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transcurridos los primeros días y devueltas las campanas a su lugar, los habitantes de pa-
rís, reconocidos a tanta honradez se ofrecieron a mantener y alimentar su borrica en la
forma que él quisiera.
esto a gargantúa le agradó mucho y la enviaron a vivir a los bosques de biere, en donde
creo que ya no está.
hecho esto quiso estudiar con todos sus sentidos, como dispusiera ponócrates; pero este
dijo al principio lo hiciera como tuviese por costumbre, con el fin de enterarse de los
mejores medios que habían empleado sus antiguos preceptores para hacerle tan fatuo,
tan necio y tan ignorante.
después cagaba, meaba, hacía gargaras, eructaba, pedía, bostezaba, escupía, tosía, sus-
piraba y estornudaba; se desmocaba a lo archidiacono613, y desayunaba para abatir el ro-
cío y los malos vientos, bellas tripas fritas, bellas chuletas asadas, bellos jamones, bellas
aves y suculentas sopas de prima 64. ponócrates le indicó que no debía comer tan pronto,
al saltar del lecho y sin haber hecho ningún ejercicio, y cargantúa contestó:
- ¿que no hice bastante ejercicio? he dado seis o siete vuelas en la cama antes de leván-
tame. ¿no es esto bastante? el papa alejandro quinto hacia así por consejo de un médi-
co judío y vivi6 hasta la hora de su muerte a despecho de los envidiosos. mis primeros
maestros me han acostumbrado a esto diciéndome que el desayuno conserva bien la me-
moria, y ellos mismos comenzaban el día bebiendo. yo me encuentro muy bien, aunque
como mucho. me decía el maestro túbal, que se licenció en parís, que no hay ventaja en
correr mucho, sino en empezar pronto la jornada. así la salud total de la humanidad no
radica en beber deprisa como los perros, sino en comenzar a beber temprano, unde ver-
sus:
luego de haber desayunado bien, iba a la iglesia, llevando en un gran cesto un gran bre-
con él mascullaba todos los kiries, manejándolos tan curiosamente, que ni un solo grano
se dejaba caer en tierra. al salir de la iglesia le llevaban en una carreta de bueyes un haz
de paternosters de san claudio, gruesos como medulas de bonete, y se paseaba por los
claustros, las galerías y el jardín y en las dieciséis ermitas.
después estudiaba una menguada media hora, con los ojos puestos en el libro; pero,
como dice el cómico, su alma estaba en la cocina.
como era naturalmente flemático, empezaba su comida con algunas docenas de jamo-
nes, de lenguas de buey ahumadas, botargas morcillas y otras agujas de enhebrar vino.
mientras tanto, cuatro de sus criados le echaban en la boca continuamente, uno detrás
del otro, paladas de mostaza; bebía un enorme vaso de vino blanco para confortarse los
riñones, y luego comía, según la estación, los manjares de su agrado, hasta que no podía
con el vientre. para beber no tenía punto, fin, ni canon, pues decía que las sametas y los
límites del beber llegan cuando la persona bebiente nota que
la suela de sus zapatillas alcanza un grosor de medio pie.