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Borrachera anitidemocrática

Jorge García Orozco

“ Lo que le incomodaba era el maniqueísmo que percibía en muchos intelectuales y la propensión a adoptar la
ideología como una religión, pero se sentía “en un limbo”: tenía que haber una “tercera posición” alejada de la
derecha y de la izquierda, de los sables y las utopías”.

Enrique Krauze sobre Mario Varvas Llosa, a propósito de su desilusión de la Revolución Cubana.

La función de la prensa libre es uno de los pilares de la democracia, funciona porque mantiene al poder político,
económico o incluso a los dichosos “poderes fácticos”, dentro de ciertos límites, este es el razgo inamovible de las
democracias.

Dentro de esta libertad de expresión debe de existir el pluralismo, las distintas voces u opiniones, militantes que
sostengan sus posiciones con entereza y legalidad, la vocación al diálogo, el privilegio de la veracidad, el derecho de
la prensa de ser el “watchdog” del poder donde quiera que este se encuentre.

Igual que a Vargas Llosa me incomoda el maniqueísmo de los intelectuales y de los medios que adoptan una ideología
como religión, ya sea para representar intereses “legitimos” o “espurios”, en esa división de caricatura que creó la
elección de 2006. Me incomoda la agenda polarizada, rídicula y maniqueísta que impulsan nuestros colegas desde sus
respectivas tribunas periodísticas.

La borrachera antidemocrática ha llevado a excesos deleznables de “declaracionitis”, periodismo panfletero y


faccioso, legislaciones arbitrarias y un condenable uso de los medios en reportajes sesgados por su mala leche, abusos
provenientes de todo el gremio periodístico.

Los medios son sin duda uno de los elementos más importantes en la política, ya que son los que forman o deforman
la opinión pública. Sin embargo, a los medios les sucede algo similar a lo que ocurre con los partidos políticos y sus
representantes, han sido cooptados por los mismos poderes fácticos (organizaciones criminales, intereses económicos
o religiosos) que critican y llegan en ocasiones a sostener posturas inverosímiles o que atentan contra la libertad de
expresión.

Los medios no debemos de ser lacayos o voceros del poder y no podemos arrodillarnos ante esos intereses que
insisten en dificultar el derecho a la información en todo los sentidos (legislaciones que obstacuizen una nueva
normatividad de medios, la amenaza constante de grupos criminales, la reprimenda de publicidad gubernamental, el
acoso de poderes económicos o políticos), pero tampoco podemos denigrar nuestra profesión convirtiéndonos en
sujetos dispuestos al dictado de cualquier cosa para cuestionar a esos poderes, es decir olvidar nuestro rigor
profesional que exige contextualización, verificación e investigación sobre lo que publicamos, además de conceder el
debido derecho de réplica a cada actor involucrado. No podemos permitir que las declaraciones de intereses que no
pueden ser contrastados inunden nuestro periodismo.

Seguimos urgiendo al debate de medios.

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