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Carlos Fuentes.
Querido hijo:
Me alegra que contestaras mi carta, del mismo modo, me adula saber
que investigaste arduamente lo que te propuse, asimismo me llena
de júbilo que te sirviera para aplicarlos en tu vida. No hay nada más
halagador para un maestro que despertar en sus estudiantes el
apetito por el conocimiento. Hoy quiero abordar un tema que
enmarca a la educación y que lastimosamente desangra o detiene muchos −por
no decir todos− los avances que podría hacerse en el país, grandes o
pequeños sin distinción. Me refiero a la Filosofía del Hambre. Debo
confesarte que no existe peor mal que aqueje a esta tierra. Ya te
había dado visos del tema en anteriores cartas. Es hora de que la
conozcas, que la entiendas y tomes tus propias decisiones. No me
había atrevido abordarla porque ella me parece un monstruo de
cuento de terror que anda en el inconsciente colectivo y está tan
arraigada que es más fácil ignorarla, o algo peor, volverse su
cómplice. La filosofía del hambre es un ser dispuesto a destrozarnos,
porque aunque no lo queramos nos habita, como un virus medra en
nuestro cerebro hasta volverse la mayor barrera mental que podamos
tener, va ligada con nuestra forma de ser y de pensar, en la escuela y
en la sociedad. Por eso mi muchacho quiero que me disculpes porque
esta carta será visceral pues esta tierra me duele, aquí crecí, hice mis
raíces, lo que soy se lo debo a este país.
El camino que nos espera es tortuoso tanto para maestros como para
estudiantes, lleno de piedras y espinas. Los estudiantes ni hablar,
pues deberán quitarse sus propios prejuicios, como: el de la nota, que
quién hace la educación es quién aprende, así el maestro aprenda
cada día de sus estudiantes, que su responsabilidad social depende
de su compromiso consigo mismo, que su autonomía intelectual es
una exigencia propia para ser mejor. De igual forma, el cambio es
tortuoso para el país, la industria; asimismo para las instituciones de
educación, pues es costoso y sus frutos se verán en un horizonte
lejano. Creo hijo mío que sinceramente no hay mejor tiempo que
ahora para cambiar. Estoy seguro que vale la pena aceptar ese
riesgo. Si nosotros no afrontamos el cambio seguiremos perpetuando
la filosofía del hambre, y tal vez cuando queramos hacerlo ya sea
muy tarde.
Quisiera finalizar esta carta creyendo que ya estás manos a la obra,
cimentando el cambio en tu aula, pensando qué hacer para generarlo,
o aún crees que esa no es tu responsabilidad como maestro.
La educación del futuro deberá velar por que la idea de unidad de la especie
humana no borre la de su diversidad, y que la de su diversidad no borre la
de la unidad. Existe una unidad humana. Existe una diversidad humana. La
unidad no está solamente en los rasgos biológicos de la especie homo
sapiens. La diversidad no está solamente en los rasgos sicológicos,
culturales y sociales del ser humano. Existe también una diversidad
propiamente biológica en el seno de la unidad humana; no sólo hay una
unidad cerebral sino mental, síquica, afectiva e intelectual.
Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro.
Tú amigo y hermano