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9 Mayo 2010
Desde el principio de la humanidad, las tareas a realizar para lograr la
subsistencia se han repartido entre hombres y mujeres. Los grupos
humanos primitivos se organizaban de manera natural, de acuerdo a
la contextura física, fuerza y habilidades, dejando a la mujer las
habilidades manuales, el cuidado de la tierra y de los niños; mientras
que a los hombres se les asignó la caza y la responsabilidad por la
seguridad de los miembros del clan. Posteriormente, cuando se
originaron las ciudades, la mujer se limitó al cuidado de los hijos,
tareas domésticas y artes manuales. Este proceso fue evolucionando
y trazando roles característicos para cada género. En siglos
posteriores, este proceso natural fue creando una cultura de roles
rígidos, sostenidos por la religión y por lo tanto, difíciles de
trascender. La educación y participación en el poder civil se mantuvo
reservada para los hombres. Recién en el siglo XIX y a partir de la
primera guerra mundial, la mujer comienza a incorporarse a la
educación universitaria y a participar en áreas laborales específicas,
pero esto no era lo considerado normal, ya que las expectativas para
el género era que se casaran, tuvieran hijos y cuidaran del hogar. Acá
nos podemos detener a observar que ya no se trata de un reparto de
tareas según las habilidades de cada género y como forma de
garantizar una buena subsistencia, sino que se fueron formando
estándares de conducta para cada género.
De esta forma comienzan a nacer conceptos para definir un posible
posicionamiento inferior de la mujer en la sociedad, el cual
conocemos hasta el día de hoy como “machismo”. Según la Real
Academia Española, el machismo se define como la “actitud de
prepotencia de los varones respecto de las mujeres”, pero para
efectos de este ensayo, debemos aclarar que el machismo no es
necesariamente ejercido por el género masculino, sino que también
podría ser ejercido por la sociedad o por las mismas mujeres. Cabe
entonces preguntarnos: ¿Estos rasgos de la sociedad machista han
sido erradicados, o persisten hasta el día de hoy? Hay quienes
afirman que hoy en día se reconocen los derechos de las mujeres en
todos los países civilizados, y que las mujeres tienen el mismo
protagonismo en la sociedad y la familia que los hombres, por lo que
estos roles que se originan en la Antigüedad habrían sido erradicados.
Sin embargo, hay corrientes feministas que hasta el día de hoy luchan
por la igualdad y derechos de la mujer, afirmando que el machismo se
encuentra arraigado en nuestra sociedad. Pretendo comprobarles
esto, remarcando una serie de acciones y actitudes presentes en
nuestra sociedad actual, que denotan que el machismo sigue siendo
parte de nuestra cultura. Con respecto a este tema, hemos leído y
haremos mención al libro Como agua para chocolate, de Laura
Esquivel, que retrata la sociedad mexicana del siglo XX, y relata la
historia de una familia de tres hermanas, bajo el mando de la madre,
la cual posee un carácter fuerte y muy conservador, y enviudó muy
joven. Tita, la hija menor, es obligada a continuar con la tradición de
dedicarse al cuidado de su madre, dejando de lado el matrimonio y
sus propios sueños. Esta novela nos muestra rasgos claramente
machistas de aquella época, dándonos la posibilidad de establecer
analogías con nuestra sociedad en la actualidad.
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Cita extraída del texto Apunte sobre feminismo ilustrado, 2010 ; el cual se cita a
Carmen García Ribas (Miedo a ser, las imposturas de la feminidad, Alienta Editorial,
2008)
Como opinión contraria se podría declarar que en nuestra sociedad
las mujeres no estarían determinadas ni presionadas a comportarse
según características estipuladas, y que las mujeres no se sentirían
presionadas por la sociedad; aludiendo a que desde mediados del
siglo XXI y con la implementación de nuevas legislaciones y avances
tecnológicos como los métodos de control de natalidad, ayuda estatal
para el cuidado de los niños, legislaciones para condiciones y salarios
igualitarios entre hombres y mujeres, se demostraría que las mujeres
cuentan con plena libertad para desarrollarse sin presiones ni
imposiciones judiciales, sociales o culturales.
Sin embargo, cuando analizamos nuestra cultura y mentalidad de
forma más detenida, podemos apreciar que la imposición de la
sociedad es transmitida como rasgo cultural a través de las
generaciones y las mujeres se sienten culpables al querer o intentar
desligarse de su modelo impuesto. Para demostrar la validez de este
punto, estableceremos una analogía entre Tita, personaje principal
del libro Como agua para chocolate, y las mujeres actuales. Según
escribe Laura Esquivel, existía la tradición de que la hija menor debía
desistir al matrimonio y a realizar su vida independiente, para
dedicarse al cuidado de su madre hasta que esta falleciera. Sin
embargo, Tita no estaba de acuerdo con esta tradición e intenta
protestar en contra de ella, y demuestra a lo largo del libro que ella
no desea dejar su vida y sus sueños de lado; y simplemente por esa
mentalidad de protesta es castigada y reprochada durante toda su
vida, hasta que su madre muere. Ahora situémonos en la actualidad,
a simple vista puede que afirmemos que tales tradiciones han
desaparecido, pero si nos detenemos ante algunos casos, nos
daremos cuenta que es un rasgo que prevalece en nuestra sociedad.
¿Qué pasa con aquellas madres que deciden abrirse paso al campo
laboral y dejar la educación y crianza de sus hijos en manos de otras
personas? Puede que a simple vista sean aplaudidas, pero lo que en
realidad ocurre es que en numerables ocasiones son reprochadas por
no encargarse de sus hijos, por preferir el trabajo antes de la familia,
o hasta por abandonar a sus hijos, ya que lo que se le impone a la
mujer es el cuidado de la familia. ¿Podemos llamar a esto una
mentalidad liberal y sin imposiciones? Claramente nuestra cultura no
ha llegado a tal punto de evolución.
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