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Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 1

Revisitando la Política en Colombia a través de las Tecnologías de


Excepción para la Gestión del Conflicto

Ensayo 3, enero 8 de 2008


Autor: Sandro Jiménez
Profesor: Andres Guerrero

La entrada a una nueva discusión sobre el conflicto en Colombia es por lo


menos una aporía; en primer lugar porque después de 60 años de una
confrontación altamente mutuante y dinámica, son muchos lo hechos y en igual
sentido, múltiples los intentos de tratar de explicar dicho fenómeno; en segundo
lugar, cómo poder hablar de un conflicto en Colombia, cuando por lo menos hemos
pasado por tres o cuatro grandes mutaciones de ese mismo conflicto (ver los
trabajos de Sanchez y Pecaut); y finalmente qué pertinencia tiene ampliar las
narrativas del conflicto sin pensar el posconflicto, pero al mismo tiempo qué sentido
tiene la discursividad transicional sin estar en efectivamente involucrados en ella.
Con en el ánimo, no de superar esas aporías, pero tampoco de huir de ellas, la
reflexión que esta a punto de desarrollarse tratará de mirar el fondo y el mas alla1,
no ya del conflicto en tanto acontecimiento histórico, sino de sus efectos y el
tratamiento de los mismos en tanto actuación política. Con esta premisa
evidentemente nos estamos demarcando de la visiones, tanto coyunturalitas como
estructuralistas, de la violencia política en tanto historicismo del acontecer nacional,
para poder repensar el conflicto desde la manera en que se ha intervenido (la
gestionado) nacional e internacionalmente, y así podernos asomar al postconflicto
(la transición) o al menos, a los retos políticos de una siempre esperable paz social.
Los sistemas políticos han resultado prolíficos bajo el amparo de este discurso;
sólo como referencia inicial – pues análisis mas detallados de estos componentes se
presentan mas adelante – hay muchos ejemplos que dan cuenta de ello, para el
caso considérese la estrategia del Frente Nacional2; las distintas estrategias para la
de gestión del conflicto, como los teatros de operaciones3; los poderes especiales de
la presidencia para los asuntos de guerra y paz4; las zonas de despeje, las
amnistías y los indultos, el toque de queda, el estado de conmoción interior, los
impuestos de guerra, etc. Además se destaca también, la infinidad de
herramientas de política pública para la atención de las víctimas de la violencia: el
sistema nacional de atención integral a la población desplazada – SNAIPD, el

1
Uno de los intereses de mirar un “mas allá” se debe a que el análisis de “la violencia política” en
Colombia obliga evidenciar la naturalización que se ha hecho de la misma, como metarelato exlicativo,
que es a la vez causa y efecto de todo en la sociedad colombiana. Esta postura ayuda a develar la
estrategias de control social, los ejercicios de poder y la creación de conceptos, categorías, sujetos y
geografías, todas asociadas al conflicto.
2
Período de alternación del Poder de un partido a otro, sólo aplicable para los partidos Liberal y
Conservador entre 1954 y 1978
3
Cuando una Zona es declarada Teatro de Operaciones, las autoridades civiles – aún las elegidas –
subordinan su autoridad a el comandante militar que el presidente designa para la zona
4
Mecanismo mediante el cual el congreso le concede total discrecionalidad y poder sobre los
asuntos relativos a desmovilización, acuerdos de paz, amnistías, levantamiento de ordenes judiciales
y declaración de zonas de despeje militar, entre otros.

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registro único de población desplazada, las mesas nacionales de concertación con


organizaciones de víctimas, las unidades móviles de atención a víctimas de la
violencia, la comisión nacional de reconciliación y reparación, las delegaciones
especiales para asuntos de derechos humanos, etc.
Este escenario, en el que la sociedad y el Estado colombiano, parecieran
definirse por el estar – existir en situación de conflicto, nos lleva a plantear esta
primera discusión desde una posicionalidad crítica y reflexiva, de manera que se
puedan identificar las articulaciones de los procesos políticos y culturales de la
historia reciente de Colombia asociada al conflicto armado; y al tiempo, descubrir
los puntos ciegos inherentes a las premisas discursivas (Con Palti, 2003) con las
que se ha hecho gestión de dicho conflicto y se ha pensado la transición o el
postconflicto.
Desde esta perspectiva, el interés último es abordar la problemática en
cuestión - desde la objetivación de ella como campo del conocimiento y de acción
política - apoyándonos en un distanciamiento del sistema de contenidos que lo
define, para privilegiar la mirada sobre la emergencia del espacio y las prácticas que
prefiguran la gestión del conflicto armado interno; y desde de allí, re-dimensionar
los efectos sobre los modos de configurar e intervenir políticamente determinadas
realidades, particularmente la de protección de víctimas de desplazamiento
forzado.

El conflicto colombiano: nuevos contextos, nuevas lecturas

Antes de entrar en el detalle del análisis, es necesario ubicar el lugar actual


del estado de la discusión del conflicto en Colombia. Especial interés despierta el
hecho de que en las últimas dos décadas, el conflicto colombiano ha sufrido grandes
cambios y presiones derivadas de los modificaciones en la geopolítica de la gestión
internacional de conflictos armados internos. Los actores en contienda -tanto en
Colombia, como internacionalmente - han sido contraparte en la circulación de los
discursos que dominan la agenda política mundial y son usados como justificaciones
de un nuevo estado de cosas; este escenario de conflicto se ha convertido en
referencia permanente del surgimiento, la evolución, las manifestaciones, las
soluciones experimentales y los recrudecimiento de este tipo de conflictos en la
llamada comunidad internacional, que a su vez, se ha implicado y ha influenciado
las características propias del conflicto armado interno en Colombia. Todo ello a la
luz del humanitarismo contemporáneo y desde él, con las corrientes de recursos
humanos, técnicos y financieros del aparato del desarrollo.
En este sentido podemos decir que el conflicto armado interno en Colombia
desde inicio de los ochenta hasta ahora, es el del conflicto armado en el contexto de
la globalización. En este nuevo escenario, el conflicto ya no responde ni se funda en
los marcos estrictos del Estado nación; y no se explica única ni exclusivamente, por
los motivos que le dieron origen y además que encuentra razones tanto en la
geopolítica internacional, como en los factores sociales de tipo local, regional y
nacional. El hecho particular que mas influencia tiene – además del inicio de la era
de desmonte del Estado Interventor en el marco de la teología Neoliberal – fue el
recrudecimiento de la confrontación producto de la articulación de medios y
agendas de dos viejos actores del conflicto: los paramilitares y los narcotraficantes.
Así surge una nueva mutación de la confrontación que se complejiza y

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degrada durante los cuatro últimos períodos de gobierno, entre 1991 y 2006. Las
razones de ello se explican por el entrecruzamiento entre los nuevos
comportamientos de los actores en conflicto (fuerzas militares estatales, fuerzas
militares paraestatales, fuerzas militares insurgentes, ejércitos al servicio de
narcotraficantes), las fuerzas internacionales de comercio legal e ilegal y la
geopolítica de global que obliga tomar bandos en la “guerra contra el terror5”

El análisis de este capítulo se concentra en dos períodos, siempre siguiendo la


gestión política del conflicto y de la paz, no la confrontación en sí misma: El
primero, el del Frente Nacional y su transición (1958 a 1978) y el segundo período,
en el que se hará mayor énfasis (entre 1980 y 2006), dado que es durante este
período de tiempo que el discurso de la gestión del conflicto entró en una tendencia
hacia la estandarización y la institucionalización, no sólo de las prácticas, sino de las
formas de comprensión de la violencia; que a su vez ha derivado en una mutación
del conflicto en Colombia. Un ejemplo preliminar de ello es, que tres gobiernos
atras se consideró política y discursivamente rentable visibilizar y proyectar
internacionalmente todas las dimensiones de la violencia en Colombia –
particularmente en los asuntos referidos a la vulneración masiva de derechos
humanos en las víctimas de la violencia – ahora, un giro discursivo del gobierno
actual, pretende neutralizar las dimensiones políticas de conflicto, bajándole su
categoría a “amenaza terrorista” dentro del marco de la nueva agenda global de
lucha contra el terrorismo. Este tipo de enunciado, se configura como un ejemplo
emblemático la importancia discursiva de la Violencia en Colombia dentro del
mantenimiento de determinado orden y determinadas relaciones de poder.
Para comenzar, la primera reflexión obligada respecto al conflicto amado en
Colombia, es evitar la naturalización de este discurso; nos referimos a que es
necesario dislocarlo de los supuestos culturalistas y de sus principios generadores
endógeos. Esto significa ir mas allá de las explicaciones sobre la mediación violenta
en Colombia definida por un origen de matriz cultural. En este sentido, esta
argumentación no se entiende como una etnografía o una crónica legitimadora de
la idea de que la violencia como de carácter endógeno a la estructuración social en
Colombia. En este sentido, la critica es a los “tipos culturales ideales”, que no son
en definitiva sino la contraparte necesaria de los “tipos ideales” de la historiografía
de las ideas políticas. Elias Palti afirma que, no es suficiente con cuestionar las
aproximaciones culturalistas para desprenderse efectivamente de las apelaciones
escencialistas a la tradición y a las culturas locales como principio explicativo último.
De allí que es necesario penetrar y minar los supuestos en que tales apelaciones se
fundan, es decir, estructurar de manera crítica aquellos “modelos” que en la historia
de las ideas funcionan simplemente como una premisa, como algo dado. (Palti,
2007:39)

5
Dentro de este nuevo escenario, un matiz muy importante es el generado por la cadena de eventos
derivada del ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, donde la modificación
fundamental de la geopolítica global, que dio origen a la guerra global contra el terrorismo, generó un
efecto inmediato en el tratamiento del conflicto interno en Colombia. Dentro de esta nueva geopolítica,
el caso colombiano con sus actores en contienda, se consideran como uno de los nodos de la lucha sin
frontera contra el terrorismo global, que paradójicamente sólo tiene expresiones concretas en el
ámbito local.

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Desde esta postura es una obligación des-centrar la relación política –


violencia en Colombia, dentro de los procesos de institucionalización del Estado
Liberal Moderno. A pesar de que empíricamente es innegable la correlación entre la
configuración del Estado – Nación y la Violencia, es importante destacar que el
mundo contemporáneo, el de la “liberación política” en términos postcoloniales,
incluyendo en ello la consolidación de los “mundos postotalitarios” y la liberación
económica; parecen tener un lado oscuro (entre muchos) o consecuencia
emergente, desde dentro del propio sistema de ordenamiento Estatal -
Trasnacional, esto es: la desregulación de los medios de la fuerza legitima, de los
ordenes morales y de los sistemas de protección de las personas y la propiedad
(Comaroff y Comaroff, 2006:2). A pesar que los Comaroff reconocen la dificultad
de demostrar esto empíricamente, si aciertan es destacar el hecho de que la
mayoría de las agendas de los partidos políticos se definan por asuntos relacionados
con el control de la criminalidad y a los problemas de des/orden, parece ser algo
que va mas allá de una simple coincidencia.
Los Comaroff van más allá, y establecen una relación simbiótica entre los
legal y lo ilegal, en la lógica actual del mercado global: En primer lugar ellos
plantean que la violencia criminal - o criminalizada - no es tanto una muestra de
rechazo a la institucionalidad jurídica o a la legalidad, sino estrategias que apropian
sus formas y reconstituyen la propia sustancia de estas últimas. En segundo lugar,
estos autores afirman que, los actores criminales - o criminalizados - crean modos
paralelos de producción y de obtención de beneficios, algunas veces como sistemas
contributivos y de gobierno, de manera tal que establecen simulacros de orden
social. De esta manera ellos reconfiguran la “pas de deux” en la que norma y
trasgresión, regulación y excepción, se redefinen una a la otra, tanto desde dentro,
como mas allá de la política nacional. (Comaroff y Comaroff, 2006:5)6.
De esta manera, es claro que el conflicto colombiano del período en cuestión,
no se puede explicar por una endogénesis, sea esta de matriz culturalista o
nacionalista, sino como la combinación de las prácticas históricamente desarrolladas
en el sistema político nacional, al lado de la consolidación de los efectos
emergentes de un mundo global en donde la matriz de lo legal y lo ilegal se
alimentan y determinan mutuamente.
Una primera conclusión de este análisis radica en la necesidad de superar las
consideraciones binarias en las interpretaciones de la violencia, sean estas guerra
versus paz, actores legítimos versus actores ilegítimos, negociación versus
confrontación, etc. En vez de mantener estos puntos de referencia como puntos
separados, la investigación en este sentido debe dar cuenta de la importancia de
considerar todos los factores como profundamente interrelacionados e
interdependientes en el permanente proceso de cambio en la naturaleza de las
expresiones de la violencia. Ello entendiendo que cada unos de esos puntos de
interconexión son a su vez puntos altamente frágiles en una fibra social ya muy
deteriorada, como es el caso de los conflictos de larga duración 7
La anterior recomendación, y para no desbordar el alcance de este capítulo,
obliga a complejizar las miradas que hemos asumido de la violencia en Colombia, ya

6
La notas entre guión alto son mías
7
Bronwyn Harris, Centre for the Study of Violence and Reconciliation

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no sólo desde los factores internos, sino los emergentes del ámbito internacional.
Nuevas consideraciones de este tipo deberían tener en cuenta reflexiones cruzadas
como: los cambios en el tiempo de los comportamientos de los actores sociales
involucrados en el conflicto, cosiderando como tales a las víctimas, a los victimarios,
a las instituciones nacionales e internacionales; incorporar la espacialidad como
criterio de reflexión, teniendo en cuenta el proceso de localización8 de la violencia,
los movimientos y los desplazamientos de los escenarios de conflicto – donde deben
aparecer las dimensiones regional, nacional e internacional; y finalmente prestar
importante atención a las narrativas y discursividades que se construyen y se
circulan para explicar o justificar la violencia. (Harris, 2005:9)

Del combate contra la violencia a la gestión del conflicto a través de la


normalización del estado de excepción

El argumento central en este el punto de la discusión, es que la gestión del


conflicto en Colombia ha estado caracterizado por dos hechos centrales: la
excesiva concentración en la figura presidencial, y la apelación sistemática al
“estado de excepción”. Esta última categoría no la entendemos sólo en las
acepciones jurídicas nacionales - el “estado de sitio”, antes de la constitución de
1991, o su sucesor el “estado de conmoción interior” - sino en tanto práctica
política para la gestión del conflicto y la construcción de la paz. Para desarrollar esta
postura, nos apoyamos en las ideas de Giorgio Agamben sobre la paradoja de la
soberanía y de la excepción.
Primero discutiremos la paradoja de la soberania. Esta primera reflexión
tiene sentido en la medida que en el caso colombiano, como lo mencionamos y se
discutirá en detalle mas adelante, la configuración del sistema político, esta
fuertemente afincado sobre la figura presidencial. Esto no es necesariamente
singular al caso colombiano, pero ello si adquiere dimensiones muy particulares en
tanto las posibilidades de la negociación y la transición hacia la paz, sumados al
tratamiento siempre excepcional de la llamada política de paz, convierten al
presidente en el soberano cuando a estos temas se refiere.
En la paradoja de la soberanía, “el soberano está, al mismo tiempo, fuera y
dentro del ordenamiento jurídico”. Si soberano es, en efecto, aquél al que el orden
jurídico reconoce el poder de proclamar el estado de excepción y de suspender de
este modo, la validez del orden jurídico mismo, entonces “cae, pues, fuera del
orden jurídico normalmente vigente sin dejar de pertenecer a él, puesto que tiene
competencia para decidir si la Constitución puede ser suspendida “in toto” (Schmitt,
p.37). La precisión al mismo tiempo no es trivial: el soberano, al tener el poder
legal de suspender la validez de la ley, se sitúa legalmente fuera de ella. Y esto

8
Agnew, (en Place and Politics, cap 3, Pág 27), citando a Giddens, en referencia a lo “local”, la
“localización”, y el “sentido del lugar”, precisa los siguientes elementos como aspectos demarcadores
del concepto: los marcos físicos o escenarios donde se constituyen las interacciones cotidianas en
función de lo que allí toma lugar. b) El marco geográfico que comprende los distintos escenarios de la
interacción social y que está definida por los procesos sociales y económicos que operan a más amplia
escala (como son la división general del trabajo y las condiciones del desarrollo desigual). c) La
orientación subjetiva de las identidades constituidas en el vivir allí en particular. (Este debate se
desarrolla mas ampliamente en García, CI, 2007: sf; Consorcio Odecofi. Material de Trabajo)

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significa que la paradoja de la soberanía puede formularse de esta forma: “ la ley


esta fuera de si misma”, o bien: “ Yo, el soberano, que estoy fuera de la ley,
declaro que no hay un afuera de la ley” (Agamben, 2003:27)
Dos aspectos hacen tremendamente coherente esta paradoja con el caso
colombiano: la primera es que dado el carácter plebiscitario de la democracia
colombiana (aunque se podría decir los mismo de gran parte de la democracia
latinoamericana) el presidente hace las veces, o mejor, se asume como soberano.
Hecho que junto a la presencia de un conflicto de larga duración, siempre cambiante
y en degradación, como el de Colombia, ha permitido que no en pocas ocasiones, el
presidente declare el “estado de excepción”, tantas que si eliminamos las salidas y
las entradas a esta condición parece un solo continuo.
Para este análisis merece atención, el número de veces y las motivaciones
sobre las cuales se ha implantado el estado de excepción en el marco del conflicto
colombiano, sea de manera oficial (me refiero a la utilización de un mecanismo
jurídico constitucionalmente consagrado) o como régimen de facto; y junto a ello, la
necesaria reflexión crítica sobre las implicaciones de la normalización de tal
condición.
La primera gran apuesta por un mecanismo de excepcionalidad fue la del
denominado Frente Nacional, establecido desde 1958, este mecanismo conocido
como el pacto firmado por los dos partidos tradicionales, el conservador y el liberal,
fue instaurado mediante un plebiscito en diciembre de 1957, el cual repartía el
poder entre dos comunidades – élites - políticas. Así para la presidencia de la
República, el pacto preveía la alternación cada cuatro años de un liberal a un
conservador. Para los demás cargos políticos – ministros, senadores,
representantes, etc – e incluso para la mayoría de puestos administrativos,
estableció un reparto estrictamente igualitario entre los dos partidos. (Pecaut,
1989: 37).
Este ingenioso sistema para zanjar las disputas violentas entre partidos
políticos características del primer ciclo de la violencia, produjo durante 16 años,
una cadena amplísima de tratamientos excepcionales dentro de la gran sobrilla de la
excepcionalidad sobre la que se fundó el Frente Nacional. Este mecanismo sólo
atino a estabilizar un orden de cosas, no a trasformarlo, de ahí que los regimenes
de inclusión – exclusión, en vez de superarse se ampliaron cada vez mas, pues en la
medida que este régimen “democrático” de excepción ponía en suspensión a la
democracia, los actores excluidos comenzaron a ser mas que los incluidos.
Una de las características que hicieron que el Frente Nacional se configura
con régimen de excepcionalidades encadenadas, se originaba en el hecho de que se
hacía obligatorio obtener la mayoría con dos terceras partes de los votos para la
aprobación de todas las leyes importantes en el Senado y la Cámara; dada la
dificultad para encontrar tal convergencia, los presidentes comenzaron a apelar a
procedimientos de excepción, de allí el mantenimiento casi permanente de la figura
del “estado de sitio” durante todo el período del Frente Nacional, mecanismo este
que le permitir al presidente gobernar mediante decretos legislativos (Pecaut, 1989:
40) y ejercer así su poder soberano, a pesar de que tal ejercicio del poder quedara
suspendido en los compromisos que el presidente debía negociar como los jefes
políticos nacionales o regionales (Pecaut, 1989: 40); en este sentido, el estado de
excepcional era funcional a los intereses de los partidos, pues les convenía mas
negociar sobre hechos que en derecho.

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De esta manera el Frente Nacional como primera estrategia de un estado de


excepción permanente para la gestión del conflicto, no sólo convirtió la producción
de leyes en un pura excepcionalidad, sino que, además, hecho y derecho
terminaron confundidos o fundidos por completo.
Otra muestra de esa mezcla difusa, pero muy funcional al régimen, entre
hecho y derecho, eran los territorios de excepción, con ello nos referimos en primer
lugar a la subordinación del poder civil a la iglesia católica en todos los “territorios
de misiones”, lo que equivalía al 72% del territorio colombiano para 1969 (Pecaut,
1989: 72); y en segundo lugar y apelando de nuevo al estado de sitio permanente,
durante el Frente Nacional, se podía administrar los territorios del desorden, allí
donde operaban los grupos de “comunistas” o “extremistas”.
El Estado de Sitio sin término de cesación, fue porque el gobierno buscaba
hacer aparecer al Frente Nacional como una única garantía contra el desorden
(Pecaut, 1989: 97). De esta manera, la preocupación por el establecimiento de
determinado orden social sólo existía en tanto apareciera como referencia negativa,
es decir desde su ausencia; de esta manera el Estado de Excepción así entendido se
convierte en un ejercicio de administración del desorden, que en épocas mas
recientes, se ha convertido en la regulación del desorden, pero sobre este último
punto regresaremos posteriormente.
En el anterior sentido, este tipo de orden jurídico-político tiende a crear
estructuras de inclusión de aquello que, a la vez, es rechazado hacia afuera.
Deleuze ha podido así escribir que “la soberanía no reina mas que sobre aquello
que es capaz de interiorizar” (Deleuze, p. 445; en: Agamben, 2003: 31). Aquí la
aporía, del estado de sitio y luego del de conmoción interior, es que siempre ha sido
un recurso cuando la violencia desborda su cauce “natural – normal”, aceptado por
la sociedad principal; en donde, en un gesto por recuperar el cause - normalizar el
conflicto - al mismo tiempo deja por fuera el orden que se pretende defender e
incluye aquello que supuestamente subvierte dicho orden (de hecho el presidente
Alberto Lleras, y después el presidente Misael Pastrana, se esfuerzan en darle un
lugar a los militares como “garante del orden” (Pecaut, 1989: 129), indicación
suficientemente descriptiva de que cuando se hace el llamado al orden se esta
evocando el desorden).
Ahora bien, para entender mejor como esta estrategia de gestión del
conflicto, derivó en los procesos mas recientes de intervención al mismo, debemos
recorrer lo mecanismos de excepcionalidad asociados al Estado de Excepción
vigente desde el Frente Nacional hasta nuestros dias:
El primero de ellos fue el de la militarización de la sociedad, que comienza en
con los primeros llamados en 1970, por parte de las sociedades de grandes
agricultores (propietarios), a un “Estado de Seguridad” y a “interrumpir su
propaganda – la de determinados agentes del gobierno - a favor de la subversión en
las zonas rurales” (Pecaut, 1989: 144). Desde allí se inicia la aplicación de los
“toques de queda” administrados por el ejercito para controlar poblaciones y
regiones específicas, sobre todo para controlar la movilización social y las protestas
sindicales (esto durante el inicio de los 70) y luego se consolida durante el final de
la misma década, cuando bajo la cubierta del Estado de Sitio, el ejercito asume
jurisdicción sobre delitos políticos y con ello el aumento del papel en estos temas de
la justicia militar (Pecaut, 1989: 297), que no es mas que un sistema excepcional

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normalizado de aplicación de “justicia”, que termina por convertir a los militares en


los co-administradores del Estado de Excepción.
Un ejemplo muy claro del argumento anterior se puede apreciar en Pecaut,
(1989: 300), en un fragmento de una carta oficial firmada el 19 de diciembre de
1977 por el comandante general de la fuerzas armadas, además de por los
comandantes de las tres armas y por 29 generales activos:

“Hemos resuelto nuevamente solicitar al gobierno que adopte, por


procedimientos de emergencia, medidas suplementarias eficaces para
garantizar a la institución militar y a sus miembros el honor al que tienen
derecho y a los ciudadanos la seguridad que necesitan… para estas medidas
los generales reclaman… la comprensión y la solidaridad de la Corte Suprema
y las de todas las fuerzas vivas del país”

La petición de un mecanismo jurídico excepcional (como segundo mecanismo de


desarrollo del estado de excepción) fue concretado con el “Estatuto de Seguridad”
expedido en septiembre de 1978, a partir del cual se institucionaliza la gestión del
conflicto y en palabras de que Pecaut, (1989: 301) simboliza el fracaso de la
institucionalización de la democracia, prometida desde 1974.
EL relato presentado y la consecuencia histórica del mismo, son un
inmejorable ejemplo de como el manejo del conflicto colombiano pasa de
“procedimientos de emergencia” a la emergencia como procedimiento y la
consolidación de los “medios suplementarios” como el suplemento a un orden
constitucional civil, en donde lo suplementario siempre será el mas allá de la ley.
Aquí aparece lo que caracteriza propiamente la excepción, lo excluido no
queda por ello absolutamente privado de la conexión con la norma; por el contrario,
se mantiene en relación con ella en forma de suspensión. La norma se aplica a la
excepción des-aplicándose, retirándose de ella. En este sentido la excepción es,
verdaderamente, según su etimología, sacada afuera (ex-capere) y no simplemente
excluida. (Agamben, 2003: 30). Así la construcción de una transición y un orden
social civilista es el afuera de esos mecanismos de emergencia y suplementarios, lo
que implica a su vez, que la administración del desorden por medios militares se
convierte en el adentro de la estrategia de gestión del conflicto y con ello la
normalización del mismo. Este factor como relación normalizada con el Estado de
Excepción lo veremos mas claramente cuando discutamos como en las
administraciones mas recientes este proceso termina por convertirse en una
tecnología política para la administración regulada del desorden.
El final de la transición última del frente nacional, en 1978, da paso a la plena
vigencia del “Estatuto de Seguridad”, ejecutado durante el período de gobierno de
1978 – 1982, en donde se asumía como prioridad nacional el “restaurar el orden
público” (Pecaut, 1989: 315), como si el Estado colombiano pudiera dar crédito de
haber establecido orden en la extensión del territorio nacional o como si los
mecanismos excepcionales hasta ese momento implementados fueran productores
de orden, y no apenas esfuerzos por cooptar el desorden y encausarlo
funcionalmente a los intereses del régimen.
Al asumir el cargo el presidente Turbay Ayala anunció la creación de un
“estatuto jurídico para la seguridad del Estado”; el 6 de septiembre de 1978, este
estatuto es promulgado por decreto, en desarrollo del articulo 121 de la

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constitución. Sus disposiciones pueden resumirse en tres grupos: 1. Aumento de


las penas privativas para los delitos de secuestro, extorsión, incendio voluntario,
ataque voluntario, ataque armado; 2. Extensión imprecisa de la noción de
subversión que permite castigar con un año de prisión a los que distribuyan
“propaganda subversiva”, exhiban en lugares públicos “textos o dibujos ultrajantes
o subversivos” o que “inciten a los ciudadanos a la revuelta” o a “desobedecer a las
autoridades”; 3. Atribución a autoridades subalternas, policiales o civiles, de la
capacidad de fijar sin apelación las penas relativas a esta segunda categoría
(Pecaut, 1989: 321).
A partir de este momento y gracias un nuevo procedimiento de excepción, se
abre explícitamente la supremacía de lo jurídico sobre lo político; en este sentido se
institucionaliza el Estado de Excepción como tecnología jurídica y se le da
formalidad legal al poder presidencial como poder soberano, con capacidad de
ponerse por encima de la orden constitucional ordinario, sin tener que apelar a otra
instancia del Estado. La tercera categoría de medidas del Estatuto de Seguridad,
son una muestra de cómo ese poder soberano reviste a determinados actores del
Estado con atribuciones excepcionales que les permite aplicar decisiones privativas
del poder judicial, en donde la distinción de cuándo actúan de hecho o con base a
derecho no es muy clara.
En el desarrollo de este nuevo mecanismo, el gobierno decide recurrir a un
articulo incorporado en la constitución de 1886, pero prácticamente olvidado: el
artículo 28, que permite proceder, después de consultar al Consejo de Estado y por
decisión del consejo de ministros, a la detención “retención” durante diez días, de
toda persona sospechosa de querer alterar el orden público. En virtud de este
artículo, el ejército y la policía proceden a una primera ola de arrestos para
“desmantelar redes terroristas urbanas” (Pecaut, 1989: 321). Estos mecanismos
que convertían en sospechoso a todo los ciudadanos, formalizó la centralidad de los
militares con ordenadores de las procesos sociales, todo bajo una formula que se
puede representar de la siguiente manera:

Orden Excepcional Formal = Orden Militar = Nuevo Orden Moral y Social

En este punto coincidimos con la apreciación de Pecaut, según la cual, la vigencia


del Estado de Sitio no es una innovación. Raros han sido los momentos en que se
ha levantado a lo largo de 30 años de la vigencia de dicha figura. Pero su utilización
no atenúa sus implicaciones: además de las funciones que asigna a la justicia
militar, hace flotar una amenaza constante sobre todas las manifestaciones de la
oposición. El mandato de Julio Cesar Turbay se inauguró, sin embargo, bajo el
signo sin precedentes de los mecanismos de excepción. (Pecaut, 1989: 341). A
nuestro juicio este caso no es una manifestación de un estilo particular de gobierno,
sino que inicia un proceso de consolidación de relaciones de normalización con la
gestión del conflicto siempre desde el Estado de Excepción; proceso que se
consolida en actual período gubernamental como lo trataremos mas adelante.

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Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 10

Las herramientas de transición como mecanismos de gestión del conflicto,


no como constructoras de una paz civil.

A partir de 1980, se produce un giro discursivo y en la retórica de la guerra,


en donde se incorpora la narrativa de la paz como nuevo recurso para la gestión del
conflicto; no porque hubiese un compromiso manifiesto y decido por conseguir una
paz civil, sino porque el recurso de la victoria militar salio de los cálculos posibles
para la clase política. Pero las razones no son únicamente internas, a partir de los
ochenta el conflicto colombiano adquiere una proyección internacional significativa
en dos sentidos: el primero es la consolidación de la economía de mercado global de
la industria del narcotráfico, en donde Colombia se entroniza como el mas eficiente
y dinámico productor. El segundo aspecto que moviliza el interés internacional
viene por la acumulación protuberante de violaciones al derecho internacional
humanitario derivadas de la aplicación de Estatuto de Seguridad.
Pero manteniendo la tendencia en pleno proceso de consolidación del manejo
sólo desde mecanismos de excepcionalidad del conflicto, la paz aparece como otro
escenario para la explosión de tales mecanismos. El primero de ellos fue la figura
de la amnistía, que surge como una primera oferta de paz, pero que se fue
consolidando como ardid de guerra (Pecaut, 1989: 349).
En 1980 el gobierno se declaró dispuesto a considerar una amnistía para
guerrilleros. Pese a la reanimación de la lucha armada, se sometió un proyecto de
ley que se aprobó en marzo de 1981. Pero el texto es muy restrictivo. Obliga a los
guerrilleros a presentarse dentro de los cuatro meses siguientes, individual o
colectivamente, a las autoridades y excluye a los autores de delitos como
secuestros o las extorsiones. (Pecaut, 1989: 349). Ante el consecuente rechazo de
los insurgentes, y el reconocimiento del fracaso de la propuesta y de la ley, en
septiembre del mismo año, se crea un nuevo mecanismo, la “Comisión Nacional de
Paz” presidida por Carlos Lleras Restrepo. Esta comisión apela a otro intento de
amnistía y al inicio de diálogos, particularmente con el M-19. Tanto la amnistía
como los diálogos fracasan, estos últimos porque el propio gobierno renuncia 15
días antes de las elecciones presidenciales de 1982 a continuar las conversaciones,
a través de la Comisión de Paz. Así, el gobierno parece ceder a sutiles cálculos
políticos así como a las presiones del ejército. (Pecaut, 1989: 351).
De esta manera la paz no pasa de una retórica de consolidación de un estado
de cosas que no va mas allá de la defensa de una idea de orden que supuestamente
se alcanzaría sólo con la desvinculación de los productores del “desorden”. Además
que el rompimiento de este primer paquete de mecanismos asociado al proceso
electoral, demuestra como este proceso, las elecciones, entran a ser parte de los
campos de excepción sobre los cuales se construye y desconstruye el discurso de la
paz, tendencia que se consolidará en todas las elecciones presidenciales a partir de
1982.
Durante el gobierno de Belisario Betancourt, se vuelve apelar a la amnistía,
esta vez incondicional, como un mecanismo transicional. Su carácter
“incondicional” tiene dos caras: la primera, de flexibilización de los requisitos para
acceder a la amnistía (No exige que los autores de delitos políticos pidan acogerse a
ella. Se aplica de pleno derecho desde el momento de su promulgación. Aquellos
que no han sido objetos de acusación son cubiertos automáticamente. Los que
hayan sido inculpados o condenados, son amnistiados tras una decisión del tribunal

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 11

superior. La ley no prevé la entrega de armas. Acentúa simplemente las penas


previstas en el código penal para detentadores de armas de guerra (Pecaut, 1989:
361)); y la segunda, en donde no es tan claro tal incondicionalidad, es que la
amnistía se concede, pero no se negocia.
De hecho, el presidente Betancourt en una declaración del primero de
diciembre de 1982 afirma: “en lo que nos corresponde, lo que debíamos aportar lo
ha sido en abundancia, incluso si hay protestas contra los excesos; pero no hay
nada de excesivo en la paz. Pero lo repito: lo que era necesario conceder se ha
concedido. La amnistía no es negociable ni algo para tomar o dejar, pues se ejerce
de pleno derecho, se cumple de jure sin la precondición de tener que aceptar o
rechazar (…) Todos están amnistiados, porque la ley 35 de amnistía no ha puesto
condición” (Pecaut, 1989: 362). En esta referencia resaltan dos aspectos dos
aspectos muy importantes de la manera en que se ha intentado hacer gestión al
conflicto y la construcción de la paz: lo primero es que la paz se equipara a un
mero procedimiento de excepción como la amnistía. Y lo segundo, que la paz se
decreta, por vía de la técnica jurídica y no se construye por medio de la negociación
política.9
Este dispositivo, el de la amnistía, en opinión de los analistas tampoco logra
su propósito, al igual que el intento anterior. En nuestra visión, si lo hace, pues
permite mantener la retórica del primado de la seguridad y de la administración del
desorden desde la primacía de los militares. De hecho, el ministro de defensa
(general Landazabal) declara por televisión el 4 de enero de 1984 que el “cese al
fuego es algo que las fuerzas armadas no van a conceder (…) Se les ha dado la
amnistía (a los guerrilleros), ahora quieren el diálogo. Si se les diera el diálogo
pedirían otra cosa (…) A donde quieren llegar es al sillón presidencial y al sillón
presidencial no llegarán” (Pecaut, 1989: 381). Esto confirma la primacía militarista
en la concepción del conflicto, sea de manera explicita o en un carácter
fantasmagórico, siempre asechante.
A pesar de lo anterior, la amnistía abre paso a otros mecanismos, primero, a
otra Comisión de Paz y después a los diálogos y los acuerdos de cese al fuego. Es
así como en marzo de 1984 se firma el cese de hostilidades con las FARC y en
agosto del mismo año se hace lo propio con el M-19. y el EPL. Pero como la
amnistía, estos acuerdos reposan ante todo en una apuesta: la de suscitar un clima
político y una movilización de la opinión tal que las guerrillas no puedan volver
fácilmente a la lucha armada, cualesquiera que fuesen sus designios estratégicos y
su potencial militar. (Pecaut, 1989: 385). Esto afinca de nuevo una retórica y una
práctica institucional para el sostenimiento del tratamiento excepcional, del conflicto
primero, pero también de los procesos de paz. En este sentido al igual que la
amnistía, la tregua y el cese al fuego son sólo otras dos manifestaciones de la
consolidación de las herramientas de transición como campo de excepcionalidades
permanentes, no conducentes a otra cosa que el sostenimiento regulado del
conflicto.
Esta ambivalencia entre una guerra declarada y no declarada se conjuga para
suscitar una situación explosiva: adquisición de tierras por narcotraficantes en

9
Mas desarrollo de esta posición lo presentan autores como Lea al respecto Gonzalo Sánchez sobre
amnistías y también Vicenc Fisas en Cultura de paz y gestión de conflictos

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 12

busca de formas de inversión, multiplicación de las milicias privadas y paramilitares,


confrontaciones entre partidos políticos, intensificación de la presencia de las FARC,
rastrillajes del ejercito que producen numerosos muertos, secuestros,
desapariciones, éxodos forzados hacia las ciudades. Si el término violencia se
impone, es que se borran las fronteras entre luchas armadas, guerras sociales y
delincuencia. La guerra no declarada, sin embargo, tiene consecuencias aun mas
temibles. Es la que libran las fuerzas paramilitares contra las guerrillas o dirigentes
populares. Los primeros emprenden a partir de 1985 una campaña sistemática de
asesinatos. Ningún grupo de oposición es ahorrado. (Pecaut, 1989: 391,393).
El escenario que se acaba de describir, presenta con claridad como la
ambigüedad en el tratamiento de conflicto armado colombiano, termina por
convertir a la violencia en Colombia, en un inmenso, disperso, pero totalizante
“campo de concentración”. Para Agamben el gesto del “campo de concentración”
vinculado al “estado de excepción” tiene la capacidad de explicar la afirmación que
acabamos de plantear, eso sí, teniendo en cuenta la precaución reclamada por el
autor de no sobre valorar esta categoría, si se quiere llegar a una comprensión
correcta de la naturaleza del campo. (Agamben, 2003:214). Por ello, este concepto
se asume con Agamben desde el punto de vista de su estructura jurídico - política y
no de su carácter histórico, es decir, en lugar de deducir del campo de
acontecimientos que tuvieron lugar en los sitios reconocidos públicamente como
tales, este autor se plantea su abordaje desde otro marco interpretativo, para dar
cuenta de las condiciones de posibilidad político conceptual de este fenómeno
dentro del análisis de las estructuras políticas contemporáneas.
El primado militarista y de la seguridad hasta ahora presentado en la
aproximación al conflicto colombiano, supone que con la protección de la libertad,
asumida por los militares, se pone en juego la propia custodia protectora
(Agamben). Esta ironía se debe a que la protección debiera ser contra la
suspensión de la ley que caracteriza la situación de peligro grave. La novedad es
que, ahora, esta institución - la de la custodia protectora encarnada en el poder
militar - se desliga del estado de excepción en que se fundaba – el que les permite
ponerse por encima del orden constitucional normal - y se deja vigente esta nueva
situación como la normalidad de facto. Así el estado de excepción que era
esencialmente una suspensión temporal del ordenamiento sobre la base de una
situación temporal de peligro, adquiere ahora un sustrato especial – y político -
permanente que, como tal, se mantiene, sin embargo, de forma constante por fuera
del orden jurídico normal. (Agamben, 2003:215). Este hecho en tanto sistema de
actuación jurídico político, se habrá de convertir en una práctica recurrente pero ya
institucionalizada, a lo largo de todos los gobiernos posteriores al Frente Nacional
hasta llegar a consolidarse en la “Política de Seguridad Democrática” del gobierno
actual. Pero su dinámica particular la veremos mas adelante
Lo importante a este punto es recordar lo que Hannah Arendt ha señalado en
alguna ocasión, destacando que en los campos se manifiesta a plena luz el principio
que rige la dominación totalitaria, y que el sentido común se niega obstinadamente
a admitir; es decir, el principio según el cual “todo es posible”. Los campos
constituyen, en el sentido que hemos visto, un espacio de excepción, en el que no
sólo la ley se suspende totalmente, sino en el que, además, hecho y derecho se

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 13

confunden por completo: por eso, todo es verdaderamente posible en ellos.


(Agamben, 2003:217)
A partir del período gubernamental de 1986 a 1990, se ensaya un nuevo
estilo de gestión de la paz, que tiende a despolitizarlo y a tratarlo de manera técnica
(Pecaut, 1989: 395). Se supone nuevo respecto al intento de otras estrategias no
usadas hasta el momento, pero igual en la consolidación del Estado de Excepción y
hacia la tecnologización, ya no sólo de la gestión del conflicto sino de la paz. Esta
concepción técnica no carece de lógica. Pero reposa también sobre otra apuesta
que, aunque en el otro extremo de Betancourt, no es menos incierta: la de tratar
un problema eminentemente político sin recurrir a la política (Pecaut, 1989: 395).
Bajo esta apuesta este gobierno se dedico a producir nuevos mecanismos
excepcionales legitimados como paquete tecno-jurídico: la suspensión de la
extradición de nacionales (fundamentalmente como respuesta a la presión de las
fuerzas de los narco ejércitos); la presidencialización de la negociación política a
través de la designación de un “consejero para la reconciliación, la normalización y
la rehabilitación” (cabría preguntarse que se suponía lo normal y lo anormal para
esta estrategia de gestión del conflicto); y para completar este nuevo paquete, la
promulgación del “Plan Nacional de Rehabilitación” que suponía que desactivado las
razones objetivas que justifican la retórica de lucha de la guerrilla (la pobreza, la
exclusión económica, ect), estas no tendrían otro camino que negociar la paz.
Al lado de este discurso, la confrontación se mantenía, y el terrorismo pro
estatal, para estatal o anti estatal, parecía el procedimiento mas cómodo para
suscitar la polarización de la sociedad y reducir a la impotencia aquellos que no
quieren escoger entre los dos campos (Pecaut, 1989: 417); con el régimen o contra
el régimen. Así la mezcla de los cálculos políticos y los actos delictivos, la
promiscuidad de “paramilitares”, élites tradicionales y nuevos ricos de la droga, la
complicidad entre las fuerzas del orden y sicarios, no pueden tener otro resultado
que gangrenar las instituciones políticas (Pecaut, 1989: 417). Aquí regresamos al
análisis de Comaroff y Comaroff, (2006:5), pues el señalamiento de Pecaut advierte
una relación simbiótica entre lo legal y lo ilegal: en primer lugar podemos ver que la
violencia no es tanto una muestra de rechazo a la institucionalidad jurídica o a la
legalidad, sino estrategias que apropian sus formas y reconstituyen la propia
sustancia de estas últimas, a través de la mencionada combinación entre cálculo
políticos y actos delictivos. En segundo lugar, los actores criminales - o
criminalizados – al lado de grandes franjas de la sociedad (empresarios, políticos,
jóvenes empobrecidos) han crean modos paralelos de producción y de obtención de
beneficios, algunas veces como sistemas contributivos y de gobierno, de manera tal
que establecen simulacros de orden social.
En estos índices diversos de la crisis institucional – que no logran ser
superados a pesar de amplísima cantidad de mecanismos de excepción hasta ahora
identificados - es la democracia misma la que se encuentra golpeada - tal vez esta
crisis de la democracia deberíamos revisarla no sólo desde los acontecimientos que
impiden la caracterización de el régimen colombiano como democrático, sino desde
los límites de aplicación de las visiones normativas y modernizantes por las que ha
pasado la implantación de las democracias liberales de mercado en el mal llamado
tercer mundo - En cualquier caso, la mencionada crisis para el período en
discusión, derivó en el aislamiento del poder, con sus corolarios, las transacciones

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 14

calladas que remplazan los debates públicos y la ampliación de facto de la esfera de


influencia de actores como las fuerzas militares o diversas “camarillas” surgidas de
los grupos de interés, que ilustran el estrechamiento de la arena política (Pecaut,
1989: 432). Este estrechamiento progresivo de la esfera política, al lado del
sostenimiento del estado de excepción como lógica para la administración y
normalización del conflicto, creemos conduce a un estado de post política; en dónde
sólo el debate tecno jurídico entre grupos de interés o el diálogo cerrado – y secreto
en muchos de los casos - entre actores en confrontación, se asumen como los
únicos espacios posibles para pensar y desarrollar la transición hacia la paz. Todo
como un afuera de la política.
La llegada de la década de los noventa, con la presidencia de Cesar Gaviria,
produjo un efecto que inicialmente se podría considerar paradójico, pero que en una
mirada mas a fondo, tal paradoja nunca existió. Nos referimos a que este período
presidencial pasa a la historia como aquel en el que se asume el mandato por la paz
(ocho y medio millones de colombianos, impulsados por el movimiento de la
séptima papeleta, votaron por la consolidación de un verdadero proceso de paz.);
instala la asamblea nacional constituyente para fundar las bases de un nuevo orden
estatal garante de derechos y abierto a la participación del ciudadano (de hecho se
crearon con carácter de norma constitucional mecanismos como la acción de tutela,
las acciones populares, las acciones de cumplimiento, el referéndum popular; todos
mecanismos para defender de manera directa derechos fundamentales y derechos
constitucionales); y logra la inserción política de varios grupos insurgentes, el mas
importante de ellos el M19.
La aparente paradoja surge cuando observamos como las normas relativas a
los Estados de Excepción (artículos 212-215 de la constitución de 1991) y la Ley
Estatutaria correspondiente (Ley 137 de 1994) reciclaron las estructuras de la
"dictadura civil" que imperó en Colombia durante los últimos 50 años bajo la figura
del "Estado de Sitio". Un análisis a fondo de esta normatividad muestra que solo
hubo un cambio de nombre. La duración del "Estado de Conmoción Interior" puede
nuevamente ser permanente (nada impide que luego de los 270 días
constitucionales, al día siguiente de su levantamiento se vuelva a implantar). Su uso
no solo puede ser nuevamente abusivo y arbitrario, a pesar de los "controles"
previstos, sino que de hecho ya lo ha sido desde su inmediato estreno, como lo
denunciaron la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otras entidades
internacionales. Su vigencia y proyección resultó de nuevo mentirosamente
"excepcional" y "transitoria", al utilizar la coartada de convertir en legislación
permanente los decretos "excepcionales y transitorios" [sin que apuntaran a una
verdadera transición] emitidos bajo su paraguas. Tan escandaloso fue el abuso de
esta figura, que la misma Corte Constitucional invalidó la última declaratoria de
Estado de Conmoción – mayo de 1994 (Giraldo, 1994:3)
La paradoja desaparece en el sentido en que los hechos demuestran como el
estado de excepción sigue siendo el mecanismo por antonomasia para hacer frente
al conflicto y responder a la demanda social para la paz. La normatividad de los
Estados de Excepción de esta administración abrieron amplias avenidas para
invalidar la "democraticidad" de la nueva Constitución; el Artículo 8 Transitorio abrió
el más descomunal túnel por donde hizo pasar, del antiguo al "nuevo" régimen,
toda la legislación represiva de los últimos 8 años de Estado de Sitio (1984-1991)
convirtiendo todos esos decretos en leyes permanentes, las primeras entronizadas

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 15

como tales dentro de la nueva era "democrática". La combinación de estas


"reformas" y el reciclaje produjo, entonces, una justicia paralela, adoptada como
parte de la justicia "ordinaria", ya no llamada Justicia de Orden Público (pues el
cambio de nombres constituyó uno de los recursos más favorecidos de la
transición), sino "Justicia Regional"10 (Giraldo, 1994:4).
Allí se abrió un amplio espacio para procedimientos que sólo soportan los
regímenes totalitarios, que no los De Derecho: jueces secretos; testigos secretos;
pruebas secretas; "delaciones" pagadas; detenciones previas a toda investigación o
prueba; validación de "informes de inteligencia" no sustentables ni controvertibles;
injerencia decisoria de militares en los procesos penales; modificación permanente
de tipos penales y de procedimientos penales a través de decretos de Estados de
Excepción enseguida convertidos en leyes permanentes; largos períodos de prisión
sin juicio ni acusaciones controvertibles, etc. (Giraldo, 1994:4).
De esta manera la excepción se convierte en una nueva especie de la
exclusión. La excepción es un caso individual en el que se ha excluido la norma
general. Esta paradoja develada Agamben, ayuda a explicitar una aporía en los
estados de excepción asociados a la gestión de la violencia en Colombia: en primer
lugar, la declaración del estado de conmoción interior es una decisión exclusiva del
presidente, que al asumirse como soberano niega la naturaleza del Estado
democrático en defensa del cual se establece. En segundo lugar, después de su
establecimiento unilateral - siempre temporalmente y transitoriamente, en teoría -
el presidente - soberano, puede ordenar la suspensión de determinados derechos
ciudadanos, en defensa del estado de derecho, es decir, excluye en el gesto de
incluir. (Agamben, 2003:31)
Frente a la consecución de la paz, vuelve a apelarse a la vía militar por medio
de la declaratoria de "guerra integral" en octubre de 1992. Esta decisión puso en
plena ejecución dos estrategias que defendían el modelo de la victoria militar por
encima de la negociación política: un modelo de acción bélica modernizada y un
modelo de "Justicia" especializada, diseñada como arma de guerra. Para lo
primero, elevó considerablemente el presupuesto militar y lo complementó con
diversos "impuestos de guerra"; multiplicó los "soldados profesionales"; saneó los
problemas administrativos de las fuerzas armadas con un Ministro civil de talante
gerencial, lo que llevó a modernizar armamentos y utilizar mejor los recursos
bélicos. Ya desde la presentación del proyecto de presupuesto para el 1993, los
gastos de personal correspondientes a "Seguridad Nacional", "Defensa Nacional" y
“Policía Nacional" representaban el 46.7% del total de Servicios Personales del
Sector Central Nacional, y los gastos de funcionamiento de los mismos items
ascendían a 59.3% del total de Gastos Generales del Sector Central Nacional. Para
lo segundo, una vez proclamada la "Constitución de los Derechos Humanos", el
gobierno acudió a la "Comisión Especial Legislativa" (o "Congresito") para introducir
como leyes permanentes, dentro de la nueva era democrática, todos los decretos de
Estado de Sitio del último período (1984-1991) y con ello confeccionó la estrategia
de judialización del conflicto armado11, la cual, según el Consejero Presidencial de

10
Expresión e instrumentos impulsados por el gobierno de Cesar Gaviria 1990 - 1994
11
Aquí debe advertirse que hay que tener claro que el DIH no es un mecanismo de transición sino de
regulación de la guerra, Y que la atención a DDHH viene también de la presión internacional, sin que
ello puede relacionarse con la idea de un nuevo orden social

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 16

Derechos Humanos, miraba a sustituir muertos y desaparecidos por presos políticos.


Tal estrategia logró ciertamente aumentar exorbitantemente el número de
prisioneros políticos, pero no logró disminuir ni los asesinatos ni las desapariciones
forzadas. Los viejos decretos de Estado de Sitio, combinados con otros
complementarios emitidos bajo el "Estado de Conmoción Interior" estrenado
precozmente antes de cualquier reglamentación, fueron avalados por el nuevo
Código de Procedimiento Penal (1991) que abrió campo dentro de su normatividad
para soportar una justicia de excepción, admitida como parte de la "Justicia
ordinaria” (Giraldo, 1994:6).
De esta manera, Gaviria intenta “encerrar el afuera” (Blanchot: 292), es
decir, constituir la gestión del conflicto y la transición hacia la paz como una
“interioridad de espera o de excepción”. En otras palabra, frente a un exceso, el
sistema interioriza aquello que le excede mediante una interdicción (como la
“justicia sin rostro”) y , de este modo, “se designa como exterior a si mismo” (por la
suspensión del orden constitucional ordinario); lo que queda estará afuera (el
Estado Social garante de Derechos), quedará aquí incluido sólo por la suspensión de
la validez del orden jurídico, dejando, pues, que éste se retire de la excepción, que
la abandone. De esta manera, la judialización del conflicto armado y la estrategia
de guerra integral, no son la excepción que se sustraen a la regla, sino que desde
la suspensión de toda regla, dan lugar a la excepción, y sólo de este modo, se
constituyen como regla, manteniendo una relación permanente con aquella.
(Agmaben, 2003: 31).
Después de este período de escalamiento en todos los sentidos y ámbitos del
conflicto, inicia otro no menos complejo período presidencial. El Gobierno de
Ernesto Samper Pizano (1994-1998) se inició con el nombramiento de un Alto
Comisionado para la Paz y el anuncio de una política de “Paz Integral y Diálogo
Útil”, con la pretensión de superar políticas anteriores circunscritas a la
desmovilización de los grupos guerrilleros y a la reinserción de sus combatientes. La
propuesta partió del reconocimiento del carácter político del conflicto armado y de
las organizaciones guerrilleras, algo importante ante la opinión extendida de la
naturaleza netamente delictiva de los insurgentes. La iniciativa estableció la
disposición de negociar en mitad del conflicto y sin condiciones previas, propuso la
participación activa de la sociedad civil y planteó una negociación unificada y
nacional (Villamizar, 1995).
Esta amplísima aproximación hubiese sido una gran oportunidad para
recuperar los espacios de negociación política y de construcción de una paz civil, si
no fuese porque tales propuestas estaban atadas y profundamente afectadas por la
crisis de legitimidad política por la que paso todo el gobierno de Samper, producto
del ingreso de dineros del narcotráfico para la financiación de su campaña. En este
escenario, durante todo su cuatrienio estuvo buscando diversas fuentes de
legitimación tanto en el nivel nacional como internacionalmente. En ese sentido, si
bien Samper apelo menos a los recursos de excepcionalidad, si asumió la gestión de
la paz con un criterio instrumental y asociado a su necesidad de legitimidad pública.
Es así como, a manera de respuesta a la comunidad internacional, se impulso
un conjunto de reformas jurídicas para humanizar la guerra12. De este modo se

12
Vale la pena aclarar que en su tiempo el intento declarado de humanizar la guerra, no apuntaba
crear mecanismos de transición, que aparecen mucho más tarde y que luego ambos fracasan

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 17

adoptaron varias disposiciones del derecho internacional humanitario, una de las


mas importantes fue el reconocimiento jurídico de la condición de víctima de
desplazamiento forzado, a través de la ley 387 de 1997. Los alcances de la ley y su
relación con los regímenes de excepción lo discutiremos mas adelante. A pesar de
ello las posibilidades de construir procesos reales de transición en esta etapa
tuvieron que ceder, ya no al tratamiento por medios excepcionales del conflicto,
sino a la propia excepcionalidad de este período presidencial.
El siguiente período de gobierno, el de Andrés Pastrana (1998 – 2002), se
convierte en un calidoscopio de las ambigüedades de todas las estrategias
anteriores. En primer lugar, y en la misma línea ideológica de su copartidario
Belisario Betancourt, Pastrana asume la presidencia con una declaración en el
décimo punto de su programa, según la cual definía al conflicto armado como "el
problema más grave que confronta el país" y anunciaba "una estrategia para la paz
dirigida personalmente por el Presidente" a través de "una agenda abierta y sin
condiciones previas”. Tal estrategia, se orientaría prioritariamente a "resolver de
una vez por todas el fenómeno de la exclusión de algunos sectores que alegan no
tener el espacio necesario para actuar", pretendía una concertación con la
Coordinadora Nacional Simón Bolívar ́”…es decir, con el secretariado de las FARC, el
comando central del ELN, la comandancia del EPL y de los demás grupos
subversivos existentes”. Al tiempo que enfatizaba en la necesidad de promover la
participación la sociedad civil en torno a una agenda de paz y mediante un gobierno
de Reconciliación Nacional; también manifestaba que una de las tareas inmediatas
de su gobierno sería excluir a la población civil del conflicto y sentenciaba
claramente que no debería presentarse "un muerto más en esa población civil por
causa de la acción militar del Estado" (Torrijos, 1999: 3).
En consecuencia de su declaración y apelando al fuero especial frete asuntos
de paz (el de soberano) al que recurrieron todos sus predecesores, pero ahora bajo
la figura de la ley 418 de 1997, procedió al establecimiento de Zonas de Distensión,
en tanto espacios para la paz, a partir de la intención de que una de sus "primeras
decisiones como Presidente de la República sería establecer zonas de despeje por el
tiempo que resultase necesario para garantizar la seguridad de los negociadores
designados por la guerrilla. Esta iniciativa, también denominada "Laboratorio de
Paz", se puso en marcha de común acuerdo con las FARC el 7 de noviembre de
1998 y se basó en el reconocimiento por parte del gobierno a esa agrupación
insurgente como organización política, de acuerdo con la Ley mencionada
previamente (Torrijos, 1999: 3).
La ambigüedad surge cuando, al igual que Betancourt y Gaviria, Pastrana
emprende una campaña de “Profesionalización” y “Fortalecimiento de las Fuerzas
Armadas”, estrategia que se consolida con la aprobación del primer paquete de
ayuda militar de Estados Unidos denominado el “Plan Colombia” que bajo la excusa
que "el único acuerdo de paz aceptable seria aquel que fortaleciera nuestra
capacidad de erradicar la producción de cocaína en Colombia” (Pronunciamiento
durante su visita a los Estados Unidos en octubre de 1998. (Torrijos, 1999: 4));
articuló la lucha contrainsurgente (a lo que denominan política de paz), la

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 18

erradicación de cultivos de uso ilícito y la confrontación contra el narcotráfico, como


una sola unidad de acción militar.
En este sentido Pastrana hace una copia casi exacta del período de
Betancourt respecto a que los acuerdos con los grupos insurgentes reposan ante
todo en una apuesta: la de suscitar un clima político y una movilización de la
opinión tal que las guerrillas no puedan volver fácilmente a la lucha armada. Y el
mismo Pastrana ha afirmado en múltiples ocasiones que su proceso de paz se puede
calificar como exitoso en el sentido que le eliminó la legitimidad internacional a la
lucha armada de las FARC. En consecuencia, sus “laboratorios de paz” fueron otro
eslabón mas en la cadena de tecnologías de excepción aplicadas que no redundaron
en cambios concretos hacia la paz. Reconocemos aquí que es claro que existe una
distancia entre las motivaciones y los efectos, por lo tanto, el fracaso de éste
proceso no se puede entender sólo como responsabilidad gubernamental sino del
conjunto de actores que estuvieron involucrados en el mismo.
Para cerrar este primer bloque de la discusión, llegamos al período de
gobierno en desarrollo. Si hasta aquí no ha sido suficientemente claro porque
afirmamos que las herramientas de transición en Colombia se han utilizado como
mecanismos de gestión del conflicto, no como constructoras de una paz civil, la
política de “seguridad democrática” de Álvaro Uribe no deja duda al respecto,
veamos:
Uribe Velez se posesiona en medio del fracaso de la política de paz de
Pastrana, particularmente por los conflictos asociados a la zona de distensión. El
discurso de Uribe desde la campaña regresa a la retórica de la primacía de la
seguridad y recuperación de la moralidad pública del período de Turbay Ayala. Tal
vez por ello interpreta que su triunfo en primera vuelta representaba un cheque en
blanco para el regreso en pleno derecho de la centralidad de la militarización de la
sociedad para combatir el desorden insurgente.
Pues como nunca antes, se desarrollan y profundizan los mecanismos de
militarización de la sociedad y la producción de tecnologías políticas de excepción:
la primera de ellas, el millón de soldados campesinos, le siguió la red de
informantes, soplones profesionales pagados con fajos de billetes en vivo y en
directo frente a millones de televidentes. Después aparece la declaratoria de los
teatros de operación y las zonas de rehabilitación, espacios en donde el poder civil
local debía subordinarse a un comandante militar, todo bajo el criterio de
excepcionalidad y transitoriedad mientras se recuperaba el orden público y se
ejercia soberanía – donde el único soberano era el presidente o el comandante
militar - Finalmente, vuelve a primer orden del día las detenciones masivas de
presuntos colaboradores de la guerrilla señalados por la red de informantes. La
mayoría de los detenidos pasaban entre 6 meses y un año; y después de liberados
sin la presentación de cargos, para muchos fue la sentencia de muerte frente a los
grupos paramilitares.
Lo novedoso en esta estrategia es que ya no se necesitaba una única figura
como el Estado de Conmoción Interior para poder desplegar todos estos
mecanismos de militarización de la sociedad, pues ahora ya se tiene el acumulado

Curso: La práctica de la investigación 1/8/08


Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 19

de tecnologías de excepción debidamente institucionalizadas e integradas al


ordenamiento jurídico colombiano.
La expresión mas clara de cómo desde una relación normalizada y
formalizada con el estado de excepción trasforma las herramientas de transición en
mecanismos de administración del conflicto es la ley 975 de 2005, conocida como la
ley de justicia y paz. Esta instrumento se propuso como instrumento fundamental
para darle un nuevo piso legal a las negociaciones con grupos armados. Lo
particular es que la ley surge como condición a la desmovilización de los grupos
paramilitares y antes del cierre de la negociación. Finalmente, después de mucha
resistencia de organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales y
de organizaciones de víctimas (que en ningún momento fuero consultadas sobre sus
perspectivas frente a la ley) la ley fue aprobada por el congreso, sancionada por el
presidente y avalada constitucionalmente por la Corte Constitucional, después de
una serie de ajustes que esta última introdujo.
Lo que nos interesa destacar no es si dicha pieza jurídica es lo
suficientemente completa a la luz de los estándares internacionales o no (los limites
y alcances de la misma se discutirán en capítulos posteriores). Creemos que lo que
se ha pasado por alto es que esta ley no corresponde a la creación de una
alternativa hacia la paz social de corte civil y además consolida el régimen de
excepcionalidad en el tratamiento del conflicto en Colombia. Lo primero porque la
ley es producto de la condicionalidad para la desmovilización de un sólo grupo (
desmovilización que hasta ahora no permite asegurar la desaparición del fenómeno
paramilitar en el país), mientras que la confrontación con los demás grupos
armados y la inversión militar para la guerra sigue en aumento.
Lo segundo porque al incluir el discurso de la justicia, la verdad y la
reparación sólo en tanto retórica legitimatoria para poder proceder a aplicar un
nuevo régimen de amnistía, esta vez si debidamente concertado con los principales
violadores de los derechos humanos en Colombia, lo que se esta incorporando es
una nueva tecnología política de excepción. Aquí nos detenemos para definir con
propiedad este termino que se ha ido consolidad a lo largo de la narrativa
presentada: Es nuestra lectura de tecnología política, aquel proceso tendiente a
estandarizar, normalizar, seccionar y transferir principios, prácticas y programas
para atender una emergencia compleja y de crisis social e institucional, en donde la
política es reducida a meros criterios de gobernabilidad o gobernanza y se asume el
saber experto y la superioridad técnica como autoreferenciada sólo a sus propios
mecanismos de generación y expansión. Cuando esta estrategia hace parte del
establecimiento de un orden social preestablecido, a través de la aplicación de
mecanismos de poder específicos, conducen a un escenario de post política, en el
cual es posible responder a la complejidad de los fenómenos intervenidos, sólo por
vía del reemplazo de un paquete tecnológico por otro, en donde la deliberación
pública o discusión política es exclusiva y excluyente a determinados grupos de
interés o al equipo de expertos. (Jiménez, 2007)
En conclusión, el excesivo centralismo - autoritarismo del ordenamiento
jurídico colombiano, que permite que el presidente haga las veces de soberano, a
través del uso cuasi permanente de la figura de la del estado de excepción durante
los últimos 50 años, produce lo que Agamben denomina un relación de excepción,

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Autor: Sandro Jiménez Ensayo 3 20

forma extrema de relación que sólo incluye algo a través de la exclusión. Que para
el caso en consideración, la figura sería mas la de la normalización de la relación de
excepción, en donde lo incluido es la administración regulada y militarizada del
conflicto y lo excluido es la posibilidad de la construcción de una paz social civil no
gobierno céntrica, ni militarista.

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