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Alienación (separación, falta) - pág.

Biblioteca | Diccionario Psicoanálisis

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Así Lacan justifica el VEL alienante de «la libertad o la muerte» por las posiciones del esclavo y el Amo
[Maître]: si para el esclavo la elección se resuelve en «no libertad sin vida», con una vida que queda mutilada
de la libertad, para el Amo, hacer que la elección pase por la muerte constituye su alienación fundamental.
Pero ¿de qué amo [maitre] se trata en este caso? Del de la lucha de puro prestigio, o del que durante el
«Terror», como lo demuestra Lacan, sólo podrá elegir la muerte para tener la libertad. De todas maneras, esta
distribución que pone de manifiesto ese factor letal en el VEL alienante, pone fin a la esperanza de cualquier
integración de lo particular en lo universal. A la inversa del planteo cartesiano, el psicoanálisis no me permite
captarme en lo que soy y asegurarme en mi ser, pues lo que la experiencia me revela es que en mi búsqueda
de ese ser sólo aferro una quimera, es decir, una identificación imaginaria cuya inconsistencia e inanidad
advierto pronto. Por ello, de la alternativa «el ser o el sentido», Lacan deriva: «Elegimos el ser, y el sujeto
desaparece, se desvanece, cae en el sinsentido (non-sens). Elegimos el sentido, y el sentido sólo subsiste
mutilado de esa parte de sinsentido». Esto implica dos consecuencias: -la primera, es que el VEL alienante
condena al sujeto a esa división por la que, si por una parte aparece como sentido producido por el
significante, se manifiesta por la otra como afánisis, fading; -la segunda, es que la interpretación apunta en
último análisis no tanto al sentido como a la reducción de los significantes a su sinsentido, para poder
encontrar los determinantes de toda la conducta del sujeto. Estamos lejos del Cogito, ergo sum. La quietud de
la coincidencia entre el dominio del «yo pienso» y el del «yo soy» queda trastornada por el descubrimiento
freudiano; es decir que, si bien el psicoanálisis sólo puede surgir a partir del planteo cartesiano, éste es
subvertido por el hecho de que, para el psicoanálisis, no hay sujeto transparente a sí mismo, y ser y sujeto son
disyuntos. Para el psicoanálisis, «pensar» y «ser» no son la misma cosa. Por lo tanto, se trata más bien de la
negación de su coincidencia. En efecto, si designamos con las letras A y B los círculos del «yo pienso» y el
«yo soy», y respectivamente aplicamos las fórmulas de Morgan, tenemos: AÇB AÈ B Esquema 2 El
complemento de la intersección de los conjuntos A y B es igual a la unión de sus complementos, o,
empleando la raya de la negacion: AÇB = AÈB (ct.

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la entrada «Topología».) La negación de esta coincidencia es entonces equivalente a


«yo no pienso o yo no soy», fórmula sobre la cual Lacan funda su lógica del fantasma.
Si los complementos A y B son disyuntos, se tiene: A Ç B = Æ (conjunto vacío). Se
advierte que las formaciones del inconsciente no suponen un sujeto que pueda
acompañar sus representaciones y asegurarse de la continuidad de su ser: Esquema 3
Esquema 4 AÇB = Æ El esquema 4 muestra que la elección de un «yo no pienso» no
implica, como podría esperarse, la emergencia de un «yo soy», sino de un «ello».
Asimismo, la elección del «yo no soy» hace surgir, no un «yo pienso», sino una
representación de cosa en la que el funcionamiento literal marcado por el sello del
sinsentido no se debe a la afirmación de un sujeto sino a la exclusión de un
significante. Dicho de otro modo, el «yo soy» que implica esta negación es un «yo
pienso». Pero ella implica también otra vía, la de un «yo no soy» (B), donde reside el
pensamiento inconsciente. Para Lacan se trata de unir lo que en Freud sigue en estado
de separación, es decir, los términos «ello» e «inconsciente», y mostrar de qué modo y
en qué medida el objeto libidinal puede deducirse del sinsentido del significante. De allí
la necesidad de componer lo que, de un lado, sitúa al significante en la operación
alienante y, del otro, al objeto A en la operación llamada de separación. B Esquema 4
bis Esto hace que nos volvamos hacia lo que para el psicoanálisis es el punto de
partida, a saber: el lenguaje, y el lenguaje en tanto se lo considera a partir de la
cadena significante reducida al mínimo SI ___> S2; esta matriz parece proceder
también de una lógica de la mutilación según un VEL análogo al de la bolsa o la vida.
Esquema 5 En efecto, este esquema indica un tercer término (el conjunto vacío), con
el cual el sujeto se encuentra al negarse a ceder su bolsa. Además demuestra de qué
modo la experiencia analítica puede oscilar entre la elección del sentido (S2) y del
sinsentido (S1). Evidentemente, la elección de S, implica la petrificación del sujeto,
puesto que S, no representa ya al sujeto para otro significante (esquema 6). // S2
Esquema 6 Se comprende entonces por qué la tarea del análisis consiste en primer
lugar en obtener una alienación del sujeto en la que la elección no sea tomar la vía de
la petrificación, sino la del sentido, en la que todo hace sentido, en la que se puede
esperar que el sentido acabará con el sinsentido.
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Pero esta vía (operación) no es sin efecto sobre el sujeto, puesto que revela que el
progreso en el sentido hace más aguda la incidencia del sinsentido. Por eso, a pesar de
la elección del sentido, Lacan regula la experiencia analítica sobre el sinsentido, cuya
emergencia implica la captación de un «tú eres eso», con lo cual el sujeto «no es allí»
sino bajo el modo de una pérdida de ser. Hay un momento (¿necesario?) en el que el
sujeto objeta, con su afirmación de ser, al Otro del significante. Tenemos en este caso
una relación del sujeto con el Otro, que ya no procede del esquema 5, sino de un
esquema en el cual la intersección del sujeto en tanto que conjunto vacío y el Otro
como tesoro del significante implica un lugar vacío, el del objeto, un objeto que surge
en lugar del sinsentido. Esto no se pliega fácilmente al lenguaje de los conjuntos
invocado en la época. Es necesaria una cierta torsión que se puede esquematizar como
sigue: Esquema 7 Explicitemos. Sería necesario que el sujeto del significante que,
como tal, está vacío, fuera, a partir de ese vacío, falta en el Otro. Esto supone que
para hacerse ser este sujeto pueda hacerse falta en el Otro. Es allí, en ese lugar de
intersección, que no encierra nada sino la superposición de dos faltas (la del sujeto del
inconsciente y la del conjunto vacío incluido en el Otro), donde viene a inscribirse la
pregunta del sujeto («¿es que yo falto allí dentro?»... «¿es que yo le falto?») y, por
esta inscripción, la posibilidad de su pérdida de ser. Pero es también a partir de esto
que Lacan justifica la implicación de la operación denominada separación que, a su
vez, es sólo una cuestión de ser. Si en la alienación el sujeto sólo emerge como vacío
con la condición de haber realizado ya la elección, la separación, por su parte,
comienza con la confrontación de ese sujeto con el campo del Otro, salvo que su
intersección $ Ç A = Æ es el conjunto vacío. Se trata desde entonces de saber cómo el
sujeto puede encontrarse en la falta del Otro, de fomentarse un ser, un «yo soy» que
le faltaría al Otro. En ese lugar de la falta, Lacan llegará a inscribir el sitio del goce,
donde le incumbiría a la pulsión restaurar en el sujeto su pérdida de ser.
La dimensión pulsional instituye así un corte con el Otro del significante y del sentido,
pero instaura un lazo con el deseo del Otro, faltante, -A, donde los objetos parciales se
encarnan como soportes del deseo. Al respecto puede decirse que si, para la histérica,
ninguna articulación significante puede procurar el objeto a, el obsesivo, por su parte,
se esfuerza en fijarse una alienación en la cual la actividad de enumeración y conteo
viene a sellar su vano anhelo de reducir el objeto a un significante en el Otro. ¿Dónde
estamos entonces? Hemos visto que la elección del sentido se paga con una pérdida de
ser, con un efecto de sinsentido que, por así decirlo, haría de límite al sentido
absoluto, al saber absoluto. Esto es además lo que implica la escritura: S1 ---> S2, de
donde es posible plantearse la cuestión de la totalización del saber en el Otro como
tesoro del significante. En efecto, si S2 constituye el significante del Otro, se plantea
entonces: (S1---> S2) ~ S2. Reemplazando S2 por su valor y reiterándolo se tendrá:
(S1-->S2) = S1-->(S1-->)=S1-->(S1-->(S1-->S2))..., escritura donde aparece el
inacabamiento radical de la totalización del saber y se muestra que, por más lejos que
se vaya en el despliegue del sentido, éste supone siempre una parte de sinsentido que
no es eliminable y que justifica la implicación de la operación de separación. Ésta
concierne, no al saber del Otro, sino al deseo del Otro en tanto que implica un «¿Qué
me quiere?», planteado como equivalente de la falta de significante en el Otro. Por
cierto, esta equivalencia no es arbitraria; la justifica en primer lugar el hecho de que el
sujeto no se lanza a la alienación si ésta no encuentra su complemento en lo que
aporta la separación: una promesa de ser. Lo que falta en el Otro se encuentra así
positivizado por lo que surge en la alienación como vacío del sujeto. Y toda la cuestión
consiste en saber en qué medida (y cómo) el sujeto puede encontrar, en el deseo del
Otro, un equivalente de lo que él es como sujeto de lo inconsciente. Retornemos la
fórmula de la negación del cogito cartesiano. Como hemos visto, ella conduce a «yo no
pienso o yo no soy». -El primer término de la alternativa, «yo no pienso», está
mutilado y es complementado, no por un «yo» [je], sino por un «ello», anónimo,
constituido, como lo observa Freud, por todo lo que en el lenguaje no es un «yo» [je],
es decir, por la gramática en tanto que ella da soporte al fantasma.
No discutiremos qué es lo que, en el análisis, ocuparía esa posición del «yo no pienso».
Observemos solamente el pasaje, cuando se trata del analista, de la posición del «yo
no pienso» a la del objeto a en el discurso del analista: Yo no pienso Esquema 7 bis -El
segundo término de la alternativa, el «yo no soy», constituye un espacio de
inexistencia del «yo» [je]; es un espacio mutilado por lo inconsciente; lugar de la
sorpresa y el traspié, Es preciso decir que esta construcción, destinada a corregir la
confusión en la que se cayó después de Freud entre inconsciente y ello, apunta al
mismo tiempo, y no sin dificultad, a unirlos de tal manera que en el análisis se pueda
reconocer un «yo [je] soy eso», considerado por Lacan como el fin de la experiencia.
ics Yo no soy Esquema 7 ter Esta construcción ha variado. Encuentra su cristalización
en el cuadrángulo en el que -desde el seminario sobre la lógica del fantasma hasta el
seminario sobre el acto- Lacan intenta demostrar de qué modo las dos operaciones
distintas pueden componerse en una tercera. Yo no pienso Coordinado con el ello «Yo
no pienso o yo no soy» ics «yo no soy» Esquema 8 Si la alienación permite instaurar la
operación analítica, hay una dimensión de verdad implicada en el análisis que lleva a
considerar que la combinación de esas dos posiciones se supone que revela al sujeto
su ser bajo los auspicios del objeto a, pero también su castración en su valor (-j). Es
esto lo que designa el cuarto vértice del cuadrángulo, donde en el mismo punto se
especifica la distinción de (-j) y a, términos de los cuales es preciso decir que Lacan,
en el curso de su enseñanza, no dejó de articular su empalme y separación. Este
«empalme-distinción» entre el objeto a y la castración supone, por cierto, que el lugar
que el sujeto se hace en el ello -lugar de ausencia- es el del goce. Esto permite
formular el interrogante de la relación del sujeto como falta en ser (manque à ètre)
con esa parte de ser que le es requerida y que es el objeto a, y esclarecer, más allá de
las consideraciones imaginarias sobre el Edipo, las relaciones un tanto confusas entre
el superyó y el goce.

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