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El soberano y el disidente – pp.

9-27, Abraham Martínez Jiménez

La temprana soledad de la democracia occidental frente a su mayor oponente ideológico (el


totalitarismo soviético) ha permitido, al fin una crítica interna y un reconocimiento de las propias
carencias. Es decir, la profunda rivalidad entre los dos bloques desplegaba un velo de perfección, o
si no, al menos de preferencia hacia la democracia gracias a su amplio margen de libertad en
contraposición con el totalitarismo comunista.
El término democracia parece ser el punto ineludible de legitimación del discurso, su mismo uso
es ya una pista de justicia. Así es que se ha abusado de su uso en una pluralidad de ambientes, y en
consecuencia se ha tergiversado y mermado su significación original. A la par, llama la atención el
abuso del término dentro del propio ambiente político. Por ello es necesario una reivindicación de la
corrección lingüística a la hora de tratar sobre asuntos políticos y un rigor responsable de los
vínculos descriptivos.
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La diferencia entre instinto y deber existente en el hombre ha abierto el horizonte de


posibilidades políticas. Emerge una polarización de las acciones correctas e incorrectas. La
coherencia social es necesaria para una existencia superior a la del resto de animales guiados por el
instinto, así el hombre es por naturaleza normativo, si quiere ser hombre -Zóon politikon-.
Esa normativa es, por tanto, creación. Esa creación ha sido adjudicada históricamente a lo Otro
y Superior, es decir, lo divino. Ajeno a los hombres y por encima; así la responsabilidad se legaba y
la legitimación venía dada. Todos obedecían la ley común y superior. La modernidad ha derribado
esa aparente concepción del hombre innata. Se ha abandonada la tierra a la suerte exclusiva de los
hombres. Lo político ya no es divino sino que emerge de nosotros mismos.

La democracia es el primer proyecto político emancipado de la divinidad. Se sostiene sobre si


misma, cosa arriesgada y frágil. Bajo una primera mirada parece algo natural y emergente, sin
embargo su florecimiento pudo no haber sido y su existencia puede no seguir siendo. Su propio
sostenimiento radica en su legitimidad intrínseca y esencial. No existe ningún derecho natural sino
que es propia creación del hombre, y ese origen sublunar es lo que la hace frágil, susceptible de caer
en la ambigüedad de la opinión y la falibilidad de lo humano. El desencanto de lo divino dificulta
una regresión que coloque la legitimidad de nuevo en lo superior y ajeno al hombre. Por lo que la
democracia nunca podrá ser ya limitada externamente.

La pieza clave de la democracia es el demos -la unión social de todos los hombres-, es el
fundamento último y la única limitación posible autorreferencial. La manera en que el demos
dialoga es mediante el principio de mayoría. El principio de mayoría es el que decide la norma,
abierto a una nueva decisión en cada momento, y sustituible por otra mayoría el día de mañana.
Otro principio básico es la inviolabilidad de los derechos de la minoría, y si reducimos esa minoría
al máximo nos topamos con el individuo que forma parte de esa demos. Así, la mayoría nunca
puede frustrar a la minoría, y como consecuencia los derechos del individuo.

Así pues tenemos que la libertad del disidente es la condición necesaria para el principio de
El soberano y el disidente – pp. 9-27, Abraham Martínez Jiménez

mayoría, y por lo tanto de la democracia. No es una consecuencia de ella, sino un fundamento. La


democracia no es el poder de la mayoría, sino el de cada uno individualmente sumado al resto de la
comunidad. Todo gobierno que se denomine democracia y no proteja el principio del disidente es
una democracia empantanada. El poder de cada uno se efectúa en la vida pública de forma limitada
a su proporción de poder y en la vida privada de forma absoluta. No obstante, el límite entre ambos
ámbitos se distingue desde la vía pública, a no ser que se apele a un “derecho natural” inexistente.
Esta decisión se debe tomar en común, la comunidad decide anteriormente su privacidad. La
primacía en este caso de la comunidad no es ontológica o constitutiva sino puramente cronológica.
Esta comunidad es el resultado de la suma de sus partes individuales, con lo que llegamos de nuevo
al principio del disidente. La convivencia de todos los seres individuales es imposible sin un
ser/estar juntos, y por lo tanto cada individuo es históricamente irrepetible. Esa exclusividad del
individuo es lo que hace al principio de la mayoría funcionar -variar su posición argumentativa-, y
no una simple suma de replicantes (simulaciones de lo humano). El poder pertenece a cada uno, y
ya que se le da prioridad al disidente, éste no pertenece al poder. El poder -de la comunidad- se
constituye con el individuo. La libertad del sujeto está antes, a menos que se atente contra el
principio del disidente, es decir, contra la libertad de los demás integrantes de esa comunidad.
La noción de individuo,pese a ser una creación social reciente, no puede evitarse, ya que
es lo constitutivo de la democracia. Así pues, la democracia debe salvaguardar al individuo.

La manera más básica de proteger al individuo que tiene la democracia es garantizar su bios
fisiológico. Sin vitalidad, es imposible la existencia de un ciudadano. Así pues el alimento debe ser
facilitado, al menos para conservar una existencia que permita el civismo. Esta decisión es tomada
por la comunidad en base al cálculo energético necesario. Otro factor es la vivienda, extensión del
propio cuerpo, lugar de reposo. Lo que pone en peligro el bios -la enfermedad- y lo que termina con
ella -la muerte- debe ser evitado. Y en todo caso, no es motivo de exclusión social. La atención
médica igualitaria evita el abismo de la diferencia entre la supervivencia y el bios. En definitivo el
bienestar físico debe estar garantizado en una democracia, ya que permite la mera existencia y ello
la vida política.

Una vez garantizada la existencia ciudadana, se debe proporcionar un saber más allá del
puramente práctico, para facilitar la participación en las decisiones públicas y privadas. La
televisión, medio informativo mayoritario, debe ser veraz.

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