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San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y

Constantinopla, doctor de la Iglesia


Homilía sobre el evangelio de Juan 19,1

El primer llamado, el primer testigo.

“¡Qué agradable y delicioso que vivan unidos los hermanos!” (Sal


132,1) Andrés, después de haber permanecido junto a Jesús (Jn 1,39) y
haber aprendido mucho no guardó este tesoro para sí. Se apresura y
corre donde su hermano Simón Pedro para hacerle partícipe de los
bienes que él había recibido. Considera lo que dijo a su hermano:
“Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo).” (Jn 1,41) ¿Te
das cuenta del fruto de las enseñanzas que aprendió en tan poco
tiempo? Demuestra a la vez la autoridad del Maestro que ha enseñado a
sus discípulos y, desde los comienzos, el celo de ellos por conocerle.

La prisa de Andrés, su celo por extender en seguida la buena


noticia, supone un alma ardiente al ver el cumplimiento de tantas
profecías referidas a Cristo. Muestra una amistad verdaderamente
fraterna, un afecto profundo y una forma de ser muy sincera, al
comunicar así las riquezas espirituales...”Hemos encontrado al Mesías”,
dice, “no un mesías cualquiera, sino al Mesías que esperábamos.”

San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y


Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre l Cor, 24,4; PG 61, 204-205

“Tomó luego pan, y, después de la acción de gracias, lo partió y


se lo dio diciendo: Éste es mi cuerpo que es entregado por
vosotros.” (Lc 22,19)

Cristo, para atraernos hacia si, para que le amaramos más y más, se
nos ha dado como alimento. ¡Vayamos, pues, a él, con todo amor y
fervor!... Los magos adoraron a este cuerpo cuando descansaba en un
pesebre... Ellos, al ver a Cristo, niño en un pesebre bajo un pobre techo,
aún no viendo nada de lo que veis vosotros, se acercaron con un gran
respeto.

Vosotros ya no le veis en un pesebre sino sobre el altar. Ya no veis a


una mujer llevándolo en brazos sino a un sacerdote que lo ofrece, y el
Espíritu de Dios, con toda su generosidad, el Espíritu Santo aleteando
sobre las ofrendas. No sólo veis al mismo cuerpo que veían los magos
sino, además, conocéis su poder y su sabiduría y no ignoráis nada de lo
que realizó... Despertémonos, pues, y despertemos en nosotros el
temor de Dios. Mostremos más devoción que estos extranjeros y no
avancemos hacia el altar de cualquier manera...

Esta mesa reconforta nuestras almas, recoge nuestros


pensamientos, sostiene nuestras seguridades, es nuestra esperanza,
nuestra salvación, nuestra luz, nuestra vida. Si salimos de este mundo
después de este sacrificio, entraremos con seguridad en las regiones
sagradas como si fuéramos protegidos por todas partes por una
armadura de oro. ¿Pero, porqué hablar de futuro? Ya en este mundo, el
sacramento transforma la tierra en cielo. ¡Abrid, pues, las puertas del
cielo y veréis lo que quiero decir! Lo más precioso en el cielo, os lo
mostraré en la tierra. Lo que os mostraré no son los ángeles, ni los
arcángeles, ni los cielos de los cielos sino a aquel que es vuestro
maestro. Así veréis, de alguna manera, en la tierra lo que hay de más
precioso en el cielo. Y no sólo lo veréis, sino lo tocaréis, lo comeréis.
¡Purificad vuestra alma, preparad vuestro espíritu a recibir estos
misterios!
San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y
Constantinopla
Homilía 4 sobre San Pablo

“¿Qué tengo que hacer, Señor?” (cf Hch 9,2)

En bienaventurado Pablo que nos reúne hoy ha iluminado al mundo


entero. Cuando fue llamado se quedó ciego. Pero esta ceguera hizo de él
una antorcha para el mundo. Veía para hacer el mal. En su sabiduría,
Dios le volvió ciego para iluminarle para el bien. No solamente le
manifestó su poder sino que le reveló las entrañas de la fe que iba a
predicar. Había que alejar de él todos los prejuicios, cerrar los ojos y
perder las luces falsas de la razón para percibir la buena doctrina,
“hacerse loco para llegar a ser sabio” como él mismo dirá más tarde (cf
1 Cor 3,18)... No hay que pensar que esta vocación le ha sido impuesto.
Pablo era libre para escoger...

Impetuoso, vehemente, Pablo tenía necesidad de un freno enérgico


para no dejarse llevar por la fuga y despreciar la llamada de Dios. Dios,
pues, de antemano reprimió este ímpetu, cubriéndolo con la ceguera,
apaciguando su cólera. Luego, le habló. Le dio a conocer su sabiduría
inefable para que reconociera a aquel que perseguía y comprendiera que
no podría resistir a su gracia. No es la privación de la luz lo que le hizo
quedar ciego sino el exceso de ella...

Dios escogió este momento. Pablo es el primero de reconocerlo:


“Pero cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me
llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo.” (Gal 1,15)...
¡Aprendamos, pues, de boca de Pablo que ni él ni nadie después de él
ha encontrado a Cristo por su propio espíritu. Es Cristo que se revela y
se da a conocer, como lo dice el mismo Salvador: “No me habéis elegido
vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.” (cf Jn 15,16)

San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y


Constantinopla
Homilía 44 sobre San Mateo, 3-4; PG 57, 467-469

“El que tenga oídos que oiga.” (Mt 11,15)

En la parábola del sembrador Cristo nos enseña que su palabra se


dirige a todos indistintamente. Del mismo modo, en efecto, que el
sembrador de la parábola no hace distinción entre los terrenos sino que
siembra a los cuatro vientos, así el Señor no distingue entre el rico y el
pobre, el sabio y el necio, el negligente y el aplicado, el valiente y el
cobarde, sino que se dirige a todos y, aunque conoce el porvenir, pone
todo de su parte de manera que se puede decir: “¿Qué mas puedo hacer
que no haya hecho?” (cf Is 5,4)...
Además, el Señor expone esta parábola para animar a sus discípulos y
educarlos a no dejarse abatir aunque los que acojan la palabra sean
menos numerosos que los que la desperdician. Lo mismo pasó a su
Maestro, a pesar de conocer el porvenir no dejaba de repartir su grano.

Pero, me dirás, ¿a qué sirve sembrar entre espinas, en terreno


pedregoso o sobre el camino? Si se tratara de una semilla terrena, de
una tierra material, realmente no tendría sentido. Pero cuando se trata
de las almas y de la Palabra, hay que elogiar al sembrador. Se
reprocharía con razón a un agricultor de actuar de esta manera. La
piedra no puede convertirse en tierra, el camino no puede dejar de ser
camino y las espinas no dejan de ser espinas. Pero en el terreno
espiritual las cosas no son así. La piedra puede convertirse en tierra
fértil, el camino se puede convertir en un campo donde no pisan los
viandantes, las espinas pueden ser arrancadas y permitir al grano
fructificar libremente. Si esto no fuera posible, el sembrador no hubiera
sembrado su grano como, de hecho, lo hizo.

San Juan Crisóstomo (hacia 345-407) obispo de Antioquia y


Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía 15 sobre la carta a los romanos; PG 60, 543-548

“A los pobres los tenéis siempre con vosotros.” (Jn 12,8)

“El Padre no perdonó a su propio Hijo” (Rm 8,32); tú que no das ni


siquiera un trozo de pan al que fue entregado e inmolado por ti. El
Padre, por ti, no le perdonó; tú pasas con desprecio al lado de Cristo
que tiene hambre, cuando no vives sino por la bondad y la misericordia
del Padre... El fue entregado por ti, inmolado por ti, vive en la miseria
por ti, quiere que la generosidad sea una ventaja para ti, y aún así, tú
no das nada. ¿Hay una piedra más dura que vuestros corazones ante la
interpelación de tantas razones? No fue bastante que Cristo padeció la
cruz y la muerte; quiso ser pobre, mendigo y desnudo, encarcelado (Mt
25,36) para que al menos ante esta realidad te dejes conmover. “Si no
me das nada para mis dolores, por lo menos ten piedad de mí en mi
pobreza. Si no me tienes piedad por mi pobreza, que mis enfermedades
te ablanden, mis cadenas te enternezcan. Si todo esto no te conmueve,
¡muévate al menos la insignificancia de mi petición. No te pido nada
costoso sino pan, un techo y unas palabras amistosas... Fui encadenado
por ti y lo estoy todavía por ti para que, conmovido por mis cadenas
pasadas o actuales, tengas misericordia de mí. He pasado hambre por ti
y sigo sufriendo el hambre por ti. Tuve sed cuando estuve colgado en la
cruz y sigo teniendo sed en los pobres a fin de atraerte hacia mí para tu
salvación”...

Jesús dice, en efecto: “Quien acoge a uno de estos pequeños, me


acoge a mí.” (Mc 9,37)... Te podría premiar sin esto, pero yo quiero
hacerme tu deudor para que lleves tú la corona segura. Por esto,
aunque yo me podría alimentar yo mismo, voy mendigando aquí y allí,
me presento a tu puerta y tiendo la mano. Quiero que me des de comer
tú, porque te amo ardientemente. Mi felicidad consiste en estar sentado
en tu mesa.”

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