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Ubicuhén

Julio C. Páez
Formas de la de la vigilia ediciones 2008.

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Forma de la vigilia ediciones, Todos los derechos reservados, 2008, Ezpeleta, Buenos Aires,
Argentina

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Capítulo 1

Era el fin del otoño, las nubes cubrían la ciudad, desde el mar

soplaba un viento frío que quizás trajera nieve antes del anochecer,

entretanto se limitaba a arrastrar una bruma densa que disolvía las formas.

La tarde se extinguía velozmente; en el puerto, los obreros concluían su

trabajo anhelando la vuelta al hogar o la diversión de los bares, anhelo

que compartían los pescadores rezagados que terminaban de asegurar las

amarras. Algunos irían a los bares de la zona, otros tomarían sus

bicicletas o autos destartalados y encararían la ruta hacia el centro. Tal

vez para escapar de la escasez de crédito o en busca de nuevos ámbitos

que le permitieran el olvido fugaz pero efectivo de sus obligaciones y del

lugar que las enmarcaba.

A medida que se alejaran del puerto se internarían en la planicie poblada

de viviendas modestas con techos de chapa azul a dos aguas que mutarían en

elegantes chalets de techos de pizarra negra cuando la proximidad al centro se

hiciera más estrecha; luego edificios de varios pisos de decoración recargada o

minimalista, junto a casas de principios de siglo deterioradas o recicladas según

el gusto o la fortuna de sus propietarios; mezcla de tiempos, intereses y

voluntades conviviendo en la anarquía de deseos disímiles y coincidentes.

Más allá locales comerciales: restaurants, boutiques, sastrerías,

bares, librerías, kioskos, santerías, peluquerías, consultorios de dentistas,

contadores, doctores en medicina y ley, y, obviamente, pescaderías. La

variada oferta de una ciudad contemporánea para alcanzar la felicidad de

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los que cuentan con el dinero y la oportunidad necesaria, sin excluir

hoteles, cines, teatros, cabarets, shoppings, gimnasios, salas de masaje y

saunas.

Como en tantas otras ciudades de llanura, los centros del poder

espiritual y temporal se ubicaban sobre los lados de un rectángulo

habitado por árboles, estatuas, bancos, fuentes y pájaros; una plaza, claro.

La gárgola acechaba desde su posición dominante, y si bien su

gemela, unos metros más allá, exhibía la misma actitud, su poder era

notablemente menor; como si su capacidad para el mal estuviera diluida.

Sentado en el banco frente a la Catedral, Agustín admiraba horrorizado a

la criatura de piedra, y había algo macabro en esa admiración. Una

contradicción interesante en ese demonio que guardaba un lugar que se

suponía sagrado: el bien expulsando al mal de su ámbito pero

mostrándolo al mismo tiempo como dificultad a superar por los

necesitados. O, tal vez, una metáfora retorcida: la accesibilidad del bien a

través del mal; desde su perspectiva desde el banco de la plaza, Agustín

pensó que lo grato de aquella contemplación eran la simpleza y el

despojo. Bien y mal claramente diferenciados, reminiscencias de una

adolescencia atormentada intentando regirse por valores que suponía

absolutos.

El atardecer se desvaneció en las sombras de la noche mientras el

frío leve de Mayo cedía su lugar al frío cierto de Junio. Se puso de pie y

llamó la atención de un par de adolescentes; a pesar del descuido evidente

en su forma de vestir y su edad, su metro noventa y su cabello rubio

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seguían manteniendo alguna atracción. Las chicas pasaron riendo

divertidas, vestían vaqueros elastizados y era agradable verlas alejarse,

Agustín caminó unos metros detrás de ellas y cuando llegó a la esquina de

la catedral dobló a la izquierda y pasó frente a la librería: una

construcción baja y alargada con techo de teja a dos aguas que databa de

principios de siglo; originalmente había sido una vivienda familiar pero

las paredes divisorias habían sido demolidas para crear una planta única y

convertirla en un local comercial, la fachada también había sido

modificada para incluir un expositor, pero habían sido respetadas las

molduras en estuco y el color original, un amarillo sin estridencias que

necesitaba con urgencia un refuerzo.

Agustín comprobó con satisfacción que la puerta estaba

asegurada y cerradas las cortinas. Era una comprobación excesiva, pero a

menudo olvidaba las acciones que realizaba mecánicamente y necesitaba

confirmar su realización. Como si de a poco se sumergiera en una

atmósfera que amortiguaba la totalidad de los hechos que podía enunciar

como su vida; quería creer que el frío del invierno fuera una forma de

atenuar ese adormecimiento que trascendía lo físico.

Era raro, pero a pesar del sentimiento de posesión que

experimentaba respecto a la librería, la posibilidad de que cerrara ante la

muerte de Benito, no lo había afectado demasiado. Quizá porque siempre

la había considerado un refugio temporal, y ahora la previsible muerte

había puesto en evidencia ese rasgo. Contaba con un ahorro que le

permitiría aguantar unos meses sin preocupaciones, pero esa no era la

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cuestión más importante; la pérdida de la librería era también el fin de un

lugar estratégico en Ubicuhén. Hacía casi cinco años que trabajaba allí y

en ese tiempo había llevado adelante su trabajo con suerte desigual y una

presencia que suponía poco evidente para el enemigo.

Caminó hasta llegar a las vías y se demoró un momento

observando la estructura del puente y los autos y colectivos que llevaban

a sus casas a cansados trabajadores luego de una jornada productiva.

Sonrió compasivo y giró a la izquierda para caminar por la estrecha

vereda que se extendía entre el alambrado que aislaba las vías y la línea

de casas, la quinta desde el puente era la suya. Sencilla, construida con

gran esfuerzo por sus padres a mediados de siglo, cuando las

posibilidades de ascenso social aún permanecían intactas en Ubicuhén;

constaba de una sola planta construida en ladrillo y techo de chapas de

zinc, con ventanas de cancel de chapa de acero pintadas en verde musgo.

Sacó la llave del bolsillo y abrió el portón de metal que guardaba el

jardín, caminó unos metros y abrió la puerta del frente. Ingresó al estar,

colgó la campera del perchero y se agachó junto al hogar; por la mañana

había dispuesto algunos bollos de papel de diario debajo de unas astillas y

trozos de madera cortados en forma longitudinal para encenderlos a su

regreso. Prendió el encendedor y lo acercó a uno de los ángulos

irregulares del papel, disfrutó de la indecisión del fuego antes de crecer,

extenderse y comenzar a chamuscar la madera. Contribuyó al éxito

acercando las astillas a los focos de ignición y al cabo de unos minutos

obtuvo un fuego digno y crepitante que comenzó a caldear la sala. Se

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sentó en un sillón y se perdió en las cambiantes formas de las llamas,

pensó que debía revisar las llamadas del contestador automático pero

sintió pereza. Despertó al cabo de una hora, la noche había adquirido

plenitud y la única luminosidad provenía del fuego que comenzaba a

debilitarse; se puso de pie y encendió la lámpara, sintió hambre. Antes de

entrar en la cocina revisó el contestador automático: había un solo

mensaje, Roque le informaba que había conseguido hacer un contacto

efectivo y que al día siguiente asistiría a la primera reunión, previendo sus

objeciones, aclaraba que varias fuentes le habían aseverado que los tipos

eran serios. Agustín sonrió irónico, el intento de Roque era, por lo menos,

delirante pero se consideraba incapaz de situarse como el fiel de la

balanza de la racionalidad. Toda la cuestión parecía diluirse, la ausencia

del enemigo había contribuido al relajamiento de su disciplina; como si la

voluntad de pasar desapercibido, de escurrirse en las sombras, al mismo

que le otorgaba seguridad, lo alejaba del combate, hasta hacerle dudar de

la existencia misma de la guerra; al punto de estar próximo a convencerse

de que todo no era más que la sintomatología de una neurosis particular.

Alguna vez había leído que la mayor destreza desplegada por el diablo

había sido convencer a la humanidad de su inexistencia, y quizá, sin

proponérselo, estaba comprobando la falsedad de esa afirmación. La

banalidad del mal, la ausencia de un rostro visible y notorio que enfrentar,

lo impulsaba a desistir de la lucha y a tratar de evadirse en el alcohol y en

cualquier procedimiento o mecanismo para descentrar su atención y flotar

en lo real inmediato. Saturado de urgencias, instrumentos y obligaciones

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que habitaban la piel de la manzana sin rozar un milímetro de la carne.

Se sirvió una copa de coñac y volvió a sentarse en el sillón,

decidió que a pesar de su cansancio debía seguir trabajando en el

diagrama aunque pensara que su utilidad era improbable. Terminó la copa

y caminó hacia la cocina; se preparó un plato de arroz con manteca, y lo

condimentó rayando un trozo de queso reseco. Los hombres del Vietcong

comían peor, se dijo sonriente.

Antes de que amaneciera salió de la casa, y caminó hacia la

librería, cuando llegó frente al puente vio un globo aerostático suspendido

en el cielo, brillando a la naciente luz del sol temprano. El primer vuelo

del día, el de los ansiosos buscadores de novedades que intentaban iniciar

su jornada poéticamente iluminados por las luminosidades primeras.

Agustín acostumbraba ironizar sobre actitudes que se agotaban

rápidamente sin modificar en lo más mínimo la geografía de lo existente,

auque, por otra parte, no se atrevía a admitir que también deseaba volar

en aquel artefacto.

Siguió caminando y avistó uno de los lugares que aparecía en el

diagrama: el jardín brillaba con luz propia aún en la fría mañana de

invierno; pequeñas flores blancas y azules que resistían con firmeza las

heladas, naranjos que mostraban orgullosos sus frutos, rosales aún

florecientes. Más atrás, una casilla de madera y chapas con una cilíndrica

chimenea de aluminio humeante. Agustín conocía al responsable de

aquella maravilla urbana: un hombre canoso y delgado que fumaba una

pipa de madera oscura y pasaba la mayor parte de su tiempo dedicado a

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su obra. Había cruzado algunas palabras con el hombre y había intuido

conocimiento, sensibilidad e inteligencia; sospechaba que el hombre era

consciente de su lugar, pero no había querido ahondar en esa percepción,

aún no se sentía dispuesto a exponerse con claridad.

Llegó frente a la librería, metió la llave en la cerradura y la hizo

girar, empujó la puerta, encendió la luz y corrió las cortinas. Caminó

entre las dos largas mesas cubiertas con textos prolijamente alineados y

pasó a la derecha del mostrador hacia la parte posterior del local.

Encendió el equipo de música y la música de Pink Floyd surgió de los

parlantes, se sentó en uno de los taburetes y comenzó a ojear un libro de

reproducciones de pintores impresionistas. Sonó el teléfono, pensó que

una llamada tan temprana sólo podía corresponder al demente que

intentaba conseguir una copia del Necronomicón, y al que,

evidentemente, no había podido convencer de su mera existencia literaria.

Lo sorprendió oír una voz femenina, una voz joven y clara que aseveraba

pertenecer a la nieta de Benito, y que anunció que en dos horas iba a estar

en la librería para hablar sobre el futuro del comercio. Cuando concluyó

la conversación se sintió inquieto y supo exactamente cuál era la causa.

Había aparecido una posibilidad que no había tenido en cuenta; Benito

sólo había mencionado vagamente a su familia en todos esos años y jamás

se había referido al interés de alguno de sus parientes por la librería.

Sonrió pensando que aquella sorpresa era típica del viejo; había sido así

desde que años atrás él se presentara en la librería convocado por un

clasificado aparecido en uno de los diarios locales. Entonces Benito lo

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había sometido a una minuciosa indagación que excluyó toda pregunta,

sobre literatura del siglo XIX y XX, una conversación algo delirante que

avanzó morosamente al principio y que luego tomó un ritmo, si bien no

vertiginoso, al menos divertido y estimulante. Rió con ganas cuando

Benito le aseguró que su familia paterna descendía de los fundadores de

Uqbar y preguntó- Por lo que veo, usted puede manejar solo este lugar,¿

para qué me necesita?

-Porque me estoy volviendo viejo e impaciente, y cada vez me

resulta más difícil contener la tentación de golpear a uno de esos vivos

que intentan pasarte con un texto valioso, o te intentan estafar con alguna

basura.

-En ese asunto no creo que pueda ayudarlo mucho...

-Vas a aprender rápidamente no te preocupés...

Y así había sido, en poco más de una semana Agustín era un iniciado

bastante eficiente en ediciones antiguas, primeras ediciones,

falsificaciones y precios.

Estaba perdido en la evocación cuando oyó la puerta abrirse y la vio

en el umbral. Más tarde, recordando la escena, fue capaz de describirla,

pero entonces sólo estuvo atento a sus ojos y a su voz- Soy Beatriz, la

nieta de Benito.

-Hola, soy Agustín, sentate.

Beatriz pasó del otro lado del mostrador y se sentó en el taburete

junto a Agustín: se movía con gracia natural y una sensualidad de la que

no parecía ser del todo consciente. –Es un lugar bastante sombrío. –opinó.

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-Sí, Benito pensaba que le era adecuada cierta melancolía, y creo

que tenía razón...

-Pero esa adecuación no se refleja en las ventas...

-Creo que ese no era el objetivo fundamental de Benito. –comentó

molesto.

-Pero ese es el punto del conflicto. Mi viejo y mis tíos, piensan

que obtendrían una buena ganancia vendiendo la propiedad.

-Bueno, creo que es la opción más lógica si quieren hacer dinero

-¿Y no te preocupa esa posibilidad?

-Yo lo pasé muy bien trabajando acá durante casi cinco años, tu

abuelo era una buena persona, pero siempre tuve en cuenta que si algo le

pasaba había una gran posibilidad de que la librería cerrara... me gustaría

que no fuera así pero no sé cómo podría continuar...

Beatriz lo miró pensativa durante unos segundos-Yo puedo hacer

que la librería continúe funcionando...

-¿Cómo?

-Benito me designó como heredera mayoritaria, es decir que tengo

el cincuenta por ciento de la propiedad y los tres hijos de Benito, incluido

mi padre, el resto, para cualquier decisión que quieran tomar tienen que

contar con mi voto, así que si yo me opongo a la venta, tienen que

pagarme el cincuenta por ciento...

-Interesante, pero si te dan esa parte vas a tener que ceder...

-Sí, claro, pero vos no sabés lo que les cuesta desprenderse de

algún billete...

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Agustín rió divertido y preguntó- ¿ Y entonces?

-Entonces voy a intentar mantener la librería abierta, ¿ Me vas a

ayudar?

-Claro.

-Sé que para Benito era importante mantener la librería, pensaba

que era como un pequeño faro en Ubicuhén...

-Ya te dije, te voy a ayudar.

-Es un trato entonces.

-Es un trato.

Se estrecharon las manos, y por unos segundos Agustín retuvo la

mano de Beatriz buscando en sus ojos algún signo que le permitiera saber

más, sospechó que podía saber más de lo que enunciaba y si no era

consciente de ese conocimiento, corría un gran peligro. Beatriz retiró su

mano con suavidad y dijo-Tengo que irme, tengo algunos trámites

pendientes.

-Suerte.

Beatriz caminó hacia la salida, y entonces Agustín comenzó a ser

consciente de su presencia física, un estado mezcla de deseo y temor.

Capítulo 2

La mañana transcurrió con una aparente tranquilidad: dos o tres

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clientes que hicieron compras importantes, una decena de curiosos que

merodearon las mesas, y alguno que se acercó al mostrador a hacer

alguna consulta sobre el precio de algún ejemplar o la posibilidad de

obtener alguno ausente, por suerte no apareció el buscador del libro

imaginado por Lovecraft. Aspectos que explican el término tranquilidad

pero que no esclarecen lo de aparente; Agustín pensaba en la temprana

visitante, Benito la había mantenido oculta y no podía convencerse de

que la única razón del ocultamiento fuera la reserva del viejo, y un

obstáculo importante para lograr esa convicción era el hecho de que

Benito no hubiera ejercido la misma reserva respecto a él. Beatriz lo

conocía vagamente, él no había sabido de su existencia hasta su aparición.

La cuestión se hacía más compleja si recordaba algunos términos de la

conversación que le habían sonado ambiguos; lo sacó del

ensimismamiento un llamado de Roque comentándole su experiencia en

su primera sesión de espiritismo histórico.

Beatriz regresó a la una, se veía distendida y satisfecha.

-¿Cómo te fue?

-Costó pero seguimos en actividad.

-No esperaba menos... Tenemos que ver la forma en que

organizamos el trabajo. Con Benito...

-Con Benito vos hacías el trabajo y el venía a charlar todas las

tardes...

-Me ayudaba en los contactos con los coleccionistas y de vez en

cuando sacaba de encima a algún pesado... lo que me interesa ahora es

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cómo organizamos las cosas...

-Yo un par de veces por semanas tengo que ir a la Facultad

-¿ Facultad?

-Estoy por terminar la Licenciatura en Arqueología.

-Eso explica mucho...

-¿ Qué?

-No, nada, era una broma, está bien organicemos las cosas

entonces, ¿qué te gustaría hacer?

-A mí me hartan las cuestiones administrativas, prefiero tratar con

los clientes

-Creo que tenés una imagen idealizada de nuestros clientes pero

ya te vas a encontrar con el buscador del Necronomicón

-¿ El de Lovecraft?

-El mismo

-No lo puedo creer.

-Es cierto, lamentablemente real, si querés te explico cómo están

organizadas las cosas.

-Dale.

Media hora fue tiempo más que suficiente para explicarle a

Beatriz el funcionamiento, luego Agustín se refugió tras el mostrador y la

dejó a cargo de la atención de los clientes; mientras observaba la

desenvoltura con que se manejaba pensó que seguramente aumentarían

las ventas en un plazo no muy extenso.

A las siete de la tarde cerraron al local y salieron a la noche,

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caminaron juntos un par de cuadras y luego Beatriz subió a su auto y

Agustín siguió hacia su casa. Estaba confuso: la aparición de la chica

imponía una intensidad que hacía mucho tiempo no experimentaba, y

planteaba un recordatorio de su indolencia y su escaso rigor para llevar

adelante la tarea que había asumido como propia. Cuando avistó el

puente, se detuvo, entonces percibió el silencio: los pasos que había

creído oír a su espalda durante los últimos minutos se habían extinguido,

volverse para ver quién estaba tras él era demostrar ostensiblemente su

atención al enemigo. Siguió caminando y los pasos se reanudaron, el

enemigo conocía su domicilio, de modo que la persecución sólo podía ser

intimidante.

Llegó a su casa y se preparó un café. ¿ Era coincidencia que el

enemigo se mostrara nuevamente el día que aparecía Beatriz?, ¿ Había

alguna relación que era incapaz de establecer? Experimentó una

sensación de vértigo como si el tiempo sufriera una aceleración súbita.

Bebió el café amargo a pequeños tragos, el sabor era desagradable pero

confiaba en que lo ayudaría a mejorar su lucidez; tal vez el acto de beber

esa desagradable infusión era una acción redundante pero cumplía una

función propiciatoria.

Lavó el pocillo y lo dejó escurriendo junto a la pileta, caminó

hacia el living y abrió un cajón del armario, extrajo su cuaderno de notas

y revisó la cuestión pendiente. Comenzaba a disfrutar de la aceleración y

se dijo que debía ser cuidadoso, el entusiasmo voluntarista sólo podía

llevarlo al fracaso, hacía demasiado que no realizaba una acción directa y

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desconocía cómo podía haber afectado el paso del tiempo sus reflejos y

estado físico.

Uno de los lugares corría riesgo inminente de ser profanado, lo

que retrasaría toda la tarea; era un solar próximo a la catedral donde se

había erigido una pulpería de la que sólo quedaban un par de paredes

envueltas por una enredadera de flores blancas. Un mes atrás había sido

puesto en venta y Agustín había averiguado que la venta ya había sido

realizada y en una semana comenzarían las operaciones de limpieza, tenía

ese tiempo para instalar el dispositivo que evitara la profanación. Salió de

la cocina al patio trasero, la noche estaba algo nublada y la luna apenas se

mostraba en un trazo leve. Una noche adecuada para atravesar la pared de

chapas y celebrar el ritual; una cuestión sencilla si conseguía evadir la

acción enemiga. Volvió a la cocina, se puso una campera gastada, tomó la

linterna que había sobre la mesada y la encendió para comprobar su

luminosidad, la apagó y la guardó en un bolsillo. Salió a la calle y caminó

hacia el puente, giró a la izquierda y continuó marchando, se cruzó con

dos o tres personas en un par de cuadras: los habitantes de la ciudad no

eran muy afectos al frío. Ninguno de los caminantes le prestó demasiada

atención, lo que lo calmó bastante, comenzó a silbar fingiendo

despreocupación. Ni señales del enemigo. Llegó al lugar que estaba

rodeado por una pared de chapas que comenzaban a mostrar grandes

manchas de óxido evidentes a la débil luz del alumbrado público. Tanteó

para comprobar la firmeza con que estaban sujetas las chapas y encontró

una que estaba parcialmente desprendida, miró a su alrededor y comenzó

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a torcer la chapa hacia afuera; consiguió abrir el espacio suficiente como

para entrar, se arrodilló y se arrastró hacia el interior del terreno, luego se

puso de pie, se restregó el polvo de sus manos y encendió la linterna.

Caminó hacia las ruinas que se destacaban como manchas blancas entre

los cardos y las enredaderas, entonces vio los ojos que resplandecían en la

oscuridad, fijos en él; se quedó inmóvil conteniendo la respiración. Al

cabo de unos segundos oyó el maullido y rió con alivio. Se acercó a las

ruinas y apoyó la linterna en un pedazo de mampostería, extrajo una hoja

de papel del bolsillo de su campera, se sentó con las piernas cruzadas,

cerró los ojos y recitó una oración breve; luego prendió el papel, lo dejó

en el piso y lo observó hasta que se redujo a cenizas, rápidamente fueron

dispersadas por el viento de la noche. Salió del lugar, enderezó un poco la

chapa y se alejó a paso vivo: se sentía satisfecho, había realizado una

tarea que había pospuesto varias veces y que había sospechado inútil.

Consideró que había una posibilidad de que a su renacido interés no fuera

ajena la aparición de Beatriz.

Llegó hasta su casa sin contratiempos y durmió plácidamente y

sin que los sueños dejaran huellas por primera vez en meses.

Cuando llegó a la librería se encontró a Beatriz sentada en el

umbral leyendo un libro de tapas azules.

-Hola, me parece que exageraste la responsabilidad.

-Sufro de insomnio y estaba harta de dar vueltas por casa, vivo en

un departamento chico y ya había acomodado las cosas veinte veces,

pensé que si venía caminando iba a llegar cuando abrieras pero parece

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que caminé demasiado rápido.

-¿ Te pasa seguido?

-De vez en cuando, Benito también lo padecía.

-Nunca me dijo nada pero tampoco me había dicho nada de vos...

Beatriz cerró el libro y se incorporó- Llegaste justo a tiempo se

me estaba helando la cola.

Un par de comentarios cruzaron por la cabeza de Agustín pero se

guardó de enunciarlos, prefirió abrir la puerta e invitarla a pasar, Beatriz

pasó a su lado y encendió la luz, luego caminó hasta el mostrador,

Agustín corrió las cortinas y la tímida luz de la mañana invadió el recinto.

-Hay que hacer algo de limpieza acá.

Agustín se volvió y vio a Beatriz acercarse a una de las mesas con

una franela sobre el hombro izquierdo y un escobillón entre las manos.

-Acá el polvo da cierto prestigio a la mercadería.

-Buen intento, pero por más prestigiosa que sea la mugre sigue

siendo mugre.

Agustín se dio cuenta de que aquella mujer era hábil para imponer

sus decisiones cuando se encontró con un local limpio y ejemplares sin

una mota de polvo en mesas y estanterías; limpieza a la que su

participación no había sido ajena. –Supongo que no pretenderás que

hagamos esto todos los días.

-Vos participaste voluntariamente, pero no te asustés, con un par

de veces por semana está bien.

-Menos mal, porque si no tendríamos que arreglar un nuevo

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acuerdo salarial con los propietarios, y soy muy bueno representando mis

intereses.

-Estoy segura, pero no creo que te aproveches de una patronal

inexperta...

-Eso se verá en las negociaciones, ¿ querés un café?

-Sí, gracias.

Agustín encendió la cafetera eléctrica y dispuso dos pocillos.

-Benito me comentó que te interesaba la geografía urbana.

-Sí, un poco.

-Qué coincidencia, yo me dedico a la arqueología urbana.

Agustín se preguntó cuánto había inferido Benito de sus intereses

en los años que había trabajado con él, y cuanta de aquella información le

había transmitido a su nieta. Sirvió el café en los pocillos y los apoyó en

el mostrador sin derramar una gota.

-¿ Azúcar?

-No, gracias.

-¿ Hiciste algún trabajo de arqueología urbana aquí en Ubicuhén?

-Sí, participé del proyecto de excavación en los terrenos

próximos a la catedral hace un par de años...

-Me acuerdo que hubo bastante polémica con todo ese asunto.

Agustín había seguido el asunto con interés porque temía que la

excavación interfiriera con su proyecto, pero toda la discusión se había

limitado a la posible existencia de un cementerio indio, hipótesis que al

cabo se había demostrado errónea.

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-Aprendí mucho con ese trabajo, estuvo muy interesante, pero

lamentablemente no tuvo continuidad.

-¿ Por qué?

-Los mismos directores habían proyectado otra excavación en la

zona del puerto viejo, donde estaban las ruinas del antiguo muelle... el

director del proyecto, su asistente y un par de compañeros murieron

ahogados cuando hacían una inspección preliminar del lugar, se

demoraron demasiado y los sorprendió una tormenta.

-Sí, me recuerdo.

-Sus cuerpos jamás fueron recuperados. –explicó Beatriz con los

ojos húmedos.

-Terrible.

-Sí, fue una tragedia, entonces, decidí que cuando me gradúe voy

a dejar Ubicuhén... soy incapaz de intentar un trabajo de arqueología

acá...

-Por ahí con el tiempo podrás ver las cosas de otra manera.

-Puede ser... –Beatriz terminó su café y dejó el pocillo sobre el

mostrador. Agustín la observó en silencio mientras ella seguía sumida en

sus recuerdos, parecía demasiado joven para guardar tanta tristeza, y se

preguntó si esa tristeza se originaba solamente en el suceso que

rememoraba. Estuvo tentado de preguntarle pero no se atrevió.

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Capítulo 3

Beatriz caminaba cabizbaja, había dejado el auto en la cochera y

no tenía deseos de encerrarse sola en su departamento, otro día que

concluía igual a otros días, la luz crepuscular se desvanecía en agonía

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veloz, fue una molestia en la punta de la nariz, luego lo vio: un panadero,

una semilla volante de cardo. Lo tomó cuidadosamente entre los dedos de

la mano derecha y lo observó a contraluz, frágil y etéreo. Durante unos

segundos volvió a tener cuatro años y nadie había muerto ni nadie

intentaba controlar a persona alguna, pidió un deseo y sopló al tiempo

que liberaba al panadero, la liviana semilla comenzó a elevarse de a poco

en la tarde invernal. Beatriz lo observó hasta que se perdió en la altura y

se sintió ligera, como si alguna fracción de la liviandad de la semilla

hubiera pasado a ella.

Agustín estaba de pie en el jardín con la vista fija en la luna,

ausente a los pensamientos que se formaban en su mente o a las

sensaciones que recorrían su cuerpo, practicando un ritual cuyo origen y

motivación desconocía. El mar, la luz rielando sobre las tranquilas aguas

que apenas espumaban al lamer la orilla, el puerto y sus luces de mercurio

afantasmando la oscura extensión del muelle, la estepa grisácea, los

escasos pinos extendiendo sus sombras morosamente. Y luego el camino

que llevaba a Ubicuhén, una cinta gris y casi recta que pasaba entre las

casas obreras de techos plateados, y las luces comenzaban a arracimarse y

la luminosidad lunar se atenuaba, la imponente masa negra de la catedral

y la frondosidad gris de los árboles de la plaza. Y más allá las vías

plateadas y el puente, y también, en algún lugar de la noche, la ventana de

Beatriz y el deseo.

El día no consiguió diluir del todo la ambigüedad de la luz que

parecía persistir, Agustín trataba aún de acomodar sus sentidos.

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Roque se tomó su tiempo para encender satisfactoriamente la pipa,

Agustín consideraba que era una excusa para ordenar sus ideas y una

forma de intentar adquirir cierto aspecto de erudición. Había conocido al

historiador como cliente de la librería, y, a partir de algunas charlas

habían establecido una relación que si bien no era afectiva en forma

estrecha, tenía alguna cordialidad implícita. No era Roque una persona

por la que pudiera experimentar un sentimiento de alguna profundidad.

-Fue un poco frustrante toda la situación... –comentó Roque

exhalando una bocanada de humo gris.

-¿ Por qué? –Agustín no quiso hacer una pregunta específica al no

ser capaz de encontrar los términos correctos para que la interrogación no

sonara crítica o insultante.

-¿ Alguna vez estuviste en una sesión de ese tipo?

-No, la verdad que no.

-Pero sos creyente.

-Digamos que sí.

-La sesión comienza cuando todos los asistentes se toman de la

mano en torno a la mesa, el médium cierra los ojos y trata de concretarse

con un espíritu determinado...

-Tengo entendido que es la mecánica habitual...

-Sí, es lo tradicional... yo pedí que convocara a Pedro

Olardigueira, el asistente del primer gobernador...

-Sí, algo leí, se dice que tuvo una gran influencia sobre el

gobernador Vizdriel.

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-Exactamente. Esa es la línea histórica habitual, la de la historia

“oficial”, vamos, con la que yo discrepo seriamente; encontré algunos

documentos que sugieren que esa influencia no existió, sino que Vizdriel

lo utilizó como pantalla, como una especie de máscara... lamentablemente

los documentos son demasiado ambiguos como para sustentar mi tesis...

-Y vos creés que invocando al espíritu de Olardigueira podés

llegar a fundamentarla.

-Exactamente, y también le daré la oportunidad de limpiar su

memoria, recordá que todos los desastres, incluyendo el Terror del “42 se

lo atribuyen a él, mientras que Vizdriel aparece como un personaje

intachable, poco menos que un santo...

-Disculpame, ¿ pero vos pensás basar tu hipótesis con los dichos

de un espíritu?

Roque sonrió divertido- No, no estoy tan loco... pensé que me

podía ayudar a encontrar los documentos para fundamentarla, de todos

modos creo que fui muy optimista...

-¿ Por qué?

-Porque la médium consiguió convocar al espíritu de Olardigueira

pero este se mostró bastante reacio a mis preguntas.

-¿ Pensás que fue un fraude?

-No, yo creo que la convocatoria fue cierta, la médium es una -

mujer de escasa cultura y las respuestas; pocas pero precisas, delatan un

conocimiento que ella no tiene...

-Entonces es el espíritu de Olardigueira el que se muestra

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reticente...

-Sí, yo pensaba que iba a encontrar una disposición más abierta en

un espíritu.

Agustín contuvo la risa ante la expresión de decepción y

abatimiento de Roque y dijo- Vos creíste que la muerte liberaría a

Olardigueira de toda presión...

-Sí, pero evidentemente no bastó la muerte para liberarlo, y ahora

temo que se niegue a ser convocado nuevamente...

-Vas a tener que ser muy cuidadoso con las preguntas.

-Sí, claro

-¿ Y si intentás convocar a Vizdriel?

-Eso será el segundo paso, primero quiero terminar con

Olardigueira, vamos a ver y vos, ¿ en qué andás?

-¿ Yo? En nada, por suerte la librería sigue abierta y ahora tengo

una empleada...

-¿ Una empleada?

Agustín sonrió- La verdad es que es la nieta de Benito, tengo una

empleada propietaria, parece una joda pero es así...

-¿ Y cómo está la chica?

-Interesante, estudia arqueología y al parecer es la única en la

familia que está interesada en mantener abierta la librería.

-No podés negar que el trabajo se puso más atractivo.

-Sí, la verdad que sí... y hablando de trabajo, tengo una reunión. –

Agustín corrió hacia atrás su silla y se levantó, buscó en el bolsillo del

25
pantalón algunas monedas para pagar el café pero Roque dijo- No, dejá,

te invito, me voy a quedar un rato comparando notas. –se estrecharon las

manos y Agustín salió del bar: hacía una noche fría y sin viento. Era la

hora de la libertad efímera del fin de la jornada, la hora en la que los que

podían gastaban algo del dinero que los había tenido sujetos las horas

precedentes. Marchó hacia la casa de Sara, caminó un par de cuadras y se

sorprendió detenido frente a la antigua casa de gobierno, construida

durante el gobierno de Vizdriel y transformada en museo durante la

década del 30. Nunca había percibido que ese lugar fuera importante, no

había ninguna vibración allí; o él era incapaz de percibirla. Reanudó la

marcha y llegó a la cuadra donde se ubicaba el edificio en el que vivía

Sara, la luz de su departamento estaba encendida, cruzó la calle y llamó

en el portero eléctrico.

Sara estaba vestida con un buzo ceñido de algodón, unos shorts

grises y unas zapatillas de basquet sin cordones-Pensé que ya no venías –

dijo y lo besó .

-¿ Trabajaste hoy?

-Un poco, pero me levanté tardísimo y no me sentía bien.

-Saliste anoche...

-Y vos qué creés...

-Agustín se sentó en el sofá y apoyó las botas de gamuza sobre la

mesa ratona.

-Vos tampoco parecés estar mejor

-Vengo de verlo a Roque.

26
-Ah, ¿viste que tengo razón? Ese tipo cansa.

-No seas turra, es un buen tipo.

-Yo no digo que sea malo, sólo aburridor, siempre que lo

encontrás venís cansado, y ahora, ¿ en qué anda?, me enteré que hace una

semana la Facultad no le renovó el contacto, parece que tuvo una pelea

importante con el jefe de departamento.

-Qué bien informada estás... –comentó Agustín preguntándose si

Roque había cometido la estupidez de proponer su investigación

espiritista en la Universidad.

-No me jodás, sabés que estoy en el ambiente,

-Y tenés muchos conocidos

-No me digas que te estás poniendo celoso... –dijo sonriente Sara

mientras encendía un cigarrillo.

-No, para nada, sólo era un comentario poco ingenioso, creo que

las cosas están bien claras entre nosotros...

-También me enteré que tenés patroncita nueva.

-Epa, ahora sí que me sorprende tu nivel de información.

-Ya te lo dije...

-Entonces compartila.

-Ah, estás interesado.

-Claro.

-La chica es una brillante estudiante de arqueología, ayudante de

cátedra y rentada, le faltan un par de seminarios para licenciarse...

-Nada nuevo para mí.

27
-¿ Te dijo también que su familia es una de las más ricas de

Ubicuhén?

-No, pero veo que esto se está poniendo interesante...

-También se comenta que tuvo quilombos familiares para

mantener la librería funcionando.

-Parece que la chica tiene su carácter.

-Te está interesando en serio...

-No me vas a decir que ahora la que se está poniendo celosa sos

vos

-Por favor, yo no asumo esa clase de compromisos.

-No tenés que aclararlo.

-Mirá, hoy no tengo ganas de pelear.

-Yo tampoco

-¿ Querés tomar algo?

-Si tenés vodka...

Sara se incorporó, fue a la cocina y volvió con una botella de

vodka, un par de vasos y una taza con cubos de hielo en una bandeja. La

dejó sobre la mesa, puso dos cubos en cada vaso, escanció la bebida y le

alcanzó un vaso a Agustín, que bebió un trago y comentó-Es de la buena,

¿ qué es, sueca?

-Exactamente, las buenas épocas no consiguieron arruinarte el

paladar.

-No, para nada. –aseveró Agustín. La época de la escuela de arte,

cuando con sus creaciones pensaban revolucionar el mundo, y terminaban

28
compartiendo ginebra barata en los boliches del puerto con una legión de

artistas promisorios (mediocres, talentosos, egocéntricos, descentrados,

resentidos, tímidos, audaces o una combinación de dos o más de los

mencionados caracteres); entonces pensaban que estaban enamorados y

que nada podría detenerlos. Con el tiempo, no mucho, habían descubierto

que su amor no era tan fuerte y que la realidad tenía una opacidad y una

resistencia mayores a las previstas; así habían llegado a un acuerdo que

excluía la posesión pero no descartaba los encuentros sexuales.

Sara apoyó el vaso en la mesa, se incorporó, se sentó en el sofá

junto a Agustín y apoyó su cabeza sobre el hombro de él.

-¿ Te pusiste melancólica?

-Un poco.

-Por ahí es resaca.

-No, tonto, me acordé de nuestras noches en el puerto...

Agustín no se sorprendió, hacía bastante tiempo que había

asumido la rara conexión que tenía con Sara.

-Yo a veces me pregunto cómo pudimos salir vivos de alguno de

esos lugares.

-Éramos jóvenes

-Estábamos completamente locos.

-Yo no cambié para nada.

-Ya lo sé –Agustín dejó su vaso sobre la mesa y Sara se recostó

sobre él.

Estamos tiernos hoy –comentó Sara mientras sentía los dedos de

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Agustín desordenándole el cabello.

-Será el clima...

-Será la patroncita...

-¿ Y en tu caso?

-Yo qué sé.

Se recostaron en el sofá y copularon con un apasionamiento que,

tal vez, intentaba revivir el fuego de años pasados.

-Creo que lo tenemos que hacer más seguido...

-Estuvo bueno, sí, pero no te engañes... estuvo bueno porque no

esperamos demasiado... –dijo Agustín.

-¿Por qué tenés que estar tan atento siempre, por qué no te das

permiso para decir boludeces?

-Las cosas tienen que quedar claras.

-No siempre es buena la claridad, no creas.

Agustín tuvo una experiencia nueva: durmió toda la noche con

una mujer y despertó sabiendo que había soñado con otra. Cuando

despertó, Sara estaba en la cocina haciendo café.

-Hola

-Hola, el café está listo.

-Sos una buena mina.

-¿ Y eso?

-Nada, se me ocurrió.

-Creí que anoche habíamos acordado no repetir viejos errores.

-Sí, claro, disculpame. –Agustín sabía que lo que le había dicho a

30
Sara se originaba en la culpa que sentía por haber soñado con Beatriz

cuando dormía con ella, y se dijo que era un estúpido por sentirse

culpable, o al menos, por demostrarlo.

Luego de desayunar, Sara partió hacia el instituto y Agustín hacia

la librería; se despidieron con calidez pero sin agregar algún comentario

que pudiera hacer pensar al otro que la situación se había modificado.

Cuando Agustín llegó a la librería se acordó de que era Miércoles

y que esa mañana Beatriz no iría; tal vez era mejor así. Abrió la puerta y

encontró un sobre blanco en el piso, lo abrió y encontró una hoja de papel

con una sola oración: “Es peligroso jugar con los lugares”. Guardó la nota

en el bolsillo y tiró el sobre hecho un bollo en el cesto de residuos; corrió

las cortinas, caminó hasta detrás del mostrador y se sentó. El enemigo

comenzaba a mostrarse con claridad después de años de elusión y

ocultamiento, ¿ qué lo impulsaba a reaparecer?, ¿ Beatriz? Desde la

primera vez que la vio, intuyó algo en ella, como un conocimiento del que

era inconsciente. ¿ Temía el enemigo la proximidad entre ellos? No lo

sabía y era inútil especular; además el truco mental de suponerla en

peligro para protegerla podía ocultar otras lógicas intenciones que no se

animaba a asumir, no podía negar que Beatriz era hermosa. Debía estar

atento y esperar.

Capítulo 4

Beatriz supo que no iría a la librería no bien terminó la clase; le

31
había costado concentrarse en los últimos minutos de su exposición y

había respondido de mala gana las preguntas que siguieron.

Experimentaba una sensación de malestar a la que no podía encontrar

explicación. Saludó y salió del aula; caminó rápidamente hacia la salida,

no quería ver ni hablar con nadie, sólo llegar a su departamento. Caminó

hasta el auto y cuando intentó abrir la cerradura se dio cuenta de que no la

había cerrado, otra señal de la necesidad de parar un poco. Decidió pasear

un rato sin rumbo, llegó hasta el extremo este de la ciudad y tomó la ruta

hacia el puerto; a esa hora sólo era recorrida por camiones y unos pocos

micros; mientras pasaba a uno comenzó a saber por qué se dirigía hacia el

mar, recordó el sueño que se había mantenido al margen: el viento

sudeste soplaba violento azotando el agua contra el muelle, arqueando los

árboles, quebrando algunos, arrasando el yacimiento arqueológico,

arrastrando los cuerpos, despedazándolos, aniquilando todo signo de vida.

Disminuyó la velocidad y se desplazó a la mano derecha, la

sorprendió la potencia de su imaginación para representar el desastre;

como si encontrara un placer inconsciente en esa visión de los elementos

naturales destrozando a sus maestros y amigos.

Estacionó en una playa con algunos autos particulares y camiones

de compañías pesqueras, descendió y se subió el cuello de la campera. El

viento soplaba fuerte aunque sin parecerse remotamente a una tempestad;

caminó hacia el yacimiento y miró: sólo había quedado una depresión

circular cubierta por pastizales y trozos de madera. Y entonces, de nuevo,

volvió un pensamiento que había rechazado antes: había una voluntad de

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destrucción detrás de aquel desastre. Intentó apartarla pero no fue fácil;

desde su adolescencia había intentado guiar sus pensamientos y acciones

de la forma más racional posible (muy probablemente porque intentaba

desmentir los argumentos de su padre sobre la incapacidad de las mujeres

para razonar), pero tenía sus altibajos.

Avanzó hasta el borde de la depresión, el descenso era casi a pico

y el fondo distaba diez metros, comenzó a balancearse sin percibir la

peligrosidad de la acción. Saltó hacia atrás y cayó sentada sobre la hierba,

sintió que tenía que alejarse del lugar, estaba empezando a oscurecer y el

sitio parecía hacerse más amenazador con cada segundo que pasaba. Se

incorporó y caminó hacia el auto, se sentía asustada y confundida y no

quería estar sola; condujo hasta la librería y vio que Agustín ya se había

ido.

Recorrió algunas cuadras, pasó frente a un bar y lo vio a través

de la ventana fumando su pipa, abstraído sobre un cuaderno, escribiendo.

Estacionó el auto y caminó hacia la puerta del bar, cuando pasaba frente a

Agustín, él miró hacia afuera y la descubrió sin mostrar sorpresa; sonrió y

le indicó que entrara . Pensó, parece como si hubiera sabido que yo iba a

venir.

Agustín se puso de pie para saludarla con un beso en la mejilla, y

notó que estaba pálida y parecía asustada.

-Disculpame, no me sentía bien cuando salí de la facultad y no

pude avisarte.

-No hay problema, no puedo decir que me haya abrumado el

33
trabajo.

-Me siento menos culpable entonces...

-¿ Te sentís bien?

-No, la verdad que no.

-Se nota.

-Fui al puerto a ver lo que quedaba del yacimiento.

-¿ Por qué fuiste?

-No sé. Nunca había ido después de la tormenta, salí de la

facultad, me subí al auto y fui para allá... después... después allá tuve

miedo, sentí que había algo malo en el lugar...

Agustín apoyó la pipa caliente sobre el cenicero y dijo, intentando

ser cuidadoso-Es natural que ese lugar te inspire sentimientos dolorosos...

-Pero no es eso, yo sentí que había algo malo actuando allá ahora

misma, una maldad actual... pero está bien, no me des bola... estoy medio

loca hoy...

-Lo mío es crónico, no te preocupes, pero vamos, tratá de pensar

en otra cosa...

-Lo intentaré... –dijo Beatriz sin mucha convicción.

Agustín pensó ¿ Qué hacer? Texto de Lenin que nunca leí,

argumento para distraer, evasión. Sus ojos tan tristes y desesperanzados. -

¿ Vamos a bailar?

-¿ Qué?

-Dije que te invito a bailar... conozco un par de boliches...

-La verdad que me sorprendés, no creí que fueras una persona

34
que...

-No soy un tipo excesivamente dicharachero pero tampoco me

mimetice tanto con los libros antiguos...

-¿ Pero vos bailás?

-No mucho, pero de vez en cuando me gusta meterme en algún

boliche y aturdirme un poco con la música y alguna copita, me produce

un efecto terapéutico... además tiene algo de celebración ritual.

-Nunca se me ocurrió.

-Pero vas a bailar...

-Cuando estaba en la secundaria iba todos los fines de semana

pero después perdí el interés, no sé.

Agustín pensó que no había sido una buena idea su invitación

durante los primeros minutos que pasaron en la disco: Beatriz se mostraba

ausente, aunque evitaba mostrar algún signo evidente de disgusto.

Caminaron hacia la barra entre gente que comenzaba a exhibir los efectos

de la exposición a la cantidad excesiva de watts y alcohol; Beatriz

aseguró que tomaría lo que Agustín pidiera.

-Dos gin tonics

-No estoy demasiado acostumbrada a tomar alcohol

-Eso espero... –respondió Agustín sonriendo con malicia, luego

aclaró- Tomá despacio entonces.

-Es rico, aunque un poco amargo.

-Con tranquilidad, eh, no me hagás sentir culpable.

-No, ahora hacete cargo, ¿ qué, tenés miedo de tener que llevarme

35
borracha a casa? –preguntó Beatriz sonriendo divertida.

-Es toda una cuestión a considerar... de las condiciones... hay

varias formas de estar borracho...

-Varias graduaciones decís.

-Claro

-No lo había pensado, mis amigos conocían una sola, quedar

completamente arruinados.

-¿ Y vos?

-Ya te dije que no acostumbro tomar alcohol

-¿ Y qué hacés cuando la gente comienza a ponerse un poquito

alegre?

-Trato de quedarme con la que conserva algo de coherencia

-¿ Y cuando la pierden?

-Me voy

-Parece una actitud poco tolerante la tuya.

-No, no creas, no es eso... es que la gente borracha me parece

patética... me deprime... por eso me cuido...

-Una actitud apropiada –dijo Agustín, sacó un atado de cigarrillos

del bolsillo de la camisa y encendió uno.

-Pensé que sólo fumabas en pipa.

-Trato.

-Y también pensé que eras más generoso.

-¿ Por qué? Ah, disculpame. –Agustín le ofreció el atado.

-No, gracias, no fumo, sólo quería destacar uno de tus rasgos...

36
Agustín se quedó mirándola por unos segundos: jugando ese

juego sin normas y de resultado ambiguo que es intentar saber lo que

siente el otro por su expresión y mirada. Creyó notar que la disposición de

Beatriz había variado respecto a la que tenía en la tarde, pero tal vez la

conservaba y la cubría con una máscara acorde al tiempo y a las

circunstancias. –Touché –aceptó-pero acordate que la esgrima se practica

con dos espadas...

-Siempre lo tengo en cuenta, no te preocupes, ¿ vamos a bailar?

Caminaron con los vasos en la mano tratando de preservar el

contenido entre las personas que marchaban en dirección contraria o que

se agitaban hacia alguno de los puntos cardinales tratando de llevar el

ritmo de un techno de escasas complicaciones armónicas. Agustín pasó

adelante y abrió el camino entre la multitud hasta acceder a una de las

pistas inferiores, mucho menos poblada de lo que había previsto.

Beatriz comenzó a moverse con la gracia natural de los que

disfrutan de la danza, Agustín ejerció su rutina habitual que a duras penas

lo salvaba del ridículo y se preguntó si la naturalidad de Beatriz no había

sido potenciada por el gin tonic. Inmediatamente se dio cuenta de la

atención que había despertado Beatriz en algunos muchachos de los

alrededores: sería certero afirmar que experimentó una sensación que no

es ajena a ningún hombre interesado en una mujer, celos. Sonrió, Beatriz

notó su sonrisa y se acercó para gritarle- ¿ De qué te reís?

-No, nada, una estupidez.

-Si vos lo decís...

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Agustín vio que el grupo de admiradores crecía: algunos hablaban

gesticulando y dos o tres señalaron hacia donde estaba Beatriz.

Afortunadamente, para Agustín, claro, ninguno se acercó para decirle

cosa alguna. Mientras disfrutaba de su provisorio alivio ella lo hizo más

firme, dijo-Estoy un poco cansada, ¿ por qué no nos sentamos un rato?

Caminaron hasta un sillón ubicado a uno de las lados de la pista y

se sentaron, Agustín tomo un sorbo de gin tonic en el que aún persistía un

trozo de hielo y demoró el sabor amargo de la bebida en su lengua.

-Te agradezco que me invitaras... creo que necesitaba distraerme

más de lo que creía.

-No tenés nada que agradecerme, yo también la estoy pasando

muy bien, uy, no...

-¿ Qué pasa?

-Nada. –respondió Agustín tratando de encogerse en el sillón.

-Dale, ¿ qué pasa? –volvió a preguntar Beatriz intrigada y

divertida.

Roque caminó decidido hacia donde estaba Agustín no bien lo

reconoció, iba acompañado de un hombre alto y obeso con la cabeza

rapada vestido con una especie de quimono negro. A Roque no se le

ocurrió en ningún momento que su aparición pudiera ser inoportuna, y,

obviamente, ni se enteró del vano intento de ocultamiento de Agustín.

-Hola, Agustín.

-Roque, ¿ cómo estás?

Roque saludó educadamente y presentó al hombre que lo

38
acompañaba como Hugo, un músico excepcional que estaba al tanto de su

proyecto; lo que obligó a Agustín a realizar el mismo ritual respecto a

Beatriz.

-Los invito a tomar una copa. –anunció decidido y generoso

Roque.

-No quisiera que...

Sin ser demasiado consciente de sus acciones, (o intentando no

serlo), Agustín se encontró sentado a la barra junto a Beatriz, Roque a la

izquierda y Hugo un poco más allá. Cada uno tenía frente a sí un vaso

recién servido por el solícito y excesivamente simpático barman; Agustín

se dijo que no debía permitir que su irritación obnubilara su capacidad de

pensamiento.

Beatriz elevó el vaso con su mano derecha y lo llevó a sus labios,

y Agustín notó que el pulso aún era firme, tendría que esperar el efecto

que produciría el segundo gin tonic.

-Así que Benito tenía una nieta hermosa y la mantenía oculta. –

comentó Roque.

-Gracias.

Agustín dijo- Benito era un prestidigitador hábil.

-¿ Vos también conocías a mi abuelo?

-Un poco, conversábamos de Historia o me asesoraba para

conseguir alguna bibliografía difícil, era un tipo muy culto, era agradable

hablar con él.

-Sí y tenía un gran sentido del humor.

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-Hugo, ¿ vos que tipo de música hacés? –preguntó Agustín

intentando variar el tema de la conversación.

-Es un género un poco difícil de definir.

-Hugo es un genio. –opinó Roque con entusiasmo.

Hugo sonrió, Beatriz, sorprendida, preguntó- ¿ Vos sos Hugo

Klapenbaj?

-Sí. –respondió Hugo modestamente pedante con la satisfacción

evidente de haber sido reconocido.

¿ Quién carajo es este tipo?, se preguntó Agustín al tiempo que

aumentaba su irritación.

-Mi música es el folklore de otros mundos... –dijo Beatriz.

Hugo sonrió feliz y dijo- Así que leíste el reportaje...

Roque miró a Agustín como diciendo “¿ves los amigos que

tengo?”, o al menos eso le pareció a Agustín, que dudó entre putearlo o

sonreírle, optó por la sonrisa.

-Sí, pero no entendí completamente la idea. –aclaró Beatriz.

-Bueno, no es nada original ni complicada. –anunció Hugo.

Seguro, pensó Agustín.

-A mi me pareció interesante. –apuntó Roque- ¿ Y a vos qué te

pareció, Agustín?

-Nada, no leí el reportaje.

Hugo comenzó su explicación- La idea es romper un poquito con

las tradiciones e intentar hacer una música un poco más libre, pero sin

intentar tampoco construir una vanguardia, nada de música atonal o

40
aleatoria... sino una forma de disponer la sensibilidad, de ampliarla para

componer y ejecutar música, es en ese sentido que digo que mi música es

el folklore de mundos que ya fueron, que aún no han sido o tienen todavía

la posibilidad de ser... es una idea un poco delirante pero que tiene que

ver con la búsqueda de una finalidad trascendente... creo que, en algún

sentido, mi música sirve para conectarme con otro ámbito que no es real,

al menos en la forma que lo entendemos cotidianamente...

-Algo así como una religiosidad musical. –comentó Agustín, y

Hugo se volvió hacia él mirándolo gratamente sorprendido, como si

hubiera escuchado las palabras exactas de un sujeto inesperado.

-Sí, claro, una religiosidad musical, el arte como una de las

formas de superar los límites que nos impone nuestra condición, una

forma de conexión con lo más elevado...

-Qué manera de decir estupideces. –se escuchó con claridad desde

la derecha y todos dirigieron la mirada hacia el severo opinante: un

hombre delgado, de pelo corto, de barba apenas insinuada que fumaba un

cigarrillo con la vista fija en el vaso de whisky que tenía frente a sí sobre

la barra. Permaneció en silencio, aparentemente ajeno al interés o a la

animosidad que habían despertado sus palabras.

Hugo prosiguió- Como decía... creo que la música puede ser una

de las formas de conexión con la trascendencia...

-Seguimos con las estupideces... –comentó el hombre del vaso de

whisky.

Esta vez Hugo no pudo continuar con su indiferencia- Ya pasaste

41
todo límite

-No te calentés , Hugo, debe estar en pedo. –pidió Roque.

Hugo se puso de pie y se acercó al hombre- ¿ Cuál es tu

problema?

-Mi problema son las palabras vacías... la ilusión de

trascendencia... el engaño que se repite a través del tiempo con mitologías

cada vez más endebles... que no son más que construcciones mentales

para no enfrentar lo real tal cual es..

Beatriz y Agustín se miraron sorprendidos; Hugo replicó-

Enfrentar lo real tal cual es es una frase completamente vacía, vos

tampoco estás libre de decir estupideces.

-Nadie lo está, claro que no. –admitió tranquilamente el bebedor-

Pero debemos comprender que sólo tenemos las palabras para balbucear,

que estamos condicionados por la cárcel del lenguaje que no nos acerca a

lo real. Sólo lo nomina en la única forma que podemos comprenderlo;

comprender esto y callar, o hablar sólo lo indispensable, es la única forma

de mantener una actitud más o menos digna.

Hugo se quedó mirándolo pensativo por unos segundos, luego

admitió- Por ahí tenés razón, pero no me gusta la forma en que lo decís. –

Su puño izquierdo se dirigió velozmente hacia la mejilla del bebedor de

whisky, que echó su cabeza hacia atrás para evitar el golpe; el puño lo

alcanzó pero no tuvo la fuerza suficiente para derribarlo del taburete o

para evitar que respondiera con un golpe al estómago de Hugo.

Agustín experimentó una alegría malsana cuando vio que aquella

42
riña inicial se convertía en una gresca masiva que incluía a Roque, al

excesivamente simpático barman, a encargados de seguridad, a chicos

que buscaban una diversión más explícita que la sugerida por la danza y

el alcohol, y a chicas que defendían a sus queridos o meramente

pendencieras. Tomó a Beatriz de la mano y aprovechó su estatura para

atravesar la excitada muchedumbre hacia la salida; cuando estuvieron a

salvo en la oscuridad de la noche, comenzó a reír a carcajadas, Beatriz lo

miró sorprendida pero inmediatamente se unió a su alegría.

Cuando pudieron reponerse se alejaron de la disco caminando

rápidamente hacia el auto, a lo lejos se escuchaba el aullido de sirenas

policiales que se acercaban. Beatriz abrió el auto, subieron y Agustín

preguntó- ¿ Estás en condiciones de manejar?

-Creo que hace rato que no estaba en tan buenas condiciones

como hoy...

-Yo tampoco, pero no vaya a ser que te agarre un ataque de risa

mientras manejás...

-Pará, en serio... ¿ qué pasó allá adentro?

-La verdad que todavía intento entenderlo... –explicó Agustín y

empezó a reír a carcajadas.

-No, pará, no seas bobo, que no voy a poder manejar, en serio.

-Es que... es que fue muy gracioso... te digo que el flaco de la

barra sabía lo que estaba haciendo... no pudo ser más provocador... un

hijo de puta maravilloso...

-¿ Vos pensás que el tipo tenía la suficiente consciencia?

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-Claro, ¿ no viste como esquivó la trompada de Hugo?

-Y lo que dijo...

-... lo que dijo fue interesante, por un momento pensé que se venía

una discusión digna de ser escuchada, no pensé que iba a terminar de esa

forma...

-Si es que terminó.

-Me imagino que ya debe haber terminado, salvo que la policía se

haya unido a la fiesta

-No creo

Entonces se produjo un silencio enmarcado por el zumbido del

motor, Beatriz manejaba hacia el centro de la ciudad, Agustín estaba

tentado de invitarla a su casa pero a la vez sentía un miedo indefinible,

por otra parte se le hacía insoportable la perspectiva de separarse de ella.

-Beatriz, ¿ vamos a tomar un café?

-¿ Dónde?

-¿ Te parece donde me encontraste?

-Vamos.

Toda una tradición machista que pesaba sobre Agustín lo sumía

en una ola de pensamientos tales como: esta mina está entregada, ¿ por

qué no lo invitás a tu casa, boludo?, ¿ qué es esa mariconada de invitarla a

tomar un café?, que eran repelidos por un temor profundo respecto a las

consecuencias que podía acarrearle a Beatriz establecer una relación más

estrecha con él. El poder del enemigo lo agobió con una potencia que

hacía mucho tiempo, afortunada o desafortunadamente, (la continuidad en

44
la lucha podría haberlo ayudado a estar más dispuesto), no

experimentaba.

-¿ Qué te pasa?

-Nada.

-En algo estabas pensando.

-Pavadas.

Beatriz estacionó el auto frente al bar y bajaron. Agustín se

sorprendió de la cantidad de gente que había en el lugar, error inadmisible

para alguien que intentaba crear la jerarquía adecuada de los lugares en

Ubicuhén. Entraron y encontraron una mesa libre junto a una ventana;

Berni, el mozo saludó con una sonrisa a Agustín.

La mirada de Beatriz atenta a él: imágenes de un sueño

adolescente en el que un tren subterráneo era secuestrado por enanos, con

un pasaje aterrorizado que, finalmente, desembarcaba en el paraíso.

-Algo te pasa.

-Me quedé enganchado con la discusión de Hugo.

-¿ En serio? –preguntó Beatriz escéptica

-Sí, ahora me doy cuenta que es como si hubiera escuchado los

dos aspectos de una cuestión que no termino de resolver...

Entonces acudió Berni- Hola, August, ¿cómo va?

-Bien, todo bien,¿ y vos?

-Bien, tenemos una noche tranquila, ¿ qué van a tomar?

-Yo quiero un cortado doble. –dijo Beatriz.

-A mí traeme lo de siempre, Berni.

45
-Listo.

-Parece macanudo. –comentó Beatriz.

-Es un buen tipo.

-Parece que te conoce bastante.

-No más que a un cliente habitual...

-Sos un tipo reservado.

-Sí, no me parece muy divertido hablar de uno mismo.

-Parece que tenemos cosas que ocultar...

-No creas que muchas, no soy una persona tan interesante.

-¿ Y ahora que pasa, un ataque de humildad?

-No, en serio.

-Te entiendo, a mí también me gusta más escuchar, y a propósito,

¿qué pasó?

-¿ Qué pasó con qué?

-Cuando salimos de la disco parecías muy divertido, y ahora, no

sé, estás como ido...

Entonces llegó Berni y dejó lo pedido: un cortado doble para

Beatriz y un cortado doble y un cognac para Agustín.

-¿ Y vos, qué pensás de la discusión?

-No tengo una religión definida pero tampoco puedo decirte que

sea una atea militante... sospecho que debe haber alguna trascendencia. –

respondió Beatriz.

-Yo sospecho según el día.

Beatriz dijo- Yo pensé que vos estabas más cerca de la posición

46
de Hugo, porque supongo que estás al tanto de la investigación de Roque.

-No entiendo, ¿ qué tiene que ver eso con Roque?

-¿ No sabés que intenta hacer una investigación histórica tomando

datos de sesiones espiritistas?

-Sí, pero pensé que era un asunto reservado, ¿ vos cómo te

enteraste?

-No te olvidés que estudio Arqueología, y el ambiente está lleno

de chismosos.

-Pensé que Roque era un tipo más inteligente, me parece que si

sigue actuando así va a ser el payaso de la Universidad...

-Bueno, no parece tener una formación científica muy ortodoxa

que digamos...

-No, no es eso, es que se le ocurren cosas poco usuales...

-Y vos no lo desalentás...

-Me parece que no tengo que meterme. Roque es solamente un

conocido al que aprecio, nada más, además exceptuando la cuestión del

espiritismo es bastante aburrido...

-Sos duro, me asustas pensar que podés llegar a pensar de mí...

-Todavía no tengo una opinión formada, pero te aseguro que

bailás muy bien.

-Gracias.

Un hombre sentado en la barra le pidió el diario a Berni, y cuando

este se lo alcanzó, Agustín pudo leer uno de los titulares: La guerra no

termina. ¿ De nuevo un recordatorio o apenas una casualidad? Mejor no

47
pensar en eso, mejor no pensar en eso, mejor no pensar en eso.

-Hay una pregunta que quiero hacerte hace un rato y no me

animo.

-Animate.

-¿ Estudiaste alguna carrera universitaria?

-Me desilusionaste, pensé que iba a ser una pregunta más

comprometedora...

-Dale, ¿ sí o no?

-Sí, pero nunca la concluí.

-¿ Qué estudiabas?

-Música, la Licenciatura en Composición y Armonía.

-¿ Y por qué dejaste?

-No sé, supongo que perdí la fe, aunque tal vez me di cuenta de

que no tenía la disciplina necesaria... no sé. –Agustín sabe que describió

un sentimiento o el recuerdo de un sentimiento que alguna vez fue real

pero que no explica cabalmente el abandono.

Capítulo 5

La noche multiplicaba sus sombras, la imprecisión de sus sentidos

48
le impedía comprobar efectivamente el grado de inestabilidad que

experimentaba. El mareo parecía ser la estación de sus noches: el

horizonte en el que buscaba aniquilar la angustia que lo consumía. Esa

noche, una entre tantas, algo había cambiado mientras bebía la cuarta

ginebra en uno de los bodegones más alegres de la zona portuaria, entre el

humo de los cigarrillos, las risas de mujeres y hombres y la música

estridente que se considera apropiada para convocar a la alegría. Le costó

trabajo ponerse de pie, y ante la mirada interrogante de alguno de sus

compañeros de viaje, a quien no pudo identificar, argumentó que

necesitaba ir al baño; caminó tambaleándose entre las puteadas surgidas

de los parroquianos a los que usó como punto de apoyo para mantener su

equilibrio, pero no caminó hacia el baño si no hacia la puerta. No era la

primera vez que se iba sin pagar, de modo que ni siquiera ese escrúpulo lo

hizo revisar su decisión. La noche era fría y había una resplandeciente

luna llena que rielaba sobre el mar, un par de cuadras más abajo la calle

se diluía en la oscuridad del muelle, apenas desmentida por las luces de

guardia de los barcos amarrados. Inspiró profundamente y el aire frío

quemó sus pulmones, y por un momento sintió que el mundo se

desvanecía vertiginosamente, fueron sólo unos segundos pero al cabo

tuvo conciencia de que estaba pensando. O al menos de que una idea que

recién entonces comenzaba a distinguir, había pasado por su cabeza, algo

así como “ las cosas tienen que cambiar”. Cerró la campera, levantó el

cuello, buscó en los bolsillos del pantalón y encontró algunos billetes.

Caminó hasta la parada de taxis y se acercó al primero de la fila:

49
el chofer dormía apoyado contra la ventanilla, Agustín golpeó sus

nudillos contra el vidrio. El hombre, delgado, con el pelo escaso y una

incipiente barba grisácea, abrió los ojos; luego levantó su mano derecha

y cuando fue visible para Agustín la agitó en un gesto negativo. Agustín

le mostró los billetes, y el chofer hizo un gesto de resignación, se

enderezó en su asiento, y quitó la traba a la puerta trasera derecha.

-Buenas noches

-Buenas noches, ¿ a dónde?

-A la estación de trenes.

-¿ Todo bien?

-Perfectamente.

-Le pregunto porque más de una vez algún pasajero de por acá me

termina vomitando la alfombra

-No se preocupe, conmigo sus alfombras están a salvo, y presté

atención, más de una vez fui conducido por un chofer de reflejos no muy

atentos...

-No es mi caso

-Me alegro.

Ese diálogo canceló definitivamente las posibilidades de

comunicación verbal entre ambos hombres, que sólo se restableció

fugazmente cuando Agustín preguntó por el importe del viaje.

Atravesó la plaza desierta y entró a la estación, sobre una de las

paredes de la boletería se exhibía el horario de servicios; había sido

afortunado el próximo tren hacia el norte pasaba en pocos minutos. Tengo

50
suerte fue la forma de admitirse agraciado, claro que inmediatamente se

preguntó por qué se consideraba afortunado ya que no tenía la más

mínima idea de lo que iba a hacer luego de abordar el tren. Bueno,

tampoco había tenido en claro por qué bebía y se había pasado una larga

temporada haciéndolo. La pulsión ahora era tomar el tren hacia el norte y

eso era suficiente, por lo menos tenía el atractivo de la novedad.

Subió a un vagón roñoso, apenas iluminado, habitado por algunos

viajeros nocturnos de aspecto cansino. Se sentó junto a una ventana, y a

través del vidrio mugriento vio como el paisaje comenzaba a desplazarse

hacia atrás, lentamente al principio con más velocidad a medida que el

tiempo avanzaba. Luces alargándose, ventanas abiertas a la noche, el

ritmo de la marcha comenzó a adormecerlo. Cuando despertó, el tren se

había detenido, y sintió una extrañeza que no pudo explicar por unos

segundos, luego la explicación apareció con contundencia: el silencio era

absoluto, imposible. Un tren detenido en una estación del suburbio de la

ciudad no podía ser tan silencioso, algo debía escucharse; el motor diesel

de la locomotora, las voces de los pasajeros, al menos un ronquido. Se

puso de pie y recorrió el vagón, desierto, paso al otro y lo mismo, así

hasta llegar a la máquina; bajó al andén en ruinas, el resplandor lunar

evitó que tropezara con los escombros, fijó su vista en la ventanilla de la

máquina. La visión lo sumió en un estado que era una mezcla de

desconcierto y pánico; cuando recuperó su algo alicaída lucidez, el tren

había reemprendido ya su marcha, de todos modos ya no podía subir de

nuevo después de lo que había visto. Abruptamente su infancia volvió con

51
el recuerdo de viejas películas en blanco y negro actuadas por Lon

Chaney, se negaba a creerlo pero era lo que había visto: un licántropo

conducía la máquina de aquel convoy.

Se quedó inmóvil en el andén viendo cómo se alejaba y

preguntándose a dónde se dirigía, luego caminó entre los escombros

pensando cómo haría para salir de la derruida estación. Estaba elevada

unos veinte metros sobre el nivel de las calles circundantes y unos cien

metros al norte estaba el puente que llevaba las vías por encima del

riacho. La luz de la luna era suficiente como para caminar sin tropezarse

pero escasa para darle el valor que necesitaba para descender por una

escalera que suponía en ruinas, sacó el encendedor del bolsillo de la

campera, graduó la válvula de gas al máximo y lo prendió, lo protegió

con su mano izquierda y avanzó hacia el hueco. Avistó el frigorífico

abandonado que con su masa oscura y silenciosa presidía el lugar con

ominosa potencia, hacia la izquierda la luna se reflejaba sobre las pútridas

aguas del riacho. La patria de la desolación, pensó con una tonalidad

poética a la que probablemente no era ajena la ingesta de alcohol. Tomó

valor y comenzó a bajar, la acción fue mucho más sencilla de lo que

había sospechado y sólo tropezó un par de veces antes de llegar a la base;

apagó el encendedor y suspiró aliviado. Ahora tenía que caminar unas

cuadras para rodear el frigorífico y llegar a la avenida, allí podía tomar un

taxi y regresar a su casa. Fin de la aventura, regreso a la normalidad. ¿

Què normalidad? Caminó hacia la izquierda, hacia el riacho. A lo lejos se

oía el motor de los autos que pasaban por la avenida, en el ámbito

52
próximo a él únicamente el sonido leve de sus pisadas sobre el pavimento

húmedo y agrietado; marchaba por la calle que corría entre el alambre

tejido que circundaba el frigorífico y el terraplén del ferrocarril, y

terminaba en unas escaleras que descendían hacia un muelle de concreto.

Entonces vio al Aguila II agonizando con su espalda sobre el lecho

barroso, perdiendo día a día las formas que lo habían justificado a manos

de la implacable corrosión. Agustín se sentó en la cima de la escalera y

contempló el nocturno paisaje, el olor era bastante más soportable de lo

previsto, tal vez por el viento que soplaba fuerte desde el sur. Encendió

un cigarrillo y le dio una pitada, entonces escuchó la voz.

-Vivimos entre las ruinas...

Agustín se volvió lentamente hacia el emisor de las palabras, era

un viejo alto y delgado impecablemente vestido con un traje negro.

-Buenas noches

-Buenas noches... como decía, vivimos entre las ruinas.

-Yo soy una ruina.

-¿ Puedo sentarme?

-Sí, cómo no, es un lugar público.

-Gracias

El viejo se sentó en el escalón junto a Agustín.

-¿ Cómo era eso de las ruinas?

-Dije que vivimos entre las ruinas.

-Yo creo que somos las ruinas, las ruinas de un lujo que nunca

llegó a ser...

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-Por ahí es el lugar el que lo lleva a pensar de esa forma...

-Este lugar tiene el encanto de lo agotado, de lo definitivamente

sin futuro, y es sincero, nada aquí intenta enmascarar su decadencia, el

casco podrido de ese barco que debe haber muchas veces la travesía del

Atlántico se muestra orgulloso de lo que fue sin pretensión de

supervivencia alguna. Todo, el frigorífico, el muelle... es un lugar que ha

tocado fondo, que sólo aspira a desaparecer, a extinguirse en silencio.

-Es un buen lugar para empezar a ver... –comentó el viejo- Para

evitar la confusión, para escaparse de la opresión de lo evidente...

-Lo evidente que no consigue agotar lo real.

-Que apenas si muestra alguno de sus rostros. –continuó el viejo.

Agustín encendió otro cigarrillo y pensó que la conversación tenía

la misma levedad que el humo grisáceo que se elevaba en la noche. Tardó

bastante en comprender su opacidad y peso.

Capítulo 6

Agustín lamentó su excesiva prudencia no bien despertó solo

54
en su casa, lo avergonzaba la forma en que se había despedido de Beatriz

sin hacer el menor intento por convencerla para que pasaran la noche

juntos. Lo que más le molestaba era no saber si había sido prudencia o

meramente cobardía, esperaba tener alguna oportunidad para esclarecerlo.

Se incorporó lentamente, se puso de pie, tomo ropa limpia, una toalla y

fue al baño. El agua de la ducha lo distendió pero no consiguió aclarar sus

ideas, pasó toda la mañana sin decidir qué hacer, Beatriz lo llamó a la

diez diciéndole que ese día no podría concurrir, y no le fue difícil inferir

que estaba molesta.

Por la tarde se entretuvo con unos clientes que, afortunadamente,

compraron sin decir boludeces ni hacer preguntas delirantes, a las siete

cerró el local y fue a la casa de Sara.

Sara lo recibió sin demasiado entusiasmo y Agustín comenzó a

arrepentirse de haber ido a verla, pero se dijo que tal vez era simplemente

su impresión; trató entonces de iniciar una conversación más o menos

interesante con ella, intento que fracasó ante sus lacónicas respuestas.

Finalmente Agustín arguyó una obligación urgente y anunció que se iba.

-No te vayas

-Es que es urgente.

-Dale.

-Mirá, no tuve un día fácil, vine a verte para ver como andabas e

invitarte a cenar...

-¿ Qué, tu amiguita no está disponible hoy?

Agustín la miró sorprendido durante unos segundos, luego caminó

55
hacia la puerta.

-No, Agustín, no te vayas, disculpame.

-No se qué te pasa, Sara, y no sé si quiero averiguarlo.

-Nada, perdoname, me desubiqué.

-Vos suponés que las cosas cambiaron...

-Vamos, Agustín, me vas a decir que no te pasa nada con tu

patroncita.

-Yo...

-No, está bien, no me digas nada...

Agustín admitió que era muy difícil decir algo que no la hiriera. La

miró en silencio durante unos segundos y salió del departamento, caminó

rápidamente tratando de agotar con el esfuerzo físico su confusión. La

actitud de Sara lo había sorprendido, la relación había permanecido en un

agradable status quo por más de tres años y nada le había hecho prever

que podía sufrir modificación alguna; qué ciego había estado, el

adormecimiento había sido una estación demasiado larga, la restricción

del horizonte lo había mecido como una hipnótica canción de cuna. Le

había faltado el temple que el viejo, años atrás en el muelle junto al

podrido riacho, había creído ver en él. Se sentía indefenso e inútil,

incapaz de orientar su acción; entró a un bar y retomó una práctica que

había creído descartar en un tiempo que se le antojaba remoto: la

discusión intensa con una botella de vodka. Tuvo que tomar un taxi para

poder regresar a su casa, consiguió abrir las cerraduras correspondientes

con un gran esfuerzo y se echó vestido sobre la cama.

56
Lo despertaron unos golpes en la puerta exterior y el chirrido

estridente del timbre, se levantó como pudo, puteando y preguntándose

quién podía tener tanta urgencia a una hora tan temprana, salió y allí

estaban. Uno vestía un correcto traje gris y otro lucía su uniforme azul de

botones dorados con innegable orgullo, ambos lo miraban con severidad.

El que vestía de civil preguntó- ¿ Es usted Agustín...?

-Sí, soy yo.

-Tendrá que acompañarnos.

-¿ Por qué motivo?

-No estoy autorizado a decírselo

-Entonces es sencillo, vuelvan por donde vinieron y si quieren que

los acompañe vuelvan con una orden judicial. –Agustín no supo si fue el

malhumor, el hartazgo, la resaca o un repentino brote de valor lo que lo

hizo responder de esa forma. Aquel intento de rebelión tuvo un resultado

nulo. porque en una maniobra habilísima el policía de uniforme le torció

el brazo derecho a su espalda, luego lo esposaron, lo condujeron hasta el

automóvil y lo acomodaron en el asiento trasero.

-¿ Puedo saber al menos dónde me llevan?

-A la comisaría primera.

El trayecto no duró más de diez minutos, aunque Agustín pensó que

lo podían haber hecho más rápido caminando; lo hicieron bajar y lo

escoltaron hasta el interior de un edificio de dos plantas; en un vestíbulo

sombrío el policía de civil lo presentó a un hombre de uniforme que

estaba sentado detrás de un escritorio de madera oscura, que anotó su

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nombre e indicó “ Calabozo cinco”.

-Bien, lo dejo bajo su responsabilidad.

-Perfecto, firme aquí y compruebe si la hora está bien.

Agustín se divertía con la evidente complacencia que

experimentaban los dos hombres al ejercitar esa práctica burocrática que

lo reducía al nivel de un objeto, de una encomienda que debía ser

resguardada. Dos agentes lo condujeron a través de un corredor pintado

de gris que olía a desinfectante, al menos no huele a mierda y orín, se

dijo. Todos los calabozos del sector estaban desocupados.

-Sus manos, por favor –le pidió educadamente uno de los

guardias, y le quitó las esposas, el otro, en tanto, abrió la puerta del

calabozo. Ambos actuaban con frialdad e indiferencia, sin animosidad

alguna; esa actitud tranquilizó a Agustín y lo ayudó a acomodarse a su

nueva situación. Se sentó en el camastro que estaba adosado a la pared,

sintió ganas de fumar pero no le habían dejado llevar ninguna de sus

pertenencias; se sintió más confundido que irritado. El delito del que se lo

acusaba debía ser grave, sólo eso justificaba la severidad con que había

sido tratado, decidió recostarse y reflexionar. El enemigo podía estar

detrás de aquella acción, pero no podía dejar de lado la frecuente torpeza

de las autoridades de Ubicuhén, la incapacidad manifiesta que mostraba

en todos los órdenes. Avanzar en especulaciones sin sustento no servía de

nada, sin darse cuenta cayó en un sueño profundo; lo despertó el sonido

de la llave en la cerradura; un guardia muy joven y que parecía

absolutamente compenetrado de su papel, anunció-Hora de interrogatorio

58
–y le hizo una seña con el caño de un revolver 38 para que saliera de la

celda, Agustín obedeció y el guardia le indicó de la misma forma que

caminara hacia la puerta que estaba al final del pasillo. Cuando llegaron

allí, el guardia oprimió un botón y se oyó el chirrido de una alarma lejana,

un zumbido eléctrico acompañó el desplazamiento de la puerta hacia la

derecha: en el interior, una mesa, un par de sillas a cada lado y una

potente lamparita que pendía del techo derramando en el recinto una

claridad afantasmada. En la silla de la derecha estaba sentado un hombre

delgado y cuarentón, de pelo gris cortado al rape que fumaba un

cigarrillo. El hombre dijo- Por favor, siéntese –y luego, dirigiéndose al

guardia- Puede retirarse.

-Señor, tengo orden estricta de permanecer aquí durante los

interrogatorios.

-Puede retirarse, Hernández. –la voz del hombre estaba cargada

con una amenaza implícita, el joven lo entendió inmediatamente y se fue.

-¿ Sabe por qué está aquí?

-No tengo la más remota idea.

-Bueno, no pensé que lo admitiría de buenas a primeras...

-Seguramente usted está mejor informado, no tengo apuro...

El tipo se echó hacia atrás en la silla, dirigió una mirada al

cielorraso , suspiró y volvió a fijarla en Agustín-Debo admitir que es

usted un tipo frío.

-No sé, creo que lo mío ahora sólo pasa por la ignorancia.

El hombre sacó un atado de cigarrillos del bolsillo del saco, y se

59
lo ofreció a Agustín, tomo uno y el oficial lo encendió– Gracias.

-De nada, estoy tratando de dejarlo... pero no tengo mucha fuerza

de voluntad que digamos.

Agustín fumó apaciblemente mientras sentía la mirada del hombre

sobre él, lasitud, abandono en el curso de lo contingente, ommmmm.

El hombre se presentó- Soy Ferreira, oficial investigador.

-Mucho gusto, usted ya sabe quién soy, no veo la necesidad de

presentarme.

-Es mi trabajo.

-Pocos pueden estar completamente satisfechos con sus

ocupaciones.

-¿ Y usted, está satisfecho?

-Siempre me gustaron los libros, así que no puedo quejarme.

-No creo que gane demasiado.

-No soy ambicioso.

-Tiene suerte de no estar casado.

-Tengo suerte.

-Y ahora, que estamos un poco más distendidos, ¿ puede decirme

que hizo usted ayer por la tarde?

-Trabajé en la librería hasta las siete y después fui hasta la casa de

una amiga, estuve con ella un rato, salí y estuve hasta tarde en un boliche

del centro.

-¿ Cuál es el nombre de su amiga?

-Sara...

60
-¿ Y a qué hora la dejó?

-A las ocho y cuarto más o menos.

-¿ Cómo estaba cuando la dejó?

-Bien.

-¿ Está seguro?

-Sí, absolutamente, ¿ Por qué me lo pregunta?

-¿ No lo sabe?

-No, no lo sé.

-Ayer ,a eso de las nueve y cuarto se escucharon gritos y golpes

en el departamento de su amiga, una comisión policial fue al lugar, llamó

sin que nadie contestara y entró en el departamento. Encontró muebles

rotos, manchas de sangre en el piso y las paredes pero ningún rastro de la

mujer, no fue difícil averiguar que usted había estado allí.

Agustín hizo un gran esfuerzo por mantenerse calmo y apoyó

ambas manos sobre la mesa para evitar que se notara el temblor que

comenzaba a experimentar. – Lo que me convierte en sospechoso de...

Asesinato, secuestro tal vez, ¿ dónde fue después de dejar el

departamento?

-Ya se lo dije, a un bar.

-Nombre.

-Fénix.

-¿ Hasta qué hora permaneció allí?

-Hasta las once y media más o menos.

-¿ Y después?

61
-Pedí un taxi y volví a casa.

-¿Tuvieron una discusión?

-No, para nada.

-¿ Y entonces por qué se fue a beber solo luego de verla?

-Nuestra conversación no fue muy divertida.

-¿ Qué relación tiene con ella?

-Ya le dije, somos amigos.

-¿ Y ella también lo entiende así?

-Claro.

-No parece muy seguro.

-Sería un gesto de soberbia suponer que uno está completamente

seguro sobre lo que siente otra persona.

-Claro, claro; ¿ sabe si últimamente estaba saliendo con alguien?

-Nunca me dio nombres, supongo que sí...

-¿ Así que no me puede dar ningún nombre?

-No, lo lamento.

-Yo también, porque va a permanecer demorado hasta que

sepamos más sobre el asunto.

Entonces el joven guardia pidió permiso para ingresar, el permiso

le fue otorgado y caminó hasta Ferreira con un papel en sus manos, luego

pidió permiso y se retiró. Agustín vio como el rostro del policía

empalidecía mientras leía la nota, para concluir la lectura golpeando su

puño contra la mesa.

-¿ Qué pasa?

62
-No sé, no lo entiendo –dijo Ferreira angustiado- Esto no tiene

sentido...

-¿ Pero qué es?

-En este informe me indican que hoy a la mañana una comisión de

peritos fue al departamento de Sara.

-¿ No es lo habitual?

-Claro, pero encontraron el departamento perfectamente limpio

sin rastros de violencia ni rotura alguna.

-Raro –comentó Agustín suponiendo que todo el episodio había

sido una brillante jugada del enemigo para demostrar su poder. - ¿ Y

Sara?

-Eso es también extraño, volvió a su departamento sana y salva

mientras la comisión estaba en el departamento, dijo que había pasado la

noche con un amigo, y la información fue corroborada... así que, está en

libertad... no tengo motivos para demorarlo, ... pero no crea que va a zafar

tan fácilmente de esto...

-Lo sé. -admitió Agustín con amargura.

63
Capítulo 7

Sueño sobre sueño, esquema multiforme de los actos y el

recuerdo... las seis y media, ya debería haber sonado el despertador, debe

haber soñado y no quise escucharlo. Sábanas escurriéndose alisando el

camisón, calidez de las pantuflas y del saco de lana que se echa sobre la

64
espalda, breve recorrido, alivio cuando consigue llegar al baño y orinar.

Ojeras marcadas, párpados hinchados, presencia de la noche que persiste.

El agua fría la sobresalta y estimula, se recoge el cabello ondeado en la

nuca con una banda elástica pero no se peina. Odia ese rostro temprano,

ese rostro que se niega a asumir como propio, ese rostro que le es extraño,

premonitorio, como si le mostrara el que llegará a ser con el futuro

avanzando impiadoso. Huye del espejo y camina hacia la cocina, mientras

camina Agustín, ¿ qué estará haciendo? Hay algo raro en él, parece

siempre en guardia, como si le fuera imposible dejarse llevar por lo que

siente, anclado en un lugar que sólo él conoce. La pava silbó con

urgencia, vertió el agua hirviendo en la taza y vio como las emanaciones

del saquito teñían el agua de un rojo violáceo. Se sentó a la mesa y bebió

muy lentamente un sorbo de la amarga infusión. Tantas cosas por hacer y

tan pocas ganas, basta de boludeces, tengo que llamarlo y avisarle que

hoy no puedo ir, va a pensar que soy una pendeja caprichosa pero no me

importa, no quiero verlo hoy... o sí, no sé. Se paró y abrió la ventana de la

cocina, el día comenzaba y en el tejado del chalet de enfrente la escarcha

brillaba a los primeros rayos del sol. Una clara mañana de invierno, una

claridad que siempre se me escapa... ojalá Benito estuviera aquí... deseo

inútil, la muerte no acepta apelaciones... él fue el único que confió en mí,

el único. Se quedó un momento parada frente a la ventana, sumida en una

ensoñación sin palabras, recorrida por corrientes subterráneas que era

incapaz de manejar. Cuando volvió a ser consciente de su cuerpo decidió

ducharse, un largo baño caliente que la liberara de toda pesadez.

65
La conversación con Agustín la liberó parcialmente de la culpa

por dejarlo solo en la librería, luego encendió la computadora y comenzó

a trabajar en el informe que tenía que entregar por la tarde: y era

realmente difícil elaborar un texto más o menos coherente sobre aquellos

ambiguos y disímiles restos del pasado; claro que para amalgamarlos

contaba con un arsenal de teorías e hipótesis producto de su formación

académica.

Al mediodía dejó de escribir, fue hasta la cocina y se preparó una

sopa instantánea que acompañó con una tostada, luego bebió un vaso de

agua mineral; estaba siguiendo una dieta estricta y pensaba que esta vez

iba a tener la fuerza de voluntad necesaria para mantenerla, el hambre

que experimentaba a media tarde no había conseguido hacerla claudicar.

Salió de la casa y condujo hasta el edificio de la facultad: un

imponente monumento que databa de los primeros años de Ubicuhén,

cuando el esfuerzo por demostrar poder y respetabilidad habían sido más

que evidentes, estaba construido en un neoclásico abundante en

columnas, dinteles, frontis y escalinatas, pero, de todos modos, Beatriz, a

duras penas podía alejar la idea de la técnica de decoración de tortas

cuando lo admiraba. Tenía algunos agregados modernos con vistosos

ladrillos a la vista pero incapaces de competir con la majestuosidad de la

construcción antigua.

Subió las escaleras exteriores, atravesó el portal y en unos minutos

estuvo frente a la puerta vidriada: Departamento de Arqueología. Entró y

se encontró en un recinto rectangular iluminado poderosamente por la luz

66
solar que ingresaba a través de una ventana en la pared opuesta. Sentado a

un escritorio de madera laqueada, frente al monitor de una computadora,

un hombre joven, alto y delgado, que parecía desparramado sobre la silla

ergonométrica. Apartó la vista del monitor cuando la oyó entrar, y la miró

a través de los gruesos cristales de sus anteojos, sonrió con ironìa y dijo-

Hola, hola, parece que estuviste trabajando duro.

-Acostumbro cumplir con lo que digo, ¿ y vos cómo andás?, ¿ por

casualidad trabajando?

-Es que soy un perfeccionista, siempre encuentro algún detalle que

pulir.

-Cada uno tiene su forma de trabajar, ¿ vino la directora ya?

-No, todavía no apareció, ¿ la vas a esperar?

-No puedo, así que te voy a dejar el informe...

-Dejámelo, que no bien llegue se lo entrego.

-Bueno, te veo, chau.

Beatriz dejó el informe sobre el escritorio y se fue; sabía que aquel

triste individuo comenzaría a leerlo cuando ella se alejara para informarse

de sus resultados y ver si podía aprovecharlos. Durante años había

competido con ella y sufrido por no conseguir aventajarla en sus

calificaciones; debía ser duro para èl competir con una mujer y saber que

perdía.

Dejó el edificio de la facultad y se subió al auto, bien, ahora venía

lo más difícil, esa reunión de la que preveía el planteo pero no el

desenlace, ese conflicto que no terminaba de resolverse, y que tal vez

67
nunca se resolviera. Mientras manejaba resuelta por las calles de la ciudad

hacia el restaurant comenzó a experimentar una pesadez cada vez más

intensa: la brillante estudiante y competente investigadora se convertía

inexorablemente en una contendiente pusilánime ante la perspectiva de

discutir con el padre.

Estacionó el auto frente al local y entró caminando con lentitud,

sintiendo en la planta de los pies, en las pantorrillas y muslos cada paso

que daba, como si la gravedad terrestre hubiera aumentado. Me desplazo

en cámara lenta, puedo ver los detalles: el rostro con los anteojos

bifocales en la punta de la nariz, posición indicada para lo que él

considera su expresión de serenidad, los cabellos ondeados y canosos

impecablemente peinados hacia atrás, el traje gris y la austera corbata

anudada a la perfección, la mano derecha cerrada sobre el pie de una copa

de agua, el diario desplegado en la sección de deportes sobre la mesa.

Simula que no me ve pero yo sé que él sabe que me estoy acercando,

pero no levantará la vista hasta que yo salude.

-Hola, papá.

-Hola, ya estás aquí, veo que mejoraste tu puntualidad.

Me siento frente a él, y apoyo los antebrazos sobre la mesa, sé que

detrás de su aparente elogio hay una crítica, demasiados años me avalan.

-¿ Cómo estás?

-Bien, acabo de entregar un informe en el departamento.

-¿ Y cómo va eso?

-Bien, ya te dije, estoy segura de que me van a renovar la beca...

68
-O sea que seguís pensando en hacer una carrera ahí.

-Sí, papá y pensé que el asunto ya había quedado suficientemente

claro...

-Está bien, está bien, vos sabés lo que hacés, ¿ comemos?

-Yo ya almorcé, gracias. Y no quiero parecer ansiosa pero, ¿ para

qué me citaste aquí?

-Es sobre la librería.

-Me lo imaginaba.

-Tenés que entender que no es rentable mantenerla en

funcionamiento, podrías obtener mucho más dinero vendiéndola...

-Papá, a veces creo que no escuchás cuando hablo, ya te dije que

Benito no instaló la librería con un objetivo comercial, y además no

necesitás que yo te lo diga, vos bien lo sabés...

-¿ Y para vos qué es, por qué te interesa tanto?

-Si Benito pensó que la existencia de la librería era necesaria, no

tengo por qué contradecirlo, él sabía que yo compartía su pensamiento y

por eso me designó heredera mayoritaria.

-Vos solamente buscás rebelarte contra mí y Benito te dio un

instrumento para hacerlo.

-Te recuerdo que Benito era tu padre.

-No necesitás recordármelo...

-Pensé que era necesario, tenés una marcada tendencia al olvido...

-¿ Así que no vas a cambiar de opinión respecto a la librería?

-No, papá y es inútil que continuemos esta conversación, chau,

69
decile a mamá que la voy a llamar.

Odio sentir este odio... odio sentir este odio y estas putas lágrimas.

Esta es mi nena, ¿preciosa, no? Su maldito orgullo paterno, su amor

condicionado a mi obediencia... la única nena, y es tan linda y tan

inteligente, claro que últimamente se ha puesto un poco rebelde,

exactamente desde el momento en que se dio cuenta de que era una

persona y no la muñequita de papá.

Camina alejándose rápidamente de la mesa donde queda aquel

hombre que no termina de entender lo que pasa, ignorante de los hechos

que fundaron la escena precedente, un hombre que desde su ambición,

prejuicios, confusión e ira, cree amar a su hija; coágulos de alegrías

pasadas no hacen más que potenciar su desconcierto. Pasan unos minutos

y consigue aclarar su mente y prever que todo el episodio será superado

cuando su hija adquiera el orden de prioridades propio de la madurez;

sonríe para sí, eleva su mano derecha en un gesto de llamada a la

camarera, y se regocija pensando en los placeres que le brindará su tardío

y anhelado almuerzo.

Beatriz consigue llegar al auto y entrar antes de liberarse y llorar

abiertamente con las manos aferradas al volante, pasados unos minutos

consigue calmarse. Conduce hasta la librería y le sorprende encontrarla

cerrada, un día magnífico piensa y sonríe con amargura.

70
Capítulo 8

Agustín se levantó y puso otro leño en el hogar, el fuego comenzó a

recuperar fuerza con entusiasmo, se sentó de nuevo en el sillón y trató de

ordenar sus ideas. Sabía que tenía que hablar con Beatriz pero no se

atrevía a llamarla, la desaparición de Sara y su supuesto asesinato habían

hecho evidente la presencia del enemigo y su poder para manipular las

71
instituciones. Era necesario alejarse de Beatriz para no exponerla, ella

merecía una explicación sincera que no podía darle, y no se le ocurría

ninguna excusa plausible. Los ojos, sus ojos viniendo de ningún lugar o

de todos, inundando el mundo con su presencia, fundándolo; urgentes,

demandantes. La evocación destacaba su ausencia, la revelaba como una

verdad clara y distinta, la modelaba con sutil potencia.

Agustín tropezó con una baldosa fuera de nivel, y por un par de

segundos estuvo a punto de desplomarse, adelantó rápidamente su pierna

derecha y recuperó el equilibrio; lo sorprendió encontrarse en la calle sin

ser consciente de haber salido. Sonrió divertido y siguió caminando, subió

por la escalera lateral del puente y se acodó sobre la baranda mirando

hacia la estación; no necesita sus ojos para ver lo anhelado: los ojos, las

cejas oscuras y bien delineadas, el cabello castaño oscuro ondeado, la

nariz fina y levemente respingada, los pómulos altos, los labios

carnosos... Beatriz: ¿ sabrá ella guiarme por los Laberintos del Infierno?

Sonrió irónico burlándose de sí mismo, encendió la pipa y dejó el tiempo

escurrirse viendo cómo llegaban y partían los trenes.

La conversación se desarrolla en registros variados, las palabras

fluyen cargadas de sentidos que pierden ambigüedad a medida que el

diálogo se desarrolla. Beatriz ha creído notar cierta tristeza en los ojos de

Agustín no bien lo vio entrar; la charla aún no ha conseguido explicar la

tristeza.

Un sabor lejano: el frío de una temprana mañana de invierno en

un patio de cemento gris bajo un cielo azul que empieza a aclararse,

72
apenas una mirada basta para apaciguar la ansiedad que irradiaba su

ausencia. Intensidad del momento que lo impregna de memoria, añoranza

futura graciosamente urdida, el eterno retorno se frustra en círculos

imperfectos o en presencias antiguas que memoran antiguas. Beatriz

perdida en tormentas parcialmente redimidas, Beatriz recobrada en

regreso de nombre diferente, infancia mustia germinando en fuego.

La sonrisa nace en los ojos, sigue en los labios y gana el resto del

rostro, sus brazos rodeándome en un abrazo largamente anhelado, el

perfume de su pelo, el tacto de su piel.

-¿ Y te sentís mejor ahora? -preguntó Beatriz.

-Claro que sí, pero no era para tanto.

-Yo te abracé, dejame a mi juzgarlo.

-Si es así...

Luego de un momento, Beatriz se apartó.

-¿ Y ya pensaste qué vas a hacer si te exigen la parte de la

librería?

-¿Y esa pregunta a qué viene?

-A que si la librería no sigue, seguramente me sentiré peor...

-En ese caso, hipoteco mi parte y con el crédito les pago las partes

que les corresponden...

-Parece lógico y después tendremos que trabajar duro para

levantar la hipoteca...

-Claro. Va a ser difícil pero lo conseguiremos...

Agustín se quedó pensativo durante unos segundos.

73
-¿ Qué estás pensando?

-Estaba pensando si el empeño de tu familia por liquidar la

librería es solamente algo comercial o hay otra cosa...

Beatriz apoyó las manos sobre el mostrador y se dedicó a

observarlas minuciosamente, luego dijo- Puede ser que haya algo más...

uno de mis tíos estuvo metido en el asunto del complejo de Viviendas

Populares...

-¿ La estafa?

-Exactamente, mi tío Luis formaba parte del Directorio, la justicia

investigó si había un vaciamiento empresarial pero determinó que sólo

había sido una inversión improductiva... fallas en la planificación o algo

así...

Bloques verticales de concreto rodeados por alambre tejido,

enmarcados por pastizales y montañas de basura.

- ... de todos modos para Benito mi tío había realizado una estafa

y no lo perdonó...

-Lindo quilombo familiar.

-Sí, y lo peor de todo fue que todos los hermanos se unieron y

Benito quedó aislado.

-Y vos te pusiste del lado de tu abuelo.

-No, yo era muy chica para tomar partido, pero siempre estuve

cerca de Benito y con el tiempo supe que él tenía razón... de todos modos

no fue la primera ni la última vez que mi tío estuvo metido en una

cuestión turbia...

74
-No debés tener una relación fácil con tu familia...

-No, de hecho casi no la tengo... lo que soluciona unas cuantas

cosas..., ¿ y vos?

-Soy hijo único y mis viejos murieron cuando yo tenía

diecinueve...

-Qué triste.

-Tengo un buen recuerdo de ellos, no sé, trato de no pensar

demasiado en ellos...

-Cada uno tiene sus formas de protegerse...

-Sí, supongo que sí... ¿ y cuál es la tuya?

-Recordar ciertas cosas... -respondió Beatriz ambiguamente,

Agustín se contuvo para no preguntar, pero ella se dio cuenta de su

interés- Nunca se lo dije a nadie...

-No tenés obligación...

-Ya sé que no la tengo... pero tal vez sea el momento de contarlo...

-Contámelo.

-Soy la hija menor de una familia con tres varones, la preferida de

papá ,claro, la nenita consentida...

-Eso te debe haber traído tus ventajas...

-No creas, las exigencias y el control las anulaban hasta que en la

adolescencia se convirtió en una pesadilla, mi viejo se convirtió en un

obsesivo de mis horarios, de mis amistades, especialmente de los chicos...

trataba de estar siempre cerca de mí cuando hablaba por teléfono o lo

escuchaba levantar otro teléfono en la línea para oír... era insoportable,

75
yo vivía mintiéndole constantemente para que me dejara en paz... pero era

cada vez peor, entonces me harté, creo que me volví loca... para esa época

yo salía con un chico, era agradable pero no puedo decir que estuviera

enamorada de él, pobre pibe, casi lo obligué a tener relaciones conmigo,

pensaba que si conseguía que mi padre se enterara de toda la

mortificación que me producía se volvería contra él, una estupidez, claro,

pero pensé que era la única forma de liberarme, en seis meses salí con

cinco pibes y con todos ellos tuve relaciones, y sé que mi viejo se enteró,

yo hice que se enterara... pero eso no cambió casi nada, simplemente

ignoro lo que sabía y siguió actuando como antes, como si su actitud

fuera tan fuerte y estuviera tan fundada que nada podía cambiarla... como

si su obsesión por mí fuera elástica, pegajosa... pensé en suicidarme un

par de veces pero nunca con mucha seriedad... cuando pude me fui de mi

casa... y nada, él nunca cambió... nunca... -Beatriz comenzó a llorar y fue

el tiempo de que Agustín la abrazara.

Capítulo 9.

“No, señor, no tengo nada más que decirle... es un cliente

habitual, viene dos o tres veces por semana, toma café, cognac y en

verano gin tonics... escribe, creo que es poeta o algo así... no, ya le dije,

casi siempre viene solo, salvo la otra noche que vino con una chica,

joven, muy linda... sí, creo que en la librería, sí en la librería que está a la

76
vuelta de la catedral... no sé, nunca hablamos de política... es buen tipo,

educado, deja propina siempre... no entiendo por qué me hacen todas

estas preguntas... sí, claro, ustedes siempre tienen razón y yo solamente

soy el mozo de un bar... no, no me caliento, nunca tuve problemas con la

ley y no quiero tenerlos... sí, está bien. ¿ Puedo retirarme?”

Agustín se puso de pie y recorrió con sus ojos el espacio de la

desierta librería, el sol temprano caía a pleno sobre la vereda de enfrente,

los restos de la nevada nocturna comenzaban a extinguirse. La gente

pasaba caminando con paso rápido ansiosa por llegar a sus trabajos: un

día como todos... o al menos era tranquilizador tener ese pensamiento. Lo

sobresaltó el ruido de la puerta al abrirse, Roque comenzó a secarse las

suelas de sus botas en el felpudo, llevaba un sobretodo gris algo raído y

una bufanda roja que le cubría la mitad inferior del rostro. A Agustín lo

sorprendió menos su aspecto que su presencia a hora tan temprana. - Qué

hacés, Roque, tan temprano.

Roque, entretanto, se había quitado la bufanda, y había dado un

par de pasos hacia el mostrador-Hace un par de días que quería verte,

pasó algo grave.

-Vení, sentate, ¿ querés café?

-Sí, gracias.

El paso es rápido y firme, al menos eso cree hasta que un resbalón

cuando eleva su pie derecho de la calle y lo apoya en la vereda, lo

desmiente; y siente como se desliza hacia adelante sobre el hielo en un

precario equilibrio, extiende sus brazos frontalmente a la altura de los

77
hombros y las palmas de sus manos detienen la deriva cuando consigue

apoyarlas sobre el muro de una casa. Un incidente menor que podría

haber tenido consecuencias graves, y que aunque no lo sepa

inmediatamente, reverberará en su memoria; retoma la caminata

aminorando el ritmo y tratando de afirmar con fuerza sus talones. Una

cuadra, dos: la ciudad se desliza retribuyéndole su indiferencia, su meta

desdibuja todo incidente urbano. Finalmente, la librería, ventanas

abiertas, Agustín ya está en su puesto. La mano derecha en el pomo de la

puerta empujando hacia el interior, luego, la suela de sus botas que se

restriegan en el felpudo y avanza hacia Agustín mientras el espacio entre

ellos se puebla de palabras que circulan en ambos sentidos.

Ahora, mientras observa cómo llena las tazas Agustín

manipulando la cafetera eléctrica, Roque explica- Amenazaron a Rita, la

médium.

-¿ Quién la amenazó?

-Según ella el tipo tenía pinta de servicio: pelo corto, bigote

prolijo.

-¿ Y qué fue lo que le dijo?

-Que dejara de meterse con las cosas que no podían cambiarse.

Que no debían cambiarse.

-¿ Y eso qué tiene que ver con vos?

-¿ Cómo? ¿ No te das cuenta? Rita hace años que tiene el centro

espiritista y jamás tuvo problemas y justo ahora...

-Ahora que vos concurrís a sus sesiones.

78
-Exacto, justo ahora que estamos intentando replantear la historia

de Ubicuhén.

-Pero vos dijiste que tus investigaciones no tendrían

consecuencias políticas.

-Me equivoqué.

-Sí, siempre y cuando Rita haya dicho la verdad, no, pará no digo

que ella haya mentido deliberadamente pero puede haberse equivocado...

-Pero algo la tiene que haber asustado mucho, lo suficiente como

para rechazar la plata que le doy por cada sesión.

-Entiendo, ¿ y qué pensás hacer?

-No sé, no quiero presionarla...

-¿ Pero qué?

-Pero tampoco quiero dejar la investigación como esta...

-¿Vos decís darle más plata ?

-No sé, realmente no sé, ¿ a vos que te parece?

-Si confiás en la mina y creés que está asustada, no creo que sea el

momento para presionarla con guita.

-Pero la investigación se retrasará mucho...

-La decisión es tuya, pero ya te dije, no me parece que sea

conveniente presionarla.

-Está bien, gracias, voy a seguir con la información que tengo

hasta ahora, gracias de nuevo.

-No, de nada.

Se estrecharon las manos y Roque se puso de pie, rodeó el

79
mostrador, volvió a colocarse su bufanda roja en torno al cuello y caminó

hacia la puerta. Agustín se incorporó y caminó hacia la sección dedicada

a libros del siglo XIX, esperaba que estuviera ahí, entre las dos copias de

"Las flores del Mal"; hacia un tiempo que lo había escondido allí

pensando que iba a estar más seguro que en la biblioteca de su casa, ahora

no estaba tan seguro. Sintió pánico cuando sus dedos tentaron la madera

sin conseguir alcanzarlo, pero sólo fueron unos segundos: ahí estaba, tal

cual lo había dejado, lo retiró del estante y lo observó en silencio durante

unos segundos. ESBOZO DE UNA ARQUEOLOGÍA DE UBICUHÉN.

El viejo había hablado de ese libro cuando se habían encontrado esa

noche junto al riachuelo; Agustín entonces no se había sentido

especialmente atraído por acceder a su lectura, pero unos meses después

había estado muy atento a la clasificación de los libros que

quincenalmente compraba Benito, y no tardó mucho en encontrar un

ejemplar. Cuando concluyó la lectura del volumen sintió la necesidad de

poner por escrito sus impresiones y experiencias, fijar de algún modo lo

que sabía e intuía y tratar de organizar todo ese material en una estructura

más o menos coherente, tarea que sabía forzosamente quedaría inconclusa

porque no tenía la pretensión de incluir los elementos irracionales. Volvió

a guardar el libro y tomó su cuaderno de notas. Leyó algunas líneas: 1.

Todo lugar es la encarnación de una voluntad. 2. Todo lugar organiza la

forma y tiempos de la vida. 3. La construcción de un lugar es siempre un

combate de voluntades. 4.Un lugar es espacio, tiempo y acciones. 5. La

libertad está condicionada por los lugares.

80
Muy bien, qué prolijito, qué alumno tan aplicado, ¿ y dónde entra

Beatriz en todo este esquema?, ¿ cómo carajo voy a permanecer cerca de

ella sin ponerla en riesgo? Lo bueno de este tipo de explicaciones es que

siempre son obvias o insuficientes y ya me están hartando.

Sonó el teléfono: Sara lo invitaba a cenar, estaba haciendo un

curso de cocina (al parecer el sexo ya no era suficiente motivo de

diversión) y quería conocer su opinión; luego de responder que se

resignaba a ser su conejito de Indas prometió que acudiría.

No bien entró al departamento de Sara, Agustín tuvo la sensación

de estar inaugurando una puesta en escena: sentado en uno de los sillones

había un hombre prolijamente peinado con el pelo negro adherido al

cráneo con fijador, anteojos de armazón de acero inoxidable con lentes

circulares y un traje gris que le caía a la perfección, era difícil no

deslumbrarse ante el brillo de sus zapatos. Fumaba un cigarrillo, y su

actitud era distendida.

Luego de saludarlo, Sara los presentó. El engominado era Octavio

Marinetti, arquitecto y miembro del Departamento de Planificación

Urbana. Agustín se preguntó si Sara era consciente de lo que estaba

ocurriendo; no podía ser casualidad que ese tipo se hubiera relacionado

con Sara y que ella lo hubiera invitado a su departamento justo cuando

aquel tipo estaba presente.

-Octavio da clases en Bellas Artes.

-Ah, sí?

-Es un experto en arte de vanguardia...

81
-Yo no diría tanto, apenas un conocedor entusiasta.

-Si Sara dice que sos un experto, no debieras contradecirle, mirá

que ella también es experta.

-En ese caso... ¿ y vos, Agustín, a qué te dedicás?

-Trabajo en una librería, la Tomás Moro...

-Un lugar interesante. -opinó Marinetti sin ironía evidente.

-¿ La conocés?

-Sí, fui un par de veces y compré algunos libros de arte...

-No te vi

-Me atendió un hombre mayor, muy simpático y culto.

-Benito, el propietario.

-Sí, Benito, ¿cómo anda?

-Murió el mes pasado.

-Lo lamento, era una persona agradable...¿ y qué va a pasar con la

librería?

-Nada, seguirá funcionando.

-Es una buena noticia.

-La verdad sería una pena que cerrara. -comentó Sara, y agregó-

pero además de empleado, Agustín es músico. -como sí no estuviera

satisfecha con la posición social que establecía la actividad de Agustín

ante Marinetti.

-Eso de que soy músico es una exageración de Sara, o un

recuerdo, hace años que dejé la música.

-No es tan sencillo dejar de serlo -comentó molesta Sara-

82
Estudiaste música durante demasiado tiempo como para olvidarla tan

fácilmente...

-De vez en cuando toco el piano pero nada más, tal vez no sea un

destino grandiosamente creativo pero no todo la gente puede serlo...

aunque conozco a un jardinero que debiera haber ganados los últimos tres

salones de plástica de Ubicuhén.

Agustín disfrutó de la ira que se iba marcando en el cuerpo de

Sara, que encendió un cigarrillo al tiempo que mostraba una sonrisa

sarcástica y trataba de pensar y articular correctamente la respuesta que el

comentario le había sugerido; Octavio comentó- Interesante idea, en

cierta manera insinúa toda una formulación estética.

-Puede ser apenas soy un humanista.

-Últimamente escasean en Ubicuhén...

-No creas...

-Yo creo que se dan por generaciones y esta parece poco pródiga,

pero, ¿quién sabe, puede ser también que nuestros humanistas estén

dando vueltas por ahí y aún no tuvimos la oportunidad de conocerlos... y

ahora, espero que me disculpen pero tengo un compromiso

impostergable. -Marinetti se puso de pie, se despidió formalmente de

Agustín con un apretón de manos, besó a Sara en una mejilla, prometió

que la llamaría y se fue.

-¿ Estás contento? -preguntó Sara unos segundos después.

-¿ Contento?, no, más o menos.

-Vamos, no te hagás el tonto

83
-¿ Te molestó mi comentario sobre los salones de artes plásticas y

el jardinero? Creía que ya lo conocías, no es nuevo, es solo una variación

sobre antiguas ideas.

-No hablaba de eso... cuanto te querés poner desagradable...

-¿ Desagradable? Disculpame, no fue mi intención.

-No, claro.

-En serio, además no me parece que al elegante joven le haya

causado una impresión tan negativa...

-¿ Elegante Joven?

-El pibe que estaba acá, ¿ o me vas a decir que tiene más de

veinticinco años?

-Veintiséis.

-No estuve tan errado.

-Ese no es el punto.

-¿ Y cuál es el punto?

-Dejalo así

-Vamos, Sara, hace años que nos conocemos...

-¿ Y entonces?

-Nada, que hablemos claro... ¿ para qué me invitaste?

-Para cenar, claro.

-Si vos lo decís...

-¿ Qué te pasa? Estás demasiado susceptible últimamente, ¿ será

la influencia de la patroncita?

-No sé que tenga que ver Beatriz con todo esto.

84
-Es cierto, disculpame.

-No, no es tan sencillo, vos la nombraste, explicame por qué

-Ves lo que te digo.

-Está bien, estoy susceptible, sí, y ese pelotudito engominado y

pedante me puso de mal humor, ¿ desde cuándo sos tan amiga de

funcionarios públicos?

-Ah, era eso.

-Sabés bien que me revientan esos pedantes.

-Claro, para pedante vos te bastás y sobrás.

-Listo, me voy, ha sido un placer inmenso, pero antes tengo que

advertirte que tengas cuidado...

-No sé de qué me hablás.

-¿ No estuvo la policía por aquí?

-Sí.

-¿ Y qué te dijeron?

-Que alguien había denunciado ruidos violentos aquí...

-Me tuvieron detenido doce horas.

-¿ Y por qué?

-Sospechoso de haberte asesinado.

Sara lo miró incrédula- ¿ Estás hablando en serio?

-Completamente, la sospecha era fuerte porque habían encontrado

manchas de sangre y muebles rotos aquí y yo había sido el último en estar

en este lugar antes de su desaparición. Al día siguiente volvieron y

encontraron todo como esta ahora y unos minutos después apareciste vos

85
sana y salva, entonces me liberaron...

-No lo puedo creer...

-Mirá, yo tenía la obligación de decírtelo, más ahora que conozco

tu relación con los funcionarios del estado, hacé lo que quieras, chau.

Sara permaneció en silencio mirándolo con los ojos húmedos,

pero no dijo nada ni hizo gesto alguno para retenerlo.

Capítulo 10.

Marinetti apoyó sus lustrados mocasines sobre el escritorio, se

recostó sobre el respaldo de su sillón ergonométrico y se demoró unos

segundos encendiendo un puro; se sentía satisfecho del lugar al que había

llegado. Había trabajado duro para conseguirlo pero eso sólo aumentaba

su placer, estaba convencido de que sólo el trabajo duro y disciplinado

definía a los poderosos; únicamente el hombre motivado y activo podía

convertirse en un hombre de poder, en un superhombre. Y él lo sería;

86
tenía grandes planes para Ubicuhén, una gloriosa modernización en

cristal y acero, instancias, lugares donde el poder se haría evidente, claro

y preciso; Ubicuhén alumbraría las regiones circundantes inspirando

respeto, y si todo salía como debía ser, amor. Y él, Octavio Marinetti,

sería su reconocido artífice.

Exhaló una bocanada de humo, mantuvo el cigarro entre los labios

y cruzó las manos tras la nuca. Había sido sencillo relacionarse con

aquella pintora decadente y decadentista y conseguir conocer al hombre

indicado por inteligencia. No parecía un hombre inferior: era blanco, alto,

rubio; de la mejor raza, pero estaba fuera de forma y su expresión era

melancólica, desenfocada; completamente carente de la energía viril que

define a los hombres de poder. En absoluto parecía presentar un peligro,

de todos modos no había sido una acción inútil conocerlo, la hembra era

muy buena en la cama y además lo admiraba; y, debía admitir que, alguna

veces necesitaba muestras de admiración. Sería una buena diversión por

un tiempo, luego encontraría alguna excusa para sacársela de encima. La

vida era un desafío que había que tomar como viniera y él se sabía

dispuesto a hacerlo y a desplegar su estrategia de la forma más eficaz

posible... podemos haber perdido alguna batalla pero nuestros ideales aún

siguen firmes... la primera etapa será fácil, consolidaremos el orden

interno, modificaremos la disposición geográfica. impondremos la

disciplina y entonces será el momento de la guerra, la verdadera escuela y

formadora del hombre por venir, amo de las bestias y las máquinas

forjando su destino.

87
Fue interrumpido en su meditación por un llamado de su

secretaria en el conmutador, le anunció que había llegado el músico

citado. Se incorporó y abrió la puerta, Hugo estaba esperando sentado en

uno de los sillones de la recepción.

-Pase por favor -invitó Marinetti- Destaco la puntualidad como un

detalle importante.

-También yo.

-¿ Quiere tomar algo?

-No, gracias.

-¿ No bebe?

-No cuando trato cuestiones laborales, prefiero tener la mente

clara.

-Me permito decirle que tiene usted un aspecto demasiado formal

para...

-Para ser un músico. -completó Hugo.

-Sí, y le ruego que no lo tome a mal.

-No, no me molesta en absoluto, soy muy consciente del aspecto

que por lo común suelen tener los artistas, y francamente, no me agrada,

me parece poco respetuoso para el arte que dicen encarnar.

-Completamente de acuerdo, señor Klapenbaj, por favor, siéntese

-Gracias, usted dirá por qué me ha citado.

-Tal vez lo extrañó un poco.

-Sí, me sorprendió, es usted bien conocido como arquitecto y

Director de Planeamiento Urbano y no sé cómo podría desempeñarme yo

88
en ese ámbito.

-Noto que es usted tan hábil con las palabras como con las notas

musicales.

Hugo sonrió complacido.

Marinetti prosiguió- La cuestión es que dentro de mis funciones

ahora incluiré las de desarrollo cultural; el gobierno está planeando un

completo plan de remodelación de Ubicuhén, podríamos, hablando más

exactamente, decir que será una refundación y esa refundación necesita

una partitura digna de ella… y para eso está usted.

-No voy a negar que me siento halagado, pero realmente no sé qué

decir, jamás trabajé para el estado.

-Piense que es una gran oportunidad para hacer llegar su obra al

gran público, tendrá todos los recursos que necesite, electrónicos,

acústicos, los músicos que usted elija...

-Siempre y cuando quieran trabajar para el gobierno.

-Les haremos comprender la importancia del proyecto, no se

preocupe...

-En el caso de que yo aceptara...

-Usted va a aceptar, Klapenbaj, usted no es ciego, es el mejor

músico de Ubicuhén y sabe que es la mayor oportunidad que tendrá en su

vida para mostrar su talento, desarrollará una estética musical propia que

harán a su nombre y a Ubicuhén famosos.

Hugo pensaba rápidamente, con perfecta consciencia del juego de

seducción de Marinetti, pero también que más allá del fanatismo y la

89
obsecuencia de sus palabras, había una posibilidad cierta de obtener

grandes beneficios con la propuesta, por eso era necesaria acotarla y

evaluarla.

Marinetti demostró su desarrollado perspicacia, descendiendo-a su

entender (de un discurso épico a uno meramente económico) - Y además,

durante tres años usted no deberá preocuparse en absoluto de cuestiones

económicas ni habitacionales.

-¿ De qué cantidad estamos hablando?

Marinetti mencionó una cifra que Hugo ni remotamente había

imaginado, de todos modos, trató de aceptar la oferta sin parecer

excesivamente conmocionado.

Celebraron el acuerdo brindando con whisky.

Luego de despedir a Hugo; Marinetti volvió a sentarse frente a su

escritorio, con un vaso de whisky y el puro aún encendido. Tenía que

esperar la llamada, aún cuando la considerara improbable, pero la

disciplina era uno de los elementos más importantes del proyecto, y no

estaba dispuesto a quebrar uno de los principios que sustentaba el futuro.

La campanilla del teléfono no lo sorprendió . - Sí, si, señor... estoy atento.

No, señor, no fue por eso, la cuestión del espiritismo es en el mejor de los

casos un espectáculo para incautos... ¿ Roque? No, Roque es un

investigador mediocre difícilmente pueda presentar un riesgo... porque

podía crear fisuras, el proyecto de Ubicuhén debe ser monolítico,

cualquier cuestionamiento a su tradición podría debilitarlo... no, no creo

que sean necesarias otras acciones, de todos modos ya está casi

90
completamente desacreditado en el ámbito académico... sí, a ese sujeto lo

conocí personalmente... no, no lo considero... yo no ordené ese

procedimiento, señor... no, se lo aclaro porque no quiero cargar con

responsabilidades que no me corresponden... Estoy comprometido con el

proyecto, señor, y usted lo sabe... gracias, señor. Buenas noches, esperaré

ansioso su llamada.

Capítulo 11.

Un pezón coronando un pecho blanco con pecas, su pecho en el

hueco de mi mano: desbordándolo; suspira sin saber sin saber si está

despierta. Yo tampoco lo sé. Apoyo mi rostro en su cuello y huelo su

cabello y piel, beso esa piel que quiero eterna; y lenta, morosamente,

busco su boca. Las lenguas se encuentran y todo parece perder sentido o

encontrar su justificación máxima. Nos movemos lentamente y siento sus

91
manos recorriendo mi espalda y la abrazo, y ella me recibe entera y

generosa, con los ojos entrecerrados y la boca húmeda entreabierta. Gime

o susurra algo pero sólo puede atender a su cuerpo demandante, a las

gotas de sudor que comienzan a aparecer en la piel, a la alegría que

iniciamos.

Quiero este vértigo que me eleva, este viaje que me arrastra y

completa, sus manos recorriéndome, haciéndome conocer sitios que

nunca supe. Sus labios en mis pechos, la lengua suave caricia húmeda y

mis piernas que son suyas y estoy en otro lugar y estallo y me olvido y

grito y me vuelvo a ir... y cuando vuelvo sus ojos están ahí, sonríe y me

abraza y quiero decir algo, pero solo estrecho el abrazo y percibo la

respiración agitada, el sudor, y empiezo a temer que este momento pase y

nunca vuelva a ser.

Ella duerme y se debate en sueños y se lamenta, está en un país

que no puedo alcanzar, le acaricio la frente y murmuro palabras de alivio,

ella agita su cabeza levemente y se va a un sueño tranquilo.

Lo veo durmiendo, inmóvil, la respiración profunda, un rayo de

sol muestra algunas canas en su sien, y sonrío y lloro y me aprieto contra

él.

Beatriz salió de la cama y se duchó, aumentó la calefacción un par

de puntos y caminó desnuda hacia el dormitorio. Se sentía libre como

jamás lo había sido: se había demorado unos minutos observándose

desnuda frente al espejo del living, demorando sus ojos en los pechos, en

el pubis, en la firmeza de sus muslos y glúteos; siempre había odiado esas

92
pecas que la hacían sentir imperfecta, desprolija, pero ya no.

Se acostó junto a Agustín, lo vio despertar, le sonrió y lo besó

suavemente en los labios, él le pidió- Decime que sos real.

-Soy real, tonto.

-¿ Y dónde estuviste hasta ahora?

-¿ Yo? Acá en Ubicuhén, lo que pasa es que no estuviste atento.

-Nunca pasaste por la librería...

-No.

-Ni siquiera para saludar a Benito.

No, y lo lamento, hubiera estado más tiempo con él y te hubiera

conocido antes.

-Tal vez no era tiempo...

-No, tal vez no... Agus,¿te gustan mis pecas?

-Me encantan. -dijo Agustín y besó las pecas de sus pechos- ¿ Me

creés ahora?

-Sí, te creo, vení, vení.

Volvieron a unirse y luego durmieron, al mediodía salieron a

comer; fueron a un pequeño restaurant cercano al departamento de

Beatriz, "La hermana menor": un lugar con no más de veinte mesas y las

paredes decoradas con afiches de películas de las décadas del 40 y el 50.

-No conocía este lugar.

-No tiene mucha publicidad, se maneja con un grupo más o menos

fijo de clientes.

-¿ Y vos cómo lo conociste?

93
-Camino mucho, un día tenía hambre y no quería cocinar, así que

me mandé y descubrí que la comida era muy buena, la atención también y

no es caro... por eso te traje.

-Lo sé -dijo Beatriz sonriendo al tiempo que le tomaba la mano-

siempre te sospeché un tipo generoso.

Pidieron cazuela de mariscos y una botella de vino tinto, mientras

esperaban la comida y bebían algo de vino, un hombre canoso y delgado

se acercó a la mesa, saludó a Agustín con una palmada en el hombro y se

fue sin decir más.

-¿ Quién era? Parece medio raro. -comentó Beatriz intrigada.

-Pablo, sí, es medio raro pero macanudo, ... tiene una historia ...

-Contame.

-A los dieciocho se murió el viejo y le dejó dos casas, un

departamento en las sierras y un tallercito metalúrgico… en cuatro años

se tomó la herencia.

-¿ Cómo que se tomó la herencia?

-Se gastó la plata en borracheras individuales, colectivas, fiestas...

fue hipotecando las propiedades y nunca pudo ni quiso levantarlas, así

que las remataron...

-¿ Y vos estabas ahí?

-Estuve algún tiempo, bastante bah... en esa joda, pero cuando me

di cuenta de lo rápido que nos estábamos yendo a la mierda, me borré,

antes hablé con él, no sé si me escuchó o no, o si simplemente decidió no

darme bola... después de unos años apareció por la librería y me contó

94
que se había arruinado y que zafaba dando clases de pintura pero se

consideraba incapaz de pintar en serio...

-¿ Y era buen pintor?

-Muy bueno.

-Qué triste, y decime Agustín, ¿ tenés muchos conocidos así?

-Y, mirá... conozco a una chica no muy alta, con buenos pechos,

pelo castaño oscuro, ojos verdes...

Beatriz sonrió con malicia y dijo- No sabés nada de esa chica...

-Tanto como nada.

Beatriz bajó la vista y dijo- Me parece que si seguís hablando así

no vas a tener oportunidad de confirmar tus conocimientos...

-No me podés amenazar con tanta crueldad...

-¿ No, no?

-No.

Rieron.

Entonces llegó la comida y descubrieron que tenían mucho más

apetito del que habían supuesto. Terminaron con la cazuela y pidieron

helado y luego café y cognac, pagaron y salieron a caminar. La tarde era

fría pero el sol brillaba iluminando el mundo desde un cielo despejado:

algunos globos aerostáticos evolucionaban hacia el mar.

-¿ Alguna vez viajaste en uno de esos? -preguntó Beatriz.

-No.

-¿ Te disgustan?

-No, no es eso.

95
-Contame.

-Me gustan, me gustan mucho... pero la gente que los aborda no lo

entiende, sólo buscan una novedad más...

-¿ No te parece que es un poco injusta tu generalización?

-Puede ser.

-Dale.

-Bueno, sí, puede ser un poco injusta..

-¿Un poco ?

-Sí, un poco.

-Sos testarudo.

-Un poco.

Beatriz lo miró seria- Tengo la impresión de que me estás

tomando el pelo.

-Un poco. -aceptó Agustín riendo y la besó ligeramente en la

boca.

-No conocía tu comicidad.

-Es que soy una caja de sorpresas.

-Sí, claro, tengo ganas de ver el mar, ¿ vamos?

-Sus deseos son órdenes para mí, señorita.

-Estoy empezando a sospechar que no te cayó bien el cognac.

-Te equivocas, sos vos la que me pone así...

-Mentiroso.

Caminaron hasta la cochera y Beatriz condujo fuera de Ubicuhén

hasta la ruta que llevaba a la costa, mientras esperaban el cambio de luces

96
de un semáforo, comentó- No sé si me animaría a ir sola.

-Supongo que no pretenderás volver al antiguo puerto.

-No, sólo quiero ver el mar.

-¿ Navegaste alguna vez?

-Viajé en barco, no navegué, acordate que vengo de una familia

acomodada, mi viejo tuvo un barco durante unos cuantos años y

religiosamente nos embarcaba todos los fines de semana...

-Parece que no te gustaba demasiado.

-Vos no conocés a mi viejo, afortunadamente claro, cree que todo

lo que él disfruta deber ser disfrutado por los demás, les guste o no.

-La alegría a la fuerza...

-Exactamente, y vos, ¿navegaste alguna vez?

-Sí, unas cuantas, tenía unos compañeros del secundario que eran

socios del naútico y me invitaban a navegar con ellos...

-¿ Y no había chicas?

-Algunas veces, no muchas.

-Que pena.

-No creas, igual nos divertíamos.

Beatriz lo miró pensativa pero no dijo nada, redujo la velocidad

del automóvil, puso la luz de giro y tomó la bifurcación que llevaba al

playa.

Bajaron y caminaron por la playa hasta unos metros de la

rompiente, apenas soplaba una brisa débil y el mar aparecía casi

planchado. Los dos permanecieron en silencio, Beatriz parecía abstraída,

97
completamente entregada a la contemplación de una idea que aquel lugar

propiciaba, Agustín cargó la pipa y al cabo de un par de fósforos

consiguió encenderla.

Beatriz dijo- Hace ciento cincuenta años estas costas estaban

habitadas por una parcialidad indígena...

-¿ Eso estaban investigando tus compañeros en el antiguo puerto?

-Sí, querían completar una fase, había que confirmar unos cuantos

datos para reforzar la hipótesis...

-¿ Qué hipótesis?

-La parcialidad que habitaba esta región era muy particular,

habían accedido a la escritura y con una simbología muy simple y eficaz

-Qué raro, una parcialidad nómade que accede a algún tipo de

escritura.

-¿ Y por qué decís que eran nómades?

-Bueno, no hay restos físicos de sus viviendas, no se habla de

ellos en los textos de la época de la fundación de Ubicuhén...

Beatriz lo miró sorprendida- ¿ No me dijiste que estudiaste

música vos?

-Bueno, pero trabajé casi cinco años en una librería y tuve mucho

tiempo libre...

-Ya sabía yo que había algo raro en vos...

Más de lo que te imaginás, pensó Agustín con tristeza.

-Te cuento entonces...

-Dale

98
-De algunos de los documentos parcialmente traducidos e

incompletos se puede inferir que no eran nómades por los mismos

motivos que todos los demás pueblos... es decir por agotamiento de

recursos naturales, por variación climática... si no porque elegían serlo...

-No entiendo.

-Te explico, pensaban que cada lugar tenía un sabor propio, un

color, una vibración... caminaban, atravesaban regiones extensas hasta

encontrar el lugar adecuado, después, en determinado momento lo

evaluaban y si aún conservaba sus características se quedaban si no se

ponían en marcha de nuevo. Cuando evaluaban que el crecimiento

demográfico del grupo asentado podía dañar el lugar los más jóvenes

emigraban para buscar otro sitio…

-Eran nómades por elección no por necesidad.

-Exactamente.

-Es una hipótesis bastante original.

-Y muy difícil de probar... muchos investigadores argumentan que

los documentos que hablan respecto de la elección y abandono de los

asentamientos son sólo textos poéticas o míticos y no llegan a constituir

una explicación causal. Lamentablemente, abundan los fragmentos

antiguos, los más modernos son escasos y ya no se refieren a la elección o

abandono sino a la construcción de un lugar definitivo, acá, en la costa de

Ubicuhén.

Agustín siente como en segundos pasan por su cabeza un viaje en

un tren conducido por un licántropo, una conversación con un viejo

99
elegante a la vera de un riacho podrido y los ojos de un gato en la

oscuridad de un baldío.

-¿ Qué te pasa, Agustín?, estás pálido

-No, no pasa nada, sólo me bajó la presión, me siento un rato y se

me pasa.

Beatriz lo miró preocupada y se sentó junto a él.

Agustín ve la batalla última: hombres de tez oscura, vestidos con

pieles y armados con arcos, flechas, lanzas y cuchillos de pedernal

enfrentándose a hombres cubiertos con placas de metal y armados con

arcabuces, picas, espadas y escudos. Los gritos de furor y agonía, el ruido

de la carne desgarrada, las explosiones, el humo, el sudor, el miedo, el

desprecio por la muerte dada y recibida. Ninguno retrocede, ninguno

avanza, chocan y mueren y vuelven a chocar, y al cabo sólo queda un

puñado de hombres de piel oscura que mueren juntos, combatiendo.

-Lo vi. -dijo Agustín

-¿ Qué viste?

-Vi el último combate, pude verlo.

-Agustín, ¿ qué te pasa?

Agustín sonrió con tristeza y volvió a encender la pipa, explicó-

Es una locura, pero tuve una visión, vi todo tan claro como si hubiera

estado ahí.

Beatriz recuerda su visita a las ruinas del yacimiento arqueológico

y la fuerza que la tentaba a arrojarse al foso. - No sé si es una locura. -y le

explicó su experiencia en el yacimiento.

100
Agustín suspiró resignado- Entonces tenés que saber que la guerra

no terminó, sólo se ha transformado.

Capítulo 12.

Beatriz, pensó Sara, y a pesar de que no la conocía personalmente,

no podía apartarla de su cabeza. Era una estupidez pero todas las cosas

habían cambiado a partir de su aparición, como si hubieran esperado su

llegada para irse a la mierda. Especialmente su relación con Agustín, y lo

peor de todo era tener la seguridad de que estaba enamorado de la

101
pendeja.

Sara se recostó en el sillón y le dio una profunda pitada al cigarrillo,

estaba bien, era una boludez, no tenía ninguna razón para estar celosa, los

dos habían acordado que la relación no exigía ningún tipo de

compromiso; pero ese acuerdo era una trampa, una trampa en la que había

caído voluntariamente. La puta madre, qué boluda. Lamentablemente eso

no era todo, lo que le había contado Agustín la sumía en un miedo difuso

e inexplicable: la farsa del asesinato, su detención. Algo estaba pasando,

algo turbio e indefinible. Apagó el cigarrillo en el cenicero y se levantó,

caminó hasta la ventana y corrió las cortinas: la mañana era nubosa y el

gris era el color dominante. La ciudad se extendía hasta diluirse unos

kilómetros al Sur, luego el desierto: la estepa con su monotonía agotadora

apenas interrumpida por algunos riachos y elevaciones, hacia el Este los

acantilados y el puerto.

Sonó el portero eléctrico y atendió: Era Marinetti, odiaba admitirlo

pero Agustín había tenido razón respecto de la pedantería de aquel sujeto.

En unos minutos lo tuvo sentado en un sillón del living, vestido con

un impecable traje azul, con las piernas cruzadas y el torso bien derecho,

fumando un cigarrillo importado-Vengo a hacerte una propuesta de

trabajo -dijo y se demoró unos segundos, como saboreando su

importancia -Como sabrás, hace unos meses que el Consejo está

debatiendo el proyecto de remodelación de Ubicuhén.

-Sí, claro, pero por lo que tengo entendido no consigue llegar a un

acuerdo.

102
-Ayer, finalmente, ha aprobado la remodelación.

-Te felicito, sé que estabas interesado en esa aprobación.

-Gracias, pero lo realmente interesante es que se han otorgado una

gran cantidad de fondos para la secretaría que está a mi cargo, a la vez

que asumo también la Secretaría de Cultura... creo que es nuestra gran

oportunidad de crear una nueva estética para Ubicuhén, concretamente te

propongo que seas mi asesora en el área de diseño visual y artes

plásticas...

-Te agradezco la oferta pero te aclaro que yo soy una creadora...

-No entiendo por qué hacés esa aclaración. Sé que sos una creadora.

-Que no lo entiendas hace más que necesaria mi aclaración.

El rostro de Marinetti comenzó a congestionarse mientras jugaba

nerviosamente con el encendedor.

-Soy una creadora porque controlo todo el proceso de la obra,

porque la concibo, la esbozo y la concluyo; y porque tengo una

concepción estética propia...

Marinetti apagó el cigarrillo, se puso de pie y explicó-Te conozco y

sé que sos una gran artista con un estilo propio y una técnica bien

fundada, eso esta fuera de toda discusión, ahora bien, mi propuesta es

integrar tu creatividad a un proyecto general...

-En el cual vos tendrías la última palabra.

-Obviamente, las jerarquías están para ser respetadas.

-Yo no acepto más jerarquía que la artística, vos estás mezclando las

cuestiones, tu cargo es político, vos no accediste a él por méritos

103
artísticos...

-Tu purismo es admirable pero poco práctico,¿ no te das cuenta de

que el arte individual está en vías de extinción?, sólo el arte que consiga

integrarse a la Segunda Fundación podrá sobrevivir. Es tiempo de

terminar con los caprichos individuales y construir la gran obra nacional.

-O sea, hay que terminar con el arte. -sugirió irónica Sara.

Marinetti suspiró resignado y comentó-Creí que serías capaz de

entenderlo.

-Soy algo cabezadura, lo admito.

-No, no es eso, estás atrapada en el pasado, en ideales perimidos, en

el romanticismo del arte bohemio, de opiniones políticas confusas y

escasa disciplina que piensa que la obra va a justificar al mundo...

-Puede ser que tengas razón, pero eso no puede ocultar que jamás

fuiste ni llegarás a ser un artista, apenas un burócrata con delirios de

grandeza...

-No decías eso cuando te sometía...

Sara está desnuda, arrodillada sobre la alfombra, con las manos

atadas a la espalda; Marinetti le azota los glúteos con un pequeño látigo

de cuero, Sara gime y pide más; Marinetti se excita y finalmente consigue

el vigor necesario para penetrarla.

Sara sonrió divertida, encendió un cigarrillo y dijo- Si el recuerdo te

excita podés usarlo cuando quieras...

Marinetti se movió con rapidez: la tomó del cuello y la arrastró

contra la pared- No sabés con quién te estás metiendo...

104
Sara mantuvo la calma, el peligro la había cargado de una energía

inusual, su rodilla izquierda impactó con violencia el bajo vientre de

Marinetti, que cayó hacia atrás y golpeó la cabeza contra el sillón,

inmediatamente se llevó las manos a la entrepierna, luego de unos

segundos pudo murmurar- Hija de puta, no sabés lo que te espera.

Sara lo pateó en la boca y explicó- Boludo, ¿ no te das cuenta que

no estás en condiciones de amenazar a nadie?, andáte de acá, pedazo de

mierda, andáte.

Marinetti consiguió arrodillarse, se apoyó en la mesa ratona, se

puso de pie y salió, cuando atravesaba el umbral, Sara dijo- Disculpame

lo del traje... -y cerró la puerta. Ese imbécil no se quedaría satisfecho

hasta conseguir perjudicarla en serio, era un cobarde y eso lo hacía más

peligroso; de todos modos no se arrepentía de lo que había hecho, no se le

ocurría que la situación pudiera haberse resuelto de otra manera.

Necesitaba tiempo para pensar.

Llamó a la facultad e informó que se tomaría una licencia semanal,

luego a su asistente en el estudio y le explicó que iba a tener que hacerse

cargo del taller por unos días. Finalmente llamó a la librería y habló con

Agustín, le dijo que se iba unos días de Ubicuhén y que no se preocupara

porque estaba planeando una obra y necesitaba reflexionar, él le deseó

suerte y le pidió que se cuidara.

Llenó un bolso de cuero con ropa, se puso una campera vieja, un

gastado sombrero de fieltro, tomó los binoculares y salió del

departamento.

105
Bajó hasta la cochera, colocó el bolso y los demás elementos en el

asiento delantero derecho, puso en marcha el motor y condujo hasta una

estación de servicio. Hizo revisar los neumáticos, llenar el tanque de

combustible, y se dirigió a la salida Sur.

Capítulo13.

Beatriz dejó una carpeta verde sobre el mostrador y explicó- Acá

puede estar parte de la respuesta a tu pregunta, tuve que usar toda mi

influencia, que no es mucha, para poder leer este texto y conseguir

fotocopiarlo. Es una crónica de los primeros años de la fundación de

Ubicuhén luego de haber vencido a la parcialidad aborigen que habitaba

en la costa, después del combate de tu visión...

-¿ Vos no lo conocías? -preguntó Agustín asombrado.

-Yo sólo había leído citas de este libro, no hay ediciones públicas,

106
alegan que es un texto demasiado frágil y que la manipulación puede

destruirlo...

-No está tan errado Roque en su hipótesis de una historia

manipulada...

-No, no lo está, la historia posterior a la batalla no ha sido

difundida. Las mujeres de la tribu fueron utilizadas como esclavas

sexuales, quedaban embarazadas, parían e inmediatamente eran

ejecutadas; sus hijos eran criados y luego utilizados como mano de obra

esclava.

-Pero, ¿ por qué las mataban?

-Las mujeres no eran combatientes pero mantenían el propósito de

construir aquí su lugar definitivo, si criaban a sus hijos en esas creencias

serían un foco de rebelión futura.

-Lo pensaron todo esos hijos de puta. -comentó con amargura

Agustín.

-No todo, vos, de alguna forma te enteraste que la lucha continúa,

que aún existe un deseo por hacer de Ubicuhén algo diferente... y todo

esto es muy raro, aunque creo que yo ya lo intuía ...

Agustín la miró atentamente.

-¿ Por qué me mirás así?

-Cuando llegaste a la librería tuve la impresión de sabías algo de

este asunto, o que lo sospechabas, y pensé que cuanto más aclararas tu

conocimiento o intuición, mayor peligro ibas a correr, y tuve miedo por

vos...

107
-Y pensaste que el peligro aumentaría si te acercabas...

-Sí, pero al mismo tiempo no supe cómo alejarme o no pude...

-Yo nunca quise que te alejaras... -dijo Beatriz y le tomó la mano.

¿ Es este el lugar que siempre temí?, ¿ la claridad que intenté

impugnar de cualquier forma?, ¿ la certeza que anhelé durante años y que

no atreví a buscar frontalmente?, ¿ el ancla que me fijará y dejará

inapelables cicatrices?, sí, el fondo del mundo, el bastión del que no hay

posibilidad de retirada, solo de lucha, resistencia y tal vez muerte.

Agustín abrazó a Beatriz y por unos minutos la retuvo entre sus

brazos, ella preguntó- ¿ No es tiempo de que continués trabajando con el

diagrama?

-Sí, y lo bueno es que ya no tengo que hacerlo sólo... te animás?

-Sí.

Cerraron la librería y caminaron hasta el auto, Beatriz estacionó

bajó el puente, bajaron y caminaron por la estrecha senda entre las casas y

la vía. Entraron a la casa y caminaron hasta la cocina, Agustín despejó la

mesa y desplegó el diagrama: una cartulina amarillenta de forma

rectangular dibujada con fuertes trazos negros.

Beatriz sintió que la luminosidad que comenzó a irradiar el

esquema la cegaba, esa molestia duró apenas unos segundos, después la

sucesión de imágenes, sonidos y sentimientos la aturdió: era el caos

primigenio creciendo, adquiriendo formas cambiantes hasta que el

conflicto quedó planteado y vio el escenario de las batallas, el horror de

los cuerpos despedazados e insepultos, la alegría cansada de los

108
momentáneos vencedores. Y sintió miedo y esperanza e ira y comprendió

cosas que había intuido largamente, y supo por qué siempre se había

sentido cercana a Benito y no la sorprendió descubrir que él aún

permanecía cerca. Lloró aliviada y sintió la mano de Agustín sobre su

hombro, y se dio cuenta de que ya había llegado la noche y tenía hambre,

como si hubiera realizado un gran esfuerzo físico.

Marinetti ve una torre de acero negro con ventajas de cristal

espejado coronada por una aguja mástil en la que flamea la bandera de la

Segunda Fundación: dos sables cruzados ante un águila bicéfala, figuras

negras sobre fondo rojo. Sonríe orgulloso, pero hay algo que le impide

disfrutar completamente del momento, un dolor punzante y la sensación

de que sus manos están inmovilizadas y es como una revelación: está

desnudo, de rodillas, con las manos atadas a la espalda, se vuelve y ve a

Sara parada detrás de él, desnuda, con las piernas abiertas, el sexo

húmedo, los pechos firmes, sonriendo divertida mientras lo azota en los

glúteos con un pequeño látigo.

Despierta cubierto por sudor frío y los dientes apretados, aparta

las sábanas con violencia y se pone en pie de un salto. Se obliga a respirar

profundamente y con lentitud comienza a calmarse; sabe que su

indignación disminuirá cuando consiga reparar el daño cometido. Al fin y

al cabo había sido suyo el error de apreciación al hacer la propuesta a esa

mujer, que la ha aprovechado para burlarse y desafiar su poder. Tomó el

teléfono, se comunicó con Inteligencia y ordenó que ubicaran a Sara y

que le informaran de su paradero no bien lo supieran. Cortó la

109
comunicación, caminó hasta el bar, se sirvió una copa de cognac y se

sentó en un taburete. La había subestimad, era mucho más inteligente y

segura de lo que había supuesto; en cierta forma la admiraba, había dado

muestras de una entereza que ninguno de sus subordinados tenía y eso,

precisamente, era lo que la hacía temible.

Sara se siente liberada a medida que se aleja de Ubicuhén, como si

dejara atrás un peso que no quiere admitir como propio. La estepa

cubierta de pastizales amarillos y arbustos achaparrados; y a medida que

se adentra en el paisaje van desapareciendo los signos de presencia

humana: desaparecen los alambres de púa a los costados de la ruta y los

puestos de estancia son reemplazados por taperas, ruinas y finalmente

vacío. Unos kilómetros más y empiezan a insinuarse los cerros, el terreno

se eleva y aparecen algunos manchones de hielo que el sol aún no ha

conseguido disolver.

La asombra no encontrarse con vehículo alguno durante la

primera hora, entonces un camión que transporta hacienda aparece en la

cresta de una loma y pasa velozmente a su lado en dirección a Ubicuhén

haciendo sonar su bocina y dejando detrás un oloroso recuerdo.

Llega a una bifurcación y dobla a la derecha, no hay ningún cartel

indicador pero cree recordar que es el camino que lleva a las cuevas.

Avista un aguilucho que evoluciona en el cielo del desierto y que parece

puesto allí sólo para destacar su transparencia; al cabo de unos minutos le

llega el aroma salobre del mar, el camino sigue elevándose y concluye en

un cerro bajo y rocoso.

110
Estaciona el auto y desciende, se sube el cuello y el cierre de la

campera; camina hacia el otro lado del auto, abre la puerta, toma el

sombrero y se lo pone, se cuelga los binoculares del cuello y el bolso del

hombro derecho.

Toma un sendero al costado del cerro y comienza a bajar hacia el

mar, llega a un descanso y se detiene: el mar rompe con violencia contra

las rocas cincuenta metros más abajo, retoma la pendiente y sigue

descendiendo. A su izquierda se abre una galería natural y en sus paredes

lo que vino a ver: las figuras rojas y negras están dibujadas con trazos

firmes y dinámicos, tienen una plasticidad que parece sintetizar años de

evolución pictórica. Sara se sienta sobre el suelo, abre el bolso, extrae su

cuaderno de notas y un lápiz blando y empieza a bocetar. Sonríe

pensando que la soberbia de Marinetti la ayudó a adquirir la humildad

necesaria para apreciar con rigurosidad el valor de esas pinturas.

Trabaja durante una hora y se incorpora para estirar un poco las

piernas, vuelve al sendero y completa el descenso, accede a un

promontorio que se eleva unos diez metros sobre el mar, el viento sopla

con fuerza y el poder de la rompiente humedece el aire. Sara se siente

rejuvenecida y atenta.

Roque camina rápidamente intentando comprender lo que le ha

dicho Hugo, pero la angustia le impide pensar con la claridad necesaria,

esa sensación de no ser más que una figura animada en un escenario que

puede ser borrado del mapa en cualquier momento. La sospechada

gratuidad de su persona lo enfurece. Como si todo lo que ha intentado

111
hacer desde que creyó decidir por sí mismo, (duda ahora si efectivamente

ha sido así), jamás haya significado cosa alguna para alguien. Lo ha

intentado, Dios sabe que lo ha intentado, pero todo y todos siempre han

actuado en su contra, su ex esposa que no le permite ver a su hijo, los

imbéciles de la Academia de Historia que nunca han sabido apreciar la

originalidad de sus investigaciones, y ahora esos imbéciles que intentan

ser los creadores ex nihilo de Ubicuhén.

Tiene que haber una forma de terminar con todas esta mierda,

tiene que haber una forma de cortar con todo esto. Ese hijo de puta de

Marinetti está detrás de todo esto, ese imbécil con sus delirios de

grandeza sobre la Segunda Fundación, no entiendo cómo nadie se dio

cuenta de lo peligroso que es, las maquetas que mostró a Hugo suponen la

destrucción de media Ubicuhén y encima el otro idiota se ve como el

músico de la Nueva Historia... ¿ hasta dónde pueden llegar la locura y la

idiotez?

Y entonces, por primera vez, piensa en el arma.

112
Capítulo14.

Hugo tocó unos acordes en el piano y anotó en la partitura que

tenía frente a sí; el trabajo avanzaba rápidamente pero no se sentía

tranquilo o satisfecho. Se levantó, tomó un vaso de la repisa, caminó

hacia la heladera, tomó un par de cubitos y se sirvió un whisky. Caminó

hacia la ventana y miró hacia abajo, ahí en la puerta del edificio estaba el

custodio dispuesto por Marinetti; en un primer momento se había sentido

complacido con la atención que le era dispensada. Eso había sido una

semana atrás, pero a lo largo de los días la sensación había mutado: a todo

lugar que fuera era acompañado por un agente de seguridad, un tipo de

más de un metro ochenta con pelo cortado al rape, no siempre era el

113
mismo pero la única variación entre esos tipos era el rostro, como si

siempre fuera el mismo cuerpo con cabezas intercambiables. El

seguimiento se hacía cada vez menos soportable y, de a poco, se había

abierto paso en la consciencia de Hugo la idea de que esos tipos no

estaban ahí para protegerlo sino para vigilarlo.

Tomó un sorbo de whisky y comprendió, y la comprensión la

sumió en un terror helado; estaba escribiendo la partitura para una cárcel

gigantesca: Ubicuhén al cabo de la Segunda Fundación.

Mi música es el folklore de otros mundos... qué imbécil, qué

imbécil, por Dios. Tengo que hacer algo, tengo que zafar de esto, ¿ pero

cómo?

Tiene siete años y está sentado en un taburete frente al piano, el

ambiente es sombrío y está impregnado de tensión, de miedo y del olor de

su propio miedo. La voz ordena que comience y él inicia la ejecución, los

dedos se apoyan con inseguridad en las teclas. Al mismo tiempo que

advierte su error siente el ardor de la cachetada en la mejilla; contiene las

lágrimas que el dolor y la vergüenza han hecho aparecer en sus ojos

porque sabe que la disciplina es necesaria.

Treinta años después, sólo y en su piso a oscuras, Hugo lloró,

lloró por horas. Por las caricias que no había sentido, por las palabras de

aliento que nunca había escuchado y por la meticulosa construcción de

una cobardía que se sabía incapaz de superar.

Despertó despacio como si lentamente fuera saliendo de una

caverna húmeda y sombría hacia la luz, sólo que cada vez que veía lo que

114
la luz mostraba volvía a sumergirse en la sombra. Finalmente, cansado

del juego, decidió hacerse cargo de sí: se encontró echado en la cama, un

molesto rayo solar daba sobre sus ojos, se incorporó con dificultad y

consiguió correr un poco la pesada cortina. Se volvió a recostar y se dijo

que, ya que no podía zafar de la situación, por lo menos podía disfrutar de

sus ventajas. Hizo sonar la campanilla que había sobre la mesa de luz y se

dispuso a disfrutar de un suculento desayuno, luego se daría un baño y

escribiría algunas páginas.

Roque caminó veloz atravesando en diagonal la plaza, la nieve

reciente aún cubría los senderos y le gustaba oír crujir los cristales de

hielo bajo la suela de las botas; por otra parte, tenía la sensación de que

cuanto más firmes fueran sus pasos, más consistente sería su decisión. A

la altura del monumento se cruzó con una pareja de adolescentes que

caminaban abrazados, protegiéndose mutuamente del frío matinal: la

visión la conmovió, esos chicos eran ignorantes de la catástrofe que se

avecinaba, lo que tal vez era mejor; de todos modos él sabía qué hacer

para evitarla.

Los chicos siguieron caminando, Roque se detuvo y quedó

deslumbrado por la mole grisácea de la catedral, como si un cataclismo

silencioso la hubiera hecho aparecer de la nada. Se admiró con el poder

que irradiaba la construcción, no tenía la antigüedad ni la vetustez de

ninguna catedral europea, ni sugería la presencia de jorobado alguno

atormentado por su amor circulando por las cornisas o haciendo sonar las

campanas; pero había una voluntad poderosa inscripta en las piedras, la

115
madera y el metal: en cada columna, cornisa, dintel, nicho, gárgola, santo,

rosetón, herraje, puerta, bajorrelieve y arco arbotante. Y hubo un llamado,

o al menos eso es lo que Roque creyó percibir: la nave de la catedral

apenas era iluminada por la luz que conseguía atravesar los vitrales

góticos, sólo se oía el sonido de sus pasos y el leve murmullo de las dos

mujeres que estaban arrodilladas frente al altar mayor. Se arrodilló en un

banco a la derecha de las mujeres, se persignó y comenzó a rezar en

silencio; sintió una paz que hacía tiempo no experimentaba.

Se persignó, se puso de pie y salió. Caminó hasta la esquina y giró

a la izquierda, pasó frente a la librería y siguió hacia el sur cuatro cuadras;

se detuvo frente a una casa pequeña que denotaba una evidente falta de

cuidado: ventanas de pintura descascarada, revoque desprendido. Golpeó

la puerta y al cabo de unos minutos apareció un hombre alto y

desgarbado, de barba incipiente y pelo rojizo y desordenado- Ah, sos vos.

-dijo a modo de saludo.

-Sí, soy yo.

-Pasá.

Caminaron por un pasillo húmedo que bordeaba una hilera de

habitaciones y entraron en la última. Un dormitorio amplio con dos

camas, una biblioteca que cubría una pared, vasos, botellas de ginebra y

vodka y ceniceros repletos esparcidos por todo el lugar. El anfitrión se

echó sobre una cama e invitó a Roque a hacer lo mismo en la otra. Piedad

es un sentimiento cristiano pero, ¿ es un sentimiento cristiano sentir

piedad por un amigo? Las dudas teológicas no son el fuerte de Roque, o

116
mejor dicho, las respuestas a las citadas dudas. De todos modos, ver así a

Oscar, el más brillante de sus compañeros, como la imagen misma de la

ruina y el desamparo, lo apena y angustia; y vuelve a él, en otro registro,

la conciencia de la malignidad del poder que domina Ubicuhén- ¿ La

tenés ?-preguntó bruscamente

-Sí, claro que la tengo.

-¿ Y funciona todavía?

-Perfectamente, el domingo estuve haciendo unos tiritos en el

campo

-¿ Cuánto querés?

-No, hermanito, si vos la necesitás es tuya, pero,¿ para qué la vas a

usar?

-Unos amigos me invitaron a cazar una semana en el desierto.

-Tenés amigos de plata vos...

-No muchos pero sí.

-¿ Sabés manejarla?

-No creo que sea muy difícil.

-No, no es difícil pero tenés que tener cuidado, mirá que no tiene

seguro...

Sara permaneció en el promontorio, los ojos perdidos en el vaivén

oceánico, hundiéndose en profundidades propias. Si yo no fuera yo sino

un personaje soñado por alguien sería capaz de hacer cosas que hasta

ahora ni siquiera he considerado. Libre para desprenderme de toda

responsabilidad atribuyendo todos mis actos a una voluntad que no es

117
mía.

Se puso de pie y caminó en torno al promontorio recogiendo

ramitas, y arbustos resecos que apiló junto a la entrada de la caverna,

luego entró, abrió el bolso y sacó una bolsa de dormir, una manta, una

caramañola y un paquete de galletas.

Encendió el fuego y procuró que el humo no se introdujera en la

caverna y arruinara las pinturas. Oscurecía rápidamente y la temperatura

descendía de la misma forma, un aullido lejano le recordó las viejas

historias sobre los perros cimarrones del desierto.

La mejor acción para demostrar su libertad era levantar todo,

apagar el fuego, subirse al auto y conducir de regreso a Ubicuhén.

Se cubrió con la manta y se sentó junto al fuego, tal vez

simplemente porque así había sido soñado por alguien.

El hombre está de pie, en silencio, en silencio, mientras espera que

Marinetti concluya su conversación telefónica; está nervioso y

preocupado, aspira a ascender en la estructura del servicio y teme la

reacción del superior ante su informe.

Marinetti termina de hablar y se vuelve hacia el hombre

expectante, no le resulta difícil inferir que no tiene nada positivo que

informar. Lo conoció hace dos semanas pero su previsibilidad lo hace

evidente, otro lúmpen que busca dinero y respeto a través del sistema

represivo de Ubicuhén.

-Lo escucho.

-Bien, señor, detectamos la salida del objetivo por la puerta Norte

118
y enviamos una patrulla para mantener el contacto en el desierto, pero lo

perdimos. De todos modos, la supervivencia en la región es muy dura

durante esta época del año, así que pensamos que el contacto se

restablecerá no bien el objetivo regrese a Ubicuhén, suceso que no

demorará en ocurrir.

-Ya veo, la eficiencia de su trabajo depende de factores

climáticos...

-Señor, el desierto es una zona conflictiva y riesgosa y no

disponemos de los medios adecuados para recorrerlo, me atrevo a

sugerirle que recurra al mando de la milicia exterior si su planteo es

urgente.

Marinetti suspira fastidiado y dice- No, aún no es necesario. Puede

retirarse pero manténgame informado.

Beatriz se sentó en la escalinata del edificio antiguo de la

Universidad y se tomó la cabeza con las manos. Así que ese era el sabor

de la derrota, una mezcla de confusión, ira e impotencia; sonrió

amargamente pensando que su padre se alegraría cuando se enterara de la

noticia, y tal vez descorcharía una botella.

La explicación había sido patética en su escacez de fundamentos,

Beatriz había intentado que la responsable develara las razones detrás de

su endeble discurso pero sólo había conseguido ver el miedo como

motivación. Y de esa forma había perdido la beca y se le había rechazado

el informe, o viceversa, el orden cronológico no modificaba el resultado.

119
Una buena forma de clausurar su carrera como arqueóloga en Ubicuhén.

Capítulo 15

Agustín camina de la mano de su madre por entre las tumbas, es la

primera vez que va al cementerio y la multiplicidad de los monumentos

funerarios lo agobia con un peso oscuro y vago, y le insinúa la ubicuidad

de la muerte.

Agustín camina solo entre tumbas de lápidas gigantescas que se

inclinan hacia él como si intentaran aplastarlo con su masa ciclópea,

intenta encontrar el límite de la extensión del camposanto, pero no hay

horizonte más allá de ángeles y cruces. Entonces, con horror, descubre

que está caminando por las calles de Ubicuhén.

Agustín piensa Agustín y hay una resonancia en el vocablo, un

120
sentido que se le escapa no bien siente que está a punto de aprehenderlo.

Se da vuelta en la cama y observa a Beatriz dormir a la débil luz de la

luna creciente, su sueño es tranquilo y su respiración profunda y regular.

Se pregunta si ha hecho bien en inmiscuirla en toda la historia, y es una

pregunta que ya lo está hartando porque sabe que es falaz y evidencia una

soberbia lamentable.

Beatriz eligió cómo actuar, ella decidió por sí misma mantener la

librería en funcionamiento, enfrentar la oposición de la familia y

permanecer conmigo; tengo que recordarlo y no caer en la variante de

macho sobre protector. Pero no soporto la idea de que algo pueda

pasarle. Ya perdió la beca y estoy seguro de que fue por la consulta del

libro. Roque cree que Marinetti está detrás de todo el asunto, pero no creo

que ese figurín pedante tenga un poder real. O sí, pero sólo parcial y

limitadamente, como si fuera el instrumento de algo o alguien que no

termina de comprender; en ese sentido, pareciera que estamos en la

misma situación.

Se levantó y consiguió no despertar a Beatriz, caminó hasta la

cocina, cargó la pipa, la encendió y se sirvió una copa de cognac. Fue

hasta el living y se sentó en el sillón frente al apagado hogar, durante un

largo rato permaneció en un raro estado mental en el que no era del todo

consciente de sus ideas, como si todas sus energías psíquicas estuvieran

concentradas en mantener encendida la pipa y en dar pequeños sorbos al

cognac, cuando decidió incorporarse ya estaba amaneciendo y sentía una

dolorosa puntada en la cintura. Si había pensado que podía encontrar una

121
respuesta a la situación en la que estaba inmerso a través de una

inspiración súbita esa expectativa había quedado frustrada.

Se vistió en silencio, besó a Beatriz, se puso la campera y salió de

la casa. Marchó en dirección al puente y sintió como la ira lo invadía

cuando vio a un hombre en la plataforma que utilizaba como atalaya. El

hombre estaba acodado en la barandilla y sacaba fotos de la estación con

un teleobjetivo, Agustín subió por la escalera metálica hasta la plataforma

y saludó- Buen día.

El hombre bajó la cámara y se volvió hacia él- Buenos días.

-¿ Periodista?

-No, sólo un aficionado a la fotografía. Es interesante el paisaje y

parece que pasa inadvertido para la gente de por acá...

-No para todos, no creas, ¿ no sos de Ubicuhén no?

-No, vine a visitar a unos amigos...

-¿ Y qué te parece ?

-Es una ciudad rara, tiene lugares muy bellos pero dan la

impresión de tener una existencia provisoria.

-No entiendo...

-Cuando te dedicás a la fotografía desarrollás una serie de

aptitudes que algunas veces se pueden considerar una deformación

profesional, como si todo el todo el tiempo estuvieras mirando a través

del encuadre o intentando calcular el punto del foco. El otro día, mientras

sacaba fotos del puerto, noté algo raro en las construcciones, como si los

bordes aparecieran difusos; pensé que era una impresión mía, cansancio

122
visual o algo así, igual saqué las fotos, y cuando las revelé confirmé la

primera impresión, los ángulos exteriores de los edificios aparecieron

difusos, como si hubieran comenzado un proceso de disolución... raro,

pero quizá sólo tenga que ver con la composición del aire... no sé...

Agustín permaneció pensativo durante un momento intentando

evaluar las palabras las palabras del extranjero, y se dijo que las cosas

cada vez estaban más claras.

-Te quedaste mudo.

-Me quedé pensando en lo que me dijiste, raro eh?

El fotógrafo se quedó mirándolo atentamente.

Agustín preguntó- ¿ Por qué viniste a Ubicuhén?

-Ya te lo dije, vine a visitar unos amigos, ¿ qué, sos cana?

Agustín extendió su mano derecha- No, para nada, disculpá mi

brusquedad, Agustín...

-R., mucho gusto. -dijo el hombre estrechándole la mano.

-¿ R.?

-Sí, mi viejo estaba obsesionado por Kafka. -explicó R. con

resignación.

Agustín sacó la pipa del bolsillo de la campera y comenzó a

llenarla, con la vista fija en la estación, dijo- R., si no querés quilombos,

no mostrés tus fotos en Ubicuhén ni le comentés a nadie lo que viste...

-Me dijiste que no eras cana...

-Precisamente por eso te lo digo.

-¿ Y eso qué tiene que ver con las fotos?

123
-Las fotos muestran la acción de la voluntad que intenta hacer

desaparecer a Ubicuhén tal cual la conocemos.

-Si no hubiera visto lo que ví pensaría que estoy escuchando a un

paranoico perdido.

-Sería más correcto que pensaras que estás escuchando a un

desesperado. -respondió Agustín con tranquilidad, la sensación de estar

librando una batalla perdida lo había distendido plenamente.

R. encendió un cigarrillo y se volvió a acodar en la barandilla,

dijo- Quién no estuvo desesperado alguna vez...

Permanecieron fumando en silencio mientras el sol se elevaba

sobre las calles heladas y de vez en cuando algún tren cargado de

trabajadores pasaba hacia el norte, u otro apenas ocupado cruzaba en

dirección inversa.

Cuando regresó a la casa, Beatriz tomaba una taza de café sentada

a la mesa de la cocina, se besaron brevemente y Agustín se sentó junto a

ella y le rodeó los hombros con el brazo.

-¿ Cómo estás?

-Bien, salí a caminar para ver si me podía aclarar un poco la

cabeza...

-¿ Y qué pensaste que no hayás pensado antes?

-En dejar de una vez por todas este lugar de mierda...

Beatriz apoyó la taza en la mesa y dijo irónica- Así de fácil, nos

vamos...

-Yo no dije que fuera fácil.

124
-¿ Y qué vamos hacer con lo que sabemos, olvidarlo

simplemente?

-¿ Por qué no, si no podemos cambiarlo?

-¿ Y quién dijo que no podemos?

-Mirá, me gustaría compartir tu optimismo pero no es así...

-¿ No te das cuenta que eso es lo que ellos quieren que pienses?

Que no hay salida, que nada puede ser cambiado, que la única opción es

el sometimiento... está bien, estoy de acuerdo, por ahí hoy no sabemos

qué hacer pero no tiene porque ser así siempre... pero hoy nos queda

resistir...

-Cada vez nos queda menos tiempo.

-¿ Cómo sabés eso?

Agustín le explicó el encuentro con R. y su comentario sobre las

fotografías.

Beatriz lo miró sonriendo irónica.

-¿ Y ahora qué pasa?

- ¿No pensaste que ese R. puede ser un agente de ellos?

-¿ Qué?

-Ellos saben donde vivís, no es difícil entonces enviar a un tipo

que te confirme lo que vos intuís o sospechás, además no viste las fotos

que probarían sus afirmaciones, de todos modos, aún cuando las vieras,

las fotos podrían estar trucadas...

-Es cierto, estoy hecho un idiota.

-No, Agustín, estás angustiado y confundido, no sos ningún idiota.

125
-Gracias por decírmelo, te voy a mostrar algo. -Agustín se puso de

pie y caminó hasta el dormitorio, regresó con una foto en blanco y negro

que le alcanzó a Beatriz.

-¿ Y eso qué es?

-Mi potrillo.-explicó Agustín.

-Dale, contame.

-Cuando era chico mis viejos me llevaban a Pótamos, donde vivía

un tío abuelo, era aguatero y tenía cinco o seis caballos que utilizaba

como animales de tiro para la pipa. Casi todos los veranos pasábamos

quince días allá, era bárbaro, me llevaban a andar a caballo, a nadar en el

río, a pescar. Un invierno, una de las yeguas parió y mi tío abuelo me

mandó una carta con esta foto, la foto de mi potrillo. Yo entonces tendría

cuatro o cinco años y me alegró saber que tenía mi caballo; un tiempo

después el potrillo murió.

-Qué triste...

-Yo no sentí demasiada pena entonces, como si nunca me hubiera

dado cuenta que detrás de esta cartulina había un ser animado y concreto.

Esta foto se traspapeló y pasaron unos cuantos años, mi tío abuelo falleció

y ya no volvimos a Pótamos. A los diecisiete la volví a encontrar y me

emocionó, como si recién entonces me diera cuenta de la pérdida, el

tiempo la había cargado de significados...

Beatriz lo miró pensativa intentando adivinar el proceso mental

que había llevado a Agustín a recurrir a aquella foto. - ¿ Magia simpática?

-preguntó.

126
-No sé, hay algo con las fotos si lo que dijo R. es cierto... pero no

termino de verlo... pienso que de alguna forma pueden llegar a potenciar

el esquema pero no sé cómo... no consigo tener una visión clara del

asunto, y no es que antes la haya tenido...

Capítulo 16

Marinetti estacionó el auto y bajó, la vastedad de la superficie

vacía lo aterrorizó y empezó a tener dificultades para respirar, se apoyó

en el capot, cerró los ojos y se obligo a respirar lenta y profundamente. Al

cabo de unos minutos consiguió tranquilizarse y abrió los ojos; el pánico

había remitido pero aún acechaba no muy lejano. El viento golpeaba con

fuerza desde el Este y atravesaba con facilidad el abrigo de su sobretodo,

sacó la petaca del bolsillo interior, la destapó y tomó un largo trago de

cognac. El alcohol se deslizó ásperamente hasta el estómago pero le dio

una reconfortante sensación de calidez. Bien, ahí estaba en la nada apenas

interrumpida por pastizales o el vuelo de algún ave carroñera, los caminos

eran tan imprecisos que se perdían de vista a escasa distancia. No

127
comprendía y no comprender lo irritaba aún más que el desierto. ¿ Qué

había llevado a Sara a internarse en esa región y cómo había resistido allí

durante tres días? ¿ Había adivinado que él había ordenado su muerte?

No, era otra cosa, seguramente era otra cosa... Un aullido lejano lo

sobresaltó e inmediatamente volvió a él el pánico infantil que le producía

la leyenda de las jaurías de perros cimarrones que recorrían la planicie

buscando alimento, y que habían perdido todo temor al hombre, si es que

alguna vez lo habían conocido. Corrió hacia la puerta del auto de la que

apenas lo separaban unos centímetros, pero su cuerpo se movió con una

lentitud exasperante al tiempo que la distancia se estiraba como una

banda de goma. El aullido lejano se hizo más próximo y luego se

transformó en una maraña disonante de ladridos y gruñidos, se volvió y

pudo ver como un perro gris y robusto con las fauces chorreantes de

espuma se elevaba en el aire y clavaba los dientes en la pantorrilla de su

pierna izquierda. Oyó como la carne se desgarraba y el dolor agudo y

repentino lo hizo aullar, estimulando al resto de la jauría que cayó con

fuerza sobre su otra pierna y su espalda, saciando un apetito de meses.

Antes de perder completamente la conciencia alcanzó a ver a Sara que

vestida con un corpiño y una bombacha de cuero negro sonreía divertida.

Es un sueño, es un sueño, no es real, se dijo Marinetti y se obligó a abrir

los ojos. Vio un cielo azul y límpido y sintió la presión en sus muñecas y

tobillos, levantó la cabeza y notó que estaba estaqueado con los brazos y

piernas extendidos, en su cuerpo había numerosas heridas sanguinolentas,

y en algunos lugares faltaba la carne hasta el hueso, elevó un poco más la

128
cabeza y el horror le produjo naúseas: donde debían estar su pene y

testículos sólo se veía un gran vacío rojo. Gritó, y el grito le permitió

despertar finalmente. Estaba sentado en la cama, con las sábanas

enroscadas en torno a su cuerpo, a duras penas podía respirar, consiguió

ponerse en pie, y caminar hasta el baño, vomitó durante cinco minutos.

Luego colocó la cabeza bajo la canilla de agua fría y la dejó correr

intentando barrer con todo los restos de la pesadilla. Se secó frotándose

vigorosamente con la toalla y se peinó, de a poco su pulso recobró la

firmeza habitual; caminó hasta la cocina y se preparó un café. Lo bebió

sentado a la mesa de la cocina mientras dejaba que sus ideas habituales

tomaran el lugar que les correspondía, no era afecto al auto análisis y era

perfectamente lógico para él desatenderse de cosas que no podía explicar

o que no tenían ninguna utilidad práctica. Además sabía que toda esa

cuestión se resolvería cuando sus agentes encontraran a Sara.

Desayunó ligeramente y se dedicó a revisar unos presupuestos,

por unos minutos se sintió gratamente complacido por su eficiencia para

las cuentas; hasta que llegó a la página tres y notó la diferencia entre los

ingresos y el dinero disponible para las obras. No había forma de explicar

esa diferencia, él, personalmente había evaluado todas las cuentas del

presupuesto. Volvió a atrás en la lectura, se dijo que probablemente

estaba algo dormido y había hecho mal los cálculos, pero obtuvo el

mismo resultado, se puso de pie y caminó por la habitación. Finalmente,

decidió llamar por teléfono a su superior jerárquico inmediato, luego de

disculparse por la llamada temprana, explicó con claridad el

129
inconveniente, luego escuchó: " Vea, Marinetti, realmente me sorprende

su llamada tanto como su sorpresa, mi viejo... suponía que usted tenía

bien en claro cuál es su posición en el esquema... No, no necesita

aclararme nada, escúcheme.. estamos todos comprometidos en el

proyecto... eso está bien claro... pero de la misma forma debe entender

que el nivel de responsabilidades de los implicados en el proyecto no es el

mismo y por lo tanto tampoco lo son sus necesidades... no creo que le sea

muy dificultoso comprender esto y actuar en consecuencia... a propósito

muy lindo su boceto para el nuevo Centro de la Cultura, muy lindo, che,

siga trabajando así... y ahora lo dejo porque estoy retrasando en un

compromiso ineludible, cualquier cosita, llámeme, pero tenga bien en

cuenta lo que le dije antes de hacerlo. Chau, que siga bien. "

Marinetti se quedó paralizado junto al teléfono, y por primera vez

en su vida se preguntó si un sueño no había sido premonitorio, luego

sonrió silenciosamente e hizo un gesto afirmativo. Supo que respondía a

una voluntad superior que buscaba dejar su marca y de la cual él no era

más que su instrumento. Se acercó a la ventana, corrió la cortina y sus

ojos se demoraron sobre los añosos árboles iluminados tenuemente por la

luz de la mañana. El estupor y la angustia se habían diluido tan

rápidamente como habían llegado ante la revelación súbito del curso a

seguir. No iba a ser difícil demostrar que él también podía ser hábil en la

manipulación de números y asignaciones; tendría que manejarse con

sumo cuidado para no ser descubierto en forma inmediata, pero era un

paso imprescindible para dejar de ser un subordinado, asumir su

130
condición natural de jefe y liderar la única lucha que valía la pena llevar

adelante. Los fondos serían suficientes para armar y entrenar la milicia, y

llevar adelante la verdadera Refundación de Ubicuhén. Sonrió y se

felicitó por haber hecho la llamada telefónica y acertar en la clarificación

de las cosas.

Sara extendió el mapa sobre el capó del auto e intentó fijar una

ruta posible hacia el Norte y poder llegar a la mina abandonada, al cabo

de unos segundos agitó la cabeza en un gesto de negación, era imposible

continuar el viaje sin regresar a Ubicuhén para cargar combustible. Por

más desagradable que le pareciera, era la única opción posible. Levantó

su precario campamento, guardó los utensilios en el auto y se puso en

marcha hacia la ciudad. Los días en el desierto la habían ayudado a

esclarecer sus ideas y la habían hecho consciente de su conducta errática

de los últimos tiempos, o lo que ahora consideraba su conducta errática.

La cuestión era compleja, pero no terminaba de entender cómo había

podido enredarse con un tipo como Marinetti; el atractivo físico podía

ofrecerle una hipótesis pero no alcanzaba para construir una explicación.

De hecho, debía admitir que su extrañeza no se limitaba a la relación con

aquel individuo, sino a todos las acciones que había realizado en los

últimos años; como si en el recuerdo sus actos aparecieran realizados por

una mujer que no era ella, sonrió irónica pensando que había

experimentado una revelación, una epifanía shamánica con los pinturas y

el aire del desierto. Y luego, casi inmediatamente, sintió ganas de llorar,

porque eso que era un motivo de ironía también era una certeza profunda.

131
Redujo la velocidad cuando las lágrimas le impidieron una visión clara

del camino y se estacionó a un costado de la ruta. Mi vida es el desierto

por eso la analogía me llevó a la comprensión, todo signo que intento

dejar se desvanece dejando nada más que vacío... y eso fue exactamente

lo que pasó entre Agustín y yo...

Sara lloró hasta sentir que la congoja disminuía y se puso en

marcha hacia Ubicuhén.

Roque había decidido llevar un diario a fin de ordenar

explícitamente sus acciones y retornar a una disciplina que se había

diluido en los últimos meses. Escribía en una pequeña libreta rayada con

tapas de hule negra con su letra redondeada y prolija, y cada tanto sorbía

un trago de café; el bar estaba tranquilo a esa hora de la mañana y el sol

entibiaba su mesa lánguidamente. Sentía la necesidad de escribir, una

necesidad moral y perentoria, él iba a ingresar en la historia de Ubicuhén,

y lo menos que podía hacer era dejar un testimonio lo más claro posible

para los historiadores futuros. Claro, siempre y cuando su tarea fuera

coronada con el éxito, de otro modo era altamente probable que la

Historia simplemtente desapareciera.

Afortunadamente, Marinetti era bastante rutinario en sus

movimientos y había sido sencillo elegir el momento y el lugar para hacer

el trabajo, Roque había tenido que ejercer todo su autocontrol para evitar

pasar a la acción de inmediato, sabía que había algo más que una

satisfacción personal en la realización de su proyecto y no podía correr

riesgos innecesarios.

132
La cuestión instrumental ya había sido resuelta: había comprobado

la efectividad de la escopeta destrozando bolsas de basura, latas y alguna

que otra rata en el basurero municipal, y se había sentido orgullosamente

complacido ante la destreza que había desarrollado en el manejo del arma

; entonces había pensado que de haber nacido en el momento adecuado

hubiera sido un valeroso guerrero de los años de la conquista.

Ahora concluía sus notas, sentado en su café favorito, demorando

morosamente el encendido de su pipa, disfrutando el momento. Se había

gastado una pequeña fortuna en una lata de tabaco holandés y el placer

previsto lo llenaba de una alegría futura que intentaba retener. Estaba

construyendo un día perfecto, un día que sería citado innumerables veces

por los historiadores futuros. Quizá uno de los últimos días en la vida de

un hombre valeroso que había puesto en riesgo su vida para preservar la

libertad y la memoria de la Ubicuhén primigenia. Suspiró complacido y

se dijo que ya era tiempo, abrió el viejo zurrón de cuero donde llevaba el

tabaco, acercó su nariz a la abertura e inspiró profundamente, entrecerró

los ojos mientras la fragancia del tabaco le evocaba sensaciones que

había creído perdidas. Abrió los ojos y llenó la cazoleta de la pipa,

encendió un fósforo, aspiró una bocanada profunda y la exhaló

rápidamente, evitando saborear la primera pitada, contaminada con la

ignición del fósforo; luego volvió a chupar y dejó que el humo se

extendiera plácidamente sobre su lengua, sin lugar a dudas sería un día

perfecto.

Es una mañana brillante, el cielo es de un celeste profundo, más

133
parecido a los que aparecen en las fotos de publicidad turística que a los

que a podido ver realmente en sus treinta y cinco años de vida. Ha

preferido la acción a la luz del día porque cree que la limpieza de su acto

así lo demanda. Marinetti abre el portón que guarda el acceso al jardín de

su residencia, lo cierra y comienza a caminar con paso ágil hacia el

centro. Lo deja avanzar unos cincuenta metros mientras lo acecha tras un

árbol, luego toma su bolso y emprende la persecución. Marinetti camina

con rapidez y demuestra una buena condición física. Roque sorbe las

gotas de sudor que se deslizan por su rostro hasta sus labios. Ya están a

una cuadra de la plaza, la escena se despliega en cada paso. Roque se

apresura y se acerca lenta y continuamente a su objetivo, cuelga el bolso

de su hombro derecho, abre el cierre, y con la mano derecha cierra la

escopeta y amartilla los percutores. Cuando Marinetti gira hacia la

derecha para tomar la calle que delimita el extremo norte de la catedral, a

treinta metros de la librería, Roque levanta el extremo anterior del bolso y

presiona con fuerza la cola de uno de los percutores. La parte anterior del

bolso se despedaza y escupe fuego, casi simultáneamente florece una

mancha roja en el abdomen de Marinetti, antes de que caiga contra la

verja su cuello, mandíbula y boca desaparecen en una explosión

sanguinolenta. Roque arroja el bolso y se acerca a donde yace su víctima.

Roque sonrió satisfecho y pensó que, en ciertas circunstancias, el

tabaco holandés resulta más efectivo que el haschís. Siguió sonriendo

mientras levantó la mano y llamó al mozo para que le trajera la cuenta.

Hugo despertó con el sonido disonante del despertador y se

134
demoró unos minutos en la cama intentando ordenarse para la actividad

del día, tenía que continuar los ensayos de los dos primeros movimientos

de la obra y sabía que iba a ser un día duro. A pesar de la grandilocuencia

que exhibía Marinetti cuando hablaba de los fondos dedicados a la

Segunda Refundación, Hugo notó que los músicos contratados no eran

precisamente los mejores de Ubicuhén, estaban en el proyecto porque

necesitaban el trabajo y sabían leer y ejecutar en forma más o menos

correcta una partitura, pero se limitaban a hacer el menor esfuerzo

posible. Lo esperaba un día largo y complicado y era bueno prepararse

psíquicamente pero evitando que esa conciencia se hiciera abrumadora.

Finalmente se levantó, duchó y bebió una taza de té, luego volvió frente

al espejo y se esmeró por alinear correctamente el nudo de su corbata y el

cuello de la camisa, sabía que era imprescindible que su presencia

impusiera respeto a sus subordinados.

Bajó e inmediatamente el centinela que estaba en la puerta del

edificio hizo una seña; al cabo de unos segundos un auto negro se

aproximó al cordón y se abrió la puerta trasera derecha, Hugo subió y

trató de no pensar, pero, como previó, la intención fue inviable, su

percepción de que era un prisionero lo acosaba tenazmente, y sólo podía

deshacerse de ella concentrándose en su obra. Abrió el portafolio que

llevaba sobre sus piernas y comenzó a repasar el primer movimiento.

El auto estacionó frente al edificio del Auditorio Nacional y Hugo

descendió y caminó hacia la sala de ensayos; afortunadamente todos los

músicos estaban presentes y ya estaban afinando. Fue un jornada extensa

135
y agotadora, pero al cabo de seis horas de ensayo, con una pausa de

treinta minutos para almorzar, Hugo consiguió que el primer movimiento

sonara ajustadamente, y decidió dejar en libertad a los músicos. El coche

lo condujo de nuevo a la casa que comenzaba a ver como una prisión de

lujo, se sirvió un whisky y se tiró en un sillón. Repentinamente se puso de

pie, dejó el vaso sobre la mesa ratona y se dirigió hacia la puerta, el

guardia que estaba en el pasillo preguntó- ¿ A dónde se dirige, señor? No

he sido informado.

-¿ Y a vos qué carajo te importa? -Sintió que el golpe le daba

náuseas antes de percibir que estaba cayendo hacia atrás, luego los

ángulos de la mesa ratona se le clavaron en la cintura y aulló de dolor.

Oyó una voz autoritaria que se elevaba sobre el estrépito de la rotura de

los vasos “No podés tratarlo así, idiota, está bajo la protección de

Marinetti” y encontró aquel enunciado como la cosas más terriblemente

graciosa que había escuchado en su vida, y cuando su cuerpo entró en

contacto con la alfombra su boca se abrió para recuperar el aire perdido

pero también para liberar una carcajada que pugnaba por encontrar su

espacio.

-Pero señor, él me atacó.

-Controlarlo, no dañarlo, esa es la orden.

-Sí, señor, lo sé.

-¿ Y entonces?

-Me atacó por la espalda, señor, y tuve una reacción instintiva.

-Controle mejor sus instintos. Señor Klapenbaj, ¿ se encuentra

136
bien?

Hugo dejó que el hombre lo ayudará a incorporarse mientras reía a

carcajadas.

-¿ Está bien, señor Klapenbaj, está bien?

-Sí, estoy bien, y ustedes dos son los tipos más graciosos de

Ubicuhén...

-Espero que sepa disculpar a Pedro, señor Klapenbaj. -le dijo el

hombre mientras lo ayudaba a sentarse en uno de los sillones - Pero

estamos viviendo tiempos difíciles todos estamos un poco tensos...

-Sí, claro. Entiendo. -respondió Hugo intentando adivinar por qué

los tiempos eran difíciles para aquel par de antropoides graciosos,

conteniendo la risa a duras penas.

137
Capítulo 17

Nunca tomé este camino, estoy descendiendo a la antigua mina

abandonada en el Norte del desierto, aún iluminada por antorchas

inextinguibles alimentadas con aceites aromáticos. Me demoro en cada

trazo y en cada matiz de la pigmentación, siento una voluptuosidad

lánguida y creciente, veo con que sutileza y amor está narrada la historia

del Elengasen, el desafortunado viajero de los niveles del universo, el que

agotó cielos e infiernos y se desesperó en regresos que nunca eran

definitivos. Rey agobiado de la indeterminación. Pero no, lo sé, jamás

veré lo que imagino... ¿ Y es esta la pintura definitiva? Mi sangre pegada

en los cristales, pedazos de mí sobre el tapizado. La satisfacción de mis

asesinos en sonrisas de dientes blancos y fuertes, en la marcialidad

exultante de sus pasos distendidos. Veo como se acercan para concluir su

tarea, pero, ¿ los veo realmente o son los últimos destellos de mi cerebro

que alucina su creciente proximidad.?Es raro no sentir dolor ni miedo ni

angustia, sólo una aceptación pasiva de lo por venir. Ya se acercan, no

138
puedo moverme pero...

El hombre había decidido terminar su trabajo con un prolijo

disparo en la frente, pero los ojos claros y fijos en él lo detuvieron, bajó el

arma y disparó tres tiros al pecho, luego se volvió hacia el otro y le

ordenó que llamara. El otro sacó un teléfono celular del bolsillo del saco e

hizo la llamada, Marinetti, en la soledad de su despacho, sonrió

satisfecho.

Agustín estaba solo en la librería cuando llegó Ferreira, y, de

alguna forma supo que había algo definitivo en esa presencia. El pulso de

Ferreira se mostró endeble cuando se llevó un cigarrillo a los labios e

intentó encenderlo. La operación le llevó bastante más tiempo del que

había previsto, cuando consiguió concretarla aspiró una pitada profunda y

contuvo la respiración durante unos segundos. Agustín lo observaba con

atención: si bien el traje gris estaba impecablemente planchado y limpio,

un aura de desprolijidad y desorientación lo enmarcaba. Tal vez era la

raya del peinado que no tenía la perpendicularidad a la que aspiraba o la

sombra de barba que comenzaba a insinuarse.

Luego de un intercambio de saludos formal ambos permanecieron

en silencio. Ferreira preguntó- ¿ Lo sabe no?

-¿Qué?

-Su amiga

- Sara? -preguntó Agustín sabiendo que no podía ser otra persona.

Ferreira asintió en silencio. Agustín se apoyó apenas en el

mostrador.

139
-Le dispararon cuando volvía del desierto.

- Cuándo?

-Esta mañana temprano, murió instantáneamente, usaron un fusil

automático.

-¿ Quienes?

-Usted sabe.

-No, no sé. -respondió con furia Agustín.

-Yo no estoy seguro...

-¿ Qué sospecha entonces?

-No, no se confunda, sé que fueron agentes del estado, pero no sé

quienes son o a quién responden...

-Ya lo averiguará si se lo propone... ¿ dónde está el cuerpo?

-En la morgue -Ferreira miró su reloj- supongo que habrán

terminado ya la autopsia.

-¿ Era necesaria?

-No, la causa de la muerte es evidente, pero usted sabe, hay

procedimientos...

-Siempre hay procedimientos.

-¿ Sabe si tiene parientes en la ciudad?

-No, su familia no es de Ubicuhén.

-¿ Podría ir a la morgue? Necesito una identificación.

-Iré -Agustín notó que no había sólo desorientación en el hombre,

también miedo.

Ferreira caminó hacia la calle y Agustín lo siguió, cerró la puerta

140
de la librería con llave y ambos subieron a un auto pequeño y oscuro;

ninguno habló durante el trayecto a través de una ciudad cubierta de nieve

bajo un cielo plomizo. Ferreira estacionó y entraron en un edificio

pequeño pintado de blanco; se detuvieron frente a una mesa a la que

estaba sentada una muchacha regordeta que ojeaba distraídamente una

revista de modas. El policía se identificó y la chica le pidió graciosamente

que esperaran un momento, tomó el tubo de teléfono que estaba a su

derecha, presionó una tecla y anunció que el inspector Ferreira estaba ahí.

Cortó la comunicación y les anunció que el encargado pronto los

recibiría.

Un médico viejo, flaco y algo desgarbado que fumaba un cigarro

maloliente los saludó con sequedad y les pidió que lo siguieran, entraron

en un pasillo que terminaba en una puerta de madera de doble hoja

pintada de gris acero. El médico empujó la puerta y entraron a un recinto

rectangular iluminado con tubos fluorescentes con las paredes cubiertas

de estantes de acero inoxidable, Agustín pensó que semejaba una

biblioteca, una biblioteca refrigerada. El viejo tiró de las agarraderas de

uno de los estantes y desplazó la camilla hacia afuera: una sábana blanca

cubría pudorosamente el cuerpo; el médico les hizo una seña para que se

acercaran y suavemente desplazó la sábana dejando al descubierto el

rostro. Agustín pensó con alivio que Sara estaría orgullosa del aspecto

que presentaba en la quietud definitiva de la muerte; como si contradijera

la violenta causa de su muerte, la expresión de su rostro era plácida y

distante.

141
Ferreira miró a Agustín interrogante y Agustín asintió

silenciosamente, y luego dijo- Sí, es Sara. ¿ Me permiten un momento?

Ferreira y el médico se alejaron hacia la salida y Agustín se quedó

de pie junto al cadáver y extendió sus brazos con las palmas hacia arriba y

entonó una oración. Ferreira creyó ver que un resplandor azul brotaba de

las manos de Agustín e iluminaba el rostro de Sara cuando se volvió sin

saber por qué.

Agustín salió, y Ferreira dijo- Necesito que me firme una

declaración.

-Sí, está bien, mándemela a la librería.

-Se la enviaré antes de irme.

-¿ Irse?

-Sí, quiero dejar las cosas claras antes de salir de Ubicuhén.

La percepción había sido acertada, el hombre sentía miedo.

Ferreira dijo acusadoramente- Usted sabe.

-Sé algunas cosas.

-¿ Las sabía cuando lo detuvimos?

-Algunas.

-No está ansioso por compartir su conocimiento.

-Vea, Ferreira, fui yo el que estuve detenido doce horas por una

acusación de asesinato, soy yo el que acaba de reconocer el cuerpo de una

amiga asesinada por agentes del estado, no me pida entonces que me

apiade de su situación...

Ferreira lo miró molesto pero no dijo nada, luego encendió otro

142
cigarrillo y aspiró nerviosamente, luego admitió con bronca- Sí, no sé qué

hacer, toda la estructura está podrida, la muerte de esta chica fue absurda

y brutal, y ni siquiera intentaron ocultar un poco las cosas...

-Denúncielos entonces.

-¿ Y terminar como la chica? No, gracias.

-¿ Qué va a hacer entonces?

-Ya se lo dije, irme -respondió Ferreira y mantuvo una posición

expectante, como esperando que Agustín hiciera algún comentario, pero

se repuso rápidamente- ¿ Lo llevo de vuelta a la librería?

-No, gracias, prefiero caminar.

Hugo lo observaba atentamente mientras el hombre hablaba con

una seguridad insultante, como si tuviera la absoluta seguridad de emitir

un discurso ameno para su interlocutor. A pesar de que ya mediaba la

cincuentena, su aspecto físico seguía siendo adecuado, usaba un prolijo

traje gris con una corbata roja y una impecable camisa blanca. Había sido

así de atildado desde que había conseguido acceder a la fama a través de

una carrera de cantante popular en la década del 40, desde entonces había

grabado discos, dirigido y producido películas y tejido relaciones con los

sectores políticos más poderosos de Ubicuhén. Hugo lo había conocido

trabajando para él como músico de sesión en algunos de sus discos,

experiencia que no lo enorgullecía, precisamente. Afortunadamente, no

había aparecido su nombre en esas grabaciones, de todos modos, debía

admitir que aquellas participaciones le habían servido para pagar el

alquiler unos cuantos meses y darse algunos lujos. En tanto, el hombre

143
seguía hablando y Hugo se preguntaba por qué lo había dejado entrar, tal

vez para sacar del aburrimiento a los custodios que tenían la obligación de

registrar todos los ingresos y egresos del departamento. La voz era como

una lluvia adormecedora cayendo sobre el tejado- Y por eso pensé que tal

vez me podías incluir en el proyecto, digo, yo ya lo hablé con Marinetti y

él me dijo que vos tenés absoluta libertad y poder de decisión respecto a

la obra, y por eso me dijo que hablara directamente con vos...

-Perdón...

-Te decía que probablemente me puedas incluir en la obra... digo,

una mano lava la otra, yo te puedo ayudar, mi popularidad, vos lo sabés,

facilitaría la difusión de la obra, desacartonaría todo el asunto y podría

incrementar las ventas... es una cuestión sencilla, vos incluís una canción

sencilla, fácil de cantar y escuchar y así haríamos un negocio perfecto...

poca inversión, gran rendimiento... No te puede llevar más de una hora

componer y arreglar la canción, yo la grabo en un par de horas y listo...

Hugo lo miró asombrado.

-Sé lo que pensás, no tenés que decímerlo... no tenés que

decírmelo, yo también fui una vez joven e idealista pero, bueno, después

maduré, acá, pibe, como en todos lados lo que realmente importa es la

guita... la guita y la familia claro, y vos estás en el momento justo para

despegar completamente, para hacerte de una posición... si, ya sé, vos sos

un artista, un verdadero artista, como yo nunca lo fui ni lo seré, pero

todos los artistas necesitan vivir, y vos tenés la oportunidad de vivir muy

bien, de asegurarte tu futuro con este trabajo... pensalo, pero pensalo en

144
serio, eh... espero tu llamado...

El hombre salió tan rápidamente como había entrado y Hugo se

preguntó por qué no lo había puteado cómo correspondía, pero al

momento siguiente se dijo que aquel individuo tenía razón, realmente

sabía cómo se manejaban las cosas en Ubicuhén.

Marinetti enredó prolijamente los spaghetti en el tenedor y se los

llevó lentamente a la boca, anticipando el placer que le depararía la

degustación de el manjar.

-¿ Y, nene, cómo están?

-Muy bueno, mamá, como siempre...

-Ay, zalamero.

-No, mamá en serio. están buenísimos.

-Eso decíselo a su padre que cada vez se resiste más a comer mis

comidas...

-Mamá,¿ me servís un poquito de vino? Gracias. Mamá no seas

injusta con el viejo, sabés que el médico le recomendó que tiene que

hacer dieta...

-Dieta, dieta, bah... ¿ qué creen esos medicos, que uno va a vivir

un par de años más por dejar de comer como Dios manda...

-Mamá, no todas las personas son como vos, no todas tienen tu

espíritu.

-Dale, ahora cargame...

-No, mamá, no te cargo, te lo digo en serio. -dijo Marineti con

sinceridad, admiraba realmente la vitalidad y agilidad de su madre a la

145
edad que tenía y con los notorios kilos de más que cargaba.

-¿ Querés más?

-Sí, claro.

La madre de Marinetti sonrió satisfecha y él se sintió feliz, sabía

que debía agradecer a esa mujer lo que había llegado a ser y le gustaba

saberse agradecido. Sin ella, que lo había impulsado a destacarse desde su

más temprana infancia, hubiera repetido el destino anodino de su padre

que no había llegado a ser más que un gris burócrata de la administración

pública, un buen tipo sí, pero nada más que eso. Alguien a quien apenaba

tanto cometer un error que jamás corría el menor riesgo, un mediocre,

bah, algo que jamás Octavio Marinetti, su hijo, se limitaría a ser. Su

madre no se lo permitiría.

146
Capítulo 18.

Inapelable, ajena, cercana, la muerte. Hay algo que me impulsa a

levantar un pie y otro y perderme en un ritmo que perfectamente sé que

no es mío. Apenas si puedo modificar las acentuaciones, Hugo, tal vez él

pudiera entenderme, al fin y al cabo todos dicen que él es músico. Todos

dicen, suena lindo, para una clara expresión de mi resentimiento. Todos

dicen que soy un boludo, no lo escucho porque ni siquiera tienen la

delicadeza de decírmelo en la cara. Exagero, hay alguien o algo en algún

lugar que supone que yo soy un boludo. Ese viejo de mierda en el muelle

junto al riachuelo hablando boludeces y yo creyéndomelas. Pero no, no es

cierto. El sólo continuó un acertijo, un acertijo que comenzó allá lejos y

hace tiempo... podría ponerme místico o poético y pensar en eones, en

distancias que devoran la luz y la someten con sadismo. Oh, dioses! Oh,

Dios o Nada. Yo qué sé. Soy el mandato tácito de nadie, el sueño echado

a las cloacas, el que espera, el que ve, el que alienta. La serpiente y el

árbol, el deseo en el sexo de Eva. Soy la piel quemada, el tesoro de los

inquisidores, los gusanos que viven de la carne muerta. Y camino, y Sara

yace ausente para siempre en una heladera. Y no hay poder, delirio ni

147
voluntad que pueda modificarlo. Ahora tengo que pensar en Beatriz,

tengo que ponerla a salvo, de alguna forma tengo que prevenirla...

¿Casualidad? se preguntó Roque cuando vio que el grupo de tres

hombres que lideraba Marinetti se acercaba a la esquina de la catedral a

donde ya estaba llegando Agustín. Roque apuró el paso y levantó el

bolso, se dio cuenta que a esa velocidad no iba a poder evitar la

intercepción, comenzó a trotar y gritó “Agustín”. Marinetti y sus

custodios se volvieron hacia él, sacó la escopeta y arrojó el bolso, los

hombres se llevaron sus manos a los sobaqueras. - Tirate al piso, Agustín.

-Roque disparó, el hombro de uno de los servicios voló en una explosión

sanguinolenta y el cuerpo cayó hacia atrás. El otro tuvo tiempo de sacar

su arma pero solo para sentir como volaba junto con su antebrazo con el

segundo disparo.

Marinetti iba confiado y optimista al encuentro de Agustín, sabía

que su eliminación iba a permitirle llevar adelante sus planes con una

seguridad inexorable, definitiva, y mientras caminaba rápidamente

acompañado por dos de sus mejores hombres silbaba alegremente una de

las piezas compuestas por Hugo para la Refundación. Cuando lo

avistaron, supo que la presa estaba presta para la captura: Agustín

caminaba ensimismado, ajeno a lo que lo rodeaba. El grito rompió ese

esquema ideal, y después los fogonazos y estallidos y el acero, la muerte

y la sangre; el hombre avanzaba hacia él con la escopeta aún humeante en

sus manos, los hombres que lo habían acompañado hasta segundos antes

se retorcían en el piso sangrando y aullando de dolor. Supo que el hombre

148
había disparado sus dos cartuchos y con una velocidad que no recordaba

haber ejercido en su vida, sacó la pistola de la cartuchera y disparó a su

agresor, pero no consiguió detener su impulso ni su carga.

Roque gritó de nuevo- Rajate, Agustín, rajate. -y a pesar del ardor

que sentía en el cuero cabelludo y el pegajoso contacto de la propia y tibia

sangre escurriéndose por su rostro siguió avanzando sobre Marinetti y

alcanzó a golpearlo con la culata de la escopeta en el abdomen, aunque no

pudo evitar que volviera a hacer fuego.

Agustín vio como Roque y Marinetti y caían y forcejeaban en el

piso y se sintió impulsado a ayudar al historiador, pero inmediatamente

escuchó las sirenas de la policía acercándose y decidió alejarse del lugar.

Caminó rápidamente hacia el otro extremo de la plaza y se cruzó con

varios transeúntes que caminaban en dirección inversa, atraídos por el

escándalo, inconscientes del riesgo a que podían exponerse.

Hugo vio las imágenes del reporte del mediodía en la tv y

comenzó a temblar, lo que había temido se había producido más rápido

de lo que había previsto. No quería creer que había llegado ya al punto de

no retorno, pero debía admitir que efectivamente era así. La muerte de

Roque había sido anunciada como el justo castigo que recibirían todos los

que se apusieron al poder del gobierno, y a la gloriosa Refundación de

Ubicuhén, y el cuerpo destrozado de su amigo había sido expuesto en

cadena nacional, el cuerpo de la única persona que lo había respetado

como músico y que lo había advertido acertadamente de lo que iba a

ocurrir. Trató de ponerse de pie pero no pudo hacer ni un paso y volvió a

149
sentarse en el sillón, se sabía un cobarde, un pusilánime y el odio y la

pena que sentía acentuaban esa percepción. Lloró y trató de que sus

gemidos no fueran audibles para los custodios, hasta para llorar tengo que

cuidarme, pensó, y ese pensamiento lo acongojó aún más. Al cabo de

unos minutos intentó ponerse de pie nuevamente y lo consiguió, se sentó

frente al escritorio y abrió la carpeta que contenía las partituras, tomó la

lapicera y comenzó a alterar arbitrariamente las tonalidades de cada uno

de los compases. La Refundación tendría la música que se merecía pero

raramente alguien pudiera disfrutarla.

Capítulo 19.

150
Tengo que poner a salvo a Beatriz y recuperar el diagrama y las

fotos, es mi única oportunidad. Recordó que a una cuadra, sobre la misma

calle, había un teléfono público y comenzó a caminar hacia allí. Ojalá

Beatriz aún no se haya ido, ojalá no se haya ido. Cruzó la calle y mientras

elevaba su pie izquierdo para superar el cordón escuchó- No tiene que

preocuparse tanto por la trascendencia. -Completó el ascenso y se volvió

hacia el lugar desde donde había partido la voz. Ahí estaba, e

inmediatamente lo reconoció, el hombre que había provocado a Hugo en

la discoteca, el escéptico bebedor de whisky, le sonrió displicente y siguió

caminando. Llegó al teléfono público, introdujo dos monedas y disco el

número de Beatriz, llamó una, dos, tres veces hasta que agradecido

escuchó su voz. Le explicó lo que había ocurrido y le dijo que dejara su

departamento y se alojara en un hotel con un nombre falso, y que no

tratara de encontrarlo, que esperara a que la llamara nuevamente. Beatriz

preguntó qué iba a hacer él y Agustín respondió que aún no lo tenía claro

pero que intentaría detener la ofensiva de Marinetti trabajando con el

diagrama, Beatriz sugirió que podía ayudarlo y Agustín le respondió que

no iba a permitir que le ocurriera lo mismo que a Sara y Roque y cortó.

La puta madre, espero que me haga caso y que no aparezca, espero que

Marinetti aún esté conmocionado y no haya ordenado el allanamiento de

la casa. Paró un taxi y le dijo la dirección, cuando el auto se detuvo junto

al puente, Agustín leyó el taxímetro, le alcanzó unos billetes al chofer y le

dijo que guardara el cambio. No se veían rastros del enemigo en toda la

151
cuadra, pero de todos modos debía estar atento, caminó lentamente entre

el alambrado que resguardaba las vías y las casas atento al menor detalle

que delatara la amenaza. Pasó un tren hacia el sur acelerando desde la

cercana estación y escuchó las voces de los pasajeros que viajaban en las

plataformas, observó a unos policías que recorrían los vagones y ellos ni

siquiera le dedicaron una mirada. De todos modos, era altamente

improbable que Marinetti utilizara a la policía, luego de enterarse de la

partida de Ferreira, pero de todos modos debía ser precavido. Una vecina

estaba barriendo la vereda junto a su casa, Agustín la saludó con una

inclinación de cabeza pero se guardó de emitir palabra, la mujer

respondió de la misma forma, lo que en cierta forma fue un alivio.

Introdujo la llave en la cerradura del portón y accedió al jardín, no oyó

ningún sonido proveniente de la casa, marchó rápidamente hacia la puerta

y utilizó la otra llave, abrió y encendió la luz. Todo estaba como él lo

había dejado, fue al dormitorio, sacó una mochila del ropero y caminó

hasta la cocina. Aún estaba el diagrama desplegado sobre la mesa, lo

enrolló cuidadosamente y lo guardó en la mochila. Luego buscó las

copias polaroid en el armario donde guardaba los platos, las puso en un

sobre y las guardó en la mochila junto al diagrama. Estaba improvisando

los primeros movimientos y hasta ahora sonaban bastante bien, pero debía

dejar la casa rápidamente si quería concluir la ejecución. Antes de salir

tomó todo el efectivo que tenía y una linterna y los guardó en el bolsillo

de la campera, salió, volvió a cerrar los accesos a la casa con llave y

caminó hasta la estación.

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Abordó el tren y se sentó en un asiento junto a una ventana .Se

dedicó a observar el paisaje tratando de encontrar una fe que se le había

escapado toda su vida, una inspiración que siempre se tornaba

evanescente, un deseo que permaneciera encendido. Bajó en una estación

de las afueras y marchó al norte por una calle paralela a la vía. A medida

que avanzaba las viviendas se iban haciendo más escasas y comenzó a

atravesar calles ocupadas por grandes galpones, depósitos de cereales,

lana, terminales de flotas de camiones, los olores eran variados y no

siempre agradables. Mientras atravesaba la playa de una estación de

combustible para camiones atrajo la atención de unos individuos vestidos

como obreros que se limitaron a mirarlo como a una presencia extraña .

Siguió caminando y la vía se elevó a la izquierda, a la derecha

aparecieron extensos terrenos baldíos; cuando avistó la masa abandonada

del frigorífico ya comenzaba a anochecer, sonrió irónico, preparándose

para el acto final, todo el mundo a escena. Se sentó en la plataforma en la

que se había sentado una noche mucho tiempo atrás cuando había

charlado con un viejo delirante luego de ver a un licántropo conducir una

locomotora, y se dijo que ya era tiempo de empezar a trabajar. Abrió la

mochila, sacó el diagrama y lo extendió sobre sus rodillas, luego sacó las

polaroids y las acomodó en un montoncito a su derecha. Símbolos,

reducciones de lo real inaprensible, recorridos truncos hacia la carnalidad

de lo existente. Cerró los ojos e intentó encontrar el saber que orientara su

procedimiento: los ojos de Beatriz, la mirada que remitía a otras miradas,

soñadas o entrevistas, el verde que disuelve la superficie, que rasga la

153
película de los días y genera otro curso, otro recorrido del tiempo, otro

tiempo u otro mundo u orden de creación. Mundos dentro de mundos, o el

mismo mundo visto por primera vez. Segundos condensados, densidades,

unificación de toda percepción, rumbo, rectificación o delirio... suspiro,

deseo y concreción, vacío y silencio satisfecho. Agustín ve como las

copias polaroid se suspenden en el espacio y se ubican ordenadamente en

el lugar que corresponde dentro del diagrama y una luz de fuego azul

ilumina el lugar brotando de la cartulina dibujada. Ascensión

descendente, desde hacia, hacia desde, a través desde hacia. Subibaja

metafísico, terror de todos los terrores sentidos o sospechados, nauseas,

temblor de manos anhelantes, aullido y bendición. Visiones que aparecen

detrás de los ojos en recónditos lugares que lo constituyen y ordenan.

Agustín intenta reconocerse en ese fluir vertiginoso de imágenes, sonidos

y sensaciones que lo empuja fuera del tiempo y del espacio. Y piensa que

está asistiendo a la solidificación del momento, a la percepción de todo lo

existente, y a sus variables, a sus nacimientos, decadencias y muertes,

que, inexorablemente, se está adentrando en el corazón y el alma de las

cosas y llegando al fondo del mundo. Y entonces percibe un poder que

sabe puede aniquilarlo pero que forzosamente debe intentar utilizar... Está

cubierto con pieles y lleva un cuchillo de pedernal en su mano derecha,

siente la ansiedad previa al combate, camina por una planicie próxima al

mar que no puede reconocer pero que siente propia, dolorosamente

propia, un lugar al que jamás renunciará. La sangre propia o ajena que

deba derramarse siempre será un precio escaso para fundar esa decisión.

154
Avanza hacia la niebla que el viento arrastra desde el mar e invade la

planicie, cree escuchar la voz del enemigo, cierra con más fuerza su mano

sobre la empuñadura de piedra y sigue avanzando.

Beatriz oyó como Agustín cortó la comunicación e

inmediatamente se puso de pie furiosa, de nuevo alguien decidía por ella,

como toda su vida. Era la nena que había que poner a salvo, la pobrecita

que no tenía que correr riesgos, la que jamás tendría las posibilidades de

resolver las cosas por sí misma. Tomó la carpeta con los textos que estaba

corrigiendo y la arrojó contra la pared, la pieza de cartón rebotó y las

hojas se desprendieron e iniciaron un descenso plácido e indeciso. Beatriz

comenzó a llorar en silencio pero no se abandonó a la pasividad, tomó su

cartera y las llaves del auto y salió. La niebla difuminaba los contornos de

las cosas, todo parecía suspendido entre un riesgoso nacimiento y una

certera e inexorable muerte. Claro, como siempre, pero morbosamente

acentuado. Basta, se dijo, nadie va a morir, y no pudo convencerse. Su

auto estaba estacionado en la esquina, no le llevó mucho tiempo caminar

hasta allí pero el trayecto se le antojó interminable, su decisión era

irrevocable, pero había algo en el aire que cargaba todos los movimientos

con un peso denso y viscoso; pensó en sanguijuelas, en gusanos

alimentándose de cadáveres deformados por la putrefacción y a duras

penas pudo contener el vómito. Activó el contacto y puso el auto en

marcha, y de pronto, como si una alucinación hubiera concluido ya no

hubo más niebla, se detuvo y estacionó junto a la vereda. Suspiró, cerró

los ojos y se pasó nerviosamente los dedos por la frente; buscaba una

155
claridad que se le escurría angustiosamente. Volvió a arrancar, sabía lo

que tenía que hacer, Agustín no podía dejarla de lado tan fácilmente.

Marinetti sintió el peso del hombre cayendo sobre él y pudo oír su

último estertor, luego las voces de los policías y manos solícitas

liberándolo del peso. Lo ayudaron a ponerse de pie, le preguntaron si

estaba herido y se inclinaron a atender a los hombres que estaban en el

piso. Marinetti observó atentamente el cuerpo exánime de Roque y luego

lo pateó con furia en las costillas- Hijo de puta, estuviste cerca.

-¿ Lo reconoce, señor? -pregunto un capitán de policía.

-Sí, es Roque..., un historiador psicótico que se opone a la

Refundación...

-Tendremos que investigar, señor.

-No tiene nada que investigar, ya le dije quien era, además esto no

es asunto de la policía...

-Pero, señor.

-Mire, capitán, entienda que se está jugando algo mucho más

grande que una simple cuestión policial. Está en cuestión la Refundación,

mi equipo sabrá encargarse del asunto.

-Sí lo hacen como estos dos... -dijo el teniente señalando a los dos

hombres heridos que eran cargados en una ambulancia.

-Capitán, por su bien, no me provoque.

-Marinetti, escucheme, no le temo, respondo a la autoridad

constituida, y usted, es solamente un empleado de esa autoridad y no

siempre va a tener tanta suerte. Este hombre no le mató de casualidad,

156
piénselo, ¿ realmente vale la pena?

-No estoy dispuesto a discutir con usted cosas que escapan a su

entendimiento...

-Muy bien, pero sepa que este hecho va a ser investigado por la

policía.

-Eso lo veremos...

-Lo veremos, ¿ quiere que un patrullero lo lleve al hospital para

que lo revisen?

-No, gracias, tomaré un taxi.

Marinetti se alejó unos metros caminando confuso, sentía un dolor

agudo en el hombro donde lo había golpeado Roque y no tenía en claro

qué hacer. El capitán, a pesar de su insolencia había planteado una

objeción válida, sus guardias, a los que consideraba como el inicio de la

milicia que le permitiría asaltar el poder en Ubicuhén habían demostrado

su ineficacia ante el ataque de un pobre infeliz alucinado y estaban

pagando las consecuencias, él mismo había salvado su vida de milagro,

era evidente que pasaba por una situación de debilidad evidente.

Finalmente, paró un taxi y se hizo conducir a una clínica, allí lo revisaron,

le hicieron un vendaje en el hombro derecho y le dieron unas

comprimidos para atenuar la inflamación y el dolor, era sólo una

contusión leve que desaparecería en poco tiempo. Marinetti, tomó los

comprimidos, estrechó la mano del médico, que se había presentado como

un entusiasta defensor de la Refundación y salió. Caminó ensimismado en

sus pensamientos durante unos minutos, sabía que tenía algo que hacer

157
pero no acertaba a decidir qué. Admitió que aún estaba conmovido por el

intento de Roque, y que había sentido un miedo que por poco no había

degenerado en pánico, no sabía cómo había sido capaz de sacar el arma

con tanta velocidad y hacer fuego con precisión, unos segundos más y su

cabeza hubiera sido aplastada. Bueno, había sido una prueba, y él la había

enfrentado con éxito. El camino era duro, el lo sabía cuando lo había

emprendido y estaba dispuesto a recorrerlo, se sabía un elegido y lo

estaba demostrando con cada acto. Lo peor de todo era que Agustín había

conseguido zafar, pero no por mucho tiempo, ya caería como la infeliz

pintora, era sólo una cuestión de tiempo; no podría eludir por mucho

tiempo su poder, y entonces todo quedaría mucho más claro. Siguió

caminando hasta su despacho y comenzó a dar instrucciones telefónicas a

sus agentes, luego suspiró y se sirvió un cognac, lo bebió a sorbos

pequeños demorando el sabor en su lengua. Luego, comunicó a su

secretaria que no le pasara ningún llamado y se recostó en un sillón

intentando distenderse, fluir con naturalidad en el curso de su alto

destino. En unos minutos estuvo dormido, cuando despertó sintió casi

inmediatamente una punzada en el hombro, se puso de pie con lentitud y

tomó otro comprimido, luego caminó hasta la ventana y se demoró

observando la calle, ya era de noche y la circulación de transeúntes y

vehículos era intensa y caótica, sonrió divertido pensando que ese caos no

duraría mucho, pronto llegaría la Refundación.

Llamó a su secretaria y le preguntó si había novedades, la

empleada le informó que uno de sus agentes lo aguardaba en el hall,

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Marinetti ordenó que lo hicieran pasar.

El hombre era alto, pálido y delgado, y solía tener una continua

expresión entusiasta que hacía pensar en una organización mental en

desquilibrio, pero parecía que su entusiasmo había encontrado un

obstáculo de difícil superación; o al menos esa fue la impresión que tuvo

Marinetti no bien lo vio entrar.

-Buenas tardes, señor Marinetti.

-Buenas tardes, Ahmanri, ¿alguna novedad?

Creo que tiene que ver esto, señor. -dijo el hombre extendiéndole

una carpeta negra con el símbolo de la Refundación en su portada.

Marinetti abrió las carpetas y observó detenidamente las fotos que

contenía, cuando terminó la serie volvió a observarlas a partir de la

primera.

Ahmanri no pudo contener sus ansiedad. -¿ Lo ve, señor? ¿ Ve los

ángulos?

Marinetti, con amargura, asintió en silencio.

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