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Abderraman II.
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enemigo cristiano. Era momento para las racias, era momento para que
diversas columnas punitivas entraran en el norte y asaltaran las ciudades.
Época de tensión. Y llegamos al momento que nos ocupa. Tras el eficaz
gobierno de Hisham I, le tocó el turno a su sucesor Al-Hakam I. Fue en 796.
Pronto las medidas adoptadas por este gobernante andalusí se declararon…
pues… demasiado duras, demasiado estrictas, las imposiciones, el pago de
impuestos, se ejercía una presión brutal sobre los nuevos musulmanes
(muladíes) y por supuesto, sobre la población mozárabe, los cristianos que
habían quedado en el sector musulmán, en el sector árabe. La verdad es que
Al-Hakam I fue un gobernante, un mandatario odiado, temido. Recordamos en
797 la triste jornada del foso, en la que los prebostes, los mandatarios de la
ciudad de Toledo fueron pasados a cuchillo por mostrar discrepancia con el
poder, con el poder de Córdoba.
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Tenía treinta y cuatro años, había nacido por tanto en 788. Y este sí,
este gobernante andalusí sí que supo entender el ánimo de sus súbditos.
Procuraría treinta años de luminosidad, treinta años de cultura, treinta años de
paz para sus territorios. Estableció leyes de convivencia, entre etnias,
religiones. Fue querido, muy querido por sus súbditos, por sus gobernados.
Incrementó el número de funcionarios, y mejoró la jerarquización de las clases
dominantes. Además, acuñó moneda de forma regular, lo que permitió un
bienestar para los habitantes de Al-Andalus y sobre todo, una mejor
proyección del comercio. Pero lo más importante vino de su mano: el
mecenazgo que dio a las bellas artes y a la cultura, consiguió de Córdova,
pues una ciudad, una ciudad inmensa, una ciudad bella. Decían los que la
visitaban que sin duda alguna era la ciudad más importante del mundo. La
población se incrementó; los filósofos, los intelectuales, los escritores, los
médicos. Se practicaba la mejor medicina del momento. La luz de Córdova se
proyectaba sobre todo el occidente europeo. Una ciudad hermosísima, de las
mil y una noches. Había foros donde se debatía, y sobre todo, gracias a ese
mecenazgo cultural de Abderramán II, se empezaron a traducir los mejores
escritos, los mejores textos, la mejor literatura que se había hecho hasta el
momento fue traducida al árabe, y empezó a engrosar las abundantes
bibliotecas de Córdova. El propio Abderramán II escribiría por su mano unos
anales de Hispania, una historia de Al-Andalus.
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invasiones, sus estragos, sobre los territorios de Britania, de la Bretaña
Francesa, sobre esas latitudes, pero nunca más allá. Pero en ese año, en ese
año superaron toda expectativa, y con una flota tremenda de Drakkars – sus
navíos característicos – llegaron a la península ibérica.
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ligera, muy, muy, muy eficaz. ¿Pero esto sería suficiente para parar, para
frenar el empuje de la horda vikinga?
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andalusíes. Pero aún así, Abderramán II ordena una segunda acometida sobre
los vikingos. La superioridad numérica de los andalusíes comienza a hacerse
notar en el campo de Tablada. Al fin, Abderramán ordena, en el momento más
determinante de la batalla, que ataque su guardia personal. Es momento para
los mercenarios, y éstos saben perfectamente cómo hay que guerrear a los
normandos. Escenas horribles, miembros mutilados, hombres que caen al
suelo, cubiertos por las flechas, ó por las lanzas de acometida. Tras más de
dos horas de combates extenuantes, la práctica totalidad de la horda vikinga
yace en el suelo, muerta ó moribunda. Abderramán II ha suprimido un terrible
peligro de su territorio. Los escasos supervivientes escandinavos corren,
huyen hacia sus Drakkars, y a duras penas, consiguen escapar de aquel
infierno provocado por Abderramán II. Es una terrible derrota para los vikingos,
y tardarán mucho, mucho tiempo, en intentarlo de nuevo. Casi todos ellos han
fallecido, y regresan con ese mensaje a sus tierras del norte: “Hay que tener
cuidado con estos andalusíes. No eran tan débiles como les pintaban”. Un
gran éxito para Abderramán II, que por cierto, fue hombre muy precavido, y
para evitar futuras incursiones vikingas, ordenó levantar atalayas por toda la
costa andaluza. Serían elementos, estructuras fundamentales para la
resistencia de Al-Andalus ante futuras invasiones.
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mencionados del arrabal, ó aquella jornada del foso en Toledo, y se pensaba
que en algún momento esta cuestión filo-árabe terminaría por pasar factura a
los cristianos convertidos ó a los cristianos residentes en Al-Andalus. Los
Malikíes, la verdad es que superaron con creces cualquier expectativa, y
llevaron el fundamentalismo a terreno extremo. Y muchos cristianos, optaron
decididamente, de una forma abierta, por el martirio, y se lanzaron a las calles
de Córdova, de Sevilla, de Málaga, pues insultando, blasfemando contra
Mahoma, blasfemando contra el profeta de Alá, esto de facto suponía la pena
de muerte, por que en el Corán hay pena de muerte, está establecida la pena
de muerte para todo aquel que blasfeme contra Mahoma. Y muchos cristianos
que lo sabían, se lanzaron a las calles de estas ciudades, esperando el
martirio, esperando ser santos, mártires. La situación fue confusa, Abderramán
II no pretendía bajo ningún concepto llevar esto a los extremos de tener
cientos de mártires, que además se convertirían en leyendas, para los suyos,
para sus correligionarios, y que esto, pues creara núcleos de resistencia,
núcleos de sedición, por tanto, hubo que buscar una solución, y está llegó –
llegamos aquí, gracias a Dios – en un cónclave cristiano celebrado en Sevilla,
bajo el amparo de Abderramán II. Los hombres notables de la iglesia cristiana
se reunieron y determinaron que esto de ser mártires por gusto no entraba
dentro de los preceptos de la fe católica. Que mártir se era forzosamente si no
quedaba más remedio, pero que mártir por propia voluntad no estaba
contemplado. Se prohibía por tanto, que las gentes cristianas salieran a las
calles a blasfemar contra Mahoma. Fue un momento de entendimiento entre
las dos culturas. Abderramán II propició este cónclave y los dirigentes
cristianos, yo creo que fueron bastante razonables, por tanto, se pudo de
nuevo volver a una cierta estabilidad social, y eso permitió culminar con éxito
el gobierno del emir, del gran emir Abderramán II. Falleció como os digo, en
852. Todos le lloraron – así lo dicen las crónicas – todos le lloraron como a un
padre perdido. Habían perdido a su gran padre. Abderramán II había sido
bueno para todos. Pero no dejó dicho quién debía sucederle de sus hijos, y en
consecuencia, los dirigentes, los grandes aristócratas andalusíes se reunieron
durante largas jornadas y profundos debates para finalmente determinar que
sería Mohammad I, el hijo primogénito de Abderramán quien debería asumir el
mando de Al-Andalus. Mohammad I tenía tan sólo diecinueve años, y el
muchacho estaba muy convencido sobre su fe islámica. Muy inserto en esa
escuela malikí y desde luego, su tiempo de gobierno no pudo – aunque lo
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intentó – pero no pudo estar a la altura de su padre, del legado que le había
dejado su padre. Pero esa es otra historia.