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COETZEE

ESCRIBE EL PREMIO NOBEL J. M. COETZEE


Las cartas íntimas de Beckett
El escritor sudafricano realiza un brillante análisis del genial creador irlandés. Coetzee comenta el
epistolario de Beckett, cuyo primer tomo acaba de publicarse, y subraya sus lecturas filosóficas, el
interés por un pintor como Cézanne, por el cine soviético y por el psicoanálisis. De este modo
revela las raíces de un temperamento pesimista y vital, y su meta literaria. El argentino Fabián
Casas opina a su vez sobre la influencia de Beckett, incluso en el propio Coetzee.

Por: J. M. Coetzee
BECKETT, MADURO. Las cartas que acaban de editarse revelan las ideas que moldearon su
singular literatura.

En 1923 Samuel Barclay Beckett, de diecisiete años de edad, ingresó al Trinity College de Dublín
para estudiar lenguas romances. Dio muestras de ser un alumno extraordinario y un profesor de
francés, Thomas Rudmose-Brown, lo tomó bajo su protección e hizo todo lo que pudo por impulsar
la carrera del joven, para lo cual, cuando éste se recibió, le consiguió primero unas clases como
profesor visitante en la prestigiosa Ecole Normale Supérieure de París y luego un puesto docente en
el Trinity College.

Después de un año y medio en Trinity, desempeñando lo que calificó de "grotesca comedia


docente", Beckett renunció y volvió a París. A pesar de ello, Rudmose-Brown no abandonó a su
protegido. En 1937 seguía intentando que Beckett volviera a la vida académica y lo convenció de
postularse para la docencia de italiano en la Universidad de Ciudad del Cabo. "Puedo decir sin
exagerar", escribió en una carta de recomendación, "que además de contar con un sólido dominio
académico de las lenguas italiana, francesa y alemana, (el Sr. Beckett) tiene una creatividad
notable." Mas adelante agregaba: "El Sr. Beckett tiene un adecuado conocimiento de la lengua
provenzal antigua y moderna".

Beckett sentía verdadero aprecio y respeto por Rudmose-Brown, un especialista en Racine que
además estaba interesado en el panorama literario francés contemporáneo. El primer libro de
Beckett fue una monografía sobre Proust (1931), que, si bien tenía por objeto ser una introducción
general a ese nuevo escritor, parece más el ensayo de un estudiante de grado avanzado que trata de
impresionar a su profesor. El propio Beckett tenías grandes dudas respecto del libro. Al releerlo, se
"preguntaba de qué hablaba", según le confió a su amigo Thomas McGreevy. Parecía ser "un
equivalente distorsionado de algún aspecto o una confusión de aspectos de mí mismo (...) vinculado
de alguna manera a Proust. (...) No es que me importe. No quiero ser un profesor."

Lo que más le desagradaba a Beckett de la vida académica era la enseñanza. Día tras día, este
hombre joven y taciturno tenía que enfrentar en el aula a los hijos e hijas de la clase media
protestante de Irlanda y convencerlos de que Ronsard y Stendhal eran dignos de su atención. "Era
un profesor muy impersonal", recordó uno de sus mejores alumnos. "Decía lo que tenía que decir y
luego abandonaba el aula. (...) Creo que se consideraba un mal expositor, lo cual me entristece, ya
que era muy bueno. (...) Lamentablemente, muchos de sus alumnos coincidían con él." "La idea de
volver a enseñar me paraliza", le escribió Beckett a McGreevy desde Trinity en 1931, en momentos
en que era inminente el comienzo de un nuevo semestre. "Creo que viajaré a Hamburgo en cuanto
cobre el cheque de Pascuas (...) y tal vez tenga el valor de no volver." Pasó un año más antes de que
encontrara ese valor. "Claro que probablemente vuelva con paso cansado y la cola enroscada en mi
pene destruido", le escribió a McGreevy. "O tal vez no lo haga."

Las clases en el Trinity College fueron el último empleo regular de Beckett. Hasta que estalló la
guerra, y en cierta medida también durante la guerra, vivió de una renta derivada de la herencia de
su padre, que murió en 1933, y de ocasionales ayudas de su madre y su hermano mayor. Los dos
trabajos de ficción que publicó en la década de 1930 –los relatos More Pricks Than Kicks (1934) y
la novela Murphy (1938)– le aportaron algo en concepto de derechos. Casi siempre andaba escaso
de fondos. La estrategia de su madre, como le dijo a McGreevy, era "tenerme corto para que
pudiera sentir la tentación de buscar empleo".

Los artistas independientes como Beckett solían prestar mucha atención a la paridad cambiaria.
Después de la Primera Guerra Mundial, el franco barato hizo de Francia un destino atractivo. El
flujo de artistas extranjeros, entre ellos estadounidenses que vivían de remesas de dólares,
convirtieron el París de los años 20 en la sede del modernismo internacional. Cuando el franco
subió, a principios de la década del 30, los visitantes se fueron. Sólo se quedaron los exiliados a
ultranza como James Joyce.

Las migraciones de artistas sólo se relacionan en términos muy generales con las fluctuaciones de la
paridad cambiaria. De todos modos, no es casual que en 1937, luego de una nueva devaluación del
franco, Beckett se encontrara en posición de abandonar Irlanda y volver a París. El dinero es un
tema recurrente en sus cartas, sobre todo hacia fin de mes. Sus cartas desde París están llenas de
nerviosas descripciones de lo que puede y no puede permitirse (habitaciones de hotel, comidas). Si
bien nunca pasó hambre, su existencia era una versión elegante de la vida al día. Los únicos gastos
personales en que incurría eran libros y pinturas. En Dublín pide 30 libras prestadas porque no
puede resistirse a comprar una pintura de Jack Butler Yeats, hermano de William Butler Yeats. En
Munich compra las obras completas de Kant en once tomos. No podemos entender de forma
instantánea qué significan en términos actuales 30 libras en 1936, como tampoco los 19,75 francos
que un joven alarmado tuvo que pagar por una comida en el restaurante Ste. Cécile el 27 de octubre
de 1937, pero tales gastos tenían gran importancia para Beckett, una importancia hasta emocional.
En un volumen que tiene elementos editoriales tan ricos como esta nueva edición de su
correspondencia, sería bueno contar con más guías respecto de equivalencias monetarias. También
sería útil que disminuyera el grado de discreción en lo que toca a cuánto recibía Beckett de la
administración de la herencia de su padre .

Entre los empleos que Beckett contempló se encontraban: trabajo de oficina (en la firma de análisis
cuantitativo de su padre); enseñanza de lenguas (en una sede de Berlitz en Suiza); docencia escolar
(en Bulawayo, Rhodesia del Sur); redacción publicitaria (en Londres); pilotaje de aviones
comerciales (en los cielos); interpretación (francés-inglés); y administración de una propiedad rural.
Hay indicios de que habría aceptado el puesto en Ciudad del Cabo si se lo hubieran ofrecido (no lo
hicieron). A través de contactos en lo que entonces era la Universidad de Buffalo, también desliza
que miraría con buenos ojos una propuesta de esa institución (no llegó).

La carrera por la que más se inclinaba era el cine. "Me gustaría ir a Moscú y trabajar un año con
Eisenstein", le escribe a McGreevy. "Lo que aprendería trabajando a las órdenes de alguien como
Pudovkin", agrega una semana después, "es a manejar una cámara, los principales trucos del
montaje, etc., de todo lo cual sé tan poco como de análisis cuantitativo." En 1936 llega a mandarle
una carta a Serguei Eisenstein:

"Le escribo (...) para solicitarle se considere mi ingreso a la Escuela Estatal de Cinematografía de
Moscú. (...) No tengo experiencia de trabajo en estudio y, naturalmente, es en los aspectos de guión
y montaje en los que estoy más interesado. (...) Le ruego me considere un cineasta serio, digno de
ingresar a su escuela. Podría quedarme por lo menos un año."

A pesar de no recibir respuesta, Beckett le informa a McGreevy que "probablemente vaya (a


Moscú) pronto."

¿Cómo tomar los planes de estudiar guión en la URSS en las profundidades de la noche stalinista:
como una asombrosa ingenuidad o como una imperturbable indiferencia a la política? En la era de
Stalin, Mussolini y Hitler, de la Gran Depresión y de la Guerra Civil Española, las referencias a los
asuntos mundiales en las cartas de Beckett pueden contarse con los dedos de una mano.

No cabe duda de que, en términos políticos, el corazón de Beckett estaba del lado correcto. Su
desprecio por los antisemitas es evidente en las cartas que escribe desde Alemania. "Si hay una
guerra", le informa a McGreevy en 1939, "me pondré a disposición de este país": "este país" era
Francia, y Beckett era ciudadano de Irlanda, que era neutral. (De hecho, llegaría a arriesgar la vida
en la Resistencia francesa.) Sin embargo, la cuestión de cómo debería gobernarse el mundo no
parecía interesarle mucho. En vano se recorren sus cartas en busca de reflexiones sobre el papel del
escritor en la sociedad. Cita una frase de su filósofo favorito, el cartesiano de segunda generación
Arnold Geulincx (1624-1669), lo que sugiere cuál es su posición general en relación con el plano
político: ubi nihil vales, ibi nihil velis , que podría interpretarse como: No hay que invertir
esperanzas ni anhelos en un ámbito en el que no se tiene poder.

Sólo cuando surge el tema de Irlanda, Beckett se permite expresar una opinión política. Si bien
McGreevy era un nacionalista irlandés y un católico devoto, y Beckett un cosmopolita agnóstico,
rara vez permitían que la política o la religión se interpusieran entre ellos. Sin embargo, un ensayo
de McGreevy sobre Jack Butler Yeats lleva a Beckett a un arranque de furia. "Tratándose de un
ensayo de tal brevedad, los análisis social y político son más bien extensos", escribe.

"Tuve casi la impresión (...) de que tu interés se desviaba del hombre hacia las fuerzas que lo
formaron. (...) Pero tal vez eso (...) sea culpa de (...) mi incapacidad crónica para entender como
parte de cualquier proposición una frase como 'el pueblo irlandés', o para imaginar que a éste alguna
vez le importó un carajo alguna forma de arte, (...) o que alguna vez fue capaz de un pensamiento o
un acto a excepción de los actos y pensamientos rudimentarios que le embuchaban los curas y los
demagogos al servicio de los curas, o que alguna vez le va a importar (...) que hubo una vez en
Irlanda un pintor llamado Jack Butler Yeats."

Las cartas de Beckett están llenas de comentarios sobre obras de arte que vio, música que escuchó,
libros que leyó. Algunos de los primeros de esos comentarios no son más que tonterías, sentencias
de un principiante soberbio, como por ejemplo: "Los cuartetos de Beethoven son una pérdida de
tiempo". Entre los escritores que tienen que soportar su cáustica ironía juvenil se encuentran Balzac
("La banalidad de estilo & pensamiento [de Cousine Bette ] es tan enorme que me pregunto si
escribe en serio o como parodia") y Goethe ("sería difícil crear algo más desagradable" que su
drama Tasso ). Aparte de incursiones en el ámbito literario de Dublín, su lectura tiende a
concentrarse en los muertos ilustres. De los novelistas ingleses, Henry Fielding y Jane Austen
cuentan con su favor, Fielding por la libertad con que interviene como autor en sus relatos (una
práctica que el propio Beckett adopta en Murphy ). Ariosto, Sainte-Beuve y Hölderlin también
reciben su aprobación.
Uno de sus entusiasmos literarios más inesperados es Samuel Johnson. Impresionado ante el "rostro
demente aterrado" del retrato de James Barry, en 1936 se le ocurre la idea de convertir la historia de
la relación de Johnson con Hester Thrale en una obra teatral. No es el gran pontificador de la Vida
de Boswell el que le interesa, como surge de las cartas, sino el hombre que luchó toda su vida
contra la indolencia y la depresión. En la versión de Beckett de los acontecimientos, Johnson se
instala con Hester –mucho menor que él– y su esposo cuando ya es impotente y, por lo tanto, está
condenado a ser un "gigoló platónico" en el ménage a trois . Primero sufre la desesperación "del
amante que no tiene con qué amar"; luego se le parte el corazón cuando el marido se muere y Hester
se va con otro hombre.

"La mera existencia es tanto mejor que la nada, que más vale existir, incluso con dolor", dijo el Dr.
Johnson. La Hester Thrale del proyecto dramático de Beckett no logrará entender que un hombre
puede preferir amar sin esperanzas que no sentir nada en absoluto, por lo que no podrá reconocer la
dimensión trágica del amor que siente Johnson por ella.

En el hombre público seguro que en privado lucha contra la indiferencia y la depresión, que
considera que vivir no tiene sentido, a pesar de lo cual no puede afrontar la aniquilación, Beckett
detecta un espíritu afín. Sin embargo, luego de una primera emoción respecto del proyecto de
Johnson, su propia indolencia se impone. Pasan tres años antes de que ponga manos a la obra, y
abandona el trabajo por la mitad del Acto I.

Antes de descubrir a Johnson, el escritor con el que Beckett se identificaba era el activo y
productivo James Joyce. Sus primeros trabajos, según admite con alegría, "apestan a Joyce". Pero
Beckett y Joyce intercambiaron muy pocas cartas. La razón es simple: en los períodos en que se
sintieron más cerca (1928-1930, 1937-1940) –cuando Beckett se desempeñó como secretario
ocasional y empleado general de Joyce–, ambos vivían en la misma ciudad, París. Entre esos dos
períodos, su relación fue más tensa y no se comunicaron. La causa de esa tensión fue la forma en
que Beckett trató a Lucia, la hija de Joyce, que se sintió deslumbrada por él. Si bien le alarmaba la
evidente inestabilidad mental de Lucia, Beckett permitió, para vergüenza suya, que la relación se
desarrollara. Cuando por fin dio un corte a la situación, Nora Joyce se puso furiosa y lo acusó –con
cierta razón– de aprovecharse de la hija para tener acceso al padre.

Es probable que para Beckett no haya sido malo que lo expulsaran de ese peligroso territorio
edípico. Cuando se reincorporó, en 1937, para ayudar en la corrección de pruebas de Work in
Progress (luego Finnegans Wake ), su actitud en relación con el maestro se hizo menos tensa, más
amable. A McGreevy le confía:

"Joyce me pagó 250 fr. por unas 15 hs. de trabajo con las pruebas. (...) ¡Luego lo complementó con
un sobretodo viejo y 5 corbatas! No lo rechacé. Es mucho más simple ser lastimado que lastimar."

Y dos semanas después:

"(Joyce) estuvo sublime anoche y condenó con gran convicción su falta de talento. Ya no siento que
la relación sea peligrosa. No es más que un ser humano adorable."

La noche después de escribir esas palabras, Beckett tuvo una pelea con un desconocido en una calle
de París y lo apuñalaron. Poco faltó para que el cuchillo ingresara a los pulmones. Beckett tuvo que
pasar dos semanas en el hospital. Los Joyce hicieron todo lo que pudieron para ayudar a su joven
compatriota: lo trasladaron a una clínica privada y le llevaban flanes. La noticia de la agresión llegó
a los diarios irlandeses, y la madre y el hermano de Beckett viajaron a París para acompañarlo.
Entre otras visitas inesperadas, Beckett recibió la de una mujer que había conocido años antes,
Suzanne Deschevaux-Dumesnil, que llegaría a convertirse en su compañera y luego en su esposa.
El período posterior a la agresión, que le contó a McGreevy con cierta confusión, parece haberle
revelado a Beckett que no estaba tan solo en el mundo como le gustaba pensar. Lo más curioso es
que pareció confirmarlo en la decisión de hacer de París su hogar.

Si bien la producción literaria de Beckett durante los doce años que cubren estas cartas es
relativamente escasa –la monografía sobre Proust; una primera novela, A Dream of Fair to
Middling Women , de la que renegó y que no se publicó mientras vivió; los relatos More Pricks
Than Kicks ; Murphy ; un libro de poemas; algunas reseñas de libros–, dista de encontrarse
inactivo. Lee mucha filosofía, desde los presocráticos hasta Schopenhauer. Escribe sobre
Schopenhauer: "Un placer (...) encontrar un filósofo que puede leerse como un poeta, con una
completa indiferencia por las formas a priori de verificación." Trabaja con gran intensidad en
Geulincx, leyendo su Ethics en el original en latín: sus notas se descubrieron y publicaron hace
poco junto con una nueva traducción al inglés.

Una relectura de Thomas à Kempis da lugar a páginas de autoanálisis. El peligro del inmovilismo
de Thomas para alguien que, como él, carece de fe religiosa ("Por lo que parece, nunca tuve ni la
más mínima capacidad ni disposición para lo sobrenatural"), es que puede confirmarlo en un
"aislacionismo" que, paradójicamente, no se relaciona con Cristo sino con Lucifer. ¿Pero es justo
tomar a Thomas como un guía puramente ético, despojándolo de toda dimensión trascendental? En
su propio caso, ¿cómo un código ético puede salvarlo de los "sudores & temblores & pánicos &
rabias & rigores & estallidos de corazón" que sufre?

"Durante años fui infeliz, de forma consciente & deliberada", sigue diciéndole a McGreevy en un
lenguaje notable por su estilo directo (atrás quedaron las bromas crípticas y los falsos galicismos de
las primeras cartas).

"Me aislé más & más, hice menos & menos & me presté a un crescendo de desprecio de los demás
& de mí mismo. (...) En todo eso no había nada que me resultara mórbido. El sufrimiento & la
soledad & la apatía & las burlas eran los elementos de un índice de superioridad. (...) No fue sino
hasta que esa forma de vida, o más bien de negación de la vida, desarrolló esos aterradores síntomas
físicos, que dejó de ser posible insistir en la misma, que tomé conciencia de que había algo mórbido
en mí."

La crisis a la que alude Beckett, los crecientes sudores y temblores, habían comenzado en 1933,
cuando, tras la muerte de su padre, su propia salud, física y mental, se deterioró hasta un punto en
que su familia se preocupó. Sufría palpitaciones cardíacas y tenía ataques de pánico nocturnos tan
agudos que su hermano mayor tenía que dormir con él para calmarlo. Durante el día se quedaba en
su cuarto con el rostro vuelto hacia la pared, negándose a hablar, negándose a comer.

Un médico amigo había sugerido psicoterapia, y su madre ofreció pagar el tratamiento. Beckett
aceptó. Dado que la práctica del psicoanálisis aún no era legal en Irlanda, se trasladó a Londres,
donde se convirtió en paciente de Wilfrid Bion, que era unos diez años mayor que él y en ese
momento hacía prácticas terapéuticas en el Tavistock Institute. En el período 1934-1935 se reunió
con Bion varios centenares de veces. Si bien sus cartas revelan poco sobre el contenido de las
sesiones, indican que Beckett lo respetaba.

Bion se concentró en la relación de su paciente con la madre, May Beckett, que le despertaba
ataques de ira, pero de la cual era incapaz de separarse. Beckett decía que no lo habían dado bien a
luz. Con la guía de Bion, consiguió hacer una regresión a lo que en una entrevista que concedió en
sus últimos años calificó de "recuerdos intrauterinos" de "sentirme atrapado, de estar aprisionado
sin poder escapar, de gritar para que me dejaran salir, pero sin que nadie oyera, sin que nadie
escuchara."

Los dos años de análisis tuvieron éxito en la medida en que liberaron a Beckett de sus síntomas, si
bien éstos amenazaban con reaparecer cuando visitaba la casa familiar. En una carta a McGreevy de
1937 sugiere que todavía tenía que alcanzar la paz con su madre. "No le deseo nada en absoluto, ni
bueno ni malo", escribe.

"Soy lo que su amor salvaje hizo de mí, y es bueno que uno de nosotros lo acepte por fin. (...)
Simplemente no quiero verla, escribirle ni saber de ella. (...) Si ahora llegara un telegrama diciendo
que está muerta, no les haría a las Furias el favor de considerarme responsable ni siquiera de forma
indirecta.
Supongo que todo se reduce a decir qué mal hijo soy. Amén, entonces."

La novela de Beckett Murphy , terminada en 1936, el primer trabajo en el que este autor, preso de
una duda crónica sobre sí, parece haber sentido un verdadero orgullo creativo, si bien efímero (poco
después la calificaría de "un trabajo muy torpe, minucioso, respetable & torpe"), se basa en su
experiencia del medio terapéutico de Londres y en su lectura de la literatura psicoanalítica del
momento. El protagonista es un joven irlandés que explora técnicas espirituales de retiro del mundo
y alcanza su objetivo cuando se mata por accidente. De tono liviano, la novela es la respuesta de
Beckett a la ortodoxia terapéutica de que el paciente debe aprender a relacionarse con el mundo en
los términos del mundo. En Murphy , y más aún en la ficción madura de Beckett, las palpitaciones y
los ataques de pánico, el miedo y los temblores o el olvido deliberado, son respuestas por completo
apropiadas a nuestra situación existencial.

Wilfrid Bion dejó luego una considerable impronta en el psicoanálisis. Durante la Segunda Guerra
Mundial fue pionero en la organización de grupos de terapia con soldados que volvían del frente (él
había experimentado un trauma de batalla en la Primera Guerra Mundial: "Morí el 8 de agosto de
1918", escribió en sus memorias). Al terminar la guerra se analizó con Melanie Klein. Si bien sus
textos más importantes serían sobre la epistemología de las transacciones entre analista y paciente,
para las que creó una notación algebraica que llamó " the Grid ", siguió trabajando con pacientes
psicóticos que experimentaban un pavor irracional, muerte psíquica.

En los últimos tiempos tanto los críticos literarios como los psicoanalistas prestaron más atención a
Beckett y a Bion, así como a su posible influencia recíproca. No tenemos registro alguno de lo que
pasó entre ambos. De todos modos, uno puede aventurarse a decir que el psicoanálisis del tipo que
hizo Beckett con Bion –lo que podríamos llamar análisis protokleiniano– fue una instancia
importante en su vida, no tanto porque alivió (o parece haber aliviado) sus síntomas paralizadores ni
porque lo ayudó (o parece haberlo ayudado) a romper con su madre, sino porque lo confrontó, en la
persona de un interlocutor, interrogador o antagonista que en muchos sentidos era su par intelectual,
con un nuevo modelo de pensamiento y un modo de diálogo que no le era familiar.

En términos específicos, Bion desafió a Beckett –cuya devoción por los cartesianos muestra cuánto
había invertido en la idea de una mente privada, inviolable, no física– a reevaluar la prioridad
exclusiva que daba al pensamiento. El Grid de Bion, que da a los procesos de la fantasía lo que les
corresponde en lo relativo a la actividad mental, es, en efecto, una deconstrucción analítica del
modelo de pensamiento cartesiano. En la psicología de Bion y Klein, Beckett también puede haber
hallado elementos para los organismos protohumanos, los gusanos y las cabezas sin cuerpo que
pueblan sus diversos submundos.

Bion parece haber tenido empatía con la necesidad de las personalidades creativas del tipo de
Beckett de regresar al caos y la oscuridad prerracionales como prolegómeno del acto de creación. El
principal trabajo teórico de Bion, Attention and Interpretation (1970), describe una forma de
presencia del analista ante el paciente, despojado de toda autoridad y función reguladora, en buena
medida igual (menos las bromas) que la que el Beckett maduro adopta respecto de los seres
fantasmales que hablan a través de él. Bion escribe:

"Para llegar al estado de ánimo esencial para la práctica del psicoanálisis evito todo ejercicio de
memoria; no tomo notas. (...) Si descubro que no tengo idea alguna de lo que está haciendo el
paciente y siento la tentación de sentir que ese secreto está oculto en algo que he olvidado, resisto
todo impulso de recordar..."

Se sigue un procedimiento similar en relación con los deseos: evito abrigar deseos y trato de
expulsarlos de la mente.

Al hacerse "artificialmente ciego" (una frase de Freud que Bion cita) por medio de la exclusión de
la memoria y el deseo, se logra (...) la penetrante flecha de oscuridad (que) puede dirigirse sobre los
elementos oscuros de la situación analítica.

Si bien Beckett puede haber sentido la década de 1930 como años de bloqueo y esterilidad, en
retrospectiva podemos ver que fuerzas más profundas de su interior usaron esos años para sentar las
bases artísticas y filosóficas –y tal vez hasta experimentales– del gran estallido creativo que se
produjo a fines de los años 40 y principios de los 50. A pesar de la indolencia por la que
constantemente se castiga, Beckett acumuló una enorme cantidad de lecturas. Pero su
autoeducación no era sólo literaria. En el transcurso de la década de 1930 se convirtió en un
formidable conocedor de pintura, con una concentración especial en la Alemania medieval y el
siglo XVII holandés. Las cartas de su visita de seis meses a Alemania versan en su mayor parte
sobre arte, sobre pinturas que vio en museos y galerías, o en estudios, en el caso de artistas que no
podían exponer públicamente. Esas cartas tienen un interés extraordinario y permiten vislumbrar de
forma muy íntima el mundo del arte en Alemania en el apogeo de la ofensiva nazi contra el "arte
degenerado" y el "bolchevismo artístico".

El momento decisivo de la educación estética de Beckett tiene lugar durante la visita a Alemania,
cuando se da cuenta de que es capaz de entrar en diálogo con las pinturas en sus propios términos,
sin la mediación de las palabras. "Antes nunca me sentía cómodo con una imagen hasta que era
literatura", le escribe a McGreevy en 1936, "pero ahora esa necesidad desapareció".

Su guía aquí es Cézanne, que llegó a ver el paisaje natural como "de una extrañeza inabordable",
una "disposición ininteligible de átomos", y tuvo la inteligencia de no irrumpir en su extrañeza. En
Cézanne "ya no hay entrada ni comercio alguno con el bosque, sus dimensiones son su secreto & no
tiene comunicaciones que hacer", escribe Beckett. Una semana después vuelve sobre el tema:
Cézanne tiene un sentido de su propia inconmensurabilidad, no sólo con el paisaje, sino –a juzgar
por sus autorretratos– con "la vida (...) que opera en él". Aquí resuena la primera verdadera nota de
la etapa madura, posthumanista, de Beckett.

En cierta medida, fue casual que el irlandés Samuel Beckett terminara convirtiéndose en uno de los
maestros de las letras francesas modernas. En su infancia lo enviaron a un colegio bilingüe
francoinglés, no porque sus padres quisieran prepararlo para una carrera literaria, sino debido al
prestigio social del francés. Dominó el francés porque tenía talento para las lenguas y, cuando las
estudiaba, lo hacía de manera muy diligente. No hubo presión alguna que lo llevara a aprender
alemán a los veintitantos años, más allá del hecho de que se había enamorado de una prima que
vivía en Alemania. Perfeccionó su alemán hasta el punto de que no sólo pudo leer los clásicos
alemanes, sino también escribir un alemán correcto si bien en exceso formal. De forma similar,
aprendió suficiente castellano para publicar una traducción de poesía mexicana al inglés.

Una de las preguntas recurrentes en relación con Beckett es por qué cambió el inglés por el francés
como principal lengua literaria. En relación con eso, un documento revelador es una carta que le
escribió –en alemán– a un joven llamado Axel Kaun, al que había conocido en el viaje a Alemania
de 1936-1937. La carta es una sorpresa por la franqueza con que aborda sus propias ambiciones
literarias ante alguien que le era relativamente extraño: no se muestra tan dispuesto a explicarse ni
siquiera ante McGreevy.

A Kaun le describe el lenguaje como un velo que el escritor moderno tiene que desgarrar si quiere
llegar a lo que hay del otro lado, por más que lo que haya del otro lado pueda no ser más que
silencio y nada. A ese respecto los escritores quedaron rezagados en relación con los pintores y los
músicos (menciona a Beethoven y los silencios en sus partituras). Gertrude Stein, con su estilo
verbal minimalista, está en lo correcto, mientras que Joyce avanza en la dirección errada, hacia "una
apoteosis de la palabra".

Si bien Beckett no le explica a Kaun por qué el francés sería un mejor vehículo que el inglés para la
"literatura de la no palabra" a la que aspira, afirma que el "offizielles Englisch", el inglés formal o
cultivado, es el mayor obstáculo para sus ambiciones. Un año después empieza a abandonar el
inglés y a componer sus nuevos poemas en francés.

Thomas McGreevy, a quien Beckett conoció en París en 1928, era su corresponsal más fiel y más
cercano a pesar de no pertenecer a su familia. James Knowlson, el biógrafo de Beckett, describe a
McGreevy en términos de:

"Un hombrecito atractivo que tenía un sentido del humor chispeante (...) (que) transmitía una
impresión de elegancia hasta cuando, como solía pasar, no tenía ni una moneda. (...) Era tan seguro,
conversador y gregario como desconfiado, callado y solitario era Beckett."

Si bien McGreevy era trece años mayor que Beckett, ambos congeniaron de inmediato. Sus estilos
de vida itinerantes, sin embargo, hacían que buena parte del tiempo –y por fortuna para la
posteridad– sólo se mantuvieran en contacto a través de la correspondencia. Durante diez años
intercambiaron cartas de forma periódica, a veces semanal. Luego, por motivos que no se explican
(la carta importante de McGreevy se perdió), la correspondencia se interrumpió.

McGreevy era poeta y crítico, autor de un estudio sobre T. S. Eliot. Luego de sus Poems de 1934,
prácticamente abandonó la poesía y se dedicó a la crítica de arte y después a su trabajo como
director de la Galería Nacional de Dublín. En Irlanda hubo una reciente recuperación del interés por
él, aunque no tanto por sus logros como poeta, que son limitados, como por sus intentos de importar
las prácticas del modernismo internacional al mundo introvertido de la poesía irlandesa. El propio
Beckett abrigaba sentimientos ambivalentes respecto de los poemas de McGreevy. Aprobaba la
poética vanguardista de su amigo, pero no coincidía con su inclinación católica y nacionalista
irlandesa.
El Tomo I de la correspondencia comprende más de cien cartas dirigidas a McGreevy, además de
extractos de otras quince. Ningún otro corresponsal está representado en una escala comparable. En
cuanto a las cartas intercambiadas con las mujeres con las que Beckett tuvo relaciones
sentimentales, sólo se reproducen unas pocas, ninguna especialmente íntima, algunas arruinadas
como consecuencia de un estilo gracioso muy elaborado. La razón por la cual lo que de manera laxa
podríamos llamar correspondencia privada está excluida del tomo es muy simple: cuando Beckett
aceptó la publicación, estipuló –estipulación que defendieron sus albaceas y que respetaron los
editores actuales– que las cartas se reducirían "a aquellos pasajes relacionados sólo con (su)
trabajo."

El problema, por supuesto, es que en el caso de un gran escritor, o de un escritor objeto de un


análisis crítico tan minucioso como Beckett, cada palabra suya puede leerse en relación con su
trabajo. Sin duda llegará el día en que caduquen todas las restricciones legales y pueda tenerse
acceso a la totalidad del archivo. Mientras tanto, en este tomo y en los próximos tres tendremos que
conformarnos con una selección que –según prometen los editores– comprenderá unas dos mil
quinientas cartas y extractos de otras cinco mil.

El trabajo editorial que subyace en el proyecto es inmenso. Se rastrea y se da cuenta de cada libro
que menciona Beckett, de cada pintura y cada pieza musical. Se siguen los movimientos del escritor
semana a semana. Se identifica a todas las personas a las que alude y se proporcionan biografías de
sus principales contactos. Cuando escribe en una lengua extranjera se nos brinda tanto el original
como una traducción al inglés (excepto algún verso en francés que queda sin traducción, lo que
constituye una decisión editorial desconcertante). Aproximadamente las dos terceras partes del
tomo están dedicadas al aparato académico, sobre todo a comentarios explicativos. El nivel de los
comentarios es excelente. Sólo encontré un error: la antipatía que sentía Beckett por el generalísimo
español Franco, está representada como antipatía por Francia. Con las limitaciones que impuso el
propio Beckett, The Letters of Samuel Beckett es una edición ejemplar.

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