Vous êtes sur la page 1sur 3

¿Paz
laboral?


Edgar
Belmont
1



Existen
argumentos
suficientes
para
sostener
que
los
ajustes
en
el
régimen
económico

son
 violento
 ante
 la
 incapacidad
 o
 la
 indisposición
 de
 la
 clase
 política
 para
 crear
 las

mediaciones
 que
 permitan
 salir
 de
 una
 lógica
 de
 corto
 plazo,
 acabar
 con
 las

simulaciones
 del
 México
 moderno
 y
 democrático,
 insertarnos
 de
 manera
 más

inteligente
 a
 los
 retos
 de
 la
 economía
 globalizada
 y
 rearticular
 compromisos

sociopolíticos
y
socioproductivos.



Lejos
de
crear
mediaciones,
el
Poder
Ejecutivo
ha
optado
por
la
confrontación,
por
la

ruptura
con
el
pasado
que
resulta
inconveniente
al
capital
para
ampliar
sus
áreas
de

inversión
en
sectores
estratégicos.
El
caso
más
evidente
es
el
sector
eléctrico,
donde

se
ha
optado
por
romper
con
el
marco
de
la
empresa
pública
integrada,
apoyándose

en
 un
 discurso
 beligerante
 en
 contra
 de
 los
 “obstáculos”
 a
 la
 modernización
 o
 de

quienes
 son
 acusados
 de
 permanecer
 anclados
 en
 los
 “mitos
 y
 los
 tabúes”;
 en
 este

discurso,
donde
el
Sindicato
Mexicano
de
Electricistas
es
presentado
como
el
enemigo

a
vencer,
el
supuesto
de
que
las
reformas
estructurales
(energética,
laboral,
educación,

salud)
 son
 en
 beneficio
 de
 la
 nación
 omite
 el
 juego
 de
 intereses
 y
 las
 relaciones
 de

poder
 que
 se
 construyen
 alrededor
 del
 mercado
 eléctrico.
 Es
 así
 que
 se
 ejerce
 una

violencia
simbólica
sobre
quienes
se
oponen
o
se
resisten
a
los
ajustes
estructurales
al

ser
 considerados
 enemigos
 potenciales
 del
 progreso.
 Sin
 embargo,
 la
 incapacidad
 o

indisposición
de
la
clase
política
para
crear
estas
mediaciones
no
sólo
pone
aprueba

nuestra
 vida
 institucional,
 nuestro
 derecho
 a
 disentir
 y
 nuestras
 aspiraciones

democráticas
y
de
justicia
social;
sino
también,
las
condiciones
en
las
que
se
produce

el
servicio
y
la
calidad/costo
del
mismo,
las
quejas
sobre
CFE
ante
PROFECO
son
un

indicador.
Es
por
ello
que
la
resistencia
y
oposición
electricista
comenzó
mucho
antes

que
 se
 decretara
 el
 cierre
 de
 la
 empresa
 al
 disputar
 los
 contenidos
 de
 la
 política

energética
 y
 las
 repercusiones
 de
 la
 política
 tarifaria
 en
 la
 relación
 de
 servicio,
 al

sostener
 desde
 hace
 tiempo
 que
 el
 Gobierno
 Federal
 instrumentaliza
 una
 estrategia


























































1
Profesor‐Investigador
en

la
Unidad
Multididiciplinaria
de
Estudios
sobre
el
Trabajo,
Universidad

Autónoma
de
Querétaro.

deliberada
 para
 justificar,
 en
 el
 corto
 y
 mediano
 plazo,
 la
 apertura
 del
 mercado
 de

consumidores
 y
 la
 privatización
 del
 sector,
 dado
 que
 distintas
 actividades
 en
 la

generación,
la
transmisión
y
la
distribución
de
electricidad
se
encuentran
abiertas
al

capital
privado
pese
a
las
“ataduras”
constitucionales.


La
 indisposición
 de
 la
 clase
 política
 para
 construir
 las
 mediaciones
 políticas
 que

legitimen
 la
 reorganización
 del
 sector
 eléctrico
 se
 expresa
 no
 sólo
 en
 la
 presunta

complicidad
que
se
tejió
entre
los
Poderes
de
la
Unión
y
Gobiernos
Locales
en
el
cierre

de
Luz
y
Fuerza
del
Centro
(11
de
octubre
de
2009),

el
despido
colectivo
de
poco
más

de
 44
 mil
 trabajadores,
 sino
 también
 en
 la
 incapacidad
 de
 encontrar
 una
 salida

negociada
al
conflicto
ante
la
promesa
incumplida
de
ofrecer
un
mejor
servicio
y
un

mejor
trato
al
cliente
insatisfecho,
situación
que
se
expresa
en
las
controversias
que
se

crean
 alrededor
 de
 los
 eventos
 “atípicos”
 que
 provocan
 las
 fallas
 eléctricas
 y
 en
 la

estigmatización
 de
 la
 resistencia
 electricista.
 
 La
 resistencia
 electricistas
 va
 más
 de

una
reacción
a
lo
que
consideramos
un
acto
autoritario
y
controvertido
por
la
forma

como
procedió
el
Poder
Ejecutivo
en
el
cierre
de
la
empresa,

pues
pone
a
prueba
el

quehacer
 del
 político
 y
 del
 ciudadano
 ante
 las
 paradojas
 que
 se
 construyen
 en
 la

simulación
 del
 México
 democrático,
 libre
 y
 soberano
 que
 se
 alude
 en
 el
 discurso,

recordándonos
que
la
democracia,
como
nos
diría
Jacques
Derrida,
es
una
aspiración



A
partir
de
ello
cabe
preguntarnos
si
es
posible
alcanzar
la
paz
laboral
más
allá
de
los

dispositivos
 de
 control
 corporativo,
 de
 los
 acuerdos
 entre
 cúpulas
 y
 de
 la
 absurda

terquedad
de
negar
el
conflicto
como
algo
que
es
inherente
a
las
relaciones
laborales
y

como
espacio
de
negociación.



La
 resistencia
 electricistas
 ‐al
 igual
 que
 los
 casos
 de
 los
 mineros
 de
 Cananea,
 de
 los

trabajadores
de
Mexicana
de
Aviación
y
de
los
millones
de
trabajadores
que
laboran

sin
 haber
 firmado
 un
 contrato
 (de
 acuerdo
 a
 estimaciones
 del
 INEGI,
 40%)‐
 es
 una

muestra
de
la
conflictividad
laboral
que
se
construye
en
México
ante
la
convergencia

de
intereses
entre
el
sector
empresarial
y
gubernamental,
quienes
han
planteado
una

cruzada
 por
 ganar
 terreno
 en
 lo
 indicadores
 de
 competitividad
 internacional
 (los

cuales
descontextualizan
las
condiciones
laborales
de
los
mexicanos)
y
por
flexibilizar

el
mercado
laboral
al
relajar
las
obligaciones
patronales.



En
 este
 sentido,
 el
 enojo
 mostrado
 recientemente
 por
 algunos
 personajes
 del
 PAN
 y

del
 Gobierno
 Federal
 porque
 el
 “pacto
 por
 la
 competitividad”
 con
 el
 PRI
 se
 vino
 –
aparentemente‐
 abajo,
 
 ante
 el
 reclamo
 de
 abrir
 espacios
 de
 deliberación
 sobre
 los

contenidos
 de
 la
 reforma
 laboral
 y
 los
 tiempos
 electorales,
 da
 cuenta
 de
 la

indisposición
para
legitimar
la
agenda
de
reformas
estructurales,
pues
este
enojo,
que

se
 expresa
 en
 el
 discurso
 del
 Secretario
 del
 trabajo,
 se
 expone
 también
 en
 las

polémicas
que
se
han
creado
alrededor
del
encarcelamiento,
en
octubre
de
2010,
de

un
 dirigente
 del
 SME
 (Miguel
 Márquez
 Rios,
 Pro‐secretario
 de
 Divisiones)
 y,

recientemente,
 de
 los
 11
 integrantes
 de
 la
 resistencia
 electricistas:
 Eusebio
 Valdez,

Álvaro
 Figueroa,
 Ulises
 Gaona,
 Gabriel
 Rodríguez,
 Javier
 Domínguez,
 Rogelio
 García,

Rodolfo
Vivas,
Hugo
Medina,
Marco
A.
Cortés,

Gabriel
Blass
y
Gilberto
Bugos,
quienes

han
sido
acusados
de
atentar
contra
la
seguridad
y
el
orden
público.
Precisamente,
en

la
 escena
 mediática
 los
 actos
 de
 resistencia
 electricistas
 son
 catalogados
 como

atentados
 a
 la
 paz
 pública,
 cuando
 desde
 otro
 ángulo
 son
 actos
 que
 se
 enmarcan
 en

reclamo
 de
 justicia
 o
 de
 solución
 a
 un
 conflicto
 que
 exige
 la
 intervención
 del
 Poder

Legislativo
 frente
 a
 las
 controversias
 que
 existen
 en
 materia
 eléctrica.
 Así
 pues,
 la

pregunta
es
sí
el
Poder
Ejecutivo
esta
en
disposición
de
responder
a
las
críticas
que
se

ejercen
 desde
 hace
 tiempo
 a
 la
 orientación
 de
 la
 política
 energética
 y
 a
 la

reorganización
del
sector
eléctrico,
no
con
la
violencia
simbólica
que
suelen
emplear

los
 medios
 de
 comunicación,
 sino
 con
 la
 definición
 de
 compromisos
 y
 de
 consensos

que
den
sentido
y
coherencia
a
la
reorganización
del
servicio
público.
Sí
la
respuesta

es
Sí,
¿hasta
cuándo
Sr.
Presidente?.




20
de
abril
de
2011


Universidad
Autónoma
de
Querétaro

http://edgarbelmont.blogspot.com/



Vous aimerez peut-être aussi