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REFLEXIONES EN TORNO A MIS 50

El 22 de septiembre de este año, 2010, se cumplieron dos años desde la fecha en


que el Señor decidió llamar a papi. Personalmente creo que esa fue la fecha de
expiración que Él en su maravillosa gracia concedió a su cuerpo mortal y temporal
después que casi lo perdemos a principios de los 1970’s. Un buen plazo, ¿no es
así? Después de su encuentro con Jesús en aquel hospital, cada día de su vida al
levantarse pudimos escuchar una palabra de gratitud por la vida que el Señor le
extendía. Posiblemente ni siquiera imaginó que llegaría a cruzar el umbral del 1999
al 2000, pues siempre, como al apóstol Pablo, mantuvo aguijones en su cuerpo que
le recordaban su fragilidad humana y su necesidad de la gracia divina. Por otro
lado, estoy segura de que –con todos sus achaques- habría querido vivir aquí
eternamente. Su “secreto” temor a la muerte (se negaba a aceptar que tuviera temor
a cosa alguna) lo hacía aferrarse a la vida con fuerza y saborearla con alegría. La
Biblia dice que Dios extiende la vida de quienes honran a sus padres con sus
acciones. Cuando decidimos honrar a Dios con nuestra vida, inevitablemente
honraremos a nuestros padres. Pienso que papi se determinó a hacer las dos cosas.

Papi volcó mucha de su capacidad creativa en inventar maneras de resolver las


cosas por sí mismo con lo que tuviera a la mano. Otro tanto de esa creatividad lo
dedicó a buscar maneras de hacer reír con sus interminables comentarios jocosos y
chistes (detrás de los cuales muchas veces escondía sus dolamas), aunque de lo
único que a veces nos riéramos fuera de lo “mongo” de sus ocurrencias. Su
aparente ingenuidad nos hacía creer que él no se percataba de nuestra burla, pero él
sentía gozo de haber cumplido su tarea: hacernos reír, aunque fuera de él. Solía
decir que echaba fuera todo pensamiento contaminado de mal: autocompasión por
sufrir dolores, resentimientos por haber sido ofendido o abusado (de sobra sabemos
que lo fue en muchas ocasiones, tanto por nosotros como por familiares, clientes y
extraños), rencores, enojos, lo que fuera. Él sabía bien lo que era enfermarse
(literalmente hablando) por almacenar esas cosas en el corazón. Así que ya no era
cuestión de suprimir emociones, que fue lo que lo llevó a envenenar su cuerpo
hasta sufrir de úlcera péptica. Él aprendió a rechazar esos pensamientos antes de
que anidaran en su alma. Aprendió a hacerse de la vista larga -muy larga, creo- y le
funcionó. Imagino que se enfocaba en su gratitud a Dios y en el perdón que Dios le
había conferido para echar a un lado esas cosas y no darles importancia o valor.

Siempre imaginé que el Señor requeriría de mucho dolor físico para recoger a papi
de este mundo. A él le incomodaban los temores y preocupaciones constantes de
mamá Justina (su suegra) porque los modelaba a sus hijos y nietos. Se me ocurre
que se veía reflejado en ella, pues, irónicamente, tuvieron en común el mayor
temor de ambos: tener que irse de este mundo dejando atrás a los suyos. Se
acostumbraron a verse a sí mismos como el eje de la familia, como el agente
aglutinador.

Me recuerda el proceso de los niños pequeños que se desprenden de la madre para


ir a la escuela o de la madre que se desprende del hijo que se casa. La vida nos va
preparando, recordándonos continuamente que las despedidas son parte de este
mundo terrenal. Opino que Dios es un Ajedrecista Perfecto. Justo en esta época,
este año, 2010, nos mostró nuevamente Su gracia al dejar con nosotros a nuestra
hermana mayor y regalarle la vida de nuevo, como hizo con papi en los 70’s. Se
me antoja esto una especie de señal. Primero, señal de que Él sigue haciendo
milagros; segundo, señal de que papi no se fue por otra razón que porque Él lo
llamó. Él pudo sanarle como le sanó en el 1971, si mal no recuerdo la fecha (mami
recordará mejor). Pudo sanarle de cáncer, como sanó a nuestra hermana. Pero en
Su Soberanía, decidió no hacerlo. En el caso de papi, el cáncer fue Su instrumento
de transporte a un mundo del que realmente no querrá partir y del que nada ni
nadie podrá arrebatarle. Un mundo en el que tendrá la dicha de volver a ver a sus
seres amados que partieron antes y a la vez de vernos llegar a él en algún momento
como en un nuevo nacimiento. No sé si allí los niños permanecen niños
eternamente, como él soñaba. Solía decir que le encantaría que los niños se
quedaran niños para siempre...

Este mes de septiembre me sentí feliz. Antes de la muerte de papi era una época
del año difícil para mí. Pasé por dos divorcios que iniciaron en mayo y se
concretaron en septiembre. Subconscientemente, la época de mayo a septiembre
me hacía sentir deprimida. Cuando papi murió tuve la oportunidad de explorar mi
vida y percatarme de esa coincidencia de fechas y de que a ella se añadía la pérdida
del hombre que fue más significativo en toda mi vida, proceso que se dio en un
espacio de tiempo parecido. Este año pasé ese tiempo viajando, paseando,
compartiendo con seres amados, planificando la celebración de mis 50. Siento que
voy a extender mis alas para volar.

Papi solía decir varias cosas. Mis sobrinos y sobrinos nietos llegaron a escuchar de
sus labios el consabido: “Primero Dios, después la familia, tercero los estudios o el
trabajo y luego todo lo demás”. Creo que se daba cuenta de que eran cosas que
había que repetirse uno mismo y recordar una y otra vez porque la condición
humana hace que las olvidemos. Buscar a Dios era algo que él podía hacer por sí
mismo e instruir o animar a los demás a hacerlo también, pero no dependía de él el
que nosotros buscáramos a Dios o no.
Probablemente él sentía que era su responsabilidad mantener a la familia en una
posición de importancia para nosotros. Se empeñó en agruparnos, posiblemente
tratando de “obligarnos” a hacernos importantes y necesarios los unos para los
otros. Mami aprendió de mamá a no visitar a los hijos si no la invitaban para no
convertirse en una suegra entrometida. Ella esperaría pacientemente nuestra
iniciativa de buscarla o visitarla. Todavía sigue siendo así. Papi copió esa
renuencia a “invadir” las casas ajenas, pero se obstinó en provocar el encuentro.
Se inventaba cualquier excusa para reunirnos y celebrar la familia.

En la celebración de mis 50 quiero honrar sus esfuerzos. Quiero ofrecer a Dios


ofrenda de gratitud por la vida que me ha dado y quiero celebrar ver a mi familia
unida. Ahora puedo entender la alegría que papi sentía al reunirnos. Siento esa
misma emoción cuando planifico provocar el encuentro.

Viví una buena parte de mi vida sintiendo que era una decepción para mi padre. En
este momento de mi vida me satisface pensar que soy aquello que mi padre habría
esperado de mí: alguien con temor de Dios, con amor a la familia y feliz. Las tres
cosas requieren esfuerzo y determinación, pero pueden convertirse en una forma de
ser cuando llegamos a comprender quiénes somos, cuando nuestra identidad está
basada en el reconocimiento del amor que el Padre Eterno y la familia (los amigos
incluidos) nos ofrecen.

Les estaré esperando. El altar será una mesa con bizcocho y velas para soplar.
El culto no será a mí, será al Dios que me dio la vida y las riquezas de un padre que
–a pesar de mis muchas rebeldías- se obstinó a amarme, de una familia y amigos
que me valoran y aman y del Salvador que condujo mi vida a la paz con Dios y a la
felicidad: Jesús. Allí los espero.

Los amo,
Yoly

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