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Príncipes y

No Langostas

- Titulo: Príncipes y no Langostas


- Texto: Números: 13 y 14
- Tema: Restauración
- Introducción:
En el mundo entero, el águila es símbolo de nobleza. Por su fuerza, realeza y vigor, ella se despunta
como campeona indiscutible del símbolo de grandeza. El águila es fuerte, viva, audaz, vencedora, símbolo
de aquellos que esperan en el Señor.
El pueblo de Dios es como el águila. Es un pueblo fuerte. Es un pueblo guerrero. Es un pueblo que
triunfa sobre las tempestades. Es un pueblo vencedor. Es un pueblo que no retrocede ante las adversidades
de la vida, no teme al peligro, ni se intimida con las amenazas del adversario. Es un pueblo que marcha
altaneramente, según las leyes del cielo, rompiendo barreras, venciendo cadenas, conquistando las alturas,
refugiándose en el regazo del Dios Todopoderoso.
Es preocupante, entretanto, saber que existen, hoy, muchos cristianos viviendo un proyecto diferente
de vida. Al contrario de las águilas, son tímidos, débiles, impotentes, dominados por el miedo. Lejos de
triunfar en las crisis, zozobran vencidos y caminan por la vida cabizbajos, derrotados y tristes.
Es lamentable constatar cómo tantos cristianos viven dominados por el complejo de inferioridad,
asfixiados por la perjudicada auto-estima, con la auto-imagen aplastada. Son personas que viven amargados
y viviendo en un profundo sentimiento de auto-repudio y desvalor. Estos miran dentro de si mismos y se ven
con un lente nublado y ojos miopes, teniendo de si mismos los conceptos más distorsionados y
descalibrados.
Hay personas que son como los diez espías de Israel. Ellos eran príncipes, nobles, hombres de valor.
Fueron escogidos con un exigente criterio por ser hombres fuertes, inteligentes, líderes, representantes
ilustres de las tribus. Moisés los envió para que exploraran la tierra prometida y después, con relatos vivos,
incentivaran al pueblo a luchar con gallardía en su conquista. Ellos fueron al lugar. Pasaron cuarenta días. Se
quedaron deslumbrados con la exuberancia de la tierra. Era una tierra fértil, buena, de donde manaba leche
y miel. Era todo aquello que Dios había prometido. Volvieron de la expedición con frutos excelentes de la
tierra. Incluso, en el momento de dar su informe, dijeron a moisés y al pueblo que la tierra era buena, pero
devoraba a sus habitantes; en la tierra manaba leche y miel, pero ellos no pudieron entrar en ella, por el
contrario, morirían en el desierto, comiendo polvo, pues allá había gigantes amenazadores e invencibles, y,
a sus ojos, ellos parecían langostas. Eran príncipes, pero se sintieron diminutos delante de los gigantes; eran
nobles, pero se sintieron despreciables; eran valerosos, se sintieron como insectos; fueron tomados por un
sentimiento doloroso de propia desvalorización y, por consiguiente, de impotencia.
Hoy hay un batallón de personas derrotadas por el síndrome de la langosta, Gente que se consideran
insectos. Estos caminan por la vida cabizbajos, vencidos, desanimados, sin coraje para la lucha. No creen en
las promesas de Dios. Solo miran las dificultades, los gigantes, y no a Jesús. Son personas que viven
lloriqueando, entonando un cántico triste y amargo de sus derrotas anticipadamente. Encuentran que nada
va a dar resultado en la vida, que no vale la pena luchar y que están encajados en una causa perdida y sin
esperanza. Hay muchas personas que fueron vencidas no por lo gigante de las circunstancias, sino por lo
gigante de sus sentimientos turbulentos. Estos caminan por la vida cantando como gallinas. “Estoy débil,
estoy débil, estoy débil”. Estos dicen que nada va a resultar, no van a poder, no vale la pena luchar, pues
hay gigantes en el camino.
Aquellos diez espías contaminaron a todo el pueblo de Israel con su pesimismo y toda aquella
multitud se alborotó revelándose contra moisés, insurgiendo contra Dios, porque fueron envenenados por el
síndrome de la langosta. Toda aquella multitud deambuló cuarenta años en el desierto, porque dieron oído
a la voz de los mensajeros del caos y no a las promesas del Dios fiel.
Veamos en el libros de Números, capítulos 13 y 14, lo que produce este síndrome de langostas.

I. Los indicios del síndrome de langostas.


1° - Censo de franqueza – “No podemos combatir...” (Nm 13:31). Esos hombres anularon la Palabra
de Dios, dudaron de su poder y solo miraron los obstáculos. Quitaron los ojos de Dios y solo miraron las
circunstancias adversas. Naufragaron como Pedro en el mar de Galilea.
2° - Complejo de inferioridad – “... son mas fuertes que nosotros!” (Nm 13:31). De hecho, las
ciudades que ellos debían conquistar eran grandes, pero Dios es más grande. Las murallas eran altas,
pero Dios es altísimo y tremendo. Los gigantes eran fuertes, pero Dios es Todopoderoso.
3° - Mensajeros del caos – “Y comenzaron a esparcir entre los Israelitas falsos rumores...” (Nm
13:32). Cuando las personas están contaminadas por este virus maldito del pesimismo, ellos difaman a
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Dios y desprecian sus bendiciones. Escarnecen las promesas divinas y se vuelven pregoneros del
desánimo.
4° - Débil autoestima – “... parecíamos langostas...” (Nm 13:33). Ellos eran príncipes, pero se
escondieron. Se sintieron como insectos, pisados por los gigantes. De príncipes a langostas; de hijos del
Rey a insectos.
5° - Visión distorsionada de la realidad – “... éramos langostas a nuestro parecer” (Nm 13:33).
Aquellos espías razonaron así: Ellos son gigantes y nosotros, pigmeos; ellos viven en ciudades
fortificadas y nosotros, en el desierto; ellos son guerreros y nosotros, peregrinos. Ellos miraron las cosas
por lo adverso. Por eso, se arrastraron en el polvo, se sintieron indignos, menos que príncipes, menos
que hombres, menos que gente: langostas, insectos.

II. Los efectos del síndrome de langostas.


1° - Induce al pueblo al desespero – “... y el pueblo lloró y gritó aquella noche” (Nm 14:1). Toda la
congregación lloró. Solo vieron sus imposibilidades y no las posibilidades de Dios. Quedaron asombrados,
estupefactos, arrasados. No vieron salida. No vieron una luz al fin del túnel. Para ellos no había solución.
Por eso se entregaron al lloro del desespero y de la derrota.
2° - Induce al pueblo a la murmuración – “Todos los hijos de Israel murmuraron...” (Nm 14:2). En la
hora de las dificultades, en vez de volverse a Dios como libertador, le vieron como opresor. Acusaron a
Dios. Murmuraron contra él.
3° - Induce al pueblo a la ingratitud – “Como quisiéramos haber muerto en Egipto...” (Nm 14:2). El
pueblo, alborotado, se olvidó de la bondad de Dios, de la libertad de Dios, de las victorias de Dios.
4° - Induce a la insolencia contra Dios – “Para qué nos ha traído el Señor a esta tierra? ¿Para morir
atravesados por la espada?...” (Nm 14:3). Contaminados por el síndrome de langostas, el pueblo acusó a
Dios. Infamaron al Señor. Insultaron con palabras despreciables al Dios Todopoderoso. Dijeron con
insolencia que Dios era el causante de su infortunio y responsable por la crisis que estaban viviendo.
5° - induce a la apostasía – “No sería mejor que volviéramos a Egipto?” (Nm 14:3). No hay nada que
entristezca más el corazón de Dios que ver a su pueblo arrepentido volver de su arrepentimiento. Nada
hiere mas el corazón de Dios que ver a su pueblo ultrajar Su gracia y querer volver atrás, sintiendo añoro
por Egipto. Aquel pueblo se fastidió de Dios, de Su dirección, de Su compañía y de Su sustento. Ellos se
olvidaron de los beneficios de Dios y de los azotes de los egipcios.
6° - Induce al amotinamiento – “escojamos un cabecilla que nos lleve a Egipto!”. (Nm 14:4). El
pueblo, influenciado por los espías, quería ahora otros líderes que les guiasen de vuelta a Egipto. Ellos se
rebelaron contra Dios y rechazaron el mandamiento de Moisés. Hubo una insurrección, un motín, una
conspiración de trágicas consecuencias en el pueblo de Dios.
7° - induce a la rebeldía contra Dios – “Así que no se rebelen contra el Señor...” (Nm 14:9). Amar mas
a Egipto que al Dios de la promesa es rebeldía. No creer en la Palabra de Dios es intimidarse delante de
los gigantes de este mundo es rebeldía. No andar por la fe es rebeldía.
8° - Induce al miedo del enemigo – “... Ni tengan miedo de la gente de esta tierra...” (Nm 14:9). El
miedo ve fantasmas. Los discípulos, en el mar de Galilea, porque estaban con miedo, vieron a Jesús
andando sobre las aguas y gritaron: Es un fantasma! El miedo altera las situaciones. Josué y Caleb, los
dos espías que osaron creer en las promesas de Dios, vieron a los gigantes no como enemigos
invencibles, sino como pan que sería triturado. Los diez espías se sintieron diminutos y se sintieron como
langostas. Josué y Caleb se vieron como un pueblo invencible.
9° - induce a la persecución contra el liderazgo instituido por Dios – “...toda la multitud hablaba de
apedrearlos” (Nm 14.10). En vez de obedecer la voz de Dios, el pueblo rebelde decidió apedrear los
líderes que Dios constituyó. No querían cambiar de vida y, por eso, querían cambiar de liderazgo.

III. Qué hacer cuando es notorio que el pueblo está afectado por el síndrome de langostas?
1° - Quebrantarse delante de Dios – “Entonces Moisés y Arón cayeron rostro en tierra... y Josué y
Caleb rasgaron sus vestiduras...” (Nm 14:5 y 6). En la hora de la crisis aguda, no vale la pena discutir,
bregar, argumentar, fomentar ni jugar unos contra otros y expresar calumnias. Es preciso el
quebrantamiento, humildad, rostro en tierra.
2° - Afirmarse en las promesas infalibles de de la Palabra de Dios – “La tierra que recorrimos y
exploramos es increíblemente buena” (Nm 14:7). No debemos ser influenciados por los comentarios, por
las criticas y por la epidemia del desanimo. Al contrario, debemos arraigarnos en la palabra de Dios y
colocar en ella toda nuestra confianza.
3° - Conocer las estrategias de Dios para la victoria – a) “Si el Señor se agrada de nosotros...” (Nm
14:8). b) “... el Señor está de nuestra parte. Así que, ¡no les tengan miedo!” (Nm 14:9). Nuestra victoria
no viene por nuestra fuerza, sino de la presencia de Dios con nosotros) “Por lo tanto, no seáis rebeldes
contra Jehová...” (Nm 14:9). No habrá victoria en el pueblo de Dios, entre tanto haya en medio la hierba
dañina de la rebeldía.
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IV. Como trata Dios la cuestión del síndrome de langostas en medio de su pueblo?
1° - Dios trae libertad a los que creen en su Palabra – (Nm 14:10).
2° - Dios muestra su cansancio con la incredulidad del pueblo delante de tantas señales de su favor y
de su bondad – (Nm 14:11).
3° - Dios perdona al pueblo en respuesta de su oración – (Nm 14:20).
4° - Dios no retira las consecuencias del pecado – (Nm 14:21-23). Ellos vieron la gloria de y los
prodigios de Dios. Pero, aún así, pusieron a Dios a prueba diez veces (Nm 14:22). Ellos no obedecieron la
voz de Dios (Nm 14:22) y acabaron por despreciar a Dios (Nm 14:23). Entonces, Dios cambió el rumbo
de sus viajes (Nm 14:25). Tuvieron que deambular por el desierto un año por día que reconocieron la
tierra prometida, es decir, cuarenta años (Nm 14:34). Ellos no entraron en la tierra de Canaán (Nm
14:29-31). La sentencia de Dios contra ello fue que no obtendrían lo que despreciaron, no tendrían la
tierra prometida (Nm 14:31). Ustedes tienen lo que desearon: Morir en el desierto (Nm 14:31).
5° - Dios galardona a los que creen en su palabra – (Nm 14:324 y 25). Josué y Caleb entraron en la
tierra prometida. Ellos confiaron en Dios, y Dios los honró.
En la tierra prometida y no en el desierto es donde debemos vivir. Somos príncipes y no langostas. Es
hora de taparse los oídos a la divulgación de malas noticias, del pesimismo y erguirnos con santa osadía
para una vida victoriosa.

- Ilustración:
Cierto día, entró en mi oficina pastoral una mujer, miembro de una iglesia evangélica, llorando
compulsivamente. Después de algún tiempo, ella se repuso y me dijo: - Pastor, yo pensé que no tendría
coraje de abrir mi corazón en este primer encuentro de consejería. Pero, cuando estaba preparándome para
venir, mi vecina saltó de la baranda de su apartamento y se reventó en el asfalto, quedando su cuerpo
totalmente mutilado. Con voz embargada y ojos brillantes de lagrimas, ella me dijo: Pastor, Yo era quien iba
a hacer eso hoy. Yo no quiero vivir más.
- Y por qué piensas eso?
Ella de desahogó: Mi padre siempre me decía que yo era un problema. Cuando fui joven, me cesé
para salir de la casa. Entonces vi en mi marido el retrato de mi padre. Él también me decía que era un
problema. Me divorcié y me casé por segunda vez. Mi segundo marido no era diferente de mi padre.
Entonces me divorcié y me casé por tercera vez. Ahora mi tercer marido me dice las mismas cosas que mi
padre me decía. Con los ojos perdidos y el alma inundada en un mar de desespero, aquella pobre mujer
confesó: - Pastor, yo soy un problema. Yo quiero morir.
Sentí compasión por aquella mujer y le dije tres cosas que son principios de Dios para erradicar del
corazón enfermo esta terrible simiente del síndrome de langostas:
a) Tú no eres lo que piensas que eres. Hay gente que está dolida, contaminada por el virus del
pesimismo, derrotada por la fiebre de la débil autoestima, aplastados por un gran toque cruel del complejo
de inferioridad, gente con síndrome de langosta. Hay cristianos, hijos del Dios altísimo, que viven una vida
desesperada, andan jorobados, raquíticos, porque no saben qué son y qué tienen en Cristo Jesús. Por ver
tantos gigantes y problemas en frente, se sienten como ineptos, mientras que son príncipes.
b) Tú no eres lo que las personas dicen que eres. Tal vez tengas grabado en tu mente, inyectado en
tu corazón una palabra de maldición despejada sobre tu vida. Tal vez tú tengas engavetado y archivado en
el cofre de tu memoria una palabra de fracaso que tu padre, tu madre, tu marido, tu profesor, tu patrón te
haya dicho y, a partir de allí, comenzaste a cultivar un sentimiento de desvalor y de fracaso, siendo esto un
producto de lo que las personas te dijeron. Por favor, no acepte esta declaración de desgracia en su vida.
Maldición sin causa no se cumple. ¡Reacciona! Haz lo que la mamá de Thomas Alva Edison hizo cuando su
profesora afirmó que él era incapaz de aprender. Aquella madre no aceptó pasivamente esa declaración de
derrota en la vida de su hijo, invirtió en él y vino a ser uno de los más grandes y más ilustres científicos de
todos los tiempos.
c) Tú eres lo que Dios dice que eres. Aquel que espera en Dios, cree en su Hijo y fue regenerado por
el Espíritu Santo no es lo que piensa que es, ni lo que las personas dicen que es, sino lo que Dios dice que
es. ¿Y qué es lo que Dios dice que somos? Somos elegidos y amados por Dios desde tiempo eternos. Somos
llamados con santa vocación. Somos regenerados, sellados y habitados por el Espíritu Santo. Somos
redimidos y comprados por la sangre del cordero. Somos hijos del Rey. Somos herederos de Dios, herencia
de Dios, embajadores de Dios, la niña de los ojos de Dios. Somos cuerpo de Cristo, ramas de la vid
verdadera, novia del cordero, pueblo mas que vencedor. Somos nobles. Corre en nuestra venas mas que
sangre azul. Somos hijos del Rey de reyes, herederos de sus promesas. Nosotros somos lo que Dios dice que
somos. Él es fiel. Su Palabra es verdad. Ella no puede fallar. Somos como las águilas. Somos príncipes y no
langostas.

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