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Tomás Abraham habla como escribe, y habla y escribe como piensa, sin temor a pisotear lo políticamente correcto ni a enemistarse con las vacas sagradas de la
intelectualidad, los derechos humanos y los medios. Filósofo ideal para los tiempos de hipocresía y doble discurso, Abraham concibe la filosofía como una vocación
-no una profesión- en la que aún se puede crear. Es un renacentista en el sentido de que todo le interesa y lo azuza: la política ("Es el político el que debería
asesorar a los intelectuales"), la televisión (afirma que allí y en el cine se recluyó la ficción), la historia ("Lo que más me interesa de la cultura son los
historiadores"), la economía y también la literatura, aunque diga que ya no le importa la ficción argentina de hoy y que no lee suplementos ni revistas culturales.
Abraham nació en Rumania hace 61 años y llegó a Buenos Aires cuando aún era un bebé. En 1995, Historias de la Argentina deseada mostró cómo un ensayista
puede atravesar y aprovechar lo mejor de varios géneros. En sus páginas arremetió contra políticos y periodistas consagrados y contra las cruzadas morales y los
microfascismos. Fricciones (2004) dio prueba de su versatilidad. En uno de sus tres ensayos demolió a Ricardo Piglia con humor e ironía. El presente absoluto
(2007) es otra crítica de una Argentina estancada. Allí cuenta que en 1999 votó a la Alianza y defiende algunas de las primeras medidas de Néstor Kirchner antes de
cuestionarlo.
Uno de los artículos de El presente absoluto , "Piratería y derechos humanos", escrito en 2005, empieza así:
La defensa de los derechos humanos se ha convertido en un botín para uso de piratas. Denunciar torturas, manifestarse en contra del avasallamiento de las
libertades del hombre, protegerse de los abusos del poder sirve para que políticos e ideólogos se sientan impunes, se arroguen prerrogativas vitalicias y ejerzan
todo tipo de arbitrariedades legitimadas porque alguna vez se han pronunciado o han militado contra las opresiones políticas.
Su estudio es el mismo de la primera entrevista que mantuvimos en 1995, titulada con una frase suya: "El pasado no debe repetirse". En una pared, la foto de
Michel Foucault, su maestro de filosofía en París; la de Woody Allen y un autorretrato del escritor Bruno Schulz en la tapa de La Caja , la revista que dirigió
Abraham.
Sin transiciones, la charla inicial se convierte en entrevista antes de encenderse el grabador, cuando Tomás dice "Hoy la corrupción está totalmente aceptada. Por
la sociedad y por los intelectuales progresistas".
-Pero los intelectuales se indignan con la corrupción.
-Se indignan cuando la corrupción viene de la derecha, pero si no, es un medio para obtener un poder necesario para un fin sentenciado como bueno. ¿Vos creés
que a Hebe de Bonafini le importan los fondos de Santa Cruz? Si son para la causa. Pero ese es un sector de la sociedad. El otro, el mayoritario, acepta la corrupción
como una fatalidad inevitable del país y lo único que le importa es que las cosas avancen. No interesa cómo, pero que avancen. Hay tal resignación.