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LAESPIRITUALIDAD

DEL LAICO MISIONERO


FRANCISCANO
“MADRE BERNARDA”
El tema será desarrollado
en cuatro partes:

UNA MIRADA UNA VISIÓN


A LA SOBRE EL LAICO
ESPIRITUALIDAD Y SU MISIÓN

ELEMENTOS DE LA EL MOVIMIENTO LAICAL


ESPIRITUALIDAD EN LA CONGREGACIÓN
FRANCISCANA - BERNARDINA
¿Qué entendemos
por ESPIRITUALIDAD?
Naturaleza de la espiritualidad:
La palabra espiritualidad viene de Espíritu. Se trata del
seguimiento de Jesús, “guiados por el Epíritu Santo”.
Luego, la espiritualidad es el modo de vivir nuestra Fe,
de seguir a Jesús en el hoy y aquí, de nuestra existencia,
en el camino de la santidad a la cual, todos somos
llamados. Es poner nuestro caminar en la huella de
Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo. Es la fuerza
interior que nos mueve a actuar bien, a identificarnos
con el proyecto de Dios para nuestra vida y la de todos.
Espiritualidad es como la sabia que alimenta la planta, o
la humedad que, sin que se la vea, mantiene verde el
césped.
Fundamento de la espiritualidad:
Es en la Encarnación de Jesús que se arraiga la espiritualidad
cristiana.
La vida espiritual cristiana, fundamentada en la humanidad
de Jesús, guiada por el Espíritu Santo, la Palabra de Dios y
fortalecida por los Sacramentos, es una existencia impulsada,
orientada y alimentada por el Espíritu de Jesús, que nos hace
“nuevas criaturas”, nos va identificando con Él.
(Rom 8,11; Tit 3,5).

Profundizar en la misión es conocer


siempre mejor, por experiencia personal,
quién es Jesús, convertirse más y más a Él
y seguirlo, como discípulos suyos, dispuestos
a vivir un amor siempre más grande.
La espiritualidad es igualmente , la
relación personal con Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo, pues la Trinidad más
que una verdad de Fe, es la revelación
de nuestra identidad.
Porque “Ser cristiano”, no es sólo ser
bautizado; es entrar en el seno del
Padre Dios que, en Jesucristo nos hace
hijos suyos y hermanos de todos,
animados por la fuerza del Espíritu
Santo (1Cor. 6, 19).

Luego, la espiritualidad es “vivir la


filiación con Dios y la fraternidad con
todos”, síntesis de toda vida cristiana.
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Ámbito de la espiritualidad cristiana:
La espiritualidad cristiana no es algo sectorial,
separado de la realidad humana y material; no se
restringe a momentos específicamente
denominados espirituales, como son: la oración,
las buenas obras, los sacramentos, la
catequesis, la lectura y reflexión de Palabra de
Dios, las peregrinaciones, las promesas...
La espiritualidad envuelve toda la persona; es la
motivación que impregna sus proyectos,
opciones y compromisos de vida y determina su
pensar, vivir y actuar. (Cf. Gal 5,16-26): las obras
revelan el espíritu que nos mueve.
Por ello, podemos hablar de espiritualidad del niño, joven,
adulto, anciano, enfermo, médico, maestro; del hombre y de
la mujer, profesional, campesino, pobre; de todos los
estados de vida y profesiones, como el modo por el cual,
cada uno conduce su vida en el seguimiento del Señor.
Dijo Gandhi: “El que labra el campo, el que construye el
edificio, el que hace las cuentas, el que gobierna un pueblo,
el que excava en la mina, el que cocina, lava o plancha... ha
de hacerlo con el mismo espíritu como si alabara a Dios en
un monasterio”.

“El Cristiano del siglo


XXI, o será místico, o no
será cristiano”
K.Ranher
Modelo de
espiritualidad
El verdadero modelo de
vida espiritual es la
Santísima Virgen María,
que tiene un corazón de
discípulo,
que siempre pronunció
frente a cada anunciación
el “Hágase en mí según tu
Palabra”,
y nos enseñó el camino:
“Hagan todo lo que Jesús
les diga” (Jn 2,5).
Vivir la espiritualidad es vivir la conversión permanente,
como nos lo pidió Jesús al inaugurar su predicación:
“Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15).
Esto es acoger la Buena Nueva del amor, de la
adopción como hijos de Dios y, en consecuencia, de la
fraternidad con todos, reconociendo que en cada rostro se
refleja el Señor.
En síntesis, es buscar la
santidad a la cual somos
todos llamados:
“Sed santos como el Padre es santo”.
“Por los frutos se conoce el árbol”,
dijo Jesús.
Hablamos de espiritualidad y mística:
Mística es la motivación profunda que nos da sentido,
que nos impulsa a vivir la espiritualidad, a asumir
compromisos, a hacer el bien, a ser fieles, a esperar
contra toda esperanza.
La mística nos lleva a dinamizar nuestra fe.
Es la fuerza interior que impregna los proyectos,
opciones y compromisos de vida hacia un amor siempre
mayor.
Se puede comparar la mística con el pabilo encendido.
Una vela sin el pabilo no es una vela, no sirve como tal.
Una vida sin mística es una vida muerta, apagada, sin
expresión...
2. LA VOCACIÓN Y
MISIÓN
DE LOS LAICOS
EN LA IGLESIA
Y EN EL MUNDO
El término Laico:
Laico viene del término griego Laos que significa pueblo, del
arameo: pueblo de Dios. El laico es “miembro vivo” del
pueblo de Dios que es la Iglesia.
Laico es el fiel, el creyente que participa, por el Bautismo, la
Confirmación y la fuerza de la Eucaristía, en la misión de
Jesucristo, confiada a la Iglesia. Y esto vivido en el mundo,
con sus intereses, ocupaciones y preocupaciones temporales
que son la familia, el trabajo, la sociedad.
El Concilio Ecuménico Vaticano II designa con el
nombre de “laicos” a todos los fieles bautizados, a
excepción de los miembros del orden sagrado y los del
estado religioso aprobado por la Iglesia” (LG, cap. 4).

A los laicos les corresponde,


por propia vocación, gestionar
los asuntos temporales y ordenarlos
según Dios.

El carácter secular (del mundo)


es peculiar de los laicos; por ello,
son también denominados “seglares”
(seculum, siglo = mundo).
En el bautismo nos igualamos y nacemos todos los fieles
en la Iglesia, como pueblo de Dios, somos hijos y
hermanos en el Hijo,
un sólo cuerpo en Cristo,
templos vivos y santos del Espíritu,
partícipes del oficio sacerdotal,
profético y real de Jesucristo.

“Los laicos,
“no sólo pertenecen a la
Iglesia; ellos son la Iglesia”
(Chfl 9).
Función sacerdotal: es oficio de culto:
consagración y ofrenda a Dios de si mismo, en
Jesucristo, de la familia, de lo cotidiano, de las
mismas pruebas de la vida, la realidad del mundo

Función profética: testimonio de vida y


de fe, con la palabra y la acción, para
transformar la realidad, siendo luz, sal,
levadura, fuerza del Evangelio...

Función real: servicio, según el ejemplo de


Jesús en el lavatorio de los pies, para construir
el Reino; administración de las realidades
temporales para el bien común y la promoción
de la vida, la justicia, la caridad... El testimonio, la
coherencia de vida, son imprescindibles.
La Exhortación Apostólica Christifideles Laici
(sobre la vocación y misión de los fieles laicos,
1987), afirma que los bautizados son los obreros
de la viña de los que habla el Evangelio:
“Salió el dueño de la viña a contratar obreros...
salió luego hacia las nueve, y al medio día, y en la
tarde, vio otros que estaban en la plaza
desocupados y les dijo: “Id también vosotros a mi
viña” (Mt 20,3-5).
Este llamamiento y este mandato del Señor Jesús, no
cesan de resonar en el curso de la historia y se dirigen a
cada bautizado.
“La viña” es el mundo entero que debe ser evangelizado
y transformado, para que el Reino de Dios se haga
realidad en el.
“La hora presente es la hora de los laicos”:
El compromiso de los laicos en la Iglesia y en el mundo
es un signo de los tiempos, de profundo significado.
“La Iglesia del tercer milenio es
la “Iglesia de los Laicos”.

En el Sínodo sobre los Laicos, alcanzó


particular importancia la afirmación de
que los laicos son “el gigante dormido”.
Esto se constituye en un inmenso desafío.
“El laico es el hombre de la Iglesia en el
corazón del mundo y el hombre del
mundo en el corazón de la Iglesia”(P.786)
“Hombre de la Iglesia en el corazón del mundo”.
“Los laicos deben ser en el mundo lo que el alma es en el
cuerpo humano” (LG 38).
El primer apostolado laical se realiza por la inserción en
el mundo. “A nadie le es lícito permanecer ocioso
frente a los graves problemas del mundo actual”
(ChL, Introd). Su primer compromiso de fe es en el mundo
donde, con una síntesis entre fe y vida, ha de
mantenerse abierto a la realidad e
incidir en la marcha de la historia
para transformarla con la luz
del Evangelio. Allí, y no primeramente
en torno al altar, el laico vive a
cabalidad su misión, siendo sal de la
tierra y luz del mundo, levadura y
profecía, como lo quiere Jesús.

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