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1998: La última vez que el dinero fue a elecciones

Por: Juan Carlos Zapata

José Vicente Rangel lo vio claro en 1998. El dinero tiene miedo. Y


busca refugio. No quieren desafiar el poder chavista. Vendrá un nuevo
esquema. Se equivocó en algo Rangel; que con Chávez nacería una nueva
clase empresarial. Imposible.

¿Recuerdan aquellos tiempos? Eran días de nervios crispados. Ya


buena parte del capital andaba comiéndose las uñas. Pero otra no. Otra
hacía su apuesta. Una mañana, la Asociación de Corredores invitó al
candidato Chávez a que explicara en la sede de la Bolsa de Caracas, su
programa de gobierno. Los corredores terminaron aplaudiéndolo de pie.
Chávez les dijo lo que deseaban escuchar. Una década después, esto: no
hay mercado de capitales. Casas de Bolsa intervenidas. Directivos presos.
Corredores en el exilio. ¿Los nervios? Peores.

Las movidas del dinero


¿Cómo palpitaba el dinero en 1998? Andaba entre confundido y
necesitado de refugio. La seriedad y jefatura de Luis Alfaro Ucero concitó
que ante una Irene que se desinflaba y un Chávez que subía, los
empresarios y banqueros observaran inicialmente con prioridad al
abanderado de AD. “Alfaro es el que puede”, cantaba el slogan adeco.

El Grupo Cisneros, el Grupo Polar, banqueros como Ignacio


Salvatierra (Banco Unión), Arístides Maza Tirado (Banco Caroní), Víctor
Gill Ramírez (Interbank), José María Nogueroles (Banco Caracas) y
empresarios como Franco D’Agostinho, Umberto Petricca, Beto Finol,
eran en principio los contribuyentes.

Sin embargo, la realidad electoral los obligaba a acercarse a la


candidatura de Hugo Chávez. Todo banquero es gobiernero, repetía
Nogueroles.

Y Petricca, contratista, constructor de carreteras y autopistas en


gobiernos adecos y copeyanos se acercaba al comando de Hugo Chávez
usando los canales del gobernador del Zulia, comandante Francisco Arias
Cárdenas, y del operador financiero de éste, Danilo Díaz Granado.
Petricca, quien había establecido relaciones inmejorables con Arias
Cárdenas, alzándose con los contratos de pavimentación de las vías del
Zulia, se enorgullecía de su línea muy personal:

-Chávez no va a gobernar con chinos.

Eso decían también decían aquellos que iban a marcar tarjeta. No


marcar tarjeta es un decir. A llevar el cheque. A entregar la contribución.
Luego se encontraban con otros en un bar….¿cuál estaba de moda?
¿Mostaza? El de Carlos Kaufman. En ese bar compartían. Ya fui. ¿Tú
fuiste? La expresión tenía sentido. En su fuero interno cada quien creía
estar comprando un seguro de vida.

La cesta del capital


Tobías Carrero, desde su posición de paisano de Barinas, amigo de
Chávez y presidente y dueño de Multinacional de Seguros, los terminó
acercando a todos. “Todos dieron dinero”, se conocerá después, retirada
la marea. Hubo hasta quienes lo invitaron a su casa. Y qué simpático era
aquel candidato. Se hacía acompañar, por cierto, de un muy joven
Alejandro Andrade que se medio bajaba los pantalones para mostrar la
marca de una herida en una de las piernas. Huella imborrable de su
hazaña de golpero. Después completaría su épica en la Tesorería
Nacional.

Gustavo Cisneros le abrió las puertas de Venevisión, el canal que


levantara y consolidara don Diego Cisneros con el respaldo de Rómulo
Betancourt y Carlos Andrés Pérez. Omar Camero puso a la orden el
Canal 10. El Nacional se convierte en el único de los grandes rotativos en
estar a la disposición de la campaña del comandante. Henry Lord
Boulton, rostro de la rancia burguesía, agregará el azul claro, casi
patricio, al multicolor chavismo del Polo Patriótico, el movimiento
abanderado por Chávez. Hasta el banquero emergente, Juan Carlos
Escotet, recibió el triunfo en la oficina que servía a Chávez en
Multinacional de Seguros. Escotet justificaba su cercanía señalando que
si Salas Romer ganaba, el Grupo Roraima, muy cercano a éste, no lo
dejaría con vida. La verdad es que después, el poder chavista lo ha
perdonado tres veces.

Alfaro no ha dejado de repetir que la decisión de su partido de


descabezarlo y sacarlo de la contienda electoral, no sólo respondía a una
maniobra política de las tendencias internas sino a una operación de “la
oligarquía reaccionaria” que terminó apostando por Salas Romer, un
hombre de derecha, para darle el puntillazo final a Acción Democrática,
organización de raíces populares, expresión de la socialdemocracia en el
país.

Lo que denunciaba Alfaro es que el Grupo 1BC-RCTV, el Grupo


Polar, Gustavo Roosen desde la presidencia de Cantv, el Grupo
Mercantil, La Electricidad de Caracas, Oscar García Mendoza y el Banco
Venezolano de Crédito, el Grupo Orinoco, el diario El Universal, el
Grupo De Armas, y el Grupo Mezerhanne, se volcaron a favor de Salas
Romer, conspiraron contra AD y Copei, y con su apuesta ayudaron a
entregarle a Chávez el triunfo en bandeja de plata.

Esa es una verdad a medias, ya que el dinero en la campaña


termina repartiéndose proporcionalmente. Es decir, los amos del dinero
aportan de acuerdo a las posibilidades de triunfo. Claro, se da el caso de
figuras empresariales cuyas posiciones ya estaban predeterminadas a
favor del discurso más cercano a la idea del libre mercado, y a quienes
tampoco se les había escapado el tufillo izquierdoso y autoritario de
Chávez, a saber: Marcel Granier, Roosen, García Mendoza, Lorenzo
Mendoza, Andrés Mata, Nelson Mezerhane. Estos no obviaron nunca el
peligro que representaba para la empresa privada y la democracia. El
tiempo les dio la razón. No es gratuito que al Grupo 1BC le cerraron
RCTV. Que Roosen ya no está en la Cantv, y que es investigado. Que el
Grupo Polar y Lorenzo Mendoza son objetivos del gobierno. Que
Mezerhane haya ido preso acusado de un asesinato y que haya perdido
el Banco Federal y todas sus empresas, hasta el yate, la casa, el perro, y
todavía Globovisión está en la mira, y que ahora viva en el exilio. Que
Mata sea objeto de burlas y presiones presidenciales. Y que García
Mendoza sea el banquero proscrito de los ministros de Finanzas.

Otro trozo de la media verdad es el hecho de que Alfaro se haya


empeñado en ser candidato, imponiéndose sobre rostros más jóvenes
como el de Antonio Ledezma, Carmelo Lauría, Lewis Pérez. Alfaro decía
que ninguno de los dirigentes jóvenes estaba en capacidad de mantener
unido al partido. Y su tesis se fundamentaba en que unido en torno a él,
AD, frente a Chávez y Salas Romer, podía alzarse con un 25% de los
votos que, sumados a la mitad de las gobernaciones, a la mitad de las
alcaldías y a un tercio del Parlamento, constituía una fuerza política
suficiente para detener el avance de Chávez de arrasarlo todo. Pero al
entregar su candidato, los votos de AD pasaron a engrosar el caudal
chavista y con ellos, Chávez tuvo la fuerza suficiente para imponer su
modelo. De hecho, Copei y AD sumaron en 1998, poco más del 10% de los
votos presidenciales. El gran caudal se los llevó el MVR, de Chávez, y
Proyecto Venezuela, de Salas Romer.
El miedo es libre
Lo que Alfaro tampoco quiso ver a tiempo es el movimiento
nervioso del dinero. Antes de que los grandes capitales llenaran la
alcancía chavista, los productores del campo serían los primeros en
emocionarse con la nueva candidatura, y serían más tarde también las
primeras víctimas con las invasiones de tierras, la inseguridad jurídica, el
cambio de las reglas de juego, las importaciones de alimentos y el ataque
directo a la propiedad privada, por la vía de las expropiaciones, bajo el
argumento de estarse combatiendo al latifundio.

José Luis Betancourt, Hiram Gaviria, Reinaldo Cervini, Alejandro


Riera, Argenis Vivas se contarían entre los primeros en recostarse a la
candidatura de Chávez. Gaviria alcanzaría a ser embajador de Francia, y
desde allí volvería para oponerse al gobierno. Betancourt alcanzaría la
presidencia del gremio de ganaderos, y en los primeros enfrentamientos a
raíz de las nuevas leyes aprobadas, en acto público de protesta, renegaría
de la Constitución Bolivariana. Después, el mismo Betancourt va a ser
presidente de Fedecámaras y en sus dos años de gestión, le resultará
imposible recomponer las relaciones con el gobierno y con Chávez, rotas
desde el primer paro de 2001, el golpe de 2002, y el paro de 2002-2003.
Reinaldo Cervini murió arrepentido de haber apoyado la candidatura de
Hugo Chávez.

Pero eso no es todo. En esa etapa, dirigentes empresariales


encontraron en Chávez un punto de reacomodo. Son los casos de Carlos
Sequera Yépez y Francisco Natera, ambos ex-presidentes de
Fedecámaras. En lo que refiere a Sequera Yépez, se entendía el paso a
favor de Chávez, calificado en el medio de oportunista. De hecho, al llegar
Chávez al poder, buscó inútilmente refugio para no perder Central El
Tocuyo, endeudado con el estatal Banco Industrial de Venezuela. En
cambio, resultaba toda una sorpresa que Natera pasara a convertirse en
especie de figura decorativa del gobierno, con el cargo de ministro sin
cartera que se le brindaría. Es que inclusive, en 1999, Chávez llegaría a
contar con candidato propio, el productor porcino, Alberto Cudemus,
para ocupar la presidencia de Fedecámaras. Y es a este Cudemus a quien
Pedro Carmona Estanga derrota, paso previo para que en dos años se le
vea autojuramentándose como presidente de facto de Venezuela.

Por aquellas fechas en que muchos iban a ver a Chávez y a


entregar el cheque como si compraran un seguro de vida, es que se suman
los 1,5 millones de dólares de los grupos BBVA y Santander de España,
en franca violación a los estatutos electorales de recibir dineros de
empresas no venezolanas. José Vicente Rangel, asesor político de la
candidatura, y después canciller, ministro de la Defensa y vicepresidente
de la República, tendría una explicación para las corridas del dinero:

-Los empresarios tienen miedo y cuando tienen miedo no saben


para dónde van. Hoy (noviembre de 1998) no quieren desafiar el poder
chavista. Es que así como para los partidos tradicionales, también
subyace una amenaza para el empresariado. Si se aplican algunos
aspectos de la política de Chávez puede surgir entonces un nuevo tipo de
empresario. Hay empresarios que intuyen eso y por esa razón sienten
temor.

Esta declaración que Rangel me dio en exclusiva entonces, puede


ser leída hacia atrás y puede ser leída hacia adelante. Arroja suficiente
material para la discusión de lo que en realidad terminó ocurriendo. En
efecto, el empresariado chavista nació y murió antes de ponerse las botas
largas. Al régimen diseñado por Chávez, le cuesta, le resulta casi
imposible convivir con la propiedad privada. La boliburguesía fue
descabezada y la burguesía tradicional ahora, 2011, echa el resto para ver
si en 2012 hay cambio de gobierno, y se toma un respiro. Rangel dijo lo
que era evidente: tienen miedo, y cuando hay miedo no saben a dónde
van. La amenaza terminó siendo real y concreta.

La trampa de un país
Hay que observar que el drama de Alfaro es el drama de un país.
1998 no era más que la expresión final de la guerra sin cuartel que vivía
el país desde que en 1989 Carlos Andrés Pérez, en su segundo gobierno,
abriera las compuertas del mercado, las privatizaciones, la competencia
bancaria, la inversión extranjera y la descentralización política para la
elección de alcaldes y gobernadores. En la administración Pérez, los
venezolanos van a conocer el mundo de la Bolsa, el mercado libre de
divisas, los take-over, las opas, los yuppies, las sinergias empresariales, y
una explosión nunca vista de prensa independiente, prensa económica,
política, de negocios, publicidad, y guías de consumo.

Se construyen fortunas en la rueda de la Bolsa. Y hay consumo, y


hay lujos, y hay buen y mal vivir. Pero así como esto, también llegaron las
pugnas empresariales. Bancos comprando bancos. Empresas comprando
empresas. Operaciones hostiles. Mundo de odios. Rivalidades. Pasiones
bajas. Grabaciones. Espionaje. Hasta asesinatos y malos, muy malos
negocios, carteras malas bajo la alfombra de los bancos, tesorerías
deterioradas.
En medio de las pugnas del dinero, la rivalidad partidista, la
autodestrucción de la clase política, la conspiración contra el sistema y
contra sí misma del sector más incompetente de la burguesía. Y luego: el
atentado máximo contra el sistema, el golpe de Hugo Chávez en febrero
de 1992, primero, y el golpe de Hernán Grúber Odremán en noviembre
de 1992, segundo. Después y, por último: el juicio a Pérez por haber
desviado de la partida secreta un puñado de dólares para ayudar a
Violeta Chamorro en su esfuerzo por consolidar la democracia en
Nicaragua.

Las pugnas condujeron a divisiones. Las divisiones debilitaron el


modelo político y económico, con el agravante de que los precios del
petróleo se derrumbaron hasta los siete dólares. Todo eso se mezcló y
explotó en la crisis bancaria de 1993-1994-1995, catalogada como la más
grande del mundo, en proporción al PIB, al tumbar medio sistema
financiero, y al costarle al país más de 8.000 millones de dólares.

La realidad es la que sigue: en 1998, Alfaro miraba de soslayo la


estampida de financistas de su campaña electoral. Entonces se percató de
que José Álvarez Stelling no estaba, pues había caído el Grupo
Consolidado; que Juan Santaella no estaba, pues había caído el Grupo
Bancor; que Gustavo Gómez López no estaba, pues había caído el Grupo
Latino; que Orlando Castro no estaba, pues había caído el Grupo
Latinoamericana de Seguros y el banquero purgaba cárcel en Nueva
York; que Giácomo Di Mase no estaba, pues había caído el Grupo
Construcción.

Es cierto, quedaba Víctor Gill Ramírez, quedaba Arístidez Maza


Tirado, pero no era suficiente; quedaba Escotet, quedaba Ignacio
Salvatierra, quedaba Edgar Dao. Pero ellos, como otros, jugaban todos
los dados.

El problema no es equivocarse sino lo seguido de las


equivocaciones. Y es que entre 1993 y 1995 los hombres de negocios
jugaron al suicidio. En la realidad bancaria había señales objetivas de la
crisis, aunque las subjetivas pensaron tanto o más. Por ejemplo, Rafael
Caldera, antes de llegar al gobierno, ya en 1993 había enfilado las
baterías contra el Grupo Latino, el banco ligado al poder de Carlos
Andrés Pérez, Pedro Tinoco, Gustavo Cisneros y Gustavo Gómez López.
Caldera reveló en entrevista con el autor de este artículo, que la
operación contra Gómez López, se justificaba por “estar implicado” en la
estructura montada por el entonces ministro de la Defensa,
contralmirante Radamés Muñoz León, para arrebatarle el triunfo a
Andrés Velásquez en caso de que éste y no él hubiese salido victorioso en
las elecciones de 1993.

-Estoy convencido de eso -confesaba Caldera en noviembre de


2001. Convencido de que el banquero tuvo metidas las manos en aquella
operación.

-Es que hay personas que estando cerca del poder creen que el
poder es de ellos –me dijo el ex-presidente.

Cuando los demás banqueros detectan que el poder presidencial va


con todo contra el Latino, intentan complacer a Caldera terminando de
entregarle la cabeza de Gómez López, sin calcular que si caía el Latino se
rompía la estructura bancaria. Cuatro años después, aparece Chávez
alzándose con las encuestas, y algunos de los vencidos creen que es el
momento de la revancha; los vencedores en cambio se ubican en gran
medida del lado de Salas Romer. Ambos grupos repiten el error: van
divididos a la contienda, abonando el camino de Chávez. Eso es lo que
reclamaba Alfaro. Reclamaba unidad en torno suyo. Y le reclamaba a los
adecos y a los empresarios que disfrutaron las mieles con los adecos,
“morir con la botas puestas”, no entregarle la bandera a otro candidato,
consolidar un polo de poder, para resistir la embestida que se avecinaba.
Alfaro, que venía luchando en las filas adecas desde los años 30’, no se
engañaba con el personaje. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.

Se puede afirmar que la primera señal de la quiebra de las élites


económicas fue no entender el paquete de Pérez. La segunda señal la
pugna y crisis bancaria. La tercera señal, creer en Caldera como salvador
del modelo. La cuarta señal, entregarle más de lo necesario a la campaña
de Hugo Chávez, ignorando las características del personaje, aunque
claro, aquí también hay que afirmar que buena parte de esa élite quería
un gendarme, añoraba la mano dura del militar, quería el orden de los
gobiernos militares. ¿Acaso no le pedían a Caldera que siguiera los pasos
de Fujimori? La quinta señal, creer que a Chávez se le podía manejar
como habían calculado manejar a Irene.

En 1999, con el nuevo poder, comienza la siguiente etapa de la


relación de Chávez con el capital, porque si bien unos tienen miedo, la
mayoría del empresariado en cambio apuesta por la estabilidad, la
mayoría apuesta por las oportunidades, y eso queda demostrado con el
número y la cantidad de negocios, fusiones, nuevas inversiones, apuestas
a futuro, concretadas en los tres primeros años de administración
chavista. Entre 1999 y 2002, las inversiones van sumar 5.000 millones de
dólares, aproximadamente.
(Pero de esto hablaremos en una próxima entrega)

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