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Acéphale - Notas
Acéphale - Notas
Historia
Bataille nace en el año 1897 cuando su padre ya está gravemente enfermo de sífilis:
ciego, paralítico y en sus últimos años, loco. Su figura será central en la primera novela
que publica: Historia del ojo. Su familia no era religiosa, a los 17 años son sus propias
inquietudes las que lo llevan a acercarse al catolicismo, se forma durante un año en el
seminario católico antes de abandonarlo.
Desde 1929 la enemistad con Breton se acrecienta con ataques mutuos directos, Bataille
participa junto a Michel Leiris de la revista “Documents” (arqueología, bellas artes,
etnografía), los sacrificios humanos y lo grotesco forman parte de los artículos
publicados.
“Violentamente hostiles a toda tendencia, cualquiera que sea su forma, que se apodere
de la Revolución en beneficio de las ideas de nación o de patria, nos dirigimos a todos
aquellos que, por todos los medios y sin reservas, están decididos a derribar la autoridad
capitalista y sus instituciones políticas.”
En enero de 1936 Breton y Bataille hablan de “Las 200 familias” del establishment
francés que deben enfrentar la justicia del pueblo. Y al acercarse el aniversario de la
guillotina de Luis XVI, Bataille propone un festival anual para conmemorarlo.
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El 24 de junio de 1936 aparece el primer número de la revista Acéphale, con textos de
Bataille y Klossowski acompañados por dibujos de Masson. Implica un desplazamiento
muy importante de la acción política más directa asociada a “Contre-attaque” hacia una
religiosidad sin Dios.
Pocos días después, en febrero de 1937, terminan de concretarse los planes para fundar
una sociedad secreta, a la vez que comienza a perfilarse lo que será la tercera pata del
monstruo: el Colegio de Sociología. En marzo comienzan los encuentros de la sociedad
secreta en el bosque de Marly.
Si bien Kojève (a cuyos famosos seminarios sobre Hegel asistía Bataille) no forma parte
del núcleo del Colegio de Sociología, asiste a algunos de sus encuentros y expone
también en ellos.
Comenzando 1939 Bataille escribe “La locura de Nietzsche” para lo que será el quinto y
último número de la revista que se publica en junio de ese año. Hacia el mes de octubre
ya inmersos en la guerra, cesan las actividades de los tres grupos.
Acéphale
Acéphale 1
Este es el texto principal del primer número y de alguna manera un manifiesto inaugural
firmado por Bataille, con un triple epígrafe con frases de Sade, Kierkegaard y
Nietzsche, las tres figuras que sobrevuelan todos los escritos del proyecto Acéphale.
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¿Qué es lo que tienen en común? Un desprecio por la mediocridad de la vida moderna,
una distancia o rechazo directo de los dogmas centrales y las prácticas cristianas y una
propuesta para explorar “más allá del bien y del mal”.
Además, es claro en la selección de las tres frases, el lazo con el mundo directamente
político, el activismo, la representación, el partidismo, etc., encuentra en ellos una
perspectiva radicalmente distinta.
En Sade, revolución y crimen van unidos mucho más fuertemente que lo que el
virtuosismo republicano querría aceptar. Cortar la cabeza del rey implica una
participación nada ingenua en la violencia.
En Kierkegaard, lo religioso ocupa el primer puesto, aún si aparece con la máscara de lo
político.
Tal como sucede con los tres autores con los que abre el texto, hay un fuerte
distanciamiento de la racionalidad y la moral ilustrada.
“Es hora de abandonar el mundo de los civilizados y su luz. Es demasiado tarde para
intentar ser razonable y educado – lo que ha conducido a una vida sin atractivos.
Secretamente o no, es necesario que nos volvamos totalmente distintos o que dejemos
de ser.”
“En los mundos desaparecidos fue posible perderse en el éxtasis, algo que es imposible
en el mundo de la vulgaridad educada.” La crítica a los hombres civilizados se asemeja
a la que Zaratustra hace del “último hombre”, esa criatura degradada e ilustrada que ya
no tiene vitalidad, ni es capaz de crear por encima de sí mismo.
Bataille realiza aquí una apología del éxtasis, del amor extático, de lo que fascina, que
opone a la vida tediosa en la que el “sí santo” no es posible. “La existencia no es
solamente un vacío agitado, es una danza que impulsa a danzar con fanatismo.”
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Si esta es una aventura comunitaria, ¿a quiénes convocar? No a quienes se conforman
con la banalidad, con la razón, con el divertimento.
“La vida humana está harta de servir de cabeza y de razón al universo. En la medida en
que se convierte en esa cabeza y en esa razón, en la medida en que se convierte en
necesaria para el universo, acepta una servidumbre.”
La primera parte del texto cierra con la descripción de la figura ilustrada por André
Masson en la portada de la revista: “Más allá de lo que soy, encuentro un ser que me
hace reír porque no tiene cabeza, que me llena de angustia porque está hecho de
inocencia y de crimen: sostiene un arma de hierro en su mano izquierda, unas llamas
semejantes a un sagrado corazón en su mano derecha. Junta en una misma erupción el
Nacimiento y la Muerte. No es un hombre. Tampoco es un dios. No es yo, pero es más
yo que yo: su vientre es el dédalo en el que él mismo se ha extraviado, en el que me
extravío con él y en el que me vuelvo a encontrar siendo él, es decir, monstruo.”
Se trata entonces de un porvenir, de invocar a la figura que está “más allá de lo que
soy”, que “no es yo, pero es más yo que yo”, como el fantasma que invoca Zaratustra.
(Así habló Zaratustra, Del amor al prójimo): “Ese fantasma que corre delante de ti,
hermano mío, es más bello que tú; ¿por qué no le das tu carne y tus huesos? Pero tú
tienes miedo y corres hacia tu prójimo.”
En el pie del artículo, Bataille nos invita a participar de la escena misma de la escritura.
En comunidad con André Masson, en Tossa de Mar (al norte de Barcelona), escuchando
la obertura de “Don Juan” de Mozart, obra sobre el famoso libertino a la que
Kierkegaard ha dedicado un ensayo en O lo uno o lo otro.
Música que arrebata, que invita al éxtasis, a una religiosidad genuina. Nacimiento y
muerte, éxtasis y crimen. El acéfalo reclama también la muerte de Don Juan, no la
muerte con “impronta de empleado”, sino apasionada y perturbadora, que no niega sus
crímenes.
Esta pequeña nota comienza con dos epígrafes del marqués de Sade. En el primero, se
señala el terreno volcánico en el que el fuego surge apenas se desgarra el piso sobre el
que se camina. En el segundo, Sade pide ser enterrado en medio del bosque sin que
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queden huellas de su tumba, así como espera que no quede memoria suya entre los
hombres. (Bataille visita con amigos dos veces ese lugar en los años siguientes).
“La felicidad que no consiste en el goce, sino en el deseo de romper los frenos que se
oponen al deseo, no en la presencia, sino en la espera de objetos ausentes, es como se
gozará de esos objetos –es decir, se gozará de esos objetos destruyendo su presencia
real – (asesinatos desenfrenados) –o, si decepcionan – y parecen rechazar la presencia
(con su resistencia ante lo que se les querría hacer sufrir)-, se los maltratará para
convertirlos a la vez en presentes y destruidos (lo que en el sadismo moral se expresa,
por ejemplo, con el sacrilegio dirigido contra el Dios ausente).”
Este ataque a la presencia, al objeto presente, esta decepción del presente y el carácter
destructivo, de algún modo continúa el espíritu del texto de Bataille. Porque a la vez, se
trata de una espera, de un deseo que se dirige a lo por venir.
“Al haber negado la inmortalidad del alma, los personajes de Sade, en contrapartida,
proponen su candidatura a la monstruosidad íntegra; negando de ese modo la
elaboración temporal de su propio yo, su espera los sitúa paradójicamente en el estado
de posesión de todas las posibilidades de desarrollo en potencia, que se manifiesta a
través de su sentimiento de poder incondicionado.”
“De este modo, el alma, que aspira a la liberación, es víctima de una esperanza
contradictoria; espera escapar de la dolorosa experiencia de la pérdida rehusándole su
presencia al objeto, mientras que en el mismo instante muere por el deseo de ver cómo
el objeto, reintegrado en el presente, rompe en ella el movimiento del tiempo
destructor.”
En continuidad con el texto sobre Sade, la espera destructora del presente no es sino la
contracara de un fuego que aguarda bajo los pies para realizar la comunidad sacrificial.
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Contratapa
Acéphale 2
Este artículo abre y da título al número dos de la revista, presentado como una
“reparación a Nietzsche”. En él, Bataille realiza una importantísima operación en torno
al pensamiento nietzscheano: lo distingue y lo separa del fascismo, a la vez que lo
rescata para su experiencia comunitaria.
Para comenzar, “el conjunto de traiciones que deforman la enseñanza de Nietzsche (que
la ponen al alcance de las pretensiones más cortas de la fiebre actual), es de sus propios
allegados, principalmente de su hermana Elisabeth “Judas-Foerster” Nietzsche y de su
primo Richard Oehler.
Por ejemplo en Más allá del bien y del mal §251, donde Nietzsche afirma la fuerza del
pueblo judío y expone el problema de los alemanes para asimilar esa vitalidad,
criticando explícitamente el antisemitismo.
Bataille afirma que el pensamiento de Nietzsche no puede ser “utilizado” por nadie, ni
por fascistas, ni por socialistas aunque lo intenten.
¿Pero por qué desde distintos y a veces opuestas posiciones políticas reivindican a
Nietzsche? Porque su filosofía moviliza fuerzas, voluntad, instintos. Y de uno y otro
lado intentan poner esas fuerzas “al servicio” de sus causas.
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máximo, que encarcela, exila o mata todo lo que podría constituir una aristocracia de
«espíritus libres».”
Una de las incompatibilidades más grandes entre esta concepción nacionalista, racista y
la filosofía nietzscheana es que la primera recala en el mito, en el pasado, en la
comunidad de sangre, mientras que Nietzsche aboga por el futuro, lo por venir y lo sin-
patria.
“Cuando las miradas de los demás están clavadas en el país de sus padres, en su patria,
Zaratustra veía EL PAÍS DE SUS HIJOS. Frente a este mundo cubierto de pasado,
cubierto de patrias de la misma manera que un hombre está cubierto de llagas, no existe
una expresión más paradójica, ni más apasionada, ni más grande.”
“Transgredir con la vida las leyes de la razón, responder a las exigencias de la vida
misma contra la razón, significa en política, prácticamente, entregarse atados de pies y
manos al pasado. Y, sin embargo, la vida exige tanto ser liberada del pasado como de un
sistema de mediciones racionales y administrativas.”
Aquí queda más claro, para el proyecto general de Acéphale, cuáles son los límites que
la filosofía nietzscheana plantea a su incorporación a un proyecto político, aún sin hay
algún tipo de influencia, Nietzsche siempre va más allá, “muy allá”, hacia un laberinto
imposible para la política.
“Parece incluso ser el único que escapa, en el mundo actual, a las urgentes
preocupaciones que nos llevan a rechazar abrir los ojos lo suficientemente lejos. Los
que ya perciben el vacío en las soluciones propuestas por los partidos, y que sólo ven en
la esperanza suscitada por esos partidos oportunidad para guerras desprovistas de otro
olor que el de la muerte, buscan una fe a la medida de las convulsiones que sufren: la
posibilidad para el hombre de encontrar no ya una bandera y las matanzas sin salida que
encabeza esa bandera, sino todo lo que en el universo puede ser motivo de risa, de
arrebato o de sacrificio…”
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Si la mayor parte de este artículo está dedicado a rescatar a Nietzsche de las lecturas
fascistas, la última parte lo invoca para Acéphale, a elaborar “la fe de la secta o de la
“orden” cuya voluntad dominadora hará libre el destino humano”.
El texto que acompaña la ilustración de Masson es una selección del fragmento VI del
escrito de Nietzsche. Lo que debemos preguntarnos, con la ayuda del texto introductorio
es cuál es el papel que cumple esta selección en esta “reparación de Nietzsche”.
“Dado que Heráclito vio la ley en el combate de los múltiples elementos y en el fuego el
juego inocente del universo, le debía parecer a Nietzsche algo así como su doble, como
un ser del que él mismo fue su sombra. Si Heráclito « ha levantado el telón del mayor
de todos los espectáculos» -el juego del tiempo destructor-, se trata del mismo
espectáculo que se convirtió en la contemplación y en la pasión de Nietzsche, en cuyo
transcurso se le debía aparecer la visión cargada de horror del eterno retorno.”
Se entiende la continuidad con el texto de Bataille: “muy lejos de los cuarteles fascistas”
asistimos aquí al estremecimiento, al desfondamiento, al juego de los contrarios, a las
fuerzas trágicamente estremecedoras que nos atraviesan.
2 Aquí se afirma la “comunidad unitaria” por sobre la vida individual, ésta depende de
aquella. La democracia es muy limitada para hacer frente a esta unidad, la democracia
es débil frente al fascismo, frente a la identidad. ¿Por qué? Porque se hace desde un más
acá, desde una suerte de debilitamiento, mientras que la forma de vencer al fascismo es
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abrirse a lo porvenir: “Las posibilidades de la existencia humana pueden estar situadas
desde ahora más allá de la formación de las sociedades monocéfalas.”
5 Las tres citas de Nietzsche refieren a lo inorgánico como ese “caos” todavía no
organizado en el que todas las fuerzas están disponibles. No hay nada que esté dirigido a
una finalidad, que cumpla una función determinada. [cfr. “Infancias y larvas” de
Giorgio Agamben].
“Ser libre significa no ser función. Dejarse encerrar en una función es dejar que la vida
se castre. La cabeza, autoridad consciente o Dios, representa la de las funciones serviles
que se da y se toma a sí misma como un fin, por consiguiente aquella que debe ser
objeto de la más vivaz aversión.” No solamente se está contra el fascismo o el
totalitarismo político, se está contra la cabeza, contra la razón, contra Dios.
7 El tiempo, tal como asomaba en el texto sobre Sade, se vuelve tiempo extático. Es un
tiempo-catástrofe, un tiempo-explosión, un tiempo kierkegaardiano también.
8 “El tiempo extático sólo puede encontrarse en la visión de las cosas que el azar pueril
hace que sobrevengan de improviso: cadáveres, desnudeces, explosiones, sangre
derramada, abismos, estallido de sol y de la tormenta.”
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11 “Dios, los reyes y su secuela se han interpuesto entre los hombres y la Tierra”. Lo
que ha hecho el hombre en relación a la tierra es explotarla económicamente y desplegar
técnicas metalúrgicas para construir armas.
12 Pero “La realidad incandescente del vientre materno de la Tierra no puede ser tocada
ni poseída por quienes la desconocen.” Retornamos aquí al final de la revista anterior:
debajo de la corteza terrestre están las llamas, la incandescencia que demanda una
unidad de otro tipo, ya no el hombre-mercancía sino la embriaguez extática.
13 La relación con la tierra sigue estando al servicio del cálculo, no hay allí corazón,
sino una destrucción que no logra el éxtasis, que no deja de ser utilitaria.
Recientemente había sido publicada una obra de Karl Jaspers sobre Nietzsche que se
convertiría en un clásico. En este número le dedican dos artículos distintos. En este caso
es Jean Wahl, especialista en Kierkegaard y Hegel, quien escribe.
Esto implica una relación muy distinta con la muerte, una voluntad de inmanencia que
afirma la vida tanto como la muerte y supera la angustia.
“Merced a la herida misma que él siente en sí, merced a su dolor de dios desgarrado,
Nietzsche alcanza el fondo del ser, el tiempo. Tiene su ojo fijo a la vez en la rueda del
eterno retorno y en la línea finita-infinita, del más lejano horizonte y de lo
superhumano.”
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Esta identidad de los opuestos (voluntad-necesidad, fatalidad-azar) remite nuevamente a
Heráclito. “¿Y no sabemos que los círculos y las antinomias no son sino medios para
tocar al sesgo y en la sombra lo que sobrepasa toda ley, toda habla, toda forma?”
Se trata de una realización del hombre que es, a la vez, su destrucción, en tanto se dirige
al superhombre: “nos acerca a nosotros mismos y a nuestra desaparición”.
Este precioso texto de Klossowski se asemeja a una “biografía libre” de Nietzsche sin
nombrarlo una sola vez directamente.
El primer párrafo está repleto de fantasías dignas del Marqués de Sade, de caprichos,
abusos y sacrilegios de “gran señor”. Se llevan a cabo porque Dios no existe, porque la
inmortalidad del alma es un engaño. “Se trata de inmortalizarse en el mundo por medio
de crímenes más que por medio de buenas acciones, siendo el reconocimiento pasajero
y eterno el resentimiento.”
¿Qué pasa si en lugar de ser ese gran señor que realiza sus caprichos, se está –como
Sade- en el calabozo? Quedan las intenciones y una posibilidad de incendiar el mundo
mediante la filosofía. El hambre que devora al “espíritu libre” no es el del proletariado
es aún mayor de algún modo. Y liberados de la cárcel, quedará la “mala conciencia” del
señor, no necesariamente sus actos, la libertad moral.
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Esas fuerzas de “gran señor” encarceladas saben lo que los modernos no pueden
soportar: que la vida es mandato y obediencia, que “el mundo moderno se envilece a
causa de la ausencia de esclavos”.
¿Qué pudo hacer Nietzsche como profesor de filología sino indicar, señalando al mundo
griego (como vimos, a Heráclito, a la tragedia) cómo esas fuerzas pueden transformar la
realidad en la que estamos inmersos. Mientras se es testigo de la muerte de Dios, de la
decadencia de la cultura, de un nihilismo que vive de la carroña.
“Pero aquel que asistió al Creador en sus últimos momentos, que vio que los miembros
divinos eran presa de la miseria, que se ha sentido como el sufrimiento póstumo de
Dios, y que al amortajar a Dios ha perdido el mundo, no tiene ninguna cuenta con la
Sociedad, no conoce ya la línea de demarcación entre la Naturaleza y él mismo,
franquea esa línea y, desesperando crear alguna vez, de Sabio que era se metamorfosea
en Naturaleza sabia, y eso no es sino un último vestigio de pudor y de modestia
verdaderamente exagerada, no es sino una consideración excesiva para su madre, su
hermana y sus contemporáneos, siempre y cuando mantenga las trazas afables, graves y
apacibles de un profesor.”
Por ello selecciona un fragmento específico sobre la política en la obra nietzscheana, allí
Jaspers aleja la reducción del pensamiento político nietzscheano a modelos totalizantes
(Hegel), prácticos (Maquiavelo) o doctrinarios, lo cual impide su utilización directa.
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La filosofía nietzscheana del eterno retorno de lo mismo de Karl Löwith
“Para acabar de una vez por todas con los modos de interpretación que nos presentan a
Nietzsche «como el apóstol del individualismo desenfrenado y el creador de un realismo
heroico o de una doctrina orgiástica», Löwith propone caracterizar el principio
fundamental de la totalidad oculta de la doctrina nietzscheana bajo su forma aforística.”
Muerto Dios, el “Tú debes”, queda querer la nada, el querer del “Yo quiero” es la
afirmación de la voluntad sin más. Este momento se supera en el “Yo soy” (amor fati y
eterno retorno).
El análisis se centra sobre el concepto del eterno retorno: “Querer vivir cualquier
instante de modo tal que se pueda desear volver a vivirlo al infinito”. Es la prueba para
la voluntad luego de la muerte de Dios, para pasar del “Tú debes” al “Yo soy”.
Lo más interesante de la lectura de Löwith para Acéphale es que permite leer el devenir
político como un devenir religioso, que lleva de la negación de Cristo a la afirmación de
Dionysos.
Allí radica el carácter contradictorio (paradójico) del eterno retorno: afirmación libre de
la voluntad (ética) y necesidad a la vez. Es un sí al no. Un “yo soy” en la nada.
Acéphale 3-4
Dionysos
Si Acéphale invoca a una divinidad, sin dudas debe ser la del amor extático y aquella
con la que Nietzsche de algún modo se terminó confundiendo.
“¿Quién es Dionysos? El dios del éxtasis y del espanto, del salvajismo y de la liberación
bienaventurada; el dios loco, cuya aparición pone a los seres humanos en delirio.”
Nuevamente, el carácter doble afirmativo y destructivo, que manifiesta la locura propia
del mundo, del devenir.
Nietzsche Dionysos
El lazo con Nietzsche lleva otra vez a la concepción del eterno retorno. ¿Por qué?
Porque Dionysos es la locura, el sinsentido, pero allí no termina la cosa para la
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voluntad. De hecho, la afirmación absoluta que quiere su eterno retorno es el
compromiso mayor que puede haber con el sinsentido fundante.
El pasaje del “Yo quiero” al “Yo soy” se puede pensar como el pasaje del león que niega
el “Tú debes”, al niño, la rueda que se mueve por sí misma.
“Nietzsche, en tanto que es Dionysos, se convierte en la verdad que abarca a la vez vida
y muerte, verdad desde el fondo de la cual dice desde entonces a Ariadna: «Soy tu
laberinto.»”
La muerte de Dios deja de algún modo vacante su lugar, la inocencia del devenir
convoca a la divinidad de la embriaguez y la locura.
“El poder existe, arbitrario. Es una gracia que está dada. El poder es la fuerza sagrada
en la que no puede haber razones, porque las razones están después de ella, no antes.”
“Nietzsche quiere que el poder de disponer del hombre, no aquel que intenta ganar
algunos días sino el que arroja los dados de la historia sobre la alfombra de los siglos,
sea reintegrado más allá de la utilidad, el hastía y las mecanizaciones, en un ciclo
cegador de hechos profundamente naturales: entre el amor, la vida derrochada con
fastos, ofrecida en fervor, la danza frente a la fuerza y frente a la belleza, el magnetismo
humano y los embrujos naturales, la primavera y la muerte.”
Aquí encuentra su rol el “filósofo del porvenir” atravesado por fuerzas dionisíacas, más
seductor que conocedor, es “el intercesor entre el poder y el orden”.
“Pero el que pensara que el éxtasis individual, la efusión pasajera, incluso cargada de la
más preciosa intensidad, es un fin nietzscheano en sí, se confundiría gravemente.
Nietzsche no apunta a nada menos que a demacrar y vaciar de sangre las nociones
tradicionales de mito y realidad, asignándole a cada una, en la medida en que no es más
que ella misma, empobrecida en sus límites, un rango sabio y modesto como ahora
tienen el tiempo el espacio newtonianos.”
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Lo central que aquí afirma Monnerot, y que es fundamental para el mito de Acéphale es
la capacidad para transformar el mundo que tiene el mito cuando no se lo pretende aislar
en lo estético, lo literario o lo religioso. La potencia política del mito está aquí en juego.
“Es preciso entonces que el mito solicite al hecho, lo invada, lo mine y lo metamorfosee
buscando la encarnación que él acecha y merodea, listo para hacer de toda madera
flecha y creación de toda realidad.”
Sin desconocer a la ciencia, Nietzsche aboga por una fuerza creadora que esté por sobre
ella, que se plantee fines sin miedo, allí radica la potencia de los “seductores” filósofos
dionisíacos, aún con su “resentimiento noble” y destructivo, apuntan hacia la
afirmación.
Este texto se presenta como la continuación del artículo “Nietzsche y los fascistas” del
número anterior.
La nostalgia por la recuperación del mundo perdido se puede volver obsesiva, pero
forma parte de fuerzas reactivas en muchas ocasiones. “Detrás de la fachada no hay en
principio sino depresión nerviosa, estallidos violentos y sin consecuencias, ensoñación
estética y charlatanería.”
El fascismo surge como un intento fallido y torpe de esa recuperación comunitaria: “Se
tarda menos en restaurar que en crear”. Y la fuerza irracional que se invoca se torna
rápidamente débil, se hace disciplina militar, muestra su falta de vitalidad, de capacidad
de seducción.
“Ahora bien, lo que le basta a una fracción, que puede ser dominante, sólo es
desgarramiento y engañifa si se considera toda la comunidad viviente de los seres. Esta
comunidad no pide un destino semejante para las diferentes partes que reúne, sino que
ella exige tener como fin lo que une y se impone con violencia sin alienar la vida, sin
conducirla a la repetición de los actos castrados y de las formas morales exteriores. Los
breves estallidos del fascismo, que están gobernados por el miedo, no pueden disimular
una exigencia tan verdadera, tan iracunda y tan ávida.”
Hay anhelo por una vitalidad perdida que puede tomar dos direcciones: la fascista-
militarista o la nietzscheana-dionisíaca. La moralista o la apocalíptica.
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“Por un lado, una composición de fuerzas comunes fijada a la tradición estricta –
parental o racial- constituye una autoridad monárquica y se establece como un
estancamiento y un límite infranqueable de la vida; por el otro, un vínculo de
fraternidad que puede ser ajeno al vínculo de sangre se anuda entre dos hombres que
deciden las consagraciones necesarias entre ellos; y el objeto de su reunión no tiene
como finalidad una acción definida, sino la existencia misma, LA EXISTENCIA, ES
DECIR, LA TRAGEDIA.”
Tal como se afirmaba en el artículo de Monnerot, parece que los mitos no tienen ya
lugar en un mundo en el que la ciencia ocupa el horizonte del saber. Sin embargo, no
vivimos en un mundo ilustrado-racional como algunos quisieran suponer y basta ver el
triunfo del fascismo para dar cuenta de ello.
“Por otra parte, lo que actualmente tenemos en mente cuando hablamos de existencia
colectiva es lo más pobre que se pueda imaginar y ninguna representación puede ser
más desconcertante que la que considera la muerte como el objeto fundamental de la
actividad común de los hombres, la muerte y no la alimentación o la producción de
medios de producción.”
No nos une la supervivencia, sino el lazo común con la muerte, aquello “trágicamente
religioso en la existencia de una comunidad” que ya no puede ser vislumbrado. Como se
había afirmado en el número anterior de Acéphale, el fascismo (y sus lecturas de
Nietzsche) no pueden digerir el carácter trágico de la existencia.
“La representación más trágica que ella conoce es la parada militar y, por el hecho de
que excluye cualquier posible depresión, es incapaz de fundar la vida común en la
tragedia de la angustia.”
Pero aunque la obra de teatro representada haya sido entendida como un acto de la
política antifascista, Bataille insiste en que lo que hay en Numancia excede a la
negatividad propia del antifascismo: la comunidad trágica, la comunidad de corazón.
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“A LA UNIDAD CESARIANA QUE FUNDA UN JEFE, SE OPONE LA
COMUNIDAD SIN JEFE UNIDA POR LA IMAGEN OBSESIVA DE UNA
TRAGEDIA. La vida exige hombres juntos, y los hombres no se juntan sino merced a
un jefe o a una tragedia. Buscar la comunidad humana SIN CABEZA es buscar la
tragedia: haber dado muerte al jefe es en sí mismo una tragedia; sigue siendo una
exigencia de tragedia. Aquí comienza una verdad que cambiará el aspecto de las cosas
humanas: EL ELEMENTO EMOCIONAL QUE DA UN VALOR OBSESIVO A LA
EXISTENCIA COMÚN ES LA MUERTE.”
Hasta tal punto esta afirmación dionisíaca no cabe en el estrecho ámbito de la política,
que se puede entender la incomprensión sobre lo afirmado por Sade, que no es otra cosa
que el carácter afirmativo de la destrucción y la disolución.
“La conciencia de que el placer de matar es la verdad cargada con el horror de aquel que
no mata no puede permanecer ni oscura ni tranquila, y hace que la existencia entre en el
interior del mundo increíblemente helado donde se desgarra.”
Nietzsche (se) rompió afirmando y siendo esa risa dionisíaca (Dadá) que libera, el
último hombre contemporáneo que participa del fascismo está muy lejos siquiera de
comprenderlo.
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