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Hasta el XVIII el sistema político dominante fue el absolutismo: la legitimidad monárquica era el derecho divino,
al que ninguna doctrina cuestionaba de manera radical.
Liberalismo: concepto acuñado por Benjamín Constant en 1818, del que la mejor expresión de su significado
parte de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de 26 de agosto de 1789. El liberalismo
hace referencia a dos doctrinas, económica y política, que si bien son similares, las implicaciones pueden ser
diferentes. El liberalismo afirma la primacía del hombre en la sociedad. En materia económica defiende el
derecho a la propiedad, como derecho sagrado, la iniciativa privada y el libre mercado. En materia política
defiende las libertades individuales, que deben garantizarse contra todo ataque. El Estado tiene unas funciones
esenciales limitadas: nunca debe intervenir en la iniciativa privada, debe garantizar las libertades individuales y
la diversidad social. El liberalismo es un ataque al absolutismo monárquico en toda su concepción. Hace una
crítica radical al derecho divino de la monarquía. El siglo de las luces es la expresión de un nuevo ideal de la
sociedad.
El padre del liberalismo político es John Locke (ver 3), que considera al hombre un ser racional que busca la
felicidad; los hombres son libres e iguales; la propiedad es un derecho natural que no tiene porqué ser reconocida
ni establecida por la autoridad. El fundamento del poder político es el pacto social por el cual los individuos
renuncian a la plena autonomía en beneficio de la sociedad, a la que se integran. El Estado tiene un origen
contractual. El poder supremo es el poder legislativo, separado del ejecutivo (Locke no considera el poder
judicial). Reconoce el derecho de resistencia sino se mantiene el orden y los derechos individuales. Considera
aceptable una monarquía limitada que detente el poder ejecutivo y represente los interese del pueblo a través del
Parlamento. Por último separa lo temporal de lo espiritual, que considera algo personal.