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Manual de periodismo especializado. Madrid: Ed.

Síntesis (en
prensa)

Montse Quesada y Ruth Rodríguez

1.2. La crisis de la prensa en las democracias avanzadas

El uso y abuso de las rutinas generalistas para cubrir la información de


actualidad que vino utilizándose en los medios escritos desde el periodo de
entreguerras vivió su primera gran crisis en la década de los sesenta,
coincidiendo con la implantación generalizada de la televisión en la mayoría
de los hogares del mundo y antes de que la opción de Internet estuviera al
alcance de todos. El nuevo medio audiovisual imitó desde el principio el
lenguaje informativo de los periódicos, utilizando un busto parlante que leía
las noticias sin expresar ningún tipo de emoción en su rostro y logró en muy
poco tiempo desplazar a la prensa del primer puesto entre las preferencias
informativas de la audiencia. La comodidad que suponía el lenguaje
audiovisual (sonidos e imágenes en movimiento) frente al esfuerzo de
abstracción y silencio que implicaba la lectura de la prensa acabó por
provocar el cierre de cientos de periódicos y revistas de información general
y una crisis de lectores nunca antes conocida.

Tal como explica Anthony Smith (2010:10), “los editores notaban la


alienación de los lectores más jóvenes y eran muchas las quejas sobre los
intentos excesivos de los editores por sacarle provecho a las redacciones y
causar la progresiva trivialización del contenido de las noticias”. La caída de
los índices de lectura, junto al encarecimiento del papel necesario para la
fabricación de los periódicos, preocupó enormemente a las empresas
editoras que se vieron obligadas a buscar salidas imaginativas, y sobre todo
rentables, que les permitieran volver a competir en el espacio mediático
(Quesada: 1998: 14).

Durante algún tiempo, las organizaciones en torno a las que se agrupaban


los editores de prensa celebraron reuniones de urgencia para tratar de
encontrar una salida a la asfixiante crisis hasta que dieron con la que
parecía ser la mejor solución. La formularon en los siguientes términos: “si
la radio enuncia la información y la televisión la muestra con imágenes, la
prensa debe explicarla e interpretarla dentro del correspondiente contexto
social, aprovechando para ello el mayor tiempo del que en general
dispone”. Esta decisión, elevada más tarde a categoría de axioma por los
teóricos de la información, no sólo sacaría a la prensa de la crisis en la que
se hallaba sumida, sino que además propició el nacimiento del Periodismo
especializado como nueva modalidad periodística.

El que fuera presidente de la poderosa organización británica United


Provincial Newspapers (UPN), Gordon Linacre, anunció en 1979 su punto de
vista al respecto en el XXXIV Congreso de la Federación Internacional de
Editores de Diarios y Publicaciones (FIEJ), celebrado en Madrid. Estas fueron
sus palabras: “Si respondemos a los deseos de nuestros clientes con
ediciones diversificadas, publicando secciones de interés especializado [...],
cubriendo los intereses del número, al parecer creciente, de ‘minorías’ [...],
los periódicos se convertirán en parte indispensable de sus vidas” (Linacre,
1981, 13). Las empresas editoras abrían así la puerta a la especialización
periodística, más por necesidad empresarial que por convicción profesional,
más por aplicar un criterio profesional al problema de las ventas que por
reconocer que en la nueva sociedad de la información en la que empezaban
a operar los viejos medios de comunicación de masas empezaba ya a ser
imprescindible un cambio de paradigma informativo.

El camino que la prensa tuvo que recorrer para pasar de una información
general a una información especializada no fue rápido ni sencillo. La
superación de una era de la cultura de masas, propia de la sociedad
industrial, desembocó, en palabras de la profesora Amparo Tuñón (1989, 5),
en el nacimiento de una época en la que, como señala la postmodernidad,
“conviven y coexisten diversas formas culturales y diferentes modelos
comunicativos”.

Las circunstancias políticas en las que vivía España a finales de los años
setenta –fin de la dictadura de Franco, posterior subasta de toda la Prensa
del Movimiento, aparición de nuevos periódicos y nuevos medios, etc.- no
ayudaron en exceso a que los medios escritos de nuestro país reaccionaran
frente a la crisis de la misma manera que sí lo hicieron en Estados Unidos y
en la mayoría de los países con democracias avanzadas. En éstos
comenzaron a reservar en las páginas de los periódicos y revistas de
información general algunos espacios en los que se publicaban textos
especializados, escritos por periodistas, en los que se explicaba e
interpretaba en profundidad los hechos que marcaban la actualidad
periodística, primando el análisis de la realidad. La presencia de producción
periodística especializada permitió ofrecer a la audiencia por primera vez un
enfoque cualitativo de la información, complementario de la información
generalista y claramente diferenciado del que se continuaba ofreciendo
desde los medios audiovisuales.

El debate entre los editores españoles de medios escritos no se tradujo


inmediatamente en los esperados cambios en los procesos de producción
de la información para dar cabida a la nueva estructura informativa que iba
a permitir la incorporación del Periodismo especializado a los medios de
información general. En lugar de ello, aquí trataron de frenar la alarmante
pérdida de lectores recurriendo en un primer momento a medidas de tipo
exclusivamente empresarial. Fue la época en la que los quioscos se llenaron
de objetos variopintos –libros, casetes, camisetas y, sobre todo, colecciones
inacabables de fascículos sobre cualquier tema- con los que los periódicos
agasajaban y premiaban la fidelidad de sus lectores. Pero la información
continuó siendo generalista, lo que implicaba que no lograba diferenciarse
excesivamente de la información que ofrecían los medios audiovisuales,
aunque ahora, además del periódico, el lector podía llevarse a casa un
regalo por gentileza de la empresa editora.

Más adelante las empresas periodísticas comenzaron a asociarse entre sí


para formar grandes grupos multimedia, de manera que las nuevas y
rentables empresas que surgieron de esta agresiva estrategia empresarial
ya pudieron permitirse el lujo de que sus periódicos fueran deficitarios en
cuanto a ventas y publicidad porque, a fin de cuentas, contaban con otros
productos mediáticos -sobre todo en el campo del audiovisual- de sobrada
liquidez.

Pero la solución definitiva a la crisis de lectores no llegó hasta que los


diarios de información general se decidieron a insertar entre sus páginas los
suplementos temáticos -de cultura, de deportes, de economía, etc.- en un
intento por imitar el modelo que había empezado a funcionar en Europa y
teniendo en cuenta por primera vez los auténticos intereses informativos de
sus audiencias. La paradoja en nuestro país fue que en estos primeros
suplementos temáticos no empezaron a trabajar los primeros periodistas
especializados, sino que aquí se echó mano de especialistas que dominaban
los contenidos de determinadas parcelas del conocimiento –a los que, por
cierto, había que editar las más de las veces sus textos periodísticos porque
les faltaba formación como comunicadores-, razón por la que resultaría
técnicamente incorrecto referirse a ellos como periodistas especializados,
en vez de como colaboradores fijos de la redacción.

La contradicción, pues, estribaba en que mientras en la Universidad se era


muy consciente de las necesidades de formación de los nuevos periodistas
especializados y los estudiosos de este ámbito trabajaban para dotar de
contenido científico a la disciplina de Periodismo Especializado, en los
medios de comunicación hacían oídos sordos a los cambios que ya se
estaban produciendo en nuestro entorno europeo para dar cabida a la
nueva estructura informativa.

La evolución de las empresas periodísticas de nuestro país, vista con la


perspectiva que proporciona el paso de más de tres décadas, no deja de ser
cuando menos desalentadora. La implantación en las redacciones de los
medios de los procesos de producción de información que faciliten la
práctica habitual del Periodismo especializado continúa siendo, en este país,
la gran asignatura pendiente. Hoy, como ayer, los medios de información
general siguen aplicando las ya superadas rutinas del modelo generalista a
la información de actualidad. Las consecuencias que se derivan de esta
ausencia fundamental remiten directamente a la baja calidad informativa
que ofrecen nuestros medios y las expone con gran rotundidad Javier
Fernández del Moral (2004: 17) en alusión a la necesidad de que los medios
de comunicación contribuyan con su trabajo a la divulgación del
conocimiento experto: “Hace ya muchos años que la humanidad vive
sumida en la más completa perplejidad, producto fundamentalmente de dos
factores. Por una parte, el conocimiento experto de los especialistas se ha
ido separando no ya sólo de la sociedad en su conjunto, sino incluso de las
elites culturales y políticas, quedando éstas y aquélla exclusivamente a
merced de la corriente de pensamiento y de interpretación que ofrecen hoy
los medios de comunicación. Por otra parte, son estos mismos medios los
mayores responsables de la imposibilidad de ofrecer coherencia,
alejándonos cada vez más de cualquier atisbo de conseguir alcanzar una
síntesis cultural en la sociedad de la información”.

A la situación de crisis vivida en los años sesenta por parte de los medios de
comunicación se vinieron a sumar las consecuencias que se derivaron de la
revolución digital que comenzó poco tiempo después. Una de las más
visibles ha sido la fragmentación de las antiguas audiencias de masas en
grupos de interés específico –las llamadas audiencias sectoriales-, lo que
unido al agotamiento del modelo informativo de los tradicionales medios de
comunicación de masas ha acabado por consolidar el Periodismo
Especializado como una materia con personalidad propia dentro de las
ciencias de la comunicación (Herrero: 2004, 191).

La paulatina incorporación a las redacciones de los medios de los avances


tecnológicos –digitalización de los equipos, uso profesional de Internet,
información elaborada para todo tipo de formatos, etc.-, muy especialmente
en el proceso inicial de producción de información ha empezado ya a
reflejarse de manera espectacular en la propia recepción de los mensajes,
de manera que los antiguos y los nuevos usuarios de los medios, aturdidos
por las ingentes cantidades de información a las que ahora pueden acceder,
han empezado a seleccionar, con mejor o peor criterio, sólo aquélla que
consideran que puede serles de utilidad en sus vidas (Quesada: 2001, 123),
prescindiendo, cada vez con más frecuencia, de la intermediación clásica
que antes ofrecía el periodismo.

En otro sentido, la revolución digital en la que ahora todos interactuamos


está en la raíz de la creciente demanda de calidad informativa por parte de
las audiencias, porque hoy ya no es suficiente con la explicación sencilla de
la realidad social que se ofrece desde los añejos patrones generalistas,
poniendo todo el énfasis en el qué, el quién, el dónde y el cuándo de la
información y dejando sin respuesta el resto de W’s de la información, sino
que es imprescindible ofrecer a las nuevas audiencias las claves de
interpretación de la realidad que les ayude a la correcta aprehensión del
alcance y significado de los acontecimientos que conforman la actualidad
periodística.

El rápido acceso a la información sobre cualquier hecho o tema que suscite


nuestro interés que proporcionan las nuevas tecnologías, lejos de saciar
nuestra sed de noticias, ha acabado por desbordar nuestra curiosidad
natural por todo lo que acontece en el mundo. Usando un símil tecnológico,
es como si nuestra memoria RAM resultara ahora insuficiente para digerir y
almacenar la ingente cantidad de datos a la que es fácil y rápido acceder y
antes de reconocer que nuestra maquinaria cerebral se ha quedado
obsoleta, desfasada o fuera de servicio para ejecutar con éxito esta función,
optáramos por acotar al máximo nuestros campos de interés. Porque sobre
lo que no hay ninguna duda es sobre la evidencia de que hoy es
materialmente imposible registrar, tabular, digerir, comprender y analizar
toda la información que las nuevas tecnologías ponen a nuestro alcance y,
en consecuencia, no queda otro camino que el de integrarnos en las
nacientes audiencias sectoriales, esto es, en sectores sociales específicos,
interesados sólo por ámbitos informativos muy concretos, y con los que
compartimos gustos, valores, ideología y estilos de vida, tal como en su día
anunciara el sociólogo Niklas Luhmann.

Por otra parte, los estudios sobre medios ya llevan algún tiempo
constatando el alejamiento progresivo de las nuevas generaciones de
usuarios de los contenidos tradicionales de los medios de comunicación. La
afirmación repetida hasta la saciedad de que los jóvenes de hoy en día no
leen periódicos encuentra explicaciones distintas a las que habitualmente se
han venido utilizando, si focalizamos el problema en los intereses
informativos de las jóvenes audiencias. Y aunque podamos estar de acuerdo
en que, efectivamente, estas nuevas generaciones han sido formadas en la
cultura de la imagen y, en general, no tienen interiorizado el hábito de la
lectura, lo cierto es que tampoco encuentran en los productos periodísticos
generalistas la información que impacte verdaderamente en sus centros de
interés, como tampoco está presente en los medios el tratamiento
informativo que requeriría el hecho de dirigirse a una audiencia sectorial
muy específica, integrada exclusivamente por jóvenes. De existir mayor
presencia de Periodismo especializado en los tradicionales medios de
comunicación, sería más fácil aproximarse a las necesidades informativas
de este público diferenciado e intentar, por la vía de la calidad informativa,
que continuaran con la vieja tradición de integrar en sus vidas el hábito de
consumir medios de comunicación.

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