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PUNTOS CLAVE
Los que piensan que el trabajo es una maldición se equivocan: el castigo que recibió
Adán por pecar fue que el pan diario le costaría el sudor de su frente, pero al colocarlo
en un huerto para administrarlo, estaba llamado a trabajar mucho antes del castigo por
su pecado.
Sin embargo, en estos tiempos modernos y sobre todo en las sociedades capitalistas,
hay una fuerte tendencia a ver al trabajador como una mercancía o como un medio de
producción, cuyo valor es meramente económico, ignorando al ser humano que
constituye y que hace que una organización pueda funcionar. El solo hecho de ser
realizado por seres humanos le da al trabajo un sentido más profundo, que no radica
en el tipo de trabajo que se realiza, si no en el ser humano que lo hace, es así que
posee una dimensión ética en sí mismo.
Esto también nos lleva a analizar que se atenta en contra de la dignidad de la persona
cuando surge discriminación para contratar personas por su sexo (en especial
mujeres), por su edad (principalmente ancianos), religión, etnia, o minusvalía.
Muchas veces, determinado puesto de trabajo podría ser ocupado igualmente por una
persona a quien le falta una pierna que una que no tiene ese problema, y de ser así,
debería darse oportunidad igual a ambas. Los minusválidos son sujetos plenamente
humanos a pesar de sus limitaciones y se debe promover con medidas eficaces el
derecho de la persona minusválida a la preparación profesional y al trabajo.
El respeto de los derechos del hombre es la condición fundamental para la paz del
mundo contemporáneo. Por esta razón, los sindicatos son de gran importancia para
velar por el beneficio del trabajador. La huelga, es un método válido y reconocido por
la Iglesia para velar y exigir el cumplimiento de éstos derechos siempre y cuándo sean
demandas justas y no se abuse de ella perjudicando a los demás.
El Estado debe velar porque las normas sociales y laborales se cumplan, evitando la
injusticia y el orden social y moral del país. Esto se refiere tanto a injusticias hacia el
empleado, como injusticias causadas por el empleado que atenten contra el mismo
trabajo y afecten el bienestar común.
La Iglesia ve como un deber suyo la formación de una espiritualidad del trabajo que
ayude a todos los hombres a acercarse a través de él a Dios.
Dios “trabajó” seis días y descansó en el séptimo. Dios continúa trabajando, como lo
afirma Cristo cuando dice “Mi Padre sigue obrando todavía” (Juan 5.17). El hombre,
creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra del Creador y según
la medida de sus propias posibilidades, en cierto sentido, continúa desarrollándola.
Así, el hombre se prepara a su vez para aquel descanso que el Señor reserva a sus
siervos y amigos.
Jesucristo, Dios hecho carne, no solamente anunciaba el evangelio, sino que cumplía
con el trabajo confiado a él. Él mismo era hombre del trabajo.
San Pablo dijo: Los que trabajan sosegadamente que coman su pan y el que no quiera
trabajar no coma. También exhortó a que “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón,
como obedeciendo al Señor y no a los hombres”. Por otro lado, es importante resaltar
que Cristo también criticó la excesiva preocupación por el trabajo y la existencia.
Todo trabajo, tanto material como intelectual, está unido inevitablemente a la fatiga.
El libro del Génesis lo expresa como una maldición y castigo que se contrapone a la
bendición originaria del trabajo.
Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el
hombre se muestra verdadero discípulo de Jesús, llevando a su vez la cruz de cada día
en la actividad que ha sido llamado a realizar.