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SOBRE POLÍTICA Y SOCIEDAD

Entradas sobre temas políticos y sociales publicadas en el blog “El jardín de


las hipótesis inconclusas” entre el 5 de junio de 2007 y el 21 de mayo de 2011.

Rafael Arenas García


ÍNDICE

Sobre
la
seguridad
a
uno
y
otro
lado
del
Atlántico………………………………………
p.
4

¿Quién
ha
de
proteger
al
consumidor?
Él
mismo………………………………………...
p.
9

La
política
exterior
y
Europa…………………………………………………………………….

p.
13

El
apagón………………………………………………………………………………………………..


p.
17

Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(I)………………………………………………………

p.
19

Sobre
los
acuerdos
y
los
consensos
(II)…………………………………………………….


p.
23

Transporte
público………………………………………………………………………………….


p.
27

Lo
del
tren………………………………………………………………………………………………


p.
29

El
incidente
de
Chile:
tres
perspectivas………………………………………………….….

p.
31

La
Unión
Europea
y
los
tópicos………………………………………………………………...

p.
34

La
energía
nuclear…………………………………………………………………………………...

p.
36

¿Representa
el
Congreso
a
los
españoles?......................................................................

p.
37

España
sí
se
rompe………………………………………………………………………………….


p.
38

La
reforma
del
sistema
electoral………………………………………………………………


p.
43

El
2
de
mayo……………………………………………………………………………………………


p.
47

Lo
que
opinan
los
expertos………………………………………………………………………


p.
50

Pensamiento
crítico,
pensamiento
dogmático…………………………………………...


p.
52

Lo
de
Bombay………………………………………………………………………………………….


p.
54

No
es
el
mejor
día…
……………………………………………………………………………….




p.
55

Pensamiento
único,
pensamiento
corporativo…………………………………………...

p.
56

Política‐ficción…………………………………………………………………………………………

p.
62

Hablando
de
Europa
en
serio……………………………………………………………………

p.
66

Decepción
y
preocupación………………………………………………………………………..

p.
71

El
Tour
en
Barcelona………………………………………………………………………………..

p.
73

Afganistán…………………………………………………………………………………………...…..

p.
75

Pequeños
detalles……………………………………………………………………………………..
p.
77

¿Madrid
2020?..............................................................................................................................
p.
79

Ser
Ministro
hoy………………………………………………………………………………………..
p.
82

Poder
fáctico,
poder
político………………………………………………………………………
p.
85

Una
mica
de
seny……………………………………………………………………………………..


p.
89

Ya
no
entiendo
nada………………………………………………………………………………….
p.
94

Revisitando
la
Transición…………………………………………………………………………..
p.
97

Un
artículo
de
Francesc
de
Carreras…………………………………………………………...
p.
100

Política
de
verdad……………………………………………………………………………………...
p.
102

La
ley
de
las
películas………………………………………………………………………………...
p.
103

La
verdadera
naturaleza
de
Europa…………………………………………………………...

p.
106

Se
acerca
el
2012………………………………………………………………………………………

p.
109

El
Tribunal
Constitucional
y
el
Estatut……………………………………………………….

p.
111

¿Qué
está
pasando?....................................................................................................................

p.
116

No
se
puede
desaprovechar
la
crisis…………………………………………………………..

p.
121

La
utilidad
del
Derecho
internacional………………………………………………………..


p.
124

Fallo
al
fin
y
sigo
sin
entender
nada……………………………………………………….…



p.
128

Una
ley
del
cine
del
siglo
XVII…………………………………………………………………..



p.
130

No
hay
mal
que
por
bien
no
venga……………………………………………………………



p.
132

La
sentencia
sobre
Kosovo……………………………………………………………………….



p.
134

Lo
público
en
“La
elegancia
del
erizo”……………………………………………………….



p.
136



 2

Sobre
procedimientos
de
independencia…………………………………………………

p.
138

¿Federalismo?...........................................................................................................................

p.
143

¿A
dónde
vamos?.....................................................................................................................

p.
146

Una
foto
y
un
comentario……………………………………………………………………….

p.
149

Una
pregunta…………………………………………………………………………………………

p.
150

La
obra
del
tripartito……………………………………………………………………………..


p.
151

¿Existe
España?........................................................................................................................

p.
152

Felicitaciones
navideñas……………………………………………………………………...…

p.
154

Idioma
y
nación
en
el
Bachillerato…………………………………………………………..

p.
155

La
Constitución
de
Cádiz……………………………………………………………………….



p.
158

¡Son
los
transportes,
estúpido!........................................................................................


p.
160

Políticas
coherentes………………………………………………………………………………


p.
162

De
salarios
y
pensiones…………………………………………………………………………


p.
165

¿Contención
salarial?...........................................................................................................


p.
169

El
debate
de
ayer…………………………………………………………………………………..


p.
171

El
principio
del
fin
de
la
sanidad
pública………………………………………………..


p.
175

Sobre
opciones
de
audio……………………………...……………………………………….



p.
178

Y
tras
el
15M
¿qué?..............................................................................................................



p.
180






 3

Sobre la seguridad a uno y otro lado del Atlántico
(5 de junio de 2007)

Por lo que me cuentan una de las muchas diferencias entre europeos y


americanos (y con el término americanos me refiero, para abreviar, a los
ciudadanos de Estados Unidos de América) es la percepción y la valoración de
la seguridad. Los americanos se creen en un país seguro y no soportan la idea
de la inseguridad, hasta el punto de que están dispuestos a dedicar no pocos
esfuerzos y recursos a dotarse de los medios suficientes para neutralizar
cualquier amenaza externa. Los europeos, por el contrario, estamos
acostumbrados a un cierto grado de inseguridad, y, no sin cierta displicencia,
consideramos como ingenuo pretender un mundo absolutamente seguro. La
mayoría de edad se alcanza cuando se es capaz de entender que el Mundo no
puede ajustarse perfectamente a nuestros deseos y somos capaces de convivir
con la imperfección, los defectos, la inseguridad, la enfermedad o la muerte.
Es propio de un estado aún poco evolucionado pensar que es posible adaptar
el Mundo a nuestro personal diseño. De esta forma, la pequeña Europa
adopta una actitud condescendiente hacia los primos americanos, y como el
anciano que no se inmuta ante el entusiasmo de la juventud, aguarda el
momento en el que la realidad, que ella ya conoce, acabe imponiéndose
también a los nuevos y fogosos dueños del Mundo.
Somos más débiles que los americanos, no somos tan ricos ni influyente,
pero contamos con la experiencia que dan los años y el sufrimiento de varias
guerras padecidas sobre nuestras tierras. Quizás los americanos, que hasta
ahora lo han tenido fácil, piensen que si se tienen los suficientes aviones y
submarinos, portaaviones y misiles podrán vivir seguros; pero en Europa
sabemos que no es así; nosotros ya tuvimos ejércitos poderosos y sabemos
que se acaban volviendo contra nosotros. Pocas familias en Europa están
libres de alguna pérdida en esa guerra civil europea que fue la Segunda Guerra


 4

Mundial en el escenario Occidental, o en la Guerra Civil española o en las
Guerras Balcánicas; esos prólogos sangrientos de lo que sería la Gran
Carnicería. Esa experiencia dolorosa nos ha curtido y aportado una sabiduría,
un "seny", que diríamos en catalán, del que carecen los americanos.
Este sentimiento del inconsciente colectivo esta presente en nuestra
visión del Mundo y de las relaciones transatlánticas. Así, por ejemplo, el 11-S
dio origen en Europa a la mayor ola de solidaridad y proamericanismo que
recuerdo. En los días que siguieron a aquella tragedia la sincera voluntad de
ayudar a Estados Unidos y cooperar con ellos frente a lo que es un enemigo
común se extendió por todos los países europeos, incluso en círculos
tradicionalmente muy antiamericanos (OTAN, no, bases fuera, yankees go
home, y cosas semejantes). Sigo pensando que fue un gran error por parte de
Estados Unidos no aprovechar aquel momento para admitir una colaboración
mayor de los países europeos en la lucha contra los terroristas; pero, bueno,
eso es otra historia. Lo cierto, y a esto venía, es que junto a este sentimiento
de solidaridad y dolor se percibía también un cierto aire de triunfo. Algo así
como si se dijera: "veis, por imponente que sea vuestro ejército es imposible
garantizar la seguridad, teníamos razón los europeos, es preciso aprender a
convivir con la inseguridad. Venid y os enseñaremos cómo hacerlo".
Quizá a finales del 2001 se pensaba en Europa que los americanos
habrían aprendido la lección y modificarían su concepción de la seguridad.
Como sabemos seis años después esto no ha sucedido. Los Estados Unidos
mantienen su visión originaria sobre este problema y su análisis se reduce,
básicamente, a que no habían hecho lo suficiente en la materia. De ahí que
hayan reforzado los servicios de inteligencia y los controles en las fronteras,
en los vuelos y demás escenarios peligrosos, tal como hemos experimentado
casi todos en los últimos tiempos.
A este lado del Atlántico, por tanto, nos lamentamos de que los
americanos no hayan aprendido la lección; pero yo me pregunto ¿la hemos


 5

aprendido nosotros? ¿Somos capaces los europeos de un cierto ejercicio de
humildad e intentar plantearnos que, quizás, no tenemos toda la razón? Quizá
los americanos están equivocados al querer construir una fortaleza
inexpugnable, pero podría ser que los europeos actuáramos de forma
inconsciente al despreciar como lo hacemos las cuestiones relativas a
seguridad y defensa.
Hace unos días Putin amenazaba con apuntar sus misiles nucleares contra
Europa (o sea, nosotros). La noticia nos ha dejado casi indiferentes. ¿Es ésta
una actitud racional? Enseguida se me dirá: "No pensarás en serio que Putin
iniciará una guerra nuclear. Eso es imposible". Pues ni lo pienso ni lo dejo de
pensar, pero es una posibilidad. Estamos acostumbrados a una forma de
razonar que procede de la época de la Guerra Fría en la que cualquier
utilización de armas nucleares se consideraba que conduciría a una guerra
nuclear total. En estas circunstancias el temor a las consecuencias de una
confrontación de esta naturaleza hacía altamente improbable que se pudiese
dar dicha utilización del arma nuclear. Pero ahora el escenario ha cambiado.
Desde hace unos años se habla con mayor libertad de utilización local de
armas nucleares, y no hace mucho el entonces presidente Chirac amenazó
explícitamente con su utilización si Francia era objeto de ataques terroristas.
La posibilidad de una utilización limitada de armas nucleares es ahora más
factible que hace veinte años. En estas circunstancias supongamos que los
rusos atacan Berlín o Rota (la mayor base naval americana en Europa)
¿responderían los franceses, ingleses o americanos a dicho ataque
arriesgándose a que sus propios países fueran atacados? No me importa tanto
la respuesta como la mera circunstancia de que se pueda plantear supone un
elemento de inseguridad para los países que no tienen armamento nuclear.
Podrían darse circunstancias en que quienes sí tienen ese armamento
especularan acerca de un ataque no respondido. Los europeos podemos vivir
con esta inseguridad, para los americanos sería absolutamente intolerable.


 6

¿Y qué pasa con las armas convencionales? Veamos el caso de Yugoslavia.
Para quienes vimos "Un globo, dos globos, tres globos", la Casa de la Pradera
o el Mundial de México, Yugoslavia era un país con el que nos
identificábamos: era un país comunista, pero menos; igual que España era un
país capitalista, pero diferente. Como nuestra renta per cápita era más baja que
la de los europeos "de verdad" y la suya más alta que la de los "auténticos"
comunistas nos veíamos parejos, y para acabar de redondear las cosas, tanto a
nivel de selecciones (fútbol, baloncesto, balonmano) como de clubes (¡Ah!
aquellos partidos Real Madrid - Zibona de Zagreb, con el inolvidable
Petrovic!) nos enfrentábamos constantemente. Un país casi como nosotros,
vaya. Como sabemos, a partir de los años 90 todo esto cambia. El país se
comienza a dividir, tema en el que ahora no entraré, y a finales de los 90 nos
encontramos con que lo que queda de él comienza a hacer cosas que no
gustan a la comunidad internacional (esto es, a la Unión Europea y a Estados
Unidos). Ciertamente lo que sucedía en Kosovo era grave y no cuestionaré la
intervención en el conflicto; pero ahora quiero llamar la atención sobre la
circunstancia de que fuera o no fuera grave la situación, al país no le quedó
más remedio que someterse al dictado exterior. Un país como España de
pronto se vio abocado o al sometimiento o a una guerra que perdió sin haber
conseguido causar una sola baja al enemigo. El hecho de que eso nos pueda
pasar a cualquier otro país de similar porte habría de causarnos cierta
preocupación. No digo que tengamos que dejar de dormir por ello; pero no
me parece normal que se obvie totalmente la posibilidad, simplemente como
si no existiera. De nuevo aquí se observa la diferencia de percepción entre
europeos y americanos. Nosotros podemos vivir sabiendo que dependemos
de la voluntad de otros, que cuando sacamos las tropas de Irak un submarino
nuclear americano entra en la bahía de Cádiz rememorando la época de las
cañoneras, que estamos a merced de las decisiones que se toman en sitios muy
alejados de Madrid o Barcelona. La inseguridad no nos mata. Para un


 7

americano una situación así sería sencillamente insoportable.
Alguien podrá decir: "¿Y qué podemos hacer?". Pues no lo sé, pero de
momento preocuparnos.


 8

¿Quién ha de proteger al consumidor? Él mismo
(30 de junio de 2007)

Tengo la impresión de que en los últimos tiempos el cabreo de los


consumidores se ha hecho crónico. Permanentemente tenemos la sensación
de que se nos toma el pelo. Si vamos a coger un avión sólo nos queda rezar
para que el vuelo salga con poco retraso, para que en caso de dificultades
técnicas no nos acabe deteniendo la policía por protestar en el mostrador de la
compañía, y para que en caso de anulación alguien se apiade de nosotros y nos
dé una cama donde dormir. En las compañías telefónicas es mejor no pensar
en lo que pagas. Estos días leíamos la noticia de que una compañía de
telefonía promocionaba una oferta de esas que te permiten elegir unos
cuántos números de teléfono con los que hablar por muy poco dinero. Parece
ser que te dabas de alta y te seguían cobrando lo habitual, o sea, un atraco; y si
protestabas ni caso te hacían. En otro orden de cosas, quién no se ha
cabreado por un inoportuno corte eléctrico que te ha dejado unas cuantas
horas sin luz, y, en mi caso, además, sin calefacción ni cocina (porque en mi
casa todo es eléctrico). De los bancos prefiero no hablar...
Lo peor en estos casos es que tú sabes que tienes razón, que la compañía
de que se trate no tiene derecho a dejarte sin servicio, que ha de esforzarse en
cumplir con lo pactado y que tú estás en tu derecho de reclamar y que te
hagan caso; y, sin embargo, el que se siente en una situación de total
indefensión es el consumidor. Es el agraviado y, con frecuencia, es el que
tiene que oír al otro lado de la línea de atención al cliente, "cálmese, no, eso
no lo podemos hacer", "eso no es de mi competencia", "no, no puedo pasarle
a mi superior", "presente una reclamación por escrito", "le paso con un
compañero que le facilitará la dirección", "la dirección está en su factura"... y
así sin obtener nada.
A mi me pasa que tengo la sensación de que a las compañías les da lo


 9

mismo que protestemos o no porque saben que, en última instancia, no
acudiremos a los tribunales a demandarlos, y que en caso de que algún loco así
lo haga al final lo que obtenga no alterará la cuenta de resultados de la
empresa. La consecuencia de todo ello es que muchas compañías de servicios
especulan con el incumplimiento. No temen dejar de cumplir sus
compromisos porque las hipotéticas sanciones en las que incurran serán
inferiores a lo que obtienen ofreciendo unos servicios peores que aquéllos a
los que tendríamos derecho.
El consumidor se encuentra, pues, en una situación de indefensión. Los
mecanismos de los que dispone para presionar a quien le suministra servicios
no son lo bastante peligrosos como para que quienes gestionan esos servicios
se sientan amenazados. Ante esta situación al consumidor sólo le queda
confiar en la administración; pero ¡menuda esperanza! En alguna ocasión en
que me dirigí a la Consejería de Industria para protestar por el mal servicio
eléctrico que recibo se me contestó que la compañía eléctrica era una
compañía privada y no un ente público, y fuí yo quien tuve que recordar a la
administración lo que es un servicio público, aunque esté gestionado por
empresas privadas. La tutela de la administración no es solución. Además, si
todo ha sido privatizado (energía, telefonía, agua, carreteras, etc.) ¿por qué
razón el control del correcto funcionamiento de todos estos servicios ha de
quedar en manos de la Administración? ¿No sería más lógico que el control
también se privatizara en favor de los usuarios de estos servicios?
Para conseguir esta privatización debería dotarse a los consumidores de
recursos que realmente fueran amenazantes para las compañías que prestan
servicios. Estos recursos podrían pasar por una figura desconocida en Europa,
pero muy popular en Estados Unidos: los daños punitivos. ¿En qué consiste
esto de los daños punitivos? Veamos un ejemplo. El otro día asistí en una
aeropuerto español a la siguiente situación: un avión tenía que salir de la
Barcelona para llegar a Granada, el vuelo a Granada tenía que llegar a eso de


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las 22:00 para despegar de nuevo hacia las 23:00 y regresar a Barcelona. El
vuelo salía con retraso de Barcelona, de tal manera que no llegaría a Granada
hasta pasada la medianoche. Como el aeropuerto de Granada cerraba poco
después de la medianoche resultaba que el avión no podría despegar de
Granada hasta el día siguiente. Seguramente esta circunstancia impediría que
ese avión cubriera el servicio que tenía asignado a primera hora del día
siguiente, lo que obligaría a la compañía a buscar alternativas costosas; pero
qué se le va a hacer, pensé yo. Ningún problema había para que el avión que
salía de Barcelona aterrizase en Granada por lo que en ningún momento
pensé que podía suceder cosa distinta a la llegada tardía del vuelo de
Barcelona. Pues no, la compañía decidió desviar el avión a Málaga, de dónde
sí podía volver a despegar. La compañía cubría así su previsión, y si los
pasajeros protestan por mandarlos a Málaga en vez de a Granada, pues se les
indemniza con la miseria prevista por las molestias causadas y en paz.
¿Qué tienen que ver los daños punitivos con todo esto? Si en nuestro
sistema existieran los daños punitivos el pasajero que quisiera reclamar
judicialmente en este caso podría verse favorecido con una indemnización que
fuera mucho más allá de los daños que a él se le causaron. Se le impondría una
multa civil a la compañía de un montante elevado, hasta el punto de que fuera
disuasoria, y que iría al bolsillo del ciudadano reclamante. Así, por ejemplo, el
importe de todos los pasajes gestionados por la compañía infractora durante
una semana. Una cantidad que podría alcanzar cientos de miles o millones de
euros. Esta figura existe en Estados Unidos y explica algunas de las
millonarias (en dólares) indemnizaciones concedidas por los tribunales de
aquél país. La ventaja de los daños punitivos es doble: por una parte el
consumidor tiene un incentivo para reclamar, pues no estamos hablando de
unos cientos o pocos miles de euros, sino de cantidades muy superiores. Por
otro lado, las compañías temen estas condenas, a diferencia de las que les
pueden imponer en nuestro sistema legal, lo que hace que sean más


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cuidadosas a la hora de especular con el incumplimiento.
Nunca podremos estar seguros de si una determinada empresa hace todo
lo posible por ofrecer un servicio de calidad, pero debemos de dotarnos de los
medios adecuados para que no sea económicamente rentable operar de otra
forma. En la actualidad la compañía que cumple -si hay alguna que lo hace- es
por altruismo, no porque el sistema legal la obligue a ello más allá de la pura
formalidad.


 12

La política exterior y Europa
(23 de julio de 2007)

Tras el último Consejo Europeo Tony Blair tranquilizaba a los británicos


diciéndoles que la política exterior británica seguiría decidiéndose desde
Londres. Esta era su manera de hacer explícito un nuevo fracaso en la
construcción de una auténtica política exterior europea (comunitaria, de la
Unión Europea, como se quiera decir, aunque detrás de cada una de estas
opciones terminológicas se escondan matices importantes). Como resumen
me parece excelente, irrefutable y, además, lógico y deseable. ¿Dónde se va a
hacer la política exterior británica si no es en Londres? No es éste el
problema. La política exterior británica la decidirá el gobierno de Londres, al
igual que la francesa será competencia del Presidente de Francia y su
Gobierno, y la española del inquilino de la Moncloa. Se trata de una evidencia
que roza la tautología. De igual forma la política exterior que pueda hacer
Cataluña, el País Vasco o Baviera se habrán de decidir en Barcelona, Vitoria y
Múnich, respectivamente. El problema, como digo, no es éste, sino dónde se
hace la política exterior europea. Lo que habría de discutirse no es si Bruselas
ha de condicionar o no, y en el primer caso en qué medida la política exterior
británica, sino cómo ha de hacerse la política exterior europea y de qué
medios se la dota. Con frecuencia, sin embargo, se confunden las dos cosas y
la frase de Blair con la que empezaba es muestra de este equívoco.
El desenfoque es, seguramente, consecuencia de que la política exterior ha
sido una competencia exclusivamente estatal y no se entiende fuera de la
lógica estatal. De esta forma, la asunción de competencias en materia de
política exterior por parte de Europa se ve como una operación de suma cero
respecto a las competencias exteriores de los Estados: las competencias que
asume Bruselas las pierden los Estados. Se trata de parcelas de poder que los
Estados ceden a Bruselas. La alternativa a esta cesión es que Bruselas se limite


 13

a coordinar las políticas exteriores de los Estados. De esta forma, quienes
seguirán ejerciendo las funciones propias de la política exterior serán los
Estados, pero de acuerdo con las instrucciones o planteamientos que hayan
sido adoptados en el seno de las instituciones europeas. En este último caso
las políticas de los diferentes Estados serían solamente instrumentos en
manos de las instituciones comunitarias, quienes ejercerían por medio de los
Estados un papel en el ámbito internacional que superaría sus limitaciones
como organización internacional.
Este planteamiento y las alternativas que ofrece creo que son muestra de
una manera de razonar que está en fase de superación. La política exterior no
es una añadido al resto de políticas, sino la cara externa de todas ellas. Es por
esto que todos los entes con poder político tenderán a asumir, por unos
medios u otros, cierta acción exterior. En España podemos ver cómo las
Comunidades Autónomas pugnan por tener un papel en las relaciones
internacionales, superando la competencia exclusiva del Estado en esta
materia, y ello porque no pueden desconocer que esta política exterior
condiciona las políticas internas. Cómo se haga realidad esta política es otra
cuestión. Bien pudiera ser que esta vocación exterior de los entes infraestatales
se canalice a través de órganos estatales, o también puede suceder que estos
mecanismos se consideren como insuficientes y se planteen alternativas. Las
posibilidades son muchas, pero aquí quiero destacar únicamente que es
ingenuo pretender que los entes diferentes del Estado pueden renunciar a
ejercer competencias exteriores por el hecho de que tradicionalmente ésta
haya sido una competencia atribuida en exclusiva al Estado.
Esta es la situación en la que se encuentra Europa. Europa es un ente
diferente de los Estados que lo componen. Ejerce ciertas políticas y posee una
dinámica propia. En estas circunstancias es inevitable que tenga una política
exterior, y de hecho la tiene. Como es sabido desde hace mucho no se discute
que en el ámbito comercial la Comunidad Europea desempeña una actividad


 14

exterior muy destacable. Esta dinámica comercial, a su vez, debe generar
competencias en otros ámbitos, pues resulta también ingenuo pretender que
los acuerdos comerciales dependen únicamente de las cuestiones comerciales.
En la actualidad, sin embargo, esta dimensión "política" de la actuación
exterior comunitaria es fruto de las presiones y maniobras de los Estados, que
utilizan de esta forma a la Comunidad en beneficio de sus propias políticas.
Y es aquí donde llegamos al punto al que quería llegar. Es lógico,
razonable y deseable que la política exterior británica se decida en Londres;
pero creo que no lo es que sea también en Londres (o en París o en Madrid o
en Varsovia... o en La Valetta) donde se decida al política exterior europea.
Actualmente, al carecer la Unión Europea de órganos propios que puedan
actuar con suficiente margen en este ámbito es la situación que nos
encontramos. La construcción de una política exterior europea no se ha de
plantear como un ejercicio de renuncia de los Estados a ámbitos
competenciales que les son propios, sino como el reconocimiento de que la
asunción de las competencias que ya tiene la Unión Europea obliga a dotarla
de instrumentos para poder desarrollar su actuación también en el ámbito
exterior. No se trata de un juego de suma cero. La creación de una auténtica
política exterior europea no debería necesariamente mermar el poder actual de
los Estados miembros de la Unión, sino que, al contrario, aumentaría éste al
dotarles de un poderoso aliado en las confrontaciones a las que nos tenemos
que enfrentar en un mundo globalizado.
Claro está -y éste es el problema de fondo- que la creación de esta política
exterior limitaría las posibilidades de utilizar la política exterior (¡y de defensa!)
de los Estados europeos en contra de otros Estados europeos. Por desgracia
la situación en la que nos encontramos actualmente es la de que muchos
Estados miembros de la Unión, sino todos, aún mantienen en sus Ministerios
de Asuntos Exteriores la lógica de que ha de debilitarse a los tradicionales
rivales, que ahora son también aliados en el seno de la Unión. No soy


 15

ingenuo, y sé que mientras esta orientación no cambie nadie se tomará en
serio la construcción de esta política europea. En ese sentido la frase de Blair
es, de nuevo, tremendamente significativa.


 16

El apagón
(24 de julio de 2007)

Si algo me sorprende del apagón de Barcelona es el protagonismo que han


asumido en la resolución de las crisis la Generalitat y el Ayuntamiento de la
ciudad. Y me sorprende porque hace no mucho, cuando en mi pequeño
pueblo sufrimos varios apagones seguidos me dirigí a mi Ayuntamiento y a la
Generalitat y en ambas sedes mostraron su extrañeza por mi llamada. Más o
menos me vinieron a decir lo siguiente: "Bueno, el problema que plantea se
enmarca en la relación que tiene usted con una compañía privada, Fecsa-
Endesa, no es cuestión en la que deba entrar la Administración. Si acaso, si no
le satisfacen las explicaciones de la compañía puede dirigir una queja al
Departamento de consumo de la Generalitat".
Tal como indicaba en una entrada anterior de este blog, me armé de
paciencia y le expliqué a quien me atendía en la Generalitat lo que era un
servicio público, aunque estuviera gestionado por una empresa privada; pero
ni por esas me hicieron caso. Acabaron admitiendo que sólo si estaban
afectadas muchas personas se dignaría la Generalitat a molestar a los señores
de Fecsa-Endesa. Unos meses después veo que sí, que efectivamente, que
cuando están afectados unos cuantos miles de barceloneses se producen los
movimientos que no fueron considerados necesarios cuando los afectados
fueron unos centenares de ciudadanos en Santa Perpètua de Mogoda.
Lo que no entiendo es cómo la competencia de la Administración no
existe si los afectados son 99 y sí existe cuando los afectados son 100 (o no
existe cuando son 99.000 y sí existe cuando son 100.000, me da igual dónde se
ponga el límite). O mejor dicho, sí lo entiendo: quienes nos gobiernan no
ejercen las competencias que tienen en beneficio de todos, sino únicamente
cuando las repercusiones mediáticas pueden tener transcendencia electoral.
Evidentemente no puedo estar de acuerdo con el planteamiento, debiendo ser


 17

tarea de todos nosotros exigir en todo momento y circunstancia que la
Administración actúe con intensidad y contundencia en la defensa de los
intereses de los ciudadanos, en este caso de los consumidores. No es tolerable
el que solamente se alce la voz cuando la faena es de campanillas, como la que
nos está afectando estos días.
Pero es que, además, esta inactividad de las administraciones contribuye a
que se den situaciones como ésta. Las compañías eléctricas saben que nada les
pasará en caso de que dejen a un barrio o dos sin electricidad durante unas
horas. Algunas míseras indemnizaciones y unas cuantas llamadas de protesta.
En estas condiciones es más lógico aguantar el chaparrón de los usuarios
cuando cae la línea que adoptar medidas para evitar que caiga. Lo que sucede
es que cuando se juega con fuego te puedes acabar quemando. Si la actuación
de las administraciones fuera contundente con los "pequeños" incidentes que
se suceden casi a diario en nuestros pueblos (cortes, averías, subidas o bajadas
de tensión) quizá se hicieran las mejoras necesarias para que no sucedieran
desastres como el que afecta a Barcelona estos días. En el cuidado de lo
pequeño está el germen de la salud de lo grande.


 18

Sobre los acuerdos y los consensos (I)
(24 de agosto de 2007)

Uno de los fenómenos que me entretienen de vez en cuando es la


observación de la forma en que ciertas palabras o expresiones son asumidas
por todos nosotros en muy poco tiempo. No me refiero a la aparición de
palabras nuevas, normalmente procedentes del inglés y asociadas con
frecuencia a los cambios tecnológicos; sino a cómo términos de uso
restringido -aunque, a veces, entendidos por todos- comienzan a ser utilizados
por los medios de comunicación, los políticos y, finalmente, por todos
nosotros. Con frecuencia, una vez que se produce esta generalización nos da
la impresión de que siempre han estado ahí, que siempre han sido utilizados
con la asiduidad y el sentido que nosotros le damos; y nos cuesta asumir que
hubo un tiempo en la palabra "solidaridad" no se usaba con más frecuencia
que términos como "farfullar" o "soliloquio"; en que habíamos de recurrir al
diccionario para conocer el significado exacto de "consenso"; o (y esto es más
reciente), en que los empates eran simplemente empates y no "empates
técnicos", como se dice ahora.

Pongo ejemplos que tienen significado para mí. Cada cual, seguramente,
tendrá los suyos. En lo que se refiere a "solidaridad", fue la aparición del
sindicato en Polonia a principios de los años 80 del siglo XX lo que
popularizó la palabra, que era evidentemente, conocida, pero poco
pronunciada. Yo todavía recuerdo cómo nos trabábamos al decirla. Una vez
adquirida soltura, sin embargo, debimos pensar que un esfuerzo como aquél
debía de ser aprovechado, y la palabra prosperó, hasta el punto de que hoy en
día cuesta encontrar un sólo párrafo que pretenda despertar los buenos
sentimientos que no la utilice varias veces. Los empates técnicos proceden, si
no me equivoco, de las elecciones generales de 1993. La igualdad en los


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sondeos entre el PSOE y el PP hizo que fuera frecuente la aparición en los
medios de los responsables de las encuestas, quienes, con frecuencia, se
referían a la situación como "un empate técnico", queriendo significar algo así
como que el margen de error que tiene cada sondeo era mayor que la
diferencia en la intención de voto entre ambos partidos, lo que impedía
determinar quién sería el ganador de las elecciones. La expresión gustó, y
desde entonces hemos sufridos empates técnicos insospechados (cuando un
partido de fútbol acaba con el resultado de 2-2 ¿nos encontramos ante un
empate técnico o se trata de un simple empate, mondo y lirondo?).
Dejo para el final el consenso, que es el término el que hoy me quiero detener.
En mi memoria la proliferación del término se remonta a la transición. En
aquella época se empleó con frecuencia, asociándose a las complejas
negociaciones entre las distintas fuerzas políticas que tuvieron como resultado
la democracia en la que hoy vivimos. Pese a que el diccionario no diferencia
en exceso entre acuerdo y consenso, los que, aún como niños, fuimos testigos
de aquellos años podemos percibir una diferencia entre ambos términos.
Cuando se hablaba de consensos y no de acuerdos se transmitía la impresión
de una complicidad entre las partes que puede no darse en el acuerdo. El
acuerdo supone una regulación que conviene, en un momento y
circunstancias dadas, a quienes llegan a él. En los años 70 del siglo XX
percibíamos el consenso como algo más profundo. El encuentro de aquellos
puntos en los que el parecer y el sentimiento coincidían. En un acuerdo no es
preciso que sus autores piensen que lo acordado es correcto. Tras concluirlo
ambos pueden pensar de forma diametralmente opuesta habiéndose
conseguido tan solo un instrumento útil para fines que interesan a ambos.
Cuando hablamos de un consenso debemos ir más allá. No se trata de
determinar hasta dónde puedo llegar en la negociación para conseguir el
máximo provecho para mis intereses, sino encontrar aquellos puntos o
planteamientos en los que existe una coincidencia. El consenso permite, por


 20

tanto, identificar lo que de común hay entre quienes sostienes opiniones
divergentes. Este punto común ya no precisa ser acordado, porque es el
mismo para todos.

Durante la transición, los ciudadanos de a pie creímos percibir que los


políticos habían identificado efectivamente estos puntos de consenso que nos
permitirían avanzar como país. Ese terreno más allá de los acuerdos o disputas
que nos otorgaba una cierta seguridad. La confianza de que había ciertos
referentes que no cambiarían. Esta sensación de seguridad, fruto,
precisamente del consenso, que no del acuerdo, fue, creo, uno de los grandes
logros de la transición.

Ahora, treinta años después he de confesar que echo de menos ese consenso.
En estos treinta años el mundo ha cambiado y el país ha cambiado. Quizás sea
esta la causa de que ciertos elementos de aquél consenso de la transición estén
sometidos a escrutinio. La forma del Estado (la monarquía parlamentaria) y la
estructura de éste (el estado autonómico) están siendo cuestionados en los
últimos años. No es que haya una propuesta formal para cambiar la forma o la
estructura del Estado, o al menos las formulaciones explícitas y expresas de
esta pretensión no han traspasado más que la epidermis de la sociedad y la
política española; pero sí se percibe la duda sobre ambos extremos, duda que
es visible tanto en el discurso político como en los medios de comunicación o
en las conversaciones ante el café del ciudadano común. Es una percepción
subjetiva, pero que no creo que se aleje excesivamente de la realidad. Además,
cuando estamos hablando de consensos casi tan importante como el
contenido del acuerdo es la percepción del mismo. Cuando se aprecia que
existen dudas en el discurso público sobre el mismo gran parte del efecto de
estabilidad que se le presumen se volatiliza.


 21

Ciertamente, este debilitamiento del consenso, que a mi personalmente me
preocupa y disgusta, puede ser positivo. El cambio a una situación diferente a
la actual precisa la ruptura del consenso, y para quien esté interesado en llegar
a ese escenario este cuestionamiento será percibido como positivo. No
discuto que esta percepción sea tan valiosa, al menos, como la mía, y no
pretendo que haya elementos objetivos que nos permitan averiguar cuál es
mejor; aquí me limito a ponerlo de relieve para, a continuación, y en otra
entrada, reflexionar mínimamente sobre algunas de las consecuencias de esta
situación.


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Sobre los acuerdos y los consensos (II)
(25 de agosto de 2007)

De acuerdo con mi percepción, por tanto, el consenso es la base sobre la


que se pueden construir acuerdos. Los consensos, por tanto, desempeñan un
papel fundamental en cualquier sociedad. En la nuestra, y en las circunstancias
actuales, creo que son especialmente necesarios. Ello es debido a que en los
primeros años del siglo XXI todo el mundo, y también nosotros, los
españoles, debemos ajustar nuestras estructuras sociales y políticas a un
fenómeno de transcendencia multisecular como es la globalización. Una de las
muchas consecuencias de el proceso de integración mundial es la necesidad de
repensar la forma en que se organizan políticamente las sociedades, pues el
Estado, monopolizador del poder público en los últimos siglos, ve su posición
cuestionada.
Hace unos años tenía la percepción de que España se enfrentaba a este
fenómeno en mejores condiciones que otros países, precisamente por la
existencia de un modelo de Estado descentralizado y flexible. El Estado
autonómico permite diferentes diseños y pruebas que podrían facilitar la
adaptación a las exigencias de la globalización. Me imaginaba un escenario en
el que sería posible discutir abiertamente sobre el papel del Estado, las
Comunidades Autónomas y las corporaciones locales con el objeto de
conseguir un sistema que permitiera satisfacer las necesidades de los
ciudadanos (infraestructuras, seguridad, sanidad, educación...) en un entorno
cada vez más influido por el exterior como es el que nos toca vivir en la era de
la globalización.
En este sentido, una reforma del Estado autonómico, pensando qué
competencias debería asumir el Estado central, cuáles las Comunidades
Autónomas y la forma en que el Estado debía ejercer una necesaria función de
coordinación, me parecía ineludible para actualizar el modelo que había


 23

surgido en los años 70. Los puntos que deberían abordarse en ese debate son
muchos, evidentemente, pero aquí destacaré solamente dos, que me parecen
cruciales: la competencia impositiva y la política exterior. En lo que se refiere
al primero mi reflexión es la de que resulta poco coherente que cuando son las
Comunidades Autónomas las que asumen la mayoría del gasto público
(competencias en materia de educación, sanidad, parte de las infraestructuras,
etc.), sea el Estado central el que mantenga un casi monopolio en materia de
ingresos, esto es, impuestos. Una mayor responsabilidad de las Comunidades
Autónomas en materia impositiva me parece ineludible. En el segundo de los
ámbitos, sin embargo, creo que resultaría conveniente fortalecer la posición
del Estado central. La política exterior actual sigue siendo un coto casi cerrado
a los Estados, y, desde mi desconocimiento, tengo la impresión de que flaco
favor se hace a nuestros intereses debilitando la posición exterior de la
diplomacia española. Ahora bien, esto no quita para que esta misma
diplomacia y, en general, la acción exterior del Estado, haya de ser
extraordinariamente cuidadosa con los intereses de todas las Comunidades
Autónomas, debiendo establecerse cauces eficaces para que nuestra política
exterior sea leal a todos los españoles.
El proceso de reforma de los Estatutos de Autonomía que estamos
experimentando desde hace unos años debería ser el lugar idóneo para que se
produjera esta actualización de la estructura del Estado. Mi impresión, sin
embargo, es la de que este proceso no va por estos derroteros. Más bien se ha
asemejado a un regateo competencial con un déficit claro de reflexión. Las
causas de este fracaso (fracaso para mí, evidentemente, son muchos los que se
muestran satisfechos con lo conseguido) son varias; pero una de ellas creo que
es precisamente la ruptura del consenso a la que me he estado refiriendo. Me
explico: si existiera un auténtico consenso sobre la estructura del Estado, esto
es, si no se discutiera la unidad de España, se podría reformular el sistema
competencial sobre bases objetivas, determinando lo que debe ser estatal o


 24

autonómico únicamente sobra la base de criterios de eficiciencia y
racionalidad. De existir ese consenso tanto el Estado como las Comunidades
Autónomas partirían de la misma base para, sobre ella construir el acuerdo.
Sucede, sin embargo, que para ciertas fuerzas políticas el proceso de reforma
estatutaria es entendido como una fase más en la consecución del objetivo
final que es la independencia de la Comunidad Autónoma (País Vasco,
Cataluña, Galicia). Desde esta planteamiento cuantas más competencias se
asuman, mejor, siempre mejor, y si esa asunción plantea problemas de eficacia
o no existen recursos para poder ejecutar las acciones que implica la
competencia o, simplemente, se trata de competencias que objetivamente es
mejor no tener (léase, competencia penitenciaria), da igual. Todos estos
problemas son considerados como menores en tanto en cuanto el objetivo
principal es la reivindicación de cuantos ámbitos de poder se pueda.
Desde la perspectiva del Estado central, en cambio, una vez que se pone
de manifiesto que el objetivo final puede ser la independencia, el proceso de
atribución competencial se examina de una forma cuidadosa. Ahora el
objetivo pasa a ser ceder cuantas menos competencias mejor y, desde luego,
retener aquéllas que resulten más significativas. Cualquier cesión en materia
impositiva será extraordinariamente difícil de conseguir, por ejemplo. El
resultado es que la final el reparto es más fruto del mercadeo que de la
reflexión sin que se lleguen a afrontar los auténticos problemas que afectan a
la organización de los poderes públicos en el mundo complejo en el que nos
toca vivir.
Se trata, para mí, de un resultado descorazonador, no tanto porque tema
que se pueda llegar finalmente a la pérdida de la unidad del Estado (lo que
desde mi perspectiva tampoco sería una buena noticia), como porque conduce
a un discurso y una reflexión incoherentes. Al perder las bases del
razonamiento, de nuevo el consenso que tanto echo de menos, se produce un
debate deslavazado, lleno de vaguedades y confusiones. Pondré un ejemplo: la


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tan traída y llevada incoherencia del Partido Popular al impugnar ante el
Tribunal Constitucional determinados preceptos del Estatuto de Cataluña que
son idénticos a ciertos preceptos del Estatuto de Andalucía que fue aprobado
con los votos del PP. Aparentemente se trata de una incoherencia que,
además, arrastra otras consigo; pero solamente es tal si nos quedamos en el
discurso más formal. Si se analiza el proceso en la clave que aquí defiendo la
actitud del PP es coherente. En Andalucía ninguna fuerza política significativa
reclama la independencia de la Comunidad, por lo que no existe problema en
que se trasladen ciertas competencias del Estado a la Comunidad y que se
adopte un determinado lenguaje (la famosa nacionalidad histórica). En
Cataluña, en cambio, la situación es diferente; resulta, por tanto, necesario
limitar la ampliación de competencias de una Comunidad Autónoma en la que
muchos desean dar un nuevo paso hacia la independencia lo más pronto que
resulte posible.
En definitiva, nos encontramos en un cruce de caminos. Yo no digo para
donde debamos tirar, pero no podemos quedarnos indefinidamente aquí, o de
nuevo seremos atropellados por quienes circulan más rápidos y seguros que
nosotros.


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Transporte público
(13 de octubre de 2007)

No es en absoluto original quejarse del mal estado del transporte público


en el área metropolitana de Barcelona. Yo mismo lo hago constantemente
desde hace más de diez años. Y no porque los trenes vayan con retraso o
existan averías, que es lo que está sucediendo últimamente, sino porque la
propia infraestructura es absolutamente insuficiente para la magnitud de un
centro como es Barcelona y su entorno. Aquí sí que soy original porque mi
planteamiento es que hay que ir mucho más allá de solventar las ineficiencias
actuales y ampliar aquí o allí alguna línea de metro o de cercanías. Mi
planteamiento es que hay que diseñar un transporte público para el área
metropolitana que sea una alternativa real al automóvil. Este planteamiento
está muy alejado de los discursos oficiales. El otro día lo pude comprobar
cuando en el Suplemento de El País con motivo del aniversario de la edición
para Cataluña de ese periódico se indicaba que el futuro sería que hacia el año
2030 la red de cercanías funcionase como un metro del área metropolitana.
¡Dios mío! ¡En el 2030! ¡Pero si para el 2030 yo ya estaré casi jubilado!
Además, ¿qué entenderán por un metro del área metropolitana? ¿algo así
como lo que son hoy los Ferrocarriles de la Generalitat? No, yo no quiero
algo que funcione "como un metro del área metropolitana". Quiero "un metro
del área metropolitana"; porque sólo este tipo de transporte permitiría que
dejáramos los coches en casa. Hasta que esto no suceda, las llamadas de los
políticos, la Administración y los grupos ecologistas a la utilización del
transporte público no serán más que brindis al sol. Hasta entonces la
culpabilización al ciudadano por no utilizar el transporte público no será más
que un ejercicio de hipocresía.
Y es que la gente no es tonta. Si el transporte público fuera eficaz ¡vaya si
lo cogeríamos! Lo que sucede es que, actualmente, ocupa más tiempo realizar


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un desplazamiento en transporte público entre dos puntos del área
metropolitana, uno de los cuales no sea Barcelona, que utilizar el automóvil o
la moto. Pondré un ejemplo que padecí el 11 de octubre.
Tenía que desplazarme desde Granollers hasta la UAB, en Bellaterra. A
las 8:30 inicie mi viaje. No llegué a la UAB hasta las 10:20, incluyendo aquí el
desplazamiento a pie hasta la estación de Granollers y la conexión, también a
pie, entre la estación de cercanías del Paseo de Gracia y la de los Ferrocarriles
de la Generalitat de la calle Provenza. Es cierto que podía haberme
equivocado y no haber optado por la mejor combinación. Es por eso que
antes de escribir esto consulté lo que me proponía la web de Cercanías.
Introduje los datos de mi recorrido y el resultado es que podría estar en la
Estación de la UAB a las 9:59. Como la estación de la RENFE me queda
bastante más lejos de mi destino final en la UAB que la de los Ferrocarriles de
la Generalitat, no encontré ventaja significativa entre la opción que me
proponía la web de RENFE y la que yo había tomado. Algo más de hora y
media para un desplazamiento que en línea recta no son más de veinte
kilómetros.
El mismo 11 de octubre por la tarde hice el desplazamiento entre
Granollers y la UAB en automóvil. Salí de Granollers a las 16:25 y llegué a la
UAB a las 16:45.
¿Alguien en su sano juicio optará por el transporte público en estas
condiciones?


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Lo del tren
(25 de octubre de 2007)

Ayer me comentaban que algunas empresas de Barcelona habían decidido


no contratar a quienes vivieran fuera del municipio de Barcelona, aunque se
tratase de núcleos separados por unos pocos kilómetros del centro de la
ciudad. La razón es que con el actual caos en el transporte del área
metropolitana es previsible que tales trabajadores lleguen sistemáticamente
tarde a sus oficinas, talleres o fábricas.
No se trata de una anécdota. Es el primer síntoma claro de la
fragmentación del área metropolitana. El primer indicio de que corremos el
riesgo de que la "gran Barcelona" quede rota, desde una perspectiva
económica y sociológica, en una docena de núcleos aislados entre sí. De
suceder esto nos encontraríamos ante un escenario que tendría que
preocuparnos.
Desde hace años vengo comentando que echo en falta una auténtica red
de transporte público del área metropolitana. Las infraestructuras existentes
permiten conectar -más mal que bien, como se está viendo- la periferia con el
centro de la ciudad; pero las conexiones entre puntos diferentes de la periferia
son lamentables (véase, por ejemplo, la experiencia de viajar desde Granollers
hasta Bellaterra que relato en una entrada anterior). Tengo la intuición de que
esta falta de integración perjudica gravemente el desarrollo económico de la
región, pues impide aprovechar todas las ventajas que ofrecería una auténtica
conurbación en la que las empresas, los trabajadores y los consumidores
pudiesen desplazarse, elegir y ofrecer servicios fácilmente en todos los puntos.
Es claro que a mayor integración mayor desarrollo, y es por eso que la falta de
ambición a la hora de plantear la mejora de las infraestructuras de transporte
impide que veamos cuál es nuestro auténtico potencial.
Ahora bien, en estos momentos estamos asistiendo a los inicios de la fase


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de aislamiento del núcleo del área metropolitana, ya no hablamos de cómo
podemos mejorar lo que tenemos, sino de que corremos el riesgo de hacer
quebrar la situación actual. No se trata sólo de molestias para los usuarios o de
cabreo, sino de un problema con graves consecuencias económicas y sociales.


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El incidente de Chile: tres perspectivas
(14 de noviembre de 2007)

Me ha dejado muy preocupado el rifirrafe entre el Rey, Zapatero y


Chávez. Me ha dejado una inquietud que no se acaba de calmar. No por el
incidente en sí, que, aislado, es más inspiración para humoristas y diletantes
comentaristas políticos que otra cosa; sino por lo que denota. Porque denota
algo, aunque no sé muy bien qué (en este caso la hipótesis está más lejos de la
conclusión que en ninguna otra ocasión).
En primer lugar denota una cierta falta de conocimiento acerca de la
etiqueta y modos de un acto formal como es una conferencia diplomática. El
orden en las palabras y el respeto a los turnos es y ha de ser sagrado. Si existe
una estricta organización de los debates no es por un capricho anacrónico o
por una absurda rigidez, sino, precisamente, para evitar incidentes como el del
otro día. Si alguien está en el uso de la palabra no se le interrumpe como hizo
Chávez; y el que está en el uso de la palabra y es interrumpido no ha de entrar
a dialogar con el provocador, sino que ha de limitarse a reclamar que se
respete su turno, y no dirigiéndose a quien interrumpe, sino al presidente de la
conferencia, solicitando su amparo. Hasta que el silencio no se haga de nuevo
debe permanecer callado, dejando que quien pretende reventar el diálogo se
retrate solo. Se trata de cuestiones que son bastante evidentes y me sorprende
que en una reunión en la que se encuentran jefes de Estado y jefes de
Gobierno haya podido pasar algo así ¿dónde se han formado quienes nos
dirigen para que resulten incapaces de gestionar un conflicto tan inocuo como
el que se planteó el otro día? Y este reproche va dirigido tanto a quienes
intervinieron en el rifirrafe como a la presidenta de la conferencia, que no
supo evitar que se desarrollara una situación tan poco elegante.
En segundo lugar, denota que nos encontramos ante una nueva quiebra
de consensos fundamentales. En una entrada anterior me quejaba del


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debilitamiento de ciertos consensos en España. Ahora se puede comprobar
que este progresivo cuestionamiento de ciertas reglas básicas se extiende
también a la esfera internacional. Los escasos minutos que duró el
enfrentamiento entre Chávez, Zapatero y el Rey fueron fuente de varias
situaciones insólitas en el ámbito diplomático. De hecho, el incidente, con la
retirada posterior del Rey durante la intervención de Daniel Ortega fue
calificado como un hecho "sin precedentes", y últimamente no son pocas las
veces en que alguna situación tiene el "honor" de recibir este calificativo. Creo
que no es una casualidad, sino muestra de que estamos abandonando a
velocidad de vértigo el marco tradicional de las relaciones internacionales.
Como no sabemos a dónde nos dirigimos y soy timorato la percepción de este
movimiento acelerado hacia lo desconocido me produce cierta inquietud.
En tercer lugar, y es, para mí, lo menos importante, puesto que es lo más
coyuntural; muestra que las relaciones entre España y los países Latino
americanos están cambiando. Existe una tensión entre diferentes formas de
entender la forma en que ha de dirigirse el desarrollo de estos países, y en esta
ocasión el debate coge (y aquí empleo la expresión en el doble sentido que
tiene a ambos lados del Atlántico) a España en medio. Es lógico. En los
últimos veinte años el papel de España y de las empresas españolas se ha
hecho más relevante; ahora España es un agente que tiene cierta capacidad de
influencia, tanto política como económica. En este último aspecto las
empresas españolas se han instalado en muchos países latino americanos y,
por lo que me cuentan, no en todos los casos su ejecutoria ha sido ejemplar.
Incluso sin tener esto último en cuenta, y con que simplemente se comporten
allí como se comportan aquí, es fácil entender ciertos ataques de ira. En
España también nos quejamos de las comisiones de los bancos, de lo mal que
funcionan las compañías eléctricas y de las tácticas que utilizan las compañías
telefónicas; pero aquí no podemos recurrir a echarle la culpa a otro país; al
otro lado del Atlántico sí que tienen ese recurso.


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En definitiva, ignorancia, incertidumbre e ira. Y encima no acabo de
entender las claves de la situación ¿se entiende por qué estoy preocupado?


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La Unión Europea y los tópicos
(21 de enero de 2008)

Casi me caigo de la silla. Hace un momento estaba curioseando en la


página web de la Unión Europea (europa.eu) y allí encontré un rincón que se
denomina "La UE en breve". Entre otras cosas incluye una pequeña nota
sobre cada uno de los países de la Unión y sus datos básicos (extensión,
población, bandera...). Por curiosidad entro en el apartado que se dedica a
España y allí leo lo siguiente "los principales sectores económicos de España
son la agricultura (especialmente frutas y hortalizas, aceite de oliva y vino), la
pesca, la industria textil y automovilística y el turismo". Me froto los ojos y
agarro la última edición del "Pocket World in Figures" que publica The
Economist. Allí compruebo que en el producto interior bruto español la
agricultura tiene un peso del 4,1%, la industria de un 29,2% y los servicios de
un 66,8%. Es lo lógico. Hace ya tiempo que España dejó de ser un país
subdesarrollado o en vías de desarrollo y en los países desarrollados el peso de
la agricultura en la economía es reducido, siendo el sector servicios el que más
aporta al PIB. Así sucede también en Alemania, Francia, Italia, Portugal... en
fin, en cualquiera de los países con los que nos equiparamos.
¿Cómo puede ser, entonces, que la página oficial de la UE cometa un desliz
como éste? No lo acabo de entender, aunque leyendo lo que allí se escribe
sobre otros países quizás pueda aventurar una hipótesis. De acuerdo con la
UE, España es un país agrícola, mientras que Alemania "es la tercera
economía del Mundo: produce automóviles, aparatos de precisión, equipos
electrónicos y de telecomunicaciones, productos químicos y farmacéuticos, y
mucho más (sic.) y Francia posee "una economía industrial avanzada y un
sector agrícola eficiente". Bien, se trata en cualquier caso de descripciones
inexactas, pues tanto en Alemania como en Francia el sector servicios es
mucho más importante que el sector industrial; pero lo que me preocupa es lo


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que hay detrás de la redacción, y que no es otra cosa que un claro respaldo a
los tópicos más rancios. Los alemanes son industriosos y desarrollados,
Francia es también un país industrializado, pero mantiene aún un importante
sector agrícola, que hay que calificar de "eficiente", supongo que para no
confundirlo con el sector equivalente de países "menos desarrollados"; y
España es una nación eminentemente agrícola. En el caso de Portugal no hay
ninguna mención a su economía (¿será que para los burócratas de Bruselas no
existe la economía portuguesa?).
Sorprende esta defensa de los tópicos en una institución como la Unión
Europea; pero que nadie piense que es inocente. La Unión Europea no es más
que un club de Estados, y cada uno intenta tomar posiciones en beneficio
propio. La imagen que se tenga del país que uno representa o del que procede
es más importante de lo que pudiera pensarse. Cuidado con estas
imprecisiones aparentemente ingenuas, porque no son más que la superficie
de un mar oscuro y peligroso.
Además, el tópico contribuye a la separación, al aislamiento. Quien se
instala en el tópico se negará a interpretar la realidad de una manera diferente
a la que le marca el tópico. El tópico no es más que un prejuicio y como tal
contribuye a la ignorancia y profundiza en el desconocimiento. Si queremos
construir Europa desterremos los tópicos y, ¡por favor! que la Unión Europea
dé ejemplo.


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La energía nuclear
(24 de febrero de 2008)

Acabo de leer la noticia de que Argentina y Brasil construirán


conjuntamente un reactor nuclear. Hace unos años Renault, el equipo de
Fórmula 1, diseñó un motor “revolucionario” en el que los cilindros estaban
colocados en un ángulo muy abierto. Se pretendía bajar el centro de gravedad
del coche para mejorar sus prestaciones. Tras varios años Renault abandonó
este motor y volvió a la colocación tradicional de los cilindros. Flavio Briatore
dijo entonces que si nadie había copiado la idea de Renault es que ésta era
mala. Dos años más tarde Fernando Alonso y Renault ganaban el campeonato
del Mundo de Formula 1. La moraleja es que tenemos que fijarnos en lo que
hacen los demás. Mi profesor de autoescuela me decía: “si ves que otro coche
frena no pienses que se ha equivocado, piensa que debe haber una razón para
que frene, aunque tú no la veas en ese momento”. Siempre he tenido muy
presente esa enseñanza para todo. Es por eso por lo que me preocupa que
ahora que todo el Mundo se está poniendo las pilas con la energía nuclear,
nosotros, los españoles, estemos en vías de abandonar las centrales nucleares.
Me parece haber leído que el programa del PSOE incluye la propuesta de ir
cerrándolas a medida que concluyan su vida. No soy físico ni ingeniero, ni
ecologista ni lo contrario; pero me sorprende que cuando la Comunidad
Europea propone estudiar la forma en que la energía nuclear puede ayudar a
disminuir la dependencia exterior energética de nuestro continente; cuando
rusos y franceses se disputan la construcción de centrales en el norte de África
y cuando los países se unen para conseguir esta forma de energía, nosotros
estemos abandonando, prácticamente sin debate, la energía nuclear. ¿Estamos
haciendo lo correcto?


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¿Representa el Congreso a los españoles?
(12 de marzo de 2008)

Legal y constitucionalmente la respuesta es sí. Ahora bien ¿realmente el


Congreso es una representación, una maqueta de la sociedad española? La
respuesta es no, evidentemente, y sería ingenuo pretenderlo, pues no existe
forma de que 350 personas representen fielmente a más de 40 millones. Esto
es cierto, pero en este intento de que el sentir del Congreso se acerque a lo
que sería el sentir de ese cuerpo ideal que es la Nación las cosas se pueden
hacer mejor o peor. Actualmente el sistema electoral que tenemos no permite
que las cosas resulten demasidado bien. En "El País" se publica un gráfico
donde se muestra cómo sería el congreso proporcional y el coste comparativo
de los votos que es suficientemente significativo. Yo me creo más el Congreso
proporcional, con 14 escaños de Izquierda Unida y 4 de UPD que lo que ha
resultado tras las elecciones del domingo.
¿Dónde están representados en el Congreso los casi un millón de votantes
de Izquierda Unida? ¿Cómo es posible que ese millón de personas tengan una
representación tres veces menor que los 300.000 votantes del PNV?
Evidentemente son preguntas retóricas, la razón es conocida por cualquier
estudiante de primero de Derecho y no es cuestión de detallarla aquí porque el
propósito de mi pregunta no es más que reclamar, individual, modestamente,
pero convencido de que no soy el único que piensa así, la reforma del sistema
electoral para que sirva más fielmente a su propósito: conseguir que las Cortes
representen la voluntad popular.
(y que conste que no he votado ni a IU ni a UPD, pero es que hay cosas
que tienen que estar por encima de las inclinaciones personales).


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España sí se rompe
(12 de marzo de 2008)

No hace falta ser médico o ver House cada martes para saber que una de
las formas más rápidas de llenar los cementerios es confundir el síntoma con
la enfermedad. "Doctor, tengo fiebre". "No se preocupe que ahora mismo se
la quito". Ibuprofeno en vena y otra vez treinta y seis grados y medio.
Mientras tanto, la infección va tranquilamente necrosando los pulmones y el
enfermo se muere sin saber siquiera que le está pasando. "Pero si ya no tengo
fiebre". Fueron sus últimas palabras.
Con la tan manida ruptura de España pasa algo parecido. A raíz de unas
reformas estatutarias una parte de la opinión pública, de los medios de
comunicación y de los políticos ha mantenido un discurso alarmista que ha
jugado con la idea de que la ruptura de España está próxima. Mi
planteamiento, ya lo adelanto, es de que sí que existe una tendencia a la
disgregación que conviene analizar; pero dicha tendencia no puede
identificarse con el proceso de cambio de los Estatutos de Autonomía que
hemos vivido en los últimos años ni puede limitarse en el análisis a vaivenes
políticos coyunturales. Estos fenómenos son síntomas nada más de una fuerza
de mayor calado. Solamente deteniéndose en "la enfermedad" y no en los
síntomas podremos llegar a la cura. Aunque también adelanto que, quizás
después del análisis lleguemos a la conclusión de que en realidad no se trata de
una enfermedad. "Doctor, me encuentro muy mal, mareada, somnolienta, con
poca energía ¿qué me pasa?". "Pues que está usted embarazada, señora".
Como decía, existe una tendencia a la disgregación. No solamente en
España, las tensiones descentralizadoras o directamente secesionistas afecta a
una pluralidad de países. Se pueden citar los ejemplos, claros, de la Unión
Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia; pero tampoco pueden desconocerse
las tensiones que se vivieron en Italia en los años 90 y la demanda de mayor


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autonomía en Escocia, dentro del Reino Unido; aparte del propio caso
español, claro. Se trata de una tendencia que, curiosamente, se vincula, al
menos en parte, con la globalización. Sí, sí, con la globalización. Ya sé que
puede resultar curioso y que muchos recurren al machacón discurso de "en
estos tiempos de unidad en Europa y en el Mundo los nacionalismos
desintegradores son cosa del pasado", etc.; pero lo cierto es que ese
transcendental fenómeno de integración mundial lleva ínsitos mecanismos que
favorecen la descentralización e, incluso, la fragmentación de los Estados.
Aquí no me puedo detener en el desarrollo de este tema, pero para quien esté
interesado recomiendo la lectura de M. Castells, La era de la información, vol. II,
Madrid, Alianza Editorial, 3ª ed. 2001, pp. 300-301.
Así pues, nos encontramos ante una tendencia generalizada a la
descentralización que, en el caso de España presenta caracteres singulares, tal
como vamos a ver a continuación. En primer lugar, esta tendencia, propia del
fin del siglo XX se encuentra en España con una estructura política
descentralizada fruto del Estado de las Autonomías. El Estado autonómico
que diseña la Constitución de 1978 no es un producto de esta tendencia, sino
que su explicación se encuentra en la Historia de España; pero lo cierto es que
cuando se dan las circunstancias globales que cuestionan las estructuras
centralistas, en nuestro país se encuentran con un armazón político y
administrativo que les ofrece un extraordinario caldo de cultivo. El resultado
es que en pocos años la estructura del país se ha visto profundamente
transformada. En la actualidad las Comunidades Autónomas juegan un papel
en la vida diaria de las personas muy superior al que tiene el Estado central. Y
la transformación ha sido muy rápida. No hace mucho, cuando era alumno
universitario, recuerdo una conferencia del entonces presidente del Principado
de Asturias, Pedro de Silva, en la que justificaba la existencia de la Comunidad
Autónoma en la elaboración de informes que se elevaban a Madrid, donde se
encontraba el auténtico poder de decisión. Ahora las Comunidades


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Autónomas gestionan educación, sanidad, universidades, parte de las
infraestructuras y un largo etcétera de cuestiones de importancia capital. El
resultado es que las redes de poder ya no son centrales, sino que la red central
ha de convivir con las que se han creado en torno a las estructuras
autonómicas. Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no creo que sea
necesario, puesto que es una realidad fácilmente constatable. Solamente la
rémora de muchos siglos de centralismo explican que la realidad no sea aún
vista así por gran parte de la población, que piensa que son más importantes
las elecciones generales que las de su Comunidad Autónoma, cuando ya no es
así, al menos si la importancia la medimos por la incidencia en la vida de los
individuos.
La transformación de las estructuras de poder en España consecuencia de
la descentralización supone un riesgo (o una posibilidad, según se mire) real
de fragmentación del Estado. No tendría que ser necesariamente así, pues los
Estados federales existen y en muchos de ellos no se plantea, al menos de
momento, ninguna secesión; pero en el caso de España se ha de añadir otro
factor, que es el de la históricamente insuficiente consolidación del Estado.
Me explico. El Estado-nación es, evidentemente un invento, y además un
invento reciente, que data de la Edad Moderna. No es la única estructura
posible para la articulación de las sociedades y, de hecho, ha sido un producto
específico de Europa occidental. Sucede, sin embargo, que ha sido un
producto extraordinariamente útil en los últimos tres siglos, hasta el punto de
que una de las claves del predominio de Europa en la Edad Moderna ha de
encontrarse en el Estado-nación. La estructuración de la sociedad en torno a
un poder político que aglutinaba capacidad de incidencia en la política
económica y poder militar fue un factor decisivo en la pujanza de Occidente.
Esta nueva estructura política necesitaba legitimación, y ahí la idea de Nación
fue útil. La construcción intelectual de la nación y su expansión, sobre todo a
través de la educación pública a partir del siglo XIX fue un elemento esencial


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en la consolidación del Estado (sobre esto puede leerse Los orígenes del Mundo
moderno, libro escrito por R.B. Marks y publicado en España por Crítica en el
año 2007, esp. pp. 207 y ss.). Pues bien, en el caso de España esta
construcción intelectual del Estado no llegó a concluirse. Las razones para ello
se me escapan. Supongo que existirán estudios sobre el particular, pero yo no
he llegado a ellos; es por eso que sólo puedo especular. Quizás las guerras
carlistas hicieron daño en un momento clave para esta construcción, quizá la
coincidencia de ese momento clave (siglo XIX) con una época de crisis en
España (pérdida de las colonias americanas, pronunciamientos militares...). No
lo sé, pero lo cierto es que España como Estado no llegó a consolidarse
plenamente desde un punto de vista intelectual. Como un pastel que sacas del
horno antes de tiempo si se me permite el símil.
Y ante esto ¿cuál es la situación? El tema de la falta de asunción de la idea
de Nación en el Estado español creo que puede llegar a ser importante, sobre
todo si tenemos en cuenta que en algunas Comunidades Autónomas sí se ha
venido tomando en serio esta idea de construcción intelectual de la Nación
(en este caso ya no española, sino vasca, catalana o gallega). Los recursos que
pusieron en marcha los Estados en el siglo XIX (educación, intelectualidad)
son ahora utilizados por las estructuras de poder descentralizado para
construir un referente ideológico y sentimental que dé cobertura a la
estructura política periférica ya existente. En estas circunstancias la
profundización en la separación entre estas estructuras y el Estado central es
una tendencia que se sobrepone, como adelantaba al comienzo a vaivenes
políticos coyunturales o a reformas estatutarias que tienen mucho de bandera
y símbolo.
Hasta aquí la descripción de lo que hay tal como yo lo veo. No me
manifiesto ni a favor ni en contra, sólo pretendo hacer el diagnóstico de la
situación, que para algunos será enfermedad y para otros oportunidad. Sea
como sea, tómese como se tome, lo que sí que creo es que un fenómeno tan


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interesante, complejo e importante como es esta tensión entre globalización y
descentralización debe abordarse con seriedad, huyendo de maniqueismos y
teniendo como objetivo llegar a las soluciones que sean mejores para los
ciudadanos. Nos jugamos mucho.


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La reforma del sistema electoral
(22 de marzo de 2008)

Tras las elecciones del 9 de marzo unos cuantos (no sé si muchos) han
comenzado a agitar la bandera del cambio del sistema electoral. El argumento
para ello es que con el actual sistema puede ser que quien tenga más votos no
tenga más escaños. Así, por ejemplo, en las últimas elecciones IU obtuvo
963.000 votos que se tradujeron en 2 escaños; el PNV, con 303.000 votos
llegó a los 6 escaños y UPD, con algún voto más que el PNV, se quedó en 1
escaño. En el instituto no era del todo malo en matemáticas; pero estos
números cuestan de entender:

963.000 votos = 2 escaños;


303.000 votos = 6 escaños;
303.000 votos = 1 escaño.

A partir de aquí, venga Dios y lo vea.

Una situación tan estrambótica es de difícil digestión. Sobre todo cuando


llevamos no se cuanto tiempo oyendo lo de la importancia de ir a votar, el
valor de la democracia, cada persona un voto y que gane el que tenga más
votos y cosas así... Ante todo esto no es extraño que a través de los medios de
los que se dipone (blogs, sobre todo) algunos "ciudadanos de a pie" hayan
mostrado su malestar por la situación. Este malestar se une al de la gran
perjudicada por el sistema electoral, que es IU, quien ya ha iniciado una
campaña de firmas para pedir que se modifique el sistema electoral. El link
para poder firmar la petición es el siguiente:

http://www1.izquierda-unida.es./leyelectoral.htm


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Ya son varios los análisis realizados sobre la situación, y circula una
propuesta de la Universidad de Granada para mejorar la proporcionalidad del
sistema electoral; esto es, que el número de diputados se corresponda con la
proporción de votos obtenidos en mayor medida que lo que sucede en la
actualidad. En La Comunidad de blogs de "El País" existen varias entradas y
comentarios sobre el tema. El debate se cifra en si es posible conseguir una
mejora del sistema electoral en el sentido apuntado mediante una mera
modificación de la Ley Electoral o es preciso cambiar la Constitución, y
también si el responsable de esta situación es el sistema D'Hondt por el que se
realiza en nuestro país la atribución de escaños, o el que la circunscripción
electoral sea la provincia.
Mi posición sobre este tema es que la clave del problema está en la
circunscripción provincial. El sistema D'Hondt de atribución de escaños
respeta la proporcionalidad, y si se proyectase sobre una única circunscripción
los resultados serían aceptables. Así, en las últimas elecciones generales la
utilización del sistema D'Hondt sobre los votos emitidos, contando España
como una única circunscripción, daría los siguientes resultados:

PSOE: 161 escaños


PP: 147 escaños
IU: 14 escaños
CiU: 11 escaños
UPD: 4 escaños
PNV: 4 escaños
ERC: 4 escaños
BNG: 3 escaños
CC: 2 escaños


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El reparto de escaños se ajustaría bastante a la proporción de votos
obtenido por cada lista electoral. Así pues, la solución para las deficiencias del
actual sistema electoral pasa por sustituir las circunscripciones provinciales
por una sóla circunscripción nacional para las elecciones al Congreso. Ahora
bien, este cambio no puede hacerse sin modificar la Constitución, que en su
art. 68 es muy clara a este respecto, estableciendo como circunscripciones
electorales las provincias, Ceuta y Melilla. No cabe en el actual texto
constitucional una circunscripción nacional para las elecciones al Congreso.
El hecho de que se tenga que reformar la Constitución para llegar al
resultado deseado, un sistema electoral más justo, puede parecer a primera
vista un inconveniente, pues la reforma de la Constitución exige un trámite
más complejo que la reforma de una Ley; ahora bien, también presenta una
ventaja y es la de que tal reforma, de llevarse a cabo, podría aprovecharse para
trasladar este principio de mayor justicia y proporcionalidad a las elecciones
autonómicas, ya que las deficiencias que se derivan de un sistema electoral
basado en la provincia se proyectan también sobre las elecciones a los
Parlamentos de las Comunidades Autónomas. Ciertamente, es probable que
aquí los cambios que se derivaran del paso de la circunscripción provincial a la
autonómica no fuesen tan significativos como lo son a nivel estatal; pero no
dejarían de darse. Me he entretenido en proyectar los resultados de las últimas
elecciones en Cataluña a una circunscripción única para toda Cataluña y el
resultado es el siguiente:

Composición actual del Parlamento de Cataluña:

CiU: 48 escaños
PSC: 37 escaños
ERC: 21 escaños
PP: 14 escaños


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IC: 12 escaños
C's: 3 escaños

Con una única circunscripción para toda Cataluña y con los resultados
obtenidos por las distintas listas en el año 2006 la composición del Parlamento
de Cataluña sería la siguiente:

CiU: 45 escaños
PSC: 38 escaños
ERC: 20 escaños
PP: 15 escaños
IC: 13 escaños
C's: 4 escaños

No es mucho, pero es algo, y sobre todo, se consigue que ningún


ciudadano piense que su voto se pierde o que vale menos que el voto de quien
vive en otro sitio. ¿No es lógico que si las elecciones son al Congreso de
España la circunscripción sea España y si las elecciones son al Parlamento de
Cataluña la circunscripción haya de ser Cataluña? Creo que la carga de la
prueba corresponde a quien mantenga lo contrario.


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El 2 de mayo
(3 de mayo de 2008)

Uno de los tópicos que más me repatean es el de "la tenebrosa Edad


Media". Es difícil encontrar a alguien que no vea cualquiera de los siglos que
hemos dado en catalogar con ese curioso nombre como una época de
barbarie, oscura, cruel y salvaje. Una noche oscura antes del amanecer que
supuso el Renacimiento. Resulta curiosa esa visión de un tiempo en el que se
desarrollaron las ciudades, se inventaron las gafas y el molino de agua, se
crearon las Universidades y se escribieron obras tan luminosas como la Divina
Comedia. Pero no es este el punto en el que me quería detener hoy, sino en el
presunto "salvajismo" de aquellos años, de aquella época cruel frente a la que
se yergue nuestra civilizada modernidad.
No sé yo si esa visión simplista responde a la realidad, o al menos a toda
la realidad. Hay un elemento, al menos, que nos puede hacer dudar sobre la
verdad del tópico, y es el de la forma en que se desarrollaba la guerra entonces
y la evolución que ha seguido desde aquella época hasta nuestros días. En la
Edad Media la guerra estaba, generalmente, reservada a grupos pequeños,
especializados en el arte de matar que se enfrentaban entre sí. Es cierto que
cuando alguno de estos grupos se desmandaba la indefensa población del
campo o de las ciudades podía ser objeto de sus iras o abusos; pero tales
sucesos no dejaban de ser una "patología del sistema", que se basaba en la idea
de que las disputas entre territorios y naciones (permítaseme el anacronismo
del término) se ventilaban mediante el enfrentamiento de un grupo reducido
de caballeros y soldados. Hasta tal punto estaba este planteamiento
desarrollado, que en algún caso, preparados ya dos ejércitos en el campo de
batalla, se decidía que la contienda se resolviera mediante enfrentamiento
singular entre un caballero escogido de cada uno de los ejércitos. ¡Qué
magnífico ejemplo de ahorro de vidas y esfuerzos! El vencedor era dueño del


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campo y el ejército del derrotado se retiraba como si realmente le hubiesen
vencido.
Cuando llega la Edad Moderna la cosa cambia un poco. En esa época
cada país elegía unos representantes, unos cuantos miles, a los que disfrazaba
de forma graciosa y enviaba al campo de batalla. Allí esos representantes de la
nación se enfrentaban a los representantes, también ridículamente vestidos, de
la nación enemiga y en el curso de una batalla -que normalmente no duraba
más de un día- se decidía quien ganaba la guerra. El país de los soldados que
habían sido derrotados se sometía al que había vencido y las cosas seguían
más o menos igual en uno y otro.
Así estaban las cosas cuando a principios del siglo XIX algo cambió.
Primero en España y luego en Rusia la gente normal y corriente -no los
representantes disfrazados del pueblo- decidieron rebelarse contra la
costumbre que establecía que el vencedor de la batalla era el dueño del país.
Tolstoi, en Guerra y Paz desarrolla este argumento mucho mejor que lo estoy
haciendo yo y allí remito a quien esté interesado en el tema. Surgía así la
guerra total, en la que cualquiera puede ser un soldado (ahí está Agustina de
Aragón) o sufrir los desastres de la guerra en su propia casa (véanse los
horrorosos bombardeos de Londres primero y de las ciudades alemanas
después durante la Segunda Gurra Mundial).
Así pues, el avance en la civilización ha supuesto que lo que era un asunto
de una minoría, la guerra, sea cuestión que afecte directamente a toda la
población. ¿Era realmente la Edad Media más salvaje que nuestra época
actual?
¡Ah! y ya se me olvidaba. El título de este post es el 2 de mayo, porque, de
acuerdo con lo que acabo de explicar, mi duda es la de si el 2 de mayo es una
fecha que debemos recordar con orgullo o, por el contrario, lamentarnos de
que por no sé que orgullo, furia o desatino, decidiéramos en aquel momento
destrozar nuestro país en una guerra de seis años que podríamos habernos


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ahorrado de la misma forma que lo hicieron Holanda, los diferentes Estados
de Alemania o de Italia o Polonia, países que, en aquel momento, prefirieron
acogerse a la vieja regla de acuerdo con la cual una vez que se había perdido la
batalla campesinos, comerciantes e industriales podían seguir con su vida de
siempre, aunque fuera bajo otra bandera.


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Lo que opinan los expertos
(8 de junio de 2008)

Leído en la p. 37 del suplemento de Negocios de El País publicado hoy, 8


de junio:
"El Euríbor a 12 meses está por encima del 5,4%. Cómo evolucionará en
los próximos meses es un misterio: a decir de los expertos puede mantenerse,
bajar a final de año o simplemente subir (el BCE acaba de abrir de nuevo esta
posibilidad) si arrecian los problemas de inflación."
Nunca había pensado que era tan fácil ser un experto en Economía.
Resulta que los expertos nos dicen que el Euribor puede "mantenerse, bajar a
final de año o simplemente subir". Pues hasta ahí llegaba yo; esta claro -por
mera lógica- que las únicas tres posibilidades que hay son que se mantenga,
suba o baje. Mérito tendría encontrar una cuarta posibilidad. Esta cuarta
posibilidad es la que a mí no se me ocurre; pero las tres anteriores no creo que
tengan duda. A mi lo que me gustaría es que alguien me dijera cuál de esas tres
posibilidades se convertirá en realidad, o, al menos, cuál se puede descartar.
Ahí sí que veo mérito; pero vamos, perder dos líneas de periódico en decir
que el Euribor o se mantendrá o subirá o bajará me parece un desperdicio.
Pero, espera... a lo mejor no es que sea sólo cosa de El País, a lo mejor es que
hay sesudos informes económicos de docenas de páginas, llenos de gráficos y
ecuaciones que llegan a la misma conclusión: "después de haber proyectado
sobre la situación actual las ecuaciones de Heinz - Kelvin; y teniendo en
cuenta los distintos escenarios posibles a partir de los métodos estadísticos
estándar podemos concluir que, con un margen de error inferior al 5% el
Euribor se mantendrá en los niveles actuales, salvo que se produzca un
descenso no inmediato del indicador o, en función de la política monetaria del
BCE, asistamos a un incremento progresivo de los intereses interbancarios."


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La verdad es que estoy un poco cansado de las previsiones de los
economistas. Acabo, por curiosidad, de comprobar la previsión que realizó el
FMI en septiembre de 2006 sobre la inflación en España en el año 2007. La
previsión del FMI fue del 3,4% (El País, 14 de septiembre de 2006). La
realidad es que la inflación en España en el año 2007 fue del 4,2%
(http://www.ine.es/daco/daco42/daco421/ipc1207.pdf). El error puede
parece pequeño (0.8%); pero en realidad es grande. Es el mismo que tendría
quien al redactar un presupuesto fija el coste de la obra en 34000 € y luego
resulta que el coste real es de 42000 €. El porcentaje de error del contratista
del ejemplo y del FMI es el mismo, un 23%.
Me gustaría seguir buscando ejemplos de previsiones económicas y
contrastarlos con lo que luego pasó en realidad; pero ahora me empieza a
doler la cabeza y creo que voy a dejarlo. Como muestra creo que vale.


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Pensamiento crítico, pensamiento dogmático
(6 de agosto de 2008)

Estoy un tanto preocupado. Hablaba el otro día con un chico de quince


años (tercero de la ESO), y me comentaba que en el Instituto habían dedicado
una semana al tema del cambio climático. Les habían pasado la película de Al
Gore, les habían comentado los peligros del calentamiento global, las
emisiones de dióxido de carbono, los males de la energía nuclear y las
bondades de las energías solar y eólica. Le pregunté si les habían hablado de
aquellas teorías científicas que sostienes que el calentamiento global no es
responsabilidad del hombre, sino un fenómeno "natural". Me miró
extrañadísimo y me dijo que no. Le pregunté si les habían comentado aquellas
posiciones que mantienen que el cambio climático es irreversible y que,
hagamos lo que hagamos, nos enfrentamos, al cabo de unas pocas décadas, a
una crisis medioambiental de grandes dimensiones. Me dijo que tampoco les
habían explicado nada de eso. En resumen, no les habían dicho nada que se
apartara del pensamiento políticamente correcto: existe un problema
medioambiental causado por el hombre y existen maneras de reconducir la
situación; para ello debemos reducir las emisiones de dióxido de carbono,
eliminar las centrales nucleares y echarnos en los brazos de las energías
"limpias".
Yo no es que defienda las teorías que sostienen que el cambio climático
no es obra del hombre, ni tampoco aquéllas que mantienen que el cambio es
irreversible; tampoco puedo defender la tesis mayoritariamente reconocida
pues no soy científico, no conozco el tema y carezco, por tanto, de
argumentos para poder tener opinión fundada sobre el asunto. Me sorprendió,
sin embargo, que mi interlocutor de quince años lo tuviera tan claro. Cuando
le apuntaba -en plan abogado del diablo- que había habido otras etapas cálidas
en la Tierra y le ponía el ejemplo de la colonización de Groenlandia entre los


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siglos XI y XV me decía que eso no implicaba nada y que estaba claro que la
acción del hombre era clave en el cambio climático y añadía que los que
sostuvieran otra cosa mentían. Después de varios intentos de hacer tambalear
su fé me acabó diciendo que si es verdad que había tantas dudas, mejor que la
gente no lo supiera porque podrían dejar de hacer lo que tienen que hacer
(ahorrar combustible, manifestarse contra las nucleares, consumir solamente
papel reciclado, etc.).
Llegados a este punto lo que menos me importaba ya era el cambio
climático (aunque sea un tema importante) sino la forma en que se está
educando a los jóvenes. En vez de potenciar el pensamiento crítico, el debate
y el intercambio de ideas se parte del adoctrinamiento a través de eslóganes
fáciles de recordar. Lo que he contado es una anécdota, por supuesto, pero
me llegan más indicios en este sentido, indicios de que las nuevas generaciones
están llenas de seguridades asentadas en el vacío y que carecen de la capacidad
de pensar críticamente, cuestionar el pensamiento dominante y sacar sus
propias conclusiones.
Es un mal generalizado. Muchas veces se critica la falta de profundidad
del discurso político, la falta de matices en los debates, la falta de ideas más
allá de los tópicos. Mi impresión es que la educación profundiza en este
carencia. Estoy sorprendido por ello, sorprendido y preocupado.


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Lo de Bombay
(12 de diciembre de 2008)

Se queja en El País Ignasi Guardans, eurodiputado español presente en


Bombay durante los últimos atentados, de que en medio de la crisis que
padecía la ciudad, los ciudadanos europeos volvían a ser españoles, franceses,
italianos o polacos. Las representaciones diplomáticas en la India de los
Estados de la Unión velaban sólo por la vuelta "de los suyos", sin preocuparse
de la suerte del resto de ciudadanos europeos.
No me sorprende, la verdad, y además es coherente con lo que ya he
dicho en otras entradas: la política exterior europea tiene que ser algo
diferente de la coordinación (imposible) de las políticas exteriores de los
Estados miembros. Mientras no exista un Ministro de Asuntos Exteriores
europeo (y un Ministro de Defensa) con legitimidad autónoma, presupuesto
autónomo e infraestructura propia no podemos esperar que las
representaciones diplomáticas de los Estados miembros actúen de forma
diferente a como lo hacen.
En definitiva, la política exterior europea debe sumarse a las políticas
exteriores de los Estados miembros; pero sin sustituirlas y sin conformarse
con ser una mera puesta en común o coordinación de las políticas nacionales.
La crisis de Bombay es el último ejemplo de lo inútil que resulta continuar por
esta vía.


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No es el mejor día…
(24 de diciembre de 2008)

Leo en el blog de Eduardo Rojo (http://eduardorojoblog.blogspot.com/)


que hoy, día de Nochebuena, hoy precisamente se publica en el Diario Oficial
de la Unión Europea la Directiva de Retorno. De la Directiva de Retorno se
habló hace unos meses, levantó una cierta polvareda y, luego, fue enterrada
bajo esa misma polvareda para ser aprobada de una manera poco ruidosa. Se
trata de una norma de la Unión Europea (permítaseme ser poco preciso en
este punto) que habilita a los Estados miembros para que regulen las vías de
retorno de los nacionales de terceros países (esto es, nacionales de países que
no sean miembros de la Unión Europea) que se encuentren en situación
irregular en el territorio comunitario.
Es casi un sarcasmo que un día como hoy, en que todos son buenas
palabras: amor, fraternidad, etc., por tópicas y vacías que puedan ser; se
aproveche para hacer oficial una norma que muestra de nuestra falta de
voluntad de acogimiento hacia aquellos que pretenden una vida mejor para
ellos y sus familias, una norma que hace oficial la fortaleza europea -vivamos
nosotros felices y allá con lo que les pase a los que se encuentran fuera de
nuestros muros- una norma que permite que una persona que no ha cometido
ningún delito esté en prisión (internada dice la norma, con cínica expresión)
hasta dieciocho meses.
No es esta la vía de hacer una Europa justa; pero tampoco es la vía de
hacer una Europa fuerte. Los países que históricamente han sido fuertes lo
han sido porque han sido foco de atracción y de integración. La inmigración
es una tremenda oportunidad para Europa y satanizándola no solamente
hacemos un flaco favor al resto del Mundo, sino también a nosotros mismos.

Paz y Amor para todos. Felices Fiestas.


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Pensamiento único, pensamiento corporativo
(26 de diciembre de 2008)

La justicia es, sobre todo, cosa de papeles. Demandas, providencias,


autos, recursos, incidentes, ejecutorias, certificados, mandamientos,
interlocutorias, rogatorias... un sinfín de documentos que cumplen una
función precisa: garantizar que todo el inmenso poder coactivo del Estado no
se ponga en marcha más que cuando es justo, cuando es adecuado; y es
necesario que sea así. La justicia puede quitártelo casi todo. En España no la
vida, pero sí la libertad, tu casa, tu dinero, la posibilidad de ver a tu hijo...
Nadie es tan poderoso en España como el Estado y la manifestación última
del Estado es la administración de justicia; porque ella es la que tiene la última
palabra en todo litigio, toda disputa, incluso en toda sanción que pueda dictar
una administración cualquiera.
Desde hace siglos existe conciencia de que ese inmenso poder debe
sujetarse al procedimiento. El procedimiento no es más que la sucesión de
actuaciones, necesariamente documentadas para que existan garantías, que
conducen desde la denuncia o la demanda a ese momento terrible en el que la
puerta de una prisión se cierra o se procede a la subasta de la casa de alguien.
Todos esos papeles son gestionados por las distintas sedes de la
administración de justicia: juzgados de primera instancias, juzgados de
instrucción, juzgados penales, juzgados de lo contencioso administrativo, de lo
laboral, audiencias provinciales, audiencia nacional, tribunales superiores de
justicia, tribunal supremo... Las necesidades de la justicia, del procedimiento
exigen que todos esos papeles vayan de una a otra oficina, de uno a otro
tribunal; generando este movimiento, a su vez, más papeles, ya que todo debe
constar, quedar por escrito, documentarse. Es necesario para que existan las
debidas garantías, ya lo he dicho antes.
Es claro que por el volumen de los papeles que se generan en la


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administración de justicia, por la importancia sustancial de lo que representan
y por la necesidad de una eficaz comunicación entre los distintos órganos
jurisdiccionales sería necesario que esta administración de justicia estuviera
dotada de medios excelentes, personal, equipamientos informáticos, intranets
de gestión, etc. Curiosamente, sin embargo, en nuestro país nada de esto
sucede. Es experiencia común de quien se acerca al Registro Civil, por
ejemplo, asombrarse de que en el siglo XXI aún no se haya producido la
informatización de los documentos que allí constan. Cualquiera que se pase
por un Juzgado comprueba que los legajos, papeles y escritos se acumulan
entorno a los ordenadores antediluvianos que aún conviven con máquinas de
escribir en no pocas oficinas judiciales.
No es por tanto, extraño que se extravíen papeles, que se acumulen
retrasos y que, en ocasiones, no sea hasta años después de concluido un plazo
que se dicta la decisión que era debida. Son circunstancias habituales en
nuestra administración de justicia que tienen mucho que ver con la escasez de
medios y de personal. En lo primero contaré que conozco a una magistrada
que se pasa una vez a la semana por la Audiencia, mete en una maleta los
expedientes sobre los que tiene que resolver y se va con ellos a su casa, porque
no dispone en su lugar de trabajo de una mesa. Sobre lo segundo diré que, al
menos hace unos años, cuando consulté el dato, resultaba que en Alemania el
número de jueces era cuatro veces el número de jueces de España. Teniendo
en cuenta que la población de Alemania es, aproximadamente, el doble de la
población española, resultaría que en España deberíamos tener el doble de
jueces de los que disponemos en la actualidad para que su volumen de trabajo
fuera el de un juez aleman.
La falta de personal y de medios de la justicia es uno de los tópicos más
conocidos por cualquiera que tenga el mínimo contacto con el derecho en
España, la existencia de errores, traspapeles y retrasos es también experiencia
común de todos los que tienen un mínimo conocimiento del funcionamiento


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de los tribunales. No es nada nuevo, y año tras años se ven pasar gobiernos,
ministros y consejeros sin que se haya apreciado un interés serio por cambiar
sustancialmente la política de medios y de personal de la justicia española.
Es por todo lo anterior que me sorprende un tanto la reacción del
Gobierno en el asunto de la sanción al juez Tirado. Confieso que no tengo
conocimiento directo del asunto (como supongo que la mayoría de los que
están opinando en tertulias y periódicos sobre el mismo), por lo que me
limitaré a transmitir mis impresiones personales sobre el desarrollo de los
acontecimientos, enmendables por cualquiera que tenga más información que
yo.
Cuando se supo que el asesino de Mari Luz tenía pendiente de cumplir
una condena de prisión que no había sido ejecutada por un retraso
inexplicable de la administración de justicia no me sorprendió mucho; como
digo, cosas como éstas pasan con frecuencia, más por la falta de medios de la
justicia que por otra cosa. Lo que me comenzó a sorprender fue la
contundencia con la que entonces se manifestó el presidente del gobierno,
haciendo patente su intención de llegar al fondo del asunto. Entonces pensé:
"cuidado, porque el fondo del asunto es que debería haberse hecho hace años
una reforma de la justicia que no se ha abordado, por lo que, teniendo en
cuenta que el Presidente ya lleva cuatro años en el poder, podría resultar que
en el fondo del asunto estuviera él". Evidentemente, poco se tardó en desviar
el tema hacia la oficina judicial, y ahí el Ministro de Justicia, haciendo uso de la
potestad que tiene sobre la secretaria del juzgado, procedió a sancionarla con
dureza. Me sorprendió desagradablemente esta sanción. Aún sin conocer los
detalles del caso me parece del todo punto desproporcionado el intento de
responsabilizar de la muerte de Mari Luz al juzgado que no había ejecutado la
orden de prisión para el asesino, e injusto pretender tapar con esta
responsabilidad personal la falta de medios de la justicia.
Seguramente de ser el Ministro de Justicia competente para sancionar al


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juez Tirado hubiera obrado con la misma contundencia que contra al
secretaria sancionada; pero, claro, al tratarse de un juez la competencia para
sancionar la tiene el Consejo General del Poder Judicial, y no el gobierno. La
sanción del Consejo ha sido más leve que la que en su día impuso el Ministro
de Justicia, más ajustada, seguramente, a la realidad del caso y alejada, por
tanto, de la tentación de un linchamiento público que viene jaleándose desde
el gobierno. En estos días asistimos a la reacción del gobierno ante esta
sanción, y es una reacción airada. Sinceramente, me preocupa.
Y me preocupa porque en esta reacción creo percibir el enfado porque el
Consejo General del Poder Judicial se haya apartado de la línea seguida por el
Gobierno. El Ministro de Justicia había marcado un camino y el Consejo
prefirió seguir por otro, como digo, seguramente más justo. El Gobierno y el
Consejo General del Poder Judicial obraban cada uno dentro de sus
competencias y creo que desde una perspectiva institucional hubiera resultado
más sano que el Gobierno se hubiera abstenido de criticar (¡y con qué dureza!)
la decisión del Consejo. ¿Qué hubiera pasado si el Consejo hubiera
reaccionado de la misma manera ante la sanción que el Ministro de Justicia
impuso a la Secretaria del Juzgado? Hubiera resultado impensable ¿verdad?
pues igual de impensable debería ser que el Presidente del Gobierno se
manifestara de la forma en que lo está haciendo ante el ejercicio legítimo de
sus competencias que hace el Consejo General del Poder Judicial.
A mi me parece grave esta injerencia del Gobierno en el Consejo, sobre
todo porque es prueba de que la falta de tolerancia de los partidos políticos
ante las mínimas muestras de discrepancia que puedan darse desde la
sociedad. Soy consciente de que acabo de hacer un salto lógico, he pasado del
Gobierno a los partidos; pero creo que es justificable. Las auténticas
estructuras de poder actual son los partidos políticos, se asciende en el partido
y de ahí se pasa al Legislativo (las Cortes, los Parlamentos autonómicos) o al
Ejecutivo y la Administración (el Gobierno de España, los gobiernos de las


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Comunidades Autónomas, los ayuntamientos, las diputaciones). En este
sentido los Parlamentos y los gobiernos municipal, autonómico y central son
sucursales directas y evidentes de los partidos políticos. En todos estos
ámbitos los partidos colocan sin problemas, legal y legítimamente a sus
miembros; pero ya no es bastante. El Poder Judicial aún se resiste, y no
porque los Jueces sean impermiables a las ideologías o a los partidos, que no
lo son; sino porque en este ámbito no se puede colocar directamente a los
miembros del aparato del partido. No opera el Poder Judicial como un
destino directo para quienes han hecho carrera en el partido. Bueno, tras la
última renovación del Consejo General del Poder Judicial esto se podría
matizar; pero aún estamos lejos de que los tribunales se conviertan en un
equivalente de las diputaciones a estos efectos.
Tengo la impresión de que los partidos no se encuentran satisfechos con
esta situación. Ellos quieren para si a toda la sociedad en un doble sentido: en
primer lugar, para poder pagar servicios al partido y, en segundo lugar, para
tener una influencia directa en todas las esferas donde se desarrolla actividad
humana. En ese sentido allí donde hay cualquier movimiento social debe estar
el partido, parece ser esta la consigna.
Y hemos llegado al punto en que cuando alguien no se quiere plegar a las
exigencias de los partidos se arriesga a que sobre él caigan las iras del
poderoso. "Sométete o muere". Cede al pensamiento único, a la partitocracia
o atente a las consecuencias. Es por eso que las graves acusaciones de
corporativismo que desde el partido en el Gobierno se han apresurado a
lanzar sobre el Consejo General del Poder Judicial me producen escalofríos.
En la Guerra de las Galias se cuenta cómo Julio Cesar solía ofrecer a las
ciudades que sitiaba la posibilidad de rendirse. Si rechazaban su oferta eran
arrasadas sin piedad, en alguna ocasión, incluso, mató a todos sus habitantes,
pese a la tremenda pérdida que le suponía no poder venderlos como esclavos,
tal como el mismo cuenta. Las palabras de estos días me han hecho recordar


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esos terribles episodios. Julio César parece haber dado ya la orden de atacar la
fortaleza judicial.


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Política-ficción
(22 de febrero de 2009)

Hace unos días, Jordi Pedret publicaba en su muy recomendable blog


(http://jordipedret.blogspot.com/) un artículo sobre el discurso en el
Parlamento Europeo de Vaclav Klaus. En dicho artículo planteaba la
necesidad de reaccionar ante el "sueño de la razón" que estaba produciendo
discursos monstruosos como el del Presidente Checo. En un comentario a la
entrada yo proponía tres reformas que podrían ayudar a que Europa diera un
paso adelante. Mis propuestas eran:
1- Elección de un presidente europeo por sufragio de todos los
ciudadanos. Dicho presidente tendría competencias en materia de defensa y
política exterior.
2- Competencia fiscal plena para el Parlamento Europeo.
3- Competencia legislativa plena para el Parlamento Europeo.
Apuntaba también que prefería que la elección al Parlamento Europeo se
hiciese por sistema mayoritario en circunscripciones en las que solamente se
eligiese a un parlamentario.
Jordi mantenía que no estaba convencido de un sistema presidencialista
para Europa y que no creía conveniente un sistema de elección mayoritario
para el Parlamenteo Europeo, siendo preferible un sistema basado en listas
realmente transnacionales.
A mi la ficción me gusta y el tema de Europa me apasiona; así que, en vez
de escribir un largo comentario en el blog de Jordi, prefiero hacer esta entrada
para poder explayarme a gusto sobre estos dos puntos: el Presidente Europeo
y el modo de elección del Parlamento Europeo.
Sobre el Presidente Europeo:
Tal como he expuesto en otras entradas, la necesidad de una auténtica
política exterior y de defensa europea me parece fuera de toda duda. También


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mantengo que estas políticas no tienen que basarse en la coordinación de las
políticas de defensa nacionales. Esta coordinación es imposible, tanto en lo
que se refiere a la política exterior como a la política de defensa (y si hubiera
alguna duda sobre este último punto, la colisión de hace unas semanas entre
dos submarinos nucleares francés y británico nos ha dejado claro lo eficaz de
los mecanismos actuales de coordinación entre los aliados europeos); y siendo
imposible operar medieante la armonización de las políticas estatales se hace
necesaria la creación de una política europea propia, autónoma respecto a las
que puedan desempeñar los Estados (aunque, evidentemente, intereaccionará
con ésta). A este respecto, un Presidente europeo que tenga legitimidad
directa y capacidad de acción propia tanto en materia de política exterior
como de política defensa es indispensable. Es claro, sin embargo, que este
Presidente Europeo tendrá que contar con el Parlamento Europeo para el
desarrollo de sus funciones, aunque no sea más que porque el poder fiscal
debería descansar en el Parlamento, tal como mantenía en la segunda de mis
propuestas.
El Presidente Europeo, además, podría asumir parte de las funciones de la
Comisión, en concreto las de impulso legislativo (compartida con el
Parlamento y con los Estados). Además, quizá pudiera atribuírsele también la
competencia de designar al Presidente del Banco Central Europeo; aunque
nada más fuera para identificar un responsable político a quien culpar porque
no se bajen o suban los tipos de interés del dinero.
Sobre el Parlamento Europeo:
El Parlamento Europeo debería asumir, tal como es tradicional en los
sistemas parlamentarios, la capacidad de fijar impuestos. De esta forma, el
presupuesto comunitario no dependería de la voluntad de los Estados, lo que
resulta imprescindible para que Europa pueda avanzar como organización
política. Además el Parlamento debería tener competencia legislativa plena,
como cualquier otro Parlamento, de tal forma que podría plantear iniciativas


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legislativas y resolvería tanto sobre las por el introducidas como por las
presentadas por el resto de sujetos habilitados (el Presidente Europeo, los
Estados miembros...). De esta forma el Parlamento sería un auténtico
representante del pueblo europeo y un contrapeso al Presidente europeo.
Y aquí viene el tema de la elección. Yo propongo un sistema de elección
basado en circunscripciones donde se elija un solo candidato, mientras que
Jordi plantea listas transnacionales. La diferencia no es de matiz ni técnica,
sino de objetivos propuestos. Lo que hay detrás de mi propuesta es un intento
de que no todo el poder se vaya a los partidos políticos. Si el sistema se basa
en listas en la práctica los partidos controlarán quien es o deja de ser diputado,
por lo que la legitimidad de los parlamentarios se basará en su adscripción al
partido, quedandole a los electores únicamente la posibilidad de elegir entre
unos u otros partidos. No digo que el sistema no tenga ventajas, que las tiene
y muchas; pero no me satisface. Yo preferiría que todos y cada uno de los
parlamentarios tuvieran una legitimidad popular, basada en haber ganado en la
circunscripción por la que se han presentado enfrentándose directamente a
otros candidatos en dicha circunscripción.
Y ya dentro de este esquema, el tamaño del Parlamento europeo tiene
mucho que decir. Si el Parlamento europeo acoge a 700 y pico parlamentarios,
tal como sucede ahora, cada circunscripción sería de, aproximadamente,
700.000 personas. La ciudad de Barcelona, por ejemplo, elegiría a dos
diputados al Parlamento europeo. No me parece mal. Sabríamos quien es
nuestro representante en Europa y podríamos seguir lo que hace, lo que vota,
con quien se alia. Y luego daría cuenta directa a sus electores de sus años de
servicio en Estrasburgo.
Como digo, no estaría mal; pero preferiría que el Parlamento Europeo
tuviera menos diputados. Si en vez de 700 tuviera 200 cada diputado sería
elegido por circunscripciones de unas 2.000.000 de personas. Cada
parlamentario tendría más poder y los partidos políticos dejarían de tener el


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poder omnímodo que tienen actualmente en Europa. Yo creo que esto sería
bueno porque los ciudadanos tendríamos la sensación (a lo peor solamente la
sensación) de que tenemos algo que decir en la política europea, que
actualmente se siente muy alejada de cada uno de nosotros. Si la elección al
Parlamento Europeo se hace por medio de grandes listas transnacionales
tendríamos la sensación de que todo está controlado por las grandes élites
políticas, las que tienen el poder de decidir quién va en el número 3 de la lista
y quién va en el 33.
Pero bueno, al fin y al cabo esto no es más que política ficción...


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Hablando de Europa en serio
(28 de mayo de 2009)

He de confesar que me cansa un tanto la retórica europeista: "nuestro


objetivo ha de ser fortalecer Europa", "que los ciudadanos se coloquen en el
centro del proceso de construcción europea", "reforcemos las instituciones
europeas, profundicemos en su carácter democrático y construyamos
instrumentos que faciliten una presencia relevante de Europa en el mundo
global"... Mi impresión personal es que discursos de este tipo, tan vaporosos,
justifican por sí solos el escepticismo de una gran parte de la ciudadanía hacia
"Europa" y lo que significa. A continuación haré el ejercicio de exponer tal
como veo ya las cosas, sin tecnicismos, con sinceridad y renunciando a
matices en aras de que la presentación global sea clara.
Lo primero que tiene que quedar claro es que Europa (la Unión Europea,
la Comunidad Europea; ya digo que ni matizaré ni me detendré en
tecnicismos) es un instrumento al servicio de los Estados. Durante 200 años,
desde mediados del siglo XVIII hasta el final de la II Guerra Mundial, las
Naciones Europeas compitieron entre sí para crear imperios globales que
acabaron sometiendo a la mayor parte del planeta. El Reino Unido, Alemania,
Francia, Italia, eran los dueños del Mundo y competían entre ellos sin ningún
temor a las potencias no europeas. Tras la II Guerra Mundial estos países se
encuentran en una situación de extrema debilidad: economías destrozadas, sin
mecanismos para conservar los imperios coloniales que aún tenían Francia y el
Reino Unido y ocupados militarmente (de forma pacífica u hostil) por los
Estados Unidos y por la Unión Soviética.
En este escenario las Comunidades Europeas surgen como una
oportunidad para cada uno de los Estados fundadores de mantener un papel
relevante en el Mundo. Tanto Francia como Alemania e Italia participaron en
la creación de las iniciales Comunidades previendo que la nueva organización


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podría ser útil a sus propios intereses nacionales. La política interna se
encuentra tras la construcción europea. De esta forma, el resultado es una
estructura en la que el poder último de decisión se encuentra en manos de los
Estados nacionales, sus auténticos dueños.
Esto no ha cambiado sustancialmente desde la fundación de las
Comunidades. Comisión, Parlamento, Consejo, Tribunal de Justicia..., un
complejo entramado en cuya cúspide real (a veces no aparente) se encuentra la
reunión de los Jefes de Gobierno o de los Ministros de los distintos Estados.
El paradigma que se mantiene desde hace casi sesenta años es el de que la
Unión es y ha de ser un instrumento al servicio de los Estados.
Las reformas emprendidas en los últimos lustros no cambian esto. La
fallida Constitución Europea o el Tratado de Lisboa no suponían (suponen)
un cambio de paradigma, la Unión que diseñan sigue siendo un instrumento al
servicio de los Estados. Así, por ejemplo, se crea la figura del Presidente del
Consejo, que dará visibilidad exterior a la Unión; pero esta figura es elegida
por los miembros del Consejo (los Estados) y no por el Parlamento o los
ciudadanos.
¿Es mala esta situación, este paradigma? Yo creo que no. Lo que ha
conseguido "Europa" en estos cincuenta y tantos años es impresionante:
prácticamente se ha eliminado el riesgo de confrontación bélica entre los
Estados europeos; se ha creado una economía auténticamente europea que es
la primera del Mundo; se ha profundizado en el conocimiento y comprensión
mutuos entre personas, países y culturas; se ha construido un armazón
jurídico de gran complejidad y que, con independencia de su carácter
mejorable, destaca por garantizar en alto grado los derechos fundamentales, la
protección de los consumidores y del medio ambiente; se ha concluido el
proceso de creación de una moneda única; moneda que ha sustituido, entre
otras, al franco, al marco, al florín holandés. Son tantos los logros alcanzados
que se me hace realmente incomprensible que se hable de crisis, falta de


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aliento, decepción o cosa semejante. La construcción europea es, desde el
punto de vista histórico, jurídico, político y económico una de las empresas de
más fuste de la Historia. Lo que tenemos es inmenso; y ahora, además, hay
que añadir la incorporación de la Europa Central y del Este, palabras mayores.
¿Cómo es posible, entonces, que la sensación generalizada sea la de
derrotismo, fracaso, parálisis, etc.? Mi explicación personal es la de que se ha
planteado como una reforma transcendental lo que no deja de ser un ajuste
técnico, y las dificultades de este ajuste técnico se han magnificado. Me
explico.
Tal como decía, ni la Constitución Europea ni el Tratado de Lisboa
suponen un cambio de paradigma, la Unión Europea que diseñan sigue siendo
un instrumento al servicio de los Estados. Las modificaciones que introduce
son, por tanto, únicamente ajustes relativos al funcionamiento de esta
estructura y nada más. No parece que exista tampoco voluntad de cambiar el
paradigma dominante (Europa al servicio de los Estados), por lo que creo que
lo que resulta más sensato es congratularnos de lo que tenemos (que no es
poco, como acabamos de ver), asumirlo y dar por concluido el proceso de
integración europea. De esta forma la sensación que se tendría es la de
satisfacción y no la de fracaso. Deberíamos olvidarnos de las reformas y
consagrar la situación actual.
Alguien podrá oponer a esto que es preciso reformar los mecanismos
institucionales porque no es posible funcionar en una Unión de 27 con los
instrumentos originales, pensados para tan sólo seis Estados. A esto yo digo
que, de hecho, llevamos funcionando con estas "terribles dificultades" más de
un lustro sin que la Unión se haya venido abajo. La complejidad comunitaria
no es paralizante. El funcionamiento normal de la Unión es posible sin
cambios estructurales. Es claro, sin embargo, que sin tales cambios no se
podrá avanzar; pero aquí es donde sostengo que, en contra de lo que se dice
abiertamente, no hay ninguna voluntad de realizar un cambio real, ya que casi


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nadie sostiene la conveniencia de acabar con el sometimiento de la Unión a
los Estados. Si realmente no queremos avanzar ¿para qué nos empecinamos
en querer cambiarlo todo?
Así pues, defiendo que mientras no se quiera convertir a la Unión
Europea en un actor independiente dejemos las cosas como están. El
pesimismo reinante se iría diluyendo y podríamos vivir todos un poco más
tranquilos sabiendo que en las próximas décadas el escenario en el que nos
movemos no se transformará.
La pregunta siguiente es la de si éste es el mejor escenario posible. Par la
mayoría, sí lo es, como muestra la falta de exigencia del cambio de paradigma.
Ni los Estados ni los grandes partidos se plantean un cambio en profundidad.
Supongo que será porque creen que son más los riesgos que las ventajas o
porque directamente no lo ven como algo positivo. Las razones importan
menos que la constatación de esta falta de voluntad.
Para mi, en cambio, esta falta de ambición es suicida a medio plazo. No
hay contradicción con lo que decía hace un momento. Es malo insistir en
reformas que no suponen más que dar vueltas sobre uno mismo; pero me
agradaría que sí que existiera una voluntad real de transformación del
paradigma. Sin una Unión Europea real, esto es, independiente de los Estados
que la integran; el papel de Europa en el Mundo no hará más que disminuir.
No estaremos entre quienes deciden y serán otros los que impongan sus
políticas y la forma de entender las relaciones internacionales. Ya lo estamos
empezando a ver, pero será probablemente en la próxima década cuando
acabemos de comprobar realmente que las grandes decisiones se toman de
espaldas a lo que pensamos y sin tener capacidad de imponer nuestros
intereses. Será un declive lento, pero continuo e inevitable.
Y si se quisieran cambiar las cosas, si se quisiera cambiar el paradigma
¿sería difícil? No, sería muy sencillo, lo único que es preciso es tener voluntad
para ello. Las reformas que habría que introducir son muy sencillas:


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1- Poder legislativo pleno para el Parlamento Europeo.
2- Poder fiscal pleno para el Parlamento Europeo.
3- Elección de un Presidente Europeo, bien directamente por los
ciudadanos, bien por el Parlamento Europeo. Este presidente asumiría las
funciones del Consejo (excluida la legislativa, que correspondería en exclusiva
al Parlamento) y de la Comisión; tendría las competencias en materia de
Política Exterior y de Defensa.
¡Qué fácil si se quisiera!


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Decepción y preocupación
(1 de junio de 2009)

Mis obsesiones son la política social y la política educativa. Estoy


convencido de que para la sociedad vaya bien es preciso en primer lugar, crear
riqueza, y eso, hoy en día, pasa por que la educación y la formación sean de
altísima calidad, lo que sienta las bases de una economía basada en la
innovación y el desarrollo. En segundo lugar, es preciso que esta riqueza
ofrezca garantías a los ciudadanos de que sus necesidades básicas van a estar
cubiertas; y aquí hago especial hincapié en la política sanitaria; entre otras
cosas, porque creo que es mucho más fácil conseguir una sanidad pública de
calidad que una sanidad privada de calidad (tema que, por sí solo, daría para
otro post).
Y aquí es donde viene mi preocupación. Cuando hace unos años el PSC,
ERC e IC llegaron al poder en Cataluña pensé que se abría una época en la
que se avanzaría en estas políticas que considero prioritarias. Mi lectura de la
situación entonces era la de que se habían dedicado muchos esfuerzos a
construir una identidad nacional con el objetivo puesto, a medio o largo plazo,
en la independencia de Cataluña. Con el cambio de gobierno esperaba que las
políticas sociales, educativas y de innovación se potenciaran.
Transcurridos ya los años suficientes como para que se pueda hacer
balance mi experiencia (mi experiencia, no he consultado las grandes cifras ni
los sesudos informes que puedan existir, hablo de mi experiencia personal,
que no sé si será o no compartida) es la de que estamos abandonando algunos
logros que se habían conseguido. La introducción de la sexta hora ha hecho
que la escuela profundice su función de guardería, y paralelamente a la
introducción de esta sexta hora se ha reducido el esfuerzo que se dedicaba a
aulas de acogida, refuerzos y especialidades; esto es, en lugar de hacer que en
la escuela se enseñe más avanzamos hacia una escuela en la que los niños


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están más tiempo para aprender menos.
En sanidad observo con preocupación esta misma marcha del cangrejo.
Algunos de los controles que hacían los pediatras han sido transferidos a los
enfermeros; algunas de las vacunas se las tienen que pagar las familias; y no
tengo la percepción de que haya mejorado el tema de las listas de espera.
En la Universidad se notó una mejoría en el primer año del gobierno de
Maragall. En aquel momento inicial tuve la percepción de que se habían
aumentado los recursos dedicados a la enseñanza superior (nada espectacular,
pero, como digo, me preocupa mucho la identificación de las tendencias).
Ahora, sin embargo, en el momento en el que hay que poner en marcha el
proceso de Bolonia se dice que tendrá que hacerse a coste cero; que es lo
mismo que decirle a los servicios de mantenimiento del Ayuntamiento de
Barcelona que, a coste cero y sin dejar de atender sus tareas habituales, han de
construir una nueva ronda para la ciudad.
En fin, que a día de hoy mi expectativa ya no es que mejoren la sanidad, la
educación y la investigación; sino, simplemente, que se mantengan. Y esto no
es muy esperanzador que digamos.


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El Tour en Barcelona
(9 de julio de 2009)

Hoy llega el Tour de Francia a Barcelona. Desconozco de quién ha sido la


idea, desconozco lo que cuesta, desconozco qué beneficios traerá a la ciudad;
y desde mi desconocimiento me atrevo a decir que ha sido una muy mala idea.
Barcelona y su área metropolitana son, probablemente, una de las zonas
más delicadas de Europa en lo que a movilidad se refiere. La insuficiencia del
transporte público y de las infraestructuras hacen que el número de vehículos
y desplazamientos esté siempre muy cerca de la congestión. Los que vivimos
por aquí lo vemos y padecemos a diario. No es extraño que un simple
vehículo aparcado en el arcén en cualquiera de las rondas de la ciudad origine
atascos kilométricos. La ciudad está permanentemente al borde del colapso.
En estas circunstancias, la llegada del Tour en un día laborable, con los cortes
de tráfico que supondrá (y que permanencen en el misterio, porque apenas se
puede obtener información sobre ellos en la web del Ayuntamiento) es
probable que originen un caos considerable. No hace falta ser un experto para
darse cuenta de ello.
Es cierto que todo acontecimiento deportivo o espectáculo es fuente de
incomodidades, hágase en la ciudad del mundo que se haga; eso deben de
haber pensado el Alcalde y los concejales de Barcelona; pero es que esta
ciudad, como digo, es especial, pues se encuentra mucho más saturada que
Berlín o Madrid, por decir dos ciudades que conozco desde dentro. Las
consecuencias de una alteración del tráfico como la que se dará hoy serán, por
tanto, más graves que si se dieran en otra ciudad.
Y la pregunta que me hago es ¿a quién beneficia la llegada del Tour?
Todas las personas con las que hablo se quejan de la idea, algunas con mucha
rotundidad porque o bien tendrán que renunciar a citas importantes o se
verán obligadas a emplear varias horas extras en sus desplazamientos. ¿Será


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tan importante hacer la ola amarilla más grande de la historia, como pretenden
los organizadores de la gente que se coloque en las calles para ver el paso
fugaz de los corredores?
A veces tengo la impresión de que algo falla. Antes pensaba que la ciudad
estaba al servicio de los ciudadanos, ahora me parece que los ciudadanos
somos meros figurantes en lo que se pretende que sea un espectáculo
permanente.


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Afganistán
(16 de agosto de 2009)

Me ha sorprendido el artículo del vicedirector de La Vanguardia de hoy


domingo. Trata un tema delicado, la presencia de la OTAN en Afganistán; y
lo hace con una gran claridad de ideas. El propio título es significativo ("¿Otra
guerra medieval de cien años?"); critica la presencia de las tropas de la Fuerza
internacional de asistencia a la seguridad en Afganistán (en condición de
invasores, dice); se sorprende de que se admita que la presencia deberá
prolongarse varias décadas y acaba profetizando que la salida del último
soldado de las fuerzas internacionales de Afganistán se hará en helicóptero
desde el tejado de una embajado o la azotea del cuartel general de la OTAN.
De esta profecía a varios años vista pasa al análisis de la situación actual,
poniendo de manifiesto la nula utilidad de las elecciones próximas dado el
papel que juegan en todos los sectores del país los productores de opio. El
tono crítico hace que se deslice en el artículo una frase que, en mi opinión, es
extraordinariamente dura: "siempre eluden poner una fecha a la salida de las
tropas aliadas de aquel miserable país asiático". Lo de "miserable país asiático"
suena, desde luego, muy duro.
No digo yo que esté equivocado el vicedirector de La Vanguardia; me
faltan conocimientos y formación para poder contradecirle; pero sí que, como
decía, me sorprende el artículo; y lo hace porque el tema creo que merece algo
más que brochazos, sobre todo si se va afirmar que la OTAN será derrotada
sin paliativos en Afganistán y que toda la estrategia occidental en Asia Central
está equivocada.
No creo que Afganistán sea, simplemente, un "miserable país asiático".
Desde la Antigüedad es un país clave estratégicamente. Desde Kabul, Babur
lanzó en el siglo XVI la campaña que acabó con la conquista del Norte de la
India, creando el Imperio más rico del Mundo en aquel momento. Ya en el


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siglo XIX, Afganistán fue protagonista en "El Gran Juego", que enfrentó al
Imperio Británico y a Rusia por el control de Asia Central. Actualmente es
clave en una de las regiones más importantes del Mundo, por su vecindad con
Pakistán (y la India), su cercanía a China y a los recursos de Asia Central.
Entiendo que son circunstancias que deben, al menos, tenerse en cuenta si se
plantea seriamente marcharse y abandonarlo todo.
Pero es que no se trata solamente de razones estratégicas. En los años
finales del siglo XX y en el principio del XXI, antes del 11-S recuerdo la
indignación con la que casi todos recibíamos las noticias de Afganistán, la
forma en que se trataba a las mujeres, las ejecuciones públicas, la destrucción
de los símbolos de otras culturas. Ya entonces se alzaban voces planteando si
podíamos quedarnos de bazos cruzados ante atentados tan graves contra los
Derechos Humanos.
Es cierto que no parece que se haya avanzado mucho en Afganistán en el
tema de los Derechos Humanos desde que las tropas de la OTAN están allí ;
pero ¿ha llegado ya el momento de decir, no podemos hacer nada, ahí tenéis
vuestro "miserable país" (en término del Vicedirector de La Vanguardia, no
mío) y morid como mejor queráis? ¿Es que no es posible hacer nada más?
Si es así, digámoslo, pero teniendo en cuenta todas las circunstancias y
también todas las consecuencias. Si no tenemos voluntad o capacidad para
estabilizar Afganistán, dentro de unas décadas Afganistán puede estar en
nosotros, aquí.


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Pequeños detalles
(1 de octubre de 2009)

Acabo de volver de la reunión de inicio de curso de los padres con las


maestras de primero de Educación Infantil. Ha sido una reunión muy
provechosa. Me ha servido para contrastar, a través de algunos pequeños
detalles algunas de las hipótesis que adelantaba en mi entrada España sí se
rompe. Allí planteaba que una clave ineludible para entender no pocos
aspectos de la política y de la sociedad en España era la utilización de la
intelectualidad y la educación para la construcción o el reforzamiento de
identidades nacionales en torno a los aparatos de poder que han surgido como
consecuencia de la descentralización que ha supuesto el Estado de las
Autonomías. En esta construcción la política lingüística juega un papel
esencial. No es algo nuevo, el idioma fue un elemento importante en la
construcción de las naciones europeas en los siglos XVIII y XIX y su eficacia
como elemento aglutinador no creo que precise ser demostrada. En la
actualidad el idioma propio de cada Comunidad Autónoma es un instrumento
que contribuye a profundizar en su construcción nacional; y aquí el papel de la
escuela es, evidentemente, fundamental. Solamente si tenemos esto en cuenta
se explica, por ejemplo, la feroz oposición que suscitó en algunos sectores de
la sociedad y la política catalanas el intento de establecer una tercera hora de
lengua castellana en las escuelas. En aquel momento un amigo me comentaba,
no sin cierta ingenuidad, que no entendía tal oposición cuando era evidente
que debería mejorarse el nivel de castellano (y de catalán) de nuestros
alumnos. Yo le dije que era claro que en todo este debate la formación de los
niños era secundaria, que lo fundamental era el papel de la lengua como
elemento de identificación nacional, y que en este plano cada hora de
castellano era un problema y que, por tanto, mucho mejor dos horas de
castellano a la semana que tres.


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Pero me estoy desviando del tema, que no es otro que la visita de esta
tarde al aula en la que estudia mi hija. Allí pude ver cómo en las paredes
estaban colgados unos carteles con los nombres de los meses. En grande
estaba el nombre del mes en catalán y en pequeñito el nombre del mismo mes
es castellano. La relación que se establece inmediatamente es la de que hay un
idioma más importante que el otro; curiosa forma de fomentar la diglosia. A
esto hay que añadir que se nos explicó que en castellano se trabajaría
únicamente la oralidad, no la escritura del idioma. Me parece una opción que
favorece igualmente la diglosia, pues el catalán se presenta como una lengua
no solamente oral, sino también escrita; mientras que el castellano es
percibido únicamente como una lengua hablada, lo que no deja de traslucir
una menor enjundia y profundidad del idioma. No desconozco que existen
métodos de enseñanza de las lenguas que se basan, precisamente, en
comenzar el aprendizaje por el lenguaje oral para, posteriormente, pasar al
escrito. Ahí tenemos las estupendas páginas que nos dejó Elias Canetti en su
autobiografía sobre su iniciación en el alemán. Sucede, sin embargo, que esto
no es trasladable al colegio de mi hija, donde no pocos sino la mayoría de los
alumnos tienen por lengua materna el castellano. Es decir, ya hablan el
castellano (incluso mejor que el catalán en no pocos casos) por lo que este
refuerzo de la oralidad más bien parece una limitación al desarrollo de las
potencialidades de los alumnos en una lengua que ya conocen bien todos y
que para muchos de ellos es, además, su lengua materna.
En definitiva, mi visita de hoy al colegio me ha confirmado que en
Cataluña interesa más utilizar la escuela como elemento de construcción
nacional a través del idioma que la efectiva formación de los alumnos en las
dos lenguas oficiales en el País.


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¿Madrid 2020?
(3 de octubre de 2009)

He visto y oído la reflexión del director de ABC sobre el resultado de


Copenhague, y me ha preocupado un tanto. Comenzaré por el final, concluye
diciendo que él se presentaría en el 2020 y seguiría presentándose hasta que de
una "puñetera" vez Alberto de Mónaco y sus amigos concediesen las
Olimpiadas a Madrid. Esta apreciación es muestra de un cierto alejamiento de
la realidad; parece que Madrid tuviera un derecho adquirido a la organización
de los Juegos y que estos nos tendrán que ser "reconocidos" más tarde o más
temprano. Desconoce esta interpretación la entidad de las ciudades que
compiten por los Juegos y, con frecuencia, pierden. En Copenhague Madrid
competía con Chicago, con Tokio y con Río de Janeiro ¡casi nada! ciudades
todas ellas de gran peso internacional y relevancia. París fue rival de Barcelona
en 1992, y es bueno recordar que París lo ha intentado varias veces y no
consigue organizar unos Juegos ¡desde 1924! Con esto quiero decir que la
pretensión de que Madrid, inevitablemente, ha de organizar unas Olimpiadas
de verano muestra una cierta confusión entre deseo y realidad.
En segundo lugar, me parece desafortunada la referencia a "Alberto de
Mónaco y sus amigos". El COI es quien adjudica los Juegos y si se quiere
obtener la organización de unos se han de acatar las reglas que ponen estos
señores. Nadie te obliga a participar; pero es un poco absurdo pretender jugar
a obtener unos Olimpiadas y luego quejarse de cómo se conceden éstas.
Podría pensarse que es muestra de una cierta chulería que no creo que nos
venga bien.
El director de ABC valora positivamente el papel de la candidatura de
Madrid en Copenhague; y esto también es preocupante. Es cierto que Madrid
llegó a la final; pero también es cierto que desde la segunda ronda estaba
condenada a perder. Madrid ganó en la primera ronda, lo que muestra que se


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habían trabajado bien las "adhesiones inquebrantables"; pero la elección no se
juega a una sola vuela, sino que es una carrera de eliminación, y por tanto las
segundas oportunidades, los rebotes ofensivos, si hablamos en términos de
baloncesto, son fundamentales; y ahí Madrid ha estado fatal. De los dieciocho
votos de Chicago solamente recogió uno en la segunda vuelta, y de los veinte
de Tokio solamente supo traer a su bando a tres en la final. Es decir, la
candidatura de Madrid se esforzó en encontrar miembros del COI que
pensaban que su candidatura era la mejor, pero no se dedico el mismo
esfuerzo a localizar a quienes podían pensar que Madrid era la segunda o
tercera mejor opción. Quizá no sea casualidad esta estrategia y tenga alguna
relación con la sensación de inevitabilidad en la concesión que parece planear
sobre algunos.
En cuarto lugar, no estoy seguro de que sea bueno perpetuarse como
ciudad candidata a los Juegos. Usualmente las ciudades compiten y si no
consiguen la organización se olvidan del tema durante un tiempo. Tener
permanente empeñada la ciudad en la candidatura olímpica puede hacer
perder otras oportunidades, otras formas de desarrollo. Se ha intentado en dos
ocasiones, seguramente esto ha favorecido a Madrid, pues se han construido
instalaciones, ha tenido presencia internacional y conseguido contactos en
distintos foros. Ahora quizás sería el momento de dirigirse hacia otros
objetivos, sin obsesionarse con los Juegos Olímpicos.
A veces da la impresión de que la concesión de los Juegos Olímpicos de
1992 a Barcelona han hecho pensar a algunos que tan sólo es cuestión de
tiempo que los Juegos lleguen también a Madrid. Esto, evidentemente, es un
error, porque nada tienen que ver las dos candidaturas.
La candidatura de Barcelona se enmarcaba en la celebración de todo un
país, la disculpa fue el Quinto Centenario, y por eso tenía que ser,
precisamente, en 1992; pero, evidentemente, lo que se celebraba era otra cosa,
era la consolidación de la democracia, la modernización de España, la


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incorporación a la Unión Europea (entonces todavía Comunidad Económica
Europea); y ahí los Juegos Olímpicos, junto con la Expo de Sevilla y un sinfín
de cosas más era una puesta de largo de toda la sociedad española. Había un
proyecto percibido auténticamente como común. En ese sentido los Juegos de
Barcelona se emparentan con los de Pekín o, ahora, los de Río: Olimpiadas
que quiere organizar un país para mostrar al Mundo que han cambiado y
mejorado.
La candidatura de Madrid no tiene nada que ver con esto. No hay nada
especial que celebrar y tampoco es un momento propicio para los proyectos e
impulsos comunes. España se ha vuelto mucho más local y es difícil encontrar
desafíos que impliquen con rotundidad a todo el país. Los Juegos no se
enmarcan en una celebración más amplia. ¿Quiere decir esto que son
imposibles? Ni mucho menos, de hecho creo que el espíritu olímpico encaja
más con aquellos casos en los que una ciudad (los Juegos los organiza una
ciudad, no un país) decide solicitarlos simplemente porque le apetece, le
agrada la idea de prepararse para la competencia y, en caso de ganar, organizar
un acontecimiento como son unos Juegos Olímpicos. Ahí encajan
candidaturas como la de Chicago y Juegos como los de Sydney, Atlanta o
Montreal. Madrid es una ciudad lo suficientemente importante como para
aspirar a la organización de unos Juegos, igual que, probablemente, otras
cincuenta o cien ciudades en el Mundo. Si quiere jugar a los Juegos, hágalo;
pero siendo consciente de que, por ahora, no se dan las especiales
circunstancias que concurrieron en la candidatura de Barcelona.


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Ser Ministro hoy
(12 de octubre de 2009)

Me ha dejado un tanto preocupado la entrevista a Mercedes Cabrera (ex-


ministra de Educación) que se publica en La Vanguardia de hoy, 12 de
octubre. En dicha entrevista se le pregunta a la Sra. Cabrera si los alumnos
son más indisciplinados ahora que hace años, a lo que contesta que de eso se
quejan los profesores, pero que éstos deberían hacer un esfuerzo por
contactar con unos alumnos que se aburren. Y añade que si un médico del
siglo XIX entrara en un hospital del siglo XXI no reconocería nada; pero que
si un profesor del mismo siglo entrara hoy en un aula encontraría que es todo
igual.
Creo que no se puede decir más con menos palabras. Y el caso es que no
puedo estar en más desacuerdo. Es cierto que mi experiencia con la educación
es más bien limitada, pues se reduce a mi contacto personal con las aulas;
primero en una escuela "unitaria"; esto es, una escuela rural en la que
convivíamos en la misma aula niños de entre cuatro y catorce años (1971-
1977); luego en un "macrocolegio" de más de mil alumnos (1977-1981);
posteriormente en un instituto (1981-1985) y, finalmente, en la masificada
Universidad de los años 80 (1985-1990). A ello habría que añadir mi propia
experiencia como docente universitario (desde 1990 hasta la actualidad) y el
contacto que desde hace unos años vuelvo a tener con la escuela a través de
mi hija y de mis sobrinos.
Y a partir de mi experiencia me sorprende la afirmación de la Sra.
Cabrera, pues cuando entré hace unos años en la clase de mi hija en P3 me
quedé tremendamente sorprendido, precisamente porque era muy diferente de
las aulas que yo recordaba de hace treinta y tantos años (no estoy hablando del
siglo XIX). Como muestra acompaño unas fotos del colegio de mi hija, no
vaya a ser que fuera yo el obnubilado y esté en lo cierto Mercedes Cabrera:


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http://www.xtec.cat/ceiplaflorida/curs0809/imatges/imatges.htm

Afirma también en la entrevista que los profesores deberían hacer un


esfuerzo para conectar con unos alumnos que se aburren. Bueno, si fuera
cierto que se aburren resultaría que sí que encontraríamos un claro punto de
acuerdo con la Sra. Cabrera en lo que se refiere a que no ha cambiado nada en
el sistema educativo desde hace más de cien años, porque, precisamente, el
que los niños se aburran en la escuela es lo normal. El tradicional
aburrimiento de las clases es un tópico que podría remontarse a la Grecia
clásica e, incluso, antes. La escuela es un lugar donde se supone que se va a
aprender, a trabajar, a esforzarse, y muchas de las cosas que se tienen que
aprender no muestran su utilidad hasta muchos años después de concluir los
estudios, por lo que el aburrimiento es, en cierta forma, consustancial a la
enseñanza.
Pero el caso es que aquí tampoco acierta la Sra. Cabrera, porque lo que yo
compruebo asombrado un día sí y otro también es ¡que los niños se lo pasan
bien en clase! ¡Se divierten! Mi propia hija estaba casi desesperada a finales de
agosto, con ganas de que empezara el colegio. Yo entiendo que tanta
diversión no es buena, pero, en fin, eso sería tema de otro post, aquí me basta
con destacar que no coincido, a partir de mi experiencia, con el análisis que
hace la Sra. Cabrera.
Esta falta de adecuación entre lo que yo sé de la escuela y lo que leo en la
entrevista es lo que me preocupa, porque, una de dos, o la Sra. Cabrera o yo
no tenemos ni idea de cómo son las clases actualmente. Y, claro, teniendo en
cuenta que ella fue Ministra del ramo...
Para acabar, me pregunto si son tan diferentes los hospitales del XIX y los
actuales. Un quirófano es siempre un quirófano y el bisturí es un bisturí ahora
y hace cien años. El material de los puntos de sutura varía, los monitores


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cambian y las técnicas mejoran; pero si un médico del XIX aterrizara de
repente en un quirófano actual donde se está extirpando un apéndice podría,
seguramente, concluir la operación si el cirujano que está operando se
desmaya por la impresión que le produce la aparición del fantasma de su
colega. Si un maestro del XIX cayera en una clase actual ¿podría siquiera hacer
callar a los alumnos?


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Poder fáctico, poder político
(15 de noviembre de 2009)

El estupendo blog "europe@s" es fuente constante de ideas y debates en


torno a la Unión Europea. En su último post (por el momento) "Un
presidente (democrático) para Europa" se han planteado algunos temas de
discusión que me parecen realmente interesantes. Como el comentario que
tendría que escribir al respecto sería demasiado largo, me aprovecho de dicho
debate para escribir este post.
Son muchos los temas que han ido saliendo entre el post y los
comentarios al hilo de la designación del próximo Presidente del Consejo
Europeo. En este post me referiré tan sólo a uno de ellos: la localización del
obstáculo a la elección directa de un Presidente Europeo. Mi planteamiento es
el de que son las élites políticas de los Estados las que recelan de una elección
directa; fundamentalmente por la pérdida de poder que supondría para los
Estados y por las incógnitas que plantea la creación de un espacio político
realmente europeo.
Frente a esta opinión, Emilio sostiene que no son los políticos, sino los
poderes fácticos que operan a la sombra los que se opone a tal elección
directa. Tales poderes fácticos estarían contentos con una Europa más débil
políticamente que les permitiría "ir colando" normativas tendentes a favorecer
la libre circulación de capitales y mercancías.
La incidencia de los poderes fácticos en los políticos es un viejo tema;
Emilio plantea que la situación es diferente ahora y en el siglo XIX. Mientras
en el siglo XIX el poder político controlaba a los poderes fácticos ahora sería
a la inversa, debiendo buscar, por tanto, en tales poderes las auténticas
razones que explicaran el actual déficit democrático en la elección del
Presidente del Consejo Europeo.
A mi me parece que esta dialéctica "poderes fácticos/poderes políticos"


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puede ser útil; pero, en cualquier caso, es excesivamente esquemática. Poderes
fácticos hay muchos; están las empresas, aisladamente o agrupadas de varias
formas, están las asociaciones de consumidores, los medios de comunicación,
las administraciones... dependiendo del ámbito en el que nos encontremos
identificaremos mil y una formas en las que quienes no tienen el poder formal
de decidir inciden en quienes sí tienen ese poder. Los ejemplos son muy
antiguos. En la Inglaterra del siglo XVIII los fabricantes de productos textiles
consiguieron imponer un fuerte arancel a los tejidos que provenían de la India
con el fin de preservar su industria; y luego decidieron, directamente, ocupar
la India y desmantelar su industria. Aquí el poder político obró como longa
manu de claros intereses económicos, los de los fabricantes ingleses de
productos textiles.
En el seno de la Unión Europea la influencia de los grupos de interés está
ampliamente contrastada y estudiada. Es muy conocido que cuando el Reino
Unido se incorporó a la Comunidad Europea presionó para que en la
normativa sobre competencia judicial se reconociera la posibilidad de que en
los contratos de grandes seguros se permitiera la elección de tribunal, cosa que
hasta entonces no estaba permitida. Las grandes aseguradoras marítimas
británicas (Lloyds) estaban detrás de esta medida. De igual forma, más
recientemente, los grupos mediáticos han presionado (y conseguido) que los
daños derivados de la difamación en medios de comunicación haya sido
excluida de la regulación comunitaria en materia de responsabilidad
extracontractual.
Los ejemplos pueden ser tantos como los que se quiera y no muestran
más que algo evidente: que todo el que tiene capacidad de influencia (mayor o
menor) intenta utilizarla frente a quien hace las leyes. Es así y ni siquiera lo
valoro negativamente, es algo que forma parte de la dinámica de toda
sociedad. Otra cosa es cómo se pretenda conseguir esa influencia. Una cosa es
intentar convencer a quien tiene el poder de las ventajas o inconvenientes de


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determinada política y otra es sobornar o coaccionar a quienes tienen la
responsabilidad política. Lo primero es saludable y lo segundo delictivo.
Ahora bien, lo que no tengo claro es que estos poderes fácticos estén
impidiendo la profundización en la construcción Europea. En primer lugar no
sé si les interesa (en el caso de que se pudiera hablar de ellos como una
unidad, cosa altamente improbable porque ¿qué tiene que ver un gran banco
con General Motors, Microsoft, Boeing o Telefónica?). Emilio apunta que lo
que no se puede colar a nivel estatal puede conseguirse por medio de una
directiva; pero esto depende mucho del ámbito y del país. En España, por
ejemplo, la regulación que tenemos de la actividad económica (control sobre
la economía) es, en gran parte, de origen comunitario. Nuestro derecho sobre
libre competencia y sobre competencia desleal, la protección al consumidor y
a los agentes comerciales no existirían sin el Derecho comunitario. En este
sentido, aquí ha pasado a la inversa. La libertad que tenían los empresarios de
acuerdo con el Derecho español se ha convertido en control por obra del
Derecho comunitario.
El esquema de regulación comunitario es complejo. No se basa en la
simple liberalización de la circulación y servicios, sino que esta liberalización
se ve equilibrada con una regulación bastante profunda de la actividad
económica con el fin de garantizar la eficacia del mercado y la protección de
los consumidores, entre otros aspectos. Este esquema no creo que responda a
ninguna maniobra oculta por parte de los poderes fácticos (¿cuáles?) sino que
es fruto de diversos factores: el pensamiento dominante en la Europa de
mediados del siglo XX y la evolución de éste desde entonces, las influencias
de agentes económicos y sociales y presiones específicas de determinados
gobiernos. A veces los intereses son muy concretos, a veces más generales;
pero, en cualquier caso, no permiten identificar una voluntad alternativa que
maquine en una u otra dirección.
Por otra parte, aunque realmente esos poderes fácticos no concretados


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tuvieran interés en no favorecer la elección directa del Presidente del Consejo
Europeo ¿tendrían capacidad para convertir sus deseos en realidad? Tendrían
que ser poderes fácticos muy poderosos, de una importancia mayor que
Microsof o Boeing, ya que estas empresas se las tienen tiesas con la
Comunidad Europea, en concreto con el Servicio de Defensa de la
Competencia. Si estas empresas no tienen capacidad para "doblar el brazo" a
la Comisión Europea en cuestiones que son fundamentales para ellas ¿van a
poder afectar de una manera tan decisiva a cuestiones políticas más generales?
Y si no estamos hablando de las mayores empresas del Mundo ¿de quién
hablamos cuando nos referimos a poderes fácticos?
No creo que exista un gobierno mundial en la sombra, y menos que ese
gobierno conspire para que Europa se mantenga en la situación en la que se
encuentra ahora, sin avanzar ni retroceder significativamente. Creo que la
sociedad es compleja, que intervienen muchos factores en cada toma de
decisión y que cada cambio es fruto de una pluralidad de circunstancias; y creo
que, en concreto, el status quo de la Comunidad Europea es responsabilidad
de unas élites políticas que se sienten cómodas en la situación actual, temen
perder poder con un cambio y no tienen claro cuáles serían las consecuencias
de crear un espacio político europeo.


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Una mica de seny
(26 de noviembre de 2009)

En estos días en que parece inminente la resolución del Tribunal


Constitucional sobre el Estatut de Cataluña parece que todo el mundo se está
volviendo loco. Lo último, lo de hoy, es la editorial conjunta de doce diarios
editados en Cataluña en la que se "aconseja" al Constitucional cómo tiene que
resolver el recurso planteado contra el Estatut.
La verdad es que yo no tengo opinión formada sobre la constitucionalidad
o inconstitucionalidad del Estatut. Tengo que reconocer que no he dispuesto
de tiempo para estudiar la cuestión. Porque se trata de una cuestión de
estudio. Quiero decir, que para poder opinar con fundamento sobre este tema
hay que tener un razonable conocimiento de Derecho constitucional y haberse
leído con atención (a ser posible con lápiz y papel al lado para tomar notas) el
largo y enrevesado Estatut de marras. De otra forma decir algo sobre el encaje
constitucional del Estatut es, simplemente, una ligereza o una frivolidad.
Aquí no me voy a ocupar, por tanto, de la adecuación no del Estatut a la
Constitución, sino de uno de los argumentos que más se emplean para
defenderlo frente a la futura y aún no conocida sentencia del Tribunal
Constitucional. El argumento que plantea que lo que ya ha sido votado por el
pueblo de Cataluña no puede ser revisado por el Tribunal Constitucional. El
argumento de que frente al pueblo han de ceder los tribunales y el propio
derecho. Este planteamiento no solamente es equivocado -en mi opinión-
sino, además, peligroso, tal como expondré a continuación.
Esta pretendida preferencia de la voluntad popular sobre las normas
establecidas esconde una falacia, evidente y escandalosa: el pueblo existe,
cuando, en realidad, no existe. Existen individuos; pero el pueblo carece de
existencia real, la frecuente llamada que en los textos constitucionales o
pseudoconstitucionales se hace al pueblo, fundamentalmente como


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depositario de la soberanía, no es más que una ficción, una forma de
legitimación del poder político. Además, ese pueblo, que se pretende anterior
al derecho, viene definido, en realidad, por el propio derecho, por normas
jurídicas. Así, por ejemplo, son normas jurídicas las que nos dicen que el
pueblo está compuesto por los nacionales (y no por los extranjeros) y son
también normas jurídicas las que nos dicen que cuando el pueblo "se expresa"
(en elecciones o referendums) solamente pueden pronunciarse quienes tienen
más de dieciocho años (u otra edad que se fije) y no estén incapacitados. Es
decir, las normas son anteriores al pueblo, y cuando se afirma lo contrario se
trata solamente de una ficción que pretende, básicamente, legitimar el sistema
político imperante. Todo esto no son ocurrencias mías, son cosas que
cualquiera que inicia los estudios de derecho sabe (o debería saber) antes,
incluso, de acabar el primer curso de carrera.
Pretender, por tanto, que el derecho ceda ante el pueblo es absurdo, una
pura contradicción. Son las normas jurídicas las que configuran las reglas del
juego en las que se incardina la participación de los electores (no del pueblo,
que, como digo, no existe) en la elaboración de las leyes y en la regulación del
poder público. Es por esto que esta pretendida preferencia del pueblo sobre el
derecho es absurda y, ademas, peligrosa. Generalmente han sido las peores
dictaduras las que han recurrido a esta llamada al pueblo para, de esta forma,
derrumbar los límites legales a su poder. Podrían ponerse muchos ejemplos,
pero el de la Alemania de Hitler creo que es suficientemente significativo;
porque, además, demuestra que no basta con que existan elecciones para que
podamos afirmar que nos encontramos ante una auténtica democracia (en el
sentido en el que la entendemos en Europa). Franco llamó a las urnas unas
cuantas veces durante su dictadura con resultados abrumadoramente
favorables a sus propuestas; y esto no convirtió su tiranía en una democracia;
y es bueno recordar que Hitler llegó al poder tras unas elecciones que ganó.
Es cierto también, que la Declaración de Independencia de Estados Unidos


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comienza haciendo una llamada al pueblo; pero es que en el caso de la
Declaración de Independencia nos encontrábamos ante una revolución, y de
esa posibilidad me ocuparé al final de esta entrada.
Así pues, y volviendo a nuestro tema, entiendo que el hecho de que el
Estatut haya sido aprobado por los electores catalanes no impide en absoluto
que puedan ser declarados inconstitucionales unos cuantos, muchos o todos
sus artículos. Es el contraste con la Constitución el que debe tenerse en cuenta
y para ello el que haya sido aprobado en referendum o no es irrelevante.
En mi opinión, por tanto, deberíamos aguardar a ver qué decide el
Tribunal Constitucional, confiando en que obre guiado por criterios jurídicos,
de acuerdo con la función que la propia Constitución le atribuye. Ahora bien,
si diéramos un paso más y nos preguntáramos: ¿podemos esperar que el
Tribunal Constitucional actúe correctamente y dicte una sentencia basada en
criterios técnicos e independiente de las presiones a las que se ve sometido?
mi respuesta sería que no, que no es probable que pase eso. Los movimientos
de los últimos meses parecen indicar que las consideraciones sobre las
consecuencias políticas de la sentencia están pesando más en los Magistrados
que las razones puramente técnicas. Todo esto (y más) me lleva a pensar que,
probablemente, la sentencia que salga será "mala" desde una perspectiva
técnica.
El que la sentencia sea "mala", o que -como se está apuntando- haya sido
dictada por un Tribunal mermado en sus efectivos y con varios miembros que
han agotado ya su período ordinario de servicio, ¿supone que se legitimaría
una "desobediencia" a la misma, una falta de acatamiento a lo dictado por el
Tribunal? En absoluto.
Así pues, aventuro que la sentencia será mala; una componenda, vaya
(ojalá me equivoque); pero, a la vez, mantengo, que ni la calidad de la
sentencia ni las particulares circunstancias de los magistrados que la dictan
legitiman una contestación a la misma o su desobediencia. Y la razón para ello


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es que las sentencias no se obedecen o cumplen porque sean justas o buenas,
sino porque así lo establecen las normas jurídicas (de nuevo el derecho, qué le
vamos a hacer). Si son buenas sentencias, mejor; pero eso no es
imprescindible para que resulten obligatorias.
Y es que los tribunales no son más que un mecanismo de resolución de
conflictos dentro de una sociedad. Jueces (o equivalentes) han existido,
probablemente, en todas o casi todas las sociedades; siendo individuos a los
que, de una forma u otra, se les concede el poder de resolver de forma
definitiva los conflictos. Para legitimar su actuación desde antiguo se
pretendió que quienes ejercían esa función judicial eran más justos, más
buenos o más sabios que los demás y que, por tanto, sus decisiones también
serían más buenas, más justas o más sabias. Pero todo esto no es más que un
mecanismo de legitimación, no tiene por qué ser real. Cuando me encuentro
con alguien que se escandaliza cuando le digo que tal o cual sentencia es un
horror y que es completamente absurda me produce la misma impresión que
un adulto que se enfadara porque le explico que los Reyes Magos no existen.
Una sociedad madura debe saber que los jueces no tienen la última palabra
porque tengan razón; sino que tienen razón porque tienen la última palabra.
Así pues, lo que digan los Magistrados del Tribunal Constitucional sobre
el Estatut bien dicho estará, aunque sea -como resulta probable que pase
finalmente- un engendro jurídico. A partir de aquí se podrá analizar y criticar
todo lo que se quiera la sentencia; pero en nada ha de afectar tal análisis o
crítica al acatamiento de la decisión. Todas las sentencias deben ser acatadas,
por injustas que sean.
Se me podrá decir que por qué razón hemos de acatar las sentencias por
injustas o malas que sean, o por qué tenemos que cumplir las leyes con las que
no estamos de acuerdo; la razón para ello es que tanto las leyes como las
sentencias nos garantizan la paz social. Si cuestionamos el acatamiento de las
decisiones del Tribunal Constitucional, si mantenemos que las leyes que hayan


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sido aprobadas por "el pueblo" no pueden ser anuladas por los tribunales, si
sostenemos -como escuché ayer en un debate en televisión- que las normas
jurídicas son un estorbo, estamos poniendo las bases para un cambio del
sistema político en el que vivimos, un cambio no ajustado a los mecanismos
previstos en el propio sistema (como también escuché ayer en televisión) y
por tanto un cambio revolucionario.
Y esto es lo que realmente me preocupa. Lo que están diciendo la mayoría
de los políticos estos días (incluido el propio presidente Montilla), lo que está
apoyando una parte significativa de la sociedad civil (incluidos los periódicos
que han publicado el editorial conjunto de hoy) es, simple y llanamente, una
llamada a la revolución.
Quizá sea porque ya tengo más de cuarenta años y familia, quizá se me
haya pasado ya la época de los ideales; pero el caso es que las revoluciones me
asustan. Es cierto que hay revoluciones pacíficas; pero cuando inicias una
nada te garantiza que será, precisamente, de las pacíficas. Cuando una
revolución se inicia no se sabe cómo va a acabar. Nadie hace nada pensando
que la consecuencia de sus actuaciones va a ser dañina o perjudicial,
seguramente todo el mundo actúa pensando que aquello que conseguirá será
mejor que lo que ahora tenemos. Quizá; pero démonos cuenta de a qué
estamos jugando. Quien arriesga su vida por una buena causa y la pierde
puede que sea un héroe; pero quien se la juega sin saber lo que hace,
pensando que no va a pasar nada es un tonto; y a mi me da la impresión de
que la sociedad española actual se está comportando como tal. Quizás
volvamos a demostrar al mundo que somos el pueblo más tonto que habita
Europa, capaces de tirarlo todo por la borda justo en el momento en el que
parecía que, por fin, volvíamos a tener una oportunidad en la Historia.


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Ya no entiendo nada
(28 de noviembre de 2009)

Los argumentos que se están utilizando para orientar la futura sentencia


del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña
son cada vez más sorprendentes. Hace un par de días me ocupaba de aquél
que mantiene que el TC debe tener en cuenta en su interpretación que el
Estatuto fue aprobado por el pueblo catalán; como si tal aprobación pudiera
añadir o quitar algo a la compatibilidad (o no) del Estatuto con la
Constitución de 1978, único extremo del que se puede ocupar el TC.
Lo que más me sorprende es que los que están hablando estos días sobre
la necesidad de que el TC respete el Estatuto no mantienen que éste sea
compatible con la Constitución. De hecho, de algunas de las cosas que se
dicen más bien se desprende que se reconoce que es incompatible; pero que
existen razones políticas para que, pese a ello, el TC mantenga su
constitucionalidad. Lo último que he leído en esta línea es el artículo de
Francesc Vallès en El País del día 27 de noviembre. En este artículo se
sostiene que el Estatut supone un nuevo pacto constitucional, y que esta
circunstancia debe ser tenida en cuenta por el TC. Copio el fragmento que me
interesa para que nadie piense que hago decir al autor lo que no dice:

"Significa [el Estatuto catalán y todos los Estatutos que se han reformado
recientemente] la plasmación de una voluntad mayoritaria de reescribir las
bases de nuestra arquitectura institucional. Es una voluntad cuasi-
constituyente. Es un pacto originario de derecho. Un nuevo pacto
constituyente que el TC no puede ni debe ignorar"

Ahora es cuando ya no entiendo nada. Hasta ahora había pensado que


PSC (partido del que es diputado el Dr. Vallès) mantenía que el Estatut era


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constitucional, que no suponía -como sostiene el PP- una modificación
encubierta de la Constitución. Y ahora, justamente cuando parece faltar poco
para la sentencia y toda la sociedad se está movilizando, ahora nos enteramos
de que nos has estado engañando, que en realidad el Estatuto sí que supone
un nuevo pacto constitucional.
Y, claro, si el Estatuto es un nuevo pacto constituyente es claro que es
inconstitucional. La Constitución prevé su modificación, nada impide que se
cambie y, de hecho ya ha sido modificada, al menos en una ocasión (seguro
que los constitucionalistas como el Dr. Vallès lo saben con más precisión que
yo). Ahora bien, para proceder a la reforma de la Constitución hay que utilizar
el procedimiento previsto en la misma. De acuerdo con dicho procedimiento
todo es posible; desde convertir España en República hasta la sustitución del
actual régimen parlamentario por un sistema presidencialista o una teocracia.
La Constitución no impone ningún límite material a su reforma; pero sí
establece unos determinados cauces para proceder a la misma. Y, desde luego,
el Estatuto de autonomía de Cataluña no ha sido tramitado como una reforma
constitucional por lo que, si el Dr. Vallès está en lo cierto y es un nuevo pacto
constituyente es claro que debería ser declarado inconstitucional. Es tan obvio
que causa casi reparo hacerlo explícito.
Ahora bien, lo anterior no quiere decir que no sea posible un cambio de la
Constitución que no se ajuste a los mecanismos previstos en la misma. Tal
cosa es posible, desde luego; pero en ese caso nos encontraríamos ante un
cambio no ajustado a la legalidad vigente. De hecho se habría sustituido el
sistema vigente por uno nuevo, utilizando para ello no los mecanismos que
rigen actualmente nuestra convivencia, sino la vía fáctica. Técnicamente nos
encontraríamos ante una revolución, tal como adelantaba hace dos días.
Mantener que el Estatuto supone un nuevo pacto constituyente y, a la vez,
pedir que el TC no lo declare inconstitucional es tanto como pedir al Tribunal
Constitucional que se una a la revolución, que sea cómplice de la misma (o


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partícipe, según se mire). Hace tan sólo unos meses la defensa del Estatuto se
basaba en su constitucionalidad, hoy el planteamiento de que el Estatut ha de
estar por encima de la (todavía) vigente Constitución porque de otra forma...
de otra forma ¿qué pasaría?


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Revisitando la Transición
(2 de diciembre de 2009)

Últimamente se ha puesto de moda cuestionar la Transición. La idea es la


de que la Transición estuvo tutelada por los militares y los restos del régimen
franquista, lo que impidió que el pueblo español obtuviese la Constitución que
verdaderamente quería, teniendo que conformarse con una en la que se había
impuesto la Monarquía y en la que se hacía mención expresa a la Iglesia
Católica. Este cuestionamiento va acompañado, con frecuencia, de la
propuesta de un nuevo pacto constituyente, ahora que estas tutelas ya no
limitarían la voluntad del pueblo.
Yo era muy pequeño en aquella época, tenía ocho años cuando murió
Franco; pero guardo un recuerdo muy intenso de aquellos años. Lo primero
que recuerdo es el miedo. Tras la muerte de Franco había un sentimiento
generalizado de temor e inquietud; temor, ante todo, a una nueva guerra. El
temor a la guerra era real, y era un temor que se percibía en todos los sectores;
tanto entre aquellos que pretendían la transformación de España en una
democracia como en aquellos otros a los que el régimen de Franco ya les iba
bien. Ahora todo parece más lejano, y a mi en aquella época, en que era un
niño también me lo parecía; pero ahora me doy cuenta de que para los adultos
de entonces la Guerra estaba todavía relativamente cercana. En el año 1975 el
fin de la Guerra Civil estaba a tan solo 36 años en el pasado. Si ahora
estuviéramos en el año 75 el fin de la guerra se habría producido en el año
1973. En el año 1975 la mayoría de los soldados que habían combatido en la
Guerra Civil aún no habían alcanzado la edad de jubilación. La Guerra estaba
presente.
Fue este temor a la guerra y no la tutela de los restos del franquismo lo
que condicionó la Transición. Ahora parece que se piensa que el pueblo
español era mayoritariamente demócrata en el año 1975 y no pudo expresarse


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en la forma en que quería en la Constitución de 1978 como consecuencia de la
presión de los miles de oficiales que formaban el ejército, las decenas de miles
de policías que había en España, los centenares de grandes empresarios y los
miles de curas que aún llevaban sotana; en su conjunto unos pocos cientos de
miles de personas que condicionaron la voluntad de los millones de españoles.
Eso no es cierto.
Lo cierto es que en el año 75, y en el 78, y aún más allá, había muchos
millones de españoles que se consideraban franquistas; o que aún no
considerándose franquistas, estaban próximos a posiciones conservadoras. Lo
que en algún momento se llamó "gente de orden". Se trataba de una parte
muy significativa de la población que no estaba tan convencida de las
bondades de una República o de la independencia entre Iglesia y Estado como
estaban los líderes de los partidos de izquierda o los cientos de miles de
militantes del PCE o de CCOO. Ahora muchos se sorprenden de que seamos
una Monarquía, pero ¿cómo íbamos a ser otra cosa si en el año 1978 la
institución más apreciada por los españoles era la Monarquía y el Rey un
referente para millones de personas que lo veían cada día en la única televisión
de la que se disponía? Se plantean algunos el anacronismo de que en la
Constitución de 1978 se haga una referencia expresa a la Iglesia Católica, pero
¿cómo no iba a haberla si en aquel momento la práctica totalidad de las
parejas se casaban por la Iglesia, bautizaban a sus hijos, estos hacían la primera
comunión, acudían a colegios religiosos y la mitad de los españoles iban a
misa cada domingo?
Lo que quiero decir es que la Transición supuso un pacto real; o, mejor,
un consenso, que alcanzó a casi todo el país. Lo que en la Constitución de
1978 se puede ver como anacronismos no son más que muestras de una
realidad sociológica en la que el franquismo estaba aún muy presente. Repito,
no fueron los cientos de miles de integrantes del ejército, la policía y la Iglesia
los que condicionaron la Transición, sino los millones de personas que, de una


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forma u otra, consideraban que España no estaba para darle la vuelta como un
calcetín, que se debía avanzar hacia la democracia; pero manteniendo vínculos
con la tradición.
Y el resultado fue un pacto en el que, como digo, la mayoría se reconocía.
Probablemente fue un momento único en la Historia de España. Durante
unas décadas nos identificamos con una forma de ser y actuar. España había
encontrado, finalmente, un punto de unión, de acuerdo. Lo que definía a
España era la capacidad para, superando traumas fortísimos y divisiones muy
profundas, trabajar juntos en un objetivo común: la modernización de España
y su integración en Europa. Sin este horizonte común, la modernización del
País a todos los niveles, probablemente no se hubiera conseguido aquel pacto
histórico.
Creo que merece la pena recordar esto ahora que se habla tanto de nuevos
pactos constituyentes. Un pacto constituyente no es un acuerdo entre las
fuerzas mayoritarias, exige un amplísimo consenso político y social. Si lo que
se pretende es sustituir el pacto constituyente de la transición el consenso
debería ser, al menos, tan amplio como el que se consiguió en su momento. Y
esto ya no es derecho, es política; pretender un pacto constituyente en el que,
por ejemplo, no estuviera CiU o el PNV es jugar con fuego; mucho más, por
supuesto, pretender hacerlo sin contar con el PP, que consigue en torno a diez
millones de votos en cada convocatoria de elecciones generales. Nunca en mi
vida he votado al PP; pero las cosas son como son. Se pueden aprobar leyes
en contra del PP, se pueden aprobar estatutos de autonomía en contra del PP,
se pueden adoptar decisiones en materia de política exterior en contra del PP;
pero no se puede cambiar la Constitución (o el pacto constituyente) en contra
del PP, pretenderlo es meternos en el charco que con tanta habilidad y sentido
común evitaron los responsables de nuestra Transición.


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Un artículo de Francesc de Carreras
(2 de enero de 2010)

Acabo de leer el excelente artículo de Francesc de Carreras "Fin de


época". Pensaba introducir un comentario; pero me he dado cuenta de que
sería demasiado largo; así que opto por reconducirlo a una entrada en el blog.
El tema es apasionante: diagnosticar las grandes líneas de la evolución
mundial ahora que parece definitivamente enterrado el optimismo que siguió a
la caída del Muro de Berlín. Y coincido (como coincidirá todo el mundo) en
que son más las sombras que las luces: los conflictos se extienden, sin que la
extinción del bloque soviético haya tenido como efecto -tal como pretendían
algunos- que el mundo sea más seguro y pacífico (al revés). Ahora bien, creo
que en el análisis de Francesc de Carreras no tiene el suficiente peso la
circunstancia clave para explicar el mundo actual (y, probablemente, el futuro):
la globalización. La globalización está detrás de casi todos los fenómenos
relevantes que agitan el Mundo desde hace unos años; fundamentalmente
porque el paso a una economía mundial hace que los Estados tengan una
capacidad de influencia menor que la que tenían. Se ha producido un desajuste
entre el poder público y la sociedad y economía global: desde un punto de
vista sociológico, político y económico la vida humana se desarrolla en
ámbitos que superan a los Estados; en cambio no existe un poder público
equivalente al ámbito de actuación de la economía.
Esta falta de equivalencia entre la economía y el poder público es
transcendente. Cuando algo va mal no podemos, simplemente, echar la culpa
al gobierno. Existen fuerzas que superan a los Estados y que solamente
pueden ser controladas por la actuación conjunta de los Estados. La reacción
a la crisis económica actual es muestra de ello. La falta de una adecuada
coordinación entre los Estados dificulta la salida de la crisis, y lo mismo se
puede decir de la crisis medioambiental y de tantos otros problemas actuales.


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La crisis del Estado explica también ciertos fenómenos de desintegración
estatal que han tenido consecuencias dramáticas (el Cáucaso, Yugoslavia) y
todavía puede ser causa de otros conflictos de similares características. A esto
hay que añadir la confrontación entre el mundo islámico y occidente. Este
enfrentamiento puede tener muchas causas latentes; pero el detonante es el
conflicto arabe-israelí; mientras ese conflicto no se solucione las tensiones
(mayores o menores según el momento serán permanentes).
Junto con esto en Europa nos enfrentamos a la pérdida de relevancia de
nuestro continente. Es algo que se venía previendo desde hace décadas, al
menos desde el final de la II Guerra Mundial, y se trata de un proceso que se
está acelerando ahora precisamente por la pérdida de relevancia del
instrumento que en mayor medida contribuyó a la hegemonía europea durante
los siglos XVIII y XIX: el estado-nación. Dado que no existe voluntad de
sustituir esta forma de organización social por una fuerte estructura europea el
declive de nuestro continente es inevitable.
A partir de aquí prever lo que sucederá en el futuro es difícil. Una cierta
"medievalización" es inevitable. Las relaciones entre grupos heterogéneos
sustituirán (ya están sustituyendo) a las relaciones entre individuos dentro de
estructuras políticas fuertes. Una cierta privatización será también inevitable.
En definitiva, un mundo más caótico, más inseguro y, probablemente, más
infeliz ¡qué se le va a hacer!


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Política de verdad
(6 de enero de 2010)

Lo más inteligente en política que he oído o leído en los últimos años


proviene de un amigo mío, militante de base de ERC, quien hace ya más de
seis años, en el 2003, cuando aún se especulaba sobre si ERC pactaría con el
PSC o con CiU, me aseguró que el pacto se haría con el PSC. Yo le pregunté
que por qué y me dio la siguiente razón:
"Mira, nosotros somos independentistas, nuestro objetivo es poder
convocar en un momento u otro un referendum por la independencia y
ganarlo. Ahora no lo ganaríamos, y probablemente dentro de cinco años
tampoco. Para poder ganarlo tenemos que ir sumando gente a esta causa. Los
de CiU ya están en esta línea. Si ahora mismo les preguntas habrá
simpatizantes o militantes de CiU que digan que si a la independencia, otros
habrá que no; pero en su conjunto verían la independencia como positiva, al
menos idealmente. Por eso si pactamos con CiU no ganamos nada de cara a
nuestro objetivo último. En cambio, si pactamos con el PSC podemos
intentar ir atrayéndolos también al independentismo. Poco a poco, no a todos
de golpe; pero nosotros trabajamos a largo plazo porque nuestro objetivo es
ambicioso. Si gobernamos con ellos una, dos, tres legislaturas habremos
sumado gente al independentismo; o, al menos, habremos colocado a muchas
personas más cerca de ser independentistas. Es por eso que pactaremos con el
PSC".
Se me perdonarán las comillas, que son excesivas. Han pasado casi seis
años, no tomé nota y fue una conversación de café; pero no se me ha
olvidado. Es más, casi no pasa una semana en que leyendo las noticias, viendo
la televisión o escuchando declaraciones más me convenza de lo ajustado, fino
y acertado de aquel análisis.


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La ley de las películas
(14 de febrero de 2010)

El mes pasado se ponía en marcha en Cataluña el proyecto de ley del cine.


Levantó una pequeña polvareda en el momento de su aprobación por el
Gobierno de la Generalitat y en pocos días el polvo se fue depositando en el
suelo, sin que hayan tenido tampoco demasiado eco en la sociedad los cierres
de salas que se han llevado a cabo para protestar contra la mencionada Ley.
Me extraña la relativa paz que rodea todo el asunto; o, por mejor decir,
contrasta esta aparente paz con la transcendencia del contenido de la norma.
Transcendencia que se deriva no tanto de las consecuencias directas de la
misma, sino de lo que supone de legitimación de una forma de hacer que, a mi
al menos, me parece muy cercana a la de los regímenes totalitarios. Y la frase
anterior no es ninguna metáfora ni exageración, sino que pretende ser
entendida en sentido literal. A continuación intentaré explicar las razones que
me llevan a una consideración tan extrema.
El motivo de mi preocupación no es la parte del proyecto de ley que se
refiere a la obligatoriedad de que la mitad de las copias de las películas que se
exhiban en Cataluña deban estar dobladas o subtituladas en catalán. No es que
esté de acuerdo con esta exigencia (más bien, no lo estoy); pero no es ésta la
parte que me parece más preocupante de la ley, más escandalosa. Lo que
realmente me perturba es la previsión del art. 17.1.c) de la norma. De acuerdo
con este precepto, las películas que se distribuyan en Cataluña por canales
diferentes a las salas de exhibición (los DVD que compramos o alquilamos,
vaya) deberán incluir la versión catalana en su menú lingüístico.
Dicho así quizás no parezca tan escandaloso como adelantaba; pero eso es
porque las normas siempre se pueden formular, al menos, de dos maneras. En
el proyecto de ley del cine esta norma está formulada en positivo (podrán


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distribuirse en Cataluña las películas que incluyan la versión catalana en su
menú lingüístico); pero, claro, la misma norma también puede leerse así: "está
prohibida la distribución en Cataluña de películas que no incluyen en su menú
de idiomas el catalán". Aclaro que la prohibición no es general, puesto que las
películas que no hayan sido exhibidas en los cines de Cataluña no están
afectadas por esta prohibición, y tampoco lo están aquéllas que tengan como
lengua original el castellano; así como algunas películas europeas; pero hecha
la aclaración quisiera que nos fijáramos otra vez en el contenido de la norma:

Está prohibido distribuir en Cataluña películas que no incluyan la


versión catalana en su menú lingüístico.

A mi esta norma me parece escandalosa. Pensemos, por ejemplo, en su


equivalente en el campo de los libros:

Está prohibido distribuir en Cataluña libros que no vayan


acompañados de su correspondiente traducción al catalán.

¿Qué nos parecería? Escandaloso, no; pues con las películas ha de ser lo
mismo que con los libros porque, al fin y al cabo también las películas son
productos culturales, portadores y transmisores de ideas; y cualquier limitación
en su acceso debe ser meditada cuidadosamente y justificada de una forma
exhaustiva.
Que los poderes públicos se crean legitimados para limitar el acceso de los
catalanes a determinados contenidos culturales es, para mi, muestra de una
falta de conocimiento y aprecio de las libertades que raya lo inadmisible, pues
toca elementos básicos del sistema político que se ha ido construyendo
laboriosamente desde el siglo XVIII.
Es por lo anterior que la relativa tranquilidad con que se ha asimilado el


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proyecto de ley me parece preocupante ¿estamos dejando de ser ciudadanos
para convertirnos en súbditos? ¿estamos ya en disposición que nos guíen los
que más saben dejando en sus manos que decidan lo que debemos leer o lo
que debemos ver? ¿Estamos dispuestos, en fin, a dejar de ser una sociedad
libre y democrática? Por desgracia, parece que así es.


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La verdadera naturaleza de Europa
(9 de abril de 2010)

Hace tiempo que me obsesiona la idea -nada original, por cierto- de que
Europa (la Unión Europea) es un instrumento al servicio de los Estados y que
es este carácter auxiliar el que explica las dificultades para avanzar en la
integración. Una mayor integración supondría alterar el paradigma en el que,
de facto, se basa la construcción europea.
Si de las ideas descendemos a los intereses, resulta que Europa no está
controlada por una élite política auténticamente "europea" (la burocracia de
Bruselas) sino por las élites políticas de los Estados, y son estas últimas las que
no quieren avanzar en una mayor integración porque supondría perder cuotas
de poder. Esta segunda parte del razonamiento no es tan evidente ni tan
compartida como la primera, pero creo que también es clara si consideramos
la forma en que se mueven los actores políticos en Europa.

En este sentido, la pretendida presidencia española de la UE es un claro


ejemplo. Desde hace no sé cuánto tiempo el Gobierno de España ha estado
haciendo marketing de esta presidencia. Seguro que casi todos recordamos las
declaraciones de Leire Pajín sobre Obama y Zapatero a ambos lados del
Atlántico, por ejemplo. El problema es que tras el Tratado de Lisboa la
presidencia española se esfumó, cosa que se negó a aceptar nuestro Gobierno.
Lo auténticamente europeo hubiera sido reconocer que a partir del
nombramiento de Van Rompuy como presidente del Consejo Europeo era
éste el que debía representar a Europa y ejercer ese papel de presidente, sin
que el país que ejerce la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión (que es
lo que está haciendo España este semestre) limite el papel representativo del
Presidente del Consejo Europeo, lo que más se acerca actualmente a un
Presidente de Europa.


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España no adoptó este papel, al menos de puertas adentro y en cuestión
de imagen. Estoy saturado de la pretendida presidencia española, presidencia
que, como digo, en realidad tiene menos contenido del que se pretende. Si
había dudas sobre esto último, aconsejo la lectura de la entrevisa a Van
Rompuy que se publica hoy en El País. En ella el Presidente del Consejo
Europeo explica, entre otras cosas, las entrevistas que tuvo con Merkel y
Sarkozy con el fin de tratar la crisis griega. El periodista le hace notar a Van
Rompuy que en esas importantes entrevistas estuvo ausente la presidencia
española a lo que Van Rompuy responde que "La presidencia española no
preside el Consejo Europeo. No hay que crear falsas expectativas". Negro
sobre blanco: no pretendan jugar a lo que no son, su papel es otro, es lo que
viene a decir Van Rompuy. Me empieza a gustar cómo actúa este hombre.
Parece ser que, sin estridencias, está poniendo a cada uno en el sitio que le
corresponde. Ahora bien, si traigo a colación este asunto no es tanto por la
forma en que se está resolviendo el caso particular sino como muestra de las
resistencias de los Estados a dejar en manos de los organismos europeos los
auténticos resortes del poder. El Gobierno español ha pretendido hacerse
autopromoción a costa de Europa, esto es utilizar la Unión en beneficio
propio.
En el caso español es, fundamentalmente, una cuestión de marketing y de
imagen; pero en otros asuntos puede ser más sustancial ¿o pensamos que
cuando Merkel o Sarkozy se reúnen con Van Rompuy no tienen en su cabeza,
ante todo, los intereses alemanes o franceses? Evidentemente que sí, y además
es su obligación como presidentes de cada uno de sus países, lo que sucede es
que cada país europeo es, además, integrante del Consejo Europeo y del
Consejo de la Unión, que son los órganos de la Unión más importantes, y la
tensión que resulta del doble papel de los gobernantes de los Estados, como
tales y, además, como órganos comunitarios, impide el avance en la
construcción europea. La única solución es crear órganos europeos con


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legitimación directa. Si a Van Rompuy lo hubiéramos elegido entre todos los
ciudadanos europeos (o el Parlamento Europeo) veríamos grandes avances en
la construcción, y sería un cambio tan sencillo de hacer...


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Se acerca el 2012
(10 de abril de 2010)

Acabo de leer una entrada, que recomiendo, en el blog "Desde el Trópico


de Cáncer". El tema es el bicentenario de la Constitución de Cádiz. Al hilo de
éste el autor nos recuerda que las celebraciones, conmemoraciones o
recuerdos no son ingenuos, sino premeditados, intencionales; esto es,
ahondan en el carácter instrumental de la historia para construir conceptos e
identidades. En este sentido la conmemoración (o no conmemoración) del
bicentenario de "La Pepa" será tremendamente significativa. No soy
historiador, ni constitucionalista, así que no tengo conocimiento suficiente
para poder aportar nada sobre la primera de nuestras constituciones; pero sí
que recuerdo cómo durante mucho tiempo la Constitución de Cádiz nos fue
presentada como punta de lanza de las distintas versiones de la izquierda
española. En la época en la que el debate era, ante todo, el de las dos Españas
la Constitución de Cádiz se erigía en símbolo de todos aquellos que quisieron
hacer avanzar el País hacia la modernidad, la libertad, el progreso, la
democracia.
La Constitución de Cádiz tiene, sin embargo, otras dimensiones. Quisiera
aquí llamar la atención sobre una en la que, creo, se repara poco; y es que,
pese a lo que nos enseñaron en la escuela, España, desde una perspectiva
formal, nace, precisamente, con la Constitución de Cádiz (bueno, propiamente
con el Estatuto de Bayona de 1808, pero como éste fue impuesto por
Napoleón, pues tampoco parece que vayamos a festejarlo ¿no?). Antes de la
Constitución de Cádiz, antes de 1812, no existe ningún sujeto de Derecho que
sea España, el término España tenía, hasta la mencionada Constitución, casi la
misma entidad que pueden tener ahora Norteamérica, el Cáucaso o los
Balcanes. Jurídicamente Castilla, Navarra, Aragón, Valencia, Cataluña...
seguían teniendo entidad propia. De hecho, tras la vuelta del absolutismo nos


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encontramos con que en una fecha tan cercana como 1829 ¡aún se reunieron
Cortes en Navarra! De esta forma resulta que la Constitución de Cádiz es la
partida de nacimiento de España. ¿Será éste motivo de celebración o, por el
contrario, causa de que el bicentenario pase con más pena que gloria?
Veremos, de momento "I do my part" y recomiendo vívamente la lectura de la
entrada del blog "Desde el Trópico de Cáncer" con la que empezaba ésta mía.


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El Tribunal Constitucional y el Estatut
(17 de abril de 2010)

No estoy demasiado de acuerdo con los acercamientos que he visto por


encima esta mañana en relación al tema del Estatut. Se habla de quinto intento
frustrado de sacar adelante la Sentencia y, me parece, esta forma de presentar
las cosas no responde a la realidad. A continuación intentaré explicar cómo lo
veo yo, advirtiendo ya que para escribir esta entrada no he buceado en las
hemerotecas, así que puede ser que se me pase algo y, como siempre, si algún
lector me lo hace saber le estaré muy agradecido. Y para adelantar ya la
conclusión, aclaro que mi primera hipótesis (inconclusa, como siempre) es la
de que no es que el Tribunal Constitucional (TC) no sea capaz de
resolver sobre el Estatut, sino que no es capaz de resolver sobre el
Estatut en el sentido que quiere la Presidenta del TC. La segunda
hipótesis es la de que la tan traída y llevada división entre magistrados
"progesistas" y "conservadores" responde menos a la realidad de lo
que quisieran aquellos a los que les gusta simplificar y, sobre todo,
aquellos que pretenden que no se puede mover nada en este país al
margen de los aparatos de los partidos.
Veamos las cosas desde el principio. Se aprueba (por el Parlament de
Catalunya, por las Cortes españolas y por el pueblo catalán en referendum) un
Estatuto de Autonomía para Cataluña. Se presentan varios recursos de
inconstitucionalidad contra el mencionado Estatuto y el Tribunal
Constituciona (TC) tiene que resolver sobre ellos. El TC está formado por
doce magistrados; pero sobre este tema solamente pueden pronunciarse diez
(un magistrado ha fallecido y no ha sido nombrado aún sustituto y otro
magistrado ha sido recusado con éxito). La tarea a la que se enfrenta el TC es
la determinar si el texto del Estatut es compatible con la Constitución, lo que
exige examinar, uno por uno, los distintos preceptos impugnados. La forma


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en que se aborda esta tarea es siempre la misma: se nombra un magistrado que
elabora un proyecto de sentencia y este proyecto de sentencia se somete a la
consideración del Tribunal. Es así como se hace en el TC y, hasta donde yo
sé, en todos los tribunales.
Una vez que el proyecto de sentencia ha sido elaborado por el ponente se
presenta, como digo, a la consideración del resto de miembros del Tribunal. Y
aquí pueden pasar dos cosas:
A) Que una mayoría de los miembros del Tribunal estén de acuerdo con
el texto presentado, en cuyo caso se acaba de formular la Sentencia y, en su
caso, los Magistrados que no estén de acuerdo emiten lo que se denomina
"Voto Particular", incluyendo en la Sentencia su propia opinión que, sin
embargo, no tiene fuerza jurídica.
B) Que una mayoría de los miembros del Tribunal rechacen el proyecto
de sentencia. En ese caso lo que se hace es que se nombra un nuevo ponente
entre los magistrados que se han opuesto al proyecto presentado por el
ponente inicial.
¿Qué es lo que ha pasado con la Sentencia del Estatut? En su momento se
nombró ponente para la Sentencia a Elisa Pérez Vera. Esta magistrada es
adscrita por la prensa al "bloque progresista" dentro del tribunal; de acuerdo
con esta misma prensa de los diez magistrados que han de decidir sobre el
Estatut cinco son "progresistas" y cinco son "conservadores", se podía dar,
por tanto, un empate (siempre según la prensa), empate que desharía el voto
de calidad de la Presidenta del TC, María Emilia Casas, también del sector
progresista (de acuerdo siempre con esta división mediática). A partir de aquí,
se ha mantenido que María Emilia Casas pretendía que la cuestión del Estatut
se decidiera por mayoría y no por su voto de calidad y, en esa línea, una vez
que Elisa Pérez Vera tenía listo el proyecto de sentencia, fue retrasando la
votación sobre el mismo con el fin de que pudiera conseguirse que más de
cinco magistrados apoyasen la ponencia. De hecho, si no estoy equivocado,


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fue ayer cuando por primera vez se votó sobre la ponencia presentada por
Elisa Pérez Vera, las "votaciones" anteriores fueron meros tanteos con el fin
de ver si se gozaba de una mayoría suficiente para sacar adelante el texto de la
sentencia.
Y aquí nos encontramos con el primer matiz relevante a la forma en que
se presenta la actuación del TC en todo este asunto. Se dice que el TC no es
capaz de resolver el recurso de inconstitucionalidad planteado, y no es esto, lo
que sucede propiamente es que el TC no es capaz de resolver el recurso en
la línea que quiere su presidenta, y ésta, la Presidenta, ha ido retrasando el
momento en el que esto resultara patente. Lo "normal" es que una vez lista la
ponencia de la sentencia (hace meses) se hubiera votado, y si no sale adelante
simplemente se cambia el ponente y ya está. Lo que pasó ayer tenía que haber
sucedido en el momento en el que se hizo la primera "votación de tanteo" y
no haber ido retrasando el momento por si alguno de los magistrados que se
oponían cambiaba de opinión.
Y a partir de ahora ¿qué? Lo lógico sería que se presentara otra ponencia
en cuestión de semanas. Después del tiempo que los magistrados han
dedicado a estudiar este tema el nuevo ponente debería poder presentar un
nuevo proyecto de sentencia en breve. En el momento en el que el texto esté
listo debería convocarse al pleno para votar y si hay una mayoría de
magistrados que apoyan el nuevo texto ya tenemos sentencia. Sería de esperar
que el ponente pudiera ofrecer un proyecto de sentencia que diera satisfacción
a los seis magistrados que se opusieron ayer a la ponencia presentada por Elisa
Pérez Vera, aunque con un recurso tan complejo como el del Estatut no
puede asegurarse esto último.
Y lo anterior ¿cómo afectará a la Sentencia? Bien, si volvemos a recurrir a
las hipersimplificaciones resulta que en relación al Estatut nos encontraríamos
con dos bloques enfrentados en el TC, los progresistas y los conservadores.
Los segundos pretenderían "laminar" el Estatut, mientras que los primeros,


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pese a anular algunos preceptos, entenderían que la mayoría del Estatut es
constitucional. Esta es la presentación que se hace habitualmente en los
medios del tema, de aquí también lo del previsible empate en la resolución y
de la posibilidad de que se resolviese el tema por el voto de calidad de la
Presidenta. La realidad es más compleja que todo esto, tal como se está
demostrando, y resulta que cada Magistrado tiene sus propios planteamientos,
no directa y automáticamente vinculados a las pretensiones de aquéllos que lo
han nombrado. Es curioso, por ejemplo, que se "recrimine" a Manuel Aragón
(progresista de acuerdo con esta summa divisio que han hecho los tertulianos)
que no se adscriba a las posiciones de los "progresistas". Es curioso esto
porque, dado que estos presuntos bloques no existen formalmente y son un
"invento" de la prensa, resultaría que lo que efectivamente está pasando es que
la realidad desmiente que los magistrados del TC se adscriben miméticamente
a estos presuntos bloques. La reacción de la prensa, sin embargo, no es la de
reconocer que habían hecho una representación equivocada de la realidad,
sino reprochar a los individuos que no se ajusten a lo que ellos habían
predicho. Bien es verdad que en esta reacción no hay simplemente el
"mantenella i no enmendalla" sino también una manifestación del paradigma
de acuerdo con el cual todo en la vida social y política se organiza en torno a
los partidos políticos. De acuerdo con este planteamiento, los magistrados del
TC que han sido designados (indirectamente) por el PSOE u otros partidos de
izquierda deberían adscribirse a posiciones "progresistas", obrando de otra
forma como tránsfugas. Evidentemente, cuando estamos hablando de
magistrados del TC este discurso es errado, herrado y peligroso; y deberíamos,
al contrario, congratularnos de encontrarnos con pruebas de que la tan aireada
politización de la justicia no es tan profunda como algunos creen.
Así pues, lo de la división entre progresistas y conservadores ha de
ponerse en cuarentena, y lo que nos encontramos es con un grupo de
magistrados (cuatro) que apoyaban una propuesta de Sentencia que entendía


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que la mayoría del Estatut es acorde con la Constitución y un grupo
mayoritario de magistrados que entienden que el Estatut contiene más
reproches de constitucionalidad que los que le reconoce el grupo minoritario.
En estas condiciones, como decía antes, podría resultar que en poco tiempo
se obtuviera una propuesta de sentencia, restrictiva respecto al Estatut, pero
que contaría con mayoría de apoyos dentro del TC. Si esto sucediera ¿qué
pasaría? Bueno, que si se votara tendríamos Sentencia del Estatut; ahora bien,
para que se vote tiene que convocar la Presidenta. Si hasta ahora había ido
retrasando la votación de la ponencia preparada por Elisa Pérez Vera
(recordemos que las votaciones anteriores a la de ayer fueron simples
"tanteos", que no sé a qué venían) ¿convocará un Pleno para votar una
ponencia que puede obtener mayoría y que conduciría a una Sentencia
contraria a las posiciones que ella mantiene? Es una simple pregunta, y ya
adelanto cuál es mi respuesta: una vez que el actual ponente de la Sentencia
informe a la Presidenta del TC de que dispone de un proyecto de sentencia, la
Presidenta convocará al Pleno de forma inmediata para que se pueda llegar a
Sentencia en el recurso planteado contra el Estatut de Catalunya, sin que
motivaciones o intereses políticos vinculados a la fecha de las elecciones en
Catalunya o cualquier otro contaminen las decisiones que se tomen en el TC.
Veremos si acierto.


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¿Qué está pasando?
(15 de mayo de 2010)

Cuando hace casi veinte años se puso en marcha la OMC pensé que,
curiosamente, a largo plazo supondría un perjuicio a los países desarrollados
en beneficio de los menos desarrollados. No soy economista (creo que se
nota) y mi razonamiento era de contar con los dedos: si, debido a la diferencia
de salarios (fundamentalmente) en los países "pobres" se podía producir más
barato que en los países "ricos" y, además, los productos de estos países
pobres podrían entrar con aranceles bajos en los países ricos ¿quién produciría
en los países ricos? Deslocalización y bajada de sueldos en los países ricos
parecía inevitable.
Durante los años 90 del siglo XX y primeros del siglo XXI se insistió
machaconamente en que la globalización perjudicaba a los países pobres y
beneficiaba a los ricos y pensé que, de alguna forma, me había equivocado. La
crisis actual, sin embargo, creo que muestra que lo que pensaba hace veinte
años era cierto, al menos en parte.
Un dato que tenemos que tener en cuenta es que la proporción de la renta
del trabajo en la riqueza nacional es cada vez menor en España y en los países
de nuestro entorno. Este dato macroecónomico tiene, en el caso de España,
un claro reflejo en la vida de cada uno de nosotros: todos experimentamos,
directamente o por conocidos y familiares, que los salarios que se pagan son
muy bajos (mileurismo). Quizás se muestre aquí una de las primeras
consecuencias de la globalización: el mecánico que ajusta tornillos en una
fábrica de Barcelona compite directamente con quien los está ajustando en
Ucrania, la India o China. En tanto en cuanto en esos países los trabajadores
están dispuestos a trabajar por mucho menos dinero que el que se paga a un
trabajador español es probable que el trabajador español tenga que bajar su
salario pues, de otra forma, la empresa se iría a esos países donde se cobra


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menos.
La disminución de los salarios en proporción a la riqueza nacional tiene
una consecuencia bastante negativa para el conjunto del país: gravar con
impuestos las rentas del trabajo es muy fácil, nadie se escapa. Mientras las
rentas laborales fueron la mayor parte del PIB la recaudación impositiva
reflejaba la situación real del país. A medida que las rentas del trabajo pierden
peso la recaudación de impuestos se resiente. Quien no se gana la vida con un
sueldo tiene más fácil eludir el pago a Hacienda de todo lo que debe; bien
porque defrauda (y en España no es difícil que te encuentres con autónomos
que tranquilamente te confiesan que declaran mucho menos de lo que
realmente ganan. Recordemos que en España la renta declarada media de
autónomos y empresarios es inferior a la renta declarada media de los
trabajadores; venga Dios y lo vea); bien porque se aprovecha de las ventajas
que ofrece la libre circulación de capitales a nivel internacional. La ingeniería
fiscal permite a las empresas optimizar el pago de sus impuestos, cosa que no
pueden hacer los trabajadores. La consecuencia de ello es que la disminución
de los salarios supone también la disminución de los ingresos de las
administraciones públicas.
¿Ante esta situación qué hacen las administraciones públicas? En primer
lugar se plantea la reducción de los servicios públicos, la tan traída y llevada
crisis del Estado de bienestar, consecuencia no de una falta de riqueza
objetiva, sino de la dificultad que existe para traer parte de esa riqueza a las
arcas públicas. En segundo lugar, recurre a la financiación mediante deuda, lo
que hace que la estabilidad presupuestaria quede en manos de los mercados
financieros internacionales, tal como se ha visto en las últimas semanas. En
tercer lugar, hay que disminuir los costes de los servicios públicos, y aquí entra
la rebaja de los sueldos de los funcionarios, lo que merece un apartado
independiente.
Antes hemos visto cómo la globalización (entre otros factores) hace que


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las rentas del trabajo pierdan peso en la riqueza nacional y que los salarios
bajen. Claro, los salarios que paga la administración no dependen de forma
directa de los flujos del mercado, por lo que tardan más en ajustarse. Tarde o
temprano, sin embargo, ese ajuste debe producirse; y ahora lo estamos
viviendo: si los salarios en general bajan la recaudación baja y, por tanto, los
salarios de los empleados públicos también tienen que verse disminuidos; es
triste, pero es así.
Mi impresión es que esta disminución de la riqueza de los trabajadores y
de los funcionarios, así como la rebaja del Estado de bienestar se estaba
larvando desde hace tiempo; pero se había mantenido "artificialmente" una
situación boyante. Acabo de leer que Angela Merkl ha dicho que Alemania ha
vivido por encima de sus posibilidades durante décadas. Un lector de la
noticia comenta, con mucho juicio, que cómo es esto posible si Alemania es
una país con superavit en su balanza de pagos. Quizás lo que suceda es que se
está poniendo de manifiesto que el recurso permanente a la deuda para
financiar el Estado de bienestar no se sostiene cuando no se encuentran
mecanismos para aumentar la recaudación. La brusca detención de la máquina
del crédito como consecuencia de la crisis financiera de hace unos años ha
destapado un problema mucho mayor que, de alguna forma, estaba oculto.
Y ante esto ¿qué se puede hacer? La primera posibilidad es no hacer nada,
lo que implicará que aquellos que vivan de su trabajo (en el mercado laboral o
en la función pública) serán cada vez más pobres. La competencia cada vez
mayor a todos los niveles con los países menos ricos en todos los trabajos
hará que poco a poco ninguna profesión quede excluida de la degradación. En
este escenario únicamente vivirán bien aquellos que tengan capacidad de
iniciativa, que sean capaces de crear empresas y negocios e ir modificándolos y
adaptándolos, quienes, en definitiva, sean capaces de vivir realmente en un
espacio transnacional. Esto supone un cambio de cultura importante. La
tradicional admonición de nuestros padres "estudia si quieres ser una persona


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de provecho" dejará de tener sentido en gran parte.
La segunda posibilidad es hacer algo desde el poder público; pero esto
exige algunos cambios significativos.
En primer lugar, los poderes públicos tienen que reforzarse. En el mundo
actual cada Estado por separado tiene poca fuerza, ya que la economía se
mueve, realmente, a escala global. Hace unos meses comprobamos que
solamente podía intentarse algo en relación a la crisis desde el G20; es la
demostración de que las soluciones tienen que articularse a nivel internacional.
En lo que a nosotros toca, el refuerzo de los poderes públicos pasa por
reforzar a la Unión Europea. Si la UE fuera algo parecido a un Estado tendría
el poder suficiente como para, negociando con Estados Unidos y China,
imponer ciertas reglas, entrar en los paraísos fiscales, aumentar la recaudación
impositiva y regular de alguna forma el movimiento internacional de capitales.
En segundo lugar, hay que repensar toda la política fiscal. Quizás en las
circunstancias actuales el recurso a los impuestos directos es poco realista y se
haga necesario dotar de mayor protagonismo a los impuestos indirectos (el
mes que viene aumentará el IVA en España). Quizás sea necesario inventar
mecanismos que permitan gravar la riqueza que circula por el Mundo
evitando, a la vez, que dicha imposición se repercuta en los paganos de
siempre.
En tercer lugar. Echo en falta con frecuencia una cultura del rigor y del
esfuerzo, tanto entre nosotros, los ciudadanos de a pie, como entre los
políticos. A veces tengo la sensación de que lo mismo da hacer las cosas bien
que mal, que lo misma da saber que ignorar, que lo mismo da acertar que
equivocarse. En una situación difícil como la que vivimos esta actitud es
suicida. Deberíamos todos actuar con rigor y exigir el mismo rigor en los
responsables políticos. Si no intentamos hacer las cosas especialmente bien la
tremenda competencia del mundo en el que vivimos acabará devorándonos.
Tenemos que pensar que siempre, siempre, hemos de estar atentos y


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preparados, esforzarnos al máximo en todo lo que hacemos y no dejar pasar
oportunidades. Demasiadas veces actuamos como nuevos ricos, y ahora va
siendo evidente que no somos ni ricos ni nuevos.
En fin, este blog se llama "el jardín de las hipótesis inconclusas" y no es
por casualidad. Quería tener un espacio para desarrollar impresiones e
intuiciones sin tener que someterlas al previo estudio y a la comprobación
meticulosa de datos y razonamientos; en esta clave tiene que tomarse lo
anterior. Tengo muchas dudas en lo que planteo; pero el ponerlo por escrito
me ayuda a pensar y si, encima, alguien me saca de los errores que cometo o
me aporta los datos que ignoro, pues mejor que mejor.


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No se puede desaprovechar la crisis
(22 de mayo de 2010)

Esta mañana he estado comprando en un centro comercial. Me dio la


impresión de que volvía a haber mucha gente, cestas más o menos llenas,
movimiento, actividad, televisiones de plasma o LCD que iban y venían... en
definitiva, vitalidad de la economía de nuevo. No soy economista y me fío
más de estas pequeñas cosas (el movimiento de la gente, sus caras) que de los
datos macroeconómicos. Tantas veces se han equivocado (o nos han
engañado) con estadísticas, que me parece sensato volver a contar con los
dedos.
La impresión que tengo, la misma que tenía hace un par de semanas, es
que la crisis va remontando, incluso en España, que siempre va con retraso
para todo; y es por eso que la medida de la brutal bajada de sueldo a los
funcionarios no podía realizarse en mejor momento. Hasta ahora la reducción
del consumo de los funcionarios podría ser la puntilla que acelerase la
recesión; ahora que este temor se va alejando es posible castigar a este
colectivo; castigo que, además, es justo y necesario.
Es cierto que existen razones coyunturales que explican un fuerte recorte
del gasto público; en concreto el ataque sufrido por Grecia y por el euro justo
la semana anterior a la transcendental reunión de los Ministros de Economía y
Finanzas europeos el 9 de mayo; pero estas razones coyunturales no deben
hacernos olvidar que también hay motivos más profundos para debilitar la
función pública; y son estas razones las que hacen que el castigo a los
funcionarios no sea solamente posible; sino también necesario, como acabo
de decir. Esta necesidad se vincula a la evidencia de que la función pública no
deja de ser una anomalía y un problema para el actual sistema.
En una sociedad en la que los sueldos miserables y la precariedad se
extienden como mancha de aceite o de petróleo la Administración sigue


 121

manteniendo unos sueldos que, sin ser excesivos, son dignos, y una gran
estabilidad laboral. La existencia de este grupo de personas que aún mantienen
los derechos que tenían todos hace veinte o treinta años es un indeseable
ejemplo para quienes todavía se oponen a la versión más salvaje del
capitalismo depredador. Mientras existan empleados altamente cualificados
que cobran dos o tres mil euros al mes seguirá existiendo presión en las
empresas para que los sueldos suban; mientras se mantenga la estabilidad
laboral de los funcionarios habrá quien piense que el despido libre y sin
indemnización no tiene por qué ser inevitable; en definitiva, los funcionarios
dan un mal ejemplo al conjunto de la sociedad, pudiendo algunos llegar a
pensar que otro mundo es posible.
Además la función pública está integrada por personas que han llegado a
su puesto tras demostrar en ciertas pruebas su capacidad; ciertamente, el
sistema de oposiciones es perfectible, como todo lo humano; pero no deja de
ser también ejemplo de exigencia y objetividad: no se puede concurrir a una
oposición de Abogado del Estado si, previamente, no se tiene la Licenciatura
en Derecho; no se puede pretender el acceso a un puesto de cirujano en un
hospital público si no se han concluido los estudios de Medicina, superado el
MIR y los cursos de especialización posteriores, y se presentan méritos
mayores que el resto de candidatos al puesto. La función pública se convierte
así en un ejemplo de exigencia en una sociedad en la que el esfuerzo no es un
valor que cotice al alza; y es, además, muestra de objetividad, ya que la rigidez
del sistema de acceso limita la posibilidad de que los políticos coloquen a sus
fieles y amigos en esos puestos de la Administración que, a veces, parece que
son considerados botín de guerra tras unas elecciones.
De esta forma, la devaluación de la función pública tiene varias ventajas.
En primer lugar, los puestos que ahora son ocupados por personas que han
superado una oposición y que pueden tener independencia de criterio gracias
al carácter casi inamovible de su puesto de trabajo pasarían a personas


 122

designadas por los partidos, creciendo esa legión de asesores (ya varios miles)
que ven recompensada su capacidad de organizar mítines o su lealtad en la
recaudación de cuotas mediante puestos directivos en empresas municipales
de recogida de residuos o con cargos de responsabilidad en materia
medioambiental, sanitaria o cualquier otra alejada de sus capacidades y
conocimientos reales. Personas fieles a la voz de su amo porque su puesto
depende de la voluntad de éste.
En segundo término, si los tres millones de funcionarios entrasen en el
mercado laboral sería más fácil todavía para los empresarios reducir salarios y
ventajas laborales. Además, y tal como se ha adelantado, se cerraría la última
puerta que quedaba abierta a un mundo en el que uno podía vivir dignamente
de su trabajo. El mileurismo podría pasar a ser paradigma sin que se
pretendiese siquiera que es posible cambiar la situación.
Es por todas estas razones que antes de que se diera por concluida la
crisis debía darse un buen golpe a la función pública. A la hora de reducir
gastos públicos no podía optarse por eliminar los miles de asesores designados
digitalmente por los partidos políticos, porque tal cosa podría poner en peligro
la profesionalización de la política que tantos beneficios ha traído al país. Al
contrario, debía aprovecharse el momento para castigar a los funcionarios;
envidiados por quienes prefirieron en su día las fiestas a hincar codos;
despreciados por los especuladores que en los momentos de bonanza loan la
iniciativa privada y cuando surgen dificultades exigen la ayuda del Estado; y
temidos por los partidos, que ven en ellos el último obstáculo para la
definitiva apropiación de lo público.
¿Existe alguna duda de que la reducción del sueldo de los funcionarios no
era solamente posible, sino también absolutamente necesaria?


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La utilidad del Derecho internacional
(1 de junio de 2010)

Hay ocasiones en que pareciera que el Derecho Internacional es


completamente inútil, y acontecimientos como el ataque por parte de Israel a
la flotilla que intentaba llegar a Gaza podrían justificar este planteamiento. Sin
embargo, creo que, precisamente, este ataque es muestra de la utilidad
profunda del Derecho Internacional. Otra cosa es, como veremos, que se
quiera utilizar o no.
Ayer, leyendo los comentarios de los lectores en varios periódicos e,
incluso, los análisis de los periodistas, apreciaba que el debate sobre el ataque
era inabarcable. A partir de él se discutía sobre el carácter terrorista de Hamás,
de los activistas que iban en los buques, la vulneración por parte de Israel del
Derecho Internacional en no sé cuantas ocasiones, las guerras iniciadas por
los países árabes contra Israel, el Holocausto, la colonización de Palestina a
comienzos del siglo XX... y así hasta llegar a Flavio Josefo, supongo. El debate
se llena de tantas cosas que resulta evidente que cualquier acuerdo es
imposible. La ventaja que ofrece el Derecho Internacional es que nos permite
valorar ese suceso con independencia del resto de elementos que complican la
discusión. De esta forma se avanza, poco a poco, modestamente, pero se
avanza.
Y jurídicamente ¿cómo se valora el ataque de la Marina de Israel a la
flotilla? Bien, existen aún puntos dudosos; pero hay algunas cosas claras. Israel
no niega que el ataque se produjo fuera de sus aguas territoriales (me he leído
la nota publicada por el Gobierno de Israel y en ningún momento intenta
justificar su acción sobre esta base; de hecho, Israel no alega ninguna base
jurídica para su actuación, quizás porque, como veremos, no existe tal base).
Es también claro que los buques atacados no navegaban bajo pabellón israelí,
sino turco, al menos el buque donde se produjeron los muertos y fallecidos.


 124

Lo que tenemos, por tanto, es un ataque, por parte de un buque de guerra de
un Estado (Israel) a un buque de otro pabellón (Turquía) en aguas no
territoriales de Israel. La normativa básica desde la perspectiva internacional
que hemos de considerar es la Convención de las Naciones Unidas sobre
Derecho del Mar. De acuerdo con esta norma, fuera del mar territorial los
Estados ribereños solamente ejercen su soberanía en lo que se refiere a la
exploración y explotación económica en la zona económica exclusiva (art. 56
de la Convención), gozando en dicha zona el resto de Estados de los derechos
de navegación y sobrevuelo (art. 58). Es decir, salvo en lo que se refiere a los
derechos económicos del Estado ribereño, la zona económica exclusiva debe
ser considerada como alta mar. De esta forma, las facultades del Estado de
Israel sobre la flotilla, que se encontraba, repito, fuera de las aguas territoriales
de Israel, es el mismo que tendría en caso de que se encontrara en alta mar.
Insisto en esto porque conviene dejarlo claro, ante la duda que podría surgir
sobre si el ataque se produjo realmente en alta mar o en la zona económica
exclusiva de Israel. Esta duda, en tanto en cuanto el ataque no se vincula a la
pesca ilegal o a la realización de cualquier otra actividad económica por parte
de la flotilla es, por tanto, irrelevante.
Así pues, lo que tenemos que considerar es el régimen de la alta mar. De
acuerdo con la Convención de las Naciones Unidas, en alta mar quien ejerce
soberanía sobre los buques es el Estado de su pabellón (art. 92 de la
Convención). ¿Quiere decir esto que resulte imposible que un Estado
diferente del Estado del pabellón ejerza su soberanía sobre un buque en alta
mar? No, la propia Convención recoge varios supuestos en los que es posible
el ejercicio de dicha soberanía. En el art. 105 se recoge la posibilidad de
apresamiento de buques piratas y de los buques y aeronaves capturados por
los piratas; en el art 109 se prevé la posibilidad de apresar buques que realicen
transmisiones no autorizadas que puedan ser captadas en el Estado que realiza
el apresamiento; y en el art. 110 se recoge el derecho de visita a los buques que


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se sospeche que son buques piratas, que transportan esclavos, que realizan
transmisiones no autorizadas, que no tienen nacionalidad o que, en realidad,
tienen el mismo pabellón que el buque de guerra que realiza la inspección.
Los anteriores son los supuestos en los que un buque puede ser detenido
en alta mar por un buque de un Estado diferente del Estado del pabellón.
Israel no ha alegado ninguno de estos motivos para justificar su acción;
seguramente porque es altamente improbable que la flotilla que se dirigía a
Gaza pudiera, siquiera remotamente, ser incardinada en alguno de estos
supuestos. Así pues, no cabe duda de que la actuación de Israel es una
vulneración del Derecho internacional que atenta contra la soberanía
del Estado del pabellón, en este caso, Turquía. Es, como siempre se suele
decir en estos casos, opinión de quien suscribe que somete a cualquier otra
fundada en Derecho.
Lo anterior, desde luego, no agota el análisis del problema. Habría que
examinar la utilización de la fuerza dentro del buque. Israel ha alegado que los
tripulantes del buque atacaron primero a sus soldados; pero eso, incluso
aunque fuera así, lo que no está probado, no altera que quienes iniciaron la
agresión fueron las Fuerzas Armadas de Israel, al ocupar un barco sobre el
que no podían ejercer derechos soberanos y sobre el que ni siquiera podían
ejercer el derecho de visita.
Además habría que detallar las consecuencias de la infracción del Derecho
internacional cometido por Israel, las vías de las que dispone Turquía para
obtener una satisfacción, sin olvidar el papel que pudiera jugar la OTAN,
teniendo en cuenta que es un ataque sufrido por uno de sus miembros. No
me he mirado el Tratado del Atlántico Norte y, por tanto, ni siquiera hipótesis
tengo sobre qué podría derivarse de dicho Tratado; pero de lo que no tengo
dudas es de que Israel ha infringido el Derecho internacional claramente. Si se
le consiente, como apuntaba, eso ya no es culpa del Derecho Internacional,
sino de los Estados; de los Estados europeos, de Estados Unidos y también


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de la Unión Europea, que ahora tiene el equivalente a un Ministro de Asuntos
Exteriores y que debería adoptar una posición clara en relación a este asunto.
Porque si se deja pasar esta actuación ilícita de Israel se estará legitimando
a cualquiera que quiera tomarse la justicia por su mano. Si la reglas básicas
sobre libertad de navegación en alta mar no son respetadas todos salimos
perjudicados. De hecho, si me permite ir un poco más allá, es más grave lo
ocurrido que un ataque directo contra el territorio de otro Estado, ya que en el
caso de la vulneración de la alta mar no solamente sale perjudicado el Estado
del pabellón del buque atacado, sino también todo el resto de Estados, que
son titulares del derecho a la libre navegación.


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Fallo al fin y sigo sin entender nada
(29 de junio de 2010)

Ya tenemos el fallo de la Sentencia del TC sobre el Estatut. Aún no es


suficiente como para hacerse una idea cabal de la decisión, pues hay unos
cuantos artículos cuya constitucionalidad se encuentra condicionada a la
interpretación de los mismos que se realiza en los Fundamentos Jurídicos de
la Sentencia, de los que aún no disponemos (o y no dispongo). Así pues, con
las cautelas que se derivan de lo anterior, me sorprende la enorme indignación
del Presidente Montilla. De verdad, ayer pensaba que el discurso estaba
preparado para otra sentencia y no se había percatado del auténtico contenido
de la que finalmente dictó el Constitucional. Y es que lo que realmente se
declara inconstitucional o bien es literatura o se trata de cuestiones tan
técnicas que dudo que puedan quitarle el sueño a nadie.
En primer lugar, se dice que la referencia a Cataluña como nación carece
de valor jurídico al estar en el Preámbulo del Estatut. Esto estaba ya asumido.
Cuando se redactó el Estatut la referencia a la nación catalana se introdujo en
el Preámbulo para que pudiera ser objeto de esta interpretación. No entiendo
el porqué de rasgarse ahora las vestiduras por ello.
En segundo término. En lo que se refiere a la lengua, se mantiene que el
catalán sea la lengua de uso normal en las administraciones y medios públicos
de Cataluña. Se niega, sin embargo, que esta utilización haya de tener carácter
"preferente". Si se mantiene que ha de ser la lengua de uso "normal" ¿añade
tanto que, además, haya de ser de uso "preferente". Además, se mantiene la
obligatoriedad del conocimiento del catalán (aunque supongo que este inciso
será objeto de una interpretación vinculante). Así pues, no acabo de ver el
perjuicio a la lengua catalana.
El resto de cuestiones que se declaran inconstitucionales tienen que ver
con las competencias del Consejo de Justicia de Cataluña; además se establece


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que los dictámenes del Consejo de Garantías Estatutarias no tendrán carácter
vinculantes y que la competencia del Síndic de Greuges en el control de la
Administración catalana no es exclusiva, sino compartido con el Defensor del
Pueblo. Se matiza el régimen de las competencias compartidas con el Estado,
incluidas las que se tienen en materias de entidades financieras, se niega que la
Generalitat pueda regular los tributos locales y, finalmente, se elimina un
inciso que obligaba a considerar si el resto de territorios realizaban un
esfuerzo similar al catalán en materia fiscal.
¿Cómo se puede mantener que lo anterior constituye un agravio que
merece una respuesta contundente por parte de la ciudadanía? Ya advierto de
que mi opinión es la de que las reglas del juego son las que son y que, por
tanto, la Sentencia del TC debería ser punto final del debate; a salvo de que se
quiera volver a empezar con el tema de la reforma del Estatut (¡no, por
favor!); pero es que, incluso aunque no se comparta esto último, la simple
lectura del fallo (a falta de la interpretación de varios preceptos, tal como decía
al comienzo) muestra que lo que se dice o bien estaba asumido desde el
comienzo del proceso (falta de valor jurídico de lo que figura en el
Preámbulo) o bien se trata de cuestiones de matiz o técnicas que no tienen
capacidad de incidencia real en la vida de las personas; al menos no hasta el
punto de justificar una movilización ciudadana.
Como ya he dicho más de una vez en relación a todo este proceso, no
entiendo nada.


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Una ley del cine del siglo XVII
(1 de julio de 2010)

Hace unos meses escribía una entrada sobre el Proyecto de Ley del Cine
de Cataluña. Ayer se aprobaba en el Parlament la Ley. He estado buscando el
texto de la misma, pero no lo he encontrado. Supongo, sin embargo, que el
precepto que más me preocupaba, el art. 17.1.c), no habrá cambiado. Ojalá me
equivoque y, desde luego, si cuando disponga del texto de la ley compruebo
que este punto se ha modificado inmediatamente corregiré esta entrada.
Ahora bien, de momento asumiré que en este punto la ley sigue el tenor del
proyecto.
Si esto es así, como me temo, habremos dado entrada en nuestro
ordenamiento a una norma que habría de ser piedra de escándalo para
cualquiera que tuviera una mínima sensibilidad hacia las libertades de
expresión, pensamiento, opinión... en definitiva, para las libertades. Me
explico.
En los últimos meses se ha hablado mucho del tema de las salas de cine.
Aquí no me meteré con ese aspecto de la ley, sino con aquello a lo que hace
referencia este artículo 17.1.c), y que es la distribución fuera de las salas
cinematográficas; esto es, las películas a las que accedemos en un videoclub,
en el FNAC o en cualquier otra tienda. Y es que este precepto impide que
puedan ser distribuidas en Cataluña a través de estos canales los DVDs
(hablando en plata) que no incluyen en su menú de audio la versión catalana si
se trata de películas que, según el art. 18 deberían haber sido distribuidas en
Cataluña con al menos la mitad de las copias dobladas o subtituladas en
catalán. Es decir, se prohibe la distribución de películas en Cataluña que no
lleven el audio en catalán. A mi me parece inaudito. Tal como decía en el post
que escribí en febrero, qué pensaríamos de una prohibición de distribución de
libros en Cataluña que no fueran acompañados de su traducción al catalán.


 130

Espeluznante ¿no? pues con las películas pasa lo mismo. Si a una distribuidora
le da la gana de sacar una determinada película solamente en versión original
para el DVD (o solamente en versión original y en francés, o inglés o lo que
sea) tal película no puede ser distribuida en Cataluña y eso quiere decir que
tampoco puedes pedirla por correo a una tienda de fuera de Cataluña y que te
la manden, porque, evidentemente, la distribución por correo es también
distribución y está afectada por la prohibición (cosa distinta es, claro, que te
pillen, pero prohibido está).
Me produce escalofríos pensar solamente en la situación: pido a una
tienda de Zaragoza que me envíe la película que quiero y que no está en las
tiendas de Cataluña y cuando les doy la dirección de envío, en la tienda de
Zaragoza me dicen que no me la pueden enviar a Cataluña porque les pueden
sancionar. ¿No nos suena a 1984 (la novela de Orwell) o, incluso peor?
Y que conste que no me preocupan tanto los problemas prácticos que se
puedan plantear como la asunción con naturalidad por parte de todo el
mundo de que no pasa nada. Sí que pasa, y en la medida que pueda no dejaré
de denunciar lo que me parece un retroceso enorme, un retroceso de varios
siglos (y de ahí el título de esta entrada), un retroceso al momento en el que se
consideraba que se podían limitar las formas de expresión del arte y de la
opinión.
Y, por favor, que nadie salga con el argumento de "mi derecho a ver
películas en catalán...", si el derecho a ver películas en catalán tiene que pasar
por la prohibición de verlas en otras lenguas mal vamos, muy mal.


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No hay mal que por bien no venga
(2 de julio de 2010)

Ayer criticaba que la Ley del Cine aprobada por el Parlament prohiba la
distribución en Cataluña de DVDs que no tengan el audio en catalán si la
película ha sido distribuida en cines doblada o subtitulada. No me metía con la
obligación misma de que se doblen o subtitulen al catalán al menos la mitad
de las copias de las películas que se proyecten en los cines de Cataluña porque,
aunque no estoy de acuerdo con la obligación, me parece que no es una piedra
de escándalo tan grande como la que resulta de la imposibilidad de adquirir en
Cataluña películas que no tengan la opción de audio en catalán (con ciertos
matices en los que aquí no entraré).
Sucede, sin embargo, que no hay situación por mala que sea que no sea
susceptible de tener elementos positivos. Puede parecer cínico o cruel; pero es
así. En este caso ya tenemos la primera buena noticia que se deriva de la Ley
recientemente aprobada: las distribuidoras advierten de que en el próximo año
las películas que se estrenen en Cataluña lo serán en versión original, sin
doblaje y sin subtítulos. Puede parecer un boicot o una amenaza, pero tiene
cierto sentido. Hace ya un tiempo que las productoras sacan más dinero de la
venta de DVDs que de las entradas de cine y, de acuerdo con la Ley del Cine
aprobada, no hay ninguna limitación en la distribución de DVDs de películas
que hubieran sido proyectadas en Cataluña en versión original pura y dura;
esto es, sin subtítulos. De esta forma, si una película se proyecta en versión
original, luego el DVD no precisa del menú de audio en catalán.
En otros países la proyección de películas en versión original sin
subtítulos no es ninguna rareza. Cuando se estrenó "La Delgada Línea Roja",
una de mis películas favoritas, estaba en Alemania y allí la vi en versión
original sin subtítulos; y era una sala normal en un centro comercial normal,
con público de lo más normal. Si se extiende la costumbre de ver las películas


 132

en versión original nuestro nivel de inglés aumentará, sin duda; y a mi me
parece que el aumento del nivel de inglés de los catalanes sí que es un objetivo
de primer orden para el desarrollo del país. Probablemente es una
consecuencia no deseada de la Ley; pero, como decía, no hay mal que por
bien no venga.


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La sentencia sobre Kosovo
(23 de julio de 2010)

Me he leído, un tanto apresuradamente, es cierto, la decisión del Tribunal


Internacional de Justicia (TIJ) sobre la declaración de independencia de
Kosovo; y estoy preocupado. No por la sentencia en sí, ni por la
independencia de Kosovo; sino por la forma en que se está interpretando y
difundiendo; y estoy preocupado porque o yo no sé leer o quien no sabe leer
son la mayoría de los periodistas y políticos.
Cuando leo los titulares y los análisis el elemento común es interpretar
que la sentencia avala la independencia de Kosovo ("La independencia de
Kosovo es legal", leo en El País). Voy a la Sentencia y qué me encuentro, pues
me encuentro con que la decisión es sobre "la declaración unilateral de
independencia", no sobre la independencia misma. Este es un matiz que no es
pequeño, porque el Tribunal deja bien claro que se pronunciará únicamente
sobre la contrariedad o no con el Derecho internacional "de la declaración"
sin entrar en las consecuencias de dicha declaración, esto es, sin entrar en si
Kosovo alcanza o no con dicha declaración la condición de Estado
independiente (número 51 de la Sentencia). A partir de aquí examina si hay
una norma en el Derecho internacional que prohiba las declaraciones
unilaterales de independencia y concluye que no existe tal norma, como tal
norma no existe no es contrario al Derecho internacional una declaración
unilateral de independencia. A continuación examina si la declaración es
contraria a la Resolución del Consejo de Seguridad que establece el régimen
de Kosovo tras la Guerra de 1999, y concluye que tampoco lo es, ya que en
dicha Resolución no se incluye una prohibición de declaraciones unilaterales
de independencia y, además, la declaración no ha sido hecha por la Asamblea
legislativa de Kosovo en el marco de sus funciones como tal Asamblea
determinadas por el marco constitucional resultante del régimen internacional


 134

sobre Kosovo impuesto tras la mencionada guerra.
En definitiva, la declaración de independencia no es contraria al Derecho
internacional porque no hay norma en el Derecho internacional que prohiba
tales declaraciones y, además, quien hizo la declaración se movía fuera del
orden legal establecido, por lo que no estaba sujeto a las limitaciones que se
derivarían de éste. ¿Es esto un reconocimiento de la legalidad de la
independencia de Kosovo? Me parece que no, después de leer la sentencia,
cuando volvía a las noticias de prensa se me ocurría que estaba en una
situación kafkiana. Algo así como si hubiera sucedido lo siguiente:
1) Un fulano o fulana sale a la calle y se pone a gritar que le gustaría
acostarse con Scarlet Johansson (o con Sara Carbonero o con Iker Casillas o
con Zapatero).
2) El vecino del fulano o fulana le pregunta a un juez si es delito que
alguien salga a la calle a gritar que le gustaría acostarse con Scarlet Johansson
(o con Sara Carbonero o con Iker Casillas o con Zapatero).
3) El juez le dice que no es delito salir a la calle a gritar que a uno le
gustaría acostarse con Scarlet Johansson (o con Sara Carbonero o con Iker
Casillas o con Zapatero).
4) Los periódicos dan la noticia de que el fulano o la fulana en cuestión se
acuesta con Scarlet Johansson (o con Sara Carbonero o con Iker Casillas o
con Zapatero).
Como siempre, me preocupa más la falta de rigor y de matiz que el
contenido mismo de la decisión. Y es que sin rigor ni matiz acabaremos mal,
muy mal.


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Lo público en “La elegancia del erizo”
(29 de agosto de 2010)

Estos días estoy leyendo "La elegancia del erizo". En el libro nos
encontramos con dos narradoras: una es la portera de una finca elegante en
París, la otra es una niña de doce años que vive en uno de los apartamentos
(de cuatrocientos metros cuadrados) de dicha finca. La niña es hija de un
político importante que, incluso, había sido ministro. Ayer me llamaba la
atención la siguiente frase, puesta en la boca (o en la pluma) de la niña
narradora: "En mi colegio (público, eso sí, al fin y al cabo mi padre ha
sido ministro de la República)"... (p. 213 de la edición que manejo: M.
Barbery, La elegancia del erizo, Barcelona, Seix Barral, 2010; trad. de I.
González-Gallarza de L'élégance du hérisson, Gallimard, 2007).
¿Por qué me ha llamado la atención esa frase? Porque denota que en
Francia se asume con naturalidad, como una evidencia, que quien asume
cargos de responsabilidad en "la República", ha de mandar a sus hijos a un
colegio público. Pareciera que fuera contradictorio que quien dirige los
asuntos públicos recurra a la educación privada. Supongo que esta misma
reflexión podría trasladarse también a la sanidad. Y me parece una reflexión
muy lógica ¿confiaríamos en el dueño de un restaurante que prefiere comer en
el de la competencia? ¿imaginaríamos que el Presidente de Mercedes Benz
prefiriera viajar en un Audi?
Aquí en España toleramos, sin embargo, que nuestros políticos, incluso
los de izquierda (en la novela de Barbery los padres de la narradora son
socialistas) manden a sus hijos a colegios privados; mostrando, además, un
desconocimiento flagrante de la realidad de la enseñanza pública (todavía
recuerdo a Montilla diciendo en una entrevista que la introducción de la sexta
hora pretendía conseguir que la enseñanza pública alcanzara el mismo nivel
que la privada ¿era consciente Montilla de que, en general, la calidad de la


 136

enseñanza pública está todavía por encima de la calidad de la enseñanza
privada?. Y digo lo de todavía porque, en mi experiencia, los últimos años
hemos vivido un deterioro de la calidad de la enseñanza pública que puede
convertir en verdad la previsión del President: igualar la enseñanza pública
con la privada; pero no por arriba, sino por abajo).
¿Por qué no seremos franceses?


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Sobre procedimientos de independencia
(8 de septiembre de 2010)

Perdóneseme la autocomplacencia; pero de una de las entradas de este


blog de las que estoy más satisfecho es de la titulada España sí se rompe,
publicada hace ya dos años y medio. Mi tesis era la de que vivíamos un
proceso estructural de descomposición del Estado que no tenía marcha atrás.
Entonces todavía se consideraba esta afirmación como una mera exageración
interesada de la Derecha (así, con mayúscula) falta de rigor y propia de
alarmistas con escaso conocimiento de la realidad.
Dos años y medio después, y, al menos, desde Cataluña no creo que
pueda negarse seriamente que la independencia de Cataluña está mucho más
cerca de lo que pensaba la mayoría entonces, hace tan sólo algo más de dos
años. Tras las convulsiones de los últimos meses un apretado resumen sería
que en relación a este tema la posición del PSC es bastante parecida a la que
tenía CiU hace diez años; CiU tiene una posición cercana a la de ERC de hace
unos lustros, y ERC está en la fase de poner fecha a la independencia (ya se
habla del 2014), acuciada por los grupos que están naciendo y que reclaman
ya, directamente, que el Parlamenteo de Catalunya realice una declaración
unilateral de independencia estilo Kosovo. En este contexto, la llamada del
presidente Montilla a la participación en unas elecciones que, en sus palabras,
decidirán el futuro de Catalunya durante al menos una generación, son
perfectamente coherentes.
Ciertamente, cuando hablas con unos y con otros y les planteas el tema de
la independencia todavía hay quien esbozan una sonrisa escéptica: "eso es
imposible", "no sueñes", "eso son ganas de crear crispación", etc. Muchos, en
cambio, no se toman el asunto en broma y no descartan que se puedan dar
pasos decisivos hacia la independencia en los próximos años o, incluso, en los
próximos meses.


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Y es que en todo este follón habría que diferenciar varios aspectos: en
primer lugar, está el análisis las ventajas e inconvenientes de la independencia
desde la perspectiva española y catalana. Será algo en lo que no me detendré
ahora. En segundo término, sería preciso estudiar el procedimiento de
consecución de la independencia y, finalmente, en tercer lugar, creo que
podría ser sano debatir sobre la forma en la que el debate está afectando a
Cataluña y a España.
Sobre el primer aspecto ya empiezan a existir análisis; aun insuficientes
teniendo en cuenta la transcendencia de la operación; pero, como decía, no
me voy a detener en ello. Prefiero ocuparme mínimamente del segundo
aspecto, el procedimiento, entre otras cosas porque creo que se le dedica una
atención bastante insuficiente. Quizás esta insuficiencia se deba, al menos en
parte, a la calculada ambigüedad de algunos independentistas, que parecen
querer llegar a la culminación del proceso "como si no hubiera pasado nada".
No deja de sorprenderme de que, en ocasiones, basta plantear como hipótesis
los problemas que supone el proceso de independencia para ser mirado con
animadversión, como si uno fuera un aguafiestas o, peor aún, un fascista, que
es el término comodín que se emplea para todos aquellos que no comparten el
ideario nacionalista independentista.
Sea por las razones que fuere, es necesario reflexionar sobre las vías por
las que podría conseguirse la independencia de Cataluña. No estamos
hablando de un tema menor, sino de un cambio en Europa Occidental de
gran calado y, por tanto, no es indiferente la forma en que se haga. En este
punto existen varias posibilidades.
La menos traumática sería un acuerdo pleno entre España, el resto de
países de la UE y Cataluña. Solamente de esta forma podría darse que
Cataluña tras su independencia ingresara inmediatamente en la UE. Si
previamente a la independencia se negocian las modificaciones precisas en los
Tratados Constitutivos de la UE para adaptarlos a la incorporación de


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Cataluña sería posible que el mismo día en que Cataluña se constituyese en
Estado pasase a ser miembro de la UE. No sé si algunas de las propuestas que
se hacen sobre el procedimiento de independencia son conscientes de esto.
Todos parecen asumir que la Cataluña independiente formaría parte de la UE
automáticamente y no se menciona que esto solamente sería posible si existe
un previo acuerdo sobre este punto entre Cataluña y todos los Estados
miembros actuales de la UE, España incluida, claro.
Es decir, mi planteamiento es que una declaración unilateral de
independencia plantea serios problemas; y es por ello que no deja de
asustarme que ya se haya propuesto que el Parlamento de Catalunya realice
dicha declaración una vez que su composición lo permita. Este escenario, una
declaración unilateral de independencia sin el acuerdo previo con los Estados
miembros de la UE (incluida España, repito) sería enormemente peligrosa.
Para ello no tenemos más que visualizar qué sucedería al día siguiente de dicha
declaración.

Imaginémonos, es un suponer, que, pongamos por caso, el 12 de


septiembre de 2011 el Parlamento de Cataluña declara unilateralmente la
independencia. Yo me imagino que al día siguiente (13 de septiembre, martes)
los mercados internacionales no iban a reaccionar de una manera muy
favorable. Estos mercados tan sensibles, a los que un mero rumor sobre un
crecimiento insuficiente del PIB de algún país hace tambalear ¿cómo
reaccionarían ante una hipotética reducción en un 25% del PIB de la octava (o
novena o décima, qué mas da) economía del Mundo? ¿Sería fácil colocar
deuda española en caso de necesidad? ¿Se inundarían los mercados financieros
internacionales con la deuda española de la que todos querrían desprenderse?
Me imagino que la crisis a la que se enfrentaría España dejaría chiquita esta
última que nos ha obligado a reducir en un 5% el sueldo de los funcionarios y
a congelar las pensiones.


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Las consecuencias no serían malas únicamente para España sino también
para Cataluña porque, declarada la independencia ¿de qué fondos se surtiría la
Generalitat y los Ayuntamientos catalanes (al menos los Ayuntamientos que
no declararan su voluntad de seguir siendo parte de España; que este sería
otro tema)? Si se quiere mantener el euro como moneda está claro que no se
puede recurrir a la máquina de imprimir para crear dinero para el nuevo
Estado. Si, por el contrario, se pretende sustituir el euro por una moneda
propia ¿qué consecuencias tendría ese cambio para la economía catalana? Si se
pretende recurrir a la emisión de deuda ¿cómo reaccionarían los mercados?
¿Nos enfrentaríamos, tras la quiebra del Estados español, a la quiebra también
de las finanzas catalanas?
En este punto es bueno recordar que Cataluña no es Kosovo. El PIB
catalán es del orden de cincuenta veces el de Kosovo, cinco veces el de
Lituania, un 50% más que el de Escocia o un 25% más que el de Ucrania; por
ejemplo. Y esto que pudiera parecer bueno es, en realidad, un problema en el
momento inicial, puesto que es mucho más costoso para una potencia que
tutele la independencia asumir ésta. Sostener económicamente a Kosovo está
probablmente al alcance de, al menos, media docena de países en el Mundo,
garantizar la emisión de deuda pública necesaria para Cataluña supone un
esfuerzo significativo para cualquier país (Estados Unidos incluido) y es,
probablemente, inasumible por cualquier potencia europea.
Así pues, una declaración unilateral de independencia no pactada
previamente con los países integrantes de la UE implicaría, bastante
probablemente, un serio temblor en los mercados financieros internacionales
que colocaría en una muy mala posición a España y también a Cataluña; pero,
probablemente, las consecuencias irían más allá. En los últimos meses hemos
visto como la crisis griega puso en serio peligro al euro ¿podría la moneda
única soportar la tensión que se derivaría de la crisis ibérica que, tal como
hemos visto, seguiría casi inevitablemente a una declaración unilateral de


 141

independencia? En caso de que se activara el fondo de rescate del euro ¿dicho
fondo beneficiaría únicamente a España o también a Cataluña? Creo que
pocas dudas hay sobre la imposibilidad de que Cataluña accediera a dicho
fondo de rescate. A partir de ahí ¿cuál sería la situación de Cataluña en las
semanas y meses posteriores a la declaración de independencia? ¿cuál sería la
situación de un país que carecería de recursos financieros y monetarios? Es
obvio que si no se tiene un padrino poderoso que sostenga en esos primeros
momentos a Cataluña la independencia implicaría serios trastornos para la
vida diaria de los catalanes.
Así pues, una declaración de independencia unilateral, no pactada con
España y el resto de países miembros de la UE, supondría, seguramente,
serios trastornos en la economía catalana, española y europea.
¿Compensarían? Probablemente algunos piensen que sí compensan. Al fin y al
cabo no son pocos los catalanes que se sienten incómodos en España,
ninguneados y tratados como ciudadanos de segunda. Cuando los
sentimientos entran en juego puede asumirse un daño al bolsillo, sobre todo si
se piensa que se trata de una situación coyuntural que se resolvería una vez
que Cataluña fuera reconocida internacionalmente, se reorganizase su sistema
monetario e, idealmente, fuese admitida como Estado miembro de la UE. Lo
que no es de recibo es que se plantee una declaración unilateral de
independencia como si fuese una cuestión retórica o un experimento inocuo.
Es un tema muy serio y como tal ha de ser tratado.
Sería exigible, por tanto, mucha claridad en los políticos independentistas
y planes claros para eventualidades como las que aquí describo. Por desgracia
no percibo ni una ni los otros. Me temo (y espero sinceramente equivocarme)
que en unos meses o años se producirá esa declaración unilateral de
independencia y entonces lamentaré profundamente haber acertado en mis
pronósticos.


 142

¿Federalismo?
(12 de septiembre de 2010)

Recomiendo el artículo-entrevista de Enric Juliana que se publica hoy en


La Vanguardia; pese a que no es muy extenso en él se lanzan tres o cuatro
ideas de gran calado. La primera de ella es la de que la independencia de
Cataluña puede estar más cerca de lo que se piensa; y la segunda que la única
alternativa a la desintegración del Estado sería un replanteamiento en clave
federal de su estructura. Esta segunda idea es la que más me interesa. Los que
me conocen saben que es una de mis (muchas) obsesiones.
Me parece que, como ya dije en alguna ocasión, no es coherente que
habiendo asumido las Comunidades Autónomas el grueso de la gestión de lo
público (Sanidad, Educación, Infraestructuras en buena parte) la competencia
recaudatoria sea casi exclusivamente estatal. Lo lógico es que las Comunidades
Autónomas tengan competencia fiscal para, de esa forma, poder decidir el
nivel de recursos que desean para la gestión de las competencias que tienen
atribuidas. De esta forma tendríamos impuestos autonómicos e impuestos
estatales. Los primeros irían destinados a cubrir las necesidades de gasto que
se derivan de las competencias autonómicas y los segundos las cargas que
resultan de las competencias estatales. Esto, evidentemente, no es
incompatible con la creación de "un fondo de solidaridad" que permitiera
dotar de ayudas temporales y limitadas a las Comunidades Autónomas que
careciesen de recursos propios para cubrir las necesidades mínimas de su
población.
Lo que planteo no es un concierto económico tipo el concierto
económico vasco; ya que no parto de que todos los impuestos sean
recaudados por las Haciendas de las Comunidades Autónomas, transfiriendo
ésta la parte pactada al Estado; sino que la recaudación debe ser tanto de las
Comunidades Autónomas (en relación a las competencias que les son propias)


 143

como del Estado (para cubrir las necesidades que se derivan de las
competencias estatales). Es un sistema que me parece más claro y limpio que
el actual. Cada cuál sabría lo que paga a cada uno y el control por el ciudadano
de lo que se hace con su dinero sería más fácil. Acabaríamos con las eternas
discusiones, que tanto enconan los ánimos, acerca de que Comunidad
Autónoma recibe más y qué Comunidad Autónoma recibe menos en términos
absolutos o en términos per cápita.
La pregunta siguiente es la de ¿por qué no se hace esto? Yo veo dos
dificultades para llevar adelante este planteamiento. La primera es la
desconfianza del Estado hacia una mayor descentralización. Me explico. La
vida política en España se explica, en gran manera, por la tensión entre los
partidos independentistas y los centralistas. Y con partidos independentistas
me refiero a todos aquellos que se plantean como una posibilidad real, aunque
no inmediata la independencia de alguna parte del territorio español.
Evidentemente en esta lista están el PNV, Convergència Democràtica de
Catalunya (la "C" de "CiU"), ERC, EA, BNG... Con frecuencia, el reparto de
competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas es fruto de los
pactos entre unos y otros (las negociaciones actuales entre el Gobierno de
España y el PNV para la aprobación de los Presupuestos es buena prueba de
ello). De esta forma, la asunción de nuevas competencias por parte de las
Comunidades Autónomas es percibida no como una mejor estructuración del
Estado, sino como un avance hacia la independencia. Con esto quiero decir
que una ampliación de las competencias en materia fiscal por parte de las
Comunidades Autónomas sería utilizado por los partidos independentistas
como un elemento más en su estrategia desintegradora. Esto hace que
soluciones que serían racionales y eficaces vean dificultada su aprobación.
Lo anterior ¿cómo se puede resolver? Pues integrando dichas soluciones
en un consenso real y efectivo entre las fuerzas más significativas en lo que se
refiere a la estructura definitiva de España. Esto es, si el pacto se alcanza


 144

debería ser con el compromiso de quienes lo firmen de que renuncian a la
independencia como objetivo. Después de treinta años de cambio constante
quizá fuera bueno que se pusiera fin al debate sobre la estructura del Estado.
Estamos dedicando una cantidad ingente de esfuerzos, tiempo y bilis a una
cuestión que en otros países no se plantea; y sería bueno que nos pudiéramos
centrar en otros problemas que también son muy relevantes.
Lo anterior no es la única dificultad con la que nos encontramos.
Evidentemente, hay intereses en mantener la situación actual. En cuanto se
habla de concierto económico o cosas semejantes siempre hay unos cuantos
políticos, de ciertas Comunidades Autónomas, que saltan a la yugular ¿por
qué, me pregunto? Cualquiera que viaje se puede dar cuenta de que
Comunidades como Andalucía o Asturias están llenas de autopistas, hospitales
modernos, colegios públicos modélicos y polígonos industriales activos.
Ciertamente motivos de queja siempre habrá. Ahora tenemos en Asturias el
tema de la minería, en Catalunya la deslocalización de las fábricas de
automóviles, en Madrid la saturación de la sanidad pública y en Andalucía
seguro que también hay algún problema; pero quizás fuera bueno que todos
asumiéramos que la solución a nuestros problemas está más cerca que lejos, y
que las transferencias "porque sí" se tienen que acabar.


 145

¿A dónde vamos?
(25 de septiembre de 2010)

Pone los pelos de punta leer el reportaje de El País sobre los (pre)parados.
Una generación que ha hecho lo que se suponía que tenía que hacer (estudiar,
formarse, aprender idiomas) y que, sin embargo, no recibe de la sociedad lo
que se suponía que ésta tenía que darle: muchos no tienen trabajo estable, los
sueldos son insuficientes para vivir y la ayuda de las familias sigue siendo
imprescindible. ¿Qué es lo que ha pasado? ¿En qué nos hemos equivocado?
¿A dónde nos dirigimos?
Desde luego, es un problema complejo, que tiene muchas facetas y que,
sin duda, es difícil no solamente de resolver, sino de diagnosticar y analizar.
Lanzo aquí algunas ideas deslabazadas que me preocupan en torno a esta
situación.
Lo primero creo que es darnos cuenta de en qué punto se encuentra
nuestra sociedad, nuestro país en cuanto a nivel de desarrollo económico. Es
un tópico afirmar que la economía española el sector de la construcción y el
de la hostelería tienen un peso excesivo. Y seguramente es verdad. Antes justo
del estallido de la crisis un albañil podía ganar fácilmente el doble que un
ingeniero informático; un escayolista, el triple que un economista; un
fontanero el doble que un profesor de universidad. A mi me parece que esta
situación no es deseable; algo deberíamos cambiar para que las actividades que
potencialmente pueden generar más desarrollo para el país esten más
gratificadas. De otra forma lo que conseguiremos es que en la siguiente
generación (ya está pasando) nadie quiera formarse, visto que la formación no
es vía para el éxito personal. Así llegamos fácilmente a la generación "Ni-ni".
Hasta ahora este desequilibrio entre formación y retribución venía
enmascarado por la Administración. En las distintas administraciones seguía
funcionando (sigue todavía, no sé por cuánto tiempo) la regla de que a mayor


 146

formación mejores salarios, manteniéndose en los niveles superiores de la
administración (escalas A y B) unas retribuciones dignas. Mucho me temo que
en los próximos años esto cambiará: la depauperación de los títulos alcanzará
también, por desgracia, a la Administración y es probable que en unos años
los funcionarios de los niveles superiores sean también "mileuristas" (o
equivalente).
¿Es esto lo que queremos? Me imagino que no, que la mayoría querrá un
país en el que sobre la base de un nivel de vida digno para todos, aquéllos que
estén más formados obtengan mayores retribuciones. Ahora bien, ¿qué
tendríamos que hacer para conseguirlo?
Es claro que la formación no es suficiente. Ahora mismo tenemos
muchos profesionales bien formados; pero la sociedad no es capaz de sacarles
todo el partido posible, no es capaz de transformar la formación en dinero.
¿Por qué? Quizás fuera necesario conseguir que, ya que la clase empresarial
actual no es capaz de transformar nuestra economía, potenciar una nueva
clase de empresarios. Empresarios que estén dispuestos a buscar el beneficio a
base de la calidad y no de la pillería. Para eso es fundamental facilitar los
trámites para la constitución de empresas; permitir que quien tenga una idea
sea capaz de llevarla a cabo sin grandes problemas. Ahora bien, esta
facilitación de la normativa tiene que ir acompañada de una exigencia estricta
de cumplimiento de las exigencias legales existentes. Esto es, no puede
permitirse que quienes operan de forma fraudulenta adquieran una ventaja,
porque si se permite eso al final prevalecerán los tramposos y quienes
cumplen con lo exigido se ven perjudicados. En definitiva, tenemos que
instaurar en España aquello que envidiamos de los países del norte: la cultura
del rigor.
En segundo lugar, tenemos que profundizar en la formación. En ese
sentido, el pensamiento dominante en la enseñanza no es una gran ayuda.
Creo que no debe transmitirse el mensaje de que aprender es fácil, de que


 147

cuarenta horas de trabajo a la semana han de ser suficientes para superar un
curso universitario y, al contrario, debe potenciarse la competencia como una
forma de mejorar.
En tercer lugar, dado que la globalización es una realidad es fundamental
que las empresas y los profesionales puedan moverse fácilmente en ese
mundo global; para eso es imprescindible un muy buen conocimiento del
inglés. Esa es una asignatura pendiente para la educación en nuestro país. No
se acaba de conseguir que al llegar a los dieciséis o dieciocho años los
españoles dominen el inglés. Sería preciso adoptar las medidas necesarias para
que todos los estudiantes tuvieran un muy buen conocimiento del inglés al
acabar la educación obligatoria y un nivel alto de conocimiento de otra lengua
extranjera antes de empezar sus estudios universitarios. Creo que esto nos
daría una tremenda ventaja sobre otros países y nos permitiría competir en
igualdad de condiciones con aquellos países en los que sí se da esta buena
formación en idiomas (Holanda, Dinamarca, Noruega, Suecia...).
Quizás alguien se pueda extrañar que la receta para conseguir sueldos más
dignos pase por mejorar el inglés, la vieja receta desde hace treinta años; pero
estoy convencido de que es así. A nivel individual quien tenga un buen nivel
de inglés podrá irse al extranjero a trabajar si aquí no encuentra un puesto de
trabajo decente y a nivel colectivo la internacionalización real de nuestras
empresas no puede traer más que beneficios. Espero.


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Una foto y un comentario
(27 de octubre de 2010)

Leo en La Vanguardia que mientras el Alcalde de Barcelona se encuentra


paseando por uno de los barrios de la ciudad "un inmigrante está orinando
por donde pasará el alcalde". La foto que publica el periódico muestra a una
persona en una esquina de la entrada a una entidad bancaria que,
efectivamente, parece que está orinando. A su lado, en el primer plano de la
foto, el Alcalde de Barcelona.
Chocante, desde luego; pero mi pregunta es ¿cómo sabemos que es un
inmigrante? ¿El periodista le ha preguntado, le ha pedido el NIE? Y aún en el
caso de que fuera un inmigrante ¿es eso relevante para la noticia? ¿no es
verdad que encontramos en la calle orinando a hombres (en mucha menor
proporción, mujeres) de todos los orígenes nacionales, étnicos, sociales,
profesionales... Si se diera el caso que el "orinador" fuera un seguidor del
Barça ¿se indicaría "un seguidor del Barça está orinando por donde pasará el
alcalde"? En el supuesto de que fuera un votante del PP (o del PSC,o de CiU
o de cualquier otro partido) ¿se escribiría "un votante del PP (o del PSC o de
CiU o de cualquier otro partido) está orinando por donde pasará el alcalde"?
A mi me choca tanto o más que se incluya en la noticia la palabra
"inmigrante". No puedo dejar de pensar que no es gratuito, máxime cuando
me ha sido imposible incluir un comentario en la noticia mostrando la
perplejidad de la que aquí doy cuenta.


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Una pregunta
(7 de noviembre de 2010)

Si entrevistara a Benedicto XVI y pudiera hacerle tan sólo una pregunta le


pediría que me explicara en qué forma le han inspirado y le inspiran las vidas
de los integrantes de la Rosa Blanca y de otros jóvenes alemanes, muchos de
ellos de profunda y contrastada fe cristiana, que fueron ejecutados por su
oposición activa al nazismo. Joseph Ratzinger tiene ahora 83 años. Si Sophie
Scholl no hubiera sido ejecutada en febrero de 1943 ahora tendría 89. La
misma generación, el mismo país, la misma fe cristiana (aunque Ratzinger sea
católico y Scholl luterana) y, sin embargo, qué destinos tan diferentes.
No he leído casi nada de lo que ha escrito Ratzinger. Quizás en alguna de
sus obras da ya respuesta a esta pregunta mía. Lo miraré.


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La obra del tripartito
(15 de noviembre de 2010)

Hace casi un año escribía que el gran vencedor del Tripartito había sido
Esquerra. ERC había conseguido que tanto CiU como el PSC se escoraran
hacia la independencia, defendiendo CiU posiciones que hace unos años eran
las de ERC, y adoptando el PSC el discurso anterior de CiU. Este domingo
Josep Ramoneda, en El País, desarrollaba una idea bastante similar.
Aprovecho la ocasión para volver sobre este tema porque creo que sería
bueno que el debate larvado, implícito, poco claro, ambiguo, sobre la posible
independencia de Catalunya se colocara en el centro del escenario político. No
puede ser que esé ajeno al debate electoral un proceso que supondría la mayor
transformación en el sur de Europa desde la unificación italiana a mediados
del siglo XIX. A veces tengo la impresión de que los independentistas juegan
a que la secesión se produzca sin que nadie se entere. A mi esto me parece una
ingenuidad y una irresponsabilidad.


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¿Existe España?
(21 de noviembre de 2010)

Ya adelanto que comentaré algo que, en sí, resulta de una trivialidad


absoluta y que, sin embargo, me parece significativo. Ayer estaba viendo los
titulares de las Noticias de las 9 de la noche en la 1 y en la sección de deportes
me sorprendió que la noticia de que el Barcelona iba ganando 0-5 al descanso
en su partido de Almería se ilustrase con las imágenes de Raúl marcando goles
en la Liga Alemana. Es más, las imágenes eran comunes para las dos noticias
(el Schalke de Raúl ganaba con un hat-trick del ex-jugador del Madrid, y el
Barça goleaba en el descanso al Almería) y en el pie de imagen la noticia de
Raúl figuraba ¡delante de la noticia del partido entre el Barcelona y el Almería!
Ya decía que era una tontería, pero, como adelantaba, significativa. La 1 es
la cadena de todos los españoles, sus noticias tendrían que asumir el punto de
vista del conjunto de España y de los españoles, a ser posible que no fuera
posible identificar si los redactores o presentadores están en Madrid, en La
Coruña, Sevilla o Barcelona. Esto, sin embargo, no es así. En demasiadas
ocasiones las noticias parecen más unas noticias de Madrid ampliadas (véase,
por ejemplo, el intenso seguimiento de las Primarias en el PSM) que un
auténtico intento de construcción de una visión de la realidad que sea común
a todos los españoles.
Y si esto pasara solamente en las noticias no estaría tan preocupado.
Tengo la sospecha, sin embargo, de que va más allá; de que en el fondo existe
una concepción de España que identifica a esta con Madrid y, por desgracia,
esta concepción limitadora, que ya adelantaba Ortega hace casi un siglo en su
"España invertebrada", se vuelve agresiva, se levanta e intenta imponerse.
Hace unos años Mariano Rajoy dijo que España era algo más de lo que
pensaban quince personas en Madrid. Me parece una frase de una
extraordinaria lucidez. Ahora lo que falta es que desde distintos ámbitos se


 152

haga algo para que las cosas cambien; para que se construya, de verdad, un
espacio en el que todos se puedan sentir identificados. Velar para que las
noticias deportivas en las televisiones estatales se dirijan al conjunto de
España y no especialmente a Madrid sería un paso, pequeñito, pero un paso.
Si no somos capaces de dar ni ése ¿cómo podremos ir más allá?


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Felicitaciones navideñas
(27 de noviembre de 2010)

Me he enterado de que en la iluminación navideña de Barcelona se


desearán Felices Fiestas en seis idiomas: catalán, ruso, chino, árabe, japonés y
portugués. Quizás en alguno más, porque en la foto que he visto a mi me
salen siete mensajes. Si alguien me lo aclara se lo agradeceré.
El caso es que entre los idiomas elegidos no está el castellano. Antes,
cuando era algo más ingenuo, estas cosas no me importaban. Pensaba que al
fin y al cabo todos entendíamos el "Bon Nadal" y que así se ahorraba espacio
para incluir otro idioma. Y eso me parecía bueno, porque me gustan los
idiomas.
Antes pensaba que esto no tenía mayor importancia, que no había que
buscarle tres pies al gato y que seguramente no había ninguna intención
malévola en que no se pusiera la felicitación también en castellano.
Ahora ya no pienso así.
Ahora soy menos ingenuo y tiendo a pensar que estas cosas no son por
casualidad y que el que no esté el castellano no es para que haya sitio para más
idiomas, sino para que, al final, haya menos.
Ahora estas cosas me cabrean.


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Idioma y nación en el Bachillerato
(28 de noviembre de 2010)

Esta tarde, después de comer, se acercó por casa un sobrino que estudia
segundo de Bachillerato, aquí, en Barcelona, en un instituto público. Mientras
jugábamos una partida de ajedrez me comentó que tenía que echarle un
vistazo a su libro de Catalán, porque le parecía que tenía alguna cosa un tanto
rara. Advierto ya que el mencionado sobrino se declara catalanista, se refiere al
2014 como el año del trescientos aniversario del inicio de la ocupación de
Cataluña y no creo que le pareciera mal que Cataluña fuera un Estado
independiente de España.
Me picó la curiosidad y le pedí que me trajera el libro (vive al lado
mismo). Lo hizo, y realmente me quedé alucinado. Voy a transcribir dos
fragmentos del mencionado libro (Teresa Guiluz i Vidal/Eduard Juanmartí i
Generès. Llengua catalana. 2 BAT. Barcelona. Enciclopèdia Catalana SAU):

"El coneixement i l’ús actuals de la llengua catalana estan condicionats per


diversos factors que tenen a veure amb l’evolució social i política dels Països
Catalans entre el 1975, data de l’acabament de la dictadura, i el 2005:

(…)

Les dificultats polítiques derivades del fet de no disposar d’un Estat


propi i de la política adversa dels Estats espanyol i francès. Només al Principat
de Catalunya la majoria de les opcions polítiques intenten superar aquesta
situació. La falta d’una consciència nacional definida bàsicament en funció de
l’idioma, juntament amb la inèrcia estatal favorable al castellà, és el factor
determinant que explica que el coneixement creixent de la llengua no s’hagi
traduït més clarament en una expansió proporcional del seu ús." (p. 64).


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"El sistema educatiu

La Generalitat de Catalunya ha organitzat, a partir dels anys vuitanta, un


sistema educatiu que garanteix la prioritat del català com a llengua pròpia de
l’ensenyament, el coneixement de les dues llengües oficials al final de
l’escolarització obligatòria, la cohesió social i, en darrer terme, el manteniment
de la identitat lingüística dels catalans.

Aquesta política educativa s’ha concretat en el programa d’inmersió


lingüística, mitjançant el qual els alumnes reben l’ensenyament en la llengua
del país independentment de la seva llengua familiar, des de la seva
incorporació a l’escola fins al final de l’escolarització obligatòria. La llengua
castellana i l’anglesa s’introdueixen en un segon moment. Aquesta estratègia
d’ensenyament ha rebut el suport pràcticament unànime de la població
catalana i, en canvi, ha estat combatuda per diferents instàncies i opcions
polítiques estatals" (p. 66)

Me quedé un tanto de pasta de boniato al leer esto. De hecho, creo que


me voy a comprar el libro, porque algunas de las viñetas pretendídamente
cómicas no tienen desperdicio y me gustaría poder dedicarles también algo de
atención. Lo que transcribo, sin embargo, creo que es suficiente para darse
cuenta de que este libro de texto, utilizado en el sistema público de
educación en absoluto se limita a transmitir información con objetividad y a
formar en el conocimiento, la crítica y la pluralidad. La idea de la nación
construida en torno a un idioma no es ni mucho menos un consenso social, ni
en España ni en otros países. No puede darse por sentado como si fuera
indiscutible. La idea de que si no se habla más el catalán es culpa de Francia y
España carece de apoyos y ni siquiera está argumentada. En lo que se refiere


 156

al sistema de inmersión lingüística la afirmación de que la práctica unanimidad
de la sociedad catalana lo apoya requeriría algún contraste en cifras; práctica
unanimidad significa que el apoyo está cercano al 100% ¿es esa la situación
actual en Cataluña? Por otra parte, mantener que la inmersión es "combatida"
por opciones políticas estatales supone ignorar que en el Parlamento de
Catalunya (no en el Congreso de los Diputados de Madrid) se sientas unos
cuantos diputados que respresentan a fuerzas catalanas y que tampoco están
de acuerdo con el sistema de inmersión. De hecho, éste ha sido un punto de
debate durante la reciente campaña electoral.

Creo que no podemos ser indiferentes a esta forma de "enseñar"; utilizar


el sistema educativo como vehículo de construcción nacional es más viejo que
el andar a pie; y, además, es eficaz; por eso hay que garantizar que los valores
que se transmitan sean objetivos y compartidos por todos. De hecho, una
presentación equilibrada de distintas posiciones y argumentos sería más
acorde con el Estado democrático en el que vivimos. Libros como el que aquí
comento son más propios de otras épocas, de otros regímenes, de otros
educadores también imbuidos de una misión: construir una nación y
enfrentarla a sus enemigos interiores y exteriores.


 157

La Constitución de Cádiz
(6 de diciembre de 2010)

Hace unos meses escribía sobre la proximidad del bicentenario de la


Constitución de Cádiz. Entonces planteaba que sería una buena ocasión para
reflexionar con rigor y profundidad sobre la estructura del Estado. La
Constitución de Cádiz es, y se ha destacado poco este punto, el punto de
inicio de España como Nación. Antes de la Constitución de Cádiz
jurídicamente solamente existían distintos reinos y territorios unidos
dinásticamente. Antes de 1812 España era un concepto geográfico y político,
no una realidad jurídica.
Es cierto que desde hacía siglos España era dada por sentada como objeto
y objetivo. Los ejemplos son muchos, pero aquí no me resisto a recordar el
bando final de Rafael Casanova en Barcelona justo antes de la rendición de la
ciudad a las tropas de Felipe V (Felipe IV en Catalunya); la negrita ha sido
añadida por mí:

"Se hace también saber, que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en


obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan los presentes, y dan
testimonio a las generaciones venideras, de que han ejecutado las últimas
exhortaciones y esfuerzos, quejándose de todos los males, ruinas y
desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y extermine
todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás
españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero así y
todo se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la
libertad, acudirán a los lugares señalados, a fin de derramar gloriosamente su
sangre y su vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de
toda España".


 158

Es claro que en aquel momento los catalanes se consideraban españoles y
entendían su lucha como una lucha con el conjunto de España. Es decir,
existía una idea de España que permitía la construcción de empresas comunes.
A esa España aún solamente imaginada es a la que da forma la
Constitución de Cádiz, convirtiendo en realidad una Nación hasta entonces
inexistente. Luego vendrían los años tenebrosos, desde la llegada de Fernando
VII en 1814 hasta la Constitución de 1978. En esos años se perdió en gran
medida el legado anterior; pero no creo que resulte imposible recuperarlo;
pero para eso es necesaria determinación e inteligencia. Aprovechar el
bicentenario de la Constitución de Cádiz para lanzar esta tarea sería síntoma
de inteligencia.
De momento no estoy excesivamente esperanzado. Esta mañana
escuchaba en la radio un programa que se ocupaba de la Constitución de
Cádiz. El presentador del mismo orientaba la charla con el alcalde de San
Fernando (creo) y con un constitucionalista cuyo nombre no pude oir por
derroteros que me desagradaban. Se hacía hincapié en el "gracejo andaluz" (al
ponerle el sobrenombre de La Pepa por el día de su promulgación) y se
pretendía descubrir su importancia, pese a su escasa vigencia, por su influencia
en Constituciones posteriores, tanto españolas como extranjeras.
No señores, la Constitución de Cádiz es mucho más que eso, la
Constitución de Cádiz es el acta de nacimiento de España. El equivalente para
nosotros de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Ni más
ni menos.


 159

¡Son los transportes, estúpido!
(3 de enero de 2011)

Para los que sean muy jóvenes (tentado estaba de escribir "demasiado
jóvenes"; pero no se puede ser "demasiado" joven) aclararé que el título hace
referencia a una frase que se hizo popular en la primera mitad de los 90,
durante la campaña electoral en la que Clinton (Bill) derrotó a Bush (padre) en
su lucha por la presidencia de los Estados Unidos. Durante aquella campaña,
frente a los éxitos en política exterior de Bush, el equipo de Clinton lanzó el
slogan "it's the economy, stupid!" para indicar cuáles eran los problemas que
realmente preocupaban a los norteamericanos. Desde entonces se usa para
indicar lo importante que resulta identificar el punto neurálgico de cualquier
problema.
Hoy me he acordado de ella al leer la noticia de que el nuevo responsable
de Infraestructuras del Gobierno de Cataluña revisará el proyecto de línea 9
del metro porque "impide hacer políticas de reequilibrio territorial". Y me he
acordado porque desde hace catorce años digo a todo el que me quiere oír que
los tres principales problemas de Cataluña son el déficit de infraestructuras de
transporte, el déficit de infraestructuras de transporte y el déficit de
infraestructuras de transporte. Y lo que más me preocupa es que en la clase
política nadie lo dice claramente. Cuando llegué a Cataluña en el año 96 me
quedé profundamente sorprendido por lo limitado del transporte público. El
área metropolitana de Barcelona necesita mucho más un transporte público de
calidad que Madrid, porque en Madrid la concentración de población en el
núcleo del área metropolitana es mucho mayor que en Barcelona. En
Barcelona tan sólo millón y medio de personas viven en la ciudad de
Barcelona. En torno a ella se acumula otro millón y medio o dos millones que
permanentemente han de moverse por toda el área metropolitana, tanto desde
la periferia al centro como entre distintos puntos de la periferia. El área


 160

metropolitana es una sola ciudad desde el punto de vista sociológico y
económico que, sin embargo, desde el punto de vista de los transportes sigue
tratado como un conjunto de pequeñas poblaciones, como si la vida de la
gente de Sabadell tuviera que desarrollarse fundamentalmente en Sabadell, la
de la gente de Granollers en Granollers y así sucesivamente.
Este planteamiento causa problemas a los ciudadanos, ya que los
desplazamientos son largos y llenos de transbordos, incluso sin contar con
huelgas averías y otros problemas; pero es que, además, esta limitación en el
transporte condiciona el desarrollo económico de toda el área metropolitana.
Si los transportes fueran mejores la integración económica y sociológica
dentro del área metropolitana sería mucho mayor y eso redundaría en un
mayor desarrollo, una mayor actividad económica. Es decir, no se trata tan
sólo de hacer que la vida de los ciudadanos de a pie sea mejor (lo que, a lo
mejor no preocupa excesivamente a los partidos de derechas, más interesados
en los que van en coche o en tractor que de aquéllos que tienen que utilizar (o
prefieren utilizar) el transporte público); sino de que la economía mejore. Si
queremos estallar como país (en el buen sentido de "estallar") es prioritario
mimar el mayor activo de Cataluña: su área metropolitana. Como decía en el
título ¡son los transportes, estúpido! porque, al final "¡es la economía
(estúpido)!"


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Políticas coherentes
(26 de enero de 2011)

No lleva CiU en el gobierno ni un mes y ya está dando muestras de que


no se le ha olvidado cuáles han de ser las líneas maestras de su política.
Siempre he dicho que CiU, a pesar de ser dos partidos, es de lo más coherente
que hay en la política española. No engaña a nadie, cuando se le vota se sabe
lo que se vota, y luego no defrauda, no da bandazos que desconciertan a su
electorado. Este primer mes es muestra ya de esa coherencia, y han adoptado
varias decisiones que nos indican por dónde irá el resto de la legislatura.
Comenzaré por la ayuda a Spanair que se anunció ayer. En otras
circunstancias podría no llamar la atención; pero en el contexto actual, en el
que desde el propio entorno de CiU se habla de una posible quiebra de la
Generalitat, de la imposibilidad de pagar nómina a los funcionarios, de la
necesidad de realizar recortes dolorosos, que en ese contexto se acuda en
socorro de Spanair con una ayuda de 10 millones de euros resulta
significativo. Es cierto que se trata de un préstamo (aunque, claro, en las
circunstancias en las que está Spanair ¿lo devolverá?) y que 10 millones de
euros no es tanto (el sueldo anual de 300 maestros, más o menos); pero es
muestra de una orientación política, sobre todo si la enfrentamos a la
paralización de obras de infraestructura como el metro, de la que ya me ocupé
aquí. En esta época de crisis se dedica una cantidad significativa a salvar una
línea aérea (nos preocupan más los que viajan en avión que los que viajan en
metro) cuyo principal valor es la marca de país (se pretende que Spanair sea a
El Prat lo que Iberia a Barajas) y que ha sido una apuesta de algunas élites
políticas catalanas en un momento en el que se dudaba sobre si lo mejor no
sería dejar caer a la compañía. Si a esto añadimos que el replanteamiento de las
obras del metro se justifica en que se hace preciso ese dinero para poder
realizar políticas de reequilibrio territorial tenemos el panorama casi completo


 162

de la política de CiU en materia de transportes.
La segunda es una noticia de esta misma mañana: se ha decidido que en
caso de empate en la adjudicación de una plaza en la escuela, tendrán
preferencia (cinco puntos más) aquellos aspirantes que hayan tenido un
hermano o padre que haya estudiado en el centro. La medida es también muy
de CiU: la familia como elemento de legitimación para la obtención de
ventajas. Y no me refiero aquí a dar ventajas a familias numerosas o
monoparentales, sino a la idea de que si eres parte de una determinada familia
tienes más derechos que si eres miembro de otra familia. Pensemos, por
ejemplo, en alguno de esos colegios de prestigio concertados a los que todos
quieren llevar a sus hijos. Si concurren dos aspirantes con los mismos puntos
acabará entrando aquél cuyo padre o madre ya fueron a ese mismo colegio, en
la época en la que los crtierios para entrar eran el dinero o las relaciones. Con
este criterio se perpetúa la injusticia sobre el acceso a la educación que reinaba
hace décadas, traemos al siglo XXI las desigualdades del siglo XX.
Por último, queda por ver qué pasará con el Impuesto de Sucesiones. A
mi no me sorprendería que CiU, finalmente, lo eliminara; al fin y al cabo fue
una de las escasas cosas que concretó durante su campaña; pero, a la vez,
llamaría la atención que en un momento en el que, dicen, las cuentas públicas
están tan mal, nos privemos de una fuente de ingresos que, además, no afecta
prácticamente en nada a la actividad económica, a diferencia de lo que podría
pasar con un aumento del Impuesto de Sociedades, de la Renta, del IVA o de
otros impuestos indirectos.
En definitiva, preferencia a una presunta idea de País sobre los intereses
concretos de los ciudadanos, preferencia de los territorios sobre los
ciudadanos que se hacinan en el área metropolitana de Barcelona, preferencia
de las familias "de siempre" sobre los recien llegados y preferencia de los que
más tienen sobre el cuidado de lo público; en definitiva, lo que siempre ha


 163

sido CiU. Ya digo que es una formación política que siempre ha mostrado una
coherencia envidiable.


 164

De salarios y pensiones
(28 de enero de 2011)

Bueno, pues ya tenemos pacto. Tendremos que ir a trabajar con pañales y


todavía estaremos al pie del cañón con el andador de los mayores si queremos
cobrar el cien por cien de la pensión. En fin, seguramente es una buena
noticia; pero en todo este proceso se está hablando poco (me parece) de un
elemento que, creo, es esencial para que el sistema funcione; me refiero a los
salarios.
Es sabido por todos que los salarios en España son comparativamente
bajos. El mileurismo, que comenzó siendo un fenómeno que afectaba a los
más jóvenes y se suponía que debía ser una etapa transitoria en la vida laboral
de cada persona, se va incrustando en la sociedad de forma alarmante. Cada
vez son más grupos de trabajadores los que cobran en torno a los mil euros; y
no solamente trabajadores no cualificados, también universitarios y personas
con formación especializada. Además el salario no sube con los años,
personas que llevan en el mercado laboral diez o veinte años siguen sin
alcanzar un salario que le permita un cierto desahogo.
Las consecuencias de esta situación son muy variadas y con incidencia en
varios sectores. Así, por ejemplo, y tal como comentaba hace un tiempo, tiene
mucho que ver con el déficit de financiación de las Administraciones que
tantos quebraderos de cabeza está causando. Afecta a la vida de las familias:
no es una opción que trabajen los dos miembros de la pareja, es una
necesidad; y quizás no falte mucho para que tengamos que vivir de tres en tres
para poder llegar a final de mes, con lo que en unos años tendremos que abrir
la posibilidad de que el matrimonio pueda ser entre más de dos personas;
tiempo al tiempo. Además afecta al consumo; no creo que sea una casualidad
que España sea el país con más piratería en música y películas. Si tienes poco
dinero comprar un DVD o un CD no es una opción. Y que conste que no


 165

justifico las descargas ilegales, sino que me limito a explicar por qué en
España, con sueldos mileuristas, hay más piratería que en otros países donde
los trabajadores tienen salarios más elevados.
Así pues, los bajos salarios son relevantes para muchas cuestiones y
también, evidentemente, para las pensiones. En primer lugar, para el cálculo
de la pensión que se cobrará, ya que ésta depende del salario percibido
durante la vida activa; pero también para las posibilidades de cobro de la
misma.
Un error muy extendido es el de pensar que lo que se cobra de pensión es
el resultado de la rentabilización de lo cotizado durante la vida activa; y eso no
es así. Lo cotizado sirve para el cálculo de la pensión, pero esas cotizaciones
no se ingresaron en su día en un fondo para que con los intereses se pudiera
pagar la pensión futura. Eso es lo que se hace con un plan de pensiones; pero
la Seguridad Social española no funciona sobre ese sistema. Si así fuera sería
imposible pagar las pensiones que se están pagando (comparativamente altas)
a partir de las comparativamente exiguas aportaciones realizadas durante la
vida laboral. Sería, quizás, conveniente, que alguien se parara a explicar a los
pensionistas lo que realmente cobrarían como resultado de la capitalización de
sus aportaciones. La mayoría se quedarían muy sorprendidos.
No, el sistema se basa en un sistema de solidaridad intergeneracional: los
que ahora son pensionistas pagaron las pensiones de quienes estaban jubilados
cuando ellos (los pensionistas actuales) trabajaban, y son los trabajadores
actuales los que pagan las jubilaciones de los actuales pensionistas. Y aquí
viene una primera paradoja: los trabajadores actuales, mileuristas como
sabemos, están contribuyendo a pagar pensiones que son, en ciertos casos,
más altas que sus propios salarios, ya que su importe se ha calculado sobre las
retribuciones proporcionalmente más altas que se cobraban hace décadas.
Está bien ser solidario; pero es causa de cierta perplejidad que el favorecido
por la solidaridad esté en mejor situación que el dador de solidaridad.


 166

Y es que a medio plazo la reducción de los salarios tiene que implicar,
necesariamente, una reducción de las pensiones. Es cierto que existen
alternativas, como por ejemplo que parte de las pensiones se paguen vía
impuestos, y no necesariamente en su totalidad a cargo de las cuotas de la
Seguridad Social; pero a la larga la devaluación de los salarios ha de implicar
una devaluación de las pensiones y, como veíamos antes, una disminución del
consumo, menores ingresos vía impuestos y, por tanto, una contracción de la
Administración que, probablamente, deberá acabar por pagar también salarios
mileuristas a sus funcionarios (ya lo está haciendo con los que no son de las
escalas A y B).
¿Es éste el panorama que queremos? Supongo que no, y por eso urge
aumentar los salarios en este país. No se plantea como una prioridad y
siempre se está hablando de contención salarial; pero esa vía solamente nos
conduce al desastre. Si queremos mantener la estabilidad y desarrollo del país
hay que introducir las reformas que sean necesarias para conseguir un
aumento de los salarios.
La pregunta del millón es cómo se puede conseguir que los salarios
aumenten. Me imagino que no existe una medida mágica que consiga esto
automáticamente; pero quizás se puede pensar en algunas orientaciones. En
primer lugar, hay que primar los sectores productivos con un mayor valor
añadido y que menos susceptibles son de competencia por parte de países en
vías de desarrollo con salarios muy bajos. A mi las ayudas a las plantas de
montaje de coches me dan cierto repelús porque intuyo que meter dinero ahí
es tirarlo a un pozo sin fondo. Hace poco se llegó en Barcelona a un acuerdo
con Nissan para mantener la empresa y un año después ya estaba otra vez la
compañía exigiendo más recortes salariales; y podrá repetir la operación todas
las veces que quiera, porque siempre puede llevarse la planta a un país donde
se cobre la mitad que en España y se acabó el problema. Por la vía de la
industria no hay nada que hacer y, por tanto, hay que limitar las ayudas a estos


 167

sectores para centrarlas en aquellos otros que si que crean valor añadido; y
para esto una mayor inversión en educación e investigación es fundamental.
En segundo lugar es preciso favorecer el acceso a la actividad empresarial.
Una mayor competencia entre los empresarios favorecería la subida de
salarios; si son pocas las empresas que compiten por los trabajadores los
salarios serán reducidos, si son muchas existirá una tendencia a la subida de
los salarios.
Y, finalmente, hay que potenciar la negociación colectiva. Los sindicatos
tienen que apoyar una subida real de los salarios. Desde hace casi treinta años
permitieron que por la vía de contratos de formación, contratos temporales,
etc los más jóvenes fueran casi esclavizados. La compensación era que la
situación de los trabajadores fijos no se tocaba. Se produjo así una partición
del mercado de trabajo en España que resulta verdaderamente dramática,
sobre todo porque aquellos trabajadores fijos privilegiados se están retirando
(con buenas pensiones, por cierto) y solamente queda la inmensa masa de
mileuristas que se comenzó a formar en la época de las reformas laborales de
los años 80. De aquellos polvos, estos lodos.


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¿Contención salarial?
(27 de febrero de 2011)

En la última entrada de este blog mostraba mi preocupación por lo bajo


de los salarios en España; planteaba que lo escaso de los sueldos no solamente
era una cuestión de justicia social, sino que afectaba al conjunto de la
economía y a la sostenibilidad de las distintas administraciones. En las
semanas que siguieron hubo varias noticias en relación a este tema. La señora
Merkel planteó la conveniencia de vincular los aumentos de salario a la
productividad y no al IPC, se hizo público que los salarios en España
disminuían pese a que aumentaba la productividad y recuerdo haber visto de
pasada en una entrevista con el Ministro de Trabajo que éste afirmaba que era
preciso mantener la contención salarial para poder competir, noticia que luego
pude ver en la prensa.
Esto último me llamó especialmente la atención; sensibilizado como
estaba con el tema de los salarios y habiendo comprendido que los
comparativamente bajos salarios españoles eran un problema para nuestra
economía me llamaba la atención que fuera precisamente el Ministro de
Trabajo el que llamara a no subir los salarios. Me parecía, tal como indicaba en
la entrada, que lo que resultaba prioritario era estudiar las formas de que los
salarios subieran en España, no la manera de que siguieran perdiendo peso en
el conjunto de la economía.
Y lo de que los salarios en España son bajos no es una simple apreciación
subjetiva. Se apoya en datos. Gracias a Eurostat es posible acceder a datos
comparados de los diversos países europeos; entre ellos el salario medio y la
renta per cápita; y si examinamos esos datos nos damos cuenta de que el
salario medio en España es significaivamente más bajo respecto a la renta per
cápita que en otros países europeos, por ejemplo, Alemania.
Nadie pretende que el salario en España sea el mismo que en Alemania; es


 169

lógico que si un país es más rico que otro (lo que se refleja en la renta per
cápita) los salarios en el país rico sean más altos que en el país pobre; pero esta
diferencia de riqueza no justifica que la proporción del salario respecto a la
renta per cápita sea diferente. Es decir, podemos ser más o menos ricos, pero
eso no tiene por qué hacer variar la proporción que supone el salario en
relación a la riqueza nacional; y si comparamos la situación de España y
Alemania vemos que no es así.
En el año 2007, el último para el que encontré datos resultó que la renta
per cápita (RPC) en Alemania fue de 27400 euros y en España de 17800.
Evidentemente, la RPC en Alemania era (y es) mayor que en España (en
concreto, la RPC alemana es un 154% la RPC española); pero esta diferencia
se traducía en un salario medio mucho mayor en Alemania que en España. En
Alemania el salario medio fue de 40200 euros mientras que en España fue de
21890 euros. El salario medio en Alemania es un ¡183% el salario medio en
España! Fijémonos en que la RPC es "solamente" un 154% de la renta
española. Si el salario medio en Alemania guardara la misma proporción que
en España respecto a la RPC resultaría que en vez de ser de 40200 euros
tendría que ser de 33428 (tendría que bajar un 16%) y, a la inversa, si el salario
medio en España guardara respecto a la RPC la misma relación que tiene en
Alemania el salario medio en España debería subir hasta los 26522 euros; esto
es, tendría que subier ¡un 21%! Por resumir, en Alemania el salario medio es
un 146,7% de la RPC, mientras que en España el salario medio supone tan
solo el 122.9% de la RPC.
Aún se podrían añadir más datos, como el del importe de la retribución
del trabajo en cada país, tanto en términos absolutos como en relación al
Producto Interior Bruto; pero de momento creo que es suficiente para
constatar que el problema en España no es la subida de los salarios sino que el
problema es justamente el contrario; y si no somos conscientes de ello mal se
le podrá poner solución.


 170

El debate de ayer
(14 de abril de 2011)

El debate que se vivió ayer en el Parlament de Catalunya en relación a la


propuesta de declaración unilateral de independencia de Cataluña ha resultado
al final de lo más interesante. La propuesta había sido presentada por
Solidaritat Catalana per la Independencia (3 diputados) e implicaba autorizar al
Gobierno de la Generalitat a negociar la independencia con la comunidad
internacional (art. 8), además de prever la constitución de una asamblea de
representantes de la Nación catalana para conseguir la independencia de todos
los países catalanes (art. 9). La independencia, una vez aprobada la Ley y
negociada con la comunidad internacional, sería efectiva cuando la aprobase
por mayoría absoluta el Parlament de Catalunya (art. 10).
La lectura del texto presentado por Solidaritat Catalana per la
Independència es ciertamente sorprendente, incluyendo posibles efectos
internacionales, ya que algunos de los países catalanes a los que se refería en
su art. 9 son parte del territorio de Estados extranjeros; pero más allá de este
análisis lo que me interesaba era ver cómo reaccionaban ante esta propuesta
los distintos grupos parlamentarios. Y me interesaba porque es evidente que el
debate sobre la independencia de Cataluña es un debate vivo, y tratándose
como es de una cuestión de gran transcendencia, de implicaciones profundas
y seculares es fundamental que la posición de los partidos políticos, auténticos
gestores de la voluntad popular, sea clara para que todos seamos conscientes
de lo que votamos.
Nunca se está de acuerdo al cien por cien con ningún partido político;
pero hay temas más y menos importantes. La cuestión de si Catalunya se
convierte o no en un Estado independiente tiene la suficiente transcendencia
como para que resulte absurdo votar a un partido "unionista" si se es


 171

independentista y, al revés, votar a un partido independentista si se prefiere
que Catalunya siga siga siendo parte del Estado español; en ese sentido,
determinar la posición de cada partido en este asunto me parece fundamental;
y para ello ayer no solamente había que calibrar el sentido del voto ("sí" o
"no" a las enmiendas a la totalidad presentadas) sino el contenido del discurso
de los representantes de los partidos; y, desde luego, al menos para mí, las
expectativas se vieron cumplidas: los partidos fueron bastante claros en sus
planteamientos.
Evidentemente Solidaritat, Joan Laporta (inicialmente en Solidaritat y
ahora diputado independiente) y ERC se mostraron a favor de la
independencia ya, es decir, a favor de la propuesta. Iniciativa per Catalunya-
Verds no votó a favor de la propuesta; pero no porque estuviera en contra del
fondo de la misma, sino más bien por cuestiones de forma y oportunidad; en
cualquier caso dejó claro que consideraba un objetivo la plena
autodeterminación de Catalunya; y esto, no nos engañemos, es en el fondo
otra forma de buscar la independencia de Catalunya.
CiU también se mostró favorable a la independencia, aunque no por
ahora; lo que coincide con sus planteamientos primero implícitos y cada vez
más explícitos en favor de la separación de Catalunya del resto del Estado. De
hecho hace tiempo que vengo diciendo que Convergència es un partido
independentista, pese a lo que en ocasiones quiere aparentar; y me parece que
el tiempo me da la razón. Unió no da signos de ser independentista; pero cada
vez entiendo menos que puedan formar coalición un partido independentista
y uno que no lo es. Como decía antes hay temas que tienen tanta
transcendencia que es imposible transigir sobre ellos.
Y finalmente el PSC. Estaba muy interesado en escuchar lo que decía el
PSC sobre este tema. El martes leí un muy interesante artículo de Ferrán
Pedret en el que señalaba que el PSC ni había sido independentista ni lo era
ahora. La intervención de Tura (extraordinaria como discurso: medido, bien


 172

construido, con las ideas claras y el sentimiento en su justo término) no fue,
sin embargo, en ese sentido. Se opuso a la propuesta de Solidaritat Catalana,
pero más por razones de forma que de fondo. Mantuvo que no tenían temor a
la independencia, planteó que era necesario buscar el encaje en España y que
Catalunya debía ver satisfechas sus necesidades de autogobierno, aunque
siempre en el marco legal vigente ("leyes cambian leyes" repitió en varias
ocasiones). Esto es, la forma no es la correcta; pero no es descartable que el
fondo lo sea. La verdad es que es un discurso próximo al independentismo, ya
que no plantea como un prius irrenunciable, como un axioma, la permanencia
de Catalunya en España; y la independencia a término o si se dan
determinadas condiciones es también independencia.
En el fondo, tal como dije hace unos meses, el PSC se encuentra ahora en
una situación parecida a la que ocupaba CiU hace diez años, y ésta última en
una semejante a la que tenía ERC en aquella época; esto es, el PSC está a un
paso de optar por la vía de la independencia. Ayer Montserrat Tura lo
confirmó, pues en ningún momento dio un solo argumento a favor del
mantenimiento de la unidad del Estado y sí, en cambio, hizo abundantes
referencias al deseo de autogobierno de Cataluña y a la lucha histórica de esta
Nación por sus derechos. En el fondo -interpreto- se está lanzando el mensaje
de que o se producen cambios en la estructura del Estado o Catalunya se va;
este me parece interpretar que es el discurso del PSC. En cualquier caso no es
el discurso de que el proyecto común entre Catalunya y el resto de España es
absolutamente irrenunciable y hemos de trabajar dentro de ese marco para
conseguir los avances o mejoras que sean necesarios.
A mi me parece bien, desde luego; no estoy de acuerdo pero me parece
bien; lo que no me parece tan bien es que este proyecto, que es de ruptura
condicionada o a plazos se aproveche de muchos miles de votos de personas
que piensan que cuando depositan una papeleta en favor del PSC piensan que
están "votando a Felipe". Que en los mítines del PSC para las generales se


 173

diga en castellano lo que Tura dijo ayer en catalán. Me gustaría ver la reacción
si en el mitin del Sant Jordi Zapatero concluye su discurso diciendo "...porque
no tenemos miedo a la independencia de Cataluña".
Claridad, la claridad es necesaria en este tema porque no estamos
hablando de cosas sin importancia (aunque algunos parecen pensar que la
independencia es una especie de trámite intranscendente).
En contra de la independencia solo se posicionaron claramente el PP (con
un discurso patético, más por la forma que por el fondo) y Ciutdadans. No sé
si este desequilibrio entre partidarios de la independencia y partidarios de la
unidad que se vio ayer en el Parlamento responde a lo que es la sociedad
catalana; quizás no; pero me atrevo a profetizar de que sí que responde a lo
que será... y me parece que estas no son buenas noticias para casi nadie.


 174

El principio del fin de la sanidad pública
(18 de abril de 2011)

Día de vacunas. Hoy tocaba que los mellizos (de dos años) se pusieran la
vacuna de recuerdo del Prevenar. Se trata de una vacuna que no asume la
sanidad pública, aunque es frecuente que los pediatras la recomienden. Claro,
si tu pediatra te dice que mejor ponérsela al niño, pues qué vas a hacer; se la
compras. Nos fuimos a la farmacia y compramos las dos dosis (cada niño ya
se ha puesto tres de estas vacunas; como digo, hoy tocaba la de recuerdo),
pagamos los 160 euros que costaban y nos fuimos al CAP. Allí la enfermera
nos dijo que desde hacía unos meses se había establecido que nos tenían que
cobrar por ponernos la vacuna. Nos quedamos un poco de pasta de boniato;
pero qué vas a hacer, le dices que adelante y ya está. A la salida nos acompañó
al mostrador de información donde nos cobraron la operación.
El precio de cada vacunación fue de 7,80 euros (15,60 los dos niños).
Todo bastante cutre. Echamos como un cuarto de hora para que salieran las
facturas, no nos hicieron recibo, sino un simple "pagado" a boli sobre la
factura y, además, nos dijeron que teníamos que abonar el precio exacto (ni
tarjeta de crédito ni vueltas ni posibilidad de pagar por transferencia). Está
claro que el sistema no está adaptado a esta nueva circunstancia, la de que los
usuarios tengan que pagar por los servicios recibidos y, como digo, todo
resultaba bastante cutre.
Ahora bien, lo que me preocupa no es lo mal montado que está todo; sino
la justificada indignación que va a producir y lo que implica para la
desaparición de la sanidad pública.
Empecemos por la indignación. Doy fe de que cuando te dicen que vas a
tener que pagar para que le pongan una vacuna a tu hijo te sienta como una
patada. Ya habíamos asumido que teníamos que comprar nosotros la vacuna,
pero que tengas que pagar la enfermera que te la pone en el CAP ya te parece


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que es entrar en otra dimensión. Si esto se extiende (que parece ser que se
extenderá) la indignación será creciente. En una situación de crisis económica,
con mucha gente con problemas económicos que, de pronto, te encuentres
con un gasto con el que no contabas en un sector tan sensible como es el
sanitario será fuente de tensiones y problemas. No me extrañaría que se
montara más de un follón en algún CAP a causa de este motivo, pagándola los
usuarios con quien menos culpa tiene, que es el personal sanitario.
Y sigamos con lo que supone para la sanidad pública. Si en la sanidad
pública vas a tener que pagar ¿por qué no ir a una mutua? y si vas a una mutua
¿por qué tener que seguir pagando por la sanidad pública? El silogismo es
diabólico, pero evidente. Un familiar a quien le contaba este incidente
enseguida lo argumentó. Y esto es lo que resulta verdaderamente peligroso. Si
se extiende la idea de que para esto mejor no tener sanidad pública será
relativamente fácil que quienes están interesados en laminar el sistema público
de sanidad encuentren apoyos para ello. Al fin y al cabo hay muchos
interesados en favorecer a la sanidad privada, y convertir en poco atractiva la
pública es una forma de favorecer a la privada.
Esto es lo que me da verdaderamente miedo. Basta ver cómo van las
cosas en Estados Unidos, donde prácticamente no existe sanidad pública, para
comprobar lo nefasto que es un sistema sanitario que renuncia a lo público.
La sanidad pública no solamente es una exigencia básica en un Estado social;
sino que es una opción mejor que la sanidad privada. Un sistema de sanidad
privada es más caro e ineficiente que uno público; eso sí, la sanidad privada
permite que unos cuantos ganen dinero, mucho dinero.
No caigamos en la trampa, sigamos defendiendo la sanidad pública,
incluso ésta en la que te cobran por poner una inyección a tu hijo;
defendámoslo y hagamos lo posible porque la tendencia se invierta, porque la
sanidad pública sea cada vez mejor. Exijamos a los políticos que coloquen este
tema en el eje de su actuación; y exijámoslo a todos, porque el discurso de la


 176

derecha mala está ahí, y la verdad es que CiU está haciendo todo lo posible
para que nos lo creamos, pero no olvidemos que los recortes ya comenzaron
en la época del Tripartito, lo que supuso para mi una tremenda decepción, tal
como escribí hace un tiempo.


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Sobre opciones de audio
(21 de abril de 2011)

Estaba ayer viendo la final de Copa por TV3 y escucho a los locutores
informar que en una de las opciones de audio se puede seguir el partido en
aranés. El aranés es una variedad del idioma occitano hablada en el Valle de
Arán (norte de Lérida, Cataluña). Desde hace un año aproximadamente es
lengua cooficial en Cataluña, y de utilización preferente en el Valle de Arán. El
número de personas que lo tienen como lengua materna es de 2765 (datos
tomados del artículo sobre el aranés en la wikipedia).
Me llamó la atención la posibilidad de escuchar el aranés e
inmediatamente empecé a buscar en los canales de audio hasta dar con la
emisión en dicho idioma. Estuve escuchando un ratito esa lengua,
desconocida para mi, pero comprensible (bueno, se trataba de la transmisión
de un partido de fútbol, quizás me planteara más dificultades un discurso más
complejo) e, ingenuo de mi, me puse a buscar entre los otros tres o cuatro
canales de audio el canal en castellano ¡no había! De los cuatro o cinco canales
disponibles todos estaban en catalán excepto el que acababa de escuchar en
aranés.
¿Por qué no se daba el partido en TV3 en castellano en alguno de sus
canales? Sin duda se me dirá: "Si lo querías seguir en castellano podías
sintonizar la 1, que también daba el partido". Pero ese no es argumento. Si vas
con el Barça prefieres una transmisión en la que notas como el locutor suda
cuando se acerca el Madrid a la portería que ayer defendía Pinto y, por el
contrario, se alegra cuando el Barça marca un gol; prefieres seguir una
transmisión apasionada a una transmisión neutra (que supongo que es la que
se pretendía en la 1, no lo sé porque seguí el partido por TV3). ¿Por qué los
millones de catalanes que tienen por lengua materna el castellano (lengua
también oficial, de momento, en Cataluña) no pueden ver en la televisión de


 178

todos los catalanes el partido en su idioma si existen recursos técnicos para
ello?
Quizá alguien piense que esto no deja de ser un tema menor; y
ciertamente lo es porque no creo que ningún castellanoparlante tuviera ayer
disgusto alguno por no poder ver el partido de "su" Barça en castellano.
Ahora bien, si es menor el tema no lo es la respuesta a la pregunta que hacía
en el párrafo anterior. La respuesta a esa pregunta sí que es importante y tiene
consecuencias que van mucho más allá de la transmisión de un partido de
fútbol. La respuesta, la tremenda respuesta es que quien tiene que decidir
sobre estas cosas piensa que el auténtico seguidor del Barça ha de sufrir o
alegrarse con él en catalán o en aranés, no en castellano; piensa que solamente
se puede ser catalán en catalán o en aranés, no en castellano; piensa y actúa
como si el idioma castellano fuera un cuerpo extraño en Cataluña. Y esto no
es un tema menor.


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Y tras el 15M ¿qué?
(21 de mayo de 2011)

¿Islandia?

Aún hay esperanza. Unos días antes del 15 M la convocatoria era vista por
la mayoría como un ejercicio "alternativo"; un acto del que podrían apropiarse
los antisistema, un brindis al sol que no tendría mayores consecuencias. Unos
días antes en Barcelona se hablaba más de la convocatoria del día 14 contra
los recortes de la Generalitat que de la manifestación del día siguiente... en
unos días todo ha cambiado.
Ahora el 15M es un movimiento con identidad propia en el que muchos
se ven reflejados. Es una vía para mostrar la frustración por la falta de
realización de expectativas legítimas, la decepción ante los políticos y el
desacuerdo ante la forma en que se está abordando la crisis económica que,
causada por bancos y especuladores, está siendo resuelta a costa de los
trabajadores y los servicios públicos.
Ahora bien, una ve mostrada la frustración, la decepción y el desacuerdo
¿qué hacer? Parece ser que hay un modelo, el modelo islandés, en el que la
política ha pasado a la calle desarrollándose un movimiento asambleario que
ha modificado completamente la forma de hacer política en Islandia. Islandia
está detrás de mucho de lo que está pasando; pero el problema es que Islandia
es un país de poco más de 300.000 habitantes. Lo que funciona en un país que
tiene pocos más habitantes que l'Eixample, uno de los barrios de Barcelona,
puede no funcionar en uno como España que tiene 150 veces más población.
A partir de un determinado tamaño es imposible prescindir de estructuras
intermedias; en Islandia se puede prescindir de los partidos políticos; en
España probablemente, no. Siempre será necesaria alguna estructura para
canalizar la participación política.


 180

El problema, además, se agrava si tenemos en cuenta otro factor, la
globalización; el mundo globalizado nos obliga a tener estructuras políticas
grandes; las estructuras pequeñas no pueden ejercer un contrapeso eficaz a las
enormes fuerzas del mercado que en las últimas dos décadas han visto
incrementada su fuerza como consecuencia de la globalización.
¿Cómo conseguir, por tanto, una democracia de mayor calidad y, a la vez,
mantener estructuras políticas de gran tamaño que hacen imposible un sistema
político asambleario?
Para mi la respuesta está clara: es preciso combinar tres factores: un
sistema de democracia directa en los niveles más cercanos al ciudadano,
organizaciones intermedias transparentes y honestas que permitan el
mantenimiento de estructuras políticas de mayor tamaño y utilización masiva
de Internet para potenciar la participación del ciudadano en todos los niveles
de decisión. Pero para ver cómo podría funcionar algo semejante hay que ver
antes qué es lo que falla en el sistema actual.

Las causas del desencanto: la globalización

En el fondo lo que nos cabrea es que tenemos la sensación de que nos


están estafando; cobramos poco, incluso quienes tienen estudios y formación;
no tenemos estabilidad en el empleo y los servicios sociales, el estado de
bienestar está en retroceso. Y a la vez los más ricos, los dueños de los bancos,
los altos ejecutivos, ganan cada vez más dinero; la brecha entre los ricos y los
pobres se abre, se ensancha y, pese a que disponemos de los medios técnicos
para disponer de bienes y servicios suficientes para todos a precios razonables
tenemos la sensación de que cada vez obtenemos menos por nuestro cada vez
más exiguo dinero.
Y lo cierto es que eso es lo que está pasando; al menos en Europa.
Vivimos peor de lo que vivieron nuestros padres y muchos se encuentran a un


 181

paso de la exclusión social mientras otros se enriquecen ¿por qué?
Para mi la causa está en la globalización. Nos enfrentamos a una situación
nueva, una situación que no se daba desde hacía siglos: el poder público, el
poder que no está basado en el dinero o en el mercado, sino en la
organización política, es cada vez más débil. Hace tan sólo cien años este
poder público era tremendamente poderoso y podía ejercer una función de
equilibrio del mercado. Ciertamente, no siempre ejercía esta función de
equilibrio; al fin y al cabo también el poder público podía estar "secuestrado"
por los poderosos que podían intentar utilizarlo en su beneficio; pero aunque
no ejerciera siempre su enorme poder en beneficio de los más débiles la mera
existencia de ese poder público suponía un condicionante de primer orden
para la economía. Se podía hacer la revolución para apropiarse del poder
público y, a partir de ahí, cambiar las cosas; el problema que tenemos hoy en
día es que una revolución tendría menos eficacia porque el poder público del
que se podría apropiar tiene menos influencia en el mundo que la que tenía a
principios del siglo XX.
En los primeros años del siglo XXI estamos viviendo las consecuencias
de ese debilitamiento del poder público: países enteros, potencias económicas
de primer o segundo orden tiemblan ante los rumores de los mercados;
oscuras agencias de calificación dictan a los gobiernos lo que tienen que hacer;
los ministros acuden a las redacciones de los periódicos financieros para
presentar sus planes de reforma.
Este carácter débil del poder público explica muchas cosas. Los
poderosos tienden de forma natural a apropiarse de los recursos de los más
débiles. Antes los Estados podían poner ciertos límites a este expolio de los
más pobres por parte de los más ricos; ahora los Estados no tienen ese poder;
el mercado es más poderoso que ningún Estado aislado; y esto no puede ser
obviado.
¿Cuál es la consecuencia de lo anterior? Ninguna revolución aislada en


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un país o un grupo pequeño de países podrá tener ningún efecto
duradero; solamente un cambio a nivel regional podrá ser eficaz.

Las causas del desencanto: la clase política

En España las dramáticas consecuencias de la globalización se están


poniendo de manifiesto en toda su crudeza; un país que no había conseguido
todavía plenamente su modernización se ha visto colocado en una peligrosa
tierra de nadie, sin saber bien qué papel jugar; y la clase política no contribuye
a facilitar las cosas. En España existe una profunda decepción hacia la clase
política, que es percibida como un conjunto de arribistas únicamente
preocupados por hacer dinero y tener una vida cómoda a cargo del dinero
público.
A mi me parece que la inmensa mayoría de los políticos son honestos y
no están guiados por el interés de medrar o aprovecharse; ahora bien, también
creo que la práctica totalidad de los políticos ven la política como una
profesión (o actividad) dirigida no a cambiar la sociedad, sino a ganar las
elecciones. Si no se ganan las elecciones no se podrá llevar a cabo ningún
programa; y quizás de esta forma justifiquen que los partidos políticos se
hayan convertido en máquinas electorales; pero lo cierto es que la
profundidad en el pensamiento y en la reflexión, el rigor y la búsqueda de lo
mejor para la sociedad están prácticamente ausentes de los partidos
mayoritarios.
Los partidos son percibidos desde afuera como máquinas oscuras de
poder en el que alianzas, pactos y maniobras están destinados a conquistar y
mantener posiciones que se traducen en dinero para pagar sueldos y lealtades;
y la profesionalización de la política ha hecho realidad un escenario en el que
las instituciones están al servicio de los partidos. Se hace carrera en el partido
y el premio que se recibe es un cargo público. De esta forma personas con


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poca preparación, con poca formación, con poco curriculum "objetivo" se
han visto catapultadas a las más altas responsabilidades, presumiblemente
como pago a servicios al partido. La ciudadanía ha percibido esto como una
estafa al conjunto de los ciudadanos y los políticos han perdido el respeto, la
consideración, la admiración por parte de los ciudadanos.
En un mundo tan complejo como el que vivimos gobernar no es tarea
fácil, al revés, es muy difícil. Si alguien piensa que gobernar es fácil es que no
ha percibido la tremenda dificultad de una tarea que se asemeja a conducir un
camión ancho y pesado por un alambre tendido entre montañas; siempre con
el riesgo de precipitarse al vacío. En un mundo tan complejo como el actual se
necesita que los partidos políticos se ocupen más de pensar cómo tiene que
ser la sociedad que de ver cómo ganan las próximas elecciones. Los partidos
políticos tienen que potenciar el debate y la participación ciudadanas, los
estudios y análisis y ofrecer programas y campañas rigurosas. La devaluación
del discurso político al que hemos asistido en los últimos años es
decepcionante. Los partidos políticos tienen que abrirse a la sociedad,
ser más transparentes, facilitar que sean los mejores los que ocupen los
puestos de más responsabilidad y orientar su actividad al diseño de
políticas serias y rigurosas.

Las soluciones: Europa

Vivimos en un mundo globalizado y eso no ha de cambiar. La


globalización es buena; lo que es malo es que no exista un poder público
global paralelo al mercado global. La creación de ese poder público global es
una auténtica prioridad y el instrumento del que disponemos los europeos
para contribuir a ese objetivo es la Unión Europea.
Actualmente la Unión Europea es un instrumento al servicio de los
Estados y, por tanto, no tiene la suficiente fuerza como para plantear e


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implementar políticas eficaces que permitan gobernar la globalización. Es
urgente que Europa gane fuerza como entidad política; para ello tiene que
convertirse en un auténtico poder dependiente de los ciudadanos europeo y
no de los Estados. Uno de los objetivos prioritarios debe ser conseguir esa
transformación de Europa.
Antes decía que ningún cambio en un país aislado podría ser duradero; un
cambio a nivel europeo sí que podría ser relevante, urge crear estructuras
políticas paneuropeas, debemos darnos cuenta de que ya todos somos uno,
queramos o no; y no tener estructuras políticas comunes fuertes nos debilita
como ciudadanos y quedamos reducidos a meros consumidores.
Es necesario que la Unión Europea deje de ser un instrumento al
servicio de los Estados y que las instituciones europeas dejen de estar
tuteladas y dirigidas por los Estados. Se precisa un Parlamento
Europeo con competencia legislativa plena y competencia fiscal y un
Presidente europeo elegido directamente por los ciudadanos o por el
Parlamento europeo.

Las soluciones: regulación

Gran parte de nuestros problemas derivan de la falta de regulación: los


mercados han mostrado que necesitan la tutela pública, tutela de la que
carecen en el mundo globalizado. Una Europa fuerte podría imponer esta
regulación que estaría basada en un reparto justo, salarios dignos y normas
rigurosas que eviten abusos y engaños. El fin de los paraísos fiscales es
necesario para que la tributación, base de los servicios sociales, sea suficiente y
adecuada a un mundo cada vez más desarrollado. No será tarea fácil poner
coto a los mercados financieros globales, que se resistirán como gato panza
arriba a cualquier intento de reducción de sus beneficios; pero si el poder
político es suficientemente fuerte, y Europa lo podría ser; podría conseguirse


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el objetivo. Es claro que los Estados actuales son incapaces de llevar a cabo
esta tarea, por lo que la profundización en la integración europea que se
defendía hace un momento es de todo punto imprescindible.
Es necesario que las diferentes entidades políticas del Mundo, entre
ellas Europa, regulen los mercados de forma que se garanticen salarios
justos y tributos adecuados. Los paraísos fiscales deben ser eliminados.

Las soluciones: participación

Hoy en día es posible ya que los ciudadanos participen en la toma de


decisiones de una forma directa. Internet y las redes sociales facilitan esta
participación que debe ser potenciada por los poderes públicos. No basta con
votar cada cuatro años; antes hablábamos de la apertura de los partidos
políticos a la sociedad, y esta apertura debe darse también en todas las
instituciones. Se avanza en esta línea, pero aún se puede hacer mucho más: los
ciudadanos tienes que poder acceder sin trabas a toda la información posible
sobre la administración, los ciudadanos tienen que tener vías de participación
en la toma de decisiones a todos los niveles y los ciudadanos deben ser
consultados siempre que la entidad de la medida que deba adoptarse lo
requiera.
Para que esta democracia participativa funcione es preciso que se den dos
elementos adicionales: por una parte los medios de comunicación tienen que
ser responsables y rigurosos. Escandaliza en la actualidad la cantidad de
barbaridades que pueden leerse en los periódicos. Es inasumible que medios
serios publiquen noticias que son más bien atentados a la inteligencia. La
información correcta y suficiente es un elemento imprescindible para la
participación política, y ahí los medios de comunicación tienen mucho que
mejorar.
Junto con la información la formación es también necesaria; una


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democracia participativa conducirá al desastre si quienes participan carecen de
formación suficiente como para adoptar las mejores decisiones en cada
momento. Una formación de calidad, una enseñanza de calidad son
imprescindibles; la democracia participativa exige también al ciudadano, el
ciudadano debe informarse y formarse para adoptar las decisiones
responsablemente. No es tarea de un día ni de dos conseguir que todos
asumamos que una mayor participación es también una mayor exigencia para
todos.
En definitiva, hay que profundizar en la democracia participativa,
lo que implica facilitar a los ciudadanos la información de la que
dispone la Administración, y establecer cauces de debate y
participación de los ciudadanos. Esta democracia participativa exige
también que los medios de comunicación sean responsables y
rigurosos, que la formación y la educación sean excelentes y que los
ciudadanos asumamos como un deber formarnos y conocer los temas
sobre los que tendremos que decidir.

Conclusión

Así pues, tras el 15M tenemos que conseguir que no solamente España,
sino todo Europa se transforme. Hay que transformar los partidos políticos
para que sean organizaciones abiertas a la sociedad, más preocupadas por el
diseño de políticas rigurosas que por ganar elección tras elección; hay que
transformar la Unión Europea para que sea una entidad al servicio de los
ciudadanos y no de los Estados; tenemos que regular los mercados mundiales
eliminando los paraísos fiscales y regulando los mercados de forma que
salarios y tributos sean los justos; finalmente, es preciso profundizar en una
democracia participativa que exige transparencia de la administración, cauces
para el debate y participación públicas; además de medios de comunicación


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rigurosos, excelentes formación y educación y asunción por los ciudadanos de
su responsabilidad como tales, lo que exige que seriamente formen opinión
propia y fundamentada sobre aquellos asuntos sobre los que se pronuncien.


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