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No Langostas
III. Qué hacer cuando es notorio que el pueblo está afectado por el síndrome de langostas?
1° - Quebrantarse delante de Dios – “Entonces Moisés y Arón cayeron rostro en tierra... y Josué y
Caleb rasgaron sus vestiduras...” (Nm 14:5 y 6). En la hora de la crisis aguda, no vale la pena discutir,
bregar, argumentar, fomentar ni jugar unos contra otros y expresar calumnias. Es preciso el
quebrantamiento, humildad, rostro en tierra.
2° - Afirmarse en las promesas infalibles de de la Palabra de Dios – “La tierra que recorrimos y
exploramos es increíblemente buena” (Nm 14:7). No debemos ser influenciados por los comentarios, por
las criticas y por la epidemia del desanimo. Al contrario, debemos arraigarnos en la palabra de Dios y
colocar en ella toda nuestra confianza.
3° - Conocer las estrategias de Dios para la victoria – a) “Si el Señor se agrada de nosotros...” (Nm
14:8). b) “... el Señor está de nuestra parte. Así que, ¡no les tengan miedo!” (Nm 14:9). Nuestra victoria
no viene por nuestra fuerza, sino de la presencia de Dios con nosotros) “Por lo tanto, no seáis rebeldes
contra Jehová...” (Nm 14:9). No habrá victoria en el pueblo de Dios, entre tanto haya en medio la hierba
dañina de la rebeldía.
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IV. Como trata Dios la cuestión del síndrome de langostas en medio de su pueblo?
1° - Dios trae libertad a los que creen en su Palabra – (Nm 14:10).
2° - Dios muestra su cansancio con la incredulidad del pueblo delante de tantas señales de su favor y
de su bondad – (Nm 14:11).
3° - Dios perdona al pueblo en respuesta de su oración – (Nm 14:20).
4° - Dios no retira las consecuencias del pecado – (Nm 14:21-23). Ellos vieron la gloria de y los
prodigios de Dios. Pero, aún así, pusieron a Dios a prueba diez veces (Nm 14:22). Ellos no obedecieron la
voz de Dios (Nm 14:22) y acabaron por despreciar a Dios (Nm 14:23). Entonces, Dios cambió el rumbo
de sus viajes (Nm 14:25). Tuvieron que deambular por el desierto un año por día que reconocieron la
tierra prometida, es decir, cuarenta años (Nm 14:34). Ellos no entraron en la tierra de Canaán (Nm
14:29-31). La sentencia de Dios contra ello fue que no obtendrían lo que despreciaron, no tendrían la
tierra prometida (Nm 14:31). Ustedes tienen lo que desearon: Morir en el desierto (Nm 14:31).
5° - Dios galardona a los que creen en su palabra – (Nm 14:324 y 25). Josué y Caleb entraron en la
tierra prometida. Ellos confiaron en Dios, y Dios los honró.
En la tierra prometida y no en el desierto es donde debemos vivir. Somos príncipes y no langostas. Es
hora de taparse los oídos a la divulgación de malas noticias, del pesimismo y erguirnos con santa osadía
para una vida victoriosa.
- Ilustración:
Cierto día, entró en mi oficina pastoral una mujer, miembro de una iglesia evangélica, llorando
compulsivamente. Después de algún tiempo, ella se repuso y me dijo: - Pastor, yo pensé que no tendría
coraje de abrir mi corazón en este primer encuentro de consejería. Pero, cuando estaba preparándome para
venir, mi vecina saltó de la baranda de su apartamento y se reventó en el asfalto, quedando su cuerpo
totalmente mutilado. Con voz embargada y ojos brillantes de lagrimas, ella me dijo: Pastor, Yo era quien iba
a hacer eso hoy. Yo no quiero vivir más.
- Y por qué piensas eso?
Ella de desahogó: Mi padre siempre me decía que yo era un problema. Cuando fui joven, me cesé
para salir de la casa. Entonces vi en mi marido el retrato de mi padre. Él también me decía que era un
problema. Me divorcié y me casé por segunda vez. Mi segundo marido no era diferente de mi padre.
Entonces me divorcié y me casé por tercera vez. Ahora mi tercer marido me dice las mismas cosas que mi
padre me decía. Con los ojos perdidos y el alma inundada en un mar de desespero, aquella pobre mujer
confesó: - Pastor, yo soy un problema. Yo quiero morir.
Sentí compasión por aquella mujer y le dije tres cosas que son principios de Dios para erradicar del
corazón enfermo esta terrible simiente del síndrome de langostas:
a) Tú no eres lo que piensas que eres. Hay gente que está dolida, contaminada por el virus del
pesimismo, derrotada por la fiebre de la débil autoestima, aplastados por un gran toque cruel del complejo
de inferioridad, gente con síndrome de langosta. Hay cristianos, hijos del Dios altísimo, que viven una vida
desesperada, andan jorobados, raquíticos, porque no saben qué son y qué tienen en Cristo Jesús. Por ver
tantos gigantes y problemas en frente, se sienten como ineptos, mientras que son príncipes.
b) Tú no eres lo que las personas dicen que eres. Tal vez tengas grabado en tu mente, inyectado en
tu corazón una palabra de maldición despejada sobre tu vida. Tal vez tú tengas engavetado y archivado en
el cofre de tu memoria una palabra de fracaso que tu padre, tu madre, tu marido, tu profesor, tu patrón te
haya dicho y, a partir de allí, comenzaste a cultivar un sentimiento de desvalor y de fracaso, siendo esto un
producto de lo que las personas te dijeron. Por favor, no acepte esta declaración de desgracia en su vida.
Maldición sin causa no se cumple. ¡Reacciona! Haz lo que la mamá de Thomas Alva Edison hizo cuando su
profesora afirmó que él era incapaz de aprender. Aquella madre no aceptó pasivamente esa declaración de
derrota en la vida de su hijo, invirtió en él y vino a ser uno de los más grandes y más ilustres científicos de
todos los tiempos.
c) Tú eres lo que Dios dice que eres. Aquel que espera en Dios, cree en su Hijo y fue regenerado por
el Espíritu Santo no es lo que piensa que es, ni lo que las personas dicen que es, sino lo que Dios dice que
es. ¿Y qué es lo que Dios dice que somos? Somos elegidos y amados por Dios desde tiempo eternos. Somos
llamados con santa vocación. Somos regenerados, sellados y habitados por el Espíritu Santo. Somos
redimidos y comprados por la sangre del cordero. Somos hijos del Rey. Somos herederos de Dios, herencia
de Dios, embajadores de Dios, la niña de los ojos de Dios. Somos cuerpo de Cristo, ramas de la vid
verdadera, novia del cordero, pueblo mas que vencedor. Somos nobles. Corre en nuestra venas mas que
sangre azul. Somos hijos del Rey de reyes, herederos de sus promesas. Nosotros somos lo que Dios dice que
somos. Él es fiel. Su Palabra es verdad. Ella no puede fallar. Somos como las águilas. Somos príncipes y no
langostas.