer que
en El Salvador predomina la familia nuclear. Abundan en un periódico local los artículos al
respecto. Paradójicamente, olvidan aquello de ³Nadie echa vino nuevo en odres viejos´, frase
lapidaria del pensamiento cristiano. Pero el Estado no puede ser caja de resonancia de ese tipo de
concepciones arcaicas, pues obedece a una población mucho más amplia, politonal, cambiante.
De ahí que cada vez adquieren mayor sentido los movimientos que pugnan por la laicidad del
Estado en Latinoamérica. En suma: hay otras formas de familia, y hay que partir de esa realidad
para responder a la cornucopia de problemas que tenemos, y para reconstruir el tejido social de
nuestro país. Ya es tiempo.

* Poeta, escritor, miembro del Foro de Intelectuales de El Salvador.


Este artículo también se encuentra disponible en http://jvargasmendez.blogdiario.com
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