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La muerte de Osama bin Laden ha despertado los más diversos comentarios. Una
importante mayoría de ellos se han concentrado en la pregunta respecto del sucesor, en
la prospección de represalias, en el impacto que este episodio tendrá en la denominada
lucha contra el terror. Sin lugar a dudas la muerte de bin Laden representa un punto de
trascendencia en el combate al terrorismo. Pero hay más incertidumbres que certezas
respecto de su implicancia mundial, y hay una enorme confusión respecto de cómo
abordar este asunto analíticamente. En este sentido, parecen apropiadas algunas
observaciones en perspectiva, considerando la complejidad del tema en cuestión.
En primer lugar, si se revisan los datos de inteligencia respecto de la función de bin Laden,
es posible decir que él, aproximadamente desde el año 2003, no dirigía ni planificaba
atentado alguno. Es cuestionable también que haya podido financiar atentados, dada las
dificultades logísticas y de comunicaciones a las que se enfrentaba. Su liderazgo era
incuestionable en tanto unificaba una idea común, y era representativa de los principios e
ideología de Al-Qaeda. No obstante, la capacidad operativa del grupo no era dependiente
de bin Laden. Se seguía operando sin su asistencia directa, de donde se entiende que su
figura (y su muerte) importa más por cuestiones de carácter propagandístico que táctico.
En efecto, al día de hoy es posible reconocer al menos tres organizaciones ligadas a Al-
Qaeda pero que actúan en función de objetivos más específicos: Al-Qaeda en la Península
Arábica (AQAP), el ISI en Irak, y Al-Qaeda en el Magreb africano. Incluso a este listado
podría agregarse el grupo operando exclusivamente en Yemen que algunos sencillamente
denominan como Al-Qaeda en Yemen. Adicionalmente es posible sumar organizaciones
terroristas que responden a una agenda similar, pero que no están asociadas a Al-Qaeda
de manera formal como el grupo Jemaah Ansharut Tauhid en el Sudeste Asiático, o
Harakat ul-Mujahidin en Pakistán; e incluso organizaciones que eventualmente pueden
unirse a Al-Qaeda pero que siguen estando diferenciados operativamente de ellos en la
actualidad (como el grupo Al-Shahab en Somalia, o el grupo Lashkar-e-Taiya en el mismo
Pakistán). No queda para nada claro si existe algo así como un Al-Qaeda Central.
Presuntamente, alguno de los antiguos miembros de Al-Qaeda – y que en el pasado
conformaban parte de sus Departamentos específicos - todavía mantienen cierto grado
de unidad centrándose en la zona de Waziristán en Pakistán, pero todo esto es conjetura.
En tercer lugar, a pesar de lo dicho, no puede concluirse que la muerte de bin Laden sea
superflua. Él era reconocido como un líder y – si las circunstancias lo hubiesen permitido –
habría centralizado la organización tal cuál como funcionaba desde mediados de los 90 y
hasta el 11 de Septiembre del año 2001. En este sentido, su muerte pareciera ser un golpe
más importante para esta idea alqaediana, que para sus seguidores. De hecho, la muerte
de un líder terrorista es significativa no tanto por el impacto que puede provocar entre los
individuos que pertenecen al grupo, sino por las dinámicas internas que despierta este
vacío. Las luchas por quedar a la vanguardia pueden significar la descomposición y pérdida
de los ideales del grupo (como sucede inicialmente con la Facción Besayev en Chechenia);
o su evolución a organizaciones de otra naturaleza como de hecho sucede con el grupo
Abu Sayyaf que – a la muerte de Khadaffi Janjalani – deriva en una organización criminal.
Así, es probable que se intente publicitar la ya casi segura asunción de Ayman al-Zawahiri
como líder nominal, pero esto no debiese representar modificaciones sustanciales del
discurso histórico.