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AMÉRICA LATINA Y LA MODERNIDAD POLÍTICA

América Latina, pese a situarse espacialmente en una posición geográfica privilegiada


que le posibilita la más alta concentración de riquezas naturales del mundo, a compartir
un mismo idioma, una religión mayoritaria y una cultura mas o menos homogénea, que
la aleja de guerras intestinas de motivación étnico-nacionalistas como las que se viene
presentando en los últimos años alrededor del mundo, y a contar con un excepcional
capital humano, hoy sigue, como región y como conjunto de Estados particulares,
sumida en una constante de crisis económicas, sociales y políticas, que evidencian los
precarios niveles de modernidad que, en dichos aspectos, se presentan en la regiónEn
este escrito se explorarán algunos aspectos característicos del no-acceso de América
Latina a una modernidad política plena, tomando como trasfondo o hilo conductor los
ejes temáticos: Estado, Sociedad Civil y Mercado, a partir de la década de 1980.A
manera de contexto y antes de comenzar a desarrollar el tema que se acaba de enunciar,
vale la pena recordar que América Latina, después del fuerte periodo populista
originado en los años treinta, en los años 50, 60 y 70, comienza a participar en la guerra
fría al quedar incluida en el bloque occidental capitalista (con la excepción de Cuba), lo
cual tuvo amplias repercusiones políticas y económicas, que aun hoy persisten.
Durante estos años y hasta la primera mitad de los años 80 la región se debate entre
regimenes democráticos y dictaduras de todo tipo.Durante la década de 1950 hubo
varios intentos reformistas radicales, que, en términos generales, se pueden caracterizar
como revoluciones nacionalistas, siendo este el caso de Guatemala y Bolivia; sin
embargo, el alto nivel de dependencia política y económica de los países de la región
con respecto a Estados Unidos, las hizo fracasar.
Diversos políticos de la talla de Raúl Haya de la Torre o Rómulo Betancourt ,
sostuvieron, en aquel entonces, que las innovaciones y las revoluciones en América
latina, solo eran posibles si se contaba con el beneplácito de Estados Unidos; sin
embargo, la revolución cubana demostró lo contrario, rompiendo en dos la historia
latinoamericana, e iniciando un largo periodo de inestabilidad y crisis de las
democracias latinoamericanas, auspiciado por las políticas anticomunistas (plan cóndor
por ejemplo) y la aplicación de los modelos desarrollistas de la CEPAL. Este ciclo se
cierra con la dictadura chilena que aborta el acceso democrático del socialismo al poder
en el país austral.
Pese a que en la década de 1980, la mayoría de América latina se encuentra ya en el
circuito internacional de la democracia, ello no significa que la región, necesariamente,
esté preparada para cruzar el umbral de la modernidad; antes bien, señala Weffort: “las
relaciones entre democracia y modernidad no fueron nunca lo suficientemente claras en
la historia de América Latina, y se han vuelto particularmente confusas en las últimas
décadas” , pues, a la vez que, aparentemente, se avanza en términos de democratización,
se retrocede en lo social y lo económico.La crisis latinoamericana va mas allá de lo
económico, político y social; es tan grave que, incluso, alcanza a colocar en cuestión la
democratización misma de la región y la existencia soberana de los países que la
componen. Latinoamérica se sitúa entonces, ante los mismos desafíos que enfrenta
desde su comienzo histórico: su existencia, su identidad y su viabilidad están en tela de
juicio. Sin embargo, la crisis actual, a diferencia de las anteriores, se caracteriza por
desarrollarse en medio de un doble proceso de disolución interna y disolución externa
que manifiestan una profunda crisis de poder.La disolución interna se da en la medida
en que ya no se entroniza la idea de progreso ni se piensa con esperanza en un futuro
por venir, como sucedía en crisis del pasado, sino que se asiste a un bloqueo de las
perspectivas, al punto que ya ni siquiera el concepto de revolución, como forma última
para enfrentar las crisis y generar nuevos ordenes, se considera válido frente a una
situación de crisis que, más que anuncio de una nueva era, parece el desmoronamiento
de una civilización.Este desmoronamiento, o proceso de desintegración, se manifiesta
internamente en la tendencia que vive América Latina hacia la generalización de un
estado de anomía que, como es de esperarse, repercute cada vez con mayor fuerza en el
incremento de los índices de violencia en la región y sobretodo, en una “lumpenización”
general de la sociedad y de las estructuras institucionales y burocráticas de los estados.
Desde afuera, la desintegración se manifiesta en el sentimiento de pérdida del lugar en
el mundo, que aparece gracias a que, en el nuevo orden mundial, la política de bloques
tiende a cobijar a todas las regiones, del mundo menos a Sur América, cuyos países no
son hoy sino complemento de un país capitalista, y su esquema de producción, no hacen
parte de bloques ni logran consolidarse, ellos mismos en conjunto, como un bloque que
les permita incluirse en el nuevo sistema mundial. Uno de los problemas
latinoamericanos de mayor relevancia, es el no-acceso, por parte de la región, a una
modernidad política, social y económica, caracterizado dicho problema, por la falta de
espacios para la participación democrática que permitan la formación de una sociedad
civil fuerte, que genere opinión pública y participe en las decisiones que afectan su
futuro y el futuro de la región en general.
Las diferentes sociedades, a través del tiempo, han generado mecanismos de
participación e intervención en las decisiones institucionales y en el gobierno en
general: partidos políticos, organizaciones populares, gremios, clubes, asociaciones,
iglesias etc. Estas organizaciones, para poder participar efectivamente la toma de
decisiones, buscan encajar o articularse a la estructura estatal y a los espacios que para
la participación ciudadana esta proporciona, sea directa o indirectamente, con el
gobierno o en la oposición; el subsistema político se articula a su vez, en especial hoy
con la globalización, internacionalmente. En este ámbito también existen
organizaciones que defienden ciertas agendas y posturas sobre temas como los derechos
humanos o las problemáticas ambientales y que, en ocasiones, alcanzan altos niveles de
influencia en la toma de decisiones, tanto de los Estados como de organismos
internacionales. En América Latina, en términos generales, los espacios de participación
son limitados: la sociedad civil históricamente ha contado, en estos países, con muy
pocos espacios de participación efectiva en la toma de decisiones, no ha habido
mecanismos adecuados para la solución de conflictos, y las reglas de juego para la
participación ni son claras ni se cumplen; esto debido a la existencia de altos niveles de
concentración del poder en la región. La concentración del poder de decisión en los
países latinoamericanos, se manifiesta y se mantiene, gracias a la concentración del
poder político en unas reducidas élites nacionales y regionales, a la concentración del
poder económico, a la concentración de la tenencia de la tierra, la ausencia de una real
democracia, la violencia política y la inequitativa distribución de la riqueza. Esta
concentración de la toma de decisión se enmarca dentro de un microsistema
sociopolítico y clasista en que participan políticos, terratenientes, militares, la iglesia
católica, los medios de comunicación, la industria, la banca y el comercio, y que busca
ante todo mantener el status quo vigente.
Lo anterior ha traído, entre otras consecuencias, altos niveles de violencia política como
reacción a la misma concentración del poder, la no existencia de una equitativa
distribución de la riqueza, en la medida en que el modelo de desarrollo beneficia,
precisamente, a los sectores que poseen la mayoría de los medios de producción y de la
tierra, y finalmente, al concentrarse la mayoría de los recursos en los mismos reducidos
sectores de la población se han estancado los beneficios sociales que debería traer la
riqueza para la población en general. Pese a lo anterior, en los últimos años, surgen
como alternativa para el empoderamiento de la sociedad civil, los llamados nuevos
movimientos sociales, que si bien no son nuevos en sentido estricto por lo reciente de su
aparición , son llamados nuevos por ciertas características que han adquirido en lo que
respecta a las problemáticas a que dan respuesta, a sus métodos de acción, a su posición
frente al Estado y los organismos internacionales, a su configuración o procedencia de
quienes los conforman y a la motivación que lleva a las personas a participar en
ellos.Los nuevos movimientos sociales más que nuevos, en oposición a los clásicos
movimientos sociales, son nuevas formas de movimientos sociales que han existido a
través de los tiempos.
A estas nuevas formas de aparición de movimientos ya existentes, como los
campesinos, de comunidades locales, étnico/nacionalistas, religiosos y feministas, se
suman hoy, movimientos ecologistas y pacifistas que por responder a necesidades
sociales generadas en los últimos tiempos, pueden ser llamados estrictamente como
nuevos. En general, los movimientos sociales son de dos tipos: defensivos u ofensivos;
los que a su vez pueden ser progresivos, regresivos o escapistas. Sin embargo, en
cualquier caso, comparten la característica de que: es la fuerza de la moralidad y un
sentido de (in)justicia lo que motiva su acción como movimiento y la participación
individual de quienes los conforman, pese a que se puede distinguir claramente una
participación mayoritaria de ciertas clases en los movimientos sociales: clase media en
occidente, clases populares en el tercer mundo y una combinación de sectores medios y
populares en el este. Esto no quiere decir que los nuevos movimientos sociales sean,
como ya se anunció, movimientos clasistas o de necesaria reivindicación de intereses de
clase, en la medida en que muchos de ello:, feministas, ecologistas y pacifistas, por
ejemplo, reivindican asuntos que van mas allá de la división de clases; así mismo, en las
regiones donde la lucha de clases continua, e incluso se intensifica como en el tercer
mundo, merced al peso de la crisis económica internacional, a la presión que en estos
países se ejerce sobre los sectores populares y a su invisibilización, los movimientos
sociales no toman la forma “clásica” de la lucha de clases: Proletariado vs. Capital, sino
que toman formas defensivas tendientes a garantizar su supervivencia física y
económica y su identidad cultural.Finalmente, los movimientos sociales, pese a que
pueden ser cíclicos, transitorios, en la mayoría de los casos defensivos e incluso
mutuamente conflictivos, tienen la virtud de formar nuevos lazos para transformar la
sociedad en la medida en que posibilitan una ampliación y redefinición de la
democracia y la sociedad civil y, en esa medida, pueden considerarse como actores
importantes y necesarios en los insipientes procesos de modernidad política que se
gestan en América Latina.

http://opinionyanalisispolitico.blogspot.com/2008/01/amrica-latina-y-la-modernidad-
poltica.html

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