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Inmediatamente después del triunfo del Frente Popular, se fue perfilando una
conspiración de las derechas, mejor organizadas que cuando en 1932 el general Sanjurjo
intentó su golpe de Estado: como hemos visto en el capítulo anterior, existía la Unión
Militar Española, cuyos planes antirrepublicanos atrajeron a los generales monárquicos,
existía una fuerza de choque, constituida por Falange Española y existía un político muy
activo, José Calvo Sotelo, jefe de Renovación Española y diputado en Cortes.
Los generales Mola, Franco y Goded, que resultaban sospechosos al gobierno, fueron
trasladados, respectivamente, a Navarra, Canarias y Baleares, mientras el general
Sanjurjo, que era considerado la figura de más prestigio para dirigir el posible
alzamiento, permanecía desterrado en Lisboa. El traslado de Mola a Navarra fue un
grave error del gobierno republicano, pues en esta región tenían mucha fuerza los
tradicionalistas, monárquicos y católicos, a los que Mola encontró propicios a actuar
contra el gobierno izquierdista y anticlerical. Azaña, desde su puesto de presidente de la
República, esperaba que el distanciamiento geográfico de estos generales evitaría una
posible sublevación, y esperaba también una disminución paulatina de la agitación
social. Para ello hubiera sido indispensable la ayuda del partido socialista, el más
importante y mejor organizado del Frente Popular, pero en general los socialistas no
,estaban dispuestos a colaborar con la izquierda burguesa. Es más, el líder del
socialismo en esos momentos, Francísco Largo Caballero, intransigente y
revolucionario.ise iba acercando cada vez más al comunismo.
Por otra parte, las masas de la CNT aceleraban el proceso de revolución social, que
Azaña trataba inútilmente de frenar. La inestabilidad de la situación española coincidía
con un momento de gravísima tensión en Europa: Hitler había ordenado la
remilitarización de Renania y exponía amenazadoramente sus reivindicaciones
territoriales, lo mismo que Mussolini. En Francia, el triunfo de un Frente Popular
similar al español había originado una reacción de las derechas hacia el fascismo. Sobre
este grave panorama de la convivencia europea actuaban de modo muy distinto Gran
Bretaña, que pretendía seguir manteniendo su superioridad, Estados Unídos, que se
inhibía, y la URSS, que ya se había recuperado de las consecuencias de su dura guerra
civil y no había sufrido la crisis económica mundial de los años 30, iniciaba su apoyo al
comunismo en Europa occidental.
A lo largo del 19 se producía el levantamiento en todas las divisiones militares del país
y, allí donde triunfaba, eran ocupados los edificios oficiales y las centrales sindicales, al
tiempo que se declaraba el estado de guerra. En los primeros momentos, el gobierno no
dio a estos hechos la importancia que tenían, mientras los militares que habían
preparado el alzamiento esperaban ocupar rápidamente el poder. Sin embargo, el
fracaso del Alzamiento en muy diversos puntos y la radicalización del conflicto
harían inevitable la guerra civil.
En solo tres días, España había quedado dividida en dos zonas: el movimiento militar
había triunfado en Navarra, Castilla la Vieja, Galicia, León, norte de Extremadura y
Aragón, pero en el resto del país, sobre todo en las ciudades, fracasó.
En definitiva, España quedó dividida en dos zonas. La mayor y más poblada permanecía
adicta al gobierno republicano, que tenia en sus manos, por tanto, las regiones
industriales de Vizcaya y Cataluña y también la mayor parte de la marina. La guerra que
estalló entre las dos zonas había de durar casi tres años, de julio de 1936 a abril de 1939.
Entre los últimos días de julio y los primeros de agosto, 14.000 hombres,
bien pertrechados, cruzaron el Estrecho, lo que permítió domínar rápidamente el valle
del Guadalquivir, y el general Franco se estableció en Sevilla.
La segunda fase de la operación de enlace se realizó a través de Extremadura, con
extraordinaria rapidez: el 15 de agosto fue ocupado Badajoz, con lo que quedaba
conseguido el enlace con la zona nacional del Norte. Después de esto, las tropas
nacionales no siguieron directamente a Madrid, sino que se dirigieron a Toledo, donde
los partidarios del alzamíento se habían visto obligados a refugiarse en el Alcázar, que
fue sitiado por los republicanos. A finaes de septiembre el Alcázar y Toledo fueron
tomados: el camino hasta Madrid era ya muy corto. El 1 de octubre el general Franco
fue nombrado jefe del Estado, mientras el general Mola se hacía cargo del ejército
procedente de Marruecos, que unió al del Norte que ya mandaba.
La toma de Toledo fue el verdadero toque de alarma para el gobierno republicano, que
hasta ese momento no había tomado medidas eficaces para organizar un ejército
disciplinado que hiciera frente al de los nacionales y defendiera Madrid. Se inició la
constitución de un ejército popular, considerando soldados a los milicianos, y se llamó a
armas a los reservistas de 1933 y 1932. Para preservar el patrimonio nacional, se
enviaron a Paris y Ginebra, en custodia, las principales pinturas del Museo
del Prado y al Gosbank de la URSS el oro del Banco de España (cerca de 600 millones
de dólares).
Sin embargo, en los altos niveles políticos cundía el desánimo, como demostró el
presidente Azaña saliendo de Madrid a mediados de octubre. También el presidente del
gobierno, Largo Caballero, abandonó la capital el 6 de noviembre, dejando encargada la
defensa a una Junta presidida por el general Miaja.
El ataque de las tropas nacionales se inició el día 7, sin que pudieran entrar en la capital.
Con la colaboración de las Brigadas Internacionales y los refuerzos llegado de Aragón,
Madrid resistió hasta mediados de mes duros ataques sin rendirse. Las tropas nacionales
se replegaron para llevar a cabo su reorganizacióna pero la batalla de Madrid perduró
hasta enero del 37.
En los primeros días de febrero de 1937 se inició una nueva ofensiva nacional sobre
Madrid, que recibe el nombre de «batalla del Jarama», porque el ataque se realizó por el
sur de la capital, con el fin de cruzar dicho río y cortar la carretera de Valencia, para
impedir el abastecimiento de Madrid, pero este objetivo básico no fue conseguido. La
terrible dureza de la batalla perjudicó tanto a las Brigadas Internacionales, por un lado,
como a las tropas marroquíes y legionarios, por otro.
Coetáneamente a esta batalla tuvo lugar la ocupación de Málaga por las tropas del
general Queipo de Llano, con ayuda de los voluntarios italianos, que poco después iban
a intervenir en Guadalajara.
Aislada toda la región cantábrica del resto de la zona republicana, algunas de sus
poblaciones más importantes habían caído en poder de los nacionales en los primeros
meses de la guerra y adolecía, además, de la escasa coordinación de los tres núcleos
(Asturias, Santander, País Vasco) en que se dividía.
Aunque había sufrido continuos ataques de las tropas nacionales, la gran ofensiva no se
inició hasta marzo de 1937, después del fracaso de la batalla de Guadalajara, bajo la
dirección del general Mola (que había de morir pocas semanas después en un accidente
de aviación). La intervención de la aviación alemana en este frente quedó trágicamente
señalada con el bombardeo de Guernica.
La escisión de la zona republicana se consumó a mediados de abril del 38, cuando las
tropas nacionales llegaron al Mediterráneo por Vinaroz, pero su avance quedó detenido
en la línea inferior del Ebro y en el Segre (aunque ya Lérida había sido tomada).
Este fue el inicio de la más larga y dura batalla de la guerra, la batalla del Ebro, a base
de trincheras, en la que la aviación y la artilleria, armas en las que los nacionales
mantenían su superioridad, tuvieron un importante papel. Las bajas del ejército
republicano se calcularon en 30.000 muertos
y 20.000 prisioneros, siendo el número de muertos y heridos de los nacionales también
de alrededor de los 30.000. La batalla se pudo considerar terminada el 30 de octubre,
cuando los restos del ejército republicano rebasaron el Ebro.
De este modo Cataluña quedaba abierta al avance de las tropas nacionales (unos
300.000 hombres), desplegadas en arco, siguiendo el curso de los rios Segre y Ebro
hasta Tortosa. La resistencia iba a ser dificil para el ejército republicano, más reducido
(unos 220.000 hombres) y, sobre todo, peor armado y con gran penuria de aviación y
artilleria. Quedaba una esperanza: que el estallido de la guerra en Europa obligara a
Alemania a dejar de enviar material al ejército nacional. Pero antes de que se iniciara la
guerra mundial, había terminado la española.
Sin embargo, Madrid resistía aún y el ejército republicano del Centro era bastante
numeroso, pero el cansancio y las disensiones internas llevaron a una serie de contactos
con el gobierno nacional, que culminaron con la rendición del coronel Casado, que
presidía un Consejo Nacional de Defensa. El 28 de marzo las tropas nacionales entraban
en Madrid y el 1 de abril Franco daba su último parte de guerra, cuyas palabras finales
eran: «La guerra ha terminado».