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Teoría de la Forma

13 de junio 2007. Secciones 1 y 2.


P. Luis Moros.

(…) la crítica moderna nació de una lucha contra el Estado absolutista. Y


ha concluido, en efecto, con un puñado de individuos repasando los libros
de los demás. La propia crítica ha quedado incorporada a la industria de
la cultura, como «un tipo de relaciones públicas no remuneradas, parte de
las necesidades de cualquier gran proyecto empresarial». A principios del
siglo XVIII, arriesgándonos a generalizar en exceso, la crítica tenía que ver
con la política cultural; en el siglo XIX su preocupación fundamental era la
moralidad pública; en nuestro propio siglo es una cuestión de «literatura».
Como se lamenta Robert Weimann: «Los críticos académicos han
abandonado en buena medida la función civilizadora (…) de la crítica.»
(…) Hoy en día, aparte de su función marginal en la reproducción de las
relaciones sociales dominantes a través de las instituciones académicas,
la crítica ha quedado casi despojada de su raison d’étre (razón de ser). Ya
no se ocupa de tema alguno de interés social sustantivo y como forma de
discurso casi por entero se autovalida y se autoperpetúa. (Eagleton, T.
(1999): La función de la crítica, pp. 121 y ss. Paidos, Barcelona).

De manera que en el siglo XVIII, luego del ascenso de la burguesía al poder


político y de la disolución del poder absolutista de la monarquía, la crítica pasó
de los elegantes salones de palacio a los café y los lugares en los que políticos,
escritores y artistas de todo tipo establecían ricas discusiones respecto de
cualquier tema, incluyendo el Estado y las formas de gobierno más adecuadas
para la sociedad que apenas se vislumbraba como un naciente capitalismo
industrial. Entonces jugaba, a través de las revistas y periódicos en los que
estos «hombres de letras» (nuestros intelectuales de hoy) publicaban sus
opiniones, un papel relevante en los cambios que estaban por producirse en la
sociedad y en la cultura.

El paso de estas revistas y diarios a grandes empresa divulgadoras de opinión,


hicieron de la crítica un instrumento más del sistema dominante para difundir
la «opinión», más que pública, la «opinión publicada» de los intereses de estas
empresas de divulgación de discursos. Pasaría luego a las universidades y a los
centros de investigación, donde correría el mismo destino. La crítica literaria
devino en una suerte de literatura y la crítica del diseño devino en un discurso
validador de las corrientes que se imponían desde Europa hacia todo el mundo.
El diseño de la Bauhaus no era ni más económico ni más moderno: sólo se
ajustaba, de alguna manera, a una era que parecía dejar paso al dominio de la
máquina sobre todo tipo de producción. Esa razón moderna provocó una
Guerra que comenzaría en España en 1936 y terminaría en Berlín en 1945,
dejando un rastro de cerca de 60 millones de muertos. Sin embargo, el
discurso de la crítica nos hizo ver como moderno el planteamiento «altamente
costoso», austero, despojado de formas ornamentadas de la Bauhaus; y nos
convenció de que lo motivaban la razón y la técnica: la barbarie había quedado
atrás.
Con todo, luego de terminada aquella Guerra, en el mundo han muerto por la
misma razón, más de 50 millones de seres humanos y esto ocurre a diario. Ni
la sociología, ni la historia, ni las llamadas ciencias políticas han sido capaces
de predecir ninguno de estos acontecimientos; una ciencia que sea incapaz de
predecir los fenómenos que estudia, no podría entenderse como ciencia. En el
caso de la crítica. no ha pasado de ser mera especulación vacía frente a los
eventos del mundo contemporáneo. El diseño, en este sentido, se critica a sí
mismo a través de los objetos que produce y de los que la propaganda induce
a consumir. Como el arte, se ha transformado, en muchas ocasiones, en ese
trabajo trasgresor de las formas ocultas de la vida cotidiana, para poner de
relieve, precisamente, su irrelevancia.

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