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TEORÍA KEYNESIANA Y DESEMPLEO

Desaprovechar o utilizar por debajo de sus posibilidades la mano de


obra origina problemas sociales, por lo que la teoría macroeconómica
se ha centrado en estudiar las causas y consecuencias del desempleo.
Hasta la publicación en 1936 de La teoría general sobre el empleo, el
interés y el dinero, de John Maynard Keynes, la explicación clásica de
las causas del paro o desempleo afirmaba que éste se debía a
estructuras rígidas en el mercado de trabajo que impedían que los
salarios bajaran hasta el nivel de “equilibrio”. La idea que subyace en
este modelo afirma que cuando existe desempleo masivo en el
mercado de trabajo, la disponibilidad de los trabajadores sin empleo
debe reducir los salarios hasta el punto de que algunos no estarían
dispuestos a trabajar (por lo que se reduciría la oferta de mano de
obra) y que las empresas estarían dispuestas a aumentar su plantilla
a medida que el menor coste a pagar (el salario) hiciera rentable la
contratación. Sin embargo, si existe rigidez o inflexibilidad que impida
que los salarios caigan hasta ese punto en el que la oferta y la
demanda se igualen, el desempleo no se reducirá. Entre éstas se
pueden citar, por ejemplo, la acción de un sindicato que obliga a
imponer un salario mínimo, o la legislación que obliga a que exista
dicha remuneración.

La principal innovación de Keynes consistió en afirmar que el


desempleo puede deberse a una insuficiencia de la demanda y no a
un desequilibrio en el mercado de trabajo. Esta insuficiencia se puede
producir porque la inversión planeada (la inversión que quisieran
realizar los empresarios) es menor que el ahorro disponible. Éste
constituye una “salida” de dinero del flujo circular de la renta, creada
mediante la producción de bienes y servicios y utilizada para comprar
esos mismos bienes y servicios. Esta salida de ingresos reduce el
nivel de demanda agregada. La inversión real (también llamada
formación de capital), que es la que permite producir maquinaria,
fábricas o viviendas, tiene el efecto contrario —supone una entrada
de dinero en el flujo circular de la renta— por lo que tiende a
incrementar la demanda total de bienes y servicios.

En los primeros modelos “clásicos” sobre desempleo, como el antes


descrito, no se tenía en cuenta la posible insuficiencia de la demanda
agregada en el mercado de bienes y servicios. Se pensaba que
cualquier diferencia entre el ahorro planeado y la inversión planeada
se eliminaría mediante un ajuste de los tipos de interés. Por ejemplo,
si el ahorro planeado era superior a la inversión planeada los tipos de
interés disminuirían. Además, esto reduciría la oferta de ahorro y al
mismo tiempo aumentaría la demanda de inversión porque las
empresas estarían dispuestas a endeudarse con menores costes para
comprar maquinaria u oficinas. En otras palabras, las variaciones de
los tipos de interés serían la fuerza que equilibraría el mercado de
bienes, al igual que las variaciones de, por ejemplo, el precio de las
manzanas serían la fuerza que equilibraría la oferta y demanda de
este producto.

Por el contrario, el modelo keynesiano subraya la importancia de las


variaciones en el nivel de producción y empleo como movimientos
equilibradores que permitirían igualar la inversión y el ahorro,
determinándose así el nivel de equilibrio de la renta nacional total y
de la producción nacional. Pero éste no tiene por qué corresponderse
con el punto en que la oferta de trabajo es igual a la demanda. Es
más, según Keynes, una disminución de los salarios en esta situación
no ayudaría a reducir el desempleo por toda una serie de razones que
expuso, fundamentalmente, en el capítulo 19 de La teoría general.
Por supuesto, Keynes no fue el primer economista que señaló como
causa del desempleo la insuficiencia de la demanda agregada en el
mercado de bienes. Como él mismo reconocía, Thomas Robert
Malthus y otros economistas ya habían apuntado hacia este tipo de
causas. Además, al mismo tiempo que Keynes publicaba su obra, y
de manera independiente, el gran economista polaco, Michal Kalecki,
divulgaba una teoría señalando las mismas razones.

La “revolución keynesiana” implica que, en la terminología


macroeconómica, el “mercado de bienes” estaría en una situación de
equilibrio de “subempleo” al no permitir el equilibrio del mercado de
trabajo. Por lo tanto, en este último, los empresarios no contratan a
los trabajadores que necesitarían para maximizar beneficios si
hubiera suficiente demanda en el mercado de bienes. Durante los
siguientes años los macroeconomistas analizaron conceptos como
“equilibrio de subempleo”, o “demanda de trabajo limitada”.Durante
las últimas décadas la teoría de Keynes ha sido perfeccionada. Por
ejemplo, aunque se sigue discrepando sobre la relevancia de la
rigidez de los salarios, se han logrado importantes adelantos en
cuanto a la explicación de las causas de esta rigidez sin tener que
recurrir al argumento de los sindicatos o de la reglamentación
gubernamental del salario mínimo. Al principio parecía difícil
reconciliar la noción de rigidez de salarios con el supuesto económico
clásico según el cual las personas intentan maximizar su utilidad, que
implicaría, en teoría, que estarían dispuestas a aceptar un salario
menor con tal de poder trabajar. Sin embargo, al ampliarse el número
de variables analizadas y tener en cuenta otras como la maximización
a largo plazo del bienestar, la lealtad, el orgullo y otro tipo de
variables sociológicas y psicológicas, se ha podido reconciliar el
desequilibrio en el mercado de trabajo con los supuestos clásicos del
comportamiento maximizador.
Otro importante aspecto de la moderna teoría macroeconómica parte
de la importancia que Keynes otorgaba al efecto de la incertidumbre
sobre el comportamiento económico. Se trata de analizar la
información asimétrica para explicar el desempleo agregado,
utilizando también algunos de los elementos de la teoría de juegos.
Por ejemplo, las empresas contratarían más mano de obra si supieran
con seguridad que el resto de las empresas iba a hacer lo mismo, de
forma que el consiguiente aumento de los salarios pagados permitiría
aumentar la demanda agregada de la economía y, por tanto, la
demanda de sus productos. Al no existir ningún mecanismo que
permita tomar este tipo de decisiones colectivas favorables para
todos, el resultado es un equilibrio de subempleo que comparte
algunas características de la situación del “dilema del prisionero”, en
la que cada empresa individual decide, de forma egoísta, asegurarse
sus propios beneficios, a pesar de que si se pusiese en común la
información y se tomaran en conjunto las decisiones se podrían
asegurar mayores beneficios para todos. Otras teorías sobre el
mercado de trabajo —como la teoría del trabajador “interior-exterior”,
que subraya el conflicto de intereses entre los trabajadores en paro y
los empleados con poder para negociar sus salarios— permiten
mejorar la comprensión sobre su funcionamiento.

El énfasis del keynesianismo en la demanda como determinante clave


del nivel de producción a corto plazo permitió avanzar en otras áreas
de la macroeconomía. En parte se pudo iniciar el desarrollo de la
contabilidad nacional y de conceptos tales como el gasto total en
consumo, en formación de capital (producción de maquinaria,
fábricas), en consumo público y en exportaciones e importaciones,
que constituyen los elementos clave que componen la “demanda
final” agregada (en contraposición con la demanda de bienes
intermedios) de la economía. El planteamiento keynesiano también
permitió realizar el análisis de los determinantes de estos elementos
clave de la demanda final, al desarrollar, por ejemplo, la teoría de la
demanda agregada de consumo y sus relaciones con los niveles de
ingresos, así como su dependencia de los tipos de interés existentes.

LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA

La segunda gran ruptura que se produjo en la década de 1930 se


debe, sobre todo, a la obra de un economista, John Maynard Keynes,
que planteaba preguntas que nunca antes habían surgido: ¿qué
determina el nivel de ingresos y de empleo de toda una economía?
Esta sigue siendo una cuestión relativa a la interacción de la oferta y
la demanda, pero ahora la demanda se refiere a la demanda total
efectiva de toda la economía, y la oferta se refiere a la capacidad
productiva del país. Cuando la demanda efectiva se sitúa por debajo
de la capacidad productiva habrá desempleo y se entrará en una
depresión económica; cuando excede a la capacidad productiva
aumentará la inflación. El punto central del keynesianismo es el
análisis de los determinantes de la demanda efectiva. Si se obvia la
existencia del comercio exterior, la demanda efectiva se compone de
tres elementos: el gasto en consumo, el gasto en inversión y el gasto
público (es decir, el del gobierno o, en términos más generales, el
sector público). El nivel de cada uno de estos gastos se determina de
forma independiente de los otros dos. Keynes intentó demostrar que
el nivel de demanda efectiva, sumando estos tres elementos, puede
ser inferior, superior o igual a la capacidad física que tiene cada país
para producir bienes y servicios y, sobre todo, que no existe ninguna
tendencia que iguale de forma automática esta demanda a la oferta
potencial del país. Esta conclusión era fundamental por ser contraria
a la economía clásica y neoclásica, ya que éstas defendían que los
sistemas económicos tendían de forma instantánea al pleno empleo
de los recursos. Al centrarse en el estudio de agregados
macroeconómicos, como el consumo total y la inversión total, Keynes
consiguió crear un modelo que podía aplicarse para solucionar
numerosos problemas prácticos. Más tarde se fue mejorando el
sistema keynesiano y hoy forma parte de la corriente principal de la
economía. Se puede decir que Keynes es el único economista que ha
creado algo nuevo en esta ciencia desde Walras o, incluso, desde
Ricardo.

La economía keynesiana, tal y como la concibió Keynes, era estática,


es decir, que no consideraba la variable tiempo. Pero uno de los
discípulos de Keynes, Roy Harrod, desarrolló un modelo
macroeconómico simple en el que se estudiaba el crecimiento de la
economía; en 1948 publicó su libro Hacia una economía dinámica,
que creó una nueva especialidad, la teoría del crecimiento, la cual ha
ido ganando adeptos entre los economistas.

Biografia - John Maynard Keynes


planteó soluciones para superar la Gran Depresión en su obra Teoría
general sobre el empleo, el interés y el dinero (1936). Keynes creía
que el elevado desempleo era el resultado de la falta de demanda de
productos y servicios. Sugirió que los gobiernos se hicieran cargo del
déficit invirtiendo en obras públicas y otros proyectos para
incrementar la demanda y el consumo. Las propuestas de Keynes
influyeron y respaldaron la política del New Deal del presidente
Franklin Roosevelt, incluidas las oficinas de empleo, que crearon
trabajos en obras públicas para los desempleados.

John Maynard Keynes fue alumno de Alfred Marshall y defensor de la


economía neoclásica hasta la década de 1930. La Gran Depresión
sorprendió a economistas y políticos por igual. Los economistas
siguieron defendiendo, a pesar de la experiencia contraria, que el
tiempo y la naturaleza restaurarían el crecimiento económico si los
gobiernos se abstenían de intervenir en el proceso económico. Por
desgracia, los antiguos remedios no funcionaron. En Estados Unidos,
la victoria en las elecciones presidenciales de Franklin D. Roosevelt
(1932) sobre Herbert Hoover marcó el final político de las doctrinas
del laissez-faire.

Se necesitaban nuevas políticas y nuevas explicaciones, que fue lo


que en ese momento proporcionó Keynes. En su ya citada Teoría
general (1936), aparecía un axioma central que puede resumirse en
dos grandes afirmaciones: (1) las teorías existentes sobre el
desempleo no tenían ningún sentido; ni un nivel de precios elevado ni
unos salarios altos podían explicar la persistente depresión económica
y el desempleo generalizado; (2) por el contrario, se proponía una
explicación alternativa a estos fenómenos que giraba en torno a lo
que se denominaba demanda agregada, es decir, el gasto total de los
consumidores, los inversores y las instituciones públicas. Cuando la
demanda agregada es insuficiente, decía Keynes, las ventas
disminuyen y se pierden puestos de trabajo; cuando la demanda
agregada es alta y crece, la economía prospera.

A partir de estas dos afirmaciones genéricas, surgió una poderosa


teoría que permitía explicar el comportamiento económico. Esta
interpretación constituye la base de la macroeconomía
contemporánea. Puesto que la cantidad de bienes que puede adquirir
un consumidor está limitada por los ingresos que éste percibe, los
consumidores no pueden ser responsables de los altibajos del ciclo
económico. Por lo tanto, las fuerzas motoras de la economía son los
inversores (los empresarios) y los gobiernos. Durante una recesión, y
también durante una depresión económica, hay que fomentar la
inversión privada o, en su defecto, aumentar el gasto público. Si lo
que se produce es una ligera contracción, hay que facilitar la
concesión de créditos y reducir los tipos de interés (substrato
fundamental de la política monetaria), para estimular la inversión
privada y restablecer la demanda agregada, aumentándola de forma
que se pueda alcanzar el pleno empleo. Si la contracción de la
economía es grande, habrá que incurrir en déficit presupuestarios,
invirtiendo en obras públicas o concediendo subvenciones a fondo
perdido a los colectivos más perjudicados.

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