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Acerca de una posible ontología de la música.

Cuestión primera:

El silencio como ausencia total de fundamento de la música.


“El semblante de la música es una bella mudez a los ojos plenos de sentido”

J.P. Sartre Situacions IV

¿Desde dónde canta el canto? ¿Hasta dónde penetra en el abismo?

M. Heidegger, Caminos de bosque.

En sí mismo el silencio no puede ser expresado. Insondable


ontológicamente, insoportable antropológicamente, como el timbre
inaudible de la nuda existencia, nos servimos de símbolos para referirnos a
él. La música es sólo uno de estos símbolos.

Música es uno de los nombres que el silencio se da a sí mismo en su


advenimiento acústico. No tiene, pues, esencia ni historia más allá que
como manifestación de eso a lo que siempre adelanta o deja atrás. En la
música siempre es claro el comienzo. E inexplicable el origen. Como el
esplendor. Como el instante.

También en un instante el silencio fue. Como en el instante preciso en que


la ola echó a romper o en el que callaron los hombres. Los oyentes. Pero los
que callaron lo hicieron precisamente porque ya no podían decir [yo soy].
Por eso advino el silencio entre ellos, se descentró y se exteriorizó a sí
mismo portando entre otras las vestiduras de la música pero también los
harapos del ruido. La escucha es la forma, el cristal del silencio. Un universo
vacío y por tanto al mismo tiempo el envoltorio, continente o vaso de todos
los universos posibles.

El silencio [supuesto en todo escuchar] es, pues, el abismo, la ‘ausencia


total de fundamento’ de la música.

ii

En música como dice Lévi-Strauss sobre el mito “todo puede suceder;


parecería que la sucesión de los acontecimientos no está subordinada a
ninguna regla de lógica o de continuidad. Todo sujeto puede tener cualquier
predicado; toda relación concebible es posible. […] De donde surge el
problema: si el contenido del mito es enteramente contingente, ¿cómo
comprender que, de un extremo a otro de la tierra, los mitos se parezcan
tanto?”(en La estructura de los mitos)

A diferencia de la poesía, la música y el mito – según Strauss- no


dependerían de una traducción siempre deformante y problemática. “El
valor del mito como mito, por, el contrario, persiste a despecho de la peor
traducción. Sea cual fuere nuestra ignorancia de la lengua y la cultura de la
población donde se lo ha recogido, un mito es percibido como mito por
cualquier lector, en el mundo entero.”

En el caso de la música esta característica se pone aún más de manifiesto


cuando observamos como intérpretes de tradiciones musicales distintas y
aún desconocidas entre sí son capaces de expresarse juntas aún sin
entenderse en unísono solipsismo. Ensimismados en esa estructura
transcendente pre-lingüística de la cual tanto los compositores como los
oyentes serían como dice Lévi-Strauss en la Obertura de Lo crudo y lo
cocido, mudos ejecutantes.

¿La música como sueño Prometido o Perdido de Apolo, como la auténtica


tradición musical que ha de ser encontrada de nuevo o de una vez por
todas. Por lo tanto no fabricada tan sólo auráticamente hallada.
Restaurada. Acogida. Esperada?

iii

Sin embargo, como ‘encontrarse’ que el escuchar funda, como stimmung,


el silencio ‘se exhibe’ quizás mejor en el temor que en la angustia. Nocivo.
Amenazador, como ‘algo que se acerca en la cercanía’ pero ‘que trae
consigo la desembozada posibilidad de fallar y pasar de largo’ el silencio
también es temible.

“Aquello que da espanto es primariamente algo conocido y familiar. Si lo


amenazador tiene, por el contrario, el carácter de lo absolutamente
desconocido, el temor se convierte en terror” (&30 Ser y tiempo).

De qué modo la música desconocida aún por llegar, el sonido jamás


escuchado revestiría el carácter del terror? Quiero decir: cómo sería la
música que exprese todas las cosas terribles que hay en el fondo de la
existencia: como la muerte o el silencio?

Duerme Apolo y entonces despierta Dionisos. Pide una música aún por
llegar y que por ello debe ser tomada, instaurada, precipitada.

Tal vez la escucha por la que se acceda al silencio participe tanto de la


embriaguez dionisíaca de la caída por la inmensidad de su inexistencia
como del extravío apolíneo por los laberintos de su ensimismada y vacía
estructura.

Más el silencio como la muerte, es tan familiar como desconocida. No sin


temor se le aguarda, no sin espanto se soporta su amenaza. Como es
posible que los devotos quieran el silencio, acaso quieren la muerte como el
más propio riesgo?

iv
¿Había canto antes del decir o sólo hay canto donde el decir fracasa y la
expresión quiere seguir, en su callar, expresándose meramente como
distorsión del silencio?

Poder no decir nada y pese a todo expresar. Expresar a través de la


imposible y silenciosa nada. Una radiación sonora del silencio. Una aureola
de la escucha.

‘¿Cómo viene la palabra al deseo?’ se pregunta según Ricoeur el


psicoanálisis. Nosotros nos preguntamos ¿cómo viene la música al deseo?
Pero también ¿cómo viene la música a la palabra? ‘¿cómo frustra el deseo a
la palabra y a su vez fracasa él mismo en su intento de hablar?’

¿Acaso la música no frustra al deseo [como creyó Schopenhauer] sino que lo


expresa sin barreras? Pero si es así hacia donde lo conduce sino al silencio?
No vendrá la música a la palabra para auxiliarla en ese fracaso. No vendrá
la palabra a la música para impedir su destrucción en el silencio de la
muerte, más allá de toda escucha.

La rotundidad de la muerte hace de cada vida algo soñado por ella, lo


mismo que ese silencio hace de todas las músicas y de todos los acordes
algo soñado también. Reminiscente.

Sonido es ya todo tras la retirada o retraimiento (tsimtsum) del silencio, tras


el replegarse o concentrarse del silencio sobre sí.

Como huida de si del silencio, como resto, como lo que queda del silencio
exiliado, todo sonar es ruidoso por sí mismo. Sólo cuando orienta sus pasos
de regreso hacia este silencio, este abismo, esta ausencia total de
fundamento se presenta como música el sonido. Cuya morada pre-paran los
devotos de la escucha.

Ruido sólo es pues sonido roto por el ímpetu del oír acostumbrado a la
espera de la reintegración de todos los sonidos y todos los ritmos en el
recipiente del silencio formado por la escucha de los devotos. Restaurar la
entera ‘diversidad incomunicable de los tiempos’ (Sartre, El ser y la nada).
El tiempo del fin. El tiempo de todas las promesas cumplidas. Antes de
todas las promesas realizadas.

La música es un rastro entre la maleza del sonido. Un soplo, un reguero de


huellas dejado en el futuro por este animal en retirada, por este silencio
para no perder el camino, el respirar de vuelta al presente. Un camino
siempre ahí pero tan remoto como el más remoto pasado.

Mediante el sonido la música sueña el silencio. La música es la mediadora


entre el sonido y el silencio. Una ‘máquina supresora de tiempo’ (Lévi-
Strauss) pues los supone todos, la entera ‘diversidad incomunicable de los
tiempos’. De ese silencio, de ese soportar la ‘diversidad incomunicable de
los tiempos’- extraerá la música sus disonancias más des-humanizadas.
Disparos que agujerean el silencio ampliando el círculo de la escucha.

Vi

Se a-guarda el silencio es decir jamás se guarda. En este terreno no existe


mayor impiedad o impostura que contabilizar el silencio por minutos [critica
a la visión ontoteologica del silencio en Cage?) Este silencio no admite
grados o separaciones. No podemos quedarnos con un trozo. Es lo absoluto
sonoro. Súbito. Instantáneo.

La escucha de los devotos tiene algo de sordo, el abrirse del silencio al


sonido tiene también algo de un cerrarse que en la música adquiere la
forma de un resguardarse del ruido (de sí), el acceso a un guarecerse. La
música dice H. Miller, Trópico de Capricornio te hace tomar conciencia de
que hay un techo para tu ser.

Los sonidos son individuaciones del silencio. El sonido es separación el


silencio re-unión. El dios, “por quien hasta el confín del mundo nada es
disonante." Agustín, Soliloquios 1

Inmersos en la atonalidad de la existencia captada en el devoto callar, que


como ‘cuerpo sin órganos’ forma la Shéjina del silencio de los oyentes, la
comunidad ideal donde la armonía originaria será restaurada: entre el
‘murmullo divino’ y el griterío de los hombres, entre el ritmo de galeras y el
ritmo de la libre ensoñación, entre música y ruido…

Sólo la escucha que en vez de a un sonar determinado apunta al silencio es


decir se hunde en el absoluto callar de todos los decires podría restaurar
musicalmente todos los sonidos y al mismo tiempo desmitificar todas las
músicas.

Vii

Todo hacer sonar es profanar el silencio, pero la vía de la profanación


también conduce a lo sagrado. “Ser es música, que es una profanación del
silencio en provecho del silencio y, por tanto, está por encima del bien y del
mal” (dice H Miller en Trópico de Capricornio).En su escucha el devoto
pretende hacer re-sonar todos los momentos del mundo para que en todos
se produzca la revelación del silencio. Recolectar en la posibilidad de todos
los sonidos el sentido –desplazado de todos los sentidos- del silencio propio,
del vibrar en-si.
¿Quién se expresa cuando se hace música, que suena en ella, que rompe a
sonar y que lo rompe sino el vibrar de este callar imposible, en el límite, al
que denominamos silencio?

La escucha no dota de sentido al silencio, no lo llena de sentido. El silencio


es ese fondo que se expresa ocultándose en el dotar de sentido a todo
sonar y al que la escucha sólo reconduce siguiendo las enigmáticas huellas
de su huida sonora, musical.

Se aleja el silencio en el oír que no cesa y sólo en la escucha sin oyente,


anonadada, en la escucha del oyente aniquilado se acerca con paso de
hormiga en la oscuridad el silencio. Por lo tanto no en la escucha efectiva
sino en la escucha deseada, ‘devorada en la saciedad’ del sonido captamos
la posibilidad del silencio. “cuando nada veía, entonces veía a Dios” dice
Agustín. En el desoír de esta escucha devota se silencia el ser, halla su
centro, se ubica el silencio. Más allá de la barrera del sonido, más allá de
todas las barreras. ¿Incluida la música?

Carlos Areán Laso.

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