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EL RETORNO DE LOS BRUJOS

(Globalización y religión)

Prof. Dr. Jorge Novella Suárez

Muchos de los exégetas de la globalización, glosando las bondades de ésta,

afirmaban que acabaría con los males que afligen al planeta, con la perspectiva que

tenemos podemos constatar cómo se activa la tercera revolución industrial-tecnológica,

junto al desvanecimiento del Estado-nación sustituido por el G-8 y otros organismos

minoritarios, no legitimados por el voto ciudadano, siendo el resultado un nuevo Consejo

de Administración del Planeta. Ellos deciden (poder económico y militar) sin ningún tipo

de mecanismos de control como se está viendo en la crisis económica y financiera que

estamos sufriendo. Por tanto, no se verifica, valida, legitima la capacidad funcional de

estas instituciones, que actúan de facto y se institucionalizan a sí mismas en la práctica. La

desterritorialización política conlleva consecuencias nefastas para el género humano. Si lo

unimos al debilitamiento de las instituciones internacionales sustituidas (de facto) por esas

nuevas organizaciones es la demostración palpable de la hegemonía de EEUU en el

mundo actual. Poder financiero, científico, militar; el antiguo complejo militar-industrial

de la guerra fría se ha desarrollado exponencialmente, siendo el responsable principal de

la geopolítica del caos y del hambre. Se torpedea y se asfixia económicamente a la ONU como

mediadora y garante de la paz. Quien lo hace es un neoliberalismo que quiere instaurar la

beneficencia en un planeta donde cada tres segundos muere un niño menor de tres años por

hambre, malaria, neumonía o sida.

La creencia infundada de que los efectos taumatúrgicos de la globalización harían

desaparecer por inanición a los nacionalismos, quedó rota por nombres como Kósovo,

Bosnia, Chechenia, ahora Georgia y Osetia, son buena muestra de ello. Desencantamiento

del mundo, riesgo, crisis, incertidumbre, vuelve la guerra fría, el paradigma del

liberalismo salta hecho añicos y Sarkozy (nada sospechoso) lo entierra bien enterrado: “La

idea de un mercado todopoderoso sin reglas y sin intervención política es una locura… La

era de la autorregulación se acabó. El laissez faire se acabó”. Los países con gobiernos

neoliberales interviniendo y nacionalizando bancos, vivir para ver.

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Todo está en crisis, un nuevo fantasma recorre el mundo, ¿hay algo que escape? Ni

siquiera las religiones. El proceso de globalización ha conllevado un proceso de

reencantamiento, con la proliferación de sectas, nuevas iglesias, y la revitalización de las

iglesias tradicionales (catolicismo, fundamentalismo, etc.). Es la sacralización de lo profano

frente al proceso de secularización que ha privatizado la esfera de lo religioso. Los

sustitutos de las religiones tradicionales en la sociedad actual son, en palabras de Gellner,

“jaulas de goma del irracionalismo” (nacionalismo, xenofobia, racismo, ritos esotéricos).

Encontramos una religiosidad a la carta que, a través de un sincretismo religioso, unido a

diversas ritualizaciones y ceremonias alejadas de cualquier tipo de institucionalización, es

refugio para individuos que buscan una nueva identidad religiosa, “una nueva

espiritualidad”. En este ámbito del resurgimiento religioso encontramos nuevas formas de

religiosidad individual de salvación. A su vez proliferan gran número de organizaciones

más cercanas a las sectas que a otra cosa, tienen en común la búsqueda de la seguridad en

el seno de la comunidad con total abandono de la esfera individual y familiar; esoterismo,

astrología, espiritismo, ocultismo, culto a lo extraterrestre, etc. Asistimos a un doble

rechazo: a las religiones monoteístas tradicionales y a la sociedad contemporánea,

ofreciendo salidas engañosas a los problemas.

Distintos modos de identificación religiosa, en una sociedad en la que se constata el

repliegue de las Iglesias tradicionales y el avance de nuevos modos de religiosidad y

espiritualidad. En definitiva, nuevas formas de ilusión, así lo expresa Freud: “las ideas

religiosas... son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes

de la Humanidad... calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el

impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad, del

mismo modo que la ilusión prescinde de toda garantía real”.

La hegemonía perdida ha provocado la revitalización de los fundamentalismos y

del integrismo religioso. La reacción y la lógica del retrovisor. Se vuelve al dogma a

machamartillo y se abandona – estrepitosamente en el caso de la Iglesia católica –

cualquier intento de aggiornamento en la estela del Concilio Vaticano II. Algunos de los

logros del catolicismo impulsados por Juan XXIII o Pablo VI son tildados de procesos de

protestantificación, se insiste en la vuelta a lo arcano, a la tradición (ellos la escriben con

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mayúscula, ¡cómo si sólo existiera una!), a la doctrina oficial y a la autoridad del Papa. La

herencia de Wojtyla.

El enemigo a batir es el proceso de secularización, heredero de la modernidad

ilustrada, así lo ha manifestado el Papa Benedicto XVI en su segunda encíclica: Spe salvi

(Salvados en la esperanza), que apareció el último día de noviembre de 2007 y hace

referencia a la Epístola a los Romanos, 8, 24. El documento papal se desarrolla a partir de

tres tesis: La historia de la humanidad se torció a partir de la Ilustración y Revolución

Francesa, la razón humana es insuficiente y, por último, sin Dios no existe justicia. De paso

se reafirma la existencia del purgatorio y del infierno, así como recuerda que habrá un

juicio final. Exclusivismo y monopolio de la salvación que nos retrotrae a épocas de

integrismo preconciliar.

Esa es la hoja de ruta acogida con entusiasmo por la jerarquía eclesiástica española,

cada día más preocupada en buscar el enemigo externo (“relativismo, materialismo,

egoísmo, crisis de valores, laicismo, esperanzas terrenas, nuevos y falsos dioses

modernos”, etc.) que en afrontar los problemas estructurales: crisis de vocaciones,

apostolado, implantación entre los jóvenes (véase encuesta CIS 2007), indiferentismo de

muchos católicos que se definen así más por tradición que por fe, el que en España

únicamente un 20% se declare católico practicante…

Las afirmaciones de que una sociedad atea y laica conduce a un callejón sin salida

nos retrotrae a los ecos de Pío X en su decreto Lamentabili sine exitu (1907) sobre los errores

del modernismo, que a su vez recuerdan el Syllabus, anexo de la Quanta cura (1864) de Pío

IX. Desde la santa intransigencia se prefiere una iglesia dividida entre los “espiritualmente

correctos” y los “desviados o descarriados”, o entre los poseedores-beneficiarios del

dogma y los que buscan el diálogo. Por si esto fuera poco, Dios vuelve a la política. La

jerarquía de la Iglesia católica en España elige – no muy cristianamente – la estrategia de la

confrontación y de apoyo a una determinada opción política; es así como hemos visto

escenas antiguas, muy antiguas, dignas de Buñuel o Berlanga en las calles de la capital de

España.

La dialéctica amicus-hostis, amigo-enemigo, se extiende por todo el espacio público,

la separación insalvable que se pretende establecer es, si cabe, más entre laicos y católicos

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que entre izquierda y derecha. No olvidemos que donde no se argumenta y básicamente

se busca el conflicto exclusivamente habrá crispación. Es la banalización de la política

causada por un modelo de discurso en el cual se exponen posiciones (en el mejor de los

casos) y no se cede un ápice de las mismas. La política de trinchera y del ¡y tú más! Es así

como asistimos a dos interpretaciones del mundo, expuestas en paralelo que no se

superponen jamás. Hay colisión, no se dilucidan argumentos, ni diálogo, ni respeto (esto

es lo más grave). Es aquí cuando aparece la razón cínica, una construcción partidaria hasta

un extremo patológico que impide el proceso de un desarrollo argumentativo.

La Constitución protege a todos sus derechos como ciudadanos, pero como diría

Machado - por boca de Juan de Mairena – “Nadie es más que nadie”. No demonicemos los

avances de la medicina que sirven para curar (no el alma, sino los cuerpos), la

investigación genética regulada y limitada conforme a las leyes que nos damos

democráticamente y aprobadas por el Parlamento, no a la discriminación por la homofobia

de que hacen gala organizaciones que se autodenominan católicas frente a los

homosexuales, respeto a las familias (no sólo católicas), pues lo contrario discrimina y

vulnera los Derechos Humanos.

Vuelvo al inicio, en tiempo de tribulaciones hay que buscar tolerancia y conciliar

posturas. La concordia fue uno de los valores que resaltaron en el proceso de gestación de

nuestra Constitución de 1978, desde entonces hemos recorrido un largo camino. La

voluntad de convivir y de ser ciudadanos implica el que nadie pueda prohibir cómo

queremos ser, vivir y sentir en estos agitados tiempos, ni siquiera desde instancias ultra-

terrenas.

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