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CARTA: LA FILOSOFÍA DEL HAMBRE

“El pragmatismo educativo siempre es


contraproducente. Un especialista, técnico ignorante
produce menos y produce mal, porque piensa menos y
piensa mal”.

Carlos Fuentes.

Querido hijo:
Me alegra que contestaras mi carta, del mismo modo, me adula saber
que investigaste arduamente lo que te propuse, asimismo me llena
de júbilo que te sirviera para aplicarlos en tu vida. No hay nada más
halagador para un maestro que despertar en sus estudiantes el
apetito por el conocimiento. Hoy quiero abordar un tema que
enmarca a la educación y que lastimosamente desangra o detiene muchos −por
no decir todos− los avances que podría hacerse en el país, grandes o
pequeños sin distinción. Me refiero a la Filosofía del Hambre. Debo
confesarte que no existe peor mal que aqueje a esta tierra. Ya te
había dado visos del tema en anteriores cartas. Es hora de que la
conozcas, que la entiendas y tomes tus propias decisiones. No me
había atrevido abordarla porque ella me parece un monstruo de
cuento de terror que anda en el inconsciente colectivo y está tan
arraigada que es más fácil ignorarla, o algo peor, volverse su
cómplice. La filosofía del hambre es un ser dispuesto a destrozarnos,
porque aunque no lo queramos nos habita, como un virus medra en
nuestro cerebro hasta volverse la mayor barrera mental que podamos
tener, va ligada con nuestra forma de ser y de pensar, en la escuela y
en la sociedad. Por eso mi muchacho quiero que me disculpes porque
esta carta será visceral pues esta tierra me duele, aquí crecí, hice mis
raíces, lo que soy se lo debo a este país.

Quiero que leas estos párrafos de Mario Mendoza, de su novela


Satanás, para ver si comprendes mejor lo qué quiero hablarte:

“Hay una estirpe de individuos que no soporto: los pordioseros. Esos


sinvergüenzas que andan por ahí mostrando sus muñones, sus cicatrices,
sus hijos famélicos y desnutridos, no me producen sino asco y ganas de
estrangularlos. Y cuando digo asco no me refiero a su pobreza extrema, a
que me disguste su olor o sus harapos, sino su actitud de bajeza y de auto-
conmiseración. Me repugna que alguien convierta su propia debilidad en un
espectáculo, y que encima de eso obligue a otros a degradarse dándole una
limosna. Es el colmo.
Pero qué se puede esperar de un país donde todo el mundo tiene
mentalidad de limosnero. Los políticos piden contribuciones a sus electores,
los sacerdotes son unos vagos que viven del bolsillo ajeno, los colegios
piden una ayuda extra cada año a los padres de familia, los hospitales
suelen inventarse pretextos para mendigar tales como «el día del niño
diferente» (un eufemismo que se refiere a tarados mentales, mongólicos y
oligofrénicos), «el día del cáncer» o «el día de la poliomielitis», y hasta el
mismo Presidente de la República se la pasa como un indigente rogando
que las naciones desarrolladas le tiren unos cuantos pesos. Los noticieros
de televisión nos informan cada mes que «el señor Presidente se entrevistó
con el Banco Mundial para concretar la ayuda para Colombia», o que «el
señor Presidente está de visita en Madrid para recordarle a España la
importancia de sus donaciones al problema del narcotráfico». Qué ejemplo
recibe una nación que ve a su principal mandatario de rodillas suplicando
unas cuantas monedas. Colombia no es un país, sino una orden
mendicante”.

La filosofía del hambre consiste en la forma de pensar –y el


pensamiento es la manifestación más compleja que tiene el ser humano− que nos
han insertado desde hace siglos con la conquista y la colonia. Una
idea estúpida y carente de fundamentos, nos dijeron que como raza
somos inferiores, tanto, que terminamos creyéndonoslo, ahora
renegamos de quiénes somos, de lo qué somos, de lo qué tenemos.
Dudamos de nuestras capacidades y esperamos que arriben los de
afuera para solucionar nuestros males. Dudamos de nuestra industria
y tecnología, de nuestra educación, de nuestra bondad y calidad
humana. Y si no creemos en quiénes somos menos podemos creer en
lo qué podemos lograr. La filosofía del hambre es básicamente eso, la
falta de fe en nosotros mismos, y se manifiesta en todos los campos,
entonces terminamos siendo un país excesivamente rico que piensa
como pobre. Dudamos, y la duda mata. ¿Cómo vamos a ser
competentes si a cada instante ponemos en tela de juicio nuestros
conocimientos? Nuestras creencias son tan endebles que no vale la
pena defenderlas, es más, terminamos negándolas según las
circunstancias. Nace cuando pensamos: aquí nada funciona, cuando
renegamos de lo que tenemos, cuando creemos y no aceptamos lo
que somos capaces de hacer, cuando nos creemos pobres, por ende
empezamos actuar como tales. Está en cada rostro y cada alma en el
momento que transmitimos ese negativismo y esa desesperanza a las
nuevas generaciones.
Desde los inicios del hombre el saber se ha ligado con el poder,
entonces quien maneja el conocimiento y la forma de comunicar este
a los demás maneja el mundo. En los países subdesarrollados la educación
no es prioritaria, −porque educar un pueblo desarrollado es costoso y
educar un pueblo subdesarrollado es peligroso− es un gasto público o
un negocio de altos dividendos. Y entre peor sea la educación
mayores serán los beneficios del subdesarrollo. Créeme que esos que
quieren hacer país y no se centran en la educación solamente
eternizan la filosofía del hambre, así utilicen la bandera como escudo
en sus campañas proselitistas. Ellos promueven la filosofía del
hambre, el resto la promovemos nosotros con la indiferencia, otros
más con la violencia. Los profesores lo hacemos con la no exigencia
en las aulas, y aunque no lo creas, la educación mediocre es el nicho
de la filosofía del hambre. Y aunque tampoco lo creas, la buena
educación es la única que puede superarla.
La educación siempre ha marchado de la mano con la filosofía, pues
el pensamiento y la forma de pensar delimitan la forma de aprender y
lo qué se debe aprender. Además, la forma cómo el hombre actúa es
el reflejo de cómo piensa. Cuando se presenta una dicotomía entre el
pensamiento y la acción el humano pierde cualquier credibilidad y se
desprestigia a sí mismo. Para nadie es un misterio que la educación
gesta el cambio social. En los países desarrollados es claro, por eso la
educación es prioritaria en la economía, no gratis sus porcentajes en
investigación son colosales comparados con los nuestros. Y déjame
decirte que nadie invierte tanto si le va a dar pérdidas.
Vivimos una sociedad que le inyecta al humano valores
entremezclados con antivalores, algunos de los cuales provienen de
las grandes maquinarias comerciales donde el objeto adquiere el
valor de las personas, y los seres carecen de cualquier valor para el
estado, la empresa, la sociedad, inclusive para el mismo individuo.
Ahora nos duele más perder un partido en un mundial que cincuenta
compatriotas en un combate. Empezamos a consumir indiferencia, y
nos hemos alimentado tanto de muerte que ya la vida nos pesa, de
esa no hablamos porque ya nos desacostumbramos. Nos convertimos
en un montón de estadísticas mentirosas, olvidamos la esencia del
humano, su integralidad como ser. En los discursos insertamos
valores cuando en la realidad actuamos con doble, hasta triple, moral.
Somos un pueblo construido bajo las diferencias; y nos cuesta trabajo
reconocernos como tal, los de clase alta quieren ser europeos, los de
la clase media gringos, y los de la clase baja mexicanos, ninguno
colombiano, solamente cuando hay partidos de fútbol, y eso si gana
la selección de nuestro adeptos. Por eso hay educación para ricos y
para pobres alejada del contexto del país, aunque ni la una ni la otra
nos enseña a reconocernos como pueblo, menos como país. Cuando
la educación forma seres estratificados, con una calidad educativa
que depende del estrato, con círculos que desconocen las
capacidades reemplazándolas por los favores, se crea una sociedad
dividida, sin oportunidades, en otras palabras el país se vuelve un
lugar de ciegos con puertas cerradas. Los profesionales que deberían
estar al servicio del país reniegan de él; prefieren –y con toda validez−
buscar oportunidades en otros lugares donde si crean en ellos. O algo
peor, creen tan poco en ellos mismos que prefieren lavar excusados
en el exterior que afrontar su carrera resultado de una sumatoria de
esfuerzos. Si seguimos dándoles moronas a nuestros profesionales
ellos preferirán irse a otros lados donde les paguen mejor o se pierda
todo su potencial y su talento. Qué tristeza, que en la posmodernidad
todavía prefiramos ser esclavos y no arriesgarnos a la incertidumbre
que nos da un país apenas en crecimiento. La división social tan
fuerte genera dos colombias, una de quienes la gobiernan, y dos, de
quienes la viven. Creo que la falta de una identidad nacional es una
de las más grandes fallas de la educación. Somos un país diverso con
un pensamiento tan pobre que no hemos aprovechado los recursos a
nuestro beneficio como debería ser, es más, los de afuera miran con
mejores ojos lo que a nosotros nos avergüenza.
La ilustración francesa y otras tendencias nos guiaron a la
construcción de un ser ideal a través de la escuela, −un ser ideal que vive en
un mundo imperfecto− para colmo de males a la educación de seres
ideales se le olvidó el ser, tanto así que se planeó una educación
equitativa para las masas. Algo paradójico si la educación debe estar
es al servicio de quien quiera educarse. Para empeorar la situación a
la educación se le involucró el sentido del intercambio, y no me
refiero al intercambio de conocimiento y saberes si no de intereses.
Bajo ese precepto las personas en lugar de buscar el conocimiento, se
centran en una nota, la cual carece de sentido cuando no hay un
saber que la respalde. La universidad y la escuela deben centrarse en
construir conocimiento, no en camuflarse en un resultado insulso y
sin sentido que entregue una cantidad de títulos y cartones sin
exigencia y sacrificios. Por eso la educación debe ofrecerle al
individuo formas para desarrollar su aprendizaje, sus intereses, sus
motivaciones, depende del individuo y de su autonomía emplearlos
de la mejor forma posible. Debemos quitar de las aulas ese mito de
que la escuela es la que enseña, no, quien aprende es el individuo.
Asimismo, erradicar ese mito que la educación es igual para todos,
todo lo contrario, debemos generar un sistema académico
especializado para cada persona. Estoy hablando de utopías, pero mi
muchacho, hay que soñar alto para tener esperanzas altas, así se
realicen sueños muy pequeños, tal vez un montón de sueños
pequeños realizados sumen y alcancen un sueño gigante, es una
buena posibilidad, nada se pierde con intentar.
Las ínfulas del hombre ideal –preocupación por ser Dios− hizo
buscarle a cada cosa la receta mágica para solucionar problemas,
cerrándole cualquier camino al error, educamos para la academia de
un mundo feliz, se nos olvida la realidad, cuando debiera ser al revés,
la educación de un mundo real debería propender a un mundo feliz.
Los profesionales no están listos para soluciones reales porque la
academia los llenó de situaciones ideales, entonces los estudiantes
aprenden sus oficios reales a trancazos y sienten que lo que
estudiaron no les sirvió para nada, si acaso para obtener un cartón.
Te preguntarás qué relación tiene la filosofía del hambre con lo que
estoy hablando, sencillo, éstos son algunos de los motivos que la
impulsan desde la educación, sin contar con los factores que la
impulsan desde la cultura que tal vez son más, y están más
arraigados en nuestra sociedad. En las calles la filosofía del hambre
se promueve en cada esquina cuando se piensa en el “vivo vive del bobo” y se
actúa bajo el principio de que “al oponente antes de eliminarlo hay
que deshonrarlo”. Lo vemos en los medios masivos de comunicación y
en los televisores con programas que sólo transmiten un pensamiento
repleto de modas vacías sin trascendencia, es tan fuerte la incidencia
que encontramos en la academia al estudiante con pereza mental
hacia un conocimiento que sólo le servirá a él mismo. Se trasmite en
las casas cuando vemos bibliotecas denominadas “para la visita”, un arrume
opulento de libros sin polvo, una colección de tomos ordenados, sin
embargo nadie los ha abierto para leerlos, solamente entran en uso
cuando llegan las visitas, leen los lomos y admiran la cantidad de
libros que tenemos en casa, nos envidian, desearían llevárselos para
sus casas y adornar sus bibliotecas, eso sí, sin abrirlos. Eso en el
mejor de los casos, obviamente, en otros no hay libros, hay un
computador conectado a internet que sólo se utiliza para el chat. En
otros hogares ni hablar, escasamente el único medio de culturización
es el televisor, o un periódico rebosado de sangre y muertos. ¿Cómo
vamos a cambiar la filosofía del hambre si no hay un apetito por el
conocimiento, si nos contentamos con la despreocupación que nos da
la ignorancia? El panorama se vuelve más desolador cuando el
docente cae en la mediocridad de la no exigencia, y las instituciones
o empresas se desentienden del problema mientras llenan sus arcas.

Las guerras, el hambre y la inequidad insuperables, nada de esto han podido


subyugar la imaginación y la esperanza inherentes a la naturaleza humana
que ha visto en un cambio de siglo, un cambio de milenio en su cuenta
histórica, como el punto de un nuevo comienzo.
Hemos saltado del delirio tecnológico provocado por los logros de la ciencia
a la depresión inexplicable por la inhumanidad que puede demostrar nuestra
especie; sin embargo siempre predomina el deseo de que el nuevo
conocimiento nos pueda salvar y promover el desarrollo del ser.
Jeannette Vélez Ramírez, Hacia una
educación pertinente.

En nuestro pensamiento del hambre, lo más fácil es decir no hay.


Nunca hay para nada. Es un pensamiento tan absurdo, y lo más triste
es cuando lo vemos en nuestros estudiantes universitarios diciendo: “no
hay plata para materiales ni fotocopias”. Pero mírelos en los bares un viernes en
la tarde. Te repito, somos un país rico que piensa como pobre, por
eso, todos vienen y sacan provecho de lo nuestro, menos nosotros
mismos. El pensamiento del hambre nos lleva al empobrecimiento
social, intelectual y cultural. En muchas instituciones la parte cultural
da risa, sino vergüenza, entonces qué formación integral vamos a
promulgar sin la sensibilización estética que da la cultura. Hasta
cuándo nos vamos a dar cuenta que lo que no hagamos por nosotros
mismos nadie vendrá hacerlo, que un país mejor es nuestra misión
para las generaciones futuras, las mismas que estamos procreando.
La misma generación que ya somos.
La filosofía del hambre con su pensamiento de pobreza le dice a la
sociedad que lo único que vale la pena adquirir son objetos −que en muchos casos
hacen al ser más miserable−, su preparación y su oferta humana no
vale. Esa desvalorización afecta el valor de la academia, y sobre todo
el desempeño profesional, con empresas que exigen el máximo de
sus trabajadores por el mínimo de satisfacciones, es decir, el mínimo
de sus ganancias. En la mayoría de los casos, los estudiantes sienten
que su tenacidad y esfuerzo para salir adelante y mejorarse como
persona y como profesional es una gran pérdida de tiempo. Como
somos un país pobre no hay inversión, no hay mejoramiento, no hay
calidad, y nos creímos esa mentira para que la pobreza aumente y
llenos de hambre aceptemos cualquier trato que nos ofrezcan. No
sólo en la empresa se ve la falta de autoestima, en las aulas hay un
creciente índice de suicidios entre los estudiantes, en un país con
puertas cerradas quién quiere vivir. Hemos llegado a tal
desvalorización del ser que cada día vemos más niños en los
semáforos, y eso no es lo peor, lo peor es la apatía de quienes
tenemos los medios, y la solución dista en una moneda que sólo
enriquece a quienes abusan de los pequeños, está en un cambio de
pensamiento desde lo más profundo de nuestra sociedad. Como no
vamos a tener profesionales con pensamiento de hambre, si les
ofrecemos sueldos de hambre, y los tratamos como esclavos. Querido
amigo empleado-estudiante: si quiere especializarse rebúsqueselas
como pueda, empeñe lo que no ha conseguido para que ascienda a
donde a lo mejor no va a llegar, y aspire el sueldo lo que no le vamos
a pagar. Haga una especialización para que continúe con su vida de
hambre, es más, si se especializa ya no me sirve porque le sale muy
costoso a la compañía.
Valdría la pena preguntarse si tenemos un sistema educativo pensado
para el país, escasamente, para las necesidades de las empresas y
los grupos económicos, y ni eso. Hay una brecha gigantesca entre
academia y empresa, casi la misma brecha que tenemos entre
educación y cultura. Dos brechas que debemos ir cerrando en la
gestación del cambio. Somos bioculturales, y la cultura es un grupo
complejo de significados que construyen al ser. Según Edgar Morín “El
hombre es pues un ser plenamente biológico, pero si no dispusiera
plenamente de la cultura sería un primate del más bajo rango. La
cultura acumula en sí lo que se conserva, transmite, aprende; ella
comporta normas y principios de adquisición”. Recuerda que según Vigosky
“Los procesos de pensamiento superior se dan en las relaciones interpersonales,
el medio genera una construcción determinada de conocimiento y se
enriquece de los valores personales insertos en dicha cultura, es
decir, de su individualidad”. Todos decimos que debemos cambiar, pero qué hacemos
para ello. No podemos solucionar los problemas con un suspiro, ni ser
tan inmediatistas de pensar que en dos o cuatro años cambiaremos
un país viciado por casi dos siglos. Pero si cambiamos sus cimientos
filosóficos, educativos, cambiaremos en gran parte la concepción de
nuestra sociedad.

La falta de políticas públicas ilustradas desde el conocimiento que


contribuyan a pensar el mediano y largo plazo de los objetivos y
mecanismos supremos de la educación superior y ausencia notable de
corresponsabilidad de las instituciones.
Hernán Jaramillo Salazar, La calidad en la educación superior un bien público
escaso en Colombia.

De nada sirve cambiar la mentalidad del hambre en la academia si la


empresa y los entes gubernamentales no cambian su forma de tratar
al profesional. No estoy hablando del derroche que ese es un
pensamiento más pobre que cualquiera, pues quien derrocha lo que
tiene realmente no valora nada. Una empresa con buenos esclavos
está condenada, pues el esclavo se cansa, además viene un mejor
patrón y el esclavo será el primero en abandonarla. Un empresario
con pensamiento de hambre dirá, pero si empleados es lo que hay,
agradezcan que les demos empleo. Lo que pasa es que una empresa
no la hacen las maquinarias, ni el mercadeo, ni la publicidad, una
empresa la hace cada uno de sus miembros, si todos en la pirámide
están pujando hacía el progreso, habrá progreso. Y no es demagogia,
es sentido común, el menos común de todos los sentidos.
Me da risa al escuchar por la radio o la televisión que hay sobre oferta
de profesionales, si el país continúa con un diez por ciento de
personas que tienen educación superior. −a ellos hay que exigirles calidad
en su formación académica y personal porque serán los guías del
cambio, si no lo hacen los que tienen la preparación ¿Quiénes, por Dios?−
Hay desempleo de profesionales en un país donde todo está por
hacer, es tan grande la desvaluación del profesional que para el joven
a veces es más atractivo delinquir que estudiar, gana más un
atracador que un médico o un ingeniero —y tiene más privilegios por
la ley, pues el atracador está expuesto a menos demandas—.
La forma como nuestros muchachos no creen en sí mismos es otro
reflejo de la filosofía del hambre, sus palabras a veces tienen tan
poco valor que la mayoría en lugar de expresar sus opiniones en el
aula prefieren recurrir al corte y pegue del Internet, pues
comúnmente les recalcamos que las afirmaciones de los intelectuales
son más valederas que las propias y no les enseñamos a sostener un
discurso, menos a crear argumentos, ni a sostener sus ideas, el
referente se vuelve más cierto que cualquier pensamiento, y el
sentido crítico se acalla para no herir susceptibilidades. Perpetuamos
ese manto del falso halago que nos dice: todo está muy bien,
mientras nos damos cuenta que sigue mal. Y sin argumentos
perpetuamos muchos de nuestros males, pues generamos una
sociedad que traga entero despreocupada de la realidad y de su
papel como transformadores de la misma. Regresemos a nuestro
problema de credibilidad, nuestros profesionales dan la vida por
acceder a algún postgrado en el extranjero porque esa academia si
tiene peso. No afirmo que no sea necesario para nuestros
profesionales prepararse en otras academias, lo que afirmo es que si
las nuestras no se fortalecen y adquieren credibilidad por medio de la
acreditación, de procesos de investigación, −y lo más importante− se
genera un campo laboral con mejores disposiciones para el
profesional, estaremos remando a contracorriente.
Aún nos maravillamos cuando alguno de los nuestros recibe una
condecoración en el exterior −muchos de nuestros académicos tienen
más prestancia afuera que en el país−, y lo miramos como si no lo
mereciera, como si le hubiera dado al baloto, o si fuera el genio de la
lámpara —eso sí tiene la suficiente divulgación, porque generalmente
ni sus colegas se enteran—, y la academia que lo engendró dónde
queda, porque el profesional se hace, pero muchas de las bases las
construye en la academia junto a sus maestros. Y ni hablo de los
envidiosos porque para qué, alguien dijo: ¡cuidado con los incapaces
pues sus frustraciones los vuelven peligrosos!. Entonces nos falta
darle mayor mérito a nuestra educación, estoy cansado de escuchar:
es que esos allá sin son unos verracos. Y nosotros qué, somos
sobrevivientes con esperanzas y disposición de salir adelante, mayor
verraquera que esa no hay.
Esa falta de credibilidad en quienes somos, y esa falta de amor por lo
nuestro, genera la devaluación de nuestra academia, de la industria
ni hablar. Tal devaluación le quita cualquier credibilidad al país. Es tal
la incredulidad entre nosotros que nos enfermamos de informitis
aguda, realizamos veinte mil informes previos, después un
diagnóstico, luego un pronóstico, otros mil estudios previos, para
terminar diciendo que no se puede llevar a cabo el proyecto porque
no hay presupuesto, pues los estudios anteriores valieron más que la
obra en cuestión. No digo que no se deba hacer análisis o estudios
previos, tampoco estoy en contra de la planeación; al contrario, estoy
refiriéndome a que debemos pasar a la acción, traspasar la
grandilocuencia del papel y empezar a ser actores de nuestro cambio.
Pareciera que tuviéramos miedo de mirarnos al espejo y decirnos la
verdad, continuamos con palmaditas en la espalda, brindis
encopetados, y cada quien trabajando en su propia burbuja. Eso que
no hable de la normaritis, un montón de normas que se violan, se
ignoran, tampoco de la corrupción donde la miseria de muchos se
vuelve la fortuna de pocos.
Me pregunto, te pregunto: ¿Por qué dudamos tanto de nosotros
mismos? Primero, es parte de nuestro pensamiento del hambre que
genera un vicio demasiado dañino, el de solamente resaltar lo
negativo, lo positivo lo callamos como si a nadie le importara. Me
pregunto cuánta influencia tendrán los medios de comunicación que
dedican veinte minutos a la sangre, diez al fútbol y otros diez a las
modelos. Las notas que hablan de los avances y progresos del país si
acaso se publican, esas no venden; y vayan a decirles que están
abusando de la sangre para que se exalten diciendo su tan mentado “represión a la
libertad de prensa”. Disculpa que me salga del tema, pero es que hoy
los niños ven más televisión que horas de clase. Y creo que el proceso
de aprendizaje más fuerte en el humano es la observación y
adaptación para la sucesiva transformación de su entorno. Entonces,
si alimentamos a nuestros hijos con violencia y desarraigo a través de
una pantalla nuestra labor de insertar un cambio se vuelve titánica
por no decir fantástica. Los medios nos enseñaron a estar más
pendientes de los muertos, entonces los que hacen país se opacan
ante los que lo destruyen. Hay más reinas que investigadoras. La
filosofía del hambre premia la ignorancia, y la ignorancia premia la
injusticia política y social, y como su nombre lo dice trae consigo el
hambre, síntoma de la desesperación, por ese motivo vamos
perdiendo paulatinamente la fe, la posibilidad de creer. Si es que ya
no la perdimos por completo. Lo que te decía, nos cuesta mucho
crear un ambiente social y académico lo suficientemente fuerte.
Menciono ambiente social porque lo que el estudiante aprende en la
academia apenas es un diez por ciento de lo que absorbe de su
medio.
Es inaudito que dudemos tanto de nuestras capacidades si aún bajo
la filosofía del hambre y todas las adversidades que ella trae consigo
uno de los nuestros inventó la vacuna contra la malaria, otro se ganó
un premio Nobel de Literatura, otro más está reconocido como uno de
los mejores pintores del mundo, otros son escuchados por el orbe,
algunos más son los ingenieros en software más fuertes del planeta,
algunos inventaron con las uñas varios de los mejores adelantos
médicos; otros diseñaron las celdas fotovoltaicas para los módulos
espaciales. Y eso con un porcentaje íngrimo en investigación,
elucubremos qué pasaría si enfocáramos ese potencial creativo,
investigativo, e imaginativo a favor del país, no en su contra.

El destino de la especie humana, el destino individual, el destino social, el


destino histórico, todos los destinos entrelazados e inseparables. Así, una de
las vocaciones esenciales de la educación del futuro será el examen y el
estudio de la complejidad humana. Ella conduciría a la toma de
conocimiento, esto es, de conciencia, de la condición común a todos los
humanos, y de la muy rica y necesaria diversidad de los individuos, de los
pueblos, de las culturas, sobre nuestro arraigamiento como ciudadanos de la
Tierra...
Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro.

Es hora de gestar la transformación desde los individuos, y


qué se está haciendo al respecto, no me refiero a los estatutos ni
mandamientos gubernamentales, me refiero a ti, hijo mío. Piensa
cómo una educación orientada al servicio del país debe enfocarse a la
transformación del mismo, a su crecimiento, algo que para nosotros
suena imposible.
La escuela debe volverse el lugar para valorar la vida, donde se
resalte los seres vivos y la naturaleza humana, actualmente la muerte
tiene más importancia en las aulas, la violencia está más próxima y
se aprende con mayor facilidad. Qué tristeza. Un día en clase le dije a
los muchachos que se gritaran entre sí las peores atrocidades y el
salón se llenó de gritos e injurias, días después antes de la actividad
hicimos un proceso de relajación y les indiqué que se gritaran entre sí
las cualidades, que resaltaran cada una de las cosas buenas que veía
en el otro, las palabras fueron escasas, uno que otro halago y el
silencio. Nos cuesta resaltar las cosas positivas, no porque no existan
o las desconozcamos, simplemente porque estamos cargados de un
lastre negativo que a veces, en la mayoría de los casos, se vuelve
destructivo.
En la filosofía del hambre no hay espacio para la oportunidad, menos,
para la educación, pues el hambre no permite invertir, y la enseñanza
es vista como un gasto, no como una transformación. Y más triste
aún, no hay inversión porque no hay ganas de invertir. Si erradicamos
nuestra filosofía del hambre tendremos un pueblo dispuesto a
mejorar, se abrirá campo a la investigación, cambiaremos la guerra
por calidad de vida, las industrias obtendrán mejores dividendos
porque su producción será mayor y estará al nivel de competir con
otros países y se podrán hacer —sólo hasta ese entonces, antes sería
un suicidio industrial y económico— tratados de libre comercio. Si con
todas las taras que tiene nuestra academia pasando desde los
estamentos gubernamentales, las instituciones, los docentes, los
estudiantes, el medio, los medios lascivos, perdón masivos, de
comunicación, y aún así, muchas personas salen adelante; los países
desarrollados se rapan a nuestros profesionales, y cuál es la razón.
Que en Colombia existe un capital humano e intelectual insuperable.
Mejorando nuestra educación tendremos un pueblo pensante
dispuesto a superarse, con más oportunidades. Creo que vale la pena
correr ese riesgo, tú qué piensas hijo mío.
El pensamiento debe encaminarse al bienestar de todos, si las
empresas tienen personas preparadas a nivel profesional, técnico y
especializado, además, le dan a su trabajador impulsos
motivacionales aparte de una remuneración fría y patética, el
trabajador querrá a su empresa, crecerá dentro de ella, será un motor
de cambio, de mejor producción.
Imagínate una empresa con tantos motores como empleados,
imagínate la fuerza y la calidad de su manufactura. Así empezaríamos
la revolución positiva, que no es aquella dedicada a la mera crítica y
se queda cruzada de brazos, no, es la revolución que busca
soluciones, las encuentra y las lleva a cabo, pasa del pensamiento a
la acción. Tal revolución no se centra en doctrinas desgastadas, se
centra en el escucha del otro, en la honestidad que rebase ese manto
de hipocresía tan propio en nuestro medio. Además la revolución
positiva no necesita de masas, con un individuo que la aplique se la
contagiará al otro.
Si me permites hagámonos varias preguntas: ¿Por qué un país con
tanto paisaje no tiene una industria turística contundente?, ¿por qué
con tanta cultura las academias de folklore se están extinguiendo?,
¿por qué con tantas variedades de climas y terrenos todavía
importamos alimentos?, ¿por qué traemos tecnología obsoleta en
lugar de diseñarla y desarrollarla? Sabes por qué, porque la
educación no está diseñada para el país, además la política y la
democracia han fallado durante 200 años, pero como no iba a fallar si
la mayoría de los gobernantes aún piensan en mendigar al exterior en
lugar de desarrollar lo que tenemos, y no porque seamos incapaces
de hacerlo, pues he visto varios proyectos excelentes al respecto,
además, hemos demostrado que sí somos capaces. Simplemente
porque nos cuesta creer en lo nuestro. Somos un país que se
desconoce, por lo mismo, no se acepta, está ciego a su pasado y
condenado a repetir sus errores, somos una tierra que se la pasa de
rodillas ansiando el maná, en lugar de ir por él.
Qué pasaría si primero enseñamos a amar desde la cuna y lo
reforzamos desde las aulas.
Empezaríamos por cambiar esa mirada pesimista que caracteriza a
todo colombiano, modificaríamos el pensamiento del hambre,
asimismo la mentalidad de la pobreza. La mayoría de las misiones y
visiones de las instituciones apuntarían a formar profesionales,
técnicos, tecnólogos, realmente al servicio del país. Imagina por un
instante, tan sólo un instante, que cada individuo en Colombia cree
en sí mismo, en su pueblo, y el país genera posibilidades de
crecimiento en todos los campos. Imagina por un momento que
dejamos de ser un pueblo arrodillado y nos levantamos para
mostrarle al mundo nuestra grandeza.
Ya basta de esa mentalidad en la que nunca hay nada, en la que falta
todo, teniéndolo.
Piensa cómo sería esa transformación de pensamiento, la haríamos
en las aulas y en los hogares, allí nacería el nuevo país, lleno de
cultura, dispuesto al aprendizaje y a la investigación. Una nación la
construye cada uno de sus habitantes; ya tenemos lo más
importante, que esperamos entonces como maestros para generar el
cambio en nuestros espejos los estudiantes.
El paso hay que darlo ahora, tenemos que empezar a realzar lo que
somos, creer, ser, y hacer. O tu mí querido hijo, aún te mantienes en
el pensamiento del hambre, aún esperas que los demás se muevan
por ti, aún le echas la culpa al estado y a los demás de tus males.
Sé que estoy siendo reiterativo, pero quiero que la conozcas bien
para que no hagas lo que hacen muchos desde las aulas y es
enamorarse de ella. Es más, algunos sin querer la promueven con
vehemencia, yo mismo la promovía antes de conocerla, es más,
conociéndola. ¿Cuándo impulsaba desde mi aula la filosofía del
hambre?, cuando dejaba pasar las cosas haciéndome el de la vista
gorda. Cuando aceptaba las veinte mil excusas de mis estudiantes
una y otra vez, y una cosa es ser permisivo y otra es no exigir, y
recuerda muy bien la única manera de superarse es exigirse. Cuando
quería parecer intelectual y hablaba desde mis preceptos y no desde
mis conceptos, la vida me enseñó que no hay perores mentiras que
las que uno mismo se cree o se crea, que no existe un conocimiento
absoluto, que las cosas relativas disparan la curiosidad de saber más.
Cuando más, cuando imponía mis conceptos porque eran míos sin
aceptar los nuevos. Cuando pensaba que mi salario era una miseria y
que vivía como un esclavo sin posibilidades; la vida me enseñó que
para abrirse caminos hay que indagar por muchas partes, y no
amilanarse cuando cierran las puertas en las narices. Cuando no
preparaba mis clases porque me creía la maravilla. Recuerda que la
falta de compromiso, de preparación, y de exploración no le permiten
al artista trascender. Y fui cambiando mi manera de pensar al
descubrir que no hay mayor miseria que la que uno mismo carga a
cuestas por la ceguera y la lástima. Que sentirse pobre teniéndolo
todo es ser desagradecido con lo bueno que la vida ofrece. No te
estoy diciendo que seas conformista, al contrario, si eres inconforme
querrás llegar cada día más lejos, pero no debes renegar de lo que
tienes, aprovecha lo que eres para que vuelvas tus falencias ventajas.
Y aunque suene inverosímil el sólo hecho de empezar a disfrutar cada
día lo que hacía me hizo sentirme feliz, mis preocupaciones fueron
desapareciendo, me convertí en un mejor ser humano, descubrí que
mi paga no era el fruto de mi esfuerzo, era la remuneración por hacer
lo que me gusta. Mi calidad de vida aumentó, porque vivir bien no es
tener muchas cosas, es disfrutar con lo poquito o mucho que se tiene.

Estamos comprometidos con la humanidad planetaria y en la obra esencial


de la vida que consiste en resistir a la muerte. Civilizar y Solidarizar la Tierra;
Transformar la especie humana en verdadera humanidad se vuelve el
objetivo fundamental y global de toda educación, aspirando no sólo al
progreso sino a la supervivencia de la humanidad. La conciencia de nuestra
humanidad en esta era planetaria nos debería conducir a una solidaridad y a
una conmiseración recíproca del uno para el otro, de todos para todos. La
educación del futuro deberá aprender una ética de la comprensión
planetaria.
Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro.

El camino que nos espera es tortuoso tanto para maestros como para
estudiantes, lleno de piedras y espinas. Los estudiantes ni hablar,
pues deberán quitarse sus propios prejuicios, como: el de la nota, que
quién hace la educación es quién aprende, así el maestro aprenda
cada día de sus estudiantes, que su responsabilidad social depende
de su compromiso consigo mismo, que su autonomía intelectual es
una exigencia propia para ser mejor. De igual forma, el cambio es
tortuoso para el país, la industria; asimismo para las instituciones de
educación, pues es costoso y sus frutos se verán en un horizonte
lejano. Creo hijo mío que sinceramente no hay mejor tiempo que
ahora para cambiar. Estoy seguro que vale la pena aceptar ese
riesgo. Si nosotros no afrontamos el cambio seguiremos perpetuando
la filosofía del hambre, y tal vez cuando queramos hacerlo ya sea
muy tarde.
Quisiera finalizar esta carta creyendo que ya estás manos a la obra,
cimentando el cambio en tu aula, pensando qué hacer para generarlo,
o aún crees que esa no es tu responsabilidad como maestro.

La educación del futuro deberá velar por que la idea de unidad de la especie
humana no borre la de su diversidad, y que la de su diversidad no borre la
de la unidad. Existe una unidad humana. Existe una diversidad humana. La
unidad no está solamente en los rasgos biológicos de la especie homo
sapiens. La diversidad no está solamente en los rasgos sicológicos,
culturales y sociales del ser humano. Existe también una diversidad
propiamente biológica en el seno de la unidad humana; no sólo hay una
unidad cerebral sino mental, síquica, afectiva e intelectual.
Edgar Morin, Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro.

Te agradezco la atención prestada y te deseo muchos éxitos. Espero


prontamente tu respuesta.

Tú amigo y hermano

Luis Martín Trujillo Flórez.

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