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Noelia María Barrameda García Página 1

Tema 3 La aplicación de las normas jurídicas


3.1 Los problemas de aplicación del derecho.
El ordenamiento jurídico está compuesto por un gran conjunto de normas que
pretenden regular la realidad social, señalando los cauces por los que debe discurrir el
comportamiento ordenado de los hombres. La función de aplicador del derecho consiste
en señalar a la sociedad el criterio o norma que debe ser empleado como cauce para una
situación concreta.
Como primer y principal problema a la hora de aplicar las normas jurídicas está
el identificar las normas que resultan aplicables a un determinado caso concreto. Así,
hay un problema de identificación de las normas aplicables. Junto a él, surgen otros dos
problemas: el problema general de la averiguación del sentido y alcance de los
preceptos aplicables, y el problema de adaptar el mandato contenido en las normas
aplicables a las circunstancias concretas del caso planteado.
Todo este conjunto de problemas se conocen con el nombre de calificación,
integración e interpretación de las normas jurídicas.
3.2. La búsqueda de la norma aplicable: la calificación.
Planteada la necesidad de encontrar las normas reguladoras de una determinada
situación, el sujeto debe indagar en el conjunto del ordenamiento hasta hallar las normas
pertinentes. Para facilitar esta tarea se utilizan una serie de “claves” que, partiendo de la
perspectiva que interesa y de las características de la situación analizada, acotan el
ordenamiento por conjuntos de normas.
El conjunto de normas atinentes a una situación social típica y que la regulan
con afán de coherencia y de totalidad componen una institución. A su vez, de las
instituciones se elaboran conceptos y subconceptos que son utilizados como
instrumentos para la búsqueda de normas reguladoras de una determinada situación.
Por una lado hay, pues, una situación cuyas reglas jurídicas han de ser buscadas;
por otro se encuentra el ordenamiento estructurado sobre la base de las instituciones. Se
trata de buscar el punto de contacto entre el ordenamiento y la realidad social, para ello
y sobre la base de los conceptos, el legislador o aplicador del derecho debe decidir en
qué categoría de instituciones o conceptos se debe integrar la situación planteada. Esa
labor se conoce con el nombre de “calificación.”
La calificación no suele ser problemática: si el legislador ha regulado una
determinada situación social, creando ad hoc la institución adecuada y definiéndola con
los rasgos que esa situación posee en la vida real, el aplicador del derecho no encontrará
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graves problemas para acotar el conjunto de normas reguladoras de esa situación. La


tarea se ve facilitada porque le mismo nombre jurídico de las instituciones coincide, con
frecuencia, con el nombre que se da a la situación planteada en la vida ordinaria.
También con cierta frecuencia el aplicador del derecho no encuentra una
institución perfectamente adecuada que recoja la regulación de la situación que se le
plantea. Así sucede cuando el legislador no se adapta a las nuevas necesidades sociales
o es insensible a las nuevas situaciones. Cuando esto sucede, el aplicador del derecho
debe buscar soluciones sobre la base de las instituciones jurídicas existentes,
procediendo por similitudes y diferencias; y así, a una determinada situación nueva, no
contemplada específicamente, se le acabarán aplicando las normas que regulen la
institución más parecida y compatible con esa nueva situación. Esto se conoce con el
nombre de analogía.
Lo mismo ha de hacerse cuando, aún estando recogida en el ordenamiento
jurídico la institución interesa, su regulación ha quedado anticuada o la situación que se
plantea reviste particularidades que la apartan de la tipicidad. Esto, junto con la
averiguación del sentido de las normas, es el cometido de la interpretación.
3.3. El principio “iura novit curia.”
Sería inadmisible que los órganos constitucionalmente encargados de aplicar el
ordenamiento jurídico para resolver los conflictos concretos no debieran conocer las
normas jurídicas. Por ello, se impone a los jueces y tribunales dictar sentencias
aplicando el ordenamiento jurídico, de conformidad con el sistema de fuentes
establecido.
Ese es el sentido del art. 1.7 CC: “Los jueces y tribunales tiene el deber
inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al
sistema de fuentes establecido.” En definitiva, desde la codificación, los jueces quedan
obligados a dictar sentencias de conformidad con el sistema de fuentes legalmente
establecido.
Es lógico que se afirme que los tribunales (la curia) tienen el deber de conocer el
ordenamiento jurídico. Iura novit curia significa que los jueces deben conocer el
ordenamiento con el fin de fallar cuantos asuntos les sean planteados en el ejercicio de
su función jurisdiccional y sin requerir que los abogados de los litigantes deban facilitar
al juez la información acerca de las normas aplicables al caso.
Esta regla general no se encuentra privada de excepciones. Así, las normas de
derecho consuetudinario han de ser alegadas y probadas por el litigante que pretenda su
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aplicación al caso, lo propio ocurre con las normas de derecho extranjero, cuando en
virtud del sistema de derecho internacional privado, hayan de ser aplicadas por el
tribunales españoles, (art. 12, parte última CC). Esto ha sido derogado por la nueva LEC
(Ley Enjuiciamiento Civil) del año 2000.
Por último, el jurista, sea abogado, fiscal, notario... se encuentra sometido,
dentro del ámbito de sus funciones, al conocimiento del ordenamiento jurídico como
regla fundamental de la denunciada “lex artis” (reglas de oficio), cuyo incumplimiento
puede generar especiales responsabilidades.
3.4 La posible inexistencia de normas jurídicas concretas.

El planteamiento hasta ahora realizado presupone que todo conflicto social se


encuentra previsto y reglamentado por el derecho, de tal manera que, frente a cualquier
litigio o conflicto de intereses, el problema radica en identificar la norma aplicable. Sin
embargo, en cualquier momento histórico se dan supuestos reales que en sus primeras
formulaciones son extraños o novedosos para el derecho. La razón de ello es fácil: el
derecho es una técnica de resolución de conflictos, mediante la elaboración de reglas
adecuadas y justas según el sentir social de cada momento histórico. La eventualidad,
por tanto, de los vacíos o agujeros normativos es una realidad continua y recurrente.
La doctrina jurídica ha calificado tradicionalmente tales vacíos normativos como
lagunas del derecho. En términos de derecho positivo, la cuestión puede simplificarse
distinguiendo entre las lagunas de la ley y las lagunas de derecho propiamente dichas.
· Lagunas de la ley.- con semejante expresión se hace referencia a los supuesto
de hecho que no han sido objeto de contemplación por las normas legales en sentido
amplio (leyes y reglamentos). De una parte, las leyes, no son siempre perfectas ni
completas; de otra, la dinámica social siempre es más viva y diversificada que el texto
escrito y publicado de las leyes.
La conclusión es que las leyes presentan vacíos normativos y, por ello, en
defecto de la ley aplicable, el sistema de fuentes prevé la aplicación de la costumbre y
los principios generales del derecho como mecanismos normativos de suplencia (art. 1.1
CC).
· Lagunas del derecho.- se interpreta como la insuficiencia del ordenamiento
jurídico, el cual es incapaz de dar una respuesta a determinada situación. Así, el párrafo
del RD 1836/1974 ofrece la clave de nuestro sistema al afirmar que “la formulación de
un sistema de fuentes implica la exclusión de las lagunas del derecho. No ocurre otro
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tanto con las lagunas de la ley, que pueden darse, siendo el medio idóneo y más
inmediato de salvarlas la investigación analógica...”.
El hecho de que el ordenamiento jurídico (derecho) se presente como un sistema
cerrado y completo (plenitud del ordenamiento jurídico) es un presupuesto necesario del
deber general de fallar en todo caso que se impone a los jueces y magistrados.
3.5 La integración del ordenamiento: la analogía.

Dado que el propio sistema reconoce la existencia de las lagunas de la ley, es


natural que el ordenamiento jurídico suministre al intérprete instrumentos capaces de
superar el vacío normativo apreciado. En nuestro ordenamiento jurídico esto se conoce
con el nombre de analogía, que básicamente consiste en aplicar al supuesto carente de
regulación la solución que el ordenamiento sí da para otro supuesto similar o análogo.
Tal y como dispone el art. 4 CC: “procederá la aplicación analógica de las
normas cuando éstas no contemplen un supuesto específico, peor regulen otro semejante
entre los que se aprecie identidad de razón.”
Esta forma de emplear la analogía se conoce con el nombre de “analogia legis”,
queriéndose con ello indicar que un vacío normativo concreto es rellenado acudiéndose
a otra norma concreta y determinada, que da una solución extensible al supuesto carente
de regulación.
Pero también puede ocurrir que no exista disposición legal concreta aplicable
analógicamente. Cuando ello ocurre, se puede también emplear la analogía, pero con
alguna mayor satisfacción, dando entrada a los principios generales del derecho , que
son aplicables mediante esa técnica de la analogía , que entonces se llama “analogia
iuris.”
Diferencia entre ambas:
· Legis: es técnica de aplicación de la ley, que es la fuente del derecho primaria
con carácter general en nuestro ordenamiento.
· Iuris: es técnica de aplicación de principios generales del derecho, que
solamente se aplican en defecto de ley o de costumbre.
Condiciones y limitaciones de la analogía
Para que una norma determinada pueda ser aplicada analógicamente se precisa
que haya identidad de razón entre el supuesto contemplado por la norma y el supuesto
que se quiere solucionar. Así lo exige el art. 4 CC. Esa expresión, identidad de razón,
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quiere significar que el criterio que inspira a la norma que resuelve un caso concreto,
sea adecuado y apto para solucionar el caso carente de regulación.
Pero puede ocurrir que, aún dándose efectivamente sus condiciones, sin embargo
a la analogía se encuentra vedado, como ocurre expresamente respecto de las normas
penales, excepcionales y temporales, las cuales, según previene el art. 4.2 CC “no se
aplicarán a supuestos ni en momentos distintos de los comprendidos expresamente en
ellas.”
3.6 Otros medios de integración del ordenamiento. La jurisprudencia y la equidad.
· La omnicomprensividad del ordenamiento: la analogía permite resolver, en
gran medida, las lagunas de la ley. Sin embargo, sigue aún planteándose la cuestión
referente al concurso de medios diferentes, puede darse solución a un conflicto carente
de regulación concreta.
El aplicador del derecho encontrará siempre norma aplicable, ateniéndose al
sistema de fuentes establecido. Si no encuentra ley aplicable al caso, directamente o por
analogía (legis), acudirá a la costumbre; y donde, a pesar de ello, siguiera sin encontrar
norma concreta, habrá de aplicar los principios generales del derecho.
Por eso se dice que el ordenamiento jurídico tiene vocación omnicomprensiva o
que se caracteriza por su plenitud: el ordenamiento jurídico se autodeclara completo y
ofrece suficientes mecanismos para garantizar la resolución de conflictos sociales,
aunque éstos sean novedosos.
· La jurisprudencia: el propio CC asigna a la jurisprudencia la función de
complementar el ordenamiento. Lo cual significa que, aunque la jurisprudencia no sea
formalmente fuente del derecho, sin embargo, tampoco se limita a realizar una
aplicación mecánica de las normas jurídicas creadas mediante ley, costumbre o
principios generales.
Se debe ello a que, en la aplicación de las normas preexistentes, se requiere una
labor de adaptación del mandato general contenido en la norma a las circunstancias del
caso concreto, por una parte; por otra, a que frecuentemente las normas son tan
generales o emplean conceptos tan abstractos que se acaba dejando en manos del
juzgador una cierta libertad de decisión al establecer la solución concreta del caso.
En conclusión, aunque formalmente no sea conflicto sobre la base de la
concepción o intuición de lo justo y bueno que pueda tener el aplicador del derecho se
dice que se está fallando en equidad.
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Esta posibilidad es excepcional en nuestro ordenamiento. Así, dispone el art. 3.2


CC: “las resoluciones de los tribunales sólo podrán descansar de manera exclusiva en
ella (en la equidad) cuando la ley expresamente lo permita.”
Junto a esta noción de equidad como suministradora del criterio con que se debe
resolver un caso concreto, también se habla de equidad con otra finalidad, al señalar que
“la equidad habrá de ponderarse en la aplicación de las normas” (art. 3.2 CC). En este
caso, la equidad se emplea como instrumento en la aplicación del ordenamiento,
sirviendo para adaptar la generalidad y el rigor de las normas jurídicas a las
circunstancias del caso concreto.
Cuando tal sucede, el aplicador del derecho debe encontrar la norma de acuerdo
con el sistema de fuentes establecido, pero al aplicarla, si se producen resultados
injustos, debe mitigar su rigor; debe ponderarla. Claro ejemplo de ello se encuentra en
el art. 1103 CC, cuando se establece que la responsabilidad en que incurre el deudor que
incumple negligentemente una obligación podrá ser moderada por los tribunales según
los casos.
3.7 La interpretación de las normas jurídicas.
La tarea de averiguación del sentido de las palabras que integran la norma, con
la finalidad de aplicarla al caso concreto es la interpretación. Cuando se trata de
interpretar una norma jurídica, ha de tenerse en cuenta que la interpretación jurídica
persigue un objetivo práctico: hallar el criterio de ordenación de conductas que se
contenga en la norma, para hacerlo efecto en el caso planteado.
Existen tres teorías distintas sobre la interpretación:
· Teoría subjetiva: al interpretar, lo que se pretende averiguar es lo que quiso el
legislador. (mens legislaturi).
· Teoría objetiva: la interpretación no consiste en indagar lo que quiso el
legislador, sólo hay que saber lo que quiere la ley en sí.
· Teoría intermedia: hay que averiguar lo que quiso el legislador y lo que quiere
la ley.
Los criterios interpretativos: el art. 3 CC
Cuando se habla de elementos o criterios aptos para la interpretación normativa
se hace referencia a los materiales sobre los cuales debe el intérprete dirigir su atención,
con el fin de obtener como resultado la clarificación del sentido de la norma para ser
aplicada al caso planteado.
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Actualmente, tales criterios se encuentran expresamente acogidos por el art. 3.1


CC: “las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras (criterio literal
o gramatical), en relación con el contexto (sistemático), los antecedentes históricos y
legislativos (histórico) y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas
(sociológico), atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad (teleológico o
lógico) de aquéllas.”
En términos generales, la interpretación de cualquier norma jurídica requiere
combinar diversos criterios interpretativos, si bien en supuestos excepcionales el recurso
a uno solo de ellos puede resultar determinante.
· Interpretación literal o gramatical.- obvio es decir que, siendo la norma un
conjunto de palabras, el primer material básico se encuentra integrado por las propias
palabras que la componen consideradas en el conjunto de la norma analizada. Se habla
entonces de la interpretación literal y a ella se refiere el art. 3.1 CC cuando establece
que las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras.
La consecuencia que se quiere imponer es la de evitar interpretaciones que
fuercen el tener literal de la norma más allá de unos límites razonablemente permisibles.
· Interpretación sistemática.- junto a las palabras, el intérprete debe atender a la
ubicación sistemática de la norma interpretada. Ello como consecuencia de que las
normas raramente se encuentran aisladas; suelen, por el contrario, estar integradas en el
seno de un conjunto de disposiciones trabadas o relacionas entre sí con coherencia
interna.
El mismo término puede tener un significado distinto. Decidir el momento en el
que debe prevalecer uno u otro sentido viene dado por el contexto de la norma
analizada. Así lo reconoce el mismo art. 3.1 CC al establecer que las palabras se
analicen “en relación con el contexto.” Se habla, en tales casos, de interpretación
sistemática.
· Interpretación histórica.- las normas nacen en un determinado contexto
histórico y persiguiendo fines muy específicos, que solamente se explican bien si se
conoce la situación histórica que las vio nacer. Además, el contenido de las normas con
frecuencia no representa una profunda innovación respecto del estado de cosas
antecedente: es más frecuente, que en una norma nueva haya parte de su contenido que
responda a un cierto arrastre histórico.
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Por todas estas consideraciones, el art. 3.1 CC exige que el intérprete valore
también “los antecedentes históricos y legislativos” de la norma interpretada. Los
legislativos porque cuando se trata de una norma legal, existirán borradores, proyectos,
etc. Los históricos porque ha de entenderse no sólo a la pequeña historia de la
elaboración de la norma, sino también al momento histórico en que nace y a la tradición
jurídica que la precede.
La norma es un producto eminentemente históricos y sólo conociendo su historia
se puede entender y aplicar en un momento histórico distinto del que la vio nacer. Esta
es la interpretación histórica.
· Interpretación sociológica.- finalmente el art. 3.1 CC establece que debe
atenderse también, al interpretar las normas, a la “realidad social del tiempo en que han
de ser aplicadas.”
Este criterio de interpretación viene a ser el contrapeso del elemento histórico.
No basta con saber la razón y el fundamento con el que se dictó la norma, sino también
si las nuevas circunstancias reinante consienten o no que permanezca invariado el
sentido original.
El resultado de la interpretación: la interpretación teleológica.
Como consecuencia de ese conjunto de elementos de interpretación se debe
obtener por resultada la averiguación del sentido de la norma. Tal sentido se conoce con
el nombre de “ratio legis”.
A esto parece aludir el art. 3.1 CC cuando requiere que se atienda
“fundamentalmente al espíritu y finalidad” de la norma, a la hora de realizar la
interpretación. La ratio es el por qué y el para qué de la norma: su espíritu y su
finalidad.
Con la expresión “espíritu” parece quererse hacer referencia a que las normas se
encuentran animadas de una fuerza que sobrepasa el tenor estricto de sus palabras y que
debe mantenerse separada de la motivación concreta que indujo a un determinado
legislador a dictarla. Se distingue entre “ocassio legis” o circunstancias concretas que
motivan que se dicten las normas, y “ratio legis”, o criterio de solución del conflicto que
se sostiene en la norma, y que es más susceptible de generalización.
La referencia a la finalidad impone la necesidad de efectuar una interpretación
teleológica, esto es, que atienda tanto a los fines generales que persigue la norma como
a los fines concretos que se consiguen mediante su aplicación al caso planteado.
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Otras clases de interpretación


Atendiendo al resultado que se obtiene por la interpretación de una norma se
suele distinguir entre interpretación declarativa e interpretación correctora. Esta
clasificación compara, de una parte, lo que e desprende literalmente del tenor de la
norma; por otra, el resultado de la interpretación.
Si resulta que las palabras de las normas se adaptan con justeza y exactitud a lo
que de la interpretación resulta, se dice que la interpretación ha sido meramente
declarativa. Por el contrario, cuando la interpretación produce como resultado que
deban considerarse incluidos en la norma supuestos distintos de los que su tenor literal
parece indicar, se habla de interpretación correctora. Corrección que, si es en más se
llama extensiva y, si es en menos, interpretación restrictiva.
De siempre se ha dicho que la normas que imponen limitaciones a la libertad de
los sujetos, o que restringen sus derechos, han de ser interpretadas restrictivamente, en
la medida en que son normas odiosas (odiosa sunt restringenda) a la inversa, las normas
que favorecen la libertad de los sujetos o les dispensan mejor trato, deben interpretarse
extensivamente (favorabilia sunt amplianda).
También se efectúan clasificaciones de la interpretación atendiendo al sujeto que
efectúa la tarea interpretadora. Se distingue así la interpretación auténtica que se
identifica con las reglas interpretativas incorporadas por el propio legislador a la norma
que debe ser interpretada, preocupándose de precisar el sentido de la misma o aclarando
la forma en que debe ser entendida alguna expresión.
Cuando la interpretación es efectuada por los tribunales de justicia se habla de
interpretación judicial. La interpretación usual se lleva a cabo en el ámbito o foro del
desenvolvimiento del derecho. Finalmente, la interpretación efectuada por los
estudiosos que, desde un punto de vista teórico analizan el sentido de las normas se
suele denominar interpretación doctrinal.
(CLASE)
Crítica a la interpretación auténtica.- a la función de legislador es la de crear la
norma, la cual adquiere vida propia. La norma no se puede interpretar como quiere
creador, sino como la propia ley estima.
Conclusión.- Sea cual sea el modelo interpretativo que se adopte, lo que está
claro, es que su resultado debe suponer la realización de los valores constitucionales que
se condensan en el art. 1.1 CE.

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