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"Ser terapeuta es tan difícil y

arriesgado como ser persona."


La supervisión del terapeuta gestáltico
Por Paco Peñarrubia

Quiero exponer unas reflexiones sobre la supervisión, sin referirme aquí ni al


proceso, ni al paciente ni a otros aspectos de los que he escrito en otros
artículos, para centrarme en algunas consideraciones sobre el terapeuta
supervisado (Peñarrubia, 1994).

No lo concibo por tanto ni como un rol ni como una profesión, sino a lo máximo
como un oficio (entendiendo que nos referimos a una vocación); un oficio
artístico que echa raíces en el interior, que se alimenta de inseguridad y que
crece apelando a todos los recursos creativos de que somos capaces.

La supervisión del terapeuta actualiza esta práctica tradicional de los gremios


artesanales donde el aprendiz da sus primeros pasos ante la mirada más experta
del maestro. Esto no quiere decir que la supervisión sólo le sirva al aprendiz. Lo
que pasa es que el terapeuta principiante tiene algo entrañable: el estado de
gracia del neófito.

Desafortunadamente, este estado de gracia inicial luego se va perdiendo: Cuanto


más sabe uno, más cuenta se da de lo mucho que no sabe, además de perder la
frescura original los benditos riesgos de la "inconsciencia", que acaban
haciéndonos más expertos y serios y paralelamente más conservadores.

Al terapeuta novato se le diagnostican actitudes mesiánicas y entusiastas,


impaciencia por curar al otro, narcisismo omnipotente y cosas parecidas con las
que estoy de acuerdo pero no censuro. Yo creo que sin narcisismo (si es que
esto puede concebirse) nadie se metería en este oficio tan complicado y
Lo que pasa comprometido. Así, concluyamos que dicho narcisismo es, primeramente,
es que el inevitable; en segundo lugar, útil como motor profesional y por último tema
terapeuta fundamental de trabajo interior, pues antes o después uno acaba
principiante tiene descalabrándose y de eso se suele aprender mucho.
algo entrañable:
el estado de
gracia del La relación
neófito.
Veamos los temas de supervisión que con más frecuencia se refieren al
terapeuta:

Es el ámbito fundamental de la terapia, donde confluyen terapeuta, paciente y


proceso. La terapia así entendida no puede impartirla ni un libro ni un ordenador
bien programado, sino que es el resultado del encuentro humano.

Pero la relación es algo más que el encuentro físico: su potencia transformadora


y curativa depende de la actitud del terapeuta, y no olvidemos la primacía de la
actitud (en palabras de Claudio Naranjo) sobre los recursos técnicos. Supervisar
la calidad de la relación terapéutica nos lleva a reflexionar sobre la presencia y el
contacto del terapeuta.

La presencia

Si el terapeuta "no está" (o está sólo físicamente), la relación se desposee de


todo contenido humano real. A eso se refería Fritz al decir que el gestáltista
combina frustración y simpatía mientras que el terapeuta apático (el que no está)
de poco sirve. Esta es la forma más burda de ausencia (desinterés, estar en otra
cosa...) pero hay formas más sutiles de falta de presencia. La que he observado
más a menudo en supervisión es cuando el terapeuta se desconecta de sí como
Al terapeuta persona y se queda en el rol.
novato se le
diagnostican Entonces actúa como se supone que debe ser el terapeuta ideal: maduro,
actitudes neutro, respetuoso, sabelotodo... enmascarándose en este modelo y
mesiánicas desapareciendo tras de él. Otras veces el terapeuta se ausenta en sus diálogos
y entusiastas, internos teórico-técnicos; desaparece como interlocutor y se dedica la sesión a sí
impaciencia por mismo, o mejor dicho, a su intelecto, a su "maquinita de hacer terapia":
curar al otro, diagnosticando mentalmente, interpretando, sopesando qué intervención sería
narcisismo más eficaz... incluso pone en práctica esa intervención brillante o ese ejercicio
omnipotente estupendo, y cuando el paciente lo juega tampoco lo escucha porque está
y cosas imaginando qué dirían otros colegas si le vieran este bien hacer, o cómo
parecidas ... admiraría su maestro semejante creatividad...

Digamos en resumen que el terapeuta no está con su paciente, y suelo ser


bastante confrontativo cuando percibo en la supervisión esta falta de presencia
real de estar entero y comprometido, tanto si se trata de una práctica in situ (con
preguntas del tipo: ¿para quién estás trabajando?) Como en la supervisión de
casos, donde tengo bastante buen olfato para saber si el caso me lo está
"enseñando" a mí y a los compañeros de supervisión pero no compartiéndolo
desde dentro. Aunque suene a generalización, tengo constatado que la misma
actitud que aparece en la supervisión corresponde a la que el terapeuta tiene con
su cliente, así es que me fío mucho de lo que observo en el presente de la
supervisión para denunciar la falsedad de la pseudopresencia en la terapia.

El contacto

Seguimos hablando de lo mismo, ya que si el terapeuta no está, tampoco puede


contactar con el otro. La contrapartida del terapeuta que se pone técnico y
profesional es que, con quien contacta es con un caso, no con una persona, y la
relación se convierte en un juego de fantasmas.
Si el terapeuta considera ese "caso" grave, suele asustarse y el miedo va a
restarle mucha de su potencia y de sus recursos terapéuticos. Es frecuente en
supervisión, cuando indago qué temores tiene el terapeuta hacia su cliente, por
qué no está siendo claro y asertivo con él etc., que aparezcan respuestas del
tipo: "Si le digo eso, se desmorona", "si le frustro, temo que se suicide", "no
puedo tratarle de otra manera porque está muy deprimido"... Incluso si están
percibiendo bien la patología del paciente, suele haber un plus de fantasía (de
Si el terapeuta
zona intermedia o maya, que diría Perls) que desvirtúa el contacto porque sólo
"no está"
deja ver la enfermedad. También podemos entenderlo como proyecciones del
(o está sólo
terapeuta (su propio miedo a la locura o a la muerte), pero la proyección no es
físicamente),
sino otra forma de romper el contacto auténtico.
la relación
Otras veces el "caso" se considera fácil y el terapeuta hace todo el despliegue
se desposee de
técnico adecuado para que se cure rápidamente. Este es otro tema frecuente en
todo contenido
supervisión: la impaciencia del terapeuta que no le deja ver al otro como la
humano real.
persona que es sino como un mecanismo de relojería (neurótico, eso sí) que hay
que arreglar siguiendo el manual de instrucciones. Esta persecución del éxito
terapéutico tampoco permite un contacto real con el otro. El terapeuta se pone
exigente, no tolera supuestos pasos atrás" y no se percata de cuántas
expectativas propias está depositando sobre los hombros de su paciente.
En estas situaciones acostumbro a "alentar la recaída" del terapeuta como Milton
Erickson hacía con sus pacientes, preparándolos para las inevitables fases de
contracción que. Sobrevienen a las fases de expansión (C. Naranjo dice que
precisamente en la contracción está la bendición), para así disolver esta
impaciencia; y no conozco mejor antídoto que referir al terapeuta a su propio
proceso personal: cuánto tiempo le llevó darse cuenta de ciertas cosas, cómo
éstas reaparecen conflictivamente después de creerlas superadas, qué cortas
son las subidas y cuán largos los descensos... El pensamiento lineal es muy
desaconsejable a la hora de entender los fenómenos humanos y los avatares de
la relación.

El uso del sí.


Es un antiguo aforismo de los Polster que "el terapeuta es el instrumento de la
terapia", y tenemos los videos de Fritz para no olvidarnos de cómo se utilizaba a
sí mismo en sus sesiones. Los límites entre implicación y neutralidad han sido
objeto de reflexión y discusión en todas las doctrinas psicoterapéuticas, desde
los consejos de Freud a los médicos psicoanalistas, recomendándoles como
modelo:

Entonces actúa Al cirujano que deja de lado todos sus afectos y aún su compasión humana y
como se supone concentra todas sus fuerzas espirituales en una meta única: realizar una
que debe ser operación lo más acorde posible a las reglas del arte... Aquella frialdad de
el terapeuta sentimiento que cabe exigir del analista se justifica porque crea para ambas
ideal: maduro, partes las condiciones más ventajosas: para el médico el muy deseable cuidado
neutro, de su propia vida afectiva; para el enfermo, el máximo grado de socorro que hoy
respetuoso, nos es posible prestarle... El médico no debe ser trasparente para el analizado,
sabelotodo... sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado. (Freud,
enmascarándose 1980)
en este modelo y Muchos años más tarde, Lacan propugna para el terapeuta el lugar del "muerto",
desapareciendo del "sujeto no deseante", que supongo será una metáfora porque de lo contrario
tras de él. se trataría de algo utópico o incluso delirante, ya que no concibo este oficio sin
un interés humano genuino por el otro. Claudio Naranjo rescata de Perls este
uso de sí:

Fritz también era un gran manipulador de personas y en una de mis primeras


conversaciones con él definió su actividad precisamente como eso. Pero más
allá, era alguien que se usaba a sí mismo, si con "usar" nos referimos a creer en
la pricía del encuentro por encima de cualquier cosa... Y además la Gestalt ha
sido una inspiración a la psicoterapia en general por esa mayor libertad otorgada
al terapeuta, para que éste pueda utilizarse a sí mismo como persona, más que
como técnico o como espejo. (Naranjo, 1993).
A la hora de supervisar se plantea por tanto un aparente dilema: ¿cómo usarse a
sí mismo y a la vez mantener esa neutralidad que parece deseable en todo
terapeuta? Si tomamos la neutralidad como algo extrínseco, se convertirá en una
técnica, en un enfriar el mundo emocional del terapeuta, en una represión de su
contratransferencia, lo que conlleva desproveerse de una de sus mejores
herramientas. El propio psicoanálisis actual desaprueba esta represión como
restos del orden patriarcal infiltrados en la situación analítica:

En efecto, mientras reprimimos, por ejemplo, el querer dominar neuróticamente


al analizado (¡y lo queremos en una parte de nuestra personalidad!), no lo
podemos liberar de su dependencia neurótica, y mientras reprimimos el estar
dependiendo de él neuróticamente (¡y lo estamos en parte!), no podemos
liberarlo de su necesidad de dominarnos neuróticamente. (Racker, 1986)
Es una herencia de generación en generación, que el candidato a psicoanalista
aprende en su propio análisis didáctico por la falta de trasparencia de su analista:
Otras veces
el terapeuta Hay que comenzar con la revisión de nuestra posición frente a la propia
se ausenta en contratransferencia, buscando una mejor superación de los ideales infantiles y
sus diálogos aceptando en mayor grado ser niños y neuróticos aún siendo adultos y analistas:
internos teórico- sólo así venciendo mejor la represión de la contratransferencia, se conseguirá el
técnicos; mismo resultado en el candidato (alumno). (Racker, 1986)
desaparece Hay que tomar, por tanto, la neutralidad como algo intrínseco, como resultado del
como proceso de maduración interior. Perls aludía al pensamiento diferenciar al punto
interlocutor 0 de indiferencia creativa (en palabras tomadas de Friedlander) como un
y se dedica posicionamiento interior desde el que trabajar. Claudio Naranjo traduce esta
la sesión a sí habilidad de Perls como una actitud de no apego que le permitía no
mismo, o mejor engancharse, utilizar tanto los sentimientos cálidos como los negativos y todo
dicho, ello con fluidez. Al servicio del otro y de sí en un continuum de autenticidad.
a su intelecto, a Esta neutralidad como estado psicológico (más poderosa que la "atención
su maquinita flotante" o el "escepticismo benevolente" de Freud) es propia de alguien con un
de hacer gran desarrollo interior, lo cual no es el caso del terapeuta principiante; sin
terapia... embargo puede entrenársele en esta dirección y no conozco mejor camino que
alentar en la supervisión al terapeuta a usarse tanto en sus mejores recursos
como en sus aspectos más neuróticos.
No se puede cambiar algo si no se le conoce previamente y con detenimiento,
así es que recomiendo que aprovechen el impartir terapia para conocerse mejor
a sí mismos (suelo decir en broma que nunca estaremos seguros de si lo que
hacemos le sirve al paciente, pero lo que sí es seguro es que a los terapeutas
nos hace crecer) en la idea (aunque descontextualizada) de los Polster de que
"la terapia es demasiado beneficiosa para dejársela sólo a los enfermos". Yo
creo que es tan beneficiosa para el paciente como para el terapeuta, es más,
creo profundamente que en la medida en que nos sirve a los profesionales nos
permite contagiar salud, es decir, autenticidad, o lo que es lo mismo, aprender a
ser.
También he observado entre mis colegas de más experiencia, que nuestro
trabajo tiene sentido en la medida en que nos provee de autoconocimiento;
cuando éste se va colmando, lo normal es dejar de hacer terapia, o cambiar muy
significativamente la forma de hacerla, derivando hacia los terrenos de la
producción creativa y artística.
5. El estilo personal
Después de todo lo dicho, parece claro que la supervisión no tiene como objetivo
adiestrar y mejorar gestaltistas en serie sino, por el contrario afinar el estilo
terapéutico personal la forma en que cada uno siente y transmite la terapia
gestalt. En este afinamiento de lo peculiar hay que considerar tanto lo mejor del
terapeuta como sus aspectos neuróticos, para reconvertirlos en útiles de trabajo,
como ya hemos dicho.
En consecuencia son muy pocas las verdades generales, las normas de oro que
habría que recomendarle al principiante y refrescarle al experimentado, más allá
de los encabezamientos anteriores (la calidad de relación, de presencia,
contacto). Sólo falta poner más énfasis en las dos intervenciones por
antonomasia del buen terapeuta gestáltico: apoyar y frustrar.
Podríamos decir, en general que mucho del trabajo supervisor es confrontar al
terapeuta con sus dificultades de apoyar y/o frustrar, y tratar de desarrollar la
parte que más le falte, a la búsqueda de un equilibrio entre ambas.
Dicho esto, siempre habrá terapeutas más empáticos-simpáticos y otros más
frustrantes-confrontativos, pero es tarea de la supervisión rescatar los aspectos
crueles de un terapeuta amoroso y viceversa, por poner un caso.
De nuevo aquí tendríamos que referimos al estilo personal por ejemplo,
remarcando la forma particular que uno tenga de frustrar: hay terapeutas que
manejan bien la confrontación agresiva, otros lo hacen a través del humor, otros
mediante vacío... Hay terapeutas que apoyan bien a través de la palabra pero se
manejan mal en el acercamiento corporal, mientras que otros expresan mejor su
empatía con el contacto físico, etc.
Hay tantas formas de hacer gestalt como gestaltistas y no puede ser de otra
forma en una terapia que exige el uso de sí a quien la practica. El único limite
que habría que considerar en esto del estilo personal es que no se convierta en
fijación. Si un terapeuta, por tomar el ejemplo anterior, siempre y
compulsivamente confronta con humor, habría que poner en causa esta
tendencia a hacer chistes y proponerle otras maneras más directas de denunciar
al paciente.
 

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