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Pasajes de la Historia

Abderraman II.

La historia de la península ibérica es sin duda alguna una de las


mayores y asombrosas epopeyas que vio la humanidad. En 711 D.C. diversas
columnas provenientes de los desiertos arábigos ó del norte de África,
tomaban posesión, irrumpían en la península ibérica, ese lugar al que
llamaban Al-Andalus, en recuerdo de las invasiones germánicas, los vándalos
dieron nombre a esa intuición de los musulmanes. Al-Aldalus, los vándalos,
sería su vergel, sería su tierra de provisión, sería el auténtico paraíso, el edén
del que enseñorearse, ese paraíso del que ser sus auténticos y legítimos
dueños durante setecientos ochenta años.

En aquel tiempo, dominaban los Omeya, que gobernaban todo el oro


del musulmán, desde la gran, desde la luminosa capital Damasco, pero sabido
es, que los Abásidas de Bagdad tomaron el mando del Islam y ejecutaron a
casi todos los Omeya, a casi todos, por que uno sobrevivió, el príncipe errante,
Abderramán I.

En 756 D.C., este inmenso guerrero, este luminoso guerrero, tomaba


posesión de Al-Andalus, y proclamaba el emirato independiente con respecto a
Bagdad. Al-Andalus se convertía en un estado, en un estado independiente,
solitario, al margen de los designios de los Abásidas, y los Omeya proyectaban
su inteligencia, su talento sobre miles y miles de súbditos. Antiguos
musulmanes y ahora nuevos habitantes de la península ibérica convertidos al
islamismo, convertidos en muladíes.

Los contingentes Omeya se expandían por la península ibérica. Los


empobrecidos reinos cristianos del norte resistían a duras penas las
acometidas de la media luna. En poco tiempo, los islamistas ponían,
establecían sus marcas defensivas en tres puntos esenciales, Mérida al sur,
Toledo en el centro, Zaragoza al norte. Eran marcas dominadas por los
muladíes que se convertían ahora en puntales del Islam en Europa. Y los
gobiernos Omeya fueron ciertamente espectaculares. Leyes de tolerancia
religiosa, de convivencia plena, no sé, hasta siempre de… de pequeñas
disensiones, de guerras fraticidas y de combates, eternos combates con el

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enemigo cristiano. Era momento para las racias, era momento para que
diversas columnas punitivas entraran en el norte y asaltaran las ciudades.
Época de tensión. Y llegamos al momento que nos ocupa. Tras el eficaz
gobierno de Hisham I, le tocó el turno a su sucesor Al-Hakam I. Fue en 796.
Pronto las medidas adoptadas por este gobernante andalusí se declararon…
pues… demasiado duras, demasiado estrictas, las imposiciones, el pago de
impuestos, se ejercía una presión brutal sobre los nuevos musulmanes
(muladíes) y por supuesto, sobre la población mozárabe, los cristianos que
habían quedado en el sector musulmán, en el sector árabe. La verdad es que
Al-Hakam I fue un gobernante, un mandatario odiado, temido. Recordamos en
797 la triste jornada del foso, en la que los prebostes, los mandatarios de la
ciudad de Toledo fueron pasados a cuchillo por mostrar discrepancia con el
poder, con el poder de Córdoba.

Al-Hakam I también fue conocido, y será conocido eternamente por el


motín del arrabal. La población muladí que habitaba Secunda, un arrabal
próximo a Córdova se rebeló ante los impuestos abusivos. Muchos cristianos
vivían en ese arrabal, los mercadillos, las calles, los… provocaban agitación,
difundían rumores, y la sedición siempre estaba a la vuelta de la esquina. Al-
Hakam II, que había tenido que contratar un ejército de mercenarios eslavos y
bereberes, se lanzó con rotunda rabia en 818 D.C. al asalto del arrabal. Más
de tres mil muladíes y cristianos fueron pasados a cuchillo ó crucificados.
Trescientos crucificados, recordando los tiempos de Roma. Tres mil muertos, y
el resto de los habitantes de Secunda, fueron condenados al exilio. Éstos se
refugiarían en ciudades como Fez, como Toledo ó como la propia Alejandría.
Fue un hecho terrible, Al-Hakam I ordenó que el arrabal de Secunda fuera
arrasada hasta los cimientos y que jamás se volviera a construir edificio alguno
en aquel terreno que desde entonces se dedicó a los cultivos. Hoy en día ese
terreno se conoce como “Campo de la Verdad”, y en Córdova este episodio se
rememora, donde fue de triste y fausto recuerdo. Pero Al-Hakam I, con su
política agresiva, con su política de rodillo, consiguió pacificar el territorio
dominado por él. Al-Andalus quedó sometido, los disidentes fueron ejecutados,
Mérida, Toledo, Zaragoza, Córdova, las ciudades de Al-Hakam I desde luego,
callaron, callaron por el momento. Y en 822 fallecía Al-Hakam I, dejando un
tristísimo recuerdo, muy pocos lloraron su muerte, y le sucedió su hijo, su
favorito, Abderramán II.

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Tenía treinta y cuatro años, había nacido por tanto en 788. Y este sí,
este gobernante andalusí sí que supo entender el ánimo de sus súbditos.
Procuraría treinta años de luminosidad, treinta años de cultura, treinta años de
paz para sus territorios. Estableció leyes de convivencia, entre etnias,
religiones. Fue querido, muy querido por sus súbditos, por sus gobernados.
Incrementó el número de funcionarios, y mejoró la jerarquización de las clases
dominantes. Además, acuñó moneda de forma regular, lo que permitió un
bienestar para los habitantes de Al-Andalus y sobre todo, una mejor
proyección del comercio. Pero lo más importante vino de su mano: el
mecenazgo que dio a las bellas artes y a la cultura, consiguió de Córdova,
pues una ciudad, una ciudad inmensa, una ciudad bella. Decían los que la
visitaban que sin duda alguna era la ciudad más importante del mundo. La
población se incrementó; los filósofos, los intelectuales, los escritores, los
médicos. Se practicaba la mejor medicina del momento. La luz de Córdova se
proyectaba sobre todo el occidente europeo. Una ciudad hermosísima, de las
mil y una noches. Había foros donde se debatía, y sobre todo, gracias a ese
mecenazgo cultural de Abderramán II, se empezaron a traducir los mejores
escritos, los mejores textos, la mejor literatura que se había hecho hasta el
momento fue traducida al árabe, y empezó a engrosar las abundantes
bibliotecas de Córdova. El propio Abderramán II escribiría por su mano unos
anales de Hispania, una historia de Al-Andalus.

Un gran erudito, un hombre culto, refinado, además, dicen que


bellísimo, que era rubio con ojos azules, propio de los Omeya, éstos eran…
siempre parecían más germanos que semitas, y desde luego que los
abderramanes dejaron muy buen sabor de boca en Al-Andalus.

Treinta años estaría al frente del gobierno andalusí. Pero ocurrieron


hechos curiosos, hechos que merecen ser contados. En el terreno bélico, en el
terreno guerrero, Abderramán II ordenó campañas contra los francos de la
marca hispánica. También luchó contra el poder Astur-Leonés, cada vez más
fuerte. En ese tiempo estaba el inmenso rey Ramiro I. Y luchó también contra
los Abásidas de Bagdad, por tanto, había muchos frentes abiertos para las
tropas de Abderramán II. Pero jamás se vio en otra circunstancia como en
aquel momento de 844 D.C.

Y es que los vikingos, las hordas de Escandinavia llegaron a la


península ibérica. Durante más de cincuenta años habían cometido sus

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invasiones, sus estragos, sobre los territorios de Britania, de la Bretaña
Francesa, sobre esas latitudes, pero nunca más allá. Pero en ese año, en ese
año superaron toda expectativa, y con una flota tremenda de Drakkars – sus
navíos característicos – llegaron a la península ibérica.

El primer punto de atraque para la flota de Drakkars fue La Coruña. Y


ahí, fueron repelidos, no pudieron cometer sus habituales tropelías por que las
tropas astures y leonesas del rey Ramiro I les supieron dar una buena medida
y les expulsaron. El siguiente punto elegido por los vikingos fue Lisboa. Ahí
tuvieron mejor suerte, y
consiguieron rapiñar, lo
que les animó a seguir en
la empresa. Los barcos
siguieron costeando y
finalmente se toparon con
la desembocadura del
Guadalquivir. Ya sabéis
que los Drakkars eran
barcos, eran buques muy,
muy, muy marineros, y de
escaso calado, lo que les permitía remontar ríos. Y una flota de no menos de
ochenta Drakkars, remontó el Guadalquivir. Ondeó en una isla próxima a la
capital hispalense, a Sevilla. Los ochenta Drakkars tenían una tripulación
estimada en más de tres mil hombres, más de tres mil efectivos. Ya sabéis que
el Drakkar más utilizado en este tiempo era el de veintiséis pares de remos,
por tanto, había unos sesenta hombres en cada buque. Habían tenido bajas en
La Coruña, en Lisboa, por tanto, se estiman que entre tres mil, cuatro mil
efectivos llegaron a Sevilla. Fueron noches terribles, desasogantes, la
población sevillana fue diezmada, masacrada. Los vikingos no reparaban en
hachas, no reparaban en espadas, no reparaban en golpes certeros con tal de
conseguir el botín ansiado. Y Sevilla sufrió una auténtica convulsión. Aunque
los sevillanos intentaron defenderse, pero aquellos vikingos estaban
demasiado fanatizados. Abdecían demasiado de la guerra, y desde luego,
comenzaron su época de terror en territorio andaluz. Las noticias de la
masacre en Sevilla llegaron a Córdova. Abderramán II ordenó que se
reunieran las tropas. Pasó revista a su guardia especial. Los andalusíes eran
estupendos, magníficos jinetes. Era una caballería muy eficaz, una caballería

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ligera, muy, muy, muy eficaz. ¿Pero esto sería suficiente para parar, para
frenar el empuje de la horda vikinga?

Nos encontramos en Tablada, un lugar cercano a Sevilla. Ahí tenemos cientos


de normandos, cientos de “mayus”, pues así eran denominados por los árabes
– “mayus” significaba más ó menos “paganos”, les llamaban “los paganos” –
pues tenemos cientos de “mayus” posicionados ante las tropas de Abderramán
II. Éstas eran un poco más numerosas, pero no tenían la agresividad en los
ojos que mostraban los vikingos – ya sabéis que las formaciones vikingas eran
abigarradas – golpeaban sus escudos con las espadas, con sus mazas, con
sus hachas de combate, y se acercaban lenta, pausadamente al enemigo. Los
guerreros Berserker también esperaban el momento de atacar. Los Berserker
eran los más fanáticos de los vikingos. Hoy en día, algunos especialistas
identifican a estos guerreros, a estos guerreros “lobo” como eran llamados en
algunos lares, los identifican con una especie de enfermedad muy próxima a la
epilepsia. Lo cierto es que los Berserker, cada vez que intuían el combate,
comenzaban a sufrir tremendas convulsiones, la espuma salía por sus bocas,
y como desaforados, se lanzaban al enemigo, parecían poseídos por
demonios. Pues llegó, llegó el momento del enfrentamiento. Recordemos:
Tablada, en un campo llano, la formación de vikingos – más de tres mil
hombres – con sus armas de combate, y su fiereza en la mirada, dirigiéndose
lentamente hacia el enemigo árabe. Los hombres de Abderramán II
contemplan intrigados la formación vikinga. Nunca habían visto “mayus”.
¿Cómo les atacarían? Los vikingos seguían avanzando. El temor comienza a
propagarse por las filas de los musulmanes. Sus armas parecen más débiles
que las de los “mayus”. ¿Cuál será la estrategia a seguir? Y lo principal: ¿cuál
será la táctica en el momento más decisivo de la batalla? Abderramán no
espera más, y ordena un ataque generalizado.

La caballería andalusí comienza a galopar hacia los vikingos. Esa


caballería ligera de la que hacían gala, esos estupendos, magníficos jinetes,
rodea a los vikingos, los envuelve, mientras que la infantería se adentra ya y
comienza el combate. Son minutos terribles, las bajas se multiplican, en uno y
otro bando. Los arqueros musulmanes consiguen diezmar las primeras filas de
los normandos. Los vikingos no retroceden, están acostumbrados a luchar
hasta el último esfuerzo, hasta el último grito, hasta el último hombre, los
Berserker han actuado, y han causado muchísima mortandad entre los

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andalusíes. Pero aún así, Abderramán II ordena una segunda acometida sobre
los vikingos. La superioridad numérica de los andalusíes comienza a hacerse
notar en el campo de Tablada. Al fin, Abderramán ordena, en el momento más
determinante de la batalla, que ataque su guardia personal. Es momento para
los mercenarios, y éstos saben perfectamente cómo hay que guerrear a los
normandos. Escenas horribles, miembros mutilados, hombres que caen al
suelo, cubiertos por las flechas, ó por las lanzas de acometida. Tras más de
dos horas de combates extenuantes, la práctica totalidad de la horda vikinga
yace en el suelo, muerta ó moribunda. Abderramán II ha suprimido un terrible
peligro de su territorio. Los escasos supervivientes escandinavos corren,
huyen hacia sus Drakkars, y a duras penas, consiguen escapar de aquel
infierno provocado por Abderramán II. Es una terrible derrota para los vikingos,
y tardarán mucho, mucho tiempo, en intentarlo de nuevo. Casi todos ellos han
fallecido, y regresan con ese mensaje a sus tierras del norte: “Hay que tener
cuidado con estos andalusíes. No eran tan débiles como les pintaban”. Un
gran éxito para Abderramán II, que por cierto, fue hombre muy precavido, y
para evitar futuras incursiones vikingas, ordenó levantar atalayas por toda la
costa andaluza. Serían elementos, estructuras fundamentales para la
resistencia de Al-Andalus ante futuras invasiones.

Abderramán II, el culto, el erudito, pero también el guerrero, el militar,


el implacable con sus enemigos. Falleció con sesenta y cuatro años de edad.
Corría el año de 852. Estaba a punto de cumplirse el primer siglo de
independencia ante Bagdad. Y Abderramán II había dado treinta años de
felicidad a sus súbditos.

Hay también algunos asuntos, algunos puntos negros en esta historia


de Al-Andalus, en estos treinta años, es que ya en tiempos de Al-Hakam I
había comenzado a asentarse una escuela de religión, una escuela filosófica
llamada Maliki. Se llamaba así por que estaba inspirada en Mâlik Ibn Anas.
Mâlik Ibn Anas fue discípulo directo de Mahoma. Y los malikíes propugnaban,
pues el cumplimiento, el cumplimiento ortodoxo de las unas, de los preceptos
coránicos. Y esta situación incomodó muchísimo a la población muladí, a los
nuevos musulmanes, a los hispanos convertidos al Islam, a los mozárabes,
empezaron a ser hostigados. Los fundamentalistas islámicos comenzaron a
hostigar a estas gentes y la convivencia estuvo a punto de… de romperse. De
hecho, todavía se recordaba con amargura algunos incidentes como los

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mencionados del arrabal, ó aquella jornada del foso en Toledo, y se pensaba
que en algún momento esta cuestión filo-árabe terminaría por pasar factura a
los cristianos convertidos ó a los cristianos residentes en Al-Andalus. Los
Malikíes, la verdad es que superaron con creces cualquier expectativa, y
llevaron el fundamentalismo a terreno extremo. Y muchos cristianos, optaron
decididamente, de una forma abierta, por el martirio, y se lanzaron a las calles
de Córdova, de Sevilla, de Málaga, pues insultando, blasfemando contra
Mahoma, blasfemando contra el profeta de Alá, esto de facto suponía la pena
de muerte, por que en el Corán hay pena de muerte, está establecida la pena
de muerte para todo aquel que blasfeme contra Mahoma. Y muchos cristianos
que lo sabían, se lanzaron a las calles de estas ciudades, esperando el
martirio, esperando ser santos, mártires. La situación fue confusa, Abderramán
II no pretendía bajo ningún concepto llevar esto a los extremos de tener
cientos de mártires, que además se convertirían en leyendas, para los suyos,
para sus correligionarios, y que esto, pues creara núcleos de resistencia,
núcleos de sedición, por tanto, hubo que buscar una solución, y está llegó –
llegamos aquí, gracias a Dios – en un cónclave cristiano celebrado en Sevilla,
bajo el amparo de Abderramán II. Los hombres notables de la iglesia cristiana
se reunieron y determinaron que esto de ser mártires por gusto no entraba
dentro de los preceptos de la fe católica. Que mártir se era forzosamente si no
quedaba más remedio, pero que mártir por propia voluntad no estaba
contemplado. Se prohibía por tanto, que las gentes cristianas salieran a las
calles a blasfemar contra Mahoma. Fue un momento de entendimiento entre
las dos culturas. Abderramán II propició este cónclave y los dirigentes
cristianos, yo creo que fueron bastante razonables, por tanto, se pudo de
nuevo volver a una cierta estabilidad social, y eso permitió culminar con éxito
el gobierno del emir, del gran emir Abderramán II. Falleció como os digo, en
852. Todos le lloraron – así lo dicen las crónicas – todos le lloraron como a un
padre perdido. Habían perdido a su gran padre. Abderramán II había sido
bueno para todos. Pero no dejó dicho quién debía sucederle de sus hijos, y en
consecuencia, los dirigentes, los grandes aristócratas andalusíes se reunieron
durante largas jornadas y profundos debates para finalmente determinar que
sería Mohammad I, el hijo primogénito de Abderramán quien debería asumir el
mando de Al-Andalus. Mohammad I tenía tan sólo diecinueve años, y el
muchacho estaba muy convencido sobre su fe islámica. Muy inserto en esa
escuela malikí y desde luego, su tiempo de gobierno no pudo – aunque lo

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intentó – pero no pudo estar a la altura de su padre, del legado que le había
dejado su padre. Pero esa es otra historia.

Queda reflejado en este pasaje nuestro reconocimiento y nuestro


respeto para un gran hombre de estado, Abderramán II, y sobre todo, gracias
a su mecenazgo, a su intuición, a su gusto por las bellas artes, Córdova
empezó a brillar como jamás se había visto, la ciudad más importante de todo
el occidente europeo, la más luminosa, sus… sus calles se practicaba la mejor
medicina. Se hablaba la mejor filosofía, y desde luego, desde luego, los
eruditos sembraron esas calles por doquier, con bibliotecas increíbles, que
perduraron siglos. Hoy en nuestros pasajes de la historia, el gran Abderramán
II.

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