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Noelia María Barrameda García Página 1

Tema 14 Las personas jurídicas

14.1 Introducción.
La organización social de nuestros días presupone que existe una enorme y
variopinta serie de entes u autoorganización, a las que se les atribuye facultad de
relacionarse con los demás miembros de la colectividad.
Consiguientemente, la actual realidad cotidiana acredita la existencia de una
serie de organizaciones supraindividuales que ocupan incluso un lugar preeminente en
la sociedad, en el tráfico jurídico-económico, respecto de las personas naturales o seres
humanos; por tanto, son igualmente consideradas como sujetos de derecho dentro de su
esfera propia de actuación, esto es, con capacidad de obrar y personalidad jurídica.
Tales organizaciones se denominan personas jurídicas.
El nacimiento de la idea de persona jurídica fue inicialmente un imperativo de la
propia organización jurídico-política: la justificación de la esfera patrimonial del
Estado.

14.2 El fundamento y admisibilidad de las personas jurídicas


La categoría de las personas jurídicas fue desconocida en el Derecho Romano.
La doctrina ha debatido ampliamente, sobre todo durante el siglo XIX, el fundamento y
la admisibilidad de las personas jurídicas, girando básicamente las opiniones entre la
tesis de considerarlas una ficción del Derecho o, por el contrario, realidades
preexistentes a las normas jurídicas que las reconocen y perfilan en sus derechos y
obligaciones.

La persona jurídica como persona ficta.


La personificación general de las entidades y agrupaciones sociales se producirá
en los siglos medievales, cuando los canonistas tratan de instaurar un sistema que
permita la consideración de las colectividades religiosas (germen de las actuales
asociaciones) y de las causas pías (antecedentes de las fundaciones actuales) como entes
separados y distintos de los propios miembros individuales que lo componen, conforme
a los intereses terrenales de la Iglesia Católica.
A mediados del siglo XIII, el Papa Inocencia IV logra imponer en el Concilio de
Lyon la, posteriormente, llamada teoría de la ficción, con ocasión de evitar que las
ciudades puedan ser objeto de una excomunión general y colectiva, como hasta
entonces había defendido el Derecho Canónico.
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A partir de entonces, en cuanto personae fictae, las agrupaciones o entidades que


se consideran dotadas de un cierto interés público, actúan en el tráfico como personas
independientes de los miembros que las forman, siempre y cuando contasen con el
debido reconocimiento o autorización del poder secular o eclesiástico correspondiente.
Dicho estado de cosas continúa hasta el momento en que se consolidan las
Monarquías absolutas replanteándose de nuevo la tensión recurrente entre el Estado
(difícilmente distinguible del propio monarca) y los individuos particulares.
De otra parte, en el siglo XVI aparecen ya en estado embrionario las sociedades
anónimas. Bajo la forma de compañías comerciales o “Compañías de Indias” consiguen
el privilegio de comerciar en régimen de monopolio en las lejanas tierras “recién
descubiertas” y limitar su responsabilidad a las aportaciones de los socios, sin que en
ningún caso los acreedores de las compañías pudieran dirigirse contra los patrimonios
particulares de los socios. Este último dato técnico, la limitación de la responsabilidad
patrimonial, se convierte a partir de ahora en una de las notas características de la
persona jurídica.
Por consiguiente, el punto final de la evolución apuntada comporta la
desaparición del interés público para dejar paso al interés particular de los socios.
En el siglo XIX, la construcción teórica de Savigny refuerza la “teoría de la
ficción”, calificando a las personas jurídicas de “ficticias” y señalando las barreras
existentes entre los tipos básicos de personas jurídicas de interés para el Derecho Civil:
las Asociaciones y las Fundaciones.

La Concepción Antropomórfica.
A finales del siglo XIX, otro gran jurista alemán, Otto Von Gierke, propone el
abandono de la teoría de la persona ficta, demostrando que las que llamamos personas
jurídicas no eran una pura creación del legislador, sino una serie de organismos o
entidades que realmente tienen una innegable presencia social, una vida propia e
independiente de los seres humanos que la comportan. Por tanto, el Derecho no lleva a
cabo una verdadera creación de tales entes, sino que se limita al reconocimiento de su
existencia y a establecer el régimen jurídico que les debe resultar aplicable, fijando su
ámbito de actuación.

El reconocimiento de la personalidad y la doctrina del “levantamiento del velo”.


El planteamiento antropomórfico de Gierke tiene alguna fisura de importancia,
precisamente pro cuanto se refiere al control de las personas jurídicas por el propio
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Ordenamiento jurídico. Si se parte de la base de que éste ha de reconocerlas, al menos


se habrá de admitir que el Derecho regule las condiciones y presupuestos que han de
cumplir para que se les otorgue la personalidad jurídica.
Por tales razones, ya en el siglo XX, la persona jurídica no puede analizarse
exclusivamente desde el punto de vista del fundamento de su existencia, sino
considerando las condiciones de admisibilidad de los distintos tipos de personas
jurídicas reconocidas por el propio sistema jurídico. Así pues, siendo el substratum
antropomórfico un punto de partida imprescindible, es igualmente necesario un acto de
reconocimiento legislativo a efectos del otorgamiento de la personalidad jurídica al tipo
de organización social preexistente.
Es más, incluso una vez creada la persona jurídica y reconocido, por tanto, su
ámbito propio de autonomía, no puede dejar de pensarse en la posibilidad de controlar
la actuación concreta de las personas jurídicas. Los abusos llevados a cabo bajo el
amparo del hermetismo de la persona jurídica han sido tantos que, finalmente, los
tribunales han debido atender a la realidad subyacente en los casos más ostensibles de
actuación fraudulenta. Se resuelve, pues, evitar tal desenlace, acudiendo a la idea
figurada de “levantar el velo” o de “desentenderse de la personalidad jurídica” de las
personas jurídicas y analizar el fondo de la cuestión para llegar a soluciones presididas
por la justicia.
La doctrina del “levantamiento del velo” constituye así un punto de llegada que
desde la práctica judicial americana (que fueron los primeros en llegar a esa conclusión)
ha pasado a los países europeos y, entre ellos, España. Nuestro Tribunal Supremo, sin
acudir explícitamente a dicha expresión, ha considerado en numerosas ocasiones
inoponible la separación de personas y patrimonios cuando ella se alega de mala fe;
desde 1984 en adelante, son numerosas las cuestiones en las que, textualmente, se
formula una doctrina jurisprudencial completa y perfilada de la doctrina del
“levantamiento del velo”, que consiste en que “si la estructura formal de la persona
jurídica se utiliza con una finalidad fraudulenta y de forma desajustada, los Tribunales
podrán descartarla con la correlativa separación entre sus respectivos patrimonios”.

14.3 Las personas jurídicas en el Código Civil


Nuestro Código Civil utiliza expresamente la denominación de “personas
jurídicas” como rúbrica del Capítulo II del Título II del Libro I. Sin embargo, la
admisibilidad de la categoría general no excluye la necesidad de diversificar y distinguir
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entre los diversos tipos de personas jurídicas, como el propio Código Civil hace. Como
afirma F. Capilla Roncero, “es inconveniente, por no decir imposible, pretender la
elaboración de un único concepto de personalidad jurídica... En efecto, intentar precisar
un único concepto de personalidad jurídica, daría como resultado un concepto
reductivo, posiblemente de carácter formalista, elaborado en toro al mínimo
denominador común a todos los supuestos institucionales calificados como personas
jurídicas...”.

La estructura básica de asociaciones y fundaciones.


El párrafo primero del artículo 35 “Son personas jurídicas: 1º Las corporaciones,
asociaciones y fundaciones de interés público reconocidas por la ley. Su personalidad
empieza desde el instante mismo en que, con arreglo a derecho, hubiesen quedado
válidamente constituidas. 2º Las asociaciones de interés particular, sean civiles,
mercantiles o industriales, a las que la ley conceda personalidad propia,
independientemente de cada uno de los asociados” enuncia la existencia en nuestro
sistema jurídico de tres tipos fundamentales de personas jurídicas:
1)Corporaciones.
2)Asociaciones y
3)Fundaciones.
La contraposición entre asociaciones y fundaciones se encuentra perfectamente
fundada, en cuanto ambos tipos de personas jurídicas tienen un componente básico
sustancialmente diferente: la asociación es un conjunto de personas unidas por la
consecución de un fin; la fundación, en cambio, es un conjunto de bienes (un
patrimonio) adscrito a un fin. Por supuesto, que lo dicho no obsta a que la asociación,
conceptualmente, requiera también la existencia de patrimonio social; ni a que el
funcionamiento efectivo de las fundaciones presuponga la colaboración de ciertas
personas naturales, encargadas de la gestión.

Las corporaciones: las personas jurídicas públicas.


Si la contraposición entre asociaciones y fundaciones atiende realmente a la
diferencia en la estructura básica de ambos tipos de personas jurídicas, la inclusión de
las corporaciones en el artículo 35 del Código Civil responde a otro tipo de
motivaciones. Las personas jurídicas denominadas por Código Civil corporaciones son
básicamente asociaciones, ya que su componente personal es la nota más destacada; por
tanto, su consideración como grupo autónomo se asienta en un dato formal: su creación
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o reconocimiento por ley (artículo 37 “La capacidad de civil de las corporaciones se


regulará por las leyes que la hayan creado o reconocido; la de las asociaciones por sus
estatutos; y la de las fundaciones por las reglas de su institución, debidamente
aprobadas por disposición administrativa, cuando este requisito fuere necesario”
Código Civil).
Con ello pretende el Código Civil poner de manifiesto que la agrupación de
personas con un fin común puede encontrar su origen o fundamento en actos de muy
diversa naturaleza:
a)En la libre iniciativa de sus propios componentes personales, quienes
voluntariamente deciden dar cuerpo a una determinada persona jurídica, que se
identificaría con la asociación.
b)En el dictado de la ley, en cuyo caso se daría cuerpo a las corporaciones,
requeridas por la propia estructura socio-política del sistema social y que, por tanto, se
incardinan dentro de las Administraciones Públicas.
En tal sentido, el Código Civil utiliza el término corporaciones para referirse a
todas las personas jurídico-públicas que deben su nacimiento al propio impulso de la
Administración Pública.

El interés público de las asociaciones y fundaciones.


El artículo 35 del Código Civil, en su primer párrafo exige que tanto las
corporaciones cuanto las asociaciones y fundaciones sean “de interés público
reconocidas por la ley”.
Evidentemente, esto no significa que las asociaciones y fundaciones dejen de ser
personas jurídico-privadas en sentido genuino, sino sólo que los fines perseguidos por
ellas han de ser de “interés general”, como textualmente indica el artículo 34.1 de la
Constitución para las fundaciones. Genuinamente, pues, las asociaciones y las
fundaciones han de ser consideradas privadas, en el sentido de que, una vez permitidas
legalmente, la iniciativa de su creación o constitución corresponde, por principio, a los
particulares.
Por tanto, la exigencia de que las personas jurídico-privadas sean “de interés
público” no puede ser interpretada en el sentido de que las fundaciones o asociaciones
deban tener por objeto la satisfacción de fines públicos o la atención de servicios
públicos, como ocurre con las corporaciones, sino sólo como presupuesto de la
admisibilidad de aquéllas. El ordenamiento jurídico no puede consagrar la existencia de
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personas jurídicas cuyos objetivos sean contrarios a los intereses generales de la


comunidad.

Asociaciones y sociedades: el interés particular.


Una vez enunciado en el primer párrafo del artículo 35 del Código Civil el
requisito del interés público de las asociaciones, reconoce como personas jurídicas, en
su párrafo segundo, las asociaciones de interés particular.
En realidad, tales asociaciones de interés particular constituyen un subtipo de la
figura de la asociación propiamente dicha: las sociedades que (sean civiles, mercantiles
o industriales) tiene por objeto conseguir un lucro o ganancia repartible entre los socios.
La idea de lucro es extraña a las asociaciones y precisamente por contraposición, las
sociedades pueden ser calificadas como “de interés particular”.
Sin embargo, ha de considerarse que dicho interés particular no es antagónico al
denominado interés público: las sociedades, en cuanto tipo concreto de asociación, no
pueden tampoco considerarse desprovistas de interés público o atención a los intereses
generales. Si así fuera, el Ordenamiento jurídico no las debería reconocer como tales
personas jurídicas.

14.4 El régimen básico de las personas jurídicas-

Personalidad y capacidad de obrar.


Las personas jurídicas regularmente constituidas adquieren capacidad jurídica y
de obrar desde el mismo momento de su constitución. A semejante esquema responde el
artículo 37, que establece que “la capacidad civil de las corporaciones se regulará por
las leyes que las hayan creado o reconocido; la de las asociaciones por sus estatutos, y la
de las fundaciones, por las reglas de su institución.
El Código Civil atribuye a las personas jurídicas exclusivamente capacidad
patrimonial y capacidad procesal. No obstante, la imprecisión de su planteamiento y,
sobre todo, la remisión a las normas ad hoc, debe llevar a la conclusión de que, en
principio, la capacidad de las personas jurídicas es tendencialmente general y que sólo
debe verse limitada cuando una norma legal así lo disponga o cuando una determinada
posición jurídica quede reservada en exclusiva a las personas naturales.
Las personas jurídicas, deben responder extracontractualmente de los daños que
sus representantes u órganos hayan podido causar a terceros.
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El domicilio de las personas jurídicas.


Razones de orden práctico aconsejan establecer un determinado domicilio para
las personas jurídicas una vez admitida la existencia de esta categoría.
El Código Civil se refiere a la cuestión del domicilio de las personas jurídicas en
su artículo 41, que dispone que “cuando ni la ley que las haya creado o reconocido, ni
los estatutos o las reglas de fundación fijaren el domicilio de las personas jurídicas, se
entenderá que lo tienen en el lugar en que se halle establecida su representación legal, o
donde ejerzan las principales funciones de su instituto”.
Según ello, el domicilio de las personas jurídicas será el establecido en su
momento constitutivo y, en el caso de faltar éste, de forma subsidiaria debería atenderse
al lugar en que se encuentra fijada la representación legal de la persona jurídica en
cuestión o donde ejerzan sus funciones principales.
En todo caso, la determinación subsidiaria del domicilio de las personas
jurídicas entrará rara vez en juego, pues las disposiciones específicas relativas a la
constitución de los diversos tipos de personas jurídicas, se caracterizan por exigir de
forma imperativa la determinación de un domicilio en el momento constitutivo.
La inviolabilidad del domicilio constitucionalmente establecida (artículo 18 ”2. El
domicilio es inviolable. Ninguna entrada o registro podrá hacerse en él sin
consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de flagrante delito.“), en
principio, asienta sus raíces en la protección de las personas propiamente dichas. Por
tanto, inicialmente, las personas jurídicas no deberían gozar de semejante derecho
fundamental. Sin embargo, dicha conclusión merezca ser revisada pues no hay ninguna
razón que avale la exclusión de las personas jurídicas de semejante protección,
permitiendo a los poderes públicos o a terceras personas invadir el ámbito interno y
reservado de las dependencias o locales en que desarrollen sus actividades.

Nacionalidad de las personas jurídicas.


La determinación de la nacionalidad tiene como objeto fundamental establecer
cual es el Ordenamiento jurídico aplicable a las personas naturales. Por tanto, si a las
personas jurídicas se las personifica, es natural que también se plantee respecto de ellas
la cuestión de la nacionalidad. Tales cuestiones son afrontadas por el artículo 9.11 del
Código Civil que dispone que “la ley personal correspondiente a las personas jurídicas
es la determinada por su nacionalidad y regirá en todo lo relativo a su capacidad,
constitución, representación, funcionamiento, transformación, disolución y extinción”.
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El Código Civil atribuye la nacionalidad española a las personas jurídicas que,


además de haber sido reconocidas por la ley, se encuentren domiciliadas en España. De
alguna manera, el domicilio resulta determinante en relación con la nacionalidad, pues
en definitiva es el criterio de imputación que verdaderamente conlleva la atribución de
la nacionalidad española de las corporaciones, asociaciones o fundaciones.

¿Vecindad civil de las personas jurídicas?


Aunque el Código Civil no haga referencia alguna al tema, conviene plantearse
si, además del domicilio y la nacionalidad, es necesario atribuir “vecindad civil” a las
personas jurídicas.
La cuestión es verdaderamente compleja y, por tanto discutible, sobre todo por el
hecho de que la vecindad civil no puede hacerse derivar exclusivamente del dato del
domicilio o de la residencia administrativa, sino de la voluntariedad del sujeto de
derecho en someterse al régimen jurídico-civil común o foral de que se trate. En
consecuencia, quizás fuera más acertado concluir que el sometimiento a las
disposiciones autonómicas relativas a las personas jurídicas depende en definitiva de la
vecindad administrativa en cualquiera de las Comunidades Autónomas y no sólo en las
forales.

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