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Introducción
Hemos oído muchas veces eso de que “las apariencias engañan” y las estadísticas
parecen demostrarlo. La típica figura del borracho andrajoso es solo el 5% del número
total de alcohólicos, el otro 95% funcionan con una falsa apariencia de respetabilidad.
I. Una parábola
Mateo ubica estas palabras de Jesús en medio de fuertes polémicas tenidas con las
autoridades religiosas nacionales: los maestros de la Ley, los sacerdotes del culto
mosaico, los fariseos y todos aquéllos que habían hecho de la religión su propia
seguridad. Ellos no sentían la necesidad de ninguna conversión a Dios, porque se creían
los depositarios y administradores de todo lo relativo al culto de Dios. Se creían libres, y
en realidad, estaban encadenados a un cúmulo de leyes y ordenanzas tras las cuales se
sentían seguros: cumplían con ellas y estaban en paz. ¿Qué querían, entonces, Juan el
bautizador del río Jordán y este Jesús de Nazaret, que proclamaban que ya estaba
creciendo el Reino de Dios? ¿Acaso no eran ellas, las autoridades religiosas, las que
administraban todo lo relacionado con la fe y las creencias religiosas del pueblo?
La clave para comprender en forma correcta esta parábola es que no alaba a nadie.
Nos presenta la imagen de dos grupos humanos muy imperfectos; ninguno de los cuales
es mejor que el otro: ninguno de los dos hijos sería la clase de hijo que alegra la vida de
un padre. Ninguno de los dos era una persona íntegra, es decir, que dice y hace la misma
cosa; pero sin embargo, el segundo es mejor que el primero por cuanto hace la voluntad
del padre. El hijo ideal sería aquél que acepta las órdenes de su padre con obediencia y
respeto y las obedece al pie de la letra, sin cuestionarlas. Pero en esta parábola hay
verdades que van mucho más allá de la situación en que fue pronunciada.
• En primer lugar están las personas cuyas palabras son mucho mejores que sus
acciones; son capaces de prometer cualquier cosa de hacer grandes
afirmaciones de piedad y fidelidad, pero que su acción se queda muy por
debajo de sus palabras.
• En segundo lugar están aquellos cuyas acciones están muy por encima de sus
palabras. Afirman ser duros, severos y materialistas, pero de alguna manera se
les ve hacer cosas amables y generosas sin buscar atesorar méritos por ello.
ONG. En algunas ocasiones tienen vidas más comprometidas que los propios
cristianos en el servicio a los demás, siendo movidos por la misericordia.
Todos conocemos estas dos clases de personas: aquellos cuya acción está muy
lejos de la piedad santurrona que expresan sus palabras, y aquellos cuya acción está
muy por encima de sus palabras a veces cínicas e irreligiosas. Recordemos que el
hombre bueno, en todo el sentido de la palabra, es aquel cuyas palabras y su acción
están de acuerdo.
Esta parábola también nos enseña que las promesas jamás pueden ocupar el lugar
de la acción y que las palabras malsonantes nunca sirven como sustituto de las acciones
correctas; el hijo que dijo que iría pero no fue tenía toda la apariencia externa de la
cortesía, pero era eso: externa. Hipócrita. Pero la cortesía que no va más allá de las
palabras no deja de ser una ilusión. La verdadera cortesía es la obediencia expresada
con gentileza y buena voluntad. Ambas han de ir juntas.
La parábola también nos enseña que cualquiera puede arruinar con mucha
facilidad algo bueno por la forma en que lo hace; puede hacer una cosa correcta con una
falta de bondad y amabilidad que arruina toda la acción.
Los profetas, que anunciaban tiempos nuevos en los que la salvación correría
como el agua que baja de la montaña, incomodaban a la "clase religiosa". Los únicos
que acogían con emoción y convicción el mensaje, primeramente de Juan y después de
Jesús, eran los que tenían conciencia de necesitar la misericordia de Dios, los que eran
considerados "pecadores" y por lo tanto fuera de la Ley santa de Israel: ¡ladrones y
prostitutas se adelantaban en el camino de la redención a todas las autoridades
religiosas!
A Jesús lo seguía una muchedumbre: unos por ver milagros, otros por curiosidad,
otros por agradecimiento, por necesidad de creer y seguir a alguien, por tranquilizar su
conciencia, por amistad y simpatía, porque sí..., y otros porque la persona y el mensaje
del Señor les habían cambiado la vida: éstos solamente eran capaces de admiración,
gozo y compromiso.
Cuando alguien comprueba que realmente el buen Dios es un padre o una madre
que acaricia al hijo golpeado por la vida y lo consuela y lo llama a superar sus
deficiencias, entonces es capaz de levantarse y caminar hacia otro horizonte. Es lo que
les sucedió a los apóstoles y discípulos:
• Pedro, el pescador del lago, que pasa de la cobardía a la entereza;
• Mateo, el cobrador de impuestos para el emperador de Roma, que pasa de la
traición a la fidelidad;
• Tomás el Mellizo, que pasa de la incredulidad a la fe;
• María Magdalena, que pasa de sus caricaturas de amor al amor verdadero...
En fin todos aquéllos que por ser pecadores se acercan a Jesús y sienten sobre
ellos su mano que acoge y perdona.
Mientras tanto, fariseos y autoridades religiosas miran desde lejos esperando ser
ellos los primeros porque han cumplido todas las normas de la Ley y Dios tiene que
condecorarlos por su buena conducta.
Ante Dios no importan las apariencias ni los gestos externos. ¿Soy de los que
dicen "no", pero luego obedecen a Dios, o de los que le dicen "sí", pero luego nos
olvidamos de lo que El realmente quiere de nosotros?