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-Comentario al fallo "XX c/Maria Mercedes Vazquez, Silvio Valenzuela y Jorge Felix Gómez s/ daños y perjuicios" del STJ DE CORRIENTES- (*)
Por Marcelo Sebastián Midón (**)
I – Comentario al fallo:
1. El actor, víctima de cuarenta altisonantes insultos vertidos por dos periodistas, conductores de un programa transmitido en dúplex a través de sendas emisoras radiales,
demandó indemnización por los daños y perjuicios irrogados. Pretensión ésta que sería acogida tanto por la juez de primera instancia, Dra. María Elena Dadone, como por la
Cámara Civil y Comercial de Corrientes, Sala II, con voto de los Dres. Ricardo E. Martín y Julio E. Castello.-
Ambas sentencias (las pronunciadas en el primer y segundo grado), tuvieron por suficientemente acreditados los hechos invocados por el demandante (las injurias
proferidas, la identidad de sus autores y los medios radiales empleados a tal efecto). Y lo hicieron, principalmente, apelando a una valoración integral de los siguientes
medios probatorios: 1. Una cinta de casette que contenía la grabación del programa radial, que le fue entregada al actor -acta notarial mediante- por el Secretario de
Información Pública de la Provincia de Corrientes; 2. El testimonio rendido por ese funcionario, quien declaró haber sido sus dependientes, asimismo agentes de la
administración, quienes grabaron la audición y que ésa –la cinta o grabación– no había sido adulterada; 3. Un acta notarial que contenía la desgrabación del casette,
realizada por el mismo escribano que, de propia mano, lo recibió del funcionario antes aludido y; 4. El testimonio de varias personas que dijeron haber escuchado la radio y,
por consiguiente, las injurias de las que fue víctima el actor.-
En el contexto descripto, los condenados (dos periodistas autores de las ofensas y el propietario y director responsable de las emisoras) opusieron recurso extraordinario
local, agraviándose -en lo que aquí interesa- de lo que calificaron una absurda valoración de la prueba. Circunstancia, pues, que motivó el dictado, por el Superior Tribunal de
Justicia de Corrientes, del fallo comentado.-
2. La ad quem confirmó la sentencia recurrida sobre la base de estimar correcta la apreciación de la prueba efectuada por su inferior.-
No obstante, a título de motivación subsidiaria, consideró "prudente referir –en las especiales circunstancias del caso- a las cargas probatorias dinámicas –variante del
"favor probationis"– que coloca la prueba en cabeza de la parte que se encuentra en mejores condiciones de producirla". Sostuvo, entonces, que la emisora radial "no pudo
omitir traer a juicio la grabación pertinente por ser quien debería contar con ella" (el destacado nos pertenece) y que "una conducta pasiva en tal sentido también
genera una presunción judicial que favorece la pretensión actoral".-
3. Va de suyo que compartimos el sentido de la decisión. Y por una multiplicidad de razones que, a continuación, hemos de referir:
Primera. Hoy, con el triunfo de la visión publicista o solidarista del Derecho Procesal, en virtud de la cual el proceso excede el mero interés de las partes, acentuando la
necesidad de contar con la efectiva cooperación de los litigantes y, por consiguiente, reclamando un rol más activo del demandado, ya no basta con que las reglas que
distribuyen el onus probandi permitan solucionar la litis, porque necesitamos, también, que habiliten una solución justa, o al menos lo menos injusta posible.-
Es así, pues, que para responder satisfactoriamente al interrogante ¿quién debe probar? debería excluirse cualquier criterio que, por apego a una regla dogmática y rígida de
distribución de la carga de la prueba, termine imponiendo a una de las partes la probatio diabólica, es decir, el aporte de un elemento que, por las peculiaridades del caso, le
será de imposible producción.-
La Corte lo viene alentando reiteradamente: "Las reglas atinentes a la carga de la prueba deber ser apreciadas en función de la índole y características del asunto sometido
a la decisión del órgano jurisdiccional en virtud de la necesidad de dar primacía –por sobre la interpretación de las normas procesales– a la verdad jurídica objetiva, de modo
que su esclarecimiento no se vea perturbado por un excesivo rigor formal"[1].-
Incluso antes que nuestro Máximo Tribunal, la moderna doctrina[2], la jurisprudencia[3] y finalmente la legislación[4], habían recreado un sistema que atribuye al juez el
poder de decidir quién debe aportar la prueba en el caso concreto, teniendo en cuenta cuál de las partes es la más idónea a ese efecto por hallarse más próxima a las
fuentes de prueba, sea por razones fácticas o técnicas, sea por motivos económicos o jurídicos.-
Y le dieron el nombre de "cargas probatorias dinámicas"[5] (también denominado principio de solidaridad o de efectiva colaboración de las partes con el órgano jurisdiccional
con el acopio de material de convicción[6]), imponiendo el onus probandi al justiciable que, en el caso y para el caso, puede suministrar las fuentes probatorias con menos
dilaciones, gastos o vejámenes y, por lo tanto, se encuentra frente a su contraparte en mejores condiciones para el suministro de la prueba.-
Segunda. Ahora bien, en lo que aquí interesa, en los procesos por injurias proferidas por la prensa, muchas veces resulta evidente la dificultad fáctica que existe para
acreditar ora las expresiones infamantes que se dicen proferidas, ora el dolo o la grave negligencia en la que incurren los agentes de prensa al propalar una información
agraviante o inexacta. Sucede que, para demostrar cabalmente esos extremos, se debería acceder, verbigracia, a las cintas de casettes que contengan la grabación del
programa radial o televisivo, a los archivos del periodista u órgano de prensa demandado, a las constancias relativas a sus entrevistas, a sus investigaciones previas, a
conferencias, etcétera, topándose el actor, además, con el valladar que significa el mantenimiento de las fuentes de información[7].-
Motivo por el cual, concluyó la Suprema Corte, que debe buscarse un adecuado equilibrio que, sin restar efectos a la doctrina de la real malicia como útil herramienta para
contribuir al sostenimiento de una prensa libre, tampoco deje indefenso al individuo frente a una injusta agresión periodística, extremo éste que se logra colocando en
cabeza del órgano de prensa la carga de aportar solidariamente la prueba de signo contrario, máximo ponderando que es dicho medio quien, precisamente, se encuentra en
mejores condiciones profesionales, técnicas y fácticas de hacerlo[8].-
Tercera. A idéntica conclusión se llega por el andarivel del deber procesal de moralidad. Convicción del propio derecho (buena fe, creencia) y voluntad de obrar honestamente
(buena fe, lealtad) constituyen las reglas de la buena fe, de suerte que la obstrucción instructoria (propósito de deformar la verdad) es contraria al deber ético que informa al
proceso.-
Y propósito de deformar la verdad existe no solo cuando se obstruye la prueba del contrario o se falsea la propia sino, también, cuando –como en la especie– se ocultan las
fuentes de que se dispone ya que, como dice el proverbio, "resulta lógico presumir que quien no quiere develar la verdad, algo tiene que ocultar"[9].-
Publicado el 25/04/2011