Vous êtes sur la page 1sur 10

Ensayo sobre la vida y obra de Agustín Yáñez.

Remitente Anónimo: Novelar


sobre un Esteta Evasivo
La historia es una ficción complaciente, y si a veces lacerante, no lo es por
excepción, sino precisamente como el resultado de esa disonancia amarga que
consiste en el descubrimiento de la revelación como un deterioro, de la fantasía
como un eufemismo deseable, políticamente correcto. Una mentira se califica
con una escala por completo subjetiva: a veces es una verdad exacerbada. La
sutileza de los cambios demanda que sean paulatinos, graduales. Como todo en
la naturaleza, cualquier acercamiento resulta escandaloso si es demasiado
acelerado. La novela, en cambio, es una realidad evasiva, mucho más maleable y,
por tanto, menos acotada, más libre y con ello más esquiva al podio doctrinario.
Se exige la suficiente celeridad para presionar su flexibilidad, construir un
clímax y contra-clímax (con la debida disculpa a la forma tradicional de la
narrativa, que, por lo visto, tampoco Yáñez respetó). Quien escribe de la historia
es un novelista cauteloso; quien novela es un historiador aventurero.

Resulta curioso que Clío sea tratada con mayor deferencia académica siendo lo
arbitrarios que pueden ser los sesgos que toma. En su vanidosa lógica sí existen
los matices y, sin embargo, está llena de absolutos. Caer en la extrema
simplificación es la perenne amenaza de quienes vemos la vida en retrospectiva.
Con una memoria tan corta es preferible inmolar el contexto, así que Porfirio
Díaz o fue un santo o fue un demonio. No hay aventura, ni descubrimiento, sólo
bandos opuestos, consensos, mayor cantidad de pruebas o, en el mejor de los
casos, menor calidad en las acusaciones. En matemáticas una fórmula no es
digna de desprecio, representa horas de riguroso análisis, es la simplificación de
un ejercicio particular. Sacrificio que la novela no está dispuesta a tomar. Lo
importante del juicio no es la sentencia, sino el alegato, el proceso mismo de la
defensa y la acusación, una batalla que se desarrolla en el tiempo novelístico,
siempre presente. Siddharta busca la verdad y no la encuentra. Debe mirar
atrás; la verdad está en cada uno de los pasos que ha seguido en su camino, es el
camino mismo. El absoluto es un privilegio de quien ya sabe las posiciones de
antemano, o de quien quiere así establecerlas, y que desdeña la parte más
importante: la curiosidad de saber si nuestro héroe morirá en el siguiente
capítulo o no, y que sólo podemos saberlo una página a la vez. Eso mismo lo
sabía don Agustín Yáñez.

Yáñez no es un escritor 'realista' ni en la forma ni en el fondo, en el sentido


tradicional de los novelistas de la Revolución Mexicana, su lenguaje no es llano
ni crudo ni tampoco intrépidamente comprometido. Es, más bien, un retratista
con fundamentos estéticos muy sofisticados, elegante, intercalando una cadencia
poética en su obra, pero, en rigor, estableciendo una distancia intelectual
definida con su temática. Está comprometido, sí, con las implicaciones artísticas
y académicas de su trabajo, y por ello, está comprometido con lo que retrata
pero, en rigor, su arte no sirve a su temática: es la temática la que se eleva a
través de su obra y adquiere otras dimensiones. Se convierte en un poderoso
aval, y su opinión impregna también su autoridad. Pienso en Toulouse-Lautrec
que no era, moralmente, un apóstata, pero en sus lienzos las antes 'peregrinas y
más cuestionables' manifestaciones sexuales son ahora símbolo de culto. Una
extravagancia no exenta de cierta comicidad.

Picasso cotiza en dólares. Es una cuestión caprichosa que también tiene que ver
con el tiempo. Vivir muy poco no sólo genera una memoria muy corta, sino que
incrementa las posibilidades de aburrirse rápidamente. Nada puede ser eterno,
salvo lo atemporal -y no es jugar con la retórica, es un hecho indiscutible e
íntimo de los extremos como la nada y el infinito. Solo así podríamos explicar
por qué Yáñez escapa a toda definición, por qué es tan inasible, por qué apenas
podemos intuirlo y lejos de acapararlo, genera atención. Pero no todo en la
modernidad es superfluo. Agustín Yáñez, secretario de Educación Pública, firma
en enero de 1968 un acuerdo que incluye el sistema telesecundaria dentro del
Sistema Educativo Nacional.

Su extensa obra, que difícilmente puede circunscribirse a un solo estilo, es, en lo


referente al martirio interior y exterior de sus personajes, muy descriptiva:
obedece a esa percepción sensible rayana en la experiencia espiritual, lo cual lo
convierte en un hábil ambientador. Si consideramos la manera de presentar lo
mundano de una manera surrealista, tiene razón quien lo compara con Balzac,
pero dado el enfoque más particular que toma Agustín Yáñez (el campo, la
provincia), es más prudente considerarlo la verosímil contraparte de José
Revueltas -literariamente soslayado por años, pues ambos son, en esencia,
obscuros; fieles en lo tocante a una religiosidad agobiante, o bien la no menos
agobiante falta de ésta; inquisitivos en la desgarradora convulsión de los
retratados ante la incierta fatalidad del destino. Revueltas es también un espejo
de la sociedad pero sus trazos se inclinan más por la experiencia visual,
cinematográfica. Revueltas describe una escena, manejando hábilmente luz y
sombra, destacando el primer plano por contraposición al segundo y tercero, y
luego un fade out en el que conjuga imagen y texto. Así sucede con Yáñez, pero a
la inversa: suya es la orquestación de lo que precisamente no se ve en el cuadro.

Una imagen dice más que mil palabras... y sugiere otro millón más. Lo saben los
cineastas, los pintores, los escenógrafos, los maquillistas y, por supuesto, los
escritores. Una sonrisa a medio esbozar es una exageración válida, pero no deja
de ser un consenso más o menos arbitrario. A mí nunca me ha parecido que la
Gioconda sonría. No puedo subirme en el barco de la 'enigmática sonrisa'
porque, para empezar, los profanos como yo no la vemos en primera instancia,
pero ahí reside el meollo del asunto: debe existir, por eso la buscamos. El
"Origen de las Especies" no es, ni de lejos, una obra subversiva. Si bien su
lectura puede resultar aburrida hoy en día, la potencia en lo descrito se
encuentra no en lo que resalta, sino en lo que oculta o lo que sugiere, y lo que en
su momento desafió. El gran drama histórico que envuelve a Yáñez y a las
circunstancias de su origen y sus años de vida adolescente es precisamente aquel
que evadió convenientemente: La Rebelión Cristera. ¡Ay, Yahualica de mis
amores / si te vuelves en Clamores / ora soy tu campesino / cacique soy de tus
colores! Ninguna obra suya posee más que comentarios marginales sobre el
asunto; él, cuya familia era originaria de Los Altos, que escribió sobre la
eucaristía, cuyos amigos fueron fusilados incluso. él, que fue historiador, nos
dejó la incógnita de sus impresiones sobre un asunto en el cual él poseía
material de primera mano. Tal era la política entonces.

No debe extrañarnos, por tanto, la destreza del jalisciense para moverse entre
líneas, para sugerir sin ser explícito -no en balde fue un político toda su vida. De
ahí que resulte tan atractiva su producción literaria como ejercicio
autobiográfico: Yáñez fue en su temprana juventud fichado como socialista y
'cristero', un lastre muy incómodo para quien después fuera Gobernador de
Jalisco, Miembro del Colegio Nacional, Consejero de la Presidencia con Adolfo
López Mateos, Secretario de Educación Pública con Gustavo Díaz Ordaz y
Presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, entre otros
cargos. La observación de que un condenado es el más implacable juez, resulta
entonces pertinente. En Santa Anna: espectro de una sociedad vemos el carácter
dual, heterogéneo, de su trabajo: a su introspección personal interpuso
introspección colectiva, el personaje en condicionamiento operante y perpetuo.
No pretende ser un juicio sumario, y está muy lejos de ser una apología, pero el
tema se antoja todavía escabroso, comprometido. La culpa recae en una
abstracción: él y la sociedad. Pero entonces no existe crimen, porque no
constituyó un atentado en contra de la regla; la regla era también marchita. No
hubo ofensa social, sólo eco... y silencio. Claro, el libro no salió a la luz sino
después de 1980. Pero ya que lo pensamos, ¿no era lo mismo escribir sobre la
cristiada también? ¿Qué frontera no demarcada señala el fin de lo público y lo
enteramente personal? ¿Por qué, Agustín, no reservaste nunca una sorpresa
póstuma, un celoso apunte extraviado o las pistas para seguirlo? La mirada
lúcida y aguda de quien descubre es también la misma capacidad para ocultar,
como en su caso, sus actividades previas a 1929. La biografía es un arte
voluptuoso porque no alimenta más de lo que desea ser alimentado y Yáñez, que
no puede ser, como nadie, ajeno a su propia pluma, reclama también una
biografía.
Más allá del erudito interés de ciertos norteamericanos, entre los que podemos
destacar John S. Brushwood (México en su novela (1973), La Barbarie Elegante
(1988)), Agustín Yáñez se encuentra sólo como referencia literaria o como un
artículo exótico en alguna revista extranjera que trate sobre el tema. En The
Mexican Novel Comes of Age (1971), una compilación de articulistas sobre
narrativa mexicana, un apartado es por sí mismo elocuente, "Agustín Yáñez: el
salto cuántico para la novela mexicana", en el cual Walter Langford reconoce en
Yáñez a un autor adelantado a su tiempo. Y de nuevo, la biografía, el hombre,
sobre todo de parte de sus compatriotas, ¿dónde quedó? Yáñez no es un tema de
snobs de café, hábiles paleontólogos de biblioteca. Para retratarlo con justicia
hace falta rebasar esa limitación que otorga la etiqueta de mera curiosidad
académica, es decir, hace falta incorporarlo al debate personal, estudiarlo desde
el punto de vista humano, imperfecto, voluble y, con razón, contradictorio. Sólo
ahí la biografía superara el estatismo de querer presentar figuras intocables,
inmaculadas, aisladas de todo contexto.

Material no hace falta, el propio personaje, envuelto en un aura demasiado


institucional, engañosamente acartonada, invita a un acercamiento menos
sobrio. Está inscrito y escrito su conflicto por sus propias palabras. Elegante por
orientación pero sin pudor en su implicación, dispar a la vez que busca un
equilibrio, conciliar las dualidades que representaron -y siguen representando-
la marca indistinta de su legado literario: vida y muerte, sensualidad y
parquedad, religiosidad en sus extremos más obscuros y también los más
luminosos, revuelta y disciplina, impersonalidad y protagonismo. Bartolomé y
Santa Anna conviven. ¿De qué conversarán? ¿Es insalvable la aporía? Apenas
puedo imaginar un diálogo tal. "Nadie puede robar la bandera de Dios, pues
ninguna aspiración humana abarca semejante vastedad, pero nada hay de malo
en actuar en conformidad con su palabra. Ocurrióseles a los hombres
extraviados, que en esto pecan de falsa iluminación, que bien valía morir y matar
por nuestro señor, siendo que su mensaje es la concordia universal, y ya
vémosles haciendo pagar también a justos cual pecadores. Los yerros, destos
algo, es común en los hombres de criterio, poco importan para el evangelio pues
mayor virtud posee quien a tiempo los enmienda. Vuestra merced sin duda no
podéis estar en desacuerdo", "Tarde viene a suspicacias, don Bartolomé. La
inspirada marcha de algunos hombres impide el lujo de sentarse a meditar sobre
sus actos, pues si correspondiera a todos sopesar los riesgos de sus empresas
hace mucho que la historia hubiera sufrido una parálisis. En el lecho de muerte
se arrepiente uno más de lo que no ha hecho que de lo que pudo hacer. Que
cambié, si bien es cierto, muchas veces de égida, más el tiempo, que es tirano,
viene a mal las camisetas", "Son los ideales la cúspide de la conciencia, don
Antonio, por todos los caminos se puede llegar a la cima, por supuesto,
caminando, pero también vale la pena escoger, y si Agustín, aunque un político,
estuvo comprometido con la enseñanza. Fue su aportación más elevada", "La
teoría, debes saber, no concuerda con la práctica. Se admira, hasta en las letras,
al hombre de acción. Si caer es un pecado, lo es más el no haberse atrevido a
empezar a andar, por temor a resbalar. ¡Levantarse, si se cae una y otra y otra
vez!", "¿Qué idearios son entonces, los que os deben guiar el corazón de un
hombre tal?", "Sólo uno, buen señor, que es la patria, sin amedrentar el
pundonor sobre los medios, ¿acaso estandarte alguno ha nacido el más
deseable?". Confabulan, me imagino, uno revestido de santidad, el otro
execrado, envuelto en otra santidad -la del vituperio, y el pacto tan irreal se
vuelve paradoja literaria: los biografiados escriben sobre la vida de Agustín
Yáñez Delgadillo, nacido el 4 de mayo de 1904...

Como González Pedrero (también biógrafo extenso de Santa Anna), Reyes


Heroles, Silva Herzog, en cierto grado Heberto Castillo y el mismo José
Revueltas, en el otro lado del espectro político, pertenece a la estirpe de los
escritores políticos -el vocablo es intencional, porque suena contradictorio en
nuestros días conciliar la crítica de la pluma con la institucionalidad de la
corbata. Pero Agustín Yáñez también es un escritor y un académico, un
historiador y un filósofo. Resulta difícil un acercamiento a su personalidad sin
ser convencidos por la obviedad de la biografía política. Ni siquiera una
extrapolación de sus labores literarias, por muy íntimas que sean, puede
establecer una conexión fehaciente con los hechos de su vida, precisamente por
el carácter a veces contradictorio de su narrativa. Quizá por ello una biografía al
alimón, como la hacen Santa Anna y Las Casas, pueda establecer un balance
apropiado entre la mundanalidad y la idea, es decir, el acercamiento que Yáñez
mismo hizo a sendos personajes en un reflejo tácito de sí mismo: queriendo
descubrir el secreto en la seducción de la figura que describe; captarlo, hacerlo
propio, lo que en él mismo, también -me atrevo a decir, se daba a veces por
cuestionar o incluso anhelar, como cuando describe la personalidad de Santa
Anna, encantador, o para ser más precisos, embrujador. él -Agustín Yáñez- que
pecaba de formalidad, no podía -¿deseaba?- ser irresistible. Sí podía, en cambio,
emular la piedad religiosa, cristiana, de Fray Bartolomé, defender a su pueblo a
través de sus escritos y convertirse en un defensor de la legalidad (no sólo
jurídica, sino cultural y gramática). Su narrativa trae luz sobre la 'mexicanidad',
y en ese sentido es la mayor defensa de lo suyo, lo mexicano, porque le
proporciona el derecho a existir por sí mismo. Somos mestizos, con todas las
contradicciones que nuestro origen suponga, y hacia todas las naciones en que
pongamos pie. Yáñez, como Las Casas, es un intelectual popular -no
populachero- y hasta cierto punto, impersonal: su espíritu y encanto está
presente en su obra más que en él mismo.

Top
Autor: Roberto Hoyos
LA PALABRA ENEMIGA EN LA OBRA DE AGUSTIN YAÑEZ
Por Gloria Favi C.,
Escuela de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Chile, Universidad Central.

Agustín Yáñez nació en la ciudad de Guadalajara en 1904; con la publicación de tres


novelas, Flor de Juegos Antiguos (1941) Archipiélago de Mujeres (1943) y
especialmente con la publicación de Al Filo del Agua (1947), Yañez alcanza el
reconocimiento universal y su obra total es considerada como un hito en la
transformación de la novela hispanoamericana contemporánea.

Su novela Al Filo del Agua, desarrolla una narrativa singular marcada por una serie de
rasgos estilísticos que dan forma a la Gran novela de la Revolución mexicana cuyos
antecedentes nos remiten al iniciador del género - Mariano Azuela- creador que
señala la especial modalidad narrativa de una acción que se actualiza en un conjunto
textual abierto, cuyas manifestaciones aún emergen en nuestro presente inmediato.

Nuestra lectura intenta descifrar las amplias orientaciones míticas de un momento


histórico y cultural colectivo, como es la revolución mexicana. Nos interesa el relato
simbólico de la narración tanto en su ubicación socio-histórica como en la
configuración de la psique colectiva que envuelve al lector, autor y personajes del
texto, para situarlos como actores entre los decorados y las acciones dramáticas que
despliegan los grandes mitos.

Las fechas nostálgicas que suscitan la reminiscencia simbólica (1 de Enero - 19 de


Mayo - 25 de Noviembre 1910). Historia que se escribe por la alquimia de la palabra
en "un cielo nuevo y una tierra nueva", relato religioso fundador del pueblo de sin
nombre: "Pueblo de mujeres enlutadas. Aquí, allá, en la noche, al trajín del amanecer,
en todo el santo río de la mañana, bajo la lumbre del sol alto, a las luces de la tarde..."
(p. 3).

El texto se convierte en un acto creador de si mismo de la sensibilidad y de la psiquis


colectiva del pueblo "pueblo de templadas voces. Pueblo sin estridencias. Excepto los
domingos en la mañana, sólo hasta mediodía." (p. 3)

La historia secuencial que podemos implicitar convencionalmente - 1910 - el inicio de


la revolución mexicana, se transforma en el intratexto, en una disposición narrativa
múltiple y compleja, cuyo juego de montajes y la dispersa interiorización de la
conciencia y muestra la incapacidad del lenguaje humano para referir el tiempo en un
orden racionalmente articulado.

Pero, ¿cómo se construye la historia si sabemos que a los hombres no les gobierna
una historia objetiva y cuyas etapas estarían previstas como una fatal progresión al
futuro o la catástrofe última? Por el contrario, la preeminencia del mito supone que el
tiempo humano obedece a recurrencias diversas y que la historia está escrita en el
hombre y no a la inversa.

Entonces, crónica de la memoria es la historia del pueblo sin nombre, recuerdos


alucinados de Lucas Macías "con la imaginación basta y sobra; para mí que es mejor
imaginar que ver; así las cosas dan todo su ancho y no tiene uno porqué achicarlas,
ni curiosidad de verlas". (p. 126)

La interiorización de la historia convertida en crónica de la memoria anula el realismo


crítico y planfletario de la narrativa realista, además la adecuación de las formas
lingüísticas a la pura angustia interior y sin tesis obvia - para dar cuenta dela
revolución - ha sido el gran aporte artístico en la obra de Agustín Yáñez.
Pero ¿quién habla? ¿dónde? , en este pueblo alienado de la historia, donde todo
diálogo resulta un monólogo fantasmal, para no salir de si mismo y evitar toda
progresión temporal: éste ha sido el designio y maldición del sacerdote Dionisio - Jefe
espiritual del pueblo- pero algo se avecina. Al filo del agua es el Apocalipsis, el
movimiento y el cambio, la revolución como un relámpago que cambiará la vida. Así,
estos monólogos, esta letanía imprecisa de los ensimismados, moviliza el habla
subversiva, los fragmentos de un discurso social soterrado que revive las tradiciones
orales, los modos iniciales del habla y el autentico ser americano remarcados sobre
discursos tradicionales cosmopolitas y desarraigados. - "No padrecito, dispénseme
mucho lo que sucede es que al volver nos damos cuenta de las injusticias y mala vida
que acá sufre la gente. ¿Por qué un cristiano ha de sudar todo el día para que le den
unos cuantos cobres? (p. 152) , pero esta letanía trágica sólo corresponde a un vacío,
una voz que tomará misteriosas e infinitas direcciones para reaparecer en los límites
de texto.

"-Que la mujer, que los hijos, que los animales que las siembras, que las deudas... en
fin, al demonio no le faltaran mañas para quitarnos la atención del principal asunto a
que os ha traído la misericordia Divina: (p. 54).

Existe además en el texto, una turbulencia intratextual (voces, murmullos,


exclamaciones, suspiros, chismes) que van creando ritmos narrativos
desconcertantes; ejemplo es la lectura de periódico que María realiza con avidez..." El
General Brigadier Gustavo A. Maas es sentenciado a muerte - La señora Virginia de
la Piedra viuda de Olivares asiste a la audiencia" (p. 76). Este texto nos remite a un
efecto de realidad que se desplaza más allá del mundo narrativo, la lectura secreta de
los periódicos corresponde a una rebeldía, el salir de los márgenes de conocimiento
que impone el cerco cerrado del mundo virtual y asfixiantes del pueblo.

Luego estos hilos de un argumento invisible van formando, las ansias, los clamores
subterráneos y vibrantes de seres que intentan rebasar sus márgenes "¡ Cada año
más vieja, más achacosa, más abandonada y desesperada¡ Es horrible yo no sé
donde tiene mi padre los ojos o el corazón para volver, para no comprender, y que me
sacara del pueblo siquiera unos días" (p. 308), son vidas interiores independientes de
todo acontecer externo, pero cuyos fragmentos van configurando el Acto
Preparatorio, el inicio del relámpago, el cambio, la mítica revolución.

Esta voluntad de estilo marcada por la destrucción del modo convencional de narrar y
la dispersión constante del yo narrativo - ha sido considerada por la crítica - como el
gran acierto de Agustín Yáñez para representar la ambigüedad y dinámica interna
que impone el relato de la Revolución Mexicana como experiencia vivida y verificada
en la memoria.

Esta particularidad de estilo - en la obra de Yáñez - revela evidencias de


contemporaneidad que lo ubican junto a Asturias, Carpentier, Mallea - en la primera
generación superrealista (1935), marcada por la incertidumbre en la verdad de la
representación y cuya realidad última se postula como vacío y se constituye como
puro lenguaje y será esta producción imaginaria y visionaria lo que configurará el
arquetipo mítico del pueblo, sus calles, su río el espacio sofocante de la iglesia, los
corredores sombríos de las casas, el sopor de sus habitantes silenciosos pero, "toda
creación literaria a partir de fragmentos de este mundo de exilio, se fundamenta en el
arquetipo de un éxodo, partida o regreso, hacia una tierra prometida."

Pero, ¿cómo se producirá el éxodo de los inmolados, de los ensimismados y de la


conspiración de sombras, esas falsas estatuas? Doblan las campanas tan
tremendamente que muchos han llorado como en calamidad pública, como si vivieran
el día del juicio, que no de otra manera, entonces, gemirán, se desbaratarán , se
quebrarán los bronces del mundo. "¡Gabriel! (p. 236).
"Cuántas heridas abiertas por el rebullicio de los músicos, por las nunca oídas
melodías - amor, ensueño. Tristeza dulce, intimo júbilo, hallazgo de buscadas
expresiones- que desvelaron al pueblo y revelaron a los adolescentes un mundo, un
lenguaje nuevo, en la noche del ocho al nueve de diciembre, mundo y lenguaje
presentidos muy cerca..." (p. 310).

La música del campanario y la orquesta somnolienta iluminan y transfiguran sus


deseos cotidianos, sus rencores dormidos en una experiencia mágica que los aleja
del paraíso inmóvil para conducirles irremediablemente a la lejanía imprecisa de un
destino que permite el reencuentro con la divina esencia, la sabiduría de la naturaleza
que los libera del tiempo y la muerte.

Este destino en movimiento genera un vitalismo narrativo que amplía el contexto


psíquico, social e histórico del texto que se construye como espacio escénico
adecuado a los delirios, obsesiones, agonías de sus patéticos habitantes.

Son ahora las voces, el lenguaje que construye - en una desgarradora eternidad - a
los personajes que portan su propio destino. "El novelista tiene la obligación de
respetar su libertad, su destino": afirma Agustín Yáñez en una entrevista concedida a
Emmanuel Carvallo. "Estamos en el Filo del agua, Usted cuídese: pase lo que pase,
no se aflija, señor cura, será una buena tormenta y a usted le darán los primeros
granizazos:" (p. 376).

Son las palabras de Lucas Macías, amenazantes antes de morir culpando al padre
Isla de la desgracia del pueblo.

"María se contó entre las que rompieron el cerco de temores. La dejó atónita el
brusco vacío de Gabriel, cuyo paradero ignoraba; la tragedia de Micaela no le sirvió
de lección:" (p. 293).

"No le hagan nada. ¡suéltenlo¡ ´él no es culpable, yo fui la que quise, porque, lo quiero
y a nadie como él he querido, ¡suéltenlo¡" (p. 261)

Micaela, figura trágica y rebelde es el contrapunto de la beatería de San Miguel,


reaparece como espectro en un acto de brujería que le permite escapar del olvido y la
maldición del pueblo.

María, rebelde, se escapa del pueblo y del novelista para reaparecer en otras p.inas

"¡Mató a una mujer!


¡mató a su padre!
¡por poco y mata al Padre Islas¡ ¡Al Padre Islas, al santo!" (p. 264).

Son las voces del pueblo contra Damián Limón, héroe y villano tejido en este estatus
ambiguo de maldiciones, amor y odio que lo someten a la necesidad implacable de un
destino- héroe inmortal - gestado en el interior del relato. Porque la melodiosa y
vibrante sinfonía de la superficie textual transfiguraba en la intemporalidad del mito,
es la escritura, es el lenguaje sagrado que despierta a los héroes del sueño y los
envuelve en un espacio nuevo, un tiempo nuevo, liberados de la degradación y de la
muerte.

Y son los movimientos de estos héroes inmortales, el descenso de Gabriel desde el


campanario, la huida enloquecida de Damián Limón, la partida de María con la tropa,
el ascenso de Victoria a la torre, las turbas aterrorizadas en las calles, las tropas de
Madero que arremeten en el pueblo adormecido van gestando el cambio, el rito
imperecedero de la Revolución.
Este preludio fantasmal, es el rito que se inscribe en la memoria y configura la historia
escrita que traiciona la historia que acontece, - la Revolución Mexicana - eterno
movimiento de redención - arrancada del desgaste del tiempo y la muerte,
transfigurada en narración, en mito sugerente que origina una desgarradora
eternidad, espacio para los personajes que sólo encuentran su destino en nuestra
escondida memoria.

Sitio desarrollado por SISIB

BIBLIOGRAFÍA:

Carpentier, Alejo. Tientos y diferencias, Editorial Plaza Janés

Fuentes, Carlos. La nueva narrativa Hispanoamericana.

______________ Cuaderno de Joaquín Mortiz.

Giordano, Jaime. La edad de la Náusea Monográfico del Maitén

Vous aimerez peut-être aussi