Vous êtes sur la page 1sur 15

BARRIO SAN CARLOS DE TENERIFE

ANTECEDENTES, ORIGEN Y EVOLUCIÓN

Ariel Bosch Yero


Diciembre - 2010

1
Introducción

Por lo general, a la mayoría de los seres humanos les resulta atrayente la


historia de los lugares por los cuales transita a diario. El porqué de sus
topónimos, descubrir la evolución de una calle, o sector. Remontarse en el
tiempo y desentrañar datos curiosos sobre los responsables de erigir un
conjunto arquitectónico que hoy resulta imprescindible en la vida cotidiana de
muchos, en un lugar que quizás hace sólo unas décadas estaba ocupado por
una tupida vegetación típica de un bosque tropical o una sabana. Comprobar
que las avenidas que hoy transitan miles de modernos vehículos, eran apenas
caminos vecinales en fechas cercanas. Es un tema cautivante, pero en su
mayoría los investigadores dedican pocos esfuerzos para profundizar en el
asunto y por consiguiente es difícil localizar fuentes bibliográficas creíbles que
permitan saciar la curiosidad de conocer más a fondo la localidad que crece,
evoluciona y se transforma junto a la sociedad.

En el centro sur de la actual ciudad de Santo Domingo, existe un sector de una


riquísima historia: San Carlos de Tenerife, primer barrio construido más allá del
perímetro original de la ciudad capital de República Dominicana, aledaño a sus
muros.

A finales del siglo XVII producto de la amenaza constante en que vivían los
vecinos de la ciudad primada de América, por las apetencias expansionistas en
el Caribe de ingleses, franceses y holandeses, no era prudente erigir
construcción alguna más allá de la protección que ofrecían los fuertes muros que
circundaban a esta localidad.

Sin embargo, un grupo de familias procedentes de las islas Canarias, pusieron


todas sus fuerzas y empeño en vencer las dificultades naturales y humanas para
fundar dicho poblado.

Las motivaciones que tuvieron los fundadores de San Carlos para querer
radicarse en La Española, las razones que motivaron a las autoridades
españolas de la época para permitir la emigración de los canarios al nuevo
mundo, las dificultades que enfrentaron los isleños para llevar a feliz término sus
propósitos, analizar estas temáticas y otras relacionadas con este sector de la
ciudad de Santo Domingo, ofrecer información clara y precisa que brinde más
claridad al tema a partir de la interpretación de variadas fuentes bibliográficas ha
sido la principal motivación del autor.

2
I. Ubicación geográfica

El barrio de San Carlos se encuentra situado hacia el centro-sur de la ciudad de


Santo Domingo. Limita al norte con Villa Consuelo, al sur con Ciudad Nueva, al
este con Villa Francisca, al oeste con San Juan Bosco, al sureste con la Ciudad
Colonial y al suroeste con Gazcue.

II. Antecedentes de la fundación de San Carlos de Tenerife

Juan Bosch (1981) señala que en España durante el siglo XVII, la pobreza
crecía continuamente pues, a pesar de las grandes riquezas en oro y plata
extraídas en las minas americanas, la sociedad española no fue capaz de
transformarse y desarrollarse. La situación económica de Las Canarias no era
diferente a la del resto del reino.

El fraile Cipriano de Utrera en el texto “Santo Domingo: Dilucidaciones


Históricas” (I-II) páginas 391-398 asegura que desde 1675 y hasta mediados del
siglo XVIII, el hambre castigaba a los habitantes del archipiélago canario, como
consecuencia de las constantes sequías, de las abundantes lluvias o del azote
de plagas de langostas.

En 1662 el gobernador del archipiélago canario, Don Jerónimo de Quiñones hizo


diligencias ante el monarca español Felipe IV para facilitar el éxodo de sus
coterráneos a tierras americanas para aliviar la difícil situación económica en
que vivían. Según Viera y Clavijo (citado en De Utrera, 1927), dicha emigración
canaria se inicia en 1680 reclutando mil hombres de estas islas para proteger
las ciudades costeras (del nuevo mundo) de las incursiones de los corsarios y
piratas. Los isleños se enrolaban en el servicio militar con la esperanza de sacar
de la miseria a sus familiares (Arbaje, S. & Calderón, F 1984).

De tal suerte que, las autoridades españolas permitieron el flujo migratorio de los
canarios hacia América, con el doble propósito de aliviar su estatus económico y
a su vez garantizar la defensa de las plazas ibéricas constantemente asediadas
por los filibusteros.

En el caso específico de La Española, según Morales (1974) las autoridades de


Santo Domingo pretendían frenar las constantes incursiones de los franceses de
la mitad occidental de la isla en su territorio con el asentamiento de familias y la
fundación de ciudades nuevas, de manera que, los canarios jugaban un papel
muy importante en las pretensiones de esta política.

Por otro lado y según Utrera (1927) en 1678 don Juan de Padilla Guardiola y
Guzmán (que gobernaba interinamente la Real Audiencia) consiguió del
monarca español que se priorizara a la isla de Santo Domingo sobre otros
destinos del continente en el arribo de familias canarias para fomentar el
crecimiento de la población y el desarrollo agrícola.

3
Los primeros grupos de inmigrantes canarios que llegaron a la colonia de Santo
Domingo entre 1680-1684 se dispersaron por todo el territorio, especialmente en
los campos circundantes a Baní donde se establecieron definitivamente.
“Pero es segurísimo que a fines de 1684 (…) por causa del hambre en la isla de
Tenerife, salieron de allá numerosas familias con destino a esta isla de Santo
Domingo, (…) en donde los pasajeros de un navío mercante acababan de fundar
(…) el lugar que se instituló San Carlos de Tenerife” (Utrera, 1927, pp. 394-395).

III. Fundación del barrio San Carlos

Este sector de la ciudad de Santo Domingo como ya se ha dicho, fue fundado a


finales del siglo XVII por familias de emigrantes provenientes de las Canarias,
archipiélago perteneciente al Reino de España, ubicado en la costa norte
occidental de África.

Según Hernández González en “El sur dominicano (1680-1795). Cambios


sociales y transformaciones económicas” página 169, los fundadores (un total de
543 personas que conformaban noventa y siete familias), partieron de Tenerife
el 26 de octubre de 1684 y llegaron a Santo Domingo el 7 de diciembre a bordo
de la nao comandada por Ignacio Pérez de Caro.

En un inicio el cabildo de Santo Domingo se había comprometido a albergar a


los recién llegados en las casas de los vecinos del lugar por unos seis meses.
(Morales, 1974) Por su parte dice Utrera (1927) que, por carecer la ciudad de
Santo Domingo de las edificaciones suficientes para albergar a las familias de
inmigrantes (que por otro lado, pretendían formar un núcleo de mutualidad) fue
necesario otorgárseles un terreno sólo para ellos.

La fundación de la villa se puede fechar hacia 1685, se nombró San Carlos de


Tenerife para honrar al rey Carlos II. El 18 de febrero de ese año, el arzobispo
fray Domingo Fernández de Navarrete (citado en Utrera, 1927) le escribía al
monarca español dando aviso del asentamiento de los canarios:

“Comienza a fundar pueblo para las familias que vinieron de las islas canarias.
Tengo ya sacerdote confesor, que por ahora les asista hasta que, acabado, se
pongan editos para que tenga cura”.

La villa se levantó en su inicio cerca de las márgenes del río Ozama, en un


terreno al parecer bajo. Muy pronto el clima y las enfermedades endemo-
epidémicas comenzaron a hacer estragos en los habitantes, produciéndose una
elevada tasa de mortandad entre los recién llegados. El Real Consejo de Indias
le ordenó al presidente de la Audiencia, en fecha 14 de febrero de 1686 que
pusiera en mejor ubicación a estas familias, ya que habían muerto muchos,
enmendando así tan fatal proceder (Utrera, 1927).

4
Se pueden encontrar referencias al tema en el texto de Sánchez Valverde,
titulado “Idea del valor de la isla Española” comentado por fray Utrera (1947)
que en la página 139 plantea lo siguiente: “Hasta fin del 1684 no llegó la primera
partida de familias canarias, agricultores fundaron río arriba del Ozama, en tierra
baja; las aguas enfermaron los más y muchos murieron”
Cuenta Deive (1991) que las autoridades locales en un inicio, decidieron dedicar
a los isleños al cultivo del tabaco, pero luego se decidió ubicarlos en las
proximidades de la capital para que la abastecieran de productos agrícolas
variados. Por tal razón se les asignó un terreno llamado el Higüero, a seis leguas
de Santo Domingo, donde se fundó por primera vez la Villanueva de San Carlos
de Tenerife. Pocos meses después una epidemia de viruela provocó la muerte
de 126 de los inmigrantes canarios, “quedando todos los demás (…) con las
reliquias de los achaques y tan postrados que a duras penas podían trabajar”
(Deive, 1991, p.88).

Tuvieron los vecinos de la ciudad primada de América que darle albergue y


ayuda económica a los sobrevivientes. Tan imposibilitados quedaron algunos,
que se vieron en la necesidad de vender la ropa de vestir, dispersarse o trabajar
como asalariados en las obras de construcción del gobernador Andrés de
Robles.

Queda claro entonces que en un inicio las autoridades locales, le asignaron a los
canarios un terreno que por sus características físico-geográficas no era el más
apropiado para desarrollar un asentamiento humano. En consecuencia se
desata una epidemia que aniquiló a un elevado número de los participantes en
el primer intento fundacional de San Carlos.

Cuando el monarca español se enteró de la situación ordenó que se tratara de


enmendar los errores cometidos. Dispuso que los sobrevivientes tomasen el
lugar que más se adaptara a sus necesidades. En consecuencia, escogen un
sitio muy cercano a la muralla y al norte de la ciudad, en contra del parecer del
cabildo que prefería distribuirlos por los barrios de San Antón, San Miguel y San
Lázaro (Deive, 1991).

Utrera (1947) también se refiere a este particular cuando en la obra de Sánchez


Valverde página 139 comenta “quísose que todos poblaran dentro de los muros
de la capital, pero porque quedaban sin tierra de labrar, se negaron; al cabo
consintieron en establecerse en la altura inmediata con que se le diese tierra de
labor”.

El gobernador Robles prohibió a los canarios cultivar en los terrenos del área
cedida. Esta medida se debía al temor en que vivían los dominicanos ante la
posibilidad real de invasiones por parte de los súbditos de las naciones
enemigas. Las espesuras que cubrían dicha área eran ideales para tender
emboscadas al enemigo en caso de ser necesario. En cambio se les permitió
trabajar las tierras ubicadas hacia “la parte del monte grande y camino de la

5
Canoa” (Deive, 1991, p. 88). Estos terrenos tenían varios dueños, por tal motivo
los canarios tuvieron reiterados pleitos con ellos, en otros casos acordaron pagar
un precio por el arrendamiento.

Prueba de lo anterior la ofrece Utrera (1947) cuando en la obra citada en el


párrafo anterior dice “todos los propietarios de tierra de labrantío dieron en flor
de negarse al fomento del pueblo que se llamó San Carlos y por 30 años fue
constante la contradicción a la subsistencia de dicho pueblo”.
Gracias al esfuerzo de los isleños, la situación mejoró y tan sólo a 18 meses
después de la segunda fundación, el gobernador Robles resaltaba lo bien que se
desenvolvían los sancarleños “por estar a mano de valerse de los cirujanos y
doctores y tener ya hechas sus sementeras y ranchos para vivienda” (Deive,
1991, p. 88). Incluso para garantizar su defensa y la de la ciudad se les asignó
un capitán y setenta armas entre arcabuces y mosquetes.

Los habitantes del nuevo pueblo pagaban el diezmo establecido por la iglesia
con los productos agrícolas que producían, les alcanzaba también para
comercializarlos en la capital y con los recueros que transitaban por las vías,
que a principios del siglo XVIII los llevaba a Santo Domingo y otros puntos de la
colonia.

El camino conocido como Chiquito los comunicaba con la región del Cibao, el
camino real establecía comunicación con la región sur. Existía también el
camino de los Horros que terminaba en la ciudad primada de América, además
contaban con veredas que se dirigían hacia el sitio conocido como el Perrillón
(Deive, 1991).

IV. Vicisitudes de los habitantes de San Carlos

El 6 de septiembre de 1713 quiso la naturaleza jugar una nueva mala jugada a


los habitantes de San Carlos. Ese día un huracán azotó a la ciudad de Santo
Domingo y sus inmediaciones, arrasando la villa de los canarios. Fuertes vientos
y copiosas lluvias fueron la causa del derribo de gran cantidad de árboles que
entorpecían el tránsito por los caminos, de la destrucción de decenas de
viviendas (principalmente los bohíos), de un número no precisado de
damnificados y la destrucción de los campos de cultivo.

En consecuencia, la escasez de alimentos no se hizo esperar, razón por la cual


las autoridades enviaron un barco a Saint Thomas y Curazao para procurar
abastecer a los hambrientos habitantes de la ciudad (Deive, 1991).

Hernández (2008) hace referencia al intento de destrucción del poblado


perpetrado por Guillermo Morfi (gobernador de la isla entre 1708-1711), quien
quiso desmantelar la villa de los canarios alegando que se había decidido por
Real Cédula de 10 de noviembre de 1688, la construcción de un nuevo poblado,

6
de nombre Buenavista, cercano también a la muralla de la ciudad. Por tal razón
algunos de los vecinos más prominentes de San Carlos protestaron ante el
monarca. En su defensa, denunciaron los manejos turbios que al amparo del
poder, desarrollaba el gobernador Morfi. En consecuencia se ordenó su
destitución.

Hacia 1715, cuando era un núcleo poblacional más numeroso gracias al arribo
de nuevas oleadas de inmigrantes, los vecinos decidieron que era tiempo de
construir un edificio de piedras para sustituir el bohío que funcionaba como
iglesia. Los militares, principalmente el coronel Landeche, se opusieron a tal
proyecto por considerar que una construcción de tal envergadura localizado
fuera de los muros de la ciudad, podría ser utilizado como bastión por posibles
atacantes. Incluso llegó a proponer al rey, que el pueblo entero debía ser
demolido y trasladados sus habitantes a Santo Domingo (carta de Landeche al
rey en Deive, 1991).

Todos los habitantes y el cura del poblado se opusieron a la demolición de la


villa al conocer la decisión del monarca español, que respondiendo a los
requerimientos de Landeche, ordenó al gobernador Constanzo y Ramírez que
de ser ciertas las preocupaciones del militar se procediera a la destrucción del
pueblo. Determinante fue la mediación del oidor Sebastián de Cereceda quien
llegó a amenazar al gobernador con la salida de la isla de los canarios o
acciones violentas si se llegaban a destruir sus lugares de residencia.

En esas circunstancias, el párroco de San Carlos para esa época, (Fernando


Catanio de Leiva) argumentó al gobernador para evitar tan radical medida que,
siendo los canarios todos de la raza blanca, sin ningún tipo del mestizaje de
estas tierras, si eran obligados a radicarse en Santo Domingo,
irremediablemente terminarían mezclándose con los negros y mulatos que
abundaban en la ciudad, provocando su total aniquilación. (Deive, 1991) De este
hecho puede deducirse la preocupación que mostraban algunos miembros de la
sociedad española ante los elevados índices de mestizaje que se producían en
la población radicada en La Española.

En 1740 y como consecuencia del estallido de una de las constantes guerras en


Europa, el cabildo de Santo Domingo usó el informe realizado en 1735 por el
ingeniero militar Félix Prosperi que alegaba la posibilidad de que la villa fuera
utilizada como punta de lanza contra la ciudad, en caso de invasión enemiga.
Por lo que se recomendaba la inmediata evacuación de los vecinos al interior de
los muros de la capital, previa destrucción de todas las edificaciones
(Hernández, 2008).

Según este autor, los isleños consideraban que era de más provecho para la
ciudad de Santo Domingo la existencia del pueblo que su aniquilación, porque al
estar bien organizados, entrenados y armados, podían (en caso de invasión) ser
elemento de contención de las fuerzas enemigas. Acusaban a los hacendados

7
capitalinos de ser los verdaderos responsables de los planes de destrucción de
su villa por “el odio y la envidia que han tenido y tienen contra este desdichado
pueblo, por ver que, abundando con nuestros frutos la República, (…) tantos
pobres (…) se mantienen fácilmente con lo acomodado del precio en que
vendemos nuestros frutos” (Hernández, 2008, p. 189). Si se toma en cuenta el
parecer de los canarios, hay que concluir que detrás de todos los intentos por
demoler al pueblo, yacían intereses económicos.

Por suerte para los residentes del pueblo, el gobernador Zorrilla de San Martín,
suspendió la medida por considerar que aunque fuera destruida la villa, la
amenaza subsistiría por localizarse esta sobre una elevación que de ser
conquistada por el enemigo, podría ser utilizada con el mismo objetivo, aun sin
la presencia de edificaciones.

V. Construcción de la iglesia

Gracias al empeño de sus habitantes, el crecimiento en número y la influencia


económica de la villa para la capital, a la que abastecía de “casabe, maíz, arroz,
frijoles, melado y otras vituallas” (Deive, 1991, p. 95), en 1724 se recibió la
autorización del rey para levantar la nueva iglesia que, sin embargo debía ser
construida respetando las recomendaciones de los militares: piso de tierra y
paredes revocadas en cal. Se financiaría la obra con los aportes de los vecinos
tanto monetarios como en trabajo sin descontar alguna ayuda que podría
recibirse desde México.

En febrero de 1725 todos los canarios que habitaban en la villa, comenzaron los
preparativos para la construcción de su iglesia. Juntaron materiales, (madera,
piedra, cal) recaudaron 1,300 pesos y cavaron los cimientos. Pero cuatro años
después de comenzadas las labores constructivas, no se habían podido terminar
por la falta de fondos. Los sancarleños sintieron en carne propia las penurias
económicas que vivía toda la colonia. Como sucedía con el situado, la limosna
prometida por la corona española no había llegado o era insuficiente para
terminar las obras.

A todo esto hay que agregar las constantes amenazas de destruir la villa y sobre
todo la resistencia de algunos sectores de la capital para la construcción en San
Carlos de edificios de piedra, motivados por asuntos económicos.

En 1742 cuando había quedado atrás el último intento por hacer desaparecer el
pueblo, los vecinos dedicaron una vez más renovados esfuerzos por cumplir su
sueño y terminar la construcción de su iglesia. La obra estaba bastante
adelantada y como la limosna procedente de México era insuficiente, el cabildo
de la villa trató que por espacio de cinco años, los dos novenos del diezmo de la
catedral de Santo Domingo que le correspondían al rey, fuesen asignados para
terminar la construcción del templo.

8
Llevado el caso ante el Consejo de Indias, el fiscal de dicho organismo,
utilizando como amparo la ley existente sobre los gastos de construcción y
reparación de iglesias, decidió que los fondos necesarios debían correr a partes
iguales, una aportada por el rey y otra por los vecinos e indios encomendados.
La contribución del rey quedaba entrampada en los intersticios de la burocracia
colonial. En la isla ya no quedaban indios, por tal motivo el consejo decidió que
el gobernador y el arzobispo de Santo Domingo dieran la ayuda que
considerasen conveniente (Deive, 1991).

Según Hernández (2008) en 1748 el cabildo de San Carlos demandaba


(considerando la pobreza de los vecinos de la villa, la pérdida con el tiempo de
muchos de los materiales disponibles y de lo insuficiente de la limosna
procedente de México) el pago para la culminación de la iglesia de los recursos
asignados y no entregados para la reedificación de la parroquia de Santa
Bárbara.

El 15 de enero de 1749 el consejo aprobó todas las solicitudes de la villa,


posibilitando el reinicio de las obras para la terminación definitiva. Sin embargo,
todavía habrían de pasar varias décadas para que los sancarleños pudieran ver
hecho realidad su sueño. El 5 de noviembre de 1763 el cura Francisco Xavier de
Aguilar hace saber al consejo que los feligreses no contaban con los fondos
necesarios para la terminación del edificio ni para “surtirla de los vasos
sagrados, ornamentos y adornos correspondientes” (Hernández, 2008, p. 218).

Continúa diciendo Hernández (2008) que Aguilar contó que los fieles hicieron el
último esfuerzo para terminar la añorada edificación, aunque más modesta que
lo deseado por ellos.

Finalmente según las informaciones ofrecidas por el citado autor, puede


concluirse que para diciembre de 1764 con algunas limitaciones, las obras
fueron dadas por culminadas.

VI. La burocracia colonial afecta a los sancarleños

Según Hernández (2008), el 23 de junio de 1720 el cabildo de San Carlos


propuso al Consejo de Indias impulsar el desarrollo de la minería,
específicamente la explotación de cobre. Para ello solicitaban permiso de
compra en las colonias vecinas del hierro y acero necesario para las labores
mineras. Así mismo, la autorización para adquirir 20 ó 25 esclavos (por
obtenerse en dichos mercados individuos de mejor calidad y a mejor precio que
los ofrecidos por el Asiento de Negro) y bajar la cotización del real de plata de 61
a 16 cuartos de cobre, “por ser muy trabajoso de labrar dicho cobre y tiene
muchos gastos” (Hernández, 2008, p. 199).

9
La Real Cédula del 25 de junio de 1726 no fue satisfactoria para los isleños
porque limitaba la compra de negros esclavos sólo en el Asiento de Negros, el
hierro sólo podía adquirirse en Cádiz, prohibía la fabricación de monedas y la
extracción de cobre se limitaba únicamente a aquella que fomentase la
construcción de la iglesia. Tiene mucha razón Bosch (1981) cuando afirmó que
durante el siglo XVII, España se empobrecía gracias a su inmovilidad social. A
los burócratas les resultaba más fácil hacerse ricos desde la comodidad de un
cargo público que estimular la producción de riquezas.

VII. San Carlos, centro de abastecimiento de Santo Domingo

Como ya se ha mencionado, a principios del siglo XVIII San Carlos se había


convertido en el suplidor de productos agrícolas de Santo Domingo. Además de
los cultivos varios antes citados, hacían otros aportes a la economía de la
colonia. Entre las fábricas de azúcar que circundaban a la ciudad capital, existió
un trapiche que era propiedad de Ventura de Abreu, vecino de San Carlos. Eran
criadores de ganado bovino, caballar y vacuno. Una parte del ganado, era
comercializada en la parte francesa de la isla.

Una visión chovinista que minimizaba el desempeño económico de los isleños y


españoles en general la ofreció un viajero francés que recorrió la región en 1764
cuando dijo: “esos pueblos de las (…) Canarias considerados como muy
laboriosos por los españoles, quienes no los juzgan probablemente más que por
comparación consigo mismos. Asentados en los mejores terrenos, hasta ahora
no han hecho más que algunos progresos insignificantes en su agricultura”
( Lescalier, citado en Hernández, 2008, p. 222).

VIII. Otros datos de interés histórico

Por su posición geográfica estratégica, San Carlos ha sido testigo de


importantes acontecimientos. En 1805 cuando Dessalines asedió la ciudad de
Santo Domingo, ubicó su cuartel general en este territorio. En 1808 Juan
Sánchez Ramírez cercó durante ocho meses a los franceses que se habían
atrincherado en la ciudad primada de América, como consecuencia quedaron
desoladas las inmediaciones, entre estas San Carlos. En 1849 el sitiador de la
ciudad fue el general Santana para derrocar al presidente Jimenes, la villa fue
incendiada. En 1857, durante la revolución cibaeña, una vez más San Carlos es
casi destruido por completo (Cid, 1985).

10
IX. Crecimiento urbano

En 1717 el poblado estaba compuesto sólo de dos calles (que formaban una
cruz), una en dirección norte-sur que lo comunicaba con la ciudad de Santo
Domingo (hoy la 16 de Agosto) y la otra que se desplazaba en dirección este-
oeste (hoy 30 de Marzo), comenzaba por detrás del ábside del templo actual.

En 1898 residían en San Carlos 10,000 personas, las viviendas en su mayoría


eran bohíos, sólo existían dos casas de piedra. Gran parte de los habitantes se
distinguía por ser de origen canario y se ocupaban en el área de los servicios,
generalmente tenderos, artesanos o pequeños comerciantes. La villa de San
Carlos y la ciudad de Santo Domingo empezaron a fusionarse a medida que los
vecinos construían nuevas viviendas a lo largo del camino que unía ambas
poblaciones.

Por tal motivo la común de San Carlos se unió a la común de Santo Domingo
por decreto con fecha 25 de Junio de 1884. Pero no fue hasta el 22 de julio de
1910 que el mismo entró en vigor. Conservó su identidad propia,
geográficamente por ubicarse fuera del perímetro original de la ciudad,
jurídicamente por tener desde 1865 ayuntamiento, alcaldía y oficina civil,
socialmente por tener escuela e iglesia propia (Cid, 1985).

X. Interioridades de San Carlos

Arbaje y Calderón (1984) hacen un recuento de algunos datos que son dignos
de reseñar.

El Mamey: era el nombre de un pintoresco barrio que surgió en la parte noroeste


de esta antigua común. Estaba en pleno apogeo en la década de 1890. Parecía
un pobladito separado por poca distancia del pueblo original formado en su
mayoría de casas de madera, bohíos sencillos y limpios, con faroles de gas en
las esquinas. Estaba comprendido entre las calles Montecristi, Peña y Reinoso,
Abreu y Eugenio Perdomo. Sus dos arterias principales tenían igual nombre: El
Mamey, por lo que resultaba difícil localizar a algunas personas que vivían en
esas vías, ahora diferenciadas, una llamada Abreu y otra Eugenio Perdomo.

De aquel barrio de isleños salieron distinguidas damas y matronas famosas por


su belleza, atentas y de mucho donaire. El Mamey era célebre por las fiestas
patronales de la virgen de la Candelaria. Durante dos días las calles eran
adornadas con ramas de mamey colocadas a manera de árboles. A las
muchachas del vecindario las llamaban las mameyeras, calificativo que
sostenían con mucho orgullo. Se adornaban la frente con las hojas en forma de
diadema y se vestían de amarillo durante las festividades. En ocasiones se
producían fuertes rivalidades entre las mameyeras y vecinos de la otra parte de
San Carlos por la pompa y colorido de la Candelaria.

11
Entre los que favorecían los festejos se encontraba don Eleuterio Hatton,
administrador del ingenio La Fe, cuyos campos de caña estaban a poca
distancia del poblado de El Mamey. Al extenderse posteriormente San Carlos
hacia el norte, la comunidad mameyera fue perdiendo su identidad hasta el
punto que en la actualidad muy pocas personas tienen referencias del famoso
barrio.

La Fagina: era un antiguo camino, estrecho y pedregoso que partía desde el


fuerte de La Concepción y seguía una empinada cuesta hasta alcanzar el firme
del pueblo de San Carlos, continuaba hasta la parcela del Ejido, pasaba también
por los terrenos Carrie donde está hoy el cuartel de Bomberos de la ciudad,
continuaba por los campos de Silvain y tenía un pequeño ramal que remataba
por detrás de la iglesia.

La pintoresca ruta servía para subir a las alturas de San Carlos y continuar por
detrás del pueblo sin necesidad de entrar en el mismo. Empalmaba con otro que
seguía hasta la barca de Santa Cruz del río Isabela. Era muy usado por los
campesinos que venían desde el sur con sus recuas de reses y caballos para
conducirlos a Cotuí, Boyá y Bayaguana.

Todavía existen antiguas fotos de La Fagina que datan de 1916 y 1922.


Después de esta última fecha comenzaron los trabajos de obras públicas
municipales para convertirla en una calle transitable, hoy conocida como Emilio
Prud Home.

La calle Real: hasta hace 80 años recordaban con gran nostalgia los viejos
sancarleños su arteria principal. Era una calle corta, que comprendía entonces
desde el callejón Imbert hasta aproximadamente la calle Benigno del Castillo.
Estaba situada en la parte oeste del poblado y continuaba bajo el nombre de
camino Real del Cibao. Los franceses en 1807 le llamaban Camino de Santiago.
Con transcurso del tiempo se bautizó oficialmente con el nombre de 27 de
Febrero en honor a la fecha patria. Se mantuvo con esta denominación hasta el
23 de agosto de 1929, cuando el Consejo Municipal lo sustituyó por el de
Presidente Vásquez. Luego en agosto de 1934 se le designó como José Dolores
Alfonseca. En la actualidad se conoce como 30 de Marzo.

El camino del Río: así era llamado un viejo camino que saliendo casi pegado a la
muralla del Conde, doblaba por el fuerte de La Concepción y se dirigía a poca
distancia de los demás fuertes de la parte norte de Santo Domingo y llegaba
hasta el río Ozama y a la iglesia de Santa Bárbara, empalmando con otro que
seguía hacia el norte para los conucos de Galindo. Los sancarleños lo usaban
para entrar al centro de la ciudad sin tener que entrar por el Conde. La vieja ruta
fue la que con el tiempo daría origen a la avenida Capotillo. Parece que fueron
los isleños quienes bautizaron al camino con ese nombre porque solamente
aparece en antiguos documentos de deslindes de tierras del Ayuntamiento de
aquella común. El camino del Río ya figuraba en el plano de Tomás López

12
correspondiente a la ciudad de Santo Domingo del año 1786 con sus ramales
enlazando el pueblo de San Carlos de Tenerife.

13
Conclusiones

Todas las ciudades tienen historias maravillosas sobre el origen y evolución de


sus sectores y barriadas que por lo general sus pobladores desconocen. Es
hora de sacarlos a la luz y contribuir al enriquecimiento de la historia nacional.

A partir de la revisión de la bibliografía existente sobre los antecedentes, la


fundación y la evolución de San Carlos de Tenerife, se ha pretendido concentrar
y detallar la historia de este sector de Santo Domingo.

Varios elementos son dignos de destacar en el origen y evolución de San Carlos


de Tenerife: la influencia casi constante de los factores económicos sobre los
individuos encargados de construir la historia de este sector de la capital
dominicana, primero como causa principal de las emigraciones de los habitantes
de las Canarias hacia el nuevo mundo en las últimas décadas del siglo XVII,
luego como causa solapada de varios intentos de destruir al pueblo, en los
primeros años de su fundación. Y su persistencia a lo largo de todo el período
estudiado.

Así mismo, la influencia de la mentalidad atrasada y monopólica de las


autoridades coloniales españolas del Consejo de Indias, como reflejo político-
social de esa época, en la vida de los sancarleños. Lo complejo, innecesario y
costoso (costo que recaía sobre las espaldas de los pueblos de América) del
aparato burocrático español. Pero sobre todo, destaca la laboriosidad y
tenacidad de los canarios, capaces de sobreponerse a todas las adversidades y
continuar luchando en aras de conseguir sus metas.

14
Bibliografía

Arbaje, S. & Calderón, F (1984). San Carlos. Renovación Urbana. Tesis para
optar por el Título de Arquitecto, Escuela de Arquitectura, Universidad Autónoma
de Santo Domingo, Santo Domingo, República Dominicana.

Cid, C. (1985). Recuperación y diseño del barrio de San Carlos. Tesis para optar
por el Título de Arquitecto, Escuela de Arquitectura, Universidad Autónoma de
Santo Domingo, Santo Domingo, República Dominicana.

Bosch, J. (1981). De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial.


La Habana. Editora Ciencias Sociales.

Deive, C. E. (1991). Las emigraciones canarias a Santo Domingo. Siglos XVII y


XVIII. Santo Domingo. Editora Corripio.

Hernández, M. V. (2008). El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y


transformaciones económicas. Santo Domingo. Editora Búho.

Morales, F. (1974). Colonos canarios en indias con especial referencia a Santo


Domingo. Revista general de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña,
11, 127

Moya, F. (1996, Julio29). La historia tiene otra historia: La capital era chiquita.
Revista Rumbo, P.130.

Sánchez. A. (1947). Prólogo y notas. Utrera. Idea del valor de la isla Española.
Ciudad Trujillo. Editora Montalvo.

Utrera, C. (1927). Santo Domingo: Dilucidaciones históricas (I-II). Santo


Domingo. Editora Centenario.

15

Vous aimerez peut-être aussi