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Durante los días 4, 5 y 6 de marzo de 2009, se llevó a efecto el XX Coloquio de Actualización Docente
“El quehacer docente: nuevas exigencias, otros desafíos”, en el marco del LXIV aniversario de la
fundación de la Escuela Normal Urbana Federal” Profr. J. Jesús Romero Flores” de Morelia,
Michoacán. El presente texto, es una versión reducida de la participación del autor en el Panel que
llevó el mismo título.
D ice Arnoldo Kraus, que para significar lo que sucede en la sociedad, se crean por necesidad
neologismos o expresiones que damos como una respuesta para ubicarnos en la realidad que
cambia sin cesar; y así, al leer la vida, al menos por medio de palabras, inventamos algunas
expresiones para interpretar las nuevas realidades (La Jornada, 25 de febrero 2009). En nuestro caso, las
nuevas realidades del normalismo mexicano.
Y así, leemos, oímos o expresamos: “Las normales bajo la lupa”; “El normalismo en el ojo del
huracán”; “Las normales en el callejón sin salida”; “El normalismo tocando fondo”; “Las normales en la
mira”; “El normalismo en jaque”; “Normalismo en crisis”; “Las normales cuesta abajo”; “El normalismo
en agonía”; “Las normales en el filo de la navaja”; “El normalismo bajo ataque”; “El normalismo en
estado de emergencia”; “Sombras del normalismo”; “Normales, en foco rojo”; “Normalismo en la
coyuntura política”; “Las normales acorraladas”; “El normalismo en la encrucijada”…
De todas las expresiones, la última acapara hoy nuestra atención: ¿Por qué se dice que el
normalismo mexicano, está en la encrucijada?
Se impone, en primer término, partir de lo que hoy concebimos por normalismo para poder
darnos a entender por qué, algunos, argumentamos en su favor.
Advirtiendo aquí, por supuesto, que quizás paradójicamente, no todos los normalistas
compartamos la misma visión.
Porque no debemos soslayar que en el espectro del magisterio nacional, además de que
estadísticamente somos cada vez menos, todavía al interior mismo del gran conjunto de docentes
normalistas, presentamos una natural diversidad generacional y de procedencias formativas y
contextuales, que nos hace ser iguales y distintos a la vez. Normales urbanas, rurales y regionales;
centenarias y relativamente recientes; estatales y federales; públicas y privadas, por supuesto que
*Docente de la Benemérita escuela Normal Veracruzana “Enrique C. Rébsamen” y miembro de la Academia Mexicana de la Educación,
A. C., Sección Veracruz
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imprimen matices específicos tanto en los procesos como en los resultados de los esfuerzos que
despliegan para cumplir con su misión. De allí, que no todos compartamos el mismo discurso, ni las
mismas convicciones ni actitudes, respecto de nuestra marca profesional histórica y de lo que a ello le
acontezca. A esto, hay que agregar que, dependiendo de la magnitud, tanto de la planta docente como de
la matrícula, al interior de cada una de nuestras instituciones esta diversidad se hace presente con mayor
o menor intensidad, dando pie a grandes coincidencias pero también a divergencias que inciden positiva
o negativamente en la vida de las normales.
Por eso ya no solo fuera de las normales, sino en el interior mismo de algunas de ellas, es común
escuchar que quienes defendemos al normalismo lo hacemos por retrógradas, pre modernos y por
nostalgia, romanticismo o sentimentalismo.
Aún con todo, son respetables las posiciones encontradas como la del maestro normalista Rey
David Cruz Velazco, (citado por Ornelas: 27-Ago-2008, http://www.exonline.com.mx/diario/editorial/333168)
quien afirma: “El normalismo es una quimera, una revoltura ideológica, sentimental, interesada y
patriotera que, en efecto, trata de recuperar una identidad con retazos históricos de lo más destacado
de buenos maestros y tradiciones, pero que en realidad nunca ha existido como tradición, cuerpo de
ideas e innovación”.
Por nuestra parte, con algunos profesores, de mi centro de trabajo, hemos coincidido en que “el
normalismo es una filosofía educativa que ha desempeñado un papel fundamental en la formación de
profesores y en la propia construcción de nuestro país a partir de una orientación científica y liberal,
pues tiene como sustento el amor a la libertad, el desarrollo del pensamiento libre y el rechazo al
dogmatismo; es una forma de entender el valor y el compromiso con la profesión docente. Por ello, ser
normalista significa comprometerse con la defensa de las libertades y la justicia social; de tal manera
que un normalista no es un instructor o simple enseñante, sino un educador democrático y humanista que
descubre y alienta las capacidades de los individuos para formar personas conscientes de su realidad y
preparadas para transformar su entorno y lograr una vida digna. En tal sentido, el normalismo entraña un
proyecto de vida, un ideario y un programa de acción. Es medio y fin que implica una enorme
responsabilidad social”.
Un entrañable luchador y veterano maestro normalista, Wilfrido Sánchez Márquez, nos advierte
que no podremos comprender lo que le pasa hoy al normalismo si no entendemos que se trata de “…una
corriente histórica de la educación pública”; y que es también “una doctrina gestada por el régimen
social surgido de la revolución francesa (1789)”; sostiene este profesor jubilado que, justamente, se
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crearon las escuelas normales para cumplir con las normas legales educativas aprobadas por aquel
gobierno revolucionario cuyos postulados fueron el derecho a las garantías individuales; el fin a los
privilegios de clase, la separación de la iglesia y el estado, y la educación racional, laica, democrática,
gratuita y obligatoria. Su origen, es por antonomasia de carácter revolucionario y pudiera decirse que en
la geometría política se ubica en el ideario y compromiso de la izquierda; por eso, en el caso del
normalismo mexicano, desde sus orígenes ha sido objeto de los más malintencionados y recalcitrantes
ataques por parte de los sectores conservadores, en su momento, y hoy por los promotores de la derecha
y del neoliberalismo.
Tortuoso ha sido el camino del normalismo…, y aún sobrevive; sí, pero en efecto, en una
encrucijada y en jaque por diversos retos. Exactamente en un cruce e intersección de caminos; pero sobre
todo, en la, a veces casi invisible y en ocasiones descarada, asechanza de intereses que conjuran contra lo que
representa uno de los pocos simbolismos que sobreviven del estado de bienestar social desde 1984. La crisis
contemporánea del normalismo vino aparejada a la supuesta modernización del estado con una visión neoliberal
desde el gobierno de Miguel de la Madrid.
Abordar analíticamente esto que para nosotros es un verdadero problema, resulta ser un ejercicio
nada fácil. Sobre todo, cuando miramos que para buena parte de nuestros compañeros y nuestras
comunidades, no es perceptible eso que a nosotros nos preocupa. Hay en algunos, signos alarm antes de
rutinización, de indiferencia, de glamour y parsimonia, de estancamiento, de desmotivación, de practicismo, del
día a día y del “no pasa nada”… Y en otros, malestar, desencanto, ansiedad y sentimiento de pérdida. Esto,
también es parte de la encrucijada y nos hace sentir el realismo de que somos cada vez menos quienes nos
pronunciamos por la defensa del normalismo auténtico, por más que lo hagamos con claridad
autocrítica.
La indiscriminada apertura de los perfiles que propició la reforma de 1984 fue un avance en
favor de la diversidad pero en sacrificio de la identidad en algunos casos. El descuido en la formación de
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cuadros académicos no sólo impidió la identificación de algunos formadores de docentes con la
perspectiva del normalismo, sino que dio pie a que ellos mismos se convirtieran en críticos que
descalificaran y distorsionaran la cultura normalista.
Pareciera que la primera lucha por el normalismo la tenemos que librar en el propio terreno de
algunas de nuestras casas de estudio. Pero no por la vía de la descalificación o del fundamentalismo,
sino por medio del análisis de las ideas distintas confrontadas con las propias, para buscar las
coincidencias, discutir las diferencias y arribar a la síntesis que nos permita, en la diversidad, la unidad
en torno a la misión de nuestras instituciones.
Y fue en esa perspectiva que antes de llegar a este escenario, y con la finalidad de traer, además
de mi voz, algunas más de las que en la Benemérita Escuela Normal Veracruzana (BENV) se han
pronunciado por la vigencia y la defensa del normalismo, hicimos un coloquio con tres docentes y dos
ex directores a partir del planteamiento de la pregunta: ¿Por qué se dice que el normalismo mexicano
se encuentra en la encrucijada?
Lo más grave, es que ante estas dos concepciones surge una consecuencia lamentable: la lucha
de una parte del magisterio dispuesto a defender la esencia original del normalismo, contra otra
dispuesta a entregarse mansamente al control de un gobierno, que, unido a la iglesia, pretende regresar
a la educación confesional con todas sus nefastas características. Ante tal encrucijada hay dos salidas:
la lucha o la dócil entrega”.
Según el Profr. Alberto Flores Callejas, ex director de la BENV, el normalismo mexicano pasa
hoy por una situación crítica, que de no superarse en el mediano plazo podría generar incluso su
extinción. Éstas son algunas de las causas de esa situación crítica, que él percibe:
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“El contexto internacional es desfavorable; hoy la mayoría de los países que formaban a
los maestros de educación básica en escuelas normales, lo hacen en Universidades o en
institutos que ya no encajan bajo la tradición normalista (…)”.
“Las normales han sido, históricamente, muy encerradas en sí mismas; han tenido pocas
oportunidades de interaccionar con otro tipo de instituciones; no se han auspiciado en
ellas mayores intercambios académicos. En muchos casos son cotos de poder del SNTE,
sujetas a prácticas corporativas, que aunque en el magisterio no son exclusivas del
sindicato nacional, sí es allí donde más se dan”.
“Las políticas neoliberales, acentuadas en los últimos regímenes federales panistas, han
acrecentado el peligro de privatización de la educación mexicana. Aunque se están
manifestando resistencias, es obvio que las normales están en la mira; los
pronunciamientos sobre su conversión en escuelas técnicas y de turismo por parte de la
lideresa del SNTE, constituyen apenas un indicador más de la crítica situación a que
podrían verse sometidas en el corto plazo”.
“En la encrucijada actual, quizás de algo sirva en pro de la construcción de su futuro, que las
normales mexicanas pudieran recuperar mucho de sus orígenes e historia”.
Por su parte, el maestro Rogelio Álvarez Cimadevilla expone: “Cuando nos referimos a una
encrucijada, señalamos una situación difícil en la cual no se sabe qué conducta o camino escoger.
En otras palabras, la fuerte identidad que se fue construyendo entre el magisterio normalista y
el estado Mexicano tejido a través de un hilo de nacionalismo muy profundo e intenso, se comienza a
romper en medio de la tensión que se manifiesta entre diferentes proyectos de nación. El magisterio
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normalista deja de ser considerado profesión de estado para forzar su entrada en la competencia del
mercado”.
Otro ex director, el maestro Israel Abel González Vélez, señala que “…Hablar de encrucijada es
referirse a una ´situación difícil que puede resolverse de diversas maneras y en la que no se sabe qué
conducta seguir´…; habría que recordar que las escuelas normales en México constituyen ya un mundo
heterogéneo y diverso, cuyo proceso de construcción como Instituciones de Educación Superior (que
lleva 25 años), no ha seguido un formato claro, coherente, ni ha contado con los apoyos ni condiciones
necesarios. …Se les da un tratamiento que propicia el que se asuman, se acomoden, (y) se regodeen en
el subdesarrollo académico.
…Son varias las circunstancias y elementos que inciden, tanto desde el interior como desde el
exterior, para generar esta encrucijada, la cual no es gratuita ni casual. …Han sido pocas las escuelas
normales que lograron dar el salto cualitativo del lugar que la tradición y el abandono les confirió, al
que accedieron hoy merced al esfuerzo desplegado por sus respectivas comunidades académicas, según
lo registran los informes de investigación elaborados a partir de las evaluaciones externas. …Las bien
libradas en términos de sus procesos y resultados académicos por la claridad de su misión, habrán de
salir fortalecidas en los debates y con amplias posibilidades de participar en los diversos procesos de
trabajo académico intra e interinstitucionales que se abrirán en el marco de esta encrucijada”.
Finalmente, la maestra Yolanda Ortiz Bustamante resume y apunta: -“La elección constituye la
manifestación de una decisión, ésta es, o debe ser, producto del conocimiento, la reflexión y la
valoración de las consecuencias. Así, el normalismo se encuentra en un momento de decisión: ¿Qué
hacer ante las circunstancias de esta realidad histórica donde lo que vale más no es lo correcto, sino lo
práctico? ¿Qué hacer ante la imposición de un modelo económico y cultural en el que lo importante es
saber hacer y no saber pensar? ¿Qué hacer ante la sobrevaloración de la competitividad evidenciada
en calificaciones que sólo reportan conocimiento memorístico y quizás descontextualizado de nuestros
estudiantes? ¿Qué hacer ante las contradicciones de nuestra legislación educativa con la realidad de
nuestro país? ¿Qué hacer con nuestra desigualdad social? Las preguntas podrían seguir, sin embargo,
lo importante es tomar una decisión sobre un aspecto básico: ¿Qué tipo de maestro deben formar las
escuelas normales?, lo cual implica realizar una valoración responsable de la vigencia del normalismo
en las condiciones actuales de nuestro país.
En este sentido, asumo que el normalismo debe cambiar, actualizarse, renovarse, pero antes
debe decidir para dónde y con qué propósitos debe hacerlo. Así es, está en una encrucijada que
interpreto como la circunstancia donde puede elegir, entre dos caminos: uno, el de la “armonía” con el
modelo económico, donde tendrá que renunciar a su esencia y capacitar –no formar- a los docentes
competentes para enseñar a las nuevas generaciones que la competitividad es el fin último de la
“educación”. Y que lo importante es memorizar y aprobar las evaluaciones, que desde los primeros
años de su escolaridad les serán aplicadas; y el otro, el que su esencia le dicta y que es el rescate y
preservación de los valores fundamentales de la educación y de la profesión magisterial, enriquecida
con los avances científicos y tecnológicos, pero cimentada en su filosofía original, aquella del
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pensamiento libre, crítico y encaminado a lograr la justicia social. ¿Las escuelas normales están
dispuestas a renunciar a sus principios fundamentales? Ante la encrucijada, es imperativo tomar una
decisión-“.
Lo anterior, sintetiza el grado de vulnerabilidad en que se halla el normalismo. Sobre todo, ahora
que le quieren aplicar políticas de administración y evaluación diseñadas para Universidades, sin tomar
en cuenta las condiciones históricas de este sector. Las normales entran en desventaja porque no han
tenido autonomía ni el mismo trato presupuestal que otras instituciones. Así, tienen que responder a
políticas dirigidas a otro subsistema; tienen que adaptarse rápida y eficazmente.
Independientemente de esas políticas, las normales no deben olvidar que los estudiantes que
forman tienen que egresar de ellas con las capacidades adecuadas y necesarias para educar bien con un
alto sentido social.
El normalismo, también, debe asumir una posición autocrítica y someter sus prácticas docentes e
institucionales al más riguroso escrutinio. Tenemos que reflexionar críticamente sobre nosotros mismos y
sobre lo que hacemos.
Tenemos que pensar seriamente en qué es lo que necesitamos cambiar y actuar en consecuencia.
Ante la concepción reduccionista de la profesión que parece derivar del diferente sentido dado a la educación
básica; ante la pragmatización de la docencia con criterios tecnicistas que simplificarían la formación inicial a
procesos de habilitación y capacitación; tenemos que anteponer la visión integral de educación, fortalecer lo
académico y comprometernos más con los fines y valores pedagógicos de la educación pública mexicana.
Ante la inminente reforma a la educación normal, urge reavivar e intensificar –entre nosotros-, los
procesos de estudio y discusión teórica en torno al aprendizaje, la enseñanza y la formación, no solo para
analizar críticamente los discursos, sino para estudiar, re-visar, valorar y mejorar el plan de estudios vigente
que se vino construyendo desde 1997 y cuya tendencia de formar docentes reflexivos, intelectuales, analíticos
y creativos, pudiera perderse ante la invisible intención de regresar a un modelo de formación instrumental,
técnico, operativo y descontextualizado.
El normalismo de este nuevo siglo tiene que refundarse y distanciarse de algunas de sus formas y
tradiciones; de algunos vicios, usos y costumbres, para transitar hacia procesos formativos más plurales,
más democráticos y más profesionales que garanticen a la sociedad, el egreso de profesores más
comprometidos con la calidad de la educación básica.
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¿Con qué rigor académico estamos procesando las prácticas de enseñanza y de aprendizaje? ¿Cómo
estamos entendiendo el normalismo los docentes y los estudiantes que hoy hacemos la historia en las
Normales? ¿Cómo promovemos la vocación humanista de servicio en nuestros jóvenes docentes en
formación? ¿Cómo estamos asumiendo la formación para el ejercicio de la docencia en contextos rurales y
marginados? Éstas y otras interrogantes, no menos importantes, deben erigirse en ejes orientadores de una
educación normalista de emergencia que no sea rebasada por los acontecimientos.
Ante una concepción instrumental de la vida humana que hoy se quiere imponer por la vía de un
modelo tecnológico de intervención educativa obsesionado sólo por la eficiencia y la productividad,
antepongamos una educación fincada en el humanismo y en el compromiso y la esperanza de una vida
digna para todos.