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Título: Encíclica Laborem Exercens

Autor: Juan Pablo II

PUNTOS CLAVE

El trabajo constituye una dimensión fundamental de la existencia humana sobre la


tierra. El fin del trabajo va más alla del dinero, es con su trabajo –ya sea intelectual o
físico– que el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo
progreso de las ciencias y la técnica, y a la incesante elevación cultural y moral de la
sociedad en la que vive.

El trabajo, ¿un castigo o una obligación?

Los que piensan que el trabajo es una maldición se equivocan: el castigo que recibió
Adán por pecar fue que el pan diario le costaría el sudor de su frente, pero al colocarlo
en un huerto para administrarlo, estaba llamado a trabajar mucho antes del castigo por
su pecado.

El trabajo dignifica al hombre y lo hace más hombre, pues es su llamado y su deber.


En el libro de Génesis, Dios le da la orden a la humanidad “Procread y multiplicaos,
y henchid la tierra; sometedla”. Este pasaje también da otra perspectiva del trabajo: Es
a través del trabajo que el hombre confirma su dominio sobre la tierra, se da el
progreso y el desarrollo no sólo de la persona individual sino de la humanidad entera.
Es decir, el hombre debe trabajar por el hecho de que el Creador lo ha ordenado, y por
respeto al prójimo, a la propia familia, a la sociedad a la cual pertenece, a la nación de
la cual es hijo o hija, y a la humanidad entera. El mismo se ha visto beneficiado por el
trabajo de generaciones y es su deber ser coartífice del futuro de aquellos que vendrán
después de él con el sucederse de la historia.

Consideraciones y reflexiones respecto al trabajo

Al hablar del “dominio” de la tierra, surge necesariamente el tema de la tecnología. Es


evidente que la tecnología puede ser un gran aliado del trabajo, mejorándolo,
haciéndolo más eficiente. También puede ser un monstruo que desplace a los
trabajadores o los haga dependientes de ella. Sin embargo, el hombre es un ser
creativo e inteligente, capaz de adaptarse a las circunstancias, buscar soluciones y
utilizar la tecnología en lugar de ser utilizado por ésta. El hombre es esclavizado por
la tecnología sólo si no es capaz de conocerla a profundidad y dominarla, así como un
día domino la tierra.
Otro aspecto importante a considerar referente al dinero es la situación económica. El
trabajo le permite al hombre proveerse de su pan diario y es una condición para hacer
posible la fundación de una familia, atender a las necesidades básicas que incluyen no
sólo el alimento, sino también la salud y la educación. Por eso debe reconocerse que
el trabajador es digno de su salario. La justa remuneración del trabajo implica, además
del salario, las prestaciones sociales que tienen por finalidad asegurar la vida y salud
de los trabajadores y su familia, así como el derecho al descanso semanal. En el caso
de la mujer, además, el trabajo debe estructurarse de manera que no deba pagar su
promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia
en la que como madre tiene un papel insustituible.

Sin embargo, en estos tiempos modernos y sobre todo en las sociedades capitalistas,
hay una fuerte tendencia a ver al trabajador como una mercancía o como un medio de
producción, cuyo valor es meramente económico, ignorando al ser humano que
constituye y que hace que una organización pueda funcionar. El solo hecho de ser
realizado por seres humanos le da al trabajo un sentido más profundo, que no radica
en el tipo de trabajo que se realiza, si no en el ser humano que lo hace, es así que
posee una dimensión ética en sí mismo.

Esto también nos lleva a analizar que se atenta en contra de la dignidad de la persona
cuando surge discriminación para contratar personas por su sexo (en especial
mujeres), por su edad (principalmente ancianos), religión, etnia, o minusvalía.
Muchas veces, determinado puesto de trabajo podría ser ocupado igualmente por una
persona a quien le falta una pierna que una que no tiene ese problema, y de ser así,
debería darse oportunidad igual a ambas. Los minusválidos son sujetos plenamente
humanos a pesar de sus limitaciones y se debe promover con medidas eficaces el
derecho de la persona minusválida a la preparación profesional y al trabajo.

Otro problema es la situación de los inmigrantes. El hombre tiene derecho a


abandonar su país de origen y buscar mejores condiciones de vida en otro país. Es
importante que el inmigrante no se encuentre en desventaja en el ámbito de los
derechos concernientes al trabajo respecto a los demás trabajadores de aquel país. La
inmigración no debe convertirse de ninguna manera en ocasión de explotación
financiera o social. Para el trabajador inmigrante deben valer los mismos criterios que
sirven para cualquier otro trabajador de esa sociedad.

El respeto de los derechos del hombre es la condición fundamental para la paz del
mundo contemporáneo. Por esta razón, los sindicatos son de gran importancia para
velar por el beneficio del trabajador. La huelga, es un método válido y reconocido por
la Iglesia para velar y exigir el cumplimiento de éstos derechos siempre y cuándo sean
demandas justas y no se abuse de ella perjudicando a los demás.

El Estado debe velar porque las normas sociales y laborales se cumplan, evitando la
injusticia y el orden social y moral del país. Esto se refiere tanto a injusticias hacia el
empleado, como injusticias causadas por el empleado que atenten contra el mismo
trabajo y afecten el bienestar común.

Con la perspectiva adecuada del hombre respecto al trabajo, el concepto


organizacional debe cambiar en el mundo, buscando el bienestar del trabajador
mediante una política justa, con una remuneración adecuada, recibiendo seguros de
vejez, apoyo y preocupación por su salud física y mental, haciendo de esta una
actividad profunda que cava en el alma del ser humano. La solución no empieza a
nivel mundial, nosotros podemos hacer la diferencia desde la empresa en donde
laboramos o la pequeña empresa que dirigimos.

Elementos para una espiritualidad del trabajo

La Iglesia ve como un deber suyo la formación de una espiritualidad del trabajo que
ayude a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios.

Dios “trabajó” seis días y descansó en el séptimo. Dios continúa trabajando, como lo
afirma Cristo cuando dice “Mi Padre sigue obrando todavía” (Juan 5.17). El hombre,
creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador y según
la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola.
Así, el hombre se prepara a su vez para aquel descanso que el Señor reserva a sus
siervos y amigos.

En el Antiguo Testamente, se hace referencia a diversas profesiones ejercidas por el


hombre, tales como la de médico, artesano/artista, herrero, alfarero, agricultor, pastor
y pescador. En sus parábolas sobre el Reino de Dios, hizo referencia constantemente
al trabajo humano: al pastor, labrador, médico, sembrador, administrador, pescador,
mercader, obrero.

Jesucristo, Dios hecho carne, no solamente anunciaba el evangelio, sino que cumplía
con el trabajo confiado a él. Él mismo era hombre del trabajo.

San Pablo dijo: Los que trabajan sosegadamente que coman su pan y el que no quiera
trabajar no coma. También exhortó a que “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como obedeciendo al Señor y no a los hombres”. Por otro lado, es importante resaltar
que Cristo también criticó la excesiva preocupación por el trabajo y la existencia.

Todo trabajo, tanto material como intelectual, está unido inevitablemente a la fatiga.
El libro del Génesis lo expresa como una maldición y castigo que se contrapone a la
bendición originaria del trabajo.

Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el
hombre se muestra verdadero discípulo de Jesús, llevando a su vez la cruz de cada día
en la actividad que ha sido llamado a realizar.

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