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ENTREVISTAS
A
ROBERTO BOLAÑO
NATAL, 2011
Clarín, 11.05.2002
GONZALO AGUILAR.
Hace años que Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953) vive en las afueras de
Barcelona. Allí escribió casi todos sus libros —La literatura nazi en América,
Estrella distante, Nocturno de Chile, entre otros— y allí también se transformó
en uno de los escritores latinoamericanos más importantes de los últimos tiempos.
Traducido a una decena de idiomas, ganador del premio Rómulo Gallegos 1999 por
su novela Los detectives salvajes, Bolaño es uno de los exponentes de esa
generación de escritores latinoamericanos que ha logrado narrar los horrores de los
70 haciendo uso de las potencias virtuales de la buena literatura. En esta
conversación —a medias telefónica, a medias por email—, el autor de Putas
asesinas parece hablar como si saliera de un sueño.
—No creo que, en el caso de Cercas, haya afinidad electiva ni de ninguna clase. En
todo caso, si la hay es en una sola dirección y no de mi parte. La visión que tiene
Cercas de la literatura es distinta de la mía. Para mí la literatura no sólo es una
elección estética, sino también una apuesta ética. Yo no intento conciliar a la
izquierda con la derecha. Para mí la literatura traspasa el espacio de la página llena
de letras y frases y se instala en el territorio del riesgo, yo diría del riesgo
permanente. La literatura se instala en el territorio de las colisiones y los desastres,
en aquello que Pascal llamaba, si mal no recuerdo, el paréntesis, que es la
existencia de cada individuo, rodeado de nada antes del principio y después del
final. Mis afinidades en este sentido están con algunos escritores latinoamericanos.
Si formamos o no un grupo que sea algo más que un grupo de amigos es algo que
se verá en el futuro.
—En este grupo está Rodrigo Fresán, sobre cuya última novela, Mantra,
escribió una reseña muy elogiosa.
—En varios de los relatos de Putas asesinas, su último libro, los suicidas se
convierten en héroes de su literatura: ¿qué es lo que le atrae del suicidio?
—Siempre recuerdo una frase de Cortázar: es preferible ser un suicida que ser un
zombi. No me atrae nada del suicidio. Pero reconozco en él la libertad soberana, la
posibilidad de ser uno mismo quien escriba o intente escribir la última línea. Por
supuesto, me refiero al suicida, no al asesino. No me inspira ningún respeto Hitler
pegándose un tiro, ni los pobres jóvenes cargados de explosivos que se hacen
estallar a las puertas de una sinagoga. Salvador Allende o Gabriel Ferrater, que dijo
que vivir más allá de los cincuenta años no tenía sentido, y cuando cumplió
cincuenta se suicidó. O Rodrigo Lira, el mejor poeta chileno de mi generación, que
algunos dicen que se suicidó para protestar contra la subida del pan. Todos esos
suicidios empedoclianos, que dejan preguntas pero que también dejan muchas
respuestas, sólo que no las sabemos leer.
El autor de Los detectives Salvajes y Putas asesinas, entre otras obras, es uno de
los escritores más importantes de la actual literatura hispanoamericana. Obtuvo los
premios Herralde de Novela y Rómulo Gallegos.
Roberto Bolaño vive a dos cuadras del mar, en Blanes, un pueblo de treinta mil
habitantes a media hora de Barcelona. Vive en la casa de su mujer con dos hijos
que ahora duermen. Prefiere la tranquilidad al bullicio, prefiere la cárcel silenciosa y
a veces insoportable de la escritura. Afuera una luna otoñal ilumina los restos de la
noche. En los pasillos de la casa hay unos tres mil libros. Bolaño fuma ansioso, y
toma Coca-Cola, porque el licor le ha resentido el hígado. La ironía brilla en sus
ojos. Al escritor chileno de 54 años no le gustan las entrevistas, piensa que todo lo
que importa está en sus libros, pero finalmente accedió a conversar sobre algunos
asuntos.
En principio, usted ha trabajado en poesía, género cada día más aislado del
mundo editorial. ¿Qué opina de la poesía como arte y como fenómeno en
los tiempos actuales?
No creo que la poesía vaya a desaparecer. Cada cierto tiempo, sospecho, la poesía
sufre metamorfosis, transformaciones, hibridajes. Por supuesto, ya no es posible
vender muchos libros de poesía, como sucedía con los libros de Byron, pero sigue
siendo posible ser Lord Byron, que es suficiente. Tal vez la poesía sobrevive ahora
en algunas novelas. O en formas no consideradas artísticas, formas bastardas
productos del gueto y de la marginación. Tal vez cuando se muera el último poeta
lírico la poesía renazca de sus cenizas.
Cervantes, Stendhal, Rimbaud, Poe. Y que cada uno lea lo que quiera y pueda. Yo,
al menos esta noche, me siento incapaz de desaconsejar nada.
Una putada. El inicio de un baile parecido al de San Vito. La caída de Allende más la
fiesta nacional de Cataluña, que conmemora otra derrota, más el ataque de los
suicidas a las torres gemelas, que viene a ser una tercera derrota de la cultura
frente a la religión. El 11 de septiembre catalán no lo viví en carne propia y si lo
hubiera vivido lo callaría pues eso significaría que soy un vampiro o un inmortal. El
11 chileno lo viví, lo padecí y como tenía veinte años también lo disfruté. Los
jóvenes ignoran a la muerte. Sólo quieren su dosis de adrenalina y sexo, y yo
también. El 11 neoyorquino me pilló en Milán, con mi mujer y mis dos hijos y
cuando vi la explosión, en el primer momento, pensé en las imágenes que teníamos
en los ochenta sobre la Tercera Guerra mundial. Por supuesto, volvimos al hotel de
inmediato.
Blanes (España)
Con todo, el asunto del mayor galardón literario nacional no le quita el sueño.
"No estoy nominado al Premio Nacional. La verdad es que una vez dije lo que
pensaba de Skármeta y de Isabel Allende, en tanto escritores. Si debo optar entre
él y ella, me quedo con la Allende, pero escogiendo entre la espada y a pared. No
me parecen candidatos muy representativos de lo que puede ser la literatura
chilena, lo que alguna vez fue o pretende ser. Ni uno ni otro han hecho demasiados
esfuerzos por hacer literatura", asegura el literato.
"Como esto parece ser una especie de elección en medio de una tribu de caníbales,
hay que escoger el menos malo, por ello me quedo con la Allende antes que con
Volodia Teitelboim. ¿Qué obra de este último tiene un cierto valor literario? Más
bien, con su actitud dogmática, ha sido un genio -hablo del Volodia joven- de la
antología famosa, pero claro, no vas a estar toda tu vida con una obra que hiciste a
los 20".
"El Premio nacional me las trae flojísimas, no me interesa enlo más mínimo. Hay
dos poetas grandes a los que leo y releo: Enrique Lihn y Jorge Teillier y no
obtuvieron el galardón. No haré ningún lobby para que me postulen".
-Muchos críticos valoran "Los detectives salvajes" y su injerencia en
México, donde se hablaba de las cosas que decía "el niño Bolaño".
"El niño" Bolaño en 2003 cumple 50. Lo que se diga de mi obra en México me tiene
sin cuidado. Ahora me están traduciendo en Francia, Suiza, Alemania, Italia y si me
preocupara de lo que dicen dejaría de escribir. Mi último viaje fue a París, donde se
publicaron tres novelas mías de un golpe, que tuvieron una acogida crítica que no
me esperaba. Aparecí en la portada del suplemento cultural de Le Monde. Me da
vergüenza porque a Hans Georg Gadamer, un intelectual al que adoro, sólo le
dieron una reseña.
"Esta novela larguísima, una obra monstruosa, que da para todo. A veces me
preocupa la recepción del público ya que es un salto al vacío, porque la apuesta es
muy alta. Tiene que ser con una estructura novedosa, los argumentos siempre son
los mismos, pero la estructura condiciona la prosodia y eso es realmente una
pesadilla".
Ahora, tras 24 años sin pisar Chile, este novelista que comenzó como poeta y
formó parte en México de los "infrarrealistas", está siendo reconocido por los
críticos nacionales. Su libro Llamadas telefónicas (Anagrama) acaba de recibir el
Premio Municipal de Literatura de Santiago mención cuento.
La obra de Bolaño nada tiene que ver con la que publican autores de su edad en
Chile. Admirador de Borges y Cortázar, su prosa está poblada de bromas, juegos de
palabras, autores falsos, personajes que van y vienen. A menudo descoloca al
lector con frases como "a partir de aquí mi relato se nutrirá básicamente de
conjeturas", que aparece en la página 29 de Estrella distante.
Esta novela, sobre un poeta fascista que escribe versos en el cielo, es en realidad
una extensión del último capítulo de su libro La historia de la literatura nazi en
América, donde retrata a diversos escritores afines a Hitler.
Ahí están sus bibliografías completas, sus vidas privadas y sus sueños. Todo
inventado, por supuesto.
Se llama Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas y en ella reaparecen
personajes como Alvaro Bolaño, de Llamadas telefónicas, y el policía Abel Romero,
de Estrella distante.
- En realidad, son pequeñas bromas que me hago a mí mismo para sobrellevar las
horas de escritura, que suelen ser muy laboriosas e incluso aburridas. Es
simplemente para soportar la soledad de la computadora y también porque
concibo, de una manera muy humilde, la totalidad de mi obra en prosa e incluso
alguna parte de mi poesía como un todo. Un todo no sólo estilístico, sino también
un todo argumental, los personajes están dialogando continuamente entre ellos y
están apareciendo y desapareciendo.
- No. En realidad, Borges la toma también de otros autores, por ejemplo Alfonso
Reyes; de hecho, es el maestro de Borges, tiene un libro maravilloso sobre esto,
Retratos reales e imaginarios, y a su vez, Reyes la toma de Marcel Schwob, Vidas
imaginarias.
- No, tal vez inconscientemente... Cuando escribes, nunca sabes hasta dónde
quieres llegar. Evidentemente, Zurita nunca se ha subido a pilotar un avión. Sé lo
que hizo en el cielo de Nueva York, pero él pagó para que lo hicieran. La diferencia
fundamental con Wieder es que Wieder es piloto y además es un muy buen piloto.
- Yo sabía que Zurita había hecho eso. Lo que pasa es que el sueño del piloto que
escribe artículos de la Biblia en el cielo, es un sueño que tuve hace muchísimo
tiempo, pero si yo digo que vi a Wieder escribiendo versículos en el aire antes de
que Zurita contratara sus aviones neoyorquinos para escribir aquella frase, no me
va a creer nadie y tampoco tiene la menor importancia, porque no creo que mi
novela se sustente en eso. Mi discurso no tiene absolutamente nada que ver con el
discurso de Zurita. Soy una persona no mesiánica.
- Borges y Cortázar son sus grandes lecturas. ¿Hay algún escritor chileno
que haya sido importante en su formación?
- Sobre todo Enrique Lihn. El es el gran poeta de los últimos años en Chile y uno de
los grandes poetas de la lengua española. Lihn hace exactamente la poesía que yo
opondría, si llegara el caso, a la de Zurita. Por lo demás, pueden coexistir
perfectamente ambas y es bueno que haya líneas diferentes.
- Una corta correspondencia, pero muy importante para mí. Sobre todo, el que un
hombre a quien yo admiraba tanto se dignara a contestar mis cartas.
En ellas se despachaba contra todos y contra todo. Lihn tenía una lengua
afiladísima. No había absolutamente nada que escapara a su crítica.
- Yo creo que la vida de todos los seres humanos es de alguna manera su novela y
su poema. No se puede vivir con miedo. Teillier lo decía en ese sentido. Por
supuesto, un poeta no puede parecer un director de banco, eso es una barbaridad,
un poeta ha de vivir como poeta las 24 horas del día.
Al margen
- Sus novelas dan la impresión de que fueron escritas sin esfuerzo. ¿Le
resulta fácil escribir o es de aquellos escritores que revisan cada coma,
cada palabra?
- Las dos cosas. Me resulta muy fácil escribir, pero luego reviso muchísimo. Lo peor
de todo es que siempre quedo con la sensación de que lo he hecho mal. Parece que
es algo que les sucede a todos los escritores. Los vericuetos del idioma son tan
grandes, además en ese aspecto yo he tenido una pequeña ventaja que es el de
vivir, al menos durante mucho tiempo, en tres países con tres castellanos que
tienen algunas diferencias entre sí, como el castellano de Chile, el de México y el de
España. Entonces, a veces me hago un lío bestial y pongo mexicanismos donde no
debe haberlos, o chilenismos.
- Me quedan muchos. Para mí, los mejores insultos que he conocido son los
mexicanos; sin embargo, yo que conozco muy bien toda la gama de insultos
mexicanos, las contadísimas ocasiones en que me veo obligado a insultar o a
blasfemar, pues, lo hago a la chilena.
- Su hijo se llama Lautaro, lo que de algún modo refleja su afecto por Chile.
- Su nuevo libro, Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas, algo
inesperado en un autor cuyas novelas son generalmente cortas.
- Los detectives salvajes es una novela muy grande que seguramente me acarreará
toda clase de odios. La forma de la novela pedía esa extensión. A propósito, yo sé
que mis novelas en Chile son muy caras, y ésta me imagino que va a costar un
dineral comprarla. Por eso les aconsejo a mis pocos, pero fieles lectores, que las
roben.
- ¿No le importa perder los derechos de autor?
"A los 46 años, si algo me disgustara de mi apariencia sería un gilipollas. Todo me disgusta, pero lo
asumo con resignación", dice Bolaños.
(Foto: Copesa)
"Joder" y "coño".
Mi felicidad imperfecta: estar con mi hijo y que él esté bien. La felicidad perfecta, o
su búsqueda, engendra inmovilidad o campos de concentración.
Saber tocar la guitarra. Saber jugar al fútbol. Ser un buen jugador de billar.
La mala educación.
Mi mayor logro sería que mi hijo me recordará con cariño. Y que mis amigos y
amigas, de vez en cuando, también. Pero eso es una batalla futura.
Mis libros.
Los niños que mueren de hambre, los que mueren por enfermedades fáciles de
combatir, los niños que sufren abusos sexuales, los niños que tienen que trabajar,
los que son maltratados por sus padres. La manifestación más clara de nuestra
miseria y de nuestro fracaso como seres humanos es eso y es Auschwitz.
Si tuviera mucho dinero, en Andalucía, sin escribir ni hacer nada, pasarme el día en
los bares y conversando.
Vaya, creo que esta pregunta ya está respondida. Añadamos una cuarta cualidad,
deseable pero no exigible: el valor.
El escritor chileno más reconocido por la crítica y los lectores exigentes habla de su
nueva novela, donde les hinca el diente -hasta muy adentro- a la historia y la
literatura nacionales del último medio siglo. Desde luego, también habla de otras
cosas.
"Nocturno de Chile", la última novela de Roberto Bolaño -quien ya lleva una decena
de libros publicados- es un extenso monólogo de Sebastián Urrutia Lacroix,
sacerdote del Opus Dei e importante crítico literario chileno, que se abre a
comienzos de 1950, cuando recién ha salido del seminario, y concluye en el año
2000.
Al comienzo del relato, Urrutia Lacroix está enfermo, con fiebre, y recuerda su vida,
los hitos más importantes de su vida, que son también los hitos más importantes
de la historia del país. Por su monólogo desfilan personajes tomados tanto de la
historia como de la imaginación del autor, aunque el mayor peso lo soportan el
mismo Urrutia Lacroix -que usa el seudónimo de H. Ibacache, el cura Ibacache,
para escribir sus críticas literarias- y Farewell, otra vaca sagrada de la crítica
nacional. Las 150 páginas del relato, aunque se trate de sólo dos párrafos (el
primero abarca la totalidad del libro, menos una línea; el segundo es,
precisamente, esa línea), se leen con extraordinaria facilidad.
-El título que usted pensó originalmente para "Nocturno de Chile" fue
"Tormenta de mierda". ¿Por qué lo cambió?
-Los tres reconocidos como grandes en la crítica literaria chilena son -han
sido- célibes, dos curas y un solterón: Omer Emeth, Alone e Ignacio
Valente. Más allá del tratamiento del ejercicio de la crítica que usted hace
en su novela, ¿qué opina de ese hecho?
-Bueno, yo no me atrevería a verlos como célibes, es difícil ser célibe. En cualquier
caso: serlo no es ninguna maldición. Digamos que es un trance permanente y que
entraña alguna dificultad. Lewis Carroll era célibe. Las letras inglesas del XIX están
llenas de escritores a quienes el sexo les parecía algo sin interés. Aquí algo tiene
que ver la educación, porque los isabelinos, por ejemplo, son gente bastante
interesada por el sexo. Y casi ningún isabelino fue al colegio, como es bien sabido.
La única respuesta en serio que se me ocurre es que la poesía y la narrativa
siempre han tenido los críticos que se merecían.
-En "Los detectives salvajes", usted ofrece, entre otras cosas, una mirada
global sobre la literatura latinoamericana. ¿Ve alguna equivalencia entre
ese aspecto de aquella novela y su perspectiva sobre la narrativa chilena
en "Nocturno de Chile"?
-"Nocturno de Chile" tiene la misma estructura que "Amuleto" y otra novela que
posiblemente ya no escriba y cuyo título iba a ser "Corrida". Son novelas musicales,
de cámara, y también son piezas teatrales, de una sola voz, inestable, caprichosa,
entregada a su destino, en diálogo con su destino, y tal vez, aunque en esto último
probablemente he fallado, en diálogo con la tridimensionalidad que es parte de
nuestro destino. Esa trilogía se ha quedado en dueto.
-Es fácil interpretar "Nocturno de Chile" como una novela en clave, sobre
todo a la vista del título original que usted había pensado; pero,
obviamente, se trata de algo más. ¿Podría usted decir cuál es el núcleo de
la novela?
-Hay una estructura, como decía antes, que es básicamente musical. Y también,
por supuesto, está el intento de escribir una novela-río de 150 páginas, tal como
quería Giorgio Manganelli, uno de los grandes escritores del siglo XX y a quien muy
pocos han leído. "Nocturno de Chile" es el intento de construir con seis o siete u
ocho cuadros toda la vida de una persona. Cada cuadro es arbitrario y al mismo
tiempo, paradójicamente, es ejemplar, es decir se presta a la extracción de un
discurso moral. Cada cuadro puede ser leído de forma independiente. Todos los
cuadros están unidos por ramitas o pequeños tubos, que en ocasiones son más
veloces aún, y necesariamente mucho más independientes, que los cuadros en sí.
Pero me temo que explicar la estructura y los andamiajes internos de una novela
no tiene mucho sentido. Toda novela, básicamente, tiene que ir directa hacia el
placer, el placer de la lectura. Y a partir de allí ir hacia donde pueda y quiera.
-No recuerdo esa entrevista. Probablemente, como siempre, dije muchas tonterías.
A mí me trae al fresco la definición de la chilenidad. Tampoco me interesa la
definición -el fijar fronteras, cuando la naturaleza de las fronteras es naturalmente
difusa- de la americanidad, ni de la españolidad, ni de la occidentalidad. Creo que
ya tenemos más que suficiente con el misterio del ser humano y sus construcciones
mentales, por no decir nada de sus construcciones reales, tangibles, que en
ocasiones se asemejan a la locura pura, y en ocasiones, más raras, a algo que
podría parecerse a la felicidad, a la resignación y al vacío.
-Varios críticos y escritores opinan que César Aira, Rodrigo Rey Rosa, Juan
Villoro y usted (y uno que otro escritor más, según el punto de vista) son
los escritores latinoamericanos más destacados de su generación. ¿Está
usted de acuerdo?
-Me gustan Padilla y Volpi, del crack mexicano. El también mexicano Mauricio
Montiel. Los españoles José Carlos Somoza, Javier Cercas, Pablo dOrs. Piglia y Alan
Pauls, argentinos. Me gusta el peruano Bayly. El colombiano Santiago Gamboa. El
salvadoreño Castellanos Moya (que ya se lo he nombrado), recientemente
publicado en España, y que es el único de los escritores de mi generación que sabe
narrar el horror, el Vietnam secreto que durante mucho tiempo fue Latinoamérica.
A Fresán y Boullosa ya también los he nombrado. Seguramente se me olvida ahora
el nombre de alguno muy bueno, y eso que sólo me he ceñido al ámbito de la
narrativa en lengua española. Por supuesto, faltan Javier Marías y Enrique Vila-
Matas, que son los herederos primogénitos del boom.
-Alguna vez usted dijo que se definía como poeta en primer lugar y como
novelista en segundo término. ¿Sigue pensando igual? Porque está claro
que la narrativa le demanda bastante más tiempo.
-En un país como Chile, donde hasta los expertos en poesía no tienen ni idea de
qué es un dímetro coriámbico, resulta peligroso definirse como poeta. Digamos que
a la gran mayoría de los, así llamados, poetas chilenos les basta con ejecutar (mal)
y entender (peor) el blank verse isabelino. Añadamos que en Chile se baila la cueca
del pentámetro yámbico no rimado, pero todo el mundo (académico) ignora las
virtudes del endecasílabo suelto, que viene a ser lo mismo que el blank verse. Si
somos hijos de tigre, ¿por qué nos comportamos como gatos?, se preguntaba
Nicanor Parra. Cada día tengo más fundadas sospechas de que no somos,
finalmente, hijos de tigre, sino más bien de gato. Y así nos comportamos, como
mininos, y así nos va.
-Yo sólo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos decente
que vivió en Blanes (cerca de Barcelona) y que quiso a este pueblo. El conjunto de
la literatura chilena es más bien lamentable. Pero eso no lo digo yo, lo dice
cualquiera que haya leído más de cien libros en su vida. El conjunto de la actual
literatura francesa, salvo notables excepciones, también es lamentable, y eso lo
dicen los franceses y nadie, absolutamente nadie, se rasga por ello las vestiduras.
-No uno sino varios. Roberto Brodsky me parece un escritor magnífico, y también
Gonzalo Contreras. Yo diría que Contreras y Brodsky son los mejores, con una
diferencia entre sí: el primero es muy conocido, y está bien que así sea, mientras
que Brodsky opera en un nivel más secreto, construyendo una obra en dos
direcciones aparentemente disímiles, por un lado difícil, en donde se puede rastrear
el peso de Onetti, y por otro lado ligera. El mejor cuento policial que yo he leído,
escrito por un autor chileno, es uno de Brodsky.
-¿Qué le pareció la antología de poesía chilena que hizo hace poco Marcelo
Rioseco, más allá de su crítica por la exclusión de Rodrigo Lira?
-Mala. Pero ese es el calificativo que merecen casi todas las antologías. Es muy
difícil hacer una antología. Y si se trata de poesía, las dificultades son aún mayores.
Tertulia in vitro. Invitado: Roberto Bolaño (Ganador del Premio Rómulo Gallegos)
Rubén Wisotzki (moderador): Dicen que le resulta muy difícil al autor literario
no estar presente en sus obras. ¿Dónde podemos distinguir a Bolaño en Los
detectives salvajes?
Lucas Ramírez: Me preguntaba si Ud. concuerda con Savater en que la forma más
ética de vivir es amarse a uno mismo primero que todo para poder realmente amar
a los demás, sin falsos moralismos o la tan de moda solidaridad
Roberto Bolaño: Creo que está muy bien amarse a uno mismo. Pero creo que es
mucho más "ético" el compromiso con los demás. Por otra parte no creo que la
solidaridad sea una moda. Mi generación, por ejemplo, hizo de la solidaridad una
práctica de la aventura, y aunque finalmente todo nos salió mal, la experiencia en
sí no fue tan mala. El hedonismo, la verdad, me resulta aburrido. Pero claro todo es
una cuestión de conceptos.
Roberto Bolaño: Muchas de las experiencias sexuales de mis personajes han sido
mis experiencias, claro.
Florangel Gómez: Su novela me pareció muy masculina, para ser disfrutada mejor por
hombres. Eso lo relacioné al hecho de que la única mujer del jurado salvó su voto. ¿Qué
piensa Ud.?
Roberto Bolaño: No creo que mi novela sea una novela masculina. De hecho, no
creo que existan "novelas masculinas" o novelas femeninas. El hecho de que a
Ángeles Mastretta no le gustara mi novela, pues qué quieres que te diga, no creo
que sea una cuestión de sexo sino una cuestión de gusto literario. Yo he leído
alguna página de la Mastretta y me pareció más bien una literatura bastante
masculina.
Zuleiva Vivas: ¿Están todas sus obras "amarradas" unas con otras, siempre los
personajes de las novelas aparecen en los cuantos?
Teófilo Policastro: ¿Cuáles son las dosis de peligro que "entraña escribir en
soledad"? ¿Permanecer en ella, porque el mercado, quizá, esta vez no dé su
vistobueno?
Ernesto Fontiveros: Buenas noches. Lo felicito. Quisiera saber qué hará con 60
mil $ y quisiera saber si ha leído algo de Rómulo Gallegos?
Ricardo Bello: ¿Cuáles son los cinco autores de la literatura que más ha leído?
¿Cuáles son los autores que más le han influenciado en su manera de ver el mundo
como constructores de realidades?
Roberto Bolaño: Primera pregunta: Mark Twain, Víctor Hugo, Stendhal, Flaubert,
Balzac. CREO. Igual mañana podría dar otros cinco nombres. Segunda pregunta: no
lo sé.
Ricardo Bello: ¿Conoce las obras del escritor norteamericano Don De Lillo?
Roberto Bolaño: Claro. De Lillo es uno de los mejores escritores vivos que hay en
el mundo. Me encanta De Lillo.
Marisela Huerta: Venezuela recibió muchos exilados del Sur. Sé de las decisiones
que se toman cuando se elige un nuevo país ¿Cuáles fueron sus consideraciones, si
las hubo, a la hora de dejar Chile y decidir un nuevo destino?
Roberto Bolaño: Ninguna. Yo entonces tenía 20 años y creía que en todas partes
sería mal recibido y entonces daba igual cualquier lugar. En cualquier caso
estuviera donde estuviera estaría mejor que en Chile.
Roberto Bolaño: Esta es una pregunta difícil. A veces Rodrigo Rey Rosa, lo que
pasa es que RRR escribe cuentos, la mayoría, además, muy breves, y De Lillo
escribe novelas, la mayoría extensas.
Ricardo Bello: Me encanta Underworld, su última novela, pero disfruté mucho Mao
II, ¿cuál te gustó más?
Roberto Bolaño: Sí. Me hubiera encantado ser un escritor belga. Pero soy
latinoamericano.
Roberto Bolaño: En mi escritura, pocos, tal vez ninguno. En mi vida, muchos. Sin
aliento, de Godard, por ejemplo.
Nury Jiménez: Veo por sus respuestas y la entrevista de El Nacional que Ud. es,
como decimos por acá, muy ácido o será descreído ¿Enfrenta Ud. la vida con
desconfianza?
Roberto Bolaño: Enfrento la vida con muchos temblores.
Zueiva Vivas: ¿A qué horas escribe? ¿Cuántas horas al día? ¿Consume algún tipo
de estimulante para concentrarse en la escritura, café, etc?
Luis Martínez: Sr. Bolaño, ya ha tenido ocasión, seguramente, de conocer algo del
presidente Chávez, muy dado a citar a escritores. Si le pidiera una recomendación
literaria qué le diría
Maurica Salazar: ¿No le parece que hay demasidos libros? ¿No le angustia estar
contribuyendo con más? Un beso y felicitación
Roberto Bolaño: Yo creo que nunca hay demasiados libros. Hay libros malos,
malísimos, peores, etc, pero nunca demasiados.
Roberto Bolaño: Querido Wisotzki, la verdad es que no lo sé, pero prometo que lo
voy a investigar.
-Yo creo que Gabriela Mistral era una extraterrestre y por lo tanto no tenía ni
nuestras necesidades ni nuestros deseos (y añadiría que tampoco tenía un talento
literario como el que se le atribuye con una soltura de cuerpo espantosa). Era una
simple extraterrestre extraviada en Chile, en Latinoamérica, que no podía
comunicarse con su nave nodriza para que la fueran a rescatar. Y su vida, como es
lógico, se asemejó en algún momento a una pesadilla. Sus peregrinajes (como
suelen decir los siúticos estudiosos de su obra) no son más que intentos de
encontrar a otros náufragos de su planeta.
-Es cierto que todo suicida deja uno o dos misterios detrás de su muerte, pero
también es cierto que deja, inevitablemente, cuatro o cinco respuestas, y lo que
solemos temer de los suicidas no es el misterio, es decir las preguntas que esas
muertes plantean, sino las respuestas que esas muertes ponen delante nuestro y
ante las cuales, automáticamente, cerramos los ojos. Sobre si es el suicidio un acto
de impaciencia, no sé, no lo creo. En primera instancia (y lo bueno del suicidio es
que no hay segunda instancia) es un acto de libertad.
-En su libro también hay un relato sobre fútbol. ¿Ha tenido usted alguna
experiencia como jugador?
-Mi experiencia como jugador de fútbol nunca fue del todo comprendida ni por los
espectadores ni por mis compañeros de equipo. A mí siempre me pareció más
interesante marcar un autogol que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé o Didí
o Garrincha, es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero
contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho nada, mientras que un autogol
es un gesto de independencia. Aclaras, ante tus compañeros y ante el público, que
tu juego es otro.
-Es un circo.
Fuente:PrimeraLínea
-No lo veo así. Es la metáfora de un país infernal, entre otras cosas. También es la
metáfora de un país joven, de un país que no se sabe muy bien si es un país o un
paisaje.
-La respuesta más cómoda para mí sería decir que por variar un poco. Después de
asumir los ropajes de tantas ovejas, me dan ganas de ponerme la piel de un lobo.
Ahora yo no creo que sean lobos realmente, ni el narrador ni gran parte de los
personajes que aparecen en la novela, sino más bien náufragos. Hay unos cuantos
lobos. El señor Oido y el señor Odeim son lobos al ciento por ciento y la Junta
Militar chilena para qué te voy a decir. Pero los otros personajes son más bien seres
extraviados, en el sentido que todos estamos extraviados. Incluso cuando hablamos
de lobos yo añadiría lobitos. Ni siquiera lobos. Porque el matiz está tal vez en que el
terror lo sienten muchos más los lobitos.
-Sí, pero también es un libro claro. Creo que es una novela con mucho sentido del
humor. Al menos cuando la escribía me reía como loco. Incluso en los momentos
más terribles de la novela hay sentido del humor, del ridículo, entendido a la
manera chilena, es decir, ridículo espantoso.
-Porque en esta novela no había más remedio que eso. Es una metáfora a aquello
que decía un poeta, "toda una vida perdida", a la constatación de que se ha perdido
toda una vida. Cuando eso ocurre y se sigue viviendo, lo que viene a continuación
es la tormenta de mierda, el apocalipsis individual.
La novela imperfecta
-¿Por qué dice que Nocturno de Chile es una mejor novela que Los
Detectives Salvajes?
-Por algo muy sencillo. La novela es un arte imperfecto. Tal vez sea, en la
literatura, el más imperfecto de todos. Y a más páginas escritas las posibilidades de
lucir tus imperfeccciones son mayores.
-Sí. No pienso que sea un grupo con una ligadura generacional muy fuerte, porque
hay gente nacida en el año 49, como César Aira, y hay gente nacida en el año 68,
como Ignacio Padilla. Son casi veite años de diferencia. Ahora, también habían años
de diferencia entre Julio Cortázar y Vargas Llosa. Lo que creo que marca un cambio
es que los autores vuelven a asumir riesgos. No escriben fácil, no hacen la
literatura epigonal, que era lo que se llevaba hasta ahora. Durante veinte años,
desde finales del 70 hasta principios del 90, la literatura que se hacía era como el
bagazo del realismo mágico. Nunca nada original. Nunca nada que asumiera
riesgos. La década del 80, que fue nefasta para Latinoamércia, creó una tipología
que no sólo se expandió en el ámbito literario, sino básicamente en el ámbito
profesional, cuyo lema era ganar dinero, tener éxito, todo con un rechazo absoluto
al fracaso y un acriticismo por encima de todo. Y los escritores adoptaron más o
menos ese modelo como propio. Entonces aparecen escritores en los que no hay
nada. O son malos copistas del realismo mágico, como la mexicana Laura Esquivel,
o son pésimos escritores entre comillas juveniles, como Alberto Fuguet, o son
escritores que toman temas históricos de una forma nefasta. Hay una escritura
muy mala en Latinoamérica, una escritura que por un lado abusa del tipismo, del
folcorismo, y que se intenta vender al extranjero como mercadería exótica.
-¿Cuáles serían los riesgos que asumen los escritores del "nuevo boom"?
-Los riesgos están en los tratamientos formales que, por ejemplo, Rodrigo Rey
Rosas da a sus cuentos. Los cuentos de Rodrigo Rey Rosas no los ha escrito nadie
en lengua castellana. Antes que él hay grandes cuentistas, incluso un cuentista
genial, que es Borges, pero los cuentos de Rey Rosas nadie los ha escrito. Son
absolutamente propios. Creo que Rey Rozas es un autor que será estudiado dentro
de cincuenta años. Lo tendrán como un verdadero renovador del relato corto. Los
territorios donde se mueve son territorios que únicamente le pertenecen a él y a su
tradición, a lo que lleva detrás. Porque, desde luego, él no nace sabiendo escribir.
En este sentido, los experimentos literarios de César Aira vienen directamente de
Gombrovich y de otro gran escritor argentino que es Lamborgini. Lo que hace César
Aira es algo que tampoco se había hecho.
-¿Por qué?
-En algún sentido creo que escribir prosa es volver a las labores de mi abuelo
analfabeto. Es mucho más difícil la poesía. Las escenografías que te proporciona la
poesía son de una pureza y de una desolación muy grande. Cuando juntas pureza y
desolación el escenario se agranda automáticamente hasta el infinito y lo lógico es
que tu desaparezcas en ese escenario y, sin embargo, no desapareces. Te haces
infinitamente pequeño pero no desapareces.
-Lo que probablemente quiere decir que la poesía en sus métricas habituales y en
su soporte clásico ya está muerta.
-Primero, a mis lectores, que son pocos pero fieles, les pediría perdón. Mis más
sentidas y profundas excusas por haber vuelto a reincidir. Segundo, pediría que se
rieran y, tercero, me gustaría que les satisfaciera, no a todos, pero sí a algunos, la
forma de mi novela, que aparentemente es muy sencilla pero realmente es
hipercomplicada. La novela se divide en dos párrafos, uno que dura ciento
cincuenta páginas y otro que dura una línea. Y, luego, está construida en una
sucesión de cuadros en donde casi no hay punto de hilación o bien los puntos de
unión entre un cuadro y otro son puramente experimentales. La novela es la
narración del transcurso de una noche del cura Ibacache, que comienza con la
fiebre alta y ésta se va remitiendo. Los primeros capítulos están narrados desde el
delirio más extremo, desde los 40 grados de fiebre, pero los últimos están narrados
desde los 37.5 y en él último párrafo, cuando empieza la tormenta de mierda, ya
no hay fiebre. Eso lo dediqué a los lectores.
Introducción
Quisiera poder quedar con él, pero me es imposible. Quisiera poder decirle que le
conozco literariamente desde hace... casi veinte años, en concreto desde que yo un
día entrara en la Librería Morgana de Oviedo, una de esas pequeñas librerías que
suplantaban fondo editorial por culto literario, y me hiciera con un ejemplar de
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, (Premio Ámbitu
Literario de Narrativa 1984), una novela negra, negra, escrita en colaboración con
Antoni García Porta. Quisiera poder decirle que no me extrañó que se alzara con el
Premio Herralde de Novela por Los detectives salvajes, ya que la carrera literaria
de Roberto Bolaño, si bien había comenzado a mis ojos a comienzos de los ochenta,
está plagada de éxitos (Premio Ciudad de Alcalá de Henares 1992 con La pista de
hielo). Las comparaciones con el otro chileno exiliado ilustre son inevitables, pero
tampoco vienen a cuento. Ahora, presenta dos nuevas obras, Nocturno de Chile,
Editorial Anagrama, novela con el trasfondo del Chile actual, y Tres, un curioso
poemario editado por El Acantilado que no ha pasado desapercibido para casi nadie.
Luis García —Premio Herralde de novela con Los Detectives salvajes, pero pocos
le recuerdan en sus comienzos con aquella obra coescrita con Antoni García Porta
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. ¿Cómo
recuerda aquellos inicios?
Roberto Bolaño —Con una alegría un poco insana. Por aquella época trabajaba en
Roses, a medio camino entre Figueras y Cadaqués, aunque mi vida no tenía nada
de glamour, sobre todo si entendemos la palabra glamour tal como la entienden y
la ejemplifican esos cientos de exiliados latinoamericanos, sobre todo aquellos que
se dedican al arte o al espectáculo (de hecho, dudo mucho que sepan la diferencia
entre arte y espectáculo). Digamos que entonces yo trabajaba vendiendo bisutería,
es decir que tenía mi pequeño negocio, y vivía como un árabe de las Mil y una
noches, o como un judío del ghetto de Praga, sin frecuentar el círculo de Kafka,
pero aprendiendo esos nombres tan pintorescos que designan las diversas piezas
de bisutería. Los mediodías solía ir a bucear a una escollera del puerto en donde
aún era posible ver pulpos. Cuando los pulpos me veían se alejaban y yo los seguía,
sin tocarlos, durante un buen trecho. Por las noches, después de contar las
ganancias y las pérdidas del día, y anotarlas en un cuaderno muy grueso, me ponía
a escribir, tirado en el suelo (no tenía mesa) y a veces pensaba en el ojo del pulpo
que había visto ese mediodía y todo me parecía magnífico. Si no hubiera sido
víctima de una estafa, probablemente aún seguiría en el mismo negocio.
R.B. —No creo en el triunfo. Nadie, con dos dedos de frente, puede creer en eso.
Creo en el tiempo. Eso es algo tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el
triunfo, no, de ninguna manera. En el campo de los triunfadores uno puede
encontrar a los seres más miserables de la tierra y hasta allí yo no he llegado ni me
veo con estómago para llegar.
L.G. —¿Qué hace un chileno como usted en la costa gerundense? ¿Qué le decidió a
quedarse allí?
R.B. —Me gusta este lugar. Supongo que si viviera en otro sitio, también acabaría
acostumbrándome a él y viviendo más o menos feliz. Mi familia paterna, por otra
parte, es una familia de emigrantes, mi abuelo era gallego y mi abuela catalana. Mi
padre, que nació en Chile, se ha convertido en un mexicano. Mi familia o parte de
ella es de clase obrera, y la clase obrera sólo necesita un pequeño empujoncito
para dejar de creer en la patria, que es un invento burgués, y cuando digo burgués
estoy pensando tanto en la burguesía francesa como en la burguesía soviética o la
burguesía china. Por otra parte tengo que aceptar que estoy casi siempre en contra
de la mayoría y la patria es el lugar en donde la mayoría (los compatriotas) impone
con mayor persuasión sus dogmas y sus castigos y sus premios.
L.G. —¿Se siente heredero del boom, o se identifica más con la generación del crak,
usted que también pasó y se quedó un tiempo en Méjico?
R.B. —No, no, no me siento heredero del boom de ninguna manera. Aunque me
estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más mínima limosna del boom,
aunque hay escritores muy buenos, que releo a menudo, como Cortázar o Bioy. El
boom, al principio, como suele suceder en casi todo, fue muy bueno, muy
estimulante, pero la herencia del boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los
herederos oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis
Sepúlveda y algún otro. A mí García Márquez cada día me resulta más semejante a
Santos Chocano o en el mejor de los casos a Lugones. ¿Y quiénes son los herederos
oficiales de Fuentes? ¿Y de Vargas Llosa? En fin, corramos un tupido velo. Como
lectores hemos llegado a un punto en donde, aparentemente, no hay salidas. Como
escritores hemos llegado literalmente a un precipicio. No se ve forma de cruzar,
pero hay que cruzarlo y ese es nuestro trabajo, encontrar la manera de cruzarlo.
Evidentemente en este punto la tradición de los padres (y de algunos abuelos) no
sirve para nada, al contrario, se convierte en un lastre. Si no queremos
despeñarnos en el precipicio, hay que inventar, hay que ser audaces, cosa que
tampoco garantiza nada.
L.G. —Suele escribir historias crudas, que resultan de difícil digestión. ¿Qué le
deben sus novelas a la vida?
R.B. —Para mí la poesía nueva española es, todavía, Leopoldo María Panero y Pere
Gimferrer. La verdad es que la obra de Gimferrer me interesa muchísimo, toda la
obra de Gimferrer, no sólo la estrictamente poética. También me gusta Miguel
Casado, un poeta que pareciera buscar la invisibilidad, aunque lo que realmente
busca es la precisión. Cierto que a veces invisibilidad y precisión son la misma cosa.
L.G. —Leí en alguna entrevista suya, que hubo un momento en que se convirtió en
un profesional de los concursos literarios. De hecho, su leyenda mantiene que tenía
en ellos una forma de supervivencia. ¿Qué hay de cierto en ello?
R.B. —Es estrictamente cierto. Participaba en todo tipo de concursos literarios para
ganar dinero. Por lo tanto enviaba mis poemas y mis dos únicas novelas a cuanto
concurso se ponía a tiro. Todos terminaron ganando algún premio y algunos más de
dos (con títulos distintos, por cierto). Digamos que fue una actividad alimenticia.
Escribí un cuento sobre este asunto, «Sensini», que aparece en «Llamadas
telefónicas», en donde ponía punto final a esta etapa, que fue básicamente
melancólica pero que también tuvo momentos de gran expectación que luego no he
vuelto a vivir, pese a ganar algunos premios de los llamados importantes, tanto en
España como en Latinoamérica.
L.G. —Sus libros adolecen de cierto trasfondo político irrenunciable. (No podría ser
de otro modo viniendo de alguien que fue acusado de terrorista en su país, y que
se considera un exiliado). Pero, ¿a que se debe que no participe activamente en
España en movimientos sociales como lo hace por ejemplo Luis Sepúlveda?
R.B. —Esa historia es cierta y además del dominio común, aunque hasta hace
relativamente poco nadie hablara públicamente de ello en Chile. Hubo una escritora
que celebraba reuniones literarias en su casona de Santiago, mientras su marido,
un norteamericano, el tipo que puso la bomba en el coche de Letelier en Estados
Unidos y uno de los que asesinaron a Prats en Buenos Aires, torturaba a sus
prisioneros en los sótanos de esa misma casa. Por supuesto, los que asistían a las
veladas literarias desconocían aquello que sucedía en los sótanos.
R.B. —No, si uno lo piensa bien, no es tan curiosa. La literatura, sobre todo en la
medida de que se trata de un ejercicio de cortesanos o que fabrica cortesanos, de
cualquier especie y de cualquier credo político, siempre ha estado cerca de la
ignominia, de lo vil, y también de la tortura. El problema está en el espíritu
cortesano. Y también, claro, en el miedo.
L.G. —¿Cree que sería posible establecer un trazabilidad entre todos sus libros,
sean estos de prosa o verso?. Es decir, ¿percibe usted algún nexo en común en
todos ellos por pequeño que este sea?
R.B. —Todos mis libros están relacionados. Hablar de esto, sin embargo, es
aburrido.
L.G. —¿Cómo recibió el Premio Herralde?. ¿Era consciente de que Los detectives
salvajes podría convertirse con el tiempo en una obra de culto?
R.B. —Hay dos o tres autores a quienes admiro mucho y que habían ganado el
premio Herralde, y en ese sentido para mí fue un honor añadir mi nombre en una
lista en donde estaban ellos. Me refiero a Pitol, a Javier Marías y a Pombo. La
verdad es que me sentí mucho más contento cuando apareció Estrella distante, en
1996, que fue mi primer libro publicado en Anagrama.
L.G. —Hubo quien la emparentó con el género negro más ortodoxo. ¿Coincide con
ellos?
R.B. —De ninguna manera. Los detectives salvajes, y ahora que lo pienso, buena
parte de mi obra, si no toda, circula, no sé si para bien o para mal, de un género a
otro sin mayores problemas. En Nocturno de Chile, hasta donde recuerdo, hay tres:
el de terror, la comedia de situaciones y un híbrido de novela de campo y novela
gótica.
L.G. —¿Qué me puede contar de Tres, a mi juicio uno de los libros más curiosos
que he leído últimamente?¿Cómo nació?
R.B. —Tres, como su nombre claramente indica, son tres poemas o tres textos
largos, escritos en épocas distintas, el más viejo creo que en 1980, y el más
reciente en 1994 o 1995. Lo más que puedo decir de este libro es que, si me ataran
a una silla y me obligaran a leerlo otra vez, la cara no se me caería del todo de
vergüenza, que ya es bastante. A veces incluso llego a pensar, llevado por un
entusiasmo sin duda irracional, que es uno de mis dos mejores libros.
L.G. —Recuerdo que no tuvo muy buena acogida, como si a usted, un narrador con
solvencia, le estuviera negado el adentrase en el terreno de la poesía. Sin embargo,
no era un poemario en el sentido estricto, y en todo caso, tampoco hubiera sido el
primero.
R.B. —Los críticos siempre han sido muy generosos con mis novelas y cuentos y
sería abusar de su paciencia o de la paciencia del dios de los críticos el exigir o
pedir una generosidad similar para mi poesía. No tengo ningún problema en ese
aspecto.
L.G. —¿Qué nos puede contar de esa mastodóntica obra que anunció a bombo y
platillo, en la que vuelve al México de Los detectives salvajes a relatar los
asesinatos de varias mujeres en Ciudad Juárez?. ¿Para cuando espera terminarla?
R.B. —En mayo del año 2002 estará terminada y se publicará, si todo va bien, en
septiembre u octubre de ese año. Más no puedo decir. Entre otras razones porque
sería demasiado largo hablar de ella y demasiado confuso. La novela ya está escrita
en mi cabeza, y en esta fase todo parece ir muy bien, la novela parece mucho
mejor de lo que realmente será, y seguramente diría muchas tonterías de las que
terminaría arrepintiéndome. La verdad es que uno siempre termina arrepintiéndose
de todo. De todas las cosas que pudo hacer y no hizo y de todas las cosas que hizo
y que pudo haber hecho mejor.
Roberto Bolaño. Querido Piglia, ¿te parece bien si empezamos hablando de algo
que dices en La novela polaca? "¿Cómo hacer callar a los epígonos? (Para escapar a
veces es preciso cambiar de lengua)". Tengo la impresión de que en los últimos
veinte años, desde mediados de los setenta hasta principios de los noventa y por
supuesto durante la nefasta década de los ochenta, este deseo es algo presente en
algunos escritores latinoamericanos y que expresa básicamente no una ambición
literaria sino un estado espiritual de camino clausurado. Hemos llegado al final del
camino (en calidad de lectores, y esto es necesario recalcarlo) y ante nosotros (en
calidad de escritores) se abre un abismo.
R. B. Yo creo que las cartas de Satie muestran una cierta deferencia para con el
interlocutor, es decir, no deja cartas sin contestar, pero el conjunto de la
correspondencia más bien es una aceptación, razonable, eso sí, de la imposibilidad
del diálogo, aunque también caben otras explicaciones, la más obvia sería la
desconfianza de Satie en la palabra escrita, que me parece improbable pues Satie
es uno de los músicos que más ha escrito. También existe la posibilidad de que
Satie, conociendo a sus amigos, no considerara necesario abrir sus cartas, o lo
considerara redundante. Es curioso, pero podemos encontrar más de una
semejanza entre Macedonio y Satie, pero ninguna entre Borges y Satie. Y yo creo
que esto se debe a que Borges no lo aprende todo de Macedonio , sino también,
una parte importante, de Alfonso Reyes, quien lo cura para siempre de cualquier
veleidad vanguardista. Macedonio es el riesgo, la audacia, el vanguardismo y el
criollismo juntos, pero Alfonso Reyes es el escritor, la biblioteca, y el peso que tiene
sobre Borges es importantísimo, tanto en el desarrollo de su poesía como en su
prosa. Digamos que Reyes proporciona el elemento clásico a Borges, la mesura
apolínea, y eso de alguna manera lo salva, lo hace más Borges.
R. B. Yo también espero que nos podamos ver pronto, aquí o en cualquier parte.
En el extraño mundo del Cono Sur
La tendencia más interesante de la narrativa actual del Cono Sur podría definirse
como la sustitución del fantaseo lírico del realismo mágico por un surrealismo
mucho más subversivo, atraído por una imaginería de lo grotesco y a menudo
encaminado a una representación satírica de la realidad latinoamericana. Éstos son
algunos representantes más ilustres:
Fogwill (Buenos Aires, 1941). En sus novelas, pero sobre todo en sus relatos,
Fogwill ha trabajado con agresividad surrealista el patrón del relato peripatético.
Sus protagonistas son aventureros preocupados por sobrevivir en el paisaje
desfundamentado de la historia argentina reciente. Escritos en jerga, sus relatos
usan como motivos centrales el sexo, la marginalidad y las alucinaciones y han
desarrollado con los años un tono característico entre violento, indiferente y
absurdamente patético que puede comprobarse en la recopilación Cantos de
marineros en la pampa (Mondadori, 1998).
Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963). Libro tras libro, Fresán va construyendo un
complejo mundo narrativo donde confluyen las culturas del rock, el cine y la
literatura outsider. El personaje central de ese mundo es el freak, llevado al borde
de la neurosis por el pasado personal turbulento, la identidad nacional convulsiva y
las relaciones sentimentales disfuncionales. En España se han publicado Historia
argentina (Anagrama, 1995) y Esperanto (Tusquets, 1997).
Jaime Collyer (Santiago de Chile, 1955). Aunque sus planteamientos son más
controlados que los de los autores anteriores, Collyer ha introducido elementos de
surrealismo y parodia con voluntad subversiva en la tradición cuentística
rioplantense en libros de relatos como La bestia en casa (Alfaguara, 2000).
Muchos chilenos se fueron del país después de que Augusto Pinochet bombardeara
La Moneda el 11 de septiembre de 1973 para instalar una dictadura que se
prolongaría por los siguientes 17 años. El escritor chileno Roberto Bolaño, autor de
Los detectives salvajes y de Amuleto, entre otras novelas, siguió ese camino. Y
después de pasar por México se instaló definitivamente en España. Desde allí,
Bolaño habló con Página/12 sobre las elecciones del domingo, el triunfo de Ricardo
Lagos, Pinochet y el futuro chileno con el segundo presidente socialista de la
historia.
–Creo que en el porcentaje de votos que consiguió Lavín ha tenido peso el hecho de
que Lagos fuera un candidato socialista. Muchos han votado con el miedo de que
representara la vuelta después de la muerte de Salvador Allende. Incluso debe
haber influido para que gente de la Democracia Cristiana votara en contra de la
Concertación de la que forman parte. Pero, a efectos prácticos, no hay punto de
comparación entre Lagos y Allende. Los socialistas de todo el mundo han cambiado
mucho. Lagos no cometerá los errores garrafales de Allende, pero tampoco podrá
exhibir su generosidad, básicamente porque no tiene las virtudes enormes que
tenía Allende. Con él había un espacio muy grande para la utopía. Su intención era
llegar al socialismo. Pero eso ya pasó a la historia, en Chile y en el mundo. Al
menos por ahora.
–Chile tiene una democracia muy frágil, casi se podría decir vigilada. El Ejército
tiene y seguirá teniendo un papel muy fuerte. Obviamente, lo ideal sería que
volviera a ser un ejército súper profesional y apolítico, pero no me parece que sea
posible. Yo no confío en ningún ejército del mundo, menos voy a confiar en el de
Chile. Por otra parte, para que Pinochet pueda ser juzgado primero hay que
desaforarlo, y a un senador vitalicio no se lo desafuera, según las leyes que el
mismo Pinochet elaboró. Primero tendrían que cambiar esas leyes, y no creo que
eso pueda pasar en Chile. Además, Lagos ha dicho que deja todo en manos de la
Justicia, así que yo no veo al futuro gobierno hacer nada por juzgar a Pinochet.
Definitivamente no se lo juzgará en el país. Es impensable. Ojalá no fuera así. Me
encantaría equivocarme. Me equivoco en muchas cosas, y quisiera hacerlo en ésta
también, pero no creo que ocurra.
Antes que su voz fuera reconocida como una de las más originales de los últimos
años, Bolaño solía enviar obras a todo concurso que se le presentara, no lo hacía
por adicción sino por optimismo y necesidad económica. Trabajó como lavaplatos,
camarero, vigilante nocturno, basurero, descargador de barcos, vendimiador...
Quizás eso explique el gusto por el juego y la aventura que se advierte en su obra.
"A mí me gusta jugar -afirma-. No estoy muy seguro pero, parafraseando lo que
decía el Che Guevara sobre los aventureros, creo que existen, a grandes rasgos,
dos tipos de jugadores: los que se retiran y los que no se retiran, los que apuestan
la vida y los que fingen apostar la vida. Y eso es lo que determina, finalmente, la
naturaleza de todo juego, lo que hace que el juego sea un ejercicio de esclavitud o
un ejercicio de libertad."
Afirma que no tiene ningún vínculo con el ambiente literario de Barcelona ("sí
amistades, que se traducen en cartas o llamadas telefónicas, con unos pocos
escritores españoles y catalanes"). Mientras tanto, suele volver a los lugares por los
que ha transitado. "Una de las exiguas ventajas de los lugares emblemáticos es que
perviven en la memoria y en las bibliotecas particulares. Uno de los lugares
emblemáticos de Philip K. Dick podría ser la Galaxia de Andrómeda o la
Constelación de Magallanes. ¿Qué relación puede mantener uno con un sitio así?
Bueno, pues mediante la astronomía o mediante la esquizofrenia. Mis lugares
emblemáticos son México y Chile." Tal vez por eso le gusta "la paella marinera
tanto como las empanadas chilenas, los tacos de carnita, o los chilaquiles, a las
cinco de la mañana".
Se dice de Bolaño que es "un narrador dotado", un gran fabulador. "Narrar -afirma-
lleva incorporada la necesidad de una cierta estructura, una economía, una
dosificación, que implica por tanto un mayor grado de lucidez de quien narra. No
estaría mal que recordáramos Las mil y una noches. Ese texto es de una oralidad
absoluta y, sin embargo, también es de una complejidad absoluta".
Nocturno de Chile, la novela que el editor Jorge Herralde presentó como "una
pequeña obra maestra escalofriante", entreteje lo más sórdido de la dictadura de
Pinochet con la literatura. La tortura y las veladas literarias ocurren -tal como
sucedió en la realidad- al mismo tiempo y bajo el mismo techo: en el sótano, en el
que se desarrollan las más impensables escenas de terror, y en el salón de una
casona de las afueras de Santiago, en la que se reúne lo más granado de la
literatura chilena.
Obras
dorosz@lavozdelinterior.com.ar
Roberto Bolaño tenía 43 años cuando publicó su primera novela. La crítica española
se rindió sin condiciones a la fuerza extraña de La literatura nazi en América latina
(1996), y desde entonces el nombre de su autor no ha dejado de propagarse en un
sistema de ecos que se resumen en la palabra consagración. La euforia podría
parecer excesiva, si no fuera porque Bolaño se ha encargado de responder a la
provocación de cada elogio con libros cada vez más audaces y más sólidos.
En 1999 publicó Tres (poemas) y su novela Los detectives salvajes se llevó los
premios Herralde y Rómulo Gallegos. En el 2000 el escritor chileno volvió a
iluminarse con Nocturno de Chile, y este año su narrativa se cierra con la aparición
de Putas asesinas, recién editado por Anagrama.
–En ―Putas asesinas‖ nos encontrarnos nuevamente con su propia vida. ¿En este
trabajo con la autobiografía hay un intento de diálogo con su destino?
–¿Su nuevo libro incorpora elementos novedosos a eso que la crítica ya denomina
como ―el planeta Bolaño‖?
–No, no, lamentablemente hay muy pocas cosas novedosas. En realidad, ninguna.
Ya lo dijo Borges, a quien Wojtila debería santificar antes de ser, a su vez,
santificado, desde los griegos los temas, al menos en Occidente, son cuatro, con
suerte cinco. El planeta Bolaño, suena muy divertido. Pero no es un planeta. Sólo
un aerolito, y además bastante inofensivo, de esos aerolitos que caen a la Tierra y
nadie se da cuenta de que han caído, a menos que le perforen el cráneo a una
vaca, y entonces el dueño de la vaca sí que se da cuenta.
Una porción de infierno
Tanto por sus declaraciones como por sus libros, en los que propone un perpetuo
ajuste de cuentas con su país natal, sus relaciones con el ambiente literario de
Chile siempre han sido por lo menos tensas. Más de una vez Bolaño se ha referido a
la literatura chilena como una entelequia, como un planeta vacío que gira en torno
de un sol muerto llamado Neruda.
–¿Qué representa Chile para usted? Parece que su país fuera un lugar que sólo le
interesa visitar en su escritura, y eso más que nada para señalar zonas oscuras,
esa porción de infierno que persiste allí.
–Cuando se publicó ―Nocturno de Chile‖, usted afirmó que si aún viviera en su país
natal nadie le hubiera perdonado esa novela...
–Supongo que hay gente para la cual la literatura no es una cuestión de perdonar o
no perdonar. En la derecha chilena, pacata y clerical, no creo que haya caído muy
bien Nocturno de Chile.
–No sé si lo dijo Borges. Tal vez fue Platón. O tal vez fue Georges Perec. Toda
historia remite a otra historia que a su vez remite a otra historia que a su vez
remite a otra historia. Hay historias que son los manes tutelares de una historia,
hay historias que son las llaves de una historia y hay historias que nos llevan al
borde del vacío y que nos obligan a plantearnos las grandes preguntas. Yo sólo
conozco una de las preguntas. ¿Cómo construir un puente? Y por descontado
desconozco la respuesta.
–Hay en sus cuentos una violencia que nunca termina de desatarse, como si
estuviera diseminada por el texto, pero cuya manifestación plena queda más allá
del punto y aparte, fuera de la página...
–Es que eso es lo peor de la violencia. Una presencia que se acerca. Después ya no
hay violencia. Hay dolor, hay vejación, hay valor o hay muerte o todo junto, incluso
en ocasiones hay liberación, pero ya no violencia.
–Sus textos hablan frecuentemente de ese ―Vietnam secreto que durante mucho
tiempo fue Latinoamérica‖, con lo cual su literatura adquiere una nota política...
–Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores
políticos de la izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no,
mejor Danton, en una de esas los envío a la guillotina. Latinoamérica, entre sus
muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda
verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y yo ahora
tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente
miserables como amantes y como esposos y como padres. Una desgracia. Trozos
de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque
si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo
todo. En fin, no exageremos. El siglo 20 fue pródigo en escritores de izquierda más
que malos, perversos.
–Por lo general hay también una especie de erotismo fétido, una comprensión del
sexo según la cual casi nunca aparece como fiesta de los cuerpos o goce sino como
suciedad o elemento oscuro...
–Descreo por principio de los callejones sin salida. No existen los callejones sin
salida. El suicidio es una salida. Y además es una salida, si bien extrema, muy
civilizada. El asesino en masa o el asesino serial o el asesino pasional plantean
básicamente un problema de salud pública. Un suicida, sea o no sea discreto, lo
único que plantea son unas pocas (pero interesantes) preguntas, y en algunos
casos hasta alguna respuesta. El problema es que muy poca gente sabe leer la
escritura de los suicidas y en cambio mucha gente está convencida,
entusiasmadamente convencida, de conocer la escritura de los asesinos. Sobre la
claustrofobia no sé qué decir. Me gustaría vivir en otro planeta. Pero me aguanto.
–Más de una vez señaló que viene de la poesía. ¿Bolaño es en el fondo un poeta y
un narrador a pesar de sí mismo?
–Bien, pero ¿qué opina cuando el suplemento ―Babelia‖ afirma que la ―nueva
literatura del Cono Sur‖ sustituye ―el fantaseo lírico del realismo mágico por un
surrealismo mucho más subversivo, atraído por una imaginería de lo grotesco...‖?
–En modo alguno puedo suscribir esa definición. La imaginería surrealista está tan
extendida como la televisión. Una de las cosas que me gusta de Patricia Highsmith,
a quien estoy releyendo estos días con sumo placer, es su aparente carencia de
imaginería lírica, de realismo mágico, de fantasía surreal. Para las navidades, nada
mejor que una literatura objetiva, aunque tampoco Highsmith es demasiado
objetiva. Tampoco se puede decir que el grotesco sea una de las señales de
diferenciación con la narrativa del boom. Onetti, Donoso, el mismo García Márquez
ahondaron en el grotesco como ninguno de los escritores de mi generación lo ha
hecho. En realidad la obra de esos escritores, digamos de Borges a Puig y Arenas,
es tremendamente sólida y rica. Hay muy pocos novelistas actuales que posean la
ambición de Fernando del Paso, por ejemplo, o el humor y la exactitud de Cortázar.
En fin, ya se verá. En una generación, por otra parte, caben escritores de 25 años y
también de 50. Supongo que más entrado el siglo 21 se podrá hacer un balance,
cuando la mayoría de nosotros hayamos muerto, y se podrá ver si nuestra
literatura ha valido o no ha valido la pena.
–En ―Putas asesinas‖, quien se lleva las palmas de su ironía es Neruda. ¿Le disgusta
en general como poeta o su malestar tiene más que ver con su influencia en el
sistema literario chileno?
–A mí Neruda me gusta bastante, tal como lo digo en ese cuentito. Un gran poeta
americano. Muy equivocado, por otra parte, claro, como casi todos los poetas. No
era el sucesor de Whitman, en muchos de sus poemas, en la estructura de esos
poemas, sólo podemos ver ahora a un plagiario de Whitman. Pero la literatura es
así, es una selva un poco pesadillesca en donde la gran mayoría, la inmensa
mayoría de escritores son plagiarios. Hay algunos jóvenes con voz propia, pero no
saben escribir, lo que es un desastre. Entonces esos jóvenes van a los talleres
literarios o a la universidad para aprender a escribir y cuando ya saben escribir no
tienen voz propia. En fin, qué le vamos a hacer. Neruda, en algún momento de su
vida, pensó que él era el paradigma del poeta, y se equivocó. Pero la verdad es que
todos los poetas, en algún momento de sus vidas, se creen la muerte.
–Por lo general hay también una especie de erotismo fétido, una comprensión del
sexo según la cual casi nunca aparece como fiesta de los cuerpos o goce sino como
suciedad o elemento oscuro...
–Descreo por principio de los callejones sin salida. No existen los callejones sin
salida. El suicidio es una salida. Y además es una salida, si bien extrema, muy
civilizada. El asesino en masa o el asesino serial o el asesino pasional plantean
básicamente un problema de salud pública. Un suicida, sea o no sea discreto, lo
único que plantea son unas pocas (pero interesantes) preguntas, y en algunos
casos hasta alguna respuesta. El problema es que muy poca gente sabe leer la
escritura de los suicidas y en cambio mucha gente está convencida,
entusiasmadamente convencida, de conocer la escritura de los asesinos. Sobre la
claustrofobia no sé qué decir. Me gustaría vivir en otro planeta. Pero me aguanto.
–Más de una vez señaló que viene de la poesía. ¿Bolaño es en el fondo un poeta y
un narrador a pesar de sí mismo?
–Bien, pero ¿qué opina cuando el suplemento ―Babelia‖ afirma que la ―nueva
literatura del Cono Sur‖ sustituye ―el fantaseo lírico del realismo mágico por un
surrealismo mucho más subversivo, atraído por una imaginería de lo grotesco...‖?
–En modo alguno puedo suscribir esa definición. La imaginería surrealista está tan
extendida como la televisión. Una de las cosas que me gusta de Patricia Highsmith,
a quien estoy releyendo estos días con sumo placer, es su aparente carencia de
imaginería lírica, de realismo mágico, de fantasía surreal. Para las navidades, nada
mejor que una literatura objetiva, aunque tampoco Highsmith es demasiado
objetiva. Tampoco se puede decir que el grotesco sea una de las señales de
diferenciación con la narrativa del boom. Onetti, Donoso, el mismo García Márquez
ahondaron en el grotesco como ninguno de los escritores de mi generación lo ha
hecho. En realidad la obra de esos escritores, digamos de Borges a Puig y Arenas,
es tremendamente sólida y rica. Hay muy pocos novelistas actuales que posean la
ambición de Fernando del Paso, por ejemplo, o el humor y la exactitud de Cortázar.
En fin, ya se verá. En una generación, por otra parte, caben escritores de 25 años y
también de 50. Supongo que más entrado el siglo 21 se podrá hacer un balance,
cuando la mayoría de nosotros hayamos muerto, y se podrá ver si nuestra
literatura ha valido o no ha valido la pena.
Melanie Jösch
-Es un poema de cuando yo tenía veinte años y cuando dejé Chile por última vez,
en enero del '74. Trata sobre una cierta orfandad mercurial, líquida, en donde se
confunde la libertad y la locura, y en donde el hablante, el yo poético, promete ser
fiel a ambas cosas, tanto la libertad como la locura... que, visto ahora, me parece
un poco desmesurado, claro.
-Decías que el último poema del libro lo escribiste luego de una visita a
Nicanor Parra en 1998. ¿Cuánta influencia reconoces de su poesía?
-Yo creo que todos los poetas, no sólo chilenos sino latinoamericanos, le debemos
muchísimo a Parra. En algunos no se nota, porque supongo que son los buenos; en
otros, como yo, que estoy más bien entre los malos, se nota mucho.
-Algunos opinan que la antipoesía no existe como tal, sino que se trata de
una especie de culto al feísmo que equilibra el discurso poético...
-No creo que sea un culto al feísmo. Tal vez en los últimos poemas de Parra hay
una investigación muy lúcida en donde toca o roza el feísmo. Pero el Parra de los
Poemas y Antipoemas o de los libros de los años 60 es de una belleza aplastante.
Por ejemplo, el Soliloquio del Individuo, ese poema marca un antes y un después
en la poesía en lengua española. A partir de ese momento hay un quiebre sin
vuelta atrás".
-El poeta a partir del Soliloquio del Individuo ya no canta. Antes, el poeta en lengua
española lo único que hacía era cantar. El poeta era un ruiseñor. A partir del
Soliloquio el poeta piensa, y eso es súper importante, cuando la fuerza del poema
no se basa sólo en la metáfora ni sólo en la música, sino en la idea. En Chile
tenemos dos grandísimos poetas a los que admiro mucho. Huidobro basa toda su
poesía en la metáfora. Neruda basa su poesía, hasta el momento del Soliloquio, en
la música. Después de eso entra el poeta como un ser pensante y, también, como
un humorista.
BOLAÑO: No, no creo que Dick soñara con ser el mejor escritor en una
dimensión paralela a esta. En Dick la salvación está en la amistad, en el
sexo, en la aventura compartida, no en la escritura, ni mucho menos en lo
que formalmente se llama "buena escritura" y que no es otra cosa que una
serie de convenciones más o menos aceptadas por todos. Ahora bien, es
muy probable que Dick experimentara esa sensación de lucidez con
respecto a su propia escritura y que en algunos momentos (momentos de
debilidad y vanidad que todo el mundo tiene) viera como algo injusto su
destierro en la literatura de género, en la estantería de los libros populares
y baratos. Pero esto es algo que le ha ocurrido a muchos buenos
escritores. En la tradición norteamericana hay ejemplos en donde el
silencio (el caso de Emily Dickinson) o el desdén (Melville, por ejemplo) son
mayores que el silencio y el desdén buscado y sufrido por Dick.
"Al final no tuvimos ninguna pared donde apoyarnos" Ha sido la revelación literaria
del pasado año. Es chileno, nació en 1953 y desde 1977 vive en España. Para
entonces ya había recorrido un buen camino. A los quince años se trasladó a
México, donde se hizo poeta, vivía del periodismo y se convirtió en troskista. En
1973 volvió a Chile, justo para presenciar el golpe militar. Cayó preso, pero tuvo
suerte y lo soltaron. Estuvo también en El Salvador, donde conoció a los futuros
asesinos de uno de los mayores poetas latinoamericanos. Son cosas de las que
habla en esta entrevista. En España ejerció todos los oficios posibles. Ya había
cumplido los 43 cuando publicó su primer libro de narrativa, La literatura nazi en
América (Seix Barral, 1996), que fue aclamado por la crítica española. Luego
vinieron Estrella distante (Anagrama, 1996), novela que consolidó su recién ganada
reputación, y los cuentos de Llamadas telefónicas (Anagrama, 1997), que le
consagró como uno de los mejores escritores contemporáneos en castellano. Desde
hace algunos años vive en un pequeño pueblo de la Costa Brava.
Por azar. En Blanes me fui a montar un negocio; era una época en que tenía
tiendas. Era una tienda de bisutería, ropa, para turistas, y así me quedé a vivir allí.
No, desde el año 93 vivo exclusivamente de la literatura. Ese año gané tres o
cuatro premios que me dieron mucho más dinero que los libros que publiqué luego.
Tenía cuarenta años.
No lo veo ni como un giro ni como algo milagroso. Yo escribo desde los 18 años y a
los 22 vivía de la literatura en México. Todo el dinero que llegaba a mis manos era
producto de escribir: periodismo, artículos... Recuerdo que el billete de avión para
venirme a Europa lo gané con dos artículos en una revista mexicana.
Vine a España en el año 77. En realidad iba a Suecia, donde más o menos tenía
arreglado un trabajo, pero mi madre vivía en España desde hacía dos años y estaba
muy enferma cuando yo llegué. Entonces, me quedé a esperar que se pusiera bien,
a ayudarla, en fin. Barcelona, en el año 77, era una verdadera belleza, una ciudad
en movimiento con una atmósfera de júbilo y de que todo era posible. Se confundía
la política con la fiesta, con una gran liberación sexual, un gran estallido sexual, un
deseo de hacer cosas constantemente, que probablemente era artificial, no me
hago muchas ilusiones al respecto, pero, artificial o verdadero, era tremendamente
seductor. Para mí fue un descubrimiento, y me enamoré de la ciudad. En Barcelona
aprendí cosas que yo creía que sabía pero en realidad no sabía.
Eso ya ocurre después de que pasa la euforia del 77. En España el desencanto lo
fechan en el 79-80, pero en mí empezó un poco después. Me fui a Girona porque
estaba harto de Barcelona, además vivía en una calle muy céntrica, Tallers, a
espaldas de La Vanguardia. Lo visitaban miles de personas. Había tenido miles de
historias y necesitaba salir de todas ellas, era vivir con gente y con fantasmas.
Necesitaba irme a algún sitio donde no conociera a nadie.
Por mis padres. Mi madre era profesora y mi padre era transportista. Decidieron un
día irse a México a vivir. Cada uno llegó con un ideal y luego no salió nada, como
pasa siempre.
A los veinte años vuelvo a Chile sólo a hacer la Revolución. Yo estaba por aquella
época más bien en la extrema izquierda, cercano al MIR, pero mi ideología era
troskista. En realidad el MIR nunca tuvo buena relación con la política de los países
del Este. Ahora, siempre ha sido una salvedad bastante infantil con Cuba porque es
una enfermedad de los latinoamericanos. Los cubanos pueden ser prosoviéticos,
pero son latinoamericanos...
Caso de Cortázar, que era crítico con la URSS, pero apoyaba al régimen
cubano que censuraba sus libros.
Yo creo que ahí la cagó Cortázar y la gran mayoría, y la cagaron de una manera
bestial. El hecho de que fueran latinoamericanos de alguna manera les perdonabas
más que a los demás. Es difícil, porque, por ejemplo, hubo muchos troskos que se
exiliaron en Cuba, y los cubanos no se portaron mal con ellos. Hubo muchas
guerrillas de gente que no estaba con el socialismo real, claramente, que fueron
apoyadas también por Cuba. Además, la atmósfera de aquellos años era
apocalíptica en el sentido de San Juan, en el sentido cristiano. Todos esperábamos
o el estallido de la revolución o el estallido de la contrarrevolución. El Día del Juicio
era algo que se respiraba. El miedo a ese día evidentemente te hace buscar, al
menos mentalmente, una pared donde apoyarte, por puro miedo. Al final no
tuvimos ninguna pared donde apoyarnos y nos fue como nos fue, evidentemente,
pero yo creo que sólo así se explica lo de Cuba y lo de Cortázar...
Los últimos meses del gobierno de Allende fueron espantosos. Pero tampoco me
hacía muchas ilusiones; era ingenuo, pero no esperaba la revolución suprema de
los hombres puros ni nada de eso. Yo creo que en el fondo iba a la aventura y me
gustaba la aventura en sí misma. Encontré toda la aventura que quería y
muchísima más. Sobre todo después del golpe de estado.
Yo vivía en casa de Jaime Quesada, que ahora es un poeta casi oficial, y en aquella
época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo:
"Roberto, han dado un golpe los militares". Lo primero que recuerdo es decir:
"¿dónde están las armas?, que yo me voy a luchar". Y Jaime diciéndome: "no
salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo?".
Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día
en casa. Fui a casa de un chaval de quince años que sabía que era de izquierdas. Y
le pregunté: "¿quién está organizando la resistencia en el barrio?, porque yo voy de
voluntario". Y este chaval me dice "yo también quiero ir de voluntario". Yo tenía
veinte, pero éste tenía quince. Y fuimos juntos a la célula comunista, que eran los
únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa
de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo,
además, que tenía libros de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía, estos
pequeños libritos de vaqueros los tenía en su aparador. Fue muy tierno, muy
desolador y muy tierno.
Llegamos allí y decimos, "¿qué hay que hacer?". Somos como veinte o treinta
personas y nos dan a cada uno una tarea: vigilar calles. En realidad nos dan un
plan prefabricado con un escenario de guerra civil, no de golpe de estado. Yo me
encuentro con que aquello que me mandaban hacer era una soberana estupidez.
Porque era vigilar la casa de un civil, de una persona que se sabía que era de
derechas, por si llegaban allí armas, en fin, tener controlada esa casa. Algo
demencial, porque las calles estaban desiertas y cuando pasaban patrullas militares
si no te disparaban te detenían. Me dan un pseudónimo y un santo y seña para
darlo a un compañero que pasaría haciendo los controles. Me voy a la calle que
tengo que vigilar. No hay nadie, estoy yo solo. Empecé a tener miedo, ¿qué hago
yo aquí? Estás en una calle solo y lo primero que piensas es que te están mirando
desde todas las ventanas. Hasta que llegaron los que pasaban revisión y a mí se
me había olvidado la contraseña; hablé con ellos, volví a la célula. En aquella época
hablaba como mexicano y creyeron que era extranjero. Y como a todos los
extranjeros se les suponía una gran veteranía en la lucha armada, me piden a mí,
que podía ser muy bien un infiltrado, que vaya a contactar con la célula mayor.
Tenía que ser un contacto de persona a persona. Me dan una bicicleta para que
vaya a no sé cuántos kilómetros de distancia por una ciudad que no conozco,
porque yo nunca he vivido en Santiago. Ahí me di cuenta: si les hago caso me
matan seguro. Fue divertidísimo. Como una película de los hermanos Marx.
Ordenes, contraórdenes, nadie se aclaraba.
A eso de las doce, una de la tarde nos llega la noticia de que el general Prats viene
con un contingente de tropas leales. Decidimos ir a recibir a Prats, pero
militarmente, es decir, darle una cobertura de entrada y ver qué armas teníamos. Y
nos vamos a un barrio que estaba allí al lado, como de chabolas, que se llamaban
en esa época el movimiento "los sin casa": ocupaban terrenos y construían. Una de
esas casas estaba llena de bombas molotov. Y lo lógico era destruir una serie de
puentes peatonales para impedir el paso de las primeras avanzadillas de los
pinochetistas hasta que llegaran las tropas de Prats. Luego resultó que Prats a esa
hora estaba preso ya. No había tropas, no había nada, el general estaba detenido.
Además, ¿cómo vas a tirar puentes peatonales con bombas molotov? Era una
locura absoluta. Porque no había nada, ni armas cortas..., sólo bombas molotov.
Era impresionante. Y así fue el día.
A mí me sacaron de la cárcel dos policías, que habían sido compañeros míos a los
quince años. Yo salí a los ocho días porque estaban estos dos allí; si no me hubiera
podido pasar un mes o dos. Pero un día voy y me encuentro a un detective que
dice: "¿no te acuerdas de mí? Soy tu compañero". Yo no me acordaba de nada. Fue
impresionante.
Por una cuestión de economía. Cada cuento tiene su reverso, pero ceñido con una
disciplina de hierro. Porque de lo contrario no hubiera podido escribir los catorce
cuentos de este libro, hubiera escrito catorce novelas. Y, probablemente, catorce
novelas infinitas. Por ejemplo, "Vida de Anne Moore", el último cuento de Llamadas
telefónicas es, en su reflejo, una novela-río de aproximadamente seiscientas
páginas. Suceden cosas que se pueden contar en seiscientas páginas, pero con
tranquilidad perfecta.
Esas sombras o guías literarias resultan más visibles en los relatos de La literatura
nazi en América. Tal vez porque allí hubo la necesidad de ilustrar con obras la
biografía de los imaginarios autores presentados... Yo creo que La literatura nazi es
una novela, con exposición, desarrollo, desenlace. La novela más típica...
Ciertamente, no sólo los fachas cometieron horrores en América Latina. Ahí está el
caso de aquel poeta salvadoreño que asesinaron sus camaradas. Roque Dalton. Yo
conocí a varios de los que mataron a Roque Dalton. Viví en El Salvador antes de
que comenzara la Guerra Civil, y de los diez comandantes principales cuatro eran
escritores. Y a dos de ellos los conocí. A uno que se llamaba Cienfuegos y a otro
que no sé cómo demonios se llamaba. Y conocía a muchos escritores y...
Hombre, sí, encantadores. Algunos no tanto. Además, yo recorrí toda la costa del
Pacífico de América Latina en mi camino hacia Chile en el año 73, y éstos tenían mi
edad: veinte años, veintidós, veintitrés... O algo más. Quien me presentó a esta
gente fue Manuel Sorto, que era el cienasta oficial de la guerrilla, el que filmaba las
películas, a riesgo de su vida, que luego se exhibían en todo el mundo. Fue una
persona muy ética. Pero, por ejemplo, Cienfuegos, que es uno de los que dieron la
orden de matar a Roque Dalton, yo me pregunto si, incluso, no hay allí una
enemistad literaria.
No, Cienfuegos no era un poeta malo, pero no tenía nada que hacer al lado de
Roque Dalton. Creo que a Dalton lo mataron, básicamente, por lo de los hijos
haciendo el ritual de la matanza del padre.
Sí, sí, literal. Además lo mataron mientras dormía. No, no lo despertaron; él nunca
supo que lo iban a matar. Discutieron durante todo el día, porque Roque Dalton se
oponía al levantamiento armado y los comandantes decían que ya era la hora y que
había que empezar la revolución. No llegaron a ningún acuerdo; Roque Dalton se
fue a dormir, los comandantes siguieron discutiendo y dijeron: hay que matarlo.
Como si fuera una banda de gángsters. Y dijeron, matémoslo ahora que está
durmiendo, porque es poeta, para que no sufra. Palabras literales.
El próximo libro debería ser La literatura bolchevique en América Latina... Sí, pero
tal vez no accedo de una manera directa a ello porque me duele mucho.
Estrella distante
Por Mónica Maristain
Roberto Bolaño vive en Blanes, España, y está muy enfermo. Espera que un
trasplante de hígado le dé resto para vivir con esa intensidad que alaban quienes
tienen la fortuna de tratarlo en la intimidad. Dicen ellos, sus amigos, que a veces se
olvida de ir a la visita médica por escribir.
A los 50 años, este hombre que recorrió Latinoamérica como mochilero, que se
escapó de las fauces del pinochetismo porque uno de los policías que lo encarceló
había sido su compañero en la escuela, que vivió en México (alguna vez la calle
Bucareli en un tramo llevará su nombre), que conoció a los militantes del
Farabundo Martí que luego se convertirían en los asesinos del poeta Roque Dalton
en El Salvador, que fue vigilante en un camping catalán, vendedor de bisutería en
Europa y siempre un hurtador de buenos libros porque leer no es sólo una cuestión
de actitud, este hombre, decíamos, ha transformado el rumbo de la literatura
latinoamericana. Y lo ha hecho sin avisar y sin pedir permiso, como lo hubiera
hecho Juan García Madero, antihéroe adolescente de su gloriosa Los detectives
salvajes: "Estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería
estudiar Derecho sino Letras, pero mi tía insistió y al final acabé transigiendo. Soy
huérfano. Seré abogado. Eso lo dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi
habitación y lloré toda la noche". El resto, en las 608 páginas restantes de una
novela cuya importancia los críticos han comparado con Rayuela, de Julio Cortázar,
y hasta con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Él diría, frente a
tanta hipérbole: ni modo. Así que mejor vayamos a lo que importa en esta
coyuntura: a la entrevista.
¿Siguió siendo Enrique Vila-Matas amigo suyo luego de la pelea que tuvo
usted con los organizadores del Premio Rómulo Gallegos?
–Mi pelea con el jurado y los organizadores del premio se debió, básicamente, a
que ellos pretendían que yo avalara, desde Blanes y a ciegas, una selección en la
que yo no había participado. Sus métodos, que una pseudo poeta chavista me
transmitió por teléfono, se parecían demasiado a los argumentos disuasorios de la
Casa de las Américas cubana. Me pareció que era un error enorme que Daniel Sada
o Jorge Volpi fueran eliminados a las primeras de cambio, por ejemplo. Ellos dijeron
que lo que yo quería era viajar con mi mujer e hijos, algo totalmente falso. De mi
indignación por esta mentira surgió la carta en donde los llamé neostalinistas y algo
más, supongo. De hecho, a mí me informaron que ellos pretendían, desde el
principio, premiar a otro autor, que no era Vila- Matas, precisamente, cuya novela
me parece buena, y que sin duda era uno de mis candidatos.
–No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo.
Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he
perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto
rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.
–Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz
que median entre una y otra.
¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?
–La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío
de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.
–Soy latinoamericano.
–Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos,
Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas
calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día
olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.
–Probablemente las pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más
cobarde de los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del siglo XX,
y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí, verdaderamente
memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es posible que Pezoa Véliz aún
no haya muerto y esté agonizando y que su último minuto sea un minuto bastante
largo, ¿no?, y todos estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos
estemos dentro de él.
–Mi mejor amigo fue el poeta Mario Santiago, que murió en 1998. Actualmente tres
de mis mejores amigos son Ignacio Echevarría y Rodrigo Fresán y A. G. Porta.
–Una secretaria suya, tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije
que estaba demasiado ocupado.
¿Javier Cercas compartió con usted las regalías por Soldados de Salamina?
–Nicanor Parra por encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente Huidobro y
Gabriela Mistral.
–The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los
remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y
atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.
–Depende. El Oeste es para Rodrigo. El Este para mí. Luego nos contamos los libros
de nuestras correspondientes áreas y parece que lo hubiéramos leído todo.
–Mamá, perdóname, he sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera
bueno.
¿Y a Salvador Allende?
–Poco o nada. Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben
nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis
lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco
melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.
¿Y a Vicente Huidobro?
–Para mí, ciertamente, no. No sé qué pensarán los poetas que durante esa época,
cuando yo viví en México, escribían como sus clones. Hace mucho que no sé nada
de la poesía mexicana. Releo a José Juan Tablada y a Ramón López Velarde, incluso
puedo recitar, si se tercia, a Sor Juana, pero no sé nada de lo que escriben los que,
como yo, se acercan a los cincuenta años.
–Pérez Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más
leído de su época.
¿Y el hecho de que Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real
Academia?
–La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no
está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido
García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a
una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en
la Academia brasileña.
–Nunca critiqué su menú. Si acaso, tendría que haber criticado su humor, un humor
vegetariano o, mejor, a dieta.
¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por
parte de sus enemigos?
–Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me
arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito
baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre
paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las
gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises,
¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?
–Mis libros los lee Carolina (su esposa) y después (Jorge) Herralde (el editor de
Anagrama) y después procuro olvidarlos para siempre.
¿Ha experimentado el hambre feroz, el frío que cala los huesos, el calor
que deja sin aliento?
–Como dice Vittorio Gassman en una película: modestamente, sí.
–Nunca. Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar
con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.
–Sí, y en una ocasión, además, del brazo de mi abuela. La anciana señora era
incansable y yo pensé que de ésa no salíamos.
–Nunca voluntariamente.
–Sí, cuando trabajaba en una tienda, allá por el año '84. La tienda estaba vacía y
entró una mujer hindú. Parecía y tal vez fuera una princesa. Me compró algunos
colgantes de bisutería. Yo, por descontado, estaba a punto de desmayarme. Tenía
la piel cobriza, el pelo largo, rojo, y por lo demás era perfecta. La belleza
intemporal. Cuando tuve que cobrarle me sentí muy avergonzado. Ella me sonrió
como si me dijera que lo entendía y que no me preocupara. Luego desapareció y
nunca más he vuelto a ver a alguien así. A veces tengo la impresión de que era la
mismísima diosa Kali, patrona de los ladrones y de los orfebres, sólo que Kali
también era la deidad de los asesinos, y esta hindú no sólo era la mujer más
hermosa de la Tierra sino que también parecía ser una buena persona, muy dulce y
considerada.
¿Coleccionaba figuritas?
–Por supuesto.
–Muchísimo. El sentido del desafío y la apuesta alta. Y otras cosas que me callo por
decoro.
–Nada.
–La primera vez, mucho, después aprendí a tomarme las cosas con algo más de
humor.
¿Y por odio?
–Cocinándole arroz. En esa época yo era muy pobre y mi dieta era básicamente de
arroz, así que lo aprendí a cocinar de muchas formas.
–Era de noche, poco antes de las 12, yo estaba solo, y como no se podía fumar en
el hospital me fumé un cigarrillo virtualmente encaramado en el artesonado de la
cuarta planta. Menos mal que no me vio nadie desde la calle. Sólo la luna, habría
dicho Amado Nervo. Cuando volví a entrar una enfermera me dijo que mi hijo ya
había nacido. Era muy grande, casi calvo del todo, y con los ojos abiertos como
preguntándose quién demonios era ese tipo que lo tenía en los brazos.
–Yo sólo espero que sea feliz. Así que mejor que sea otra cosa. Piloto de avión, por
ejemplo, o cirujano plástico, o editor.
–Casi nunca.
¿Qué cosas de todas las que le han dicho sus lectores en torno de sus
libros lo han conmovido?
–Me conmueven los lectores a secas, los que aún se atreven a leer el Diccionario
filosófico de Voltaire, que es una de las obras más amenas y modernas que
conozco. Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a Cortázar y a Parra, tal
como los leí yo y como intento seguir leyéndolos. Me conmueven los jóvenes que se
duermen con un libro debajo de la cabeza. Un libro es la mejor almohada que
existe.
–He tenido miedo de los fans de Leopoldo María Panero, el cual, por otra parte, me
parece uno de los tres mejores poetas vivos de España. En Pamplona, durante un
ciclo organizado por Jesús Ferrero, Panero cerraba el ciclo y a medida que se
aproximaba el día de su lectura la ciudad o el barrio donde estaba nuestro hotel se
fue llenando de freaks que parecían recién escapados de un manicomio, que, por
otra parte, es el mejor público al que puede aspirar cualquier poeta. El problema es
que algunos no sólo parecían locos sino también asesinos y Ferrero y yo temimos
que alguien, en algún momento, se levantara y dijera: yo maté a Leopoldo María
Panero y después le descerrajara cuatro balazos en la cabeza al poeta, y ya de
paso, uno a Ferrero y el otro a mí.
¿Qué siente cuando hay críticos como Darío Osses que considera que usted
es el escritor latinoamericano con más futuro?
–Debe ser una broma. Yo soy el escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí,
soy de los que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.
–Ver jugar a mi hija Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un
croissant leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La
literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor.
¿Escribe a mano?
Cierre los ojos, ¿cuál de todos los paisajes de la Latinoamérica que usted
recorrió le viene primero a la memoria?
–Los labios de Lisa en 1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del
desierto. El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre que
nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración. Una excursión al
Popocatépetl con Lisa, Mara y Vera y alguien más que no recuerdo, aunque sí
recuerdo los labios de Lisa, su sonrisa extraordinaria.
¿Cómo es el paraíso?
–Como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y
se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo
no importa.
¿Y el infierno?
–En el '92.
–Ninguna. Supe que no era inmortal, lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de
que lo supiera.
¿Qué cosas desea hacer antes de morir?
–Por supuesto, pero me salvó siempre el sentido del humor. Me contaba historias
que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me tirara al
suelo a reírme.
La locura, la muerte y el amor, ¿de qué de estas tres cosas ha habido más
en su vida?
–Mucho.
¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo
Los detectives salvajes y luego todo lo demás?
–La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue
siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en
combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi "obra", pues
bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora
me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos
y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería
más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha
importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.
–Ay, Mónica, yo les tengo miedo a otras cosas. Digamos: cosas más terroríficas,
infinitamente más terroríficas.
Cuando terminó de escribir "El ojo Silva", ¿no sintió que había escrito un
cuento capaz de estar a la altura, por ejemplo, de "Casa tomada"?
–Cuando terminé de escribir "El ojo Silva" dejé de llorar o algo parecido. Qué más
quisiera yo que se pareciera a uno de Cortázar, aunque "Casa tomada" no es uno
de mis favoritos.
–Mis cinco libros en realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta
de lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La
Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de
Kennedy Toole. Pero también debería citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques
Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El
proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de Wittgenstein. La
invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma,
de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.
¿Qué dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela
mexicana de la contemporaneidad?
–Que lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas públicas
y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que por lo demás es lo
más indicado en estos casos y ni siquiera es pecado venial.
¿Es cierto que fue Juan Villoro el que le convenció para que no titulara
Tormentas de mierda a su novela Nocturno de Chile?
¿Cómo es Blanes?
–Un pueblo bonito. O una ciudad pequeñita, de treinta mil habitantes, bastante
bonita. Fue fundada hace dos mil años, por los romanos, y luego pasaron por aquí
gente de todos los lugares. No es un balneario de ricos sino de proletarios. Obreros
del norte o del este. Algunos se quedan a vivir para siempre. La bahía es bellísima.
–El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte.
–Mi querida Maristain, vuelve usted a empujarme a los potreros de la cursilería, que
son mis potreros natales. Yo tengo esperanza en los niños. En los niños y en los
guerreros. En los niños que follan como niños y en los guerreros que combaten
como valientes. ¿Por qué? Me remito a la lápida de Borges, como diría el ínclito
Gervasio Montenegro, de la Academia (como Pérez Reverte, fíjese usted) y no
hablemos más de este asunto.
–Estoy seguro, querida Maristain, de que no lo ganaré, como también estoy seguro
de que algún atorrante de mi generación sí que lo ganará y ni siquiera me
mencionará de pasada en su discurso de Estocolmo.
–Yo he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un ratito, incluso
en las circunstancias más adversas.
–Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De
eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver
solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez
entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con
un tiro en la boca.
¿Confiesa que ha vivido?
–Bueno, sigo vivo, sigo leyendo, sigo escribiendo y viendo películas, y como les dijo
Arturo Prat a los suicidas de la Esmeralda, mientras yo viva, esta bandera no se
arriará.
Encontrado en:
http://www.pagina12web.com.ar/suplementos/radar/vernota.php?id_nota=843&se
c=9
Foot analisa obra do chileno Roberto Bolaño
[29/7/2007] (O Estado de S. Paulo, Caderno 2, Cultura, 29/7/2007)
O DETETIVE SELVAGEM
Em sua última entrevista, feita três semanas antes de sua morte e publicada postumamente
pelo jornal La Tercera, de Santiago do Chile, em 20 de julho de 2003, Roberto Bolaño, então
gravemente enfermo, aguardando na fila por um transplante de fígado que pudesse lhe
garantir alguma sobrevida, "sobretudo por meus filhos, minha pequenita que tem dois anos
(Alexandra), y Lautaro (com 14)", consciente do fim próximo, almejando apenas "o prêmio
de poder escrever cada dia", não perdeu sua irreverência debochada em relação a toda idéia
de literatura e literatos como instituição de poder cristalizado.
Desde 1999, com a consagração generalizada no mundo das letras em língua espanhola (que
culminou com a obtenção do prêmio Rómulo Gallegos por seu romance polifônico Os
detetives selvagens), ele passou a ser cultivado por jovens escritores, pela mídia cult e por
críticos literários, em especial no Chile, para onde jamais retornaria, desde sua milagrosa
policial que o reconheceu como o ex-colega dos bancos do liceu, semanas depois do golpe de
Pinochet. Mas nessa derradeira entrevista, dada em sua casa em Blanes, na Catalunha, a
100 Km ao norte de Barcelona, reafirmava: "Eu não sou ídolo de nada". Para arrematar:
"Prefiro morrer em plena lucidez a morrer (como vários escritores) fazendo tontices".
Ao desaparecer, aos 50 anos, Bolaño parecia ter cumprido, em meteórica carreira, essa
postura radical sem nenhuma impostação de vanguarda, e o legado de sua obra vertiginosa
pistas e sentidos inesgotáveis, a ser trilhado, agora lentamente, pelas atuais e futuras
gerações de amantes sobreviventes do que ainda pode ser tomado como grande arte
literária. Deixou pelo menos duas obras inéditas: o livro de contos El gaucho insufrible, este
já no prelo (publicado três meses depois de sua morte), que ao lado de seus dois outros
volumes de contos, Llamadas telefónicas (1997) e Putas asesinas (2001), insere o autor,
tranqüilamente, no rol dos mestres da narrativa curta na América Latina, o que não é pouco
numa região em que esse gênero teve tantos inventores de altíssima qualidade em todo o
século XX; e o romance monumental 2666, este carecendo ainda de revisão final em suas
mais de mil páginas, trabalho que Bolaño confessava, naquela entrevista, estar além de suas
forças físicas, e que sairia postumamente em 2004, sem o último mergulho que ele
reclamara.
Enquanto esperamos ver proximamente toda a sua obra traduzida no Brasil, vale reportar,
ainda aqui, os dois contos-manifestos com que encerra seu El gaucho insufrible e que
iluminam algo do que seria uma sorte de testamento poético, ao lado da entrevista final e
homenagem a poetas e escritores de sua linhagem estética mais remota, encerrando com
Kafka, a partir do livro que lhe dedicou Canetti, para dizer que, percebendo-se doente, "já
nada o separava de sua escritura". Já em "Los mitos de Chtulhu", dedicado ao amigo Alan
da história emerge faiscante: "América Latina foi o manicômio da Europa assim como os
Estados Unidos foi sua fábrica. A fábrica está agora em poder dos capatazes e loucos fugidos
são sua mão-de-obra. O manicômio, faz mais de sessenta anos, está queimando em seu
próprio azeite, em sua própria gordura". Quem são esses "capatazes"? Voltamos à entrevista
com que comecei: Hernán Rivera Letelier, Skármeta, García Márquez, Vargas Llosa, Bryce
Echenique, Isabel Allende, Tomás Eloy Martínez. E prossegue Bolaño: "E digo que a literatura
agônica é a minha e que os ganhadores são eles, os que vão ditar as normas do manicômio".
Para então constatar, ele que foi grande admirador de Guy Debord: "A perdurabilidade foi
vencida pela velocidade das imagens vazias. O panteão dos homens ilustres, descobrimo-lo
com estupor, é o canil do manicômio que se incendeia".
---
DIA"!
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Pausa. A essas alturas, seria o caso de referir pelo menos uma amostra do enfeitiçado poder
narrativo de Bolaño, pelo menos uma personagem, para além de seus duplos, o par
e Ulises Lima, alteregos, respectivamente, do próprio autor e de seu amigo maior, o poeta
mexicano infrarrealista Mario Santiago Papasquiaro (1953-1998), a quem ele dedica esta
hoje injustamente ignorada prosa poética Amuleto (1999) e algumas passagens comoventes
de seu discurso de Caracas. Fiquemos por ora em Amuleto, com essa personagem
estranhíssima que é Auxilio Lacouture, poeta uruguaia, exilada no DF (a fórmula popular
para a megalópica capital mexicana), mas que na vida real se chamou Alcira (confirmam isso
tanto a crítica argentina argentina Celina Manzoni quanto o poeta uruguaio Enrique Fierro,
hoje professor em Austin, Texas, e exilado no México, nos anos 70, coevo a Bolaño). Tirando
Amuleto, numa narrativa em primeira pessoa, a voz delirante de Auxilio-Alcira, cujo primeiro
detetives.... Já na sua reaparição, em primeiro plano, o discurso lírico toma a cena e o caso,
Olimpíadas. O caso é que essa mulher, andarilha do campus, espécie de anti-musa dos
jovens poetas radicais do México, ficou confinada por cerca de duas semanas num dos
banheiros femininos dos prédios invadidos pelo exército, e sua saga é a da resistência, não
só libertária mas poética, pois dialoga em sua cisma solitária, entre outros fugitivos, com
exilados de outro tempo e outra guerra, a Civil Espanhola, como o poeta Pedro Garfias e a
pintora surrealista Remedios Varo, que emigrara para o DF junto com Benjamin Péret. Ela
diz: "Pensei: ambos fatos estão relacionados, escrever e destruir, ocultar-se e ser
descoberta".
ao lado de seus companheiros de viagem no exílio mexicano, nos anos 70: a expressão
inspira-se numa expressão de Mariátegui sobre a poesia de Philippe Soupault, outro dos
sua mente revolta, prisioneira oculta e senhora de uma façanha involuntária, ela vê num
quadro de Remedios o vale mítico do México, e ouve a marcha e o canto dos milhares de
narradora e de sua loucura, mas logo da loucura dos poetas e artistas, amuleto de uma
literatura capaz de evocar tantos personagens mínimos, tantas vozes mortas.
Seria esse o destino do vôo cego da alta literatura, ou a função maior da poesia, de que
motivo, em torno dessa outra mítica personagem feminina, Cesárea Tinajero, poeta
desaparecida nos desertos mexicanos, nos anos 30, e redescoberta pela obsessiva busca da
dupla Belano-Lima, nas páginas finais do romance.
Dela não restaram versos, apenas as marcas desconexas de testemunhos e registros vagos
mas sua morte é a salvação dos detetives, do jovem poeta García Madero e de sua
estilhaçamento das identidades, tem outro grande inspirador: Malcom Lowry, de À sombra
do vulcão (1947), não à-toa inserido como epígrafe do romance. Mas Tinajero teria dito a
uma professora primária, sua colega, entre tantos destinos perdidos e silêncios vagos, sobre
"os tempos que iriam vir". "Cesárea mencionou uma data: lá pelo ano 2600. Dois mil
seiscentos e tanto". Como se, fora do tempo e do espaço, uma nova locação histórica e
cultural pudesse começar a ser tecida. Parece que aqui também se vislumbra a pista
desencadeadora de seu mais ambicioso e derradeiro projeto, 2666.
---
Mas nenhuma presunção e muito menos misticismo irrompem das múltiplas vozes, centenas
nosso iluminado escritor. Isso foi muito bem apontado por Cedomil Goic, grande scholar,
espécie de Antonio Candido chileno, em magistral conferência sobre Bolaño dada em Austin,
exatas no tempo e no espaço com o imprevisto, aleatório e quase sempre desastrado fim dos
Por isso, citando Cervantes, em Caracas, em 99, Bolaño reafirmava: "... tudo que escrevi é
uma carta de amor ou de despedida a minha própria geração, os que nascemos na década
de 50". E, adiante: "Toda América Latina está semeada com os ossos destes jovens
esquecidos".
El autor obtuvo el galardón por su novela "Los detectives salvajes", que ganó en
1998 el premio Herralde, en España. La obra, extensa, narra la historia de dos
personas que buscan a la fundadora de una sociedad literaria para encontrarse a sí
mismas.
http://www.lanacion.com.ar/99/07/05/g14.htm
CULTURA
La paciencia de Bolaño
Con estas misiva, el narrador chileno Roberto Bolaño, invitado como miembro del
jurado para el premio Rómulo Gallegos, da testimonio de su contundente deslinde
con el Celarg y su presidente
Roberto Bolaño
Roberto Bolaño: Me alegro que haya ganado Vila-Matas Aun así espero que en
Caracas quede claro que yo nada he tenido que ver con esta decisión, que me
parece buena, pero que, según soplara el viento, hubiera podido ser muy mala. Tal
como lo decía en mi nota: la responsabilidad en la elección, acertada o
desacertada, no me atañe en lo más mínimo.
Pero, por otra parte ¿no se transforma uno mismo, la propia vida,
en proyecto literario? Tal vez, al mismo tiempo que creador de
personajes, uno se inventa a sí mismo como autor.
No, eso no lo creo. Puede que alguna vez lo creyera, pero ya no.
Uno puede aprender miles de cosas, puede -y esto es tal vez lo más
importante- aprender a ser mejor, más bueno, puede adquirir
buenos modales, puede convertirse en un ser más civilizado, puede
aprender a sumar y a dividir, pero no se inventa a sí mismo. Te
inventan, es posible, a hachazos, en una o dos ocasiones a lo largo
de toda tu vida. Te iluminan de forma misteriosa, y casi nunca te
das cuenta, en ocasiones eres tú el que da la lección aunque más
generalmente eres tú el que recibe la lección, pero inventarse a sí
mismo no. Además, ¿para qué? ¿En base a qué lecturas? En
realidad, si nos inventáramos a nosotros mismos tendríamos los
pies de barro. Y probablemente el planeta se parecería mucho más
a un manicomio de lo que parece ahora.
Hablando de poesía, Rimbaud, el ejemplar, después de haber sido
un ángel ¿qué crees que fue a hacer a Abisinia?
Creo que la poesía debería intentar ser clara, eso para empezar. Los
desmanes líricos o metafóricos suelen ser aburridos y no soportan
las relecturas.
Ah, sobre el sexo no tengo nada que decir. Me callo la boca. Sobre
los salvavidas puedo decir algo: suelen hundirse en el fondo del
mar. En mi defensa puedo añadir que nunca quise poseer a nadie
ni ser poseído. No tengo esclavos. Mucho menos, esclavas.
Deriva es una revista digital de literatura y cine. ISSN 1697-4220. Madrid. España.
http://www.deriva.org/entrevistas/entrevistas.php?ID=5
El literato promociona su poemario y reconoce sus deudas
Roberto Bolaño: "Le debo a Parra toda mi obra
literaria"
Con la antología Los Perros Románticos bajo el brazo, el narrador chileno anuncia la
publicación de un volumen de cuentos y una nueva novela.
Andrés Gómez
Bolaño no para. El '99 publicó Los Detectives Salvajes, Amuleto y Monsieur Pain,
tres novelas de diverso aliento que lograron amplio eco en la crítica
hispanoamericana. Ya tiene casi listo un volumen de cuentos,Los Sabios de
Sodoma, y anuncia otro relato largo, Tormenta de Mierda,que aparecerían en el
curso del año. Sin embargo, en esta nueva visita a Santiago viene luciendo su perfil
de poeta, que el lector podrá conocer en Los Perros Románticos, antología de su
producción de 1978 a 1998.
"Nunca he dejado de escribir poesía. Lo que pasa es que cada día escribo menos
poesía por razones obvísimas: el dinero lo gano con la prosa",expresa.
Tras la polémica que protagonizó a fines del '99 con algunos escritores chilenos,
Roberto Bolaño está en Santiago para recoger el premio que el Consejo Nacional
del Libro le concedió a Los Detectives Salvajes. "Me pareció entretenido y divertido;
me preocuparía si esas descalificaciones se convirtieran en puñetazos", dice a
propósito de ese pasaje.
A pesar de que Los Perros Románticos, editado por Lumen, aún no llega a Chile, su
autor trajo desde España, donde reside, un ejemplar para el poeta que es su mayor
influencia: "Le debo a (Nicanor) Parra no sólo mi poesía; le debo a Parra toda mi
obra literaria. Me ha enseñado mucho, me ha enseñado a reírme, a tomar la
literatura con sentido del humor. Si no hubiera leído a Parra, probablemente no
habría llegado a leer a Lawrence Stern. Y ya para finalizar, Parra es como mi
atadura telúrica literaria a Chile. Cuando leo a Parra estoy leyendo también,
además de estar leyendo al mejor poeta en español vivo, a un compatriota y me
recuerda cosas de mi infancia, de mi adolescencia".
Luego de esta obra poética, Bolaño regresa a la prosa, con el volumen de cuentos y
con Tormenta de Mierda, título que no le ha gustado a Jorge Herralde, su editor.
"Es una novela chilena, muy rara", dice. "Transcurre desde 1950 hasta el año 2000.
Son 50 años en cien páginas y transcurre sólo en Chile".
Como para insistir en su oficio poético, una de las actividades que Bolaño cumplirá
en Santiago es la presentación de la revista de poesía 101 Matadero, que dirigen
Sergio Parra y Milton Aguilar, el sábado en La Boheme. En su opinión, el género
tiene en el país un gran nivel: "Está Nicanor Parra y está vivo, o sea, mejor poesía
no puede haber. Más allá está Gonzalo Rojas, que es un gran poeta; Armando Uribe
Arce, otro gran poeta. Chile tiene grandes poetas", asegura, sin dejar de mencionar
a Raúl Zurita, Diego Maquieira y Gonzalo Millán.
Esa salud, sin embargo, no la observa en la prosa. "Acá más que polémicas lo que
es necesario es que se dinamice la crítica literaria. Toda la literatura chilena que se
hace, lo que necesita es una estrcutura de crítica literaria que la clarifique, que la
encuadre en un cierto canon o en varios canones", sostiene.
"Chile no va a ser jamás una potencia atómica -prosigue-, pero lo que puede llegar
a ser es una potencia cultural y para eso hay que empezar por el principio, con un
cierto orden. Aquí la primera vez que llegué me encontré a vanguardistas que
parecían recién salidos de una galería de Nueva York y lo único que realmente eran,
era personas ridiculísimas o escritores que se creen el no va más y que no hacen
literatura, que son vendedores de libros. Y luego una recepción de la literatura por
parte de la gente basada en el éxito, como si solamente aquel que tiene éxito, el
que vende, es el único que importa y eso no es así. Por eso digo que hace falta
crítica".
A nivel latinoamericano, sin embargo, Bolaño cree que hay una cierta renovación
narrativa: "Después del boom hay un territorio yermo, en el postboom no había
nada bueno. Ahora aparecen autores que se pueden emparentar en calidad con los
del boom: Rey Rozas, Juan Villorro o César Aria. No sé hasta qué punto hay nexos
de unión; está surgiendo una nueva literatura pero no hay una nueva crítica".
Aunque aún no lee Viaje Literario por América Latina, del italiano Veranini, que ha
llamado la atención de la prensa en España, cree que "es un libro interesantísimo,
dice que García Márquez es un autor acabado hace 20 años. Creo que dará mucho
que hablar".
"Después del caso Eliancito, es posible que García Márquez esté dando sus últimos
suspiros", piensa Bolaño. "Pero es algo normal; tiene más de 70 años. Lo último
que leí de García Márquez es realmente muy malo (Noticias de un Secuestro). Es
un libro donde lo único que se ve es el fervoroso deseo de García Márquez por estar
cerca del poder".
Ahora está leyendo La Fiesta del Chivo, de Vargas Llosa: "Está muy lejos del gran
Vargas Llosa pero nadie le va a pedir a García Márquez o a Vargas Llosa que
vuelvan a escribir Cien años de Soledad o Conversación en la Catedral. Esos libros
se hacen una sola vez".
EFE
ELMUNDOLIBRO | 14/09/2001
Roberto Bolaño, ganador del premio Internacional de novela Rómulo Gallegos por
su obra 'Los detectives salvajes', considera que "los momentos de felicidad absoluta
casi no son literalizables, excepto si eres un escritor como Tolstoi, pero incluso sus
mejores páginas son sobre la infelicidad". Su nueva obra, que originalmente se iba
a titular 'Tormenta de Mierda', compila trece cuentos inéditos escritos en diferentes
épocas, desde 1989 hasta ahora. El relato más antiguo, "Prefiguración de Lalo
Cura", es una historia de narcotraficantes y directores de cine porno, escrita en los
ochenta, y representa una visión de futuro del autor en esta época, ya que la
historia transcurre en 1998. Bolaño asegura que no tiene miedo de no ganar nunca
el Premio Nobel de Literatura por sus atrevidos títulos: "ahora mismo lo que me
interesa más que ganar el Premio Nobel es mi ambición de publicar hasta tres libros
más con la editorial Anagrama", con la que ya ha publicado siete volúmenes.
El autor defendió una cita que hizo anteriormente en una rueda de prensa y que
apareció en varios medios de comunicación: "Una vez dije que yo soy el mejor
autor narrativo de mi generación de Chile, cosa que muchos medios citaron fuera
de contexto". "Fue un comentario sarcástico, porque aunque realmente creo que es
verdad, es algo de lo cual ni yo ni nadie debería sentirse orgulloso", volvió a
ironizar Bolaño, quien confesó que "sufro horrores cuando escribo porque
realmente creo que soy muy malo". Las obras del autor han sido tipificadas a
menudo como autobiográficas y en el cuento 'Fotos', los amantes de su novela "Los
Detectives Salvajes" se sorprenderán al volver a encontrarse con el personaje de
Arturo Belano. Como ya lo sugiere la similitud con su propio nombre, Belano es su
"alter ego", a quien resucita "por puro cariño". Actualmente, Roberto Bolaño está
trabajando en su próxima novela, la más larga de su producción, que espera acabar
en unos seis meses.
Después de 25 años, el escritor regresó a Chile
Bolaño vive actualmente en España, donde ha publicado sus obras, entre las que
también destaca La Literatura Nazi en América. El año pasado recibió el premio
Ciudad de San Sebastián al mejor cuento escrito en castellano por Sensini, y el
Premio Municipal de Santiago de Chile por Llamadas Telefónicas. La semana pasada
obtuvo también el premio Herralde por su novela Los Detectives Salvajes.
Ahora viene invitado como jurado del concurso literario de revista Paula, cuya
premiación es esta tarde, y para lanzar La Pista de Hielo (1993) con Editorial
Planeta. "Edito esa novela acá -contó- porque es la única que tengo sin
compromiso. Quería publicar algo en Chile, nunca he publicado algo entero, sólo
poemas en antologías y cuentos".
Bolaño explicó que su ausencia "no era necesariamente por algo político.
No vine, no sé, porque básicamente había otros lugares que me interesaban más, y
porque nunca he tenido mucho dinero".
Sin embargo, cree que el ambiente político al que llega es similar al que dejó: "El
escenario se parece peligrosamente, sobre todo en el sentido que nuevamente la
sociedad chilena está dividida. Ahora, la gran diferencia es que no ha habido ningún
muerto, y ese es un paso gigantesco".
Bolaño confirmó que "en España se me está leyendo cada vez más. He llegado a la
segunda edición de Llamadas Telefónicas, y La Literatura Nazi en América en
edición italiana me cuentan que va súper bien, mejor que la española. Creo que
aquí me leen mucho, y la verdad es que me sorprende que me hagan tanto caso, y
me llena de satisfacción y de orgullo".
La sorpresa que le causa el hecho de que tenga seguidores en Chile se debe a que
"yo me fui cuando era un chaval de 20 años archichoqueado y mal, y vuelvo y me
encuentro que me esperan y me entrevistan. ¡Joder!, qué más quiero, es
magnífico. Me siento muy, muy agradecido".
Con premios y todo, el narrador cree "que seguiré estando en un círculo restringido
de escritores, porque mi literatura es legible, pero no es fácil Los Detectives
Salvajes es una novela de más de 600 páginas, y yo ahí me expongo a que me
piropeen o a que me llenen de escupitajos".
Roberto Bolaño lanza Los detectives salvajes, novela que relata la trayectoria de
una generación en los años 60 y 70.
¿De qué hablamos? De muchas cosas. De su familia, del pueblo de donde era
originario, de sus primeros días en el DF, de lo mucho que le había costado
acostumbrarse a la ciudad, de sus sueños. Quería ser poeta, bailarín, cantante,
quería tener cinco hijos (como los dedos de una mano, dijo, y extendió la palma de
la mano hacia arriba, casi rozándome la cara), quería probar suerte en Churubusco,
decía que Oceransky lo había probado para una obra de teatro, quería pintar (me
contó con todo lujo de detalles las ideas que tenía para unos cuadros), en fin, en un
momento de nuestra charla estuve tentado de decirle que en realidad no tenía ni
idea de lo que verdaderamente quería, pero preferí callarme.
Después me invitó a su casa. Vivo solo, dijo. Le pregunté, temblando, dónde vivía.
En la Roma Sur, dijo, en un cuarto de azotea muy cerca de las estrellas. Le
respondí que en verdad ya era demasiado tarde, más de las doce, y que debía
acostarme pues al día siguiente iba a llegar a México el novelista francés J. M. G.
Arcimboldi y unos amigos y yo le íbamos a organizar un recorrido por lugares de
interés en nuestra caótica capital. ¿Quién es Arcimboldi?, dijo Piel Divina. Ay, estos
real visceralistas realmente son unos ignorantes. Uno de los mejores novelistas
franceses, le dije, su obra, sin embargo, casi no está traducida, al español, quiero
decir, salvo una o dos novelas aparecidas en Argentina, en fin, yo lo he leído en
francés, por supuesto. No me suena de nada, dijo, y volvió a insistir en que lo
acompañara a su casa.
¿Por qué quieres que vaya contigo?, le dije mirándolo a los ojos. Por regla general,
no suelo ser tan temerario. Tengo algo que decirte, dijo él, es algo que te
interesará. ¿Cuánto me interesará?, dije yo. El me miró como si no entendiera y
dijo, de pronto agresivo: ¿cuánto de qué?, ¿cuánta feria? No, me apresuré a
aclarar, cuánto me interesará lo que tienes que decirme. Tuve que refrenarme para
no revolverle el pelo, para no decirle tontito, no estés a la defensiva. Es algo sobre
los real visceralistas, dijo. Huy, no me interesa nada, dije. Siento decírtelo, no te lo
tomes a mal, pero los real visceralistas (Dios, qué nombre) me resultan
indiferentes. Lo que tengo que contarte sí que interesará, seguro que te interesará,
están preparando algo grande, ni te lo imaginas, dijo él.
Transformar la literatura. Por eso escribe desde los 16 años, cuando dejó la escuela
para asumir plenamente su oficio. Un viajero de toda la vida que volvió a Chile sólo
cuando ya tenía una carrera afuera, sembrando de paso la polémica entre el
'gremio'.
Fuente:PrimeraLínea
"Saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura
básicamente es un oficio peligroso". Es la opción de Bolaño, quien a los 47 años ha
incursionado en novela, cuento y poesía, publicando en editoriales como Seix Barral
y Anagrama. Pareciera ser también lo que les exige a los demás.
Nuestro país lo reconoce tarde. Tras una prolongada ausencia regresó para recibir
el Premio Municipal de Literatura 1998 por su libro de cuentos "Llamadas
telefónicas"; al año siguiente el Consejo del Libro premió "Los detectives
salvajes", novela que antes obtuviera el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos. El
2000 lo cerró con el lanzamiento en Barcelona de "Nocturno de Chile", por cuyas
páginas transitan Neruda, Allende, Pinochet y Lafourcade.
Abrió el año una vez más con 'tensión'. Fue en Bruselas, alguien tuvo la idea de
poner juntos en una mesa sobre literatura a Carlos Franz, Jaime Quezada y Roberto
Bolaño. Este último cuestionó la narrativa chilena actual, incluso la anterior. Los
dardos alcanzaron a Francisco Coloane y "El último grumete de la Baquedano",
"novela cursilona" en opinión de Bolaño. La defensa no se hizo esperar. Tal vez en
su carácter resida la esencia que lo lleva a iniciar tanta rencilla. Jovana Skármeta,
relacionadora pública de Editorial Fernández de Castro, lo ha acompañado las tres
veces que ha venido a Chile y tiene la mejor impresión de él: "es una persona
súper directa, por lo mismo las polémicas. Es sincero, como que ya fuera español
desde el punto de vista de la forma de ser; no anda haciéndose el simpático". Sin
desperdiciar la oportunidad critica: "Nadie es profeta en su tierra porque finalmente
acá se le reconoce una vez que la gloria la consigue afuera".
Entre los poetas chilenos que admira está Nicanor Parra, para quien no se mide en
elogios, tan esquivos para el resto. Ni Donoso, ni Rivera Letelier, ni Sepúlveda se
salvan. De este último ha dicho que es exitoso porque su literatura vende y es muy
digerible, de la nueva narrativa chilena que es "fragilísima" y de José Donoso que
es "autor de tres libros y tiene algunos abominables". A la defensa de Donoso salió
entonces Franz, señalándolo como el punto más alto de la narrativa chilena del
siglo pasado, con capacidad de escribir en varios registros, mientras Bolaño "cultiva
uno y hasta se ha vuelto monótono". Diamela Eltit devolvió los dardos: "patero y
cortesano", le dijo, además de "no muy inteligente".
De Hernán Rivera Letelier comentó que "escribe muy mal". Desde Antofagasta
responde el autor de "La reina Isabel cantaba rancheras": "¿Usted quiere
hacerme pelear más aún con él? Preferiría que no porque ya nos hemos tirado
varias piedras por ahí. Apenas lo conozco. No hemos intercambiado palabras, más
que un saludo; yo le apreté la mano y él la dejó lánguida. Eso es todo". La cosa ha
sido más que nada a través de los medios. "Todo pasó en forma totalmente
gratuita. Yo estaba aquí en la pampa escribiendo y me llegaron unos pencazos de él
sin tener arte ni parte".
El poeta Sergio Parra lo conoció junto con Pedro Lemebel cuando vino aquella
primera vez. "Él tenía una comida en el Mulato con Fontaine y Franz y los dejó a
todos ellos botados y se fue con nosotros al Club Peruano". Después volvió, se
encontraron en el lanzamiento de la revista Matadero -que edita Parra-, pero sólo
estuvo un rato y se fue "porque tenía miedo que le pegaran". Prosigue: "Pasa que
había una situación aquí: la nueva narrativa chilena era intocable". Juicio en
absoluto compartido por Sergio Gómez, considerado integrante de un movimiento
que él mismo califica de irreal: "la nueva narrativa es un invento que no tiene
ningún asidero y Bolaño cae en el juego de decir que existe, cuando no es así. Lo
que es discutible son las directrices comerciales que hubo para vender libros en
Chile hace diez años. Pero que lo discutan los gerentes, no los escritores; ¡no tiene
nada que ver!"
Escribe sobre la escritura, asunto complejo. Lo que no se dice bordea los relatos,
dando cuenta de un universo fuera de la página. Su relación con los escritores
chilenos ha sido por decir lo menos extraña. Sólo escogió a Lemebel, a quien llevó a
Anagrama. Parra piensa que hay una sintonía entre ambos. "Respeta más al Pedro
por la vida, por arriesgarse a apostarlo todo por algo. Se identifica con el personaje
periférico, que de la nada se hace conocido por su literatura, no por los contactos
sociales, como Franz, que es amigo de Jorge Edwards, que es amigo de este... No,
el Pedro de repente irrumpe y se transforma en el más leído y ahí viene la pica de
todos estos otros porque han estado toda su vida sentados en el living de terciopelo
azul esperando que llegue la fama y viene Lemebel y les gana".
A los 15 años se fue a México con sus padres. En 1973 volvió para participar en la
Unidad Popular; tenía 20 años. Los hechos lo obligaron a huir. México y luego
España fueron sus destinos. Trabajó en lo que viniera, vigilante de camping,
lavaplatos, camarero, descargador de barcos, basurero, recepcionista. Se dedicó
también a robar libros, porque no podía pagar su pasión. Todo el tiempo siguió
escribiendo.
Parra cree que la acidez de sus comentarios tiene que ver con la dificultad de los
inicios. "Bolaño se ha sacado los cojones por escribir y encuentra que aquí la
literatura es muy burguesa. Siente que ha vivido más que todos, se ha muerto de
hambre, ha estado en la calle, ha pasado miseria, humillaciones. Porque hay una
pila de burguesitos también entre los escritores chilenos, ¿o no?; a él le ha costado,
ha aperrado solo en la vida. Yo creo que eso se los quiere refregar".
Digan lo que digan de él, nadie puede decir que escriba mal. Sergio Parra admira su
pluma: "Es un tipo muy imaginativo. "Los detectives salvajes" y "Llamadas
telefónicas" son los que más me gustan hasta ahora. Es donde vi más riesgo; tiene
que ver con la vida de él. Una escritura autobiográfica, pasa por la literatura,
interesante eso. Es un poco lo que hace Vila-Matas. Ambos son los que han
recreado mejor en lengua española la cosa de la literatura dentro de la literatura".
Cree, sin embargo que se trata de un autor con muchos lectores, más de los que él
quisiera tener.
Un escritor escribe esencialmente la misma historia, una y otra vez. Cada día
Bolaño se sienta mirando al mar y hace lo que sabe. A veces la lucha es ardua,
pero continúa. Tiene su disciplina, que implica levantarse a las 6 de la mañana. En
Blanes, pueblito costero cercano a Barcelona, construye novelas de largo aliento, de
hasta 700 páginas, sobre personajes fracasados, siempre perdedores. Un conflicto
no resuelto con el medio literario chileno lo ha enfrentado a pugnas y lo ha hecho
decir: "No pidas entrar a ninguna antología, que tu nombre siempre se ocultará. No
luches, porque siempre serás vencido. No le des la espalda al poder, porque el
poder lo es todo. No escatimes halagos a los imbéciles, a los dogmáticos, a los
mediocres, si no quieres vivir una temporada en el infierno".
Roberto Bolaño se valió del término 'cocina literaria', que los argentinos utilizan
para referirse a todo el proceso que rodea la elaboración y comercialización de un
libro, para argumentar su particular punto de vista del proceso creativo. El autor
indicó que «a veces, cuando soy víctima de ataques de optimismo, mi cocina
literaria se convierte en un castillo medieval y metido en estos trances, hago lo que
hace toda la gente: pierdo el equilibrio y pienso que soy inmortal, pero no inmortal
literariamente, sino literalmente, como los niños y los perros».
Sin embargo, para Bolaño, esos ataques de optimismo tienen siempre un final «y
cuando se acaba la cocina literaria, sólo quedo yo, desvaneciente». La cocina
literaria es, a su entender, «una cuestión de gusto, un campo en el que la moral, la
ética y la memoria juegan; la audacia y el valor participan, el talento no participa y
el sufrimiento, el dolor y la muerte lo hacen, pero con la condición de que jueguen
riéndose».
El escritor fue presentado por el director del Aula de Cultura de SUR, Juan Antonio
Vigar, que presentó a Bolaño como «uno de los escritores latinoamericanos más
interesantes de la década de los noventa».
Miradas excéntricas
El chileno Roberto Bolaño hace más de veinte años que anda por Barcelona
(aunque, técnicamente, vive a hora y algo de tren, en una ciudad costera de
nombre Blanes) y el mexicano Juan Villoro acaba de llegar para quedarse. Los dos
presentan sus nuevos libros (ambos editados por Anagrama) en el salón de un
mismo hotel con diferencia de días ante los mismos periodistas cada vez más
acostumbrados a acudir a la convocatoria de autores latinoamericanos hasta hace
poco casi invisibles en el panorama local, si se descuentan los grandes nombres
que supieron invadir esta ciudad durante los años dorados del boom y a la que
vuelven cada vez que publican algo con sonrisa nostálgica y triunfadora. Varios de
ellos –Jorge Edwards, Alfredo Bryce Echenique, Guillermo Cabrera Infante– serán
materia y maestros de un curso revisionista que arrancará en octubre el ICCI local
(la C extra en la sigla equivale a Catalán) y que se extenderá a lo largo de seis
meses prometiendo acorralar y explicar a la literatura latinoamericana desde sus
primeros balbuceos hasta los últimos 90 en los que, parece, ya lejanos los fulgores
de la ―era Barral‖, Barcelona (―la Madame Bovary de las ciudades‖, según Enrique
Vila-Matas) vuelve a ser uno de los lugares de residencia y escritura y edición
elegido por las nuevas camadas de escritores del otro lado del Atlántico.
Bolaño y Villoro presentan libros que más allá de su diferencia de géneros –el de
Bolaño, Putas asesinas, es un libro de trece cuentos mientras que el de Villoro,
Efectos personales, es una recopilación de quince ensayos– aparecen como
curiosamente complementarios de una mirada, de un momento y de una condición
para bien o para mal irrenunciable: los ojos del escritor, siempre extranjeros,
escribiendo sobre ese extranjero en que se ha convertido la patria biológica, o
sobre ese hogar internacional que es la literatura y del que sólo te sacan con los
pies por delante.
MEDIUMS Juan Villoro todavía tiene cara de jet-lag y ha perdido la barba (cortesía
de la policía mexicana que así se lo exigió para expedirle un certificado de buena
conducta). Efectos personales es, también, un certificado de la inteligencia de
Villoro a la hora de reflexionar sobre ―esa única experiencia estética de la que todo
escritor puede estar orgulloso: la lectura‖, a través de un libro que acaba
configurando un ―retrato accidental‖ de su autor, pintado con la técnica de dos
grandes grupos –los de allá (Rulfo, Monterroso, Rossi, Arlt, Pitol, Fuentes y la
―novela mexicana‖ de Valle-Inclán Tirano Banderas) y los del resto del mundo
(Schnitzler, Nabokov, Calvino, Burroughs, Bernhard, Stevenson). ―Iguanas y
dinosaurios: América latina como utopía del atraso‖ es el ensayo magistral –
funcionando como bisagra del asunto– sobre los malos entendidos accidentales y
buscados en el acto de mirar y leer con un océano de por medio, y el realismo
mágico en todas partes de lo que se supone debe ser ―la imaginación
latinoamericana‖.
"La participación de Bolaño en Chile es como la del profeta que no está en su tierra.
Sus salidas de madres son por lo general súper atingentes y reflejan que es un
autor que siempre está tratando de distanciarse del resto". Álvaro Bisama, uno de
los críticos que participa en el libro Roberto Bolaño: Un modelo para armar.
Aún sin cumplir medio siglo, el escritor chileno residente en España ya concita el
inusitado interés de críticos y académicos para pensar su trabajo literario. Sin
embargo, sus pares, salvo honrosas excepciones, se excluyeron de participar en el
proyecto por "odiosidades personales y porque Bolaño genera una envidia atroz",
según Patricia Espinoza, compiladora del libro.
Quienes desean exprimir y sacar desde las letras el espíritu que hay tras su
creación, son críticos y académicos que, encabezados por la académica de la
Universidad de Chile y Católica Patricia Espinoza, están trabajando en torno a la
producción literaria de Bolaño, producción que abarca la poesía, el cuento y la
novela.
"El objeto temático es Roberto Bolaño, pero también subyace el fin de advertir y
dar a conocer una oleada de nuevos críticos, porque estoy hasta la coronilla de
escuchar criterios decadentistas, principalmente del mundo académico, que
suponen que la crítica se acabó con Ignacio Valente (José Miguel Ibáñez Langlois),
siendo que él se retiró hace quince años. A mí me parece una ignorancia atroz
suponer que el mundo empieza y termina con Valente", sentencia la crítica.
Si bien la académica argentina Celina Mazoni está editando un trabajo similar junto
a otros escritores, el libro de Patricia Espinoza se diferencia por reunir ensayos
críticos inéditos hecho especialmente para la ocasión. El de Mazoni es de textos ya
publicados en distintos medios latinoamericanos.
Para evitar cualquier tipo de suspicacias, Espinoza recalca una y mil veces que el
libro no es un homenaje. Es más, la editorial responsable del proyecto, Frasis le
ofreció que Bolaño escribiera algunas líneas en el libro, a lo que ella se opuso
tajante, ya que "me parece indecoroso, pues parecería que está legitimando el libro
y eso sería muy poco serio como crítica", rubrica la compiladora.
"En Chile existen listas negras y Bolaño está en una"
A la conocida rencilla literaria que ha sostenido con Luis Sepúlveda y Hernán Rivera
Letelier, la que más le sigue penando es la mantenida con Diamela Eltit, luego que
escribiera en la desaparecida revista española Ajoblanco las impresiones que le
surgieron luego de ir a comer a la casa de la escritora y esposa del ex ministro
Jorge Arrate:
De ahí en adelante, Eltit no ha querido saber nada de Bolaño, razón por la cual se
negó rotundamente a participar en el proyecto cuando Patricia Espinoza la invitó.
Junto a Diamela Eltit, "todo su grupo se negó. Incluso, hubo alguien que me dijo
que Bolaño es una mala persona y que no escribía sobre malas personas. Eso es un
reflejo de la bajeza, del conventilleo y la mediocridad que abunda en el medio
chileno", comenta Espinoza.
"En Chile -agrega- siguen existiendo listas negras, siguen existiendo censuras, y
Bolaño está en una de ellas. Eso le puede costar que nunca lo postulen para el
Premio Nacional de Literatura, porque no pertenece a camarillas ni está involucrado
en círculos sociales".
Pero con o sin Diamela Eltit & amigos, el libro, que llevará por nombre Roberto
Bolaño: Un modelo para armar va igual. Entre quienes escribirán sobre este
díscolo autor están Darío Osses, Camilo Marks, Poli Délano, Marcelo Novoa, Roberto
Hozven, Álvaro Bisama y otra docena de críticos y académicos de prestigio.
Más allá de las polémicas y disputas en torno al personaje que es Roberto Bolaño,
al escritor y crítico Darío Osses le interesa el autor, porque se trata de "uno de los
que tiene más futuro".
Osses se centrará en la primera obra del "analizado", Monsieur Pain, la cual tiene
un diseño "más bien modesto, con un argumento leve, pero que transmite una
densidad poética y sobre todo porque reconstruye la atmósfera de un tiempo -el
París de los años treinta- en forma diseminada. Rompe todos los lugares comunes,
los mitos en torno de la bohemia intelectual del París de aquellos años",
argumenta.
Y continúa: "Monsieur Pain es un libro muy poco común de encontrar en la
narrativa nacional con esa densidad poética. La labor de ficcionalización de un
personaje secundario que está apenas mencionado por las memorias de la viuda de
Vallejos me parece notable. Es muy interesante también la imaginación para
construir realidades donde no hay más que unos pocos datos, para rellenar los
datos que la memoria ha perdido", se explaya Darío Osses, quien cree que los
resquemores que despierta Bolaño se explican "en un país donde todo se dice como
pidiendo disculpas".
Desde España, Bolaño declara que "es para mí muy halagüeño todo esto. Hasta no
ver el libro, básicamente me quedo con ese adjetivo". En estos momentos, y según
comentó a El Mostrador.cl, se encuentra afinando los últimos detalles de su
próxima novela, 2666, "un mamotreto de mil páginas que es una especie de
maratón solitaria".
Si hay un elemento distintivo en la producción del autor puesto bajo la lupa, son las
referencias autobiográficas. Sus alter ego Arturo Belano o B se repiten
incesantemente en sus relatos, así como también escenarios y situaciones en los
que alguna vez deambuló.
"Ese yo biográfico lo veo desde alguien que busca hacer una presencia y señalar la
fractura de esa misma presencia. Bolaño está ahí, pero a la vez no está. Es decir,
se trata de un yo totalmente fragmentado, que se contradice de una u otra
manera", reflexiona Bisama.
Siguiendo esa misma línea, el poeta Marcelo Novoa establece que, como Bryce
Echenique o Cabrera Infante, "es de los tipos a los que todo lo que les ocurre en la
vida les sirve como material narrativo".
Por distintas razones, los críticos entrevistados por El Mostrador.cl concuerdan que
donde más destaca Roberto Bolaño es en la narrativa.
"Los Detectives Salvajes es de una complejidad poco común. También tiene una
capacidad para rematar muy bien los relatos breves, para crear una diversidad de
ficciones que lo hacen tener una voz propia en el género de la narrativa", opina
Darío Osses.
Coincidente con Osses, Bisama complementa que, tras realizar su ensayo para el
libro, sacó en limpio que "en Bolaño hay un ejercicio de deconstrucción de una
utopía, que es la distopía de la América degradada a partir de un país donde se
ejecuta la monstruosidad que termina transformándose en un canon histórico y una
narración donde los monstruos son los que quedan".
Juicio similar esgrime Marcelo Novoa. "En lo personal me parece muy atractivo
cuando hace trabajos híbridos. Un ejemplo de ello es La Literatura Nazi en
Latinoamérica, que es donde se ve al mejor Bolaño, porque es el que ha entendido
en forma óptima todos los mundos. Ese es su mejor trabajo", enfatiza el vate de la
Quinta Región.
Novoa recuerda que en sus primeros plumazos como escritor se dedicó a la poesía.
"Al principio no tomó muy en serio la narrativa, pero cuando le empezó a ir
comercialmente bien en ese género, pasa a la narrativa todos los mecanismos de la
oralidad que había trabajado en la prosa y se va diluyendo el trabajo que había
realizado con las vanguardias, llegando a un punto tal en que la poesía actual de él
es como un excedente, lo que sobra de la narrativa".
"El cura Valente es como un fantasma. Ya no existe, porque hace años que no hace
ninguna crítica. Es parte del pasado. Pero en este país como no hay memoria y
existe la necesidad de una figura dictatorial, genera una añoranza terrible de esa
figura", dictamina con algo de molestia.
"El cura Valente, sinceramente, es uno de los intelectuales chilenos de los últimos
veinticinco años más interesantes, tanto como persona y escritor. Eso sí, creo que
el tío debe tener unos cargos de conciencia de cagarse, pero a pesar de ello va a
quedar, porque su prosa ensayística es de primera calidad", cuenta.
Finalmente, Patricia Espinoza asegura que "hay una nueva de generación de gente
que escribe bien, que se cree el cuento, que tiene entusiasmo, que está leyendo
libros y que aún no está contaminado por esta basura del mercado.
Lamentablemente, esa es parte de la basurilla en que están insertos muchos que se
dicen críticos, pero la verdad es que están coludidos con las editoriales, les andan
sobando el lomo a los escritores o sencillamente plagian sus críticas de internet",
concluye la compiladora.
Transformar la literatura. Por eso escribe desde los 16 años, cuando dejó la escuela
para asumir plenamente su oficio. Un viajero de toda la vida que volvió a Chile sólo
cuando ya tenía una carrera afuera, sembrando de paso la polémica entre el
'gremio'.
Fuente:PrimeraLínea
"Saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura
básicamente es un oficio peligroso". Es la opción de Bolaño, quien a los 47 años ha
incursionado en novela, cuento y poesía, publicando en editoriales como Seix Barral
y Anagrama. Pareciera ser también lo que les exige a los demás.
Nuestro país lo reconoce tarde. Tras una prolongada ausencia regresó para recibir
el Premio Municipal de Literatura 1998 por su libro de cuentos "Llamadas
telefónicas"; al año siguiente el Consejo del Libro premió "Los detectives
salvajes", novela que antes obtuviera el Premio Herralde y el Rómulo Gallegos. El
2000 lo cerró con el lanzamiento en Barcelona de "Nocturno de Chile", por cuyas
páginas transitan Neruda, Allende, Pinochet y Lafourcade.
Abrió el año una vez más con 'tensión'. Fue en Bruselas, alguien tuvo la idea de
poner juntos en una mesa sobre literatura a Carlos Franz, Jaime Quezada y Roberto
Bolaño. Este último cuestionó la narrativa chilena actual, incluso la anterior. Los
dardos alcanzaron a Francisco Coloane y "El último grumete de la Baquedano",
"novela cursilona" en opinión de Bolaño. La defensa no se hizo esperar. Tal vez en
su carácter resida la esencia que lo lleva a iniciar tanta rencilla. Jovana Skármeta,
relacionadora pública de Editorial Fernández de Castro, lo ha acompañado las tres
veces que ha venido a Chile y tiene la mejor impresión de él: "es una persona
súper directa, por lo mismo las polémicas. Es sincero, como que ya fuera español
desde el punto de vista de la forma de ser; no anda haciéndose el simpático". Sin
desperdiciar la oportunidad critica: "Nadie es profeta en su tierra porque finalmente
acá se le reconoce una vez que la gloria la consigue afuera".
Entre los poetas chilenos que admira está Nicanor Parra, para quien no se mide en
elogios, tan esquivos para el resto. Ni Donoso, ni Rivera Letelier, ni Sepúlveda se
salvan. De este último ha dicho que es exitoso porque su literatura vende y es muy
digerible, de la nueva narrativa chilena que es "fragilísima" y de José Donoso que
es "autor de tres libros y tiene algunos abominables". A la defensa de Donoso salió
entonces Franz, señalándolo como el punto más alto de la narrativa chilena del
siglo pasado, con capacidad de escribir en varios registros, mientras Bolaño "cultiva
uno y hasta se ha vuelto monótono". Diamela Eltit devolvió los dardos: "patero y
cortesano", le dijo, además de "no muy inteligente".
De Hernán Rivera Letelier comentó que "escribe muy mal". Desde Antofagasta
responde el autor de "La reina Isabel cantaba rancheras": "¿Usted quiere
hacerme pelear más aún con él? Preferiría que no porque ya nos hemos tirado
varias piedras por ahí. Apenas lo conozco. No hemos intercambiado palabras, más
que un saludo; yo le apreté la mano y él la dejó lánguida. Eso es todo". La cosa ha
sido más que nada a través de los medios. "Todo pasó en forma totalmente
gratuita. Yo estaba aquí en la pampa escribiendo y me llegaron unos pencazos de él
sin tener arte ni parte".
El poeta Sergio Parra lo conoció junto con Pedro Lemebel cuando vino aquella
primera vez. "Él tenía una comida en el Mulato con Fontaine y Franz y los dejó a
todos ellos botados y se fue con nosotros al Club Peruano". Después volvió, se
encontraron en el lanzamiento de la revista Matadero -que edita Parra-, pero sólo
estuvo un rato y se fue "porque tenía miedo que le pegaran". Prosigue: "Pasa que
había una situación aquí: la nueva narrativa chilena era intocable". Juicio en
absoluto compartido por Sergio Gómez, considerado integrante de un movimiento
que él mismo califica de irreal: "la nueva narrativa es un invento que no tiene
ningún asidero y Bolaño cae en el juego de decir que existe, cuando no es así. Lo
que es discutible son las directrices comerciales que hubo para vender libros en
Chile hace diez años. Pero que lo discutan los gerentes, no los escritores; ¡no tiene
nada que ver!"
Escribe sobre la escritura, asunto complejo. Lo que no se dice bordea los relatos,
dando cuenta de un universo fuera de la página. Su relación con los escritores
chilenos ha sido por decir lo menos extraña. Sólo escogió a Lemebel, a quien llevó a
Anagrama. Parra piensa que hay una sintonía entre ambos. "Respeta más al Pedro
por la vida, por arriesgarse a apostarlo todo por algo. Se identifica con el personaje
periférico, que de la nada se hace conocido por su literatura, no por los contactos
sociales, como Franz, que es amigo de Jorge Edwards, que es amigo de este... No,
el Pedro de repente irrumpe y se transforma en el más leído y ahí viene la pica de
todos estos otros porque han estado toda su vida sentados en el living de terciopelo
azul esperando que llegue la fama y viene Lemebel y les gana".
A los 15 años se fue a México con sus padres. En 1973 volvió para participar en la
Unidad Popular; tenía 20 años. Los hechos lo obligaron a huir. México y luego
España fueron sus destinos. Trabajó en lo que viniera, vigilante de camping,
lavaplatos, camarero, descargador de barcos, basurero, recepcionista. Se dedicó
también a robar libros, porque no podía pagar su pasión. Todo el tiempo siguió
escribiendo.
Parra cree que la acidez de sus comentarios tiene que ver con la dificultad de los
inicios. "Bolaño se ha sacado los cojones por escribir y encuentra que aquí la
literatura es muy burguesa. Siente que ha vivido más que todos, se ha muerto de
hambre, ha estado en la calle, ha pasado miseria, humillaciones. Porque hay una
pila de burguesitos también entre los escritores chilenos, ¿o no?; a él le ha costado,
ha aperrado solo en la vida. Yo creo que eso se los quiere refregar".
Digan lo que digan de él, nadie puede decir que escriba mal. Sergio Parra admira su
pluma: "Es un tipo muy imaginativo. "Los detectives salvajes" y "Llamadas
telefónicas" son los que más me gustan hasta ahora. Es donde vi más riesgo; tiene
que ver con la vida de él. Una escritura autobiográfica, pasa por la literatura,
interesante eso. Es un poco lo que hace Vila-Matas. Ambos son los que han
recreado mejor en lengua española la cosa de la literatura dentro de la literatura".
Cree, sin embargo que se trata de un autor con muchos lectores, más de los que él
quisiera tener.
Un escritor escribe esencialmente la misma historia, una y otra vez. Cada día
Bolaño se sienta mirando al mar y hace lo que sabe. A veces la lucha es ardua,
pero continúa. Tiene su disciplina, que implica levantarse a las 6 de la mañana. En
Blanes, pueblito costero cercano a Barcelona, construye novelas de largo aliento, de
hasta 700 páginas, sobre personajes fracasados, siempre perdedores. Un conflicto
no resuelto con el medio literario chileno lo ha enfrentado a pugnas y lo ha hecho
decir: "No pidas entrar a ninguna antología, que tu nombre siempre se ocultará. No
luches, porque siempre serás vencido. No le des la espalda al poder, porque el
poder lo es todo. No escatimes halagos a los imbéciles, a los dogmáticos, a los
mediocres, si no quieres vivir una temporada en el infierno".
La oscuridad es la
cortesía del autor hacia el lector.
Jean Génet
Me encuentro entre los que observan con entusiasmo la aparición de una nueva
hornada de escritores hispanoamericanos que ha decidido romper con esa estela
todopoderosa que sembró y propagó el boom literario en la década del 60. Aunque
la pretensión de pensar la novela como una totalidad o summa literaria se había
terminado mucho antes, la mayoría de las voces surgidas posteriormente no
pudieron evadir la sombra de los cuatro beatles de la literatura sudamericana
(Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes). Hubo, sin embargo, intentos
aislados que produjeron obras sólidas en las cuales se dio cabida a los llamados
subgéneros como el policial o la ciencia-ficción. Escritores como el argentino Manuel
Puig (1932-1990) empezaron a incorporar formalmente técnicas narrativas propias
del cine, mediante las cuales se intentaba reproducir con la misma imparcialidad
con la que lo hacía una cámara cinematográfica1, y también introdujeron en la
sagrada fortaleza literaria, temas y motivos propios de la cultura popular: «las
revistas de modas, la confesión religiosa, las (actas) necrológicas se convierten en
modos de narrar que permiten renovar las formas de la novela»2. Al igual que Puig,
Ricardo Piglia (Buenos Aires, 1940) se convierte en uno de los difusores de la
vertiente negra (el hard-boiled) de las novelas policiales que cultivaron escritores
estadounidenses como Raymond Chandler (1888-1959) o Dashiell Hammet (1894-
1961). Su cuento La loca y el relato del crimen (1975) es emblemático dentro del
emergente género que terminó adaptándose a la realidad latinoamericana a través
de detectives impagos y mafiosos, asesinatos pintorescos y situaciones paródico-
grotescas propias de una realidad represiva, en donde la figura de los agudos y
elegantes detectives europeos no tenía cabida.
EL LABORATORIO BOLAÑO
Decir que el chileno Roberto Bolaño es uno de los más importantes narradores
surgidos en la última década, no es inexacto. Es un autor prolífico (ha publicado
nueve novelas, dos libros de cuentos y seis libros de poesía, la mayoría durante los
90) que, pese a su regularidad, no suele disminuir la calidad de sus textos. Por ello
no sorprende que haya ganado tantos premios literarios, de los cuales dos son los
prestigiosos Herralde en Barcelona y Rómulo Gallegos en Caracas por la misma
novela: Los detectives salvajes..4 Su estilo sorprende favorablemente por esa
impresión de simpleza con la que engañosamente se presenta. Como bien apunta la
crítica literaria Nora Catelli, «en la obra de Roberto Bolaño la impresión de facilidad
es nítida, casi indiscutible (...) puede decirse que (...) ha construido un sistema tan
sencillo como férreo de hacer ficción»5.
La noción del lector como activo creador de la obra literaria y la destrucción del
estado parasitario de la lectura, ya habían sido señaladas por José María Castellet
en su libro La hora del lector (1957) y, trece años más tarde, Roland Barthes
reafirmaba esta premisa señalando que: «el objetivo del trabajo literario (de la
literatura como trabajo) es hacer que el lector no sea más un consumidor, sino el
productor del texto»7.
Que la crítica especializada haya visto en Los detectives salvajes de Bolaño una
Rayuela de fin de siglo, no debería sorprendernos. Al igual que esta, en la novela
de los poetas real visceralistas (Arturo Belano y Ulises Lima) que andan buscando a
Cesárea Tinajero, una poetisa de culto misteriosamente perdida en México, existe
ese afán desmesurado por ampliar los ámbitos de la novela a través de una «saga
inconmesurable (que) dura 609 páginas pero podría abarcar una biblioteca
concéntrica»10. La novela es un texto fragmentario «proliferante, entrecruzado,
vasto, polifónico»11 que está continuamente dialogando con la obra de Cortázar y
cuya aparición, como acertadamente lo señala el escritor Enrique Vila-Matas,
supuso «una rotura muy importante para lo que hasta ahora ha ido haciendo una
generación de novelistas: un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar y
de la que Los detectives salvajes bien podría ser su revés, en el amplio sentido de
la palabra»12.
Con Los detectives salvajes Bolaño retoma, de una manera más oblicua, temas
fundamentales en los que había profundizado Cortázar como la angustia existencial
de toda una generación condenada al fracaso; el juego de los dobles; la
persecución circular; la desconfianza permanente con el lenguaje y la paradoja que
supone el hecho de que su destrucción solo pueda ser posible utilizando el mismo
lenguaje; la musicalidad de la prosa; la búsqueda de sentido desde el sinsentido y,
sobre todo, a partir de la asimilación de fórmulas narrativas propias del suspense
detectivesco, la nueva manera de entender el oficio del escritor y la tarea del lector.
LA ESTÉTICA DE LA IMPRECISIÓN
Sin embargo, son los escritores y las personas aludidas a través de hechos y
circunstancias que pueden resultar familiares —aunque sin nombre o, bien, con
nombres alterados—, los que impulsan al lector a participar activamente de la
búsqueda emprendida por los detectives-poetas y, al mismo tiempo, a establecer
una investigación personal que los ayude a discernir lo real de lo ficticio. En primer
lugar, están los protagonistas: Arturo Belano es el alter ego del propio Bolaño (en
otros libros del autor aparecerá solamente con la inicial B.) y Ulises Lima es el ya
fallecido poeta mexicano Mario Santiago (1953-1998). Santiago aparece nombrado
en Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), la primera
de sus novelas, escrita de manera conjunta con Antoni García Porta (1954) y,
también a su memoria, Bolaño dedica su novela corta Amuleto (1998). Los real
visceralistas, por su parte, representan a los infrarrealistas mexicanos, un grupo de
poesía vanguardista de los 70 identificado con lo hecho por los estridenristas
mexicanos (1921-1927), movimiento al que pertenece Cesárea Tinajero en la
ficción. Los infrarrealistas tuvieron contacto con los horacerianos peruanos (de
hecho, se les nombra en la novela) y con otros grupos vanguardistas
latinoamericanos. El espectro se amplía cuando Bolaño presenta como declarantes
a un grupo de poetas peruanos que en los 70 vivía en una buhardilla en París. El
chileno ha sabido captar los diversos dialectos de sus personajes y ha reproducido
con maestría la jerga de los diferentes países. Así, tenemos a Hipólito Garcés, o
Polito, un poeta peruano indeseable que estafa a Ulises Lima cobrándole de más
por la comida que le cocina. Todos los días le da arroz blanco y le pide sumas
exorbitantes de dinero para las compras. La excusa que esgrime es la siguiente:
«no, mi pata, le dije yo, no mi causita, ni te imaginas tú lo cara que es la vida, se
nota que no vas a hacer las compras» (p. 229).
Otro de los poetas peruanos que habla es un tal Roberto Rosas, quien presenta la
buhardilla como la «Comuna de Passy o Pueblo Joven Passy». Rosas habla de la
relación de Polito con Ulises Lima y cuenta cómo lo expulsaron de su comuna («O
te vas de aquí esta misma semana conchatumadre o te vamos a tirar por las
escaleras, nos vamos a cagar en tu cama, te vamos a poner matarratas en el
vino». P. 232) porque pedía plata prestada, libros prestados que nunca devolvía y
siempre contaba que «esa semana había visto a Bryce Echenique, a Julio Ramón
Ribeyro, que había estado tomando tecito con Hinostroza, las mentiras de siempre»
(p. 232). Seguidamente, el lector puede verse obligado a ingresar en el atractivo
juego detectivesco, al que es guiado de la mano por Bolaño y, de esta manera,
preguntarse: ¿quiénes podrán ser estos dos poetas peruanos, presumiblemente
vinculados con el movimiento Hora Zero, si acaso existen?
Páginas más adelante, un chileno llamado Felipe Müller relatará una historia que le
contó Belano sobre dos escritores jóvenes (un poeta peruano y un escritor cubano)
que tenían un futuro brillante hasta que les «ocurrió lo que suele ocurrirles a los
mejores escritores de Latinoamérica (...): se les reveló, como una epifanía, la
trinidad formada por la juventud, el amor y la muerte» (p. 497). El peruano regresó
de París guiado por la inercia y, luego de algunas malas experiencias, terminó
perdiendo la cordura. Lo abandonó su mujer, se fue a vivir con su madre, perseveró
en su locura «y, por supuesto, no dejó de escribir y de producir libros enormes e
irregulares en donde a veces se percibía un humor tembloroso y brillante» (p. 499).
El caso del cubano es distinto. Era anticastrista y homosexual. Logró huir de la isla
y mudarse a Nueva York en donde contrajo el sida. Prefirió suicidarse antes que
agonizar en un hotel. El juego de espejos e ilusiones se reproduce con igual
habilidad. No es muy difícil deducir que el escritor cubano es Reinaldo Arenas. En el
caso del peruano, hay quienes piensan que Bolaño está hablando en realidad del
poeta Enrique Verástegui, aunque nada es seguro. De la misma manera, se hace
participar como personajes a otras personalidades de las letras como Alejandro
Jorodowski o Augusto Monterroso pero, aunque las pistas y descripciones coinciden,
no hay total certeza de que realmente se trate de ellos.
Es precisamente esta incertidumbre la que hace que el lector transite con los
narradores testigos sabiendo más que cada uno de ellos, pero siempre desde la
carencia y la duda16. La estética de Bolaño funciona a través de la lectura en clave,
apoyándose en trampas irónicas y falsas pistas por las que el lector tendrá que
llegar a comprender por qué, cuándo y cómo. Si bien estos crucigramas o puzzles
literarios ya habían sido explotados por el escritor chileno en obras anteriores como
La literatura nazi en América (Seix Barral, 1996) —en donde se presenta una falsa
enciclopedia de escritores nazis que, sin embargo, tienen una sospechosa similitud
con escritores reales— y La senda de los elefantes (1994), luego reeditada con el
nombre de Monsieur Pain (Anagrama, 1996) —en donde se narra la extraña muerte
de un poeta peruano que sufre de hipo y que no es otro que César Vallejo, aunque
nunca se diga su primer nombre—, es con Los detectives salvajes que Roberto
Bolaño va realmente a alcanzar un nivel extraordinario al fundir con armonía «su
capacidad para observar la realidad y seleccionar de ella los datos que permiten
interpretarla de forma sobrecogedora»17. No creo equivocarme, pues, al decir que
esta novela es ya un clásico de la nueva literatura hispanoamericana y el ejemplo
más importante del camino que podría tomar la estética novelística en las décadas
siguientes.
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José María Castellet: La hora del lector. Notas para una iniciación a la literatura
narrativa de nuestros días. Barcelona: Editorial Seix Barral. Serie Biblioteca Breve,
1957.
Roland Barthes: S/Z. París: Editions du Seul, 1970, p. 4. La traducción del francés
es mía.
Julio Cortázar: Rayuela [1963]. Edición de Andrés Amorós. Madrid: Cátedra. Serie
Letras Hispánicas, 1984.
Antonio Bordón, Jorge Edwards, Elena Hevia: Reseñas críticas de Los detectives
salvajes publicadas de manera conjunta en la Revista Lateral, Nº. 52, abril de
1999. Extraídas de la red el 15 de septiembre de 2002 (www.lateraled.es). El texto
citado pertenece a Edwards.
José Antonio Ugalde: «Una bárbara y destructiva estela», reseña crítica de Estrella
distante de Roberto Bolaño publicada en El mundo. Extraído de la red el 15 de
octubre de 2002 (www.elmundolibro.com/). Antonio Bordón et. al., op. cit. El texto
citado pertenece a Hevia.
María Antonieta Flores: «Notas sobre Los detectives salvajes de Roberto Bolaño»,
en Verbigracia, año III, Nº 38 de 22 de enero del 2000. Extraída de la red el 15 de
octubre de 2002 (www.eluniversal.com/).
Antonio Bordón et. al., op. cit. El texto citado pertenece a Bordón
El escritor chileno radicado en España Roberto Bolaño no para. Una nueva novela y
otro proyecto a la mitad lo tiene de cabeza en el trabajo. "Yo vivo de escribir,
solamente de escribir. No puedo darme la libertad que se dan otros de esperar dos
o tres años entre libro y libro. Para hacer eso, tendría que ganarme la lotería o,
cuando menos el sorteo de la ONCE (Asociación Nacional de Ciegos de España)",
afirma el autor de Los Detectives Salvajes.
Su segundo proyecto en carpeta es el texto titulado Dos Dos Seis Seis Seis, que
ahonda en el tema de los asesinatos de mujeres ocurridos en Ciudad Juárez,
México. "Se trata de un número muy importante en la historia que se cuenta, y
habría que leer la novela para entenderlo. Tendremos que esperar que aparezca
para que los lectores sepan por qué le puse así", sentencia con un dejo de misterio
uno de los escritores chilenos más destacados, agregando que "esta novela tendrá
finalmente más de mil páginas", señala Bolaño, quien ya tiene terminadas
setecientas.
A Roberto Bolaño el reconocimiento le llegó tarde, pero seguro. Apenas hace ocho
años que puede vivir de la literatura, ya que antes se dedicó a ejercer todo tipo de
profesiones para sobrevivir, pero ahora parece haberse instalado definitivamente en
el a menudo poco lucrativo oficio de escribir. Aunque su pasaporte lo califique de
chileno, lo cierto es que Bolaño ha vivido en cualquier parte menos en Chile:
Estados Unidos, México y finalmente España han sido sus residencias. Ahora vive
retirado en la pequeña localidad costera de Blanes, en Cataluña, a la que fuea parar
por azar. Allí abrió un negocio en una época en la que tenía tiendas, en este caso
de bisutería para turistas, y se quedó, atraído por la belleza y tranquilidad del
lugar. De momento ha dado fin a su condición de trotamundos, que comenzó
cuando a los quince años se trasladó a México, ya que sus padres, profesora y
transportista, decidieron ir allí a vivir.
- Los poetas chilenos luchan contra el fascismo. Prólogo y selección: Sergio Macías,
Berlín RDA, Comité Chile Antifascista, 1977.
- Paula Edwards, Antonio Gil, Armando Rubio, Ricardo Willson y otros: Poesía para
el camino. Antología. Unión de Escritores Jóvenes. Santiago, Nueva Universidad,
1977.
- Teresa Calderón, Mili Fischer, Álvaro Inostroza, Natasha Valdés y otros: Uno por
uno. Algunos poetas jóvenes. Santiago, Editorial Nascimento, 1979.
- José Luis Rosasco: "La generación del setenta" en Atenea 436 (Concepción,
segundo semestre, 1977).
- Alfonso Calderón: Antología de la poesía chilena contemporánea. Santiago,
Editorial Universitaria,
1970.
- Poesía joven de Chile. Selección y Prólogo de Jaime Quezada. México, Siglo XXI,
1973. (Colección Mínima Nº 63).
Andrés Gómez
Ahora el escritor que vive en Blanes, España, es sujeto de dos nuevos libros, pero
en el plano de la no ficción. El primero se titula Roberto Bolaño: La Literatura como
Tauromaquia y reúne ensayos de críticos españoles, mexicanos, chilenos y
argentinos, bajo la edición de Celina Manzoni, académica de la Universidad de
Buenos Aires. El segundo, sin título aún, es un trabajo similar que publicará en
Chile la editorial Frasis, editado por la crítica Patricia Espinoza.
"Me parece muy bien", comenta Bolaño al teléfono, pero aclara que su
preocupación en estos días es la novela en la que trabaja, titulada 2666. Se trata
de un relato de mil 200 páginas sobre los asesinatos de mujeres en la frontera
entre Estados Unidos y México, y uno de sus esfuerzos es darle "una estructura
coherente y nueva, porque ¡demonios! no voy a escribir un novelón decimonónico".
De hecho, dice que Los Detectives Salvajes "es sencillita al lado de ésta".
Por eso, tras presentar en París las traducciones de tres de sus libros (Nocturno de
Chile, Estrella Distante y Amuleto), ha suspendido cualquier actividad que lo
distraiga de la escritura. Pero lo que no pudo posponer fue la entrega de la novela
que le encargó el sello Mondadori para su colección sobre ciudades, que saldrá en
octubre. El relato está ambientado en Roma y es protagonizado por Bianca, una
estrella de películas romanas; un perro que también es actor y un antiguo campeón
del Mister Universo que se convierte en objeto de deseo de la actriz.
El título del libro es Una Novelita Lumpen y es un juego con Tres Novelitas
Burguesas, de José Donoso. "Es una sátira, porque esas novelitas no me gustaron
nada, son realmente malas, y marcan el inicio de un descenso en la tensión
narrativa de Donoso. Pero es también un homenaje, porque admiro sus novelas El
Lugar sin Límites, Casa de Campo y El Obsceno Pájaro de la Noche", explica.
Enterado de que este año se entrega el Premio Nacional de Literatura, Bolaño lanza
sus candidatos: "Armando Uribe y Diego Maquieira, ex aqueo; o Armando Uribe y
Claudio Bertoni, y si hay que premiar a un narrador se lo doy a Gonzalo Contreras,
pero con Armando Uribe".
GONZALO AGUILAR
Un día, un escritor tuvo una idea tan atroz como fascinante: existió, en América
Latina, una pujante literatura nazi, con sus escritores, editoriales, revistas y
lectores entusiastas, con sus debates acalorados y sus reseñas más o menos
elogiosas. Ese escritor se llama Roberto Bolaño y el libro en el que desarrolló esa
idea fue La literatura nazi en América, de 1996. A través de esta novela, Bolaño
comenzó a trazar un mapa inquietante que continuaría en Estrella distante,
también de 1996, donde retomaba y expandía una de las numerosas biografías
apócrifas que componían La literatura nazi en América: la de Alberto Ruiz-Tagle,
enigmático alumno de un taller literario, quien se transforma, durante el Chile de
Pinochet, en Carlos Wieder, militar torturador de la dictadura y poeta vanguardista.
Con este personaje, Bolaño roza —sin ser nunca totalmente explícito ni enjuiciador,
salvo en la piedad por las víctimas— un tema fundamental: las relaciones entre la
literatura y la represión, entre los actos civilizados y los abyectos. Como variaciones
alrededor de un mismo tema, sus libros posteriores continuaron investigando en
este registro mediante ficciones alucinantes y abrumadoras: los cuentos de
Llamadas telefónicas en 1997 (que prolongan narraciones anteriores), Los
detectives salvajes y Amuleto, de 1998, y ahora su última novela, Nocturno de
Chile.
Con Los detectives salvajes, libro que consagró definitivamente a Bolaño (recibió
los premios Herralde y Rómulo Gallegos), los viajes ficcionales se inician en otro
punto del mapa: ya no Santiago de Chile sino la ciudad de México, donde Bolaño
pasó parte de su adolescencia y de su juventud (con un intermedio infernal en el
Chile del golpe militar del 73). La novela cuenta la historia de Arturo Belano (alter
ego de Bolaño) y Ulises Lima, dos jóvenes escritores que fundan el realismo
visceral y salen a la búsqueda de la poeta Cesárea Tinajero, legendaria integrante
de las vanguardias mexicanas de los años veinte. Entre los testimonios que recogen
(el catálogo y la enumeración son, en Bolaño, las formas de la narración), se
mezclan las voces de personajes ficticios y escritores reales como el líder
vanguardista Manuel Maples Arce o el ensayista Carlos Monsiváis.
Pero hay algo más: Bolaño ha logrado narrar estos conflictos en el contexto de la
historia latinoamericana. Sus personajes recorren el continente, citan a los
escritores de Chile, Perú o México, se preocupan por su pasado y por su historia.
Leído desde la tradición argentina, se reconocen en su escritura la presencia de
J.R.Wilcock, Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia y H. Bustos Domecq, el heterónimo de
Borges y Bioy. Pero también del chileno Enrique Lihn o del mexicano José Emilio
Pacheco. En este sentido, Bolaño parece haberse erigido en uno de los pocos
escritores de la actualidad que adquirieron dimensión latinoamericana, tal como
había ocurrido con la narrativa en los años sesenta. Hasta el periplo biográfico del
mismo Bolaño (Chile, México, Barcelona) es muy similar al de un Donoso o al de un
García Márquez. Sin embargo, una vez que se los compara, se hacen evidentes las
diferencias de época. Entre aquellos años de euforia optimista y los actuales,
median nada menos que los genocidios y el desvanecimiento de América latina
como alternativa política o cultural. Mientras Donoso o García Márquez barrenaban
en la cresta de la ola, Bolaño parece pasearse por la orilla recogiendo los restos de
un naufragio. El entusiasmo que esas narrativas ponían en la palabra crítica de la
literatura es lo que encuentra en Bolaño su reverso: ya no emana ninguna
autoridad de la literatura ni de los escritores.
Su relato Los Detectives Salvajes fue elegido la mejor novela publicada en 1998.
"Supongo que los escritores chilenos bailarán en una patita cuando sepan", dijo a
La Tercera desde España.
Andrés Gómez
Otra vez Bolaño. Otra vez Los Detectives Salvajes. La novela que al narrador
chileno residente en España le costó "medio hígado" escribir,comenzó su exitosa
circulación en noviembre de 1998, cuando resultó ganadora del Premio Herralde.
En mayo pasado se impuso en el certamen hispanoamericano Rómulo Gallegos,
por primera vez alcanzado por un chileno. Y el martes, el Consejo Nacional del Libro
la coronó como la mejor novela publicada el año precedente. "Es un honor; el
reconocimiento de mi patria tiene un gusto especial", dice al teléfono desde su
casa, en la localidad de Blanes.
El premio del Consejo lo han obtenido antes autores como Carlos Cerda,Gonzalo
Contreras, Jaime Collyer y Carlos Franz, entre otros. "Se van a poner contentos,
porque sólo faltaba que lo ganara yo, que soy el mejor de esta generación",
comenta.
"No es ninguna revancha -añade-, porque no siento que estoy en competición con
ellos. No compito con Hernán Rivera o Diamela Eltit; yo estoy compitiendo con
escritores buenos de verdad".
Por los honores conseguidos, podría pensarse que Los Detectives Salvajes tenía
asegurado el premio; pero Bolaño no lo cree así. "Ten en cuenta que Gabriela
Mistral obtuvo el Nacional después del Nobel. Entonces, no caía de cajón que me lo
dieran. Estoy muy agradecido".
Será una contienda de lucha libre, aunque depende de lo que diga. Si hablo de
flores y carteros y plantitas, no va a pasar nada. Pero si hablo de literatura".
En todo caso, afirma que ha estado "en barullos peores", en México y España. "Lo
que pasa -formula- es que esos barullos no duran más de un mes, pero en Chile
son capaces de alargarlos, porque hay una tendencia a lo siútico y cuico, que hace
que estas anécdotas duren más de lo normal".
Evaluando su controvertido paso por el país, señala que "la literatura chilena
necesita remezones fuertes. Y los va a tener, porque hay una generación muy
joven que viene pisando duro y que va a arrasar con estos protocolos momificados
de la sociedad literaria chilena. Los que están se aferran a sillones apolillados, que
es lo único que tienen, pero los jóvenes van a barrer con ellos".
Es propio del poema lírico captar un momento, suspender el flujo del tiempo. El
poema lírico es enemigo de la sucesión. Y esta característica es la que marca los
inicios de Roberto Bolaño en la literatura, pues es justamente la poesía la pista de
despegue de la cual dijo provenir como narrador; su amor primero y persistente
hasta su muerte. Venía precisamente de la poesía lírica post-surrealista: el
infrarrealismo que fundó y practicó en México con el poeta Mario Santiago se
situaba en este linaje. Los orígenes poéticos de Bolaño se ven en su prosa
narrativa, no sólo en la temática (hay muchos personajes poetas o aspirantes a
poetas), sino también en la escritura misma. No duda en emplear imágenes
sorprendentes, incongruas o exorbitantes. Como los surrealistas, confía en los
sueños, y los relata con gran naturalidad. Con sus frecuentes enumeraciones y
variaciones sobre un tema proyecta el paradigma sobre el sintagma: ensarta en sus
oraciones elementos similares entre sí (puede ser una similitud de sonido o de
sentido). Para Roman Jakobson, esto es el proceso fundamental de la poesía.
Y, sin embargo, Roberto Bolaño no escribe lo que se llama una prosa poética o
lírica, es decir, cargada, ornada o preciosa. Más bien, en su caso, los recursos
poéticos están al servicio del relato, de manera que, junto con sorprender, las
imágenes también profundizan la descripción de un ambiente o la caracterización
de un personaje. Por ejemplo, el narrador de Nocturno de Chile describe así los ojos
de Farewell, suma autoridad de la crítica literaria chilena (personaje que oculta al
ya fallecido y mítico Alone): "entrecerrados como trampas para oso fallidas o
destrozadas por el tiempo y las lluvias y el frío glacial" (p. 118). Este símil es como
una pequeña bifurcación en la trama vemos fugazmente un paisaje nórdico – pero
también tiene una justificación sicológica: Farewell envidia a Urrutia Lacroix, pues
éste ha conocido a los generales de la Junta. El crítico ha gozado de su poder en el
mundo de las letras criollas, pero hubiera querido acercarse al verdadero poder. En
este sentido ha fallado, como las trampas para oso.
Intensidad y extensión
Bolaño, por supuesto, no sólo fue un cuentista. Supo compaginar la intensidad del
cuento corto con la extensión de la novela mediante dos procedimientos
característicos: el de entretejer sus relatos para hacer una red, como en la parte
central de Los Detectives salvajes, y el de dilatar un relato ya escrito, como en
Estrella distante y Amuleto, que ‗explotan‘ sendos capítulos de La Literatura Nazi en
América y Los Detectives salvajes. Bolaño describe el segundo procedimiento en el
pequeño prólogo a Estrella Distante. Allí dice haber discutido con Arturo Belano y el
fantasma de Pierre Menard ‗la validez de muchos párrafos repetidos‘. Entre esos
párrafos en que sólo se han cambiado los nombres de los personajes, hay páginas e
incluso capítulos enteramente nuevos. Como Balzac y Proust, que iban
incansablemente rellenando sus textos, Bolaño fue un escritor expansivo en el
sentido más literal. Los resultados de su procedimiento dilatador se ven tanto en la
sintaxis de sus frases como en la estructura narrativa. Respondiendo a las
preguntas de sus traductores, a veces no sólo clarificó el sentido de una expresión,
sino que dio una versión ampliada, que no habría desentonado en el texto original.
Fue como si la pregunta, obligándolo a volver al texto ‗provisoriamente definitivo‘
(como dicen los miembros de l‘Oulipo ) lo hubiera movido a relanzar el proceso de
expansión. Lejos de diluir la materia de su ficción, esta dilatación la enriqueció de
nuevos detalles y retoños narrativos que hubieran podido servir de puntos de
partida. De ahí, en gran parte, la impresión de facilidad que, como notó Nora
Catelli, se desprende de la obra de Bolaño.
Elegía y alegria
Tocó en suerte a Roberto Bolaño ser un escritor elegiaco. La historia le dio su gran
tema: las desdichas de su generación perdida, la de los latinoamericanos que se
hicieron adultos, a veces muy bruscamente, en los años setenta. Al final de
Amuleto , Auxilio Lacouture ve a una legión de jóvenes caminando hacia un abismo
y cantando. ‗Quiso mi mente,‘ dice Auxilio, ‗recordar un texto que hablaba de niños
que marchaban a la guerra entonando canciones, pero no pudo‘ (p. 152). Conjeturo
que ese texto es La Cruzada de los niños, de Marcel Schwob, autor francés que
estaba casi olvidado en Francia hasta las recientes reediciones de su obra, debidas
en gran parte a la influencia de Borges. Los jóvenes idealistas de Bolaño son harto
menos idealizados que la pequeña Allys de Schwob, guiando al ciego Eustace, pero
su idealismo está igualmente abocado al fracaso. Las vidas que nos relata Bolaño,
imaginarias o no, están llenas de esperanzas y proyectos fallidos. A él, como a
Samuel Beckett, el éxito le parece pobre y monótono, comparado con la casi infinita
variedad del fracaso. Y sin embargo, leer a Bolaño no es deprimente, muy por el
contrario. Muchos lectores han atestiguado los efectos vigorizantes de su prosa.
Roberto Bolaño Ávalos nació en Santiago en 1953, durante el primer año del
segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Hacían pocos meses que los
gobiernos radicales habían abandonado definitivamente la regencia del Ejecutivo
chileno y habían transcurrido apenas cuatro años del reconocimiento del voto
femenino. Según ha dicho el propio Bolaño, nieto de inmigrantes gallegos, en Chile
su padre trabajó como transportista y ganó algunos títulos de boxeo amateur, y su
madre fue profesora. Su vida transcurre así entre distintas ciudades del sur
(Cauquenes, Los Angeles) hasta que emigra junto con su familia el año 68. Es
decir, hasta los 15 años Roberto Bolaño vive entre el populismo autoritario de
Ibáñez y la Revolución en Libertad de Eduardo Frei. Es la época del cataclismo de
Valdivia, del mundial del 62, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy y el
Concilio Vaticano II. Son los años en que las letras chilenas tienen como figura
preeminente a Pablo Neruda.
LIBROS DE POESÍA
- Tres (2000)
VOLÚMENES DE CUENTOS
NOVELAS
- La senda de los elefantes (1994, reeditada en 1999 con el título Monsieur Pain)
- Amuleto (1999)
- Amberes (2002)
En preparación
Alejandro Zambra
En 1996 llegó a las estanterías locales ―La literatura nazi en América‖, provocador y
excéntrico volumen que en la forma de un diccionario de biografías proponía una
versión inusitada y orgullosamente arbitraria de la historia latinoamericana. Sobre
el autor -un tal Bolaño, Roberto- comenzó a circular la mínima leyenda de un
chileno que muy joven se fue a vivir a México y luego a España, país en el que,
después de apurar varios inviernos al tres y al cuatro, comenzaba a ser reconocido.
Durante los años siguientes el tal Bolaño fue publicando una seguidilla de libros
estrictamente célebres: ―Estrella distante‖ y los bellos cuentos de ―Llamadas
telefónicas‖, en su momento, prepararon el terreno para el estallido mayor de ―Los
detectives salvajes‖, novela esencial que ni el más despistado de los críticos -lo que
ya es decir- podría ni podrá desconocer como una obra imprescindible de la
literatura hispanoamericana.
El medio local, en tanto, acogió con ánimo dispar a este ilustre desconocido, sobre
todo después de que el escritor diera rienda suelta a su apetito polémico,
destrozando la institucionalidad literaria chilena con opiniones que, por desgracia,
venían muy a cuento. Desde luego, a nadie le gusta que a última hora le revuelvan
el gallinero, sobre todo si, por entonces, la así -o asá- llamada nueva narrativa
chilena buscaba, afanosamente, al sucesor de José Donoso. Apareció, en cambio,
un narrador que en ningún caso podía ser comparado con Donoso, pues superaba
con creces al autor de novelas de veras importantes (―Casa de campo‖) o
arriesgadas (―El obsceno pájaro de la noche‖), pero al fin y al cabo pequeñas ante
la insultante velocidad y el aliento épico de la prosa de Bolaño.
La muerte o la desaparición -tal vez esta palabra sea, por ahora, más oportuna- de
Roberto Bolaño es una noticia espantosa. Quedan, por cierto, sus libros, que
generaciones de lectores y de escritores leerán y releerán, en busca de ese rumor
vacío, necesario y valiente de la gran literatura.
Encontrado en:
http://www.lun.com/Cultura/detalle_noticia.asp?cuerpo=701&seccion=813&subseccion=901&idnoticia=C37817
0685416667
"Dejo que me plagien con total tranquilidad"
por Alvaro Matus
"Ya no estoy dando entrevistas por teléfono, porque me enredo con la gramática y
siempre quedo como idiota. Hagamos la entrevista por mail... lo mío es la
escritura", dice Roberto Bolaño con un tono relajado, propio de quien viene
llegando a su casa de Blanes (España) tras unas vacaciones por Venecia, junto a su
mujer y sus dos hijos. Ante eso, le comentamos: "Curioso que al autor de Llamadas
telefónicas no le guste hablar por teléfono... por lo menos con los periodistas".
Bolaño se ríe y repite que lo suyo es la escritura. Y tiene toda la razón: Bolaño,
premio Rómulo Gallegos 1999, es un escritor químicamente puro, un hombre que
se siente más cómodo escribiendo que hablando. Al igual que los personajes de sus
novelas y cuentos, vive en torno a la literatura, al punto de transformar buena
parte de sus lecturas, viajes y anécdotas en experiencias literarias. Así lo reafirma
Putas asesinas, libro recién lanzado en España, que llega a fin de mes a Chile y del
que ofrecemos un adelanto exclusivo
Son 13 cuentos, varios de ellos protagonizados por su alter ego, Arturo Belano, y
por B, quien ya había aparecido en Llamadas telefónicas, su anterior libro de
cuentos. Ambos personajes deambulan por México, España y Africa. Se encuentran
con viejos camaradas, con sujetos desesperados o, en el caso de B, con revistas
literarias que lo motivan -como sólo a un escritor químicamente puro puede
ocurrirle- a ir tras la pista de un autor que yace bajo el polvo de una librería de
viejos. Como el nombre del libro lo señala, también hay putas. No todas, eso sí, son
asesinas.
-Podrías ir un poco a las motivaciones del cuento Putas asesinas, por qué
es el título del libro y qué piensas de ellas?
-Bueno, algunas cartas las contesto, otras, la mayoría, no; además siempre tengo
la impresión de que no es a mí a quien deberían escribirle, sino a García Márquez,
Vargas llosa, Fuentes o Sabato. Por otra parte, Lihn no fue importante para mí por
sus cartas, sino por su poesía. Por supuesto, a todo escritor relativamente joven lo
halaga, en cierta manera, el que un escritor como Lihn se convierta, de la noche a
la mañana, en tu corresponsal, y también resulta halagador (aunque la palabra que
más se ajusta es consolador) saber que muchas de tus ideas las compartes con un
escritor de ese calibre. ¿Qué ideas eran esas? Básicamente, una visión negra de la
literatura chilena y de la literatura en general.
-En modo alguno. Ni voy a todos los lugares adonde me invitan ni hago todos los
viajes de promoción que suelen hacer los otros escritores ni hago vida social. Al
contrario. Vivo en un pueblo pequeño, soy independiente, nunca he recibido ayuda
oficial de ningún gobierno, no voy detrás de publicaciones ni de becas. Dejo que me
plagien con total tranquilidad. Mis enemigos (gratuitos) crecen como la yerba.
-¿Por qué en tus obras, como La literatura nazi en América, por nombrar
una, te adentras en la extrema derecha?
-Como dice Nicanor Parra, por joder la paciencia. Básicamente, por joder la
paciencia. Por reírme un rato.
El ojo Silva: Arturo Belano se encuentra en Berlín con un antiguo amigo que le cuenta
cómo raptó a dos niños en un burdel de la India.
Putas asesinas: "Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío
que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en
la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir", dice la
protagonista antes de asesinar a su nueva víctima.
Fotos: Arturo Belano, perdido en África, hojea un álbum de fotos en donde poetas
franceses se celebran a sí mismos.
Carnet de baile: 69 razones para no bailar con Pablo Neruda. Algunas parejas de
baile posible: "los nerudianos en la geometría con los huidobrianos en la crueldad, los
mistralianos en el humor con los rokhianos en la humildad, los parrianos en el hueso
con los lihneanos en el ojo"
Encuentro con Enrique Lihn: Roberto Bolaño sueña con que unos escritores jóvenes
lo llevan a ver a Lihn, quien se halla en una ciudad que podría ser Santiago de otro
tiempo, "un tiempo atroz que pervivía sin ninguna razón, sólo por inercia".
Por esta sección han pasado ya las últimas creaciones de Javier Marías y
de Juan Bonilla. En esta ocasión, los críticos aplican su bisturí a Los
detectives salvajes (Anagrama), novela galardonada con el reciente
Premio Herralde que ha despertado entusiamo tanto entre el público como
entre los profesionales de ambos lados del Atlántico.
Una manera de interpretar esta novela es como una gran summa del exilio
latinoamericano, lo que, también de modo reductivo, la equipara a una de las
grandes novelas de los sesenta, Rayuela, de Julio Cortázar. Si el exilio en los
cincuenta y sesenta era mayormente voluntario y motivado por razones culturales
más que políticas, el de las décadas siguientes opera a la inversa. Si en Rayuela la
angustia existencial y la búsqueda de sentido marcaban el rumbo de los personajes
más significativos, en Los detectives salvajes el sin sentido es un hecho de la causa
al que hay que sobrevivir.
Pese a que la historia gira en torno a esos dos detectives, el lector apenas los ve
hablar, pues el autor ha querido que sean otros personajes los que narren sus
peripecias, y ahí reside, quizá, el mayor atractivo del libro, en esa pluralidad de
puntos de vista. La novela comienza a modo de diario escrito por un tal Juan García
Madero, estudiante universitario adscrito al real visceralismo, movimiento poético
cuyo máximo enemigo no es otro que el célebre Octavio Paz. García Madero escribe
poemas y estudia poco, conoce a muchachas que escriben versos, folga con
camareras y prostitutas, describe Ciudad de México hacia 1975 y habla de su
amistad con dos individuos, también poetas, que aparecen y desaparecen
constantemente y de los que apenas sabemos nada: los detectives Belano y Lima.
Es la primera parte del libro, la que nos va a permitir familiarizarnos con personajes
que en el transcurso de la narración contribuirán con su testimonio a que
conozcamos más a fondo el carácter de los protagonistas.
Si bien la novela resulta en ocasiones un punto enrevesada, es innegable la fuerza
de su torrencial estilo y no es posible pasar por alto la manifiesta inteligencia con la
que está escrita. Bolaño es indudablemente un escritor sagaz, y sus opiniones,
aunque disfrazadas por esa impostura que es la literatura, mueven a la admiración.
De igual modo que la vanguardia funciona como una metáfora de la caducidad ("la
juventud es una estafa", se dice en algún momento), México funciona en esta
novela como [...] una metáfora del caos. Por donde el sentido de que sus
protagonistas compartan una "triste e irremediable condición de sudamericanos
perdidos en Europa, perdidos en el mundo". [...]. Escéptica y atrevida, elástica y
contundente, paródica y tristísima, Los detectives salvajes viene a ser, por decirlo
de un modo estridente, el tipo de novela que Borges hubiera aceptado a escribir, en
la medida en que [...] trafica concienzudamente con los valores propios tanto del
relato breve como de la gran narración coral, sacando beneficio de uno y otra para
conseguir un libro original y hermosísimo, divertido, conmovedor, importante.
El libro, en principio, puede leerse en dos niveles básicos: una historia de aventuras
y una meditación sobre la literatura, efectuada imperceptiblemente al ritmo de esas
aventuras. Como reflexión literaria, la obra ofrece una lectura aún más
sorprendente que como relato de acción. Mientras vagan, se enamoran y
protagonizan andanzas, los personajes escriben o piensan en escribir -sólo poesía-
y hablan de lo que escriben otros. Pero no conocemos sus poemas. La novela es,
entonces, una historia de la poesía que no se publica, no se escribe o no se lee,
pero se practica a diario por miles de seres. Si la cultura y la literatura han tenido
siempre algo de museo, Bolaño las transforma en experiencias inseparables de la
vida y actividades, sean éstas criminales, sociales, sexuales, familiares, laborales u
otras, del abigarrado conjunto humano que puebla su novela.
Por supuesto, Los detectives salvajes tiene defectos, pero éstos se olvidan ante el
entusiasmo que despierta un trabajo narrativo que merece las celebraciones que
puedan hacérsele.
Los detectives salvajes es el relato de una fuga infinita, y Bolaño ha sabido dotarle
de una estructura narrativa abierta y elástica que se adapta a esa misma infinitud o
que más bien nace de ella como una consecuencia natural. […] En ese mismo
bloque central evidencia el autor algo que por sus anteriores libros ya conocíamos,
una extraordinaria y deslumbrante capacidad de fabulación, y muchas de las piezas
de este grandioso puzzle literario no sólo podrían tener una vida autónoma como
relatos breves, sino que serían dignos de aparecer en cualquier antología del
género. […] Esto, sin embargo, no debe inducir al error de considerar Los
detectives salvajes una colección de relatos más o menos disfrazada de novela.
Estamos, por el contrario, ante un libro con una indudable unidad de espíritu y de
acción, en el que la dispersión de voces narrativas es sólo aparente y constituye
además uno de los grandes hallazgos del autor: su reconstrucción de las itinerantes
biografías de Belano y Lima por una técnica como de vaciado […] no hace sino
aportar misterio a la historia y animarnos a seguir leyendo.
Según uno de los fundadores, Arturo Belano, los actuales visceralistas caminaban
hacia atrás, "de espaldas, mirando un punto pero alejándose de él en línea recta
hacia lo desconocido". El mismo desarrollo que observamos en la novela, que en su
simultáneo avance hacia el pasado y hacia el futuro desemboca en un presente
abierto, en una ventana detrás de la cual no sabemos qué se oculta. […]
Paradójicamente, estos jóvenes que en el presente definitivo tienen ya más de
cuarenta años, encuentran a Cesárea para llevarle la muerte. También la obra del
grupo morirá. Y nadie se acordaría de ellos si Roberto Bolaño, compañero en el
sufrimiento y en la felicidad, no hubiese escrito, fundiendo lo sublime con lo
siniestro, un magnífico testimonio de su generación y de todas las generaciones
que viven la literatura con la misma pasión con la que viven la vida.
Tal vez uno de los rasgos más notables de esta novela es el doble juego entre la
investigación de Belano y Lima tras las huellas de Cesárea Tinarejo y la
investigación, por así decirlo, del narrador tras las huellas de Belano y Lima. Los
personajes de la novela son los testigos de esta búsqueda. Cada uno [...] aporta
una pieza al puzzle, aunque en muchos momentos sus historias alcanzan un
perfecto nivel de autonomía: relatos dentro del relato, cuentos que podrían leerse
en forma independiente, pero que son, en la realidad, parte de una novela
extraordinaria en la que Bolaño despliega sus recursos narrativos y su
desencantada visión del mundo. Con un rigor asombroso, el autor somete a juicio a
toda la literatura latinoamericana del siglo y a buena parte de la historia, siempre
en nombre del empeño de sus personajes protagónicos por descubrir las huellas
secretas que pueden revelar el sentido de la poesía y de la vida. No se equivocan ni
exageran los críticos que comparan esta novela con Rayuela y otras obras
fundacionales del boom de los sesenta. Bolaño ha elaborado una propuesta
compleja y múltiple, que, nuevamente, reinventa el arte de escribir novelas y
remece el sentido de la escritura.
La verdad —si lo pienso bien— es que todo esto es muy nuevo y muy
extraño para mí. Desde que empecé a escribir y a publicar, nunca que yo
recuerde me he encontrado con algún escritor que me recordara a mí. Sólo
en estos dos últimos años se ha producido este extraño fenómeno.
Eduardo Mendoza, Muñoz Molina, Juan José Millás y Javier Marías, por
ejemplo, ilustran a la perfección entre nosotros este modelo de fin de
milenio. Están alejados de Gómez de la Serna, que recitaba desde el lomo
de un elefante, o de Valle-Inclán, que se quejaba de que no le permitían
subir al tranvía con dos leones".
A propósito de todo esto, Juan Villoro añadía por su cuenta: "En artes
plásticas la figura del Gran Fantoche —la construcción de una personalidad
deliberadamente engañosa— aún fue posible en Dalí o Warhol. En literatura
hay que volver a la antigüedad de la bohemia para dar con quienes
hicieron del descaro una estética y de la gestualidad una estrategia. Entre
ellos el campeón absoluto es Valle-Inclán".
Extravagancia, pues, entendida como la transformación de uno mismo
en "un personaje literario". Vida y literatura abrazadas como el toro al
torero y componiendo una sola figura, un solo cuerpo. Algo así como
aquello que le decía Kafka a Felice Bauer: "Mi manera de vivir está
organizada únicamente en función de escribir". O esto otro, también
dirigido a la pobre Bauer: "No es que tenga una cierta tendencia a la
literatura, es que soy literatura".
Al artista del alma nómada que es Bolaño —del que ahora vuelvo a
sentir la tentación de alejarme aún un poco más— los versos de Audiberti
seguro que le acompañan a muchos lugares en su extravagancia radical:
esa extravagancia que fluye serena a lo largo de las 447 páginas de Los
detectives salvajes. Tengo con Bolaño una gran afinidad con todos esos
seres errantes que aparecen en su novela: seres que a mí me parece que
vagan en lugares extraños, en unas afueras que no poseen un interior,
como astillas a la deriva supervivientes de un todo que nunca ha existido
(las múltiples voces de la parte central del libro). Esas voces yo diría que
son astillas supervivientes extrañas a cualquier órbita —es decir, algo
parecido a los volátiles del Beato Angélico que inmortalizara Antonio
Tabucchi—, astillas que navegan en espacios familiares que, sin embargo,
son de una geometría desconocida.
No está mal, vuelvo a respirar aliviado. Cada vez tengo a Bolaño a más
distancia. Ahora lo veo muy claro: para Bolaño, artista del alma nómada y
aficionado a la multiplicidad (en lo primero coincidimos, en lo segundo no
tanto), el hombre se halla en el centro de todos esos múltiples sistemas
interrelacionados de los que he hablado. Y sospecho que, para él, ese
hombre se erige en su doloroso paradigma. (De hecho, Los detectives
salvajes es una inteligente alegoría del destino humano). Creo que el
artista de la multiplicidad que es Bolaño sabe que lo único que puede hacer
el individuo para asimilar el caos que lo envuelve y que refleja en su propia
naturaleza consiste en abrir bien los ojos y tratar de registrarlo todo para
luego intentar ordenarlo. Pero está claro que un hallazgo le conduce a otro
y que estamos ante aquella flaca que pintaba a una gorda que a su vez
pintaba a una flaca que pintaba a una gorda que pintaba a una flaca, y así
hasta el infinito, palabra que, por cierto, conoce muy bien Bolaño, que sabe
que el infinito es cierto, tan cierto como infinitos son los ruidos de los
vecinos.
Algo ahora sobre los ruidos de los vecinos: un texto del ya citado Carlo
Emilio Gadda está dedicado a la tecnología de la construcción, que desde la
adopción del cemento armado y de los ladrillos huecos ya no preserva las
casas del calor y de los ruidos. Gadda se extiende en este texto de una
forma que revela en él a un gran maniático: se dedica a hacer una
minuciosa descripción grotesca de su vida en un edificio moderno y de su
obsesión por todos los ruidos de los vecinos que llegan a sus oídos.
En fin, entre ese diario que abre y cierra el libro, nos encontramos con
400 páginas —casi pues el libro entero— en el que el lector repara —lo diré
con palabras del crítico Ignacio Echevarría:
...en que todas las voces, todas las palabras, todo el tiempo
transcurrido durante el intermedio tiene el valor exacto de un instante de
lucidez, de un pliegue (el subrayado es mío) abierto de pronto para que
todos los personajes puedan ser contemplados en su común humanidad, y
pueda deducirse así, del absurdo tragicómico de sus vidas no la
constatación —escribe Bolaño— de nuestra ociosa culpabilidad sino la
marca de nuestra milagrosa e inútil inocencia.
Ese pliegue bien podría ser también una grieta, una brecha. El tema de
Los detectives salvajes bien podría ser una brecha, el mundo infernal de
una generación agrietada, boca de sombra sibilina por la que habla el
infierno. Me recuerda esa brecha a una que aparece en uno de mis libros
preferidos, la novela vanguardista Petersburgo, de Andrei Biely, una de las
cuatro mejores novelas del siglo según Nabokov. En ella leemos:
Los detectives salvajes —vista así— sería una grieta que abre brechas
por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo
milenio. Los detectives salvajes es, por otra parte, mi propia brecha; es
una novela que me ha obligado a replantearme aspectos de mi propia
narrativa. Y es también una novela que me ha infundido ánimos para
continuar escribiendo, incluso para rescatar lo mejor que había en mí
cuando empecé a escribir.
DOMINGO BREVE
Roberto Bolaño acaba de ganar el Premio Rómulo Gallegos con Los detectives
salvajes. Construida al modo de un estadio donde la gente entra y sale sin tregua,
la novela es una marea de historias, Las mil y una noches de una generación adicta
a los paraísos artificiales de la poesía y del tequila blanco. Esta saga
inconmensurable dura 609 páginas pero podría abarcar una biblioteca concéntrica;
en rigor, no termina: se disipa tras una última ventana. Con un oído atento a los
giros y modismos que definen personalidades, Bolaño congrega a un coro de
mexicanos, chilenos y españoles que conocieron a Ulises Lima y Arturo Belano, los
detectives literarios que a fines de los setenta se lanzaron en busca de la poeta
Césarea Tinajero. La pesquisa dura dos décadas y pasa por las bodegas de un
barco anclado en el Mediterráneo, las soledades del desierto de Sonora, bares de
una Barcelona sin gloria y sórdidos departamentos de la Ciudad de México. En esta
anti-novela de iniciación, las rutas son rigurosamente descendientes: "el poeta no
muere, se hunde, pero no muere''. Como en el Popol-Vuh o en Las cintas del
sótano, de Bob Dylan, las flechas apuntan hacia abajo y proponen peldaños
interiores.
Para los mexicanos que frecuentaron talleres literarios en los años setenta, el
caudal narrativo de Bolaño brinda el botín adicional de la lectura en clave.
Monsiváis y Paz aparecen como fantasmas rulfianos y una pléyade de poetas,
editores, burócratas de la cultura y críticos menores adquieren nombres falsos y
perdurable identidad. Arturo Belano es el alter ego de Roberto Bolaño, escritor
chileno que vivió en México de 1968 a 1978, y Ulises Lima, protagonista absoluto
del relato, es el poeta Mario Santiago. Los visceral realistas representan a los
infrarrealistas, el grupo que alborotó nuestra república de las letras en los setenta.
Pero Bolaño no levanta un acta ministerial de ese tiempo. En su pluma irónica, la
pandilla en la que militó resulta absurda y entrañable, y el "enemigo'' Octavio Paz
se agranda como un chamán que recorre el Parque Hundido en una caminata que
es un signo que es un viento entero.
Bolaño vive en Blanes, el puerto donde se alza la primera roca de la Costa Brava.
Ahí, las barcas llevan banderas del Español o el Barca. En los domingos grandes,
las peñas parten en tren a los estadios de la ciudad condal. Frente al punto de
reunión de los porristas, hay una pastelería donde un culto repostero lee con cierto
rubor las historias de Bolaño. "Yo también fui joven, pero esto es demasiado'',
comenta ante las sobredosis de sexo, drogas y rock and roll. Sin embargo, no deja
de leer. El pastelero de Blanes no es el único que ha sentido la perturbadora carga
de los relatos de Bolaño, o Belano, quien recorrió las autopistas y el desierto en el
Impala comandado por Ulises Lima.
La obra está dividida en tres partes, que en realidad son dos, pues una de ellas se
abre para contener a la otra: la ya típica estructura de las cajas chinas pero con
variación. Además, las deudas con la tradición y la modernidad no sólo son
tributadas en el texto sino también en la complejidad estructural. Las distintas
historias y personajes que se entrecruzan o se desencuentran constituyen las
piezas de un collage, los fragmentos de un todo inatrapable.
Estética de la imprecisión
Y, si pensamos en la lectura como cópula, vendría bien lo que dice en uno de los
capítulos Luis Sebastián Rosado: "Después hicimos el amor pero fue como hacerlo
con alguien que está y no está, alguien que se está yendo muy despacio y cuyos
gestos de despedida somos incapaces de descifrar".
Esta imprecisión de los personajes que están allí en el texto junto a la visión
múltiple de los múltiples personajes lleva a pensar que en el fondo no hay
protagonistas y que es una manera de elaborar narrativamente un concepto y tema
caro a la posmodernidad: la disolución del sujeto.
Ulises Lima remite a un degradado Odiseo, sin acciones heroicas salvo la defensa
de una prostituta como un hecho circunstancial, sin Penélope que lo espere, tras un
amor imposible que lo lleva a Israel (tierra prometida que se equipara a la fantasía
del amor logrado). Y, finalmente, su Itaca será la ciudad de México, y sus viajes
serán el olvido y los recorridos por Parque Hundido. Norman Boizman en el capítulo
10 nos dirá sobre él que "intentaba evitar la cercanía de su dolor, de su obstinación
de mula, de su profunda estupidez".
Ulises Lima es un antihéroe al igual que Arturo Belano. Este último, exiliado sin
regreso, persigue a la muerte. Es ella su Itaca. Por esta razón, uno regresa, el otro
no: cumplen, de alguna manera, la ruta de los arquetipos con los cuales se pueden
asociar (Odiseo y el rey Arturo —de la muerte de Arturo no se tiene certeza). Las
pruebas enfrentadas no han traído la victoria sino el escepticismo y el desengaño
existencial, el cansancio, el tedio.
La relación con la obra de Homero se reafirma por la estructura episódica del libro:
cada capítulo o sección posee independencia propia a la vez que va trazando una
historia única, y en la segunda parte (tal como en La Ilíada) cada personaje que
habla se convierte en héroe de su propio instante.
Por supuesto, esta épica que narra Bolaño es desde la perspectiva del mundo
degradado y la carnavalización (Bajtín). Hay que recorrer todas las páginas para
vislumbrar (y aquí es clave el capítulo 23 de la segunda parte) que Los detectives
salvajes cuentan la épica y la saga de una generación, la nacida en lo años 50, la
de los actuales cuarentones, fracasados e impotentes. No es gratuito que la
impotencia sea una de las circunstancias que marcan a algunos personajes y es
obvio que no es sólo una referencia física y sexual, sino un símbolo de imposibilidad
existencial.
Trascendencia
La novela está tejida como una red, como una especie de trampa. ¿Detectives?
¿Por qué? Cesárea es un motivo baladí, la resolución dada el personaje lo
demuestra, y es la búsqueda, la pasión por algo incontrolable lo que se destaca.
¿Salvajes? Quizás por lo jóvenes o por latinoamericanos —of course, es una ironía—
o por novatos.
La especificidad del mundo literario podría alejar al lector medio, pero no es así,
pues la historia trasciende el mismo hecho. La incertidumbre como propuesta
estética y que desdibuja a los personajes que nos interesa alcanzar (Lima, Belano,
García Madero) en la carrera que la misma lectura traza, se manifiesta también en
el tratamiento dado al mundo literario: hay una oscilación (se le desacraliza y se le
sacraliza a la vez) donde constantemente se denuncia la falsedad del medio y la
escritura como pose, hecho que debe ser muy poco simpático para algunos como
también debe causar escozor leer esa divertida clasificación de la literatura y la
poesía desde la homosexualidad.
Y, para darle más sentido de veracidad, el libro está atravesado por seres reales
ficcionalizados (Paz, Monsiváis, Volkow y otros).
Hay en el libro de Bolaño una idea simple y obvia, aunque narrativamente oculta e
incidental: de que a medida que envejecemos y si abandonamos la poesía, nos
olvidamos a nosotros mismos: ahí está la voz de Amadeo Salvatierra diciendo: "yo
también, llegado el momento, dejé de escribir y de leer poesía. A partir de entonces
mi vida discurrió por los cauces más grises que uno pueda imaginarse".
Finalmente, la respuesta sustancial acerca de por qué atrapa esta novela parece ser
suspenso, suspenso: como misterio, como hilo de Ariadna, como un estado interior
que propicia desde la incertidumbre. Suspenso, uno construido de la nada que
arropa a seres marginales y marginados: devorados por los acontecimientos,
silenciados por ellos, sin percatarse, exponiendo el sin sentido de sus vidas y la de
todos.
Encontrado en:
http://www.eluniversal.com/verbigracia/memoria/N86/contenido06.htm