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La muerte de Osama bin Laden

La muerte de Osama bin Laden ha despertado los más diversos comentarios. Una
importante mayoría de ellos se han concentrado en la pregunta respecto del sucesor, en
la prospección de represalias, en el impacto que este episodio tendrá en la denominada
lucha contra el terror. Sin lugar a dudas la muerte de bin Laden representa un punto de
trascendencia en el combate al terrorismo. Pero hay más incertidumbres que certezas
respecto de su implicancia mundial, y hay una enorme confusión respecto de cómo
abordar este asunto analíticamente. En este sentido, parecen apropiadas algunas
observaciones en perspectiva, considerando la complejidad del tema en cuestión.

En primer lugar, si se revisan los datos de inteligencia respecto de la función de bin Laden,
es posible decir que él, aproximadamente desde el año 2003, no dirigía ni planificaba
atentado alguno. Es cuestionable también que haya podido financiar atentados, dada las
dificultades logísticas y de comunicaciones a las que se enfrentaba. Su liderazgo era
incuestionable en tanto unificaba una idea común, y era representativa de los principios e
ideología de Al-Qaeda. No obstante, la capacidad operativa del grupo no era dependiente
de bin Laden. Se seguía operando sin su asistencia directa, de donde se entiende que su
figura (y su muerte) importa más por cuestiones de carácter propagandístico que táctico.

Las últimas informaciones parecerían desmentir esta situación, en tanto se ha informado


que bin Laden todavía tendría cierto control en el diseño de operaciones terroristas. Esto
no parece coherente con lo que sabemos de su contexto personal: aislado, sin
comunicaciones fijas de teléfono e internet y – tal vez lo más relevante – sin inteligencia
en terreno para planificar un atentado. Es posible que los documentos no sean más que
alternativas (antes que operaciones en ejecución) o que incluso sea la muestra gráfica de
un intento desesperado por intentar mantenerse a la vanguardia. Nunca hay que olvidar
que las Agencias de Inteligencia no entregan toda la información sobre un evento
determinado, y la que sí se conoce tiene un fin específico de tipo político. A mí modo de
ver, hay que mantenerse escéptico con lo que se dice de bin Laden y lo que puede
abstraerse de su propia realidad.

En segundo lugar, es difícil sopesar el impacto de su muerte desde la perspectiva de la


estrategia terrorista. Al-Qaeda es un grupo distintivo porque ha evolucionado desde una
organización estructurada, con una clara jerarquía y cadena de mando, a una serie de
grupúsculos o franquicias que comparten los principios ideológicos de la organización
inicial, pero que responden a liderazgos múltiples y heterogéneos. El análisis mediático en
el país ha obviado olímpicamente esta cuestión en tanto se escuchan las referencias a Al-
Qaeda como si fuese una entidad reconocible y clara. Nada más alejado de la realidad.

En efecto, al día de hoy es posible reconocer al menos tres organizaciones ligadas a Al-
Qaeda pero que actúan en función de objetivos más específicos: Al-Qaeda en la Península
Arábica (AQAP), el ISI en Irak, y Al-Qaeda en el Magreb africano. Incluso a este listado
podría agregarse el grupo operando exclusivamente en Yemen que algunos sencillamente
denominan como Al-Qaeda en Yemen. Adicionalmente es posible sumar organizaciones
terroristas que responden a una agenda similar, pero que no están asociadas a Al-Qaeda
de manera formal como el grupo Jemaah Ansharut Tauhid en el Sudeste Asiático, o
Harakat ul-Mujahidin en Pakistán; e incluso organizaciones que eventualmente pueden
unirse a Al-Qaeda pero que siguen estando diferenciados operativamente de ellos en la
actualidad (como el grupo Al-Shahab en Somalia, o el grupo Lashkar-e-Taiya en el mismo
Pakistán). No queda para nada claro si existe algo así como un Al-Qaeda Central.
Presuntamente, alguno de los antiguos miembros de Al-Qaeda – y que en el pasado
conformaban parte de sus Departamentos específicos - todavía mantienen cierto grado
de unidad centrándose en la zona de Waziristán en Pakistán, pero todo esto es conjetura.

Consecuentemente, el escenario es muchísimo más complejo de lo que los


autodenominados “especialistas” reiteran en los medios de comunicación. La sola
multiplicidad indica que no es posible hablar de Al-Qaeda como un grupo unitario. Más
bien se ha transformado en una entelequia, una idea que tiene fuerza por sí misma y a la
que distintos individuos – independientemente de su origen y procedencia – pueden
adherir. Así, la pregunta por el liderazgo puede ser incluso irrelevante desde el punto de
vista de las capacidades de cometer actos de terrorismo, en tanto las franquicias son
controladas por personas que no necesariamente pertenecían al grupo original; aquel
conformado poco después del triunfo afgano sobre la Unión Soviética a fines de la década
de los ochenta.

En tercer lugar, a pesar de lo dicho, no puede concluirse que la muerte de bin Laden sea
superflua. Él era reconocido como un líder y – si las circunstancias lo hubiesen permitido –
habría centralizado la organización tal cuál como funcionaba desde mediados de los 90 y
hasta el 11 de Septiembre del año 2001. En este sentido, su muerte pareciera ser un golpe
más importante para esta idea alqaediana, que para sus seguidores. De hecho, la muerte
de un líder terrorista es significativa no tanto por el impacto que puede provocar entre los
individuos que pertenecen al grupo, sino por las dinámicas internas que despierta este
vacío. Las luchas por quedar a la vanguardia pueden significar la descomposición y pérdida
de los ideales del grupo (como sucede inicialmente con la Facción Besayev en Chechenia);
o su evolución a organizaciones de otra naturaleza como de hecho sucede con el grupo
Abu Sayyaf que – a la muerte de Khadaffi Janjalani – deriva en una organización criminal.
Así, es probable que se intente publicitar la ya casi segura asunción de Ayman al-Zawahiri
como líder nominal, pero esto no debiese representar modificaciones sustanciales del
discurso histórico.

Cuarto, se habla de represalias como si la decisión de realizar actos de terrorismo


dependiese de la muerte de un líder. Es cierto que con el fallecimiento de una figura
reconocida existe un incremento de donaciones económicas al grupo y de incorporaciones
de individuos que deseaban formar parte de él. Pero estos son efectos de corto plazo. La
lógica de un grupo terrorista presupone que un atentado será realizado en la medida que
pueda cometerse. Ocultar o “guardarse” un atentado para la muerte de un líder no parece
ser una decisión coherente desde el punto de vista estratégico ya que hay mayor
probabilidad de ser descubierto. Mediáticamente, todo atentado atribuido o reconocido
por alguna de las franquicias de Al-Qaeda será deliberadamente expresado como
represalia, pero nada de eso indica que un atentado futuro no se hubiese cometido igual.
El terrorismo es una amenaza permanente precisamente porque los intentos de planificar
y cometer un atentado son constantes en el tiempo, y en una organización disgregada la
decisión de atacar no proviene de un “comando central”, sino de los líderes asociados a
cada franquicia.

Un atentado no es una acción espontánea ni aleatoria. Requiere enorme grado de


especialización, organización, planificación y tiempo. Las operaciones se diseñan con
meses de antelación, de donde se sigue que cualquier acto de terrorismo durante los
próximos días o semanas será publicitado como represalia, aún cuando su planificación ya
estuviese concretada con anterioridad a la muerte de Osama bin Laden.

Quinto, con relación a lo anterior, la amenaza en suelo occidental no aumenta en


términos reales. Sí se percibe mayor amenaza dada la mediatización del fenómeno, pero
hace ya bastante tiempo que las distintas agencias de inteligencia y policías
internacionales operan bajo los parámetros de un mundo post 11/9. Es esperable que la
probabilidad de un atentado en Europa y Estados Unidos se mantenga básicamente sin
modificaciones. Psicológicamente, no obstante, los riesgos políticos son más altos, ya que
se asumirá por parte de la opinión pública que todo evento de terrorismo tiene como
gatillante causal la muerte del propio bin Laden (y será muy difícil probar lo contrario). Por
consiguiente, una decisión política acertada supondría un incremento en el corto plazo de
la atención, recursos, inteligencia y acción de las instituciones contra-terroristas. En el
mismo sentido, cabría calificar como delirantes las opiniones de algunos analistas
nacionales que hacen mención a que Chile “no debiese descuidarse” o que “a partir de
ahora es un país vulnerable de sufrir un atentado”. Esto, sencillamente, significa no
entender nada respecto de los objetivos de Al-Qaeda o del terrorismo en general. Los
atentados y la violencia terrorista tienen un sentido político en su utilización. Los grupos
terroristas son entidades racionales que sopesan los costos y beneficios de su accionar. Si
nos basamos en que en el discurso oficial de Al-Qaeda se propone una recuperación de la
Umma musulmana, la caída de regímenes apóstatas en Medio Oriente, el retiro de las
tropas norteamericanas particularmente de Arabia Saudita y la instauración de un
régimen salafista, queda claro que hay una distancia considerable entre la realidad y las
afirmaciones alarmistas de ciertos analistas.

Sexto, es plausible pensar que la muerte de bin Laden no significará mayores


modificaciones sociales al interior de países como Afganistán, Irak y Pakistán. Hay que
recordar que estos ya son Estados cuasi fallidos, por lo que su composición – a pesar de
representar enormes grados de riesgo – no debiese fluctuar mayormente. Ya se han
observado ciertas demostraciones antinorteamericanas presuntamente asociadas a la
muerte del líder terrorista; pero hay que entender que ciertos sectores de dichas
sociedades ya venían con una narrativa anti-estadounidense desde los comienzos de la
invasión, y estos reclamos tienen más que ver con cuestiones de soberanía que de apoyo
manifiesto a la postura de Al-Qaeda.
Por último, el éxito político que ha anotado el gobierno de Barack Obama debiese ser
cosechado, y es esperable ver algunas políticas orientadas en esta dirección por parte de
la Casa Blanca. En este sentido, la muerte de bin Laden permite la elaboración de
estrategias políticas tendientes a comenzar a cerrar la participación estadounidense en
Afganistán, realizar modificaciones de recursos o estrategias respecto del combate al
terrorismo y, por cierto, direccionarla electoralmente con miras a la reelección del
presidente estadounidense. Las cifras ya demuestran un impacto en las cifras de apoyo.
Serán las decisiones posteriores las que reafirmen dicha realidad.

Guido Larson Bosco

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