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Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y
antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del
norte. Hablo del extremo sur de mi país. Tanto y tanto nos alejamos los
chilenos hasta tocar con nuestros limites el Polo Sur, que nos parecemos a la
geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del planeta.
Más lejos, ya a punto de cruzar las fronteras que me alejarían por muchos
años de mi patria, llegamos de noche a las últimas gargantas de las
montañas. Vimos de pronto una luz encendida que era indicio cierto de
habitación humana y, al acercarnos, hallamos unas desvencijadas
construcciones, unos destartalados galpones al parecer vacíos. Entramos a
uno de ellos y vimos, al calor de la lumbre, grandes troncos encendidos en el
centro de la habitación, cuerpos de árboles gigantes que allí ardían de día y
de noche y que dejaban escapar por las hendiduras del techo ml humo que
vagaba en medio de las tinieblas como un profundo velo azul. Vimos
montones de quesos acumulados por quienes los cuajaron a aquellas alturas.
Cerca del fuego, agrupados como sacos, yacían algunos hombres.
Distinguimos en el silencio las cuerdas de una guitarra y las palabras de una
canción que, naciendo de las brasas y la oscuridad, nos traía la primera voz
humana que habíamos topado en el camino. Era una canción de amor y de
distancia, un lamento de amor y de nostalgia dirigido hacia la primavera
lejana, hacia las ciudades de donde veníamos, hacia la infinita extensión de
la vida.
Ellos ignoraban quienes éramos, ellos nada sabían del fugitivo, ellos no
conocían mi poesía ni mi nombre. ¿O lo conocían, nos conocían? El hecho real
fue que junto a aquel fuego cantamos y comimos, y luego caminamos dentro
de la oscuridad hacia unos cuartos elementales. A través de ellos pasaba una
corriente termal, agua volcánica donde nos sumergimos, calor que se
desprendía de las cordilleras y nos acogió en su seno.
Señoras y Señores:
De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los
demás hombres. No hay soledad inexpugnable. Todos los caminos llevan al
mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la
soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto
mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en
esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la
conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.
Los errores que me llevaron a una relativa verdad, y las verdades que
repetidas veces me condujeron al error, unos y otras no me permitieron -ni
yo lo pretendí nunca- orientar, dirigir, enseñar lo que se llama el proceso
creador, los vericuetos de la literatura. Pero sí me di cuenta de una cosa: de
que nosotros mismos vamos creando los fantasmas de nuestra propia
mitificacion. De la argamasa de lo que hacemos, o queremos hacer, surgen
más tarde los impedimentos de nuestro propio y futuro desarrollo. Nos
vemos indefectiblemente conducidos a la realidad y al realismo, es decir, a
tomar una conciencia directa de lo que nos rodea y de los caminos de la
transformación, y luego comprendemos, cuando parece tarde, que hemos
construido una limitación tan exagerada que matamos lo vivo en vez de
conducir la vida a desenvolverse y florecer. Nos imponemos un realismo que
posteriormente nos resulta más pesado que el ladrillo de las construcciones,
sin que por ello hayamos erigido el edificio que contemplábamos como parte
integral de nuestro deber. Y en sentido contrario, si alcanzamos a crear el
fetiche de lo incomprensible (o de lo comprensible para unos pocos), el
fetiche de lo selecto y de lo secreto, si suprimimos la realidad y sus
degeneraciones realistas, nos veremos de pronto rodeados de un terreno
imposible, de un tembladeral de hojas, de barro, de libros, en que se hunden
nuestros pies y nos ahoga una incomunicación opresiva.
Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de
los desesperados, escribió esta profecía: A l'aurore, armés d'une ardente
patience, nous entrerons aux splendides villes. (Al amanecer, armados de
una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno
Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias
de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces
con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina,
esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya
terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante
de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas
murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos
sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón
generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de
su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió
un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer
etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones
de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de
cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por
motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se
supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala.
Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles
argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que
fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las
autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto
cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil
perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central,
Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la
cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro
años.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene
nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se
conviertan en una aspiración occidental.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me
niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio
que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde
los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir
hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante
esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió
de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos
sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para
emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía
de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir,
donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las
estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre
una segunda oportunidad sobre la tierra.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de
invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra
el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su
permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que
acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora
revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a
todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas,
Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la
existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.
FIN
José Saramago
En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se
me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y,
mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo
cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de
Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea. Mientras el sueño llegaba,
la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba
contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes
antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un
incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, el mismo que
suavemente me acunaba. Nunca supe si él se callaba cuando descubría que
me había dormido o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a
la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que
él, calculadamente, introducía en el relato: «¿Y después?» Tal vez repitiese
las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas
con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos
nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo
era señor de toda la ciencia del mundo. Cuando, con la primera luz de la
mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había
ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba,
doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los
14 años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte
cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de
la casa. Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un
tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si
le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre
me tranquilizaba: «No hagas caso, en sueños no hay firmeza». Pensaba
entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no
alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera,
con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento
apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había
ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la
abuela, también ella, creía en los sueños. Otra cosa no podría significar que,
estando sentada una noche ante la puerta de su pobre casa, donde entonces
vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza,
hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena
de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de
pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi
final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el
consuelo de la belleza revelada. Estaba sentada a la puerta de una casa,
como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió
gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente
que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y
ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al
presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su
huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería
a ver.
Muchos años después, escribiendo por primera vez sobre éste mi abuelo
Jerónimo y ésta mi abuela Josefa (me ha faltado decir que ella había sido,
según cuantos la conocieron de joven, de una belleza inusual), tuve
conciencia de que estaba transformando las personas comunes que habían
sido en personajes literarios y que esa era, probablemente, la manera de no
olvidarlos, dibujando y volviendo a dibujar sus rostros con el lápiz siempre
cambiante del recuerdo, coloreando e iluminando la monotonía de un
cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va recreando sobre el inestable
mapa de la memoria la irrealidad sobrenatural del país en que decidió pasar
a vivir. La misma actitud de espíritu que, después de haber evocado la
fascinante y enigmática figura de un cierto bisabuelo berebere, me llevaría
a describir más o menos en estos términos un viejo retrato (hoy ya con casi
80 años) donde mis padres aparecen: «Están los dos de pie, bellos y jóvenes,
de frente ante el fotógrafo, mostrando en el rostro una expresión de
solemne gravedad que es tal vez temor delante de la cámara, en el instante
en que el objetivo va a fijar de uno y del otro la imagen que nunca más
volverán a tener, porque el día siguiente será implacablemente otro día. Mi
madre apoya el codo derecho en una alta columna y sostiene en la mano
izquierda, caída a lo largo del cuerpo, una flor. Mi padre pasa el brazo por la
espalda de mi madre y su mano callosa aparece sobre el hombro de ella como
un ala. Ambos pisan tímidos una alfombra floreada. La tela que sirve de
fondo postizo al retrato muestra unas difusas e incongruentes
arquitecturas neoclásicas». Y terminaba: «Tendría que llegar el día en que
contaría estas cosas. Nada de esto tiene importancia a no ser para mí. Un
abuelo berebere, llegado del norte de África, otro abuelo pastor de cerdos,
una abuela maravillosamente bella, unos padres graves y hermosos, una flor
en un retrato —¿qué otra genealogía puede importarme? ¿en qué mejor
árbol me apoyaría?».
Escribí estas palabras hace casi 30 años sin otra intención que no fuese
reconstituir y registrar instantes de la vida de las personas que me
engendraron y que estuvieron más cerca de mí, pensando que no necesitaría
explicar nada más para que se supiese de dónde vengo y de qué materiales
se hizo la persona que comencé siendo y ésta en que, poco a poco, me he
convertido. Ahora descubro que estaba equivocado, la biología no determina
todo y en cuanto a la genética, muy misteriosos habrán sido sus caminos
para haber dado una vuelta tan larga... A mi árbol genealógico (perdóneseme
la presunción de designarlo así, siendo tan menguada la sustancia de su
sabia) no le faltaban sólo algunas de aquellas ramas que el tiempo y los
sucesivos encuentros de la vida van desgajando del tronco central. También
le faltaba quien ayudase a sus raíces a penetrar hasta las capas
subterráneas más profundas, quien apurase la consistencia y el sabor de sus
frutos, quien ampliase y robusteciese su copa para hacer de ella abrigo de
aves migratorias y amparo de nidos. Al pintar a mis padres y a mis abuelos
con tintas de literatura, transformándolos, de las simples personas de carne
y hueso que habían sido, en personajes nuevamente y de otro modo
constructores de mi vida, estaba, sin darme cuenta, trazando el camino por
donde los personajes que habría de inventar, los otros, los efectivamente
literarios, fabricarían y traerían los materiales y las herramientas que,
finalmente, en lo bueno y en lo menos bueno, en lo bastante y en lo
insuficiente, en lo ganado y en lo perdido, en aquello que es defecto pero
también en aquello que es exceso, acabarían haciendo de mí la persona en
que hoy me reconozco: creador de esos personajes y al mismo tiempo
criatura de ellos.
En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página
a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre
que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona
que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un
esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no
consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y
no llegó a ser.
Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes fueron mis maestros de vida,
los que más intensamente me enseñaron el duro oficio de vivir, esas decenas
de personajes de novela y de teatro que en este momento veo desfilar ante
mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de papel y de tinta, esa
gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis conveniencias de
narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres articulados
cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso soportado y
la tensión de los hilos con que los movía.
Harold Pinter
Casi todas las obras nacen de una frase, una palabra o una imagen. A la
palabra le sigue rápidamente una imagen. Os daré dos ejemplos de dos
frases que aparecieron en mi cabeza de la nada, seguidas por una imagen,
seguidas por mí.
Las obras son “The Homecoming” y “Old times”. La primera frase de “The
homecoming” es “¿Qué has hecho con las tijeras?" La primera frase de “Old
times” es “Oscuro”.
Como todo el mundo aquí sabe, la justificación de la invasión de Irak era que
Sadam Hussein tenía en su posesión un peligrosísimo arsenal de armas de
destrucción masiva, algunas de las cuales podían ser lanzadas en 45 minutos,
capaces de provocar una espeluznante destrucción. Nos aseguraron que eso
era cierto. No era cierto. Nos contaron que Irak mantenía una relación con
Al Quaeda y que era en parte responsable de la atrocidad que ocurrió en
Nueva York el 11 de Septiembre de 2001. Nos aseguraron que esto era
cierto. No era cierto. Nos contaron que Irak era una amenaza para la
seguridad del mundo. Nos aseguraron que era cierto. No era cierto.
La verdad es algo completamente diferente. La verdad tiene que ver con la
forma en la que Estados Unidos entiende su papel en el mundo y cómo
decide encarnarlo.
Todo el mundo sabe lo que ocurrió en la Unión Soviética y por toda la Europa
del Este durante el periodo de posguerra: la brutalidad sistemática, las
múltiples atrocidades, la persecución sin piedad del pensamiento
independiente. Todo ello ha sido ampliamente documentado y verificado.
Finalmente alguien dijo: 'Pero en este caso “las personas inocentes” fueron
las víctimas de una espantosa atrocidad subvencionada por su gobierno, una
entre muchas. Si el congreso concede a la Contra más dinero, más
atrocidades de esta clase tendrán lugar. ¿No es así? ¿No es por tanto su
gobierno culpable de apoyar actos de asesinato y destrucción contra los
ciudadanos de un estado soberano?
Seitz se mantuvo imperturbable. 'No estoy de acuerdo con que los hechos
tal como han sido presentados apoyen sus afirmaciones'. dijo.
Esto nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. Ni siquiera mientras ocurría estaba
ocurriendo. No importaba. No era de interés. Los crímenes de Estados
unidos han sido sistemáticos, constantes, inmorales, despiadados, pero muy
pocas personas han hablado de ellos. Esto es algo que hay que reconocerle a
los Estados Unidos. Han ejercido su poder a través del mundo sin apenas
dejarse llevar por las emociones mientras pretendían ser una fuerza al
servicio del bien universal. Ha sido un brillante ejercicio de hipnosis, incluso
ingenioso, y ha tenido un gran éxito.
Os digo que los Estados unidos son sin duda el mayor espectáculo ambulante.
Pueden ser brutales, indiferentes, desdeñosos y bárbaros, pero también son
muy inteligentes. Como vendedores no tienen rival, y la mercancía que mejor
venden es el amor propio. Es un gran éxito. Escuchen a todos los
presidentes de Estados Unidos en la televisión usando las palabras, “el
pueblo americano”, como en la frase, “Le digo al pueblo americano que es la
hora de rezar y defender los derechos del pueblo americano y le pido al
pueblo americano que confíen en su presidente en la acción que va a tomar
en beneficio del pueblo americano”
Los 2000 americanos muertos son una vergüenza. Son transportados a sus
tumbas en la oscuridad. Los funerales son discretos, fuera de peligro. Los
mutilados se pudren en sus camas, algunos para el resto de sus vidas. Así los
muertos y los mutilados se pudren, en diferentes tipos de tumbas.
Aquí hay un extracto del poema de Pablo Neruda: “Explico Algunas Cosas”:
He dicho antes que los Estados Unidos están ahora siendo totalmente
francos poniendo las cartas sobre la mesa. Éste es el caso. Su política
oficial es hoy en día definida como "Dominio sobre todo el espectro". Ése no
es mi término, es el suyo. "Dominio sobre todo el espectro" quiere decir
control de la tierra, mar, aire y espacio y todos sus recursos.
Los Estados Unidos ahora ocupan 702 bases militares a lo largo del mundo
en 132 países, con la honorable excepción de Suiza, por supuesto. No
sabemos muy bien como han llegado a estar ahí pero de hecho están ahí.
Los estados Unidos poseen 8000 cabezas nucleares activas y usables. Dos
mil están en sus disparaderos, alerta, listas para ser lanzadas 15 minutos
después de una advertencia. Están desarrollando nuevos sistemas de fuerza
nuclear, conocidos como "destructores de búnkeres". Los británicos,
siempre cooperativos, están intentando reemplazar su propio misil nuclear,
Trident. ¿A quién, me pregunto, están apuntando? ¿A Osama Bin Laden? ¿A
tí? ¿A mí? ¿A Joe Dokes? ¿China? ¿París? ¿Quién sabe? Lo que sí sabemos
es que esta locura infantil - la posesión y uso en forma de amenazas de
armas nucleares - es el corazón de la actual filosofía política de Estados
Unidos. Debemos recordarnos a nosotros mismos que Estados Unidos esta
en un continuo entrenamiento militar y no muestra indicios de aminorar el
paso.
¿Lavó el cadáver?
¿Le cerró ambos ojos?
¿Enterró el cuerpo?
¿Lo dejó abandonado?
¿Le dio un beso al cadáver?
Cuando miramos un espejo pensamos que la imagen que nos ofrece es exacta.
Pero si te mueves un milímetro la imagen cambia. Ahora mismo, nosotros
estamos mirando a un círculo de reflejos sin fin. Pero a veces el escritor
tiene que destrozar el espejo - porque es en el otro lado del espejo donde la
verdad nos mira a nosotros.
Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme
determinación, inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para
definer la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades es una
necesidad crucial que nos afecta a todos. Es, de hecho, una obligación.
Si una determinación como ésta no forma parte de nuestra visión política, no
tenemos esperanza de restituir lo que casi se nos ha perdido - la dignidad
como personas.
Hjalmar Gulberg:
Una larga vida consagrada a la poesía y a la belleza ha sido honrada este año
Ramón, que ha dedicado medio siglo a la creación de una nueva rosa, una rosa
conocida por los turistas suecos, nació el poeta en 1881. Pero su poesía no es
corre el riesgo de ser engañado. No hay nada singular o pintoresco aquí, sólo
exige sentidos más agudos y una nueva sensibilidad. Hay una belleza que es
entrada del jardín juanramoniano el turista debe seguir las mismas reglas
por vía del cual España perdió a Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, así como lo
principios del siglo, promovió el primer libro de versos del nuevo poeta, un
poco pero con paso firme, se había librado de los gentiles, cautivadores
hablamos de los periodos azul y rosa de Picasso, que nació en el mismo año,
están los cuadros de estado melancólico, lejos también están los temas
anecdóticos. Los poemas sólo hablan de poesía y amor, del paisaje y del mar
perfección, que rechaza todo adorno exterior del verso, será el camino que
historia literaria, tal vez se la asigne el título de “el último estilo de Juan
Ramón”.
Muy lejos, en lo que fue la colonia de Puerto Rico, está sufriendo hoy
en día una inmensa pena. No nos será posible ver su fino rostro con sus ojos
nazarena, montado en su burrito mientras los niños gitanos gritan a viva voz:
¡El loco!. ¡El loco!. ¡El loco!...Y en realidad no siempre es fácil distinguir entre
española han sido sus discípulos; Federico García Lorca es uno de ellos, y de
poeta innato, uno de aquellos que nacen un día con la misma simplicidad con
que brillan los rayos del sol, uno que pura y simplemente ha nacido y se ha
a esto un milagro.
Para una generación de poetas en ambos lados del océano que separa, y al
para todos los efectos. Cuando la Academia Sueca le rinde homenaje a Juan
literatura española.
era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del
hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se
como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera
realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la
puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si
Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como
del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que
se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba
pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me
impermeable y se marchó.
cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie,
todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un
con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire.
Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te
podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al
fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el
la jubilación.
Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho. A
casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por
faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir
amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por
No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona. Las
incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún
Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y
alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las
junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la
mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros
entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por
mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas
en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres
sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta.
pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color
marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde
azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin
los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la
hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los
domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se
viera.
tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas:
nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando
(Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles
pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer
reposo mortuorio.
A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban
a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o
de la noche.
anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez
hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como
gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado
bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al
mendigo.
mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre
rodeo, se designa como pañuelo listo, como BATISTA. Como si cada pañuelo
pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó
a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? –
mira aquí
la cereza en la jabonera
acerca de la Central
Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo:
puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con
pañuelo.
ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le
Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula
mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era:
permiso por boda.Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de
se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria,
una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas
nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un
soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una
restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño
dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día.
Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi.
hijo Matz: Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en
Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues
en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que
se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las
Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella
época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores
para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me
protegía.
Sentía: Cada palabra en el rostro sabe algo del círculo vicioso y no lo dice
El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan
préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno
gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto
más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tanto más
Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen
sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia.
los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto
más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con
los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta
con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las
lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba
Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el
Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria,
Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las
dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque
sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN
PAÑUELO?Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se
refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser
humano.Traducido por Juan José del Solar Bardelli