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“ Lo que le incomodaba era el maniqueísmo que percibía en muchos intelectuales y la propensión a adoptar la
ideología como una religión, pero se sentía “en un limbo”: tenía que haber una “tercera posición” alejada de la
derecha y de la izquierda, de los sables y las utopías”.
Enrique Krauze sobre Mario Varvas Llosa, a propósito de su desilusión de la Revolución Cubana.
La función de la prensa libre es uno de los pilares de la democracia, funciona porque mantiene al poder político,
económico o incluso a los dichosos “poderes fácticos”, dentro de ciertos límites, este es el razgo inamovible de las
democracias.
Dentro de esta libertad de expresión debe de existir el pluralismo, las distintas voces u opiniones, militantes que
sostengan sus posiciones con entereza y legalidad, la vocación al diálogo, el privilegio de la veracidad, el derecho de
la prensa de ser el “watchdog” del poder donde quiera que este se encuentre.
Igual que a Vargas Llosa me incomoda el maniqueísmo de los intelectuales y de los medios que adoptan una ideología
como religión, ya sea para representar intereses “legitimos” o “espurios”, en esa división de caricatura que creó la
elección de 2006. Me incomoda la agenda polarizada, rídicula y maniqueísta que impulsan nuestros colegas desde sus
respectivas tribunas periodísticas.
Los medios son sin duda uno de los elementos más importantes en la política, ya que son los que forman o deforman
la opinión pública. Sin embargo, a los medios les sucede algo similar a lo que ocurre con los partidos políticos y sus
representantes, han sido cooptados por los mismos poderes fácticos (organizaciones criminales, intereses económicos
o religiosos) que critican y llegan en ocasiones a sostener posturas inverosímiles o que atentan contra la libertad de
expresión.
Los medios no debemos de ser lacayos o voceros del poder y no podemos arrodillarnos ante esos intereses que
insisten en dificultar el derecho a la información en todo los sentidos (legislaciones que obstacuizen una nueva
normatividad de medios, la amenaza constante de grupos criminales, la reprimenda de publicidad gubernamental, el
acoso de poderes económicos o políticos), pero tampoco podemos denigrar nuestra profesión convirtiéndonos en
sujetos dispuestos al dictado de cualquier cosa para cuestionar a esos poderes, es decir olvidar nuestro rigor
profesional que exige contextualización, verificación e investigación sobre lo que publicamos, además de conceder el
debido derecho de réplica a cada actor involucrado. No podemos permitir que las declaraciones de intereses que no
pueden ser contrastados inunden nuestro periodismo.