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Introducción
La época isabelina es vista como un período secular entre dos violentos brotes de
protestantismo, período en el cuál el fanatismo religioso estuvo lo bastante aquietado
para permitir al nuevo humanismo dar forma a la literatura inglesa.
La cosmovisión aún era sólidamente geocéntrica, y era una versión simplificada
de un cuadro medieval mucho más complejo.
Recientes investigaciones han mostrado que el isabelino culto disponía de
abundantes libros en lengua vernácula para instruirse en la astronomía copernicana,
pero que a él le desagradaba alterar el viejo orden aplicando este conocimiento. El
nuevo comercialismo era hostil a la estabilidad medieval. La grandeza de la época
isabelina consistió en dar cabida a tanto de lo nuevo sin violentar la noble forma del
antiguo orden. Es aquí dónde interviene la propia reina.
EL ORDEN
La mayoría basa la idea de la época isabelina en el teatro, y mantienen que las obras
eran bastante desordenadas. Empero, se está empezando a percibir que tal teatro era
sumamente estilizado y convencional, que sus licencias técnicas son de ciertas índoles y
caben en una pauta, que sus extravagantes sentimientos son repeticiones y no
novedades, que, después de todo, acaso tuviera su propia aunque extraña regulación. La
concepción de orden se da por sentada hasta tal punto que forma parte de la mentalidad
colectiva, que apenas si lo menciona.
[Pasaje págs. 23 y 24]
Están incluidas muchas cosas en el orden o jerarquía mencionados en dicho
pasaje, y se atribuye un sentido muy poderoso a sus interconexiones. De todas formas,
el cuadro está incompleto, ya que no incluye nada acerca de Dios ni de los ángeles,
animales vegetales y minerales. Para completar, afín a Shakespeare, Elyton propone una
exposición más clara del orden:
Esto es lo el mundo creía en la época de Isabel. Entonces, el concepto de orden
descrito debió ser común a todos los isabelinos, aún a los de modesta inteligencia.
El teólogo Hooker postula y describe el orden con el que Elyton y Shakespeare
trabajaron, y el nombre que le da es ley, ley en su sentido general. Por encima de todos
los órdenes o leyes terrenas está la ley en general. El primer libro de Hooker se basa en
un resumen final que incluye la noción de leo o de orden como armonía:
El orden cósmico fue uno de los temas básicos de la poesía isabelina, con sus
expresiones positivas y negativas. De las primeras, hay varios ejemplos, como el
parlamento de Ulises sobre el orden. Pero la implicación negativa fue aún más frecuente
y categórica. Si los isabelinos creían en un orden ideal que animaba el orden terreno, les
aterraba la idea de trastornarlo y les horrorizaban las muestras visibles de desorden que
pudieran indicar tal trastorno. Les obsesionaban el temor al caos y el hecho de la
mutabilidad, y la obsesión era poderosa, en la misma proporción en que era firme su fe
en el orden cósmico. Para un isabelino, el caos significa la anarquía cósmica anterior a
la creación y la completa disolución que resultaría si se rebajaba la presión de la
Providencia permitiendo que las leyes de la naturaleza dejaran de funcionar.
Shakespeare en Enrique VI, Troilo y Cressida y Macbeth nos da su versión del
orden, pone la oposición al orden y su deseo de él principalmente en términos de caos.
EL PECADO
Para los isabelinos el concepto de orden universal era fundamental, como así también el
esquema teológico de pecado y salvación. Predominaba en el cristianismo, no la vida
de Cristo, sino el esquema ortodoxo de la revuelta de los ángeles malos, la creación, la
tentación y caída del hombre, la encarnación, la redención, la regeneración por medio
de Cristo. En la época, ateísmo, no agnosticismo, era la regla. Mucho más fácil era ser
muy perverso y considerarse como tal que ser un poco perverso sin una sensación de
pecado.
Tillyard ha escrito separadamente sobre el orden y sobre el pecado y la
redención, ero en la práctica los dos esquemas se confundían. El desorden o caos,
producto del pecado, perpetuamente se esfuerza por volver. Por tradición, la vía de la
salvación pasa por la gracia de Dios y la redención de Cristo, también hay otra vía,
paralela, a través de la contemplación del orden divino del universo creado.
El Génesis asevera que cuando Dios creó el mundo le pareció bien y que creó al
hombre a su propia imagen, pero que con la Caída el hombre como el universo
quedaron corrompidos.
Hay una doble visión, la de Platón y la del Génesis, aunque debemos pensar en
ambos unidos ya que la perfección es al mismo tiempo la del bien platónico y la del
jardín del Edén, mientras que la caída de Adán es también la medida de la distancia que
separa las cosas creadas de sus arquetipos platónicos. En el mundo isabelino había una
presión igual en ambos sentidos, y la misma persona podía estar simultáneamente
consciente de cada uno. Esto no ocurría en la época victoriana, donde había presión
general de la opinión a favor de la doctrina del progreso: los pesimistas estaban en la
oposición.
Sin embargo, aunque Hooker pueda hablar por la mayoría, también existía en la
época otras ideas respecto de los ángeles que derivaban principalmente del renovado
culto de Platón y de Plotinio. Una persistente era ubicar a la Naturaleza encima de los
hombres y debajo de los ángeles, como ser intelectual (sobre la Naturaleza están los
ángeles en el orden dionisiano). Los isabelinos creían que había una ley de la naturaleza
que actuaba invariablemente por medio de un conjunto de reglas que sólo a ella era
aplicables.
Otra persistente pieza del platonisismo se relaciona con los ángeles que,
supuestamente, dirigían el girar de las esferas en el universo fisco. Tampoco eran ajenas
las Inteligencias a la teoría de la cadena del ser, ya que a menudo se pensó de ésta
como la última categoría de los ángeles que tocaban a los ejemplares más elevados de la
especia humana.
Una última adición platónica era que lo impuro de la carne nos impedía oír la
música de los cielos o, antes bien, su equivalente musical en nuestro propio
microcosmo. Otra figura más era que antes de la caída el hombre sí podía oír la música.
Es importante mencionar que, si los isabelinos estaban convencidos de que había
ámbitos de pureza y beatitud encima de la esfera sublunar, que ángeles de diversos
órdenes los habitaban, y que algunos de éstos cumplían con los encargos de Dios o
protegían a los hombres, no menos convencidos estaban de que una parte de los ángeles
cayó de la gracia de Dios, que habitaban en el infierno y que hacían daño a los hombres.
Los ángeles malos se desprendieron, supuestamente, voluntariamente y lo hicieron
porque apartaron sus espíritus de Dios y de su creación. Se aceptaba que éstos ángeles
caídos tomaran forma de deidades paganas o se dispersaran por varias regiones del
universo físico.
LOS ELEMENTOS
Ya fuese o no que cada isabelino culto tuviera en cuenta que el éter, según Aristóteles,
tenía su movimiento propio y eterno, que era circular, sí daban por sentado los
movimientos y propiedades de los cuatro elementos.
[Elementos: aire y fuego ascienden, agua y tierra descienden.]
Así como Dios fue ante todo uno y después se dividió, lo elementos eran
básicamente ciertas cualidades atribuibles a toda materia. Se pensaba en los
elementos a través de sus efectos: conceptos de frío y caliente, seco y húmedo.
El elementos más pesado y bajo era el frío y seco, la tierra. Su lugar natural era
el centro del universo, fuero de ésta se hallaba la región de lo frío y húmedo, el agua.
Fuero del agua estaba la región de lo caliente y húmedo, el aire, más noble que el agua
pero no podía compararse en pureza con el éter. El más noble de todos era el fuego, que
por debajo de la esfera de la luna circundaba al globo de aire que ceñía al agua y la
tierra. Era caliente y seco.
Los mejores resultados provenían de un equilibrio adecuado. Además de luchar
para alcanzar un equilibrio, los elementos estaban en constante proceso e transmutarse
unos en otros.
[En la literatura isabelina se utilizaban los elementos para adoptar sus propias
características.]
EL HOMBRE
En la cadena del ser, la posición del hombre era de supremo interés. Era el punto nodal,
y su naturaleza doble tenía la función única de unir toda la creación, de colmar el mayor
abismo cósmico, el que existía entre espíritu y materia. Según Focio:
Los pitagóricos insistían en el alcance incomparable de las facultades del
hombre: en sí mismo contenía muestras de todos los grados de la creación, superando en
ello no sólo a las bestias sino aun a los ángeles, que eran seres exclusivamente
espirituales. La propia anatomía del hombre correspondía al ordenamiento físico del
universo. Su organismo estaba compuesto de los cuatro elementos y regido por los
mismos principios del mundo sublunar.
La vida física del hombre empieza con los alimentos, que están hechos de los
cuatro elementos; que pasan por el estómago para llegar al hígado (amo de la más baja
de las tres partes de que consta en cuerpo). El hígado convierte el alimento en cuatro
sustancias líquidas, los humores (siempre intentando ascender), que son para el cuerpo
humano lo que los elementos son para la materia común de la tierra. Cada humor tiene
su análogo entre los elementos:
Los cuatro humores creados en el hígado son la humedad del cuerpo, dadora de
vida. También se forman en el hígado los espíritus naturales, que junto con los humores
so llevados a través del cuerpo por las venas.
El corazón es el rey de la parte media del cuerpo, corresponde a la parte
sensitiva de la naturaleza del hombre porque es asiento de las pasiones. A su debido
tiempo, mediante las arterias los espíritus naturales son llevados al cerebro, que
gobierna la parte superior del cuerpo humano y es la sede de la parte racional e inmoral.
El cerebro estaba dividido en una jerarquía triple: la inferior contenía los cinco
sentidos, la media el sentido común, la fantasía y la memoria; y la superior la facultad
humana suprema, la razón (por lo cuál el hombre está separado de las bestias y aliado
con Dios y los ángeles); con sus dos partes: el entendimiento y la voluntad. Sobre éstas
dos facultades se fundamenta la ética isabelina.
Lo que distingue al hombre del ángel y de la bestia es su capacidad de
aprender, la posibilidad de ascenso hacia la perfección. No conocerse a sí mismo es
asemejarse a las bestias.
Los isabelinos pensaban en el entendimiento en relación estrecha con la Caída
del hombre. El drama era la voluntad, que atacaba los apetitos y pasiones, producto del
corazón. No está en el poder del hombre ser movido mentalmente por sus apetitos, pero
sí está en él poder traducirlos o no en acción.
Para el isabelino, la antigua oposición platónica entre lo bestial y racional en el
hombre, era el instinto y el entendimiento, entre el apetito y la voluntad. Había una
batalla, en la época, entre la razón y la pasión.
LAS CORRESPONDENCIAS
LAS POTENCIAS CELESTES Y OTRAS CREACIONES
Esta correspondencia no fue muy utilizada. Dios suele estar en el trasfondo, sosteniendo
todo el orden de la creación. Pero a veces se le comparaba con el sol, que consiste en
materia, luz y calor. La materia corresponde al padre, la luz al hijo y el calor al Espíritu
Santo.
MACROCOSMO Y MICROCOSMO
Entre las correspondencias, la más célebre y emocionante es la del hombre con el
cosmos. Es importante mencionar que la idea de que el hombre resumía en sí mismo
todo el universo estaba firmemente arraigada en la imaginación de los isabelinos.
Según Sabunde, la parte más noble del hombre, la cabeza, es la suprema; y como
el sol está en medio de los planetas, dándoles luz y vigor, así el corazón está en el centro
de los miembros del hombre y el isabelino medio habría aceptado esta idea. También,
según Fulke Greville en uno de sus poemas:
EL SIGNIFICADO GENERAL
Mediante la retención de los puntos principales y su flexibilidad al interpretarlos
fue como los isabelinos lograron utilizar estas grandes correspondencias en su intento
por dominar un mundo pululante y en explosión.
LA DANZA CÓSMICA
Desde los primeros filósofos griegos, la creación fue representada como un hecho de
música; idea que atrajo poderosamente a los hombres de inclinaciones poéticas o
místicas.
Pero existía además la noción de que el universo creado se hallaba en estado de
música, que era una danza perpetua. La idea de creación como danza implica
“jerarquía”, pero jerarquía en movimiento. Los estáticos batallones de las jerarquías
terrenas, celestes y divinas avanzan en una variada pero bien ordenada peregrinación,
con un acompañamiento de música. La ruta de cada uno es distinta, y sin embargo todas
sus vías unidas forman un todo perfecto.
Como el concepto estático de jerarquía, la danza al compás de la música se
repite en los distintos niveles de la existencia. Los ángeles o los santos en sus grupos
danzan acompañados por la música del cielo. En la tierra, las cosas naturales, aunque
compartían los efectos de la Caída, son pintadas duplicando la danza planetaria. En la
existencia humana, la danza es el fundamento mismo de la civilización.
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