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LYDIA CABRERA EL MONTE IGBO + FINDA EWE ORISHA «+ VITITI NFINDA (Notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y el pueblo de Cuba) Coleccién del Chichereké Ediciones Universal LYDIA CABRERA COLECCION DEL CHICHEREKU EL MONTE Igbo e Finda Ewe Orisha e Vititi Nfinda (Notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folklore de los negros criollos y el pueblo de Cuba) EDICIONES UNIVERSAL, Miami, Florida, 2000 UNIVERSAL --EDICIONES Copyright © 1983 by Lydia Cabrera Copyright by Estate of Lydia Cabrera All rights reserved. No part of this book may be reproduced in any form whatsoever without permission in writing from the Estate of Lydia Cabrera Primera edicién, La Habana, 1954 Octava reedicién, Ediciones Universal, 2000 EDICIONES UNIVERSAL P.O. Box 450353 (Shenandoah Station) Miami, FL 33245-0353. USA Tel: (305) 642-3234 Fax: (305) 642-7978 e-mail: ediciones@kampung.net http://Avww.ediciones.com Library of Congress Catalog Card No.: 75-26416 1S.B.N.: 0-89729-09-7 Todos los derechos son reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ninguna forma o por ningtin medio electrénico o mecanico, incluyendo fotocopiadoras, grabadoras 0 sistemas computarizados, sin el permiso por escrito del Estate of Lydia Cabrera, excepto én el caso de breves citas incorporadas en articulos criticos o en revistas, Para obtener informaci6n dirfjase a Ediciones Universal. ef Fernando Ortia con afecto fraternal Las notas que componen este primer volumen + las de otros que le continuardn, son el producto de algunos anos de paciente aplicacién. Las publico, no es necesario subrayarlo, sin asomo de pretension cientifica. El método seguido, jsi de método, aun vagamente, pudiera hablarse en el caso de este libro! lo han impuesto con sus explicaciones y disgresiones, in- separables unas de otras, mis informantes, incapaces de ajustarse a ningiin plan, y a quienes insensiblemente y por un afin de exactitud de mi parte, quizd excesivo, y que a ratos hard tediosa la lectura y confusa la comprension de algunos parrafos, he seguido siempre estrechamente, cui- dando de no alterar sus juicios ni sus palabras, aclaréndolas sélo en aquellos puntos en que serian del todo ininteligibles al profano. No omito repeticiones ni contradicciones, pues en los detalles, continuamente se advierte disparidud de cri- terio entre las “autoridades” habaneras y las matanceras, estas tiltimas mds conservadoras; entre los viejos y los j6- venes y los innumerables cabildos o casas de Santo. He querido que sin cambiar sus graciosos y peculiares modos de expresién, estos viejos que he conocido, hijos de africanos muchos de ellos, los mds enterados y respetuosos continuadores de su tradicién y cuya confianza pude con- quistar, sean ofdos sin intermediario, exactamente como me hablaron, por los que estudian la buella profunda y viva que dejaron en esta isla los conceptos magicos y re- ligiosos, las creencias y bracticas de los negros importados de Africa durante varios siglos de trata ininterrumpida.- Ganarse la confianza de estos viejos, fuentes vivas in- apreciables a punto de agotarse sin que nadie entre nos- otros se dé prisa en aprovecharlas para el estudio de nuestro folklore, no es siempre tarea facil. Ponen a prueba la pa- ciencia del investigador, le toman un tiempo considerable. Se tarda en comprender sus eufemismos, sus supersticiones de lenguaje, pues hay cosas que no deben decirse jamds por lo claro, y es preciso aprender a entenderlos, esto es, abren- dev a pensar come ellos. Hay que someterse a sus cabrichos » resabios, a sus estados de dnimo, adaptarse a sus horas, deshoras 9 demoras desesperantes; hacer méritos, emplear la astucia en ciertas ocasiones y esperar sin brisa. No co- nocen la prisa que mina la vida moderna y enferma el espi- ritu de los blancos, la presura que es opresién, aprieto, congoja. “De la prisa no se saca mds que el cansancio.” Y el investigador debe asimilarse su cachaza o su gran virtud filoséfica, la “conformidéd”—"que para todo en la vida hay que tener conformidd”—y si queremos saber, por ejemplo, por qué la diosa Nand “no quiere” cuchillo de metal sino de bambi, conformarnos can que nos cuenten en cambio, cémo el gusano hizo lover y la arata se quemé el pelo que tenia en el pecho. Dos o tres meses, acaso un ano después, si repetimos la misma pregunta a quema ropa, se nos diré “que por lo que le pasé con el Hierro”, y ya en posesion de algunos fragmentos de la historia, mds tarde se nos contard el resto, pues nunca estos negros viejos, que exasperan a su vez nuestros resabios de blancos, nuestros habitos mentales, nuestro afan de precisién y sobre todo nuestra impaciencia,—el venado ¥ la jicotea no pueden caminar juntos”,—dejan a la larga de recompensarnos. Ha sido mi propésito ofrecer a los especialistas, con toda modestia y la mayor fidelidad, un material que no ha pa- sado por el filtro peligroso de la interpretacién, y de en- frentarlos con los documentos vivos que he tenido la suerte de encontrar. He cuidado siempre de deslindar en el mapa mistico de las influencias continentales heredadas, las dos dreas mds importantes y persistentes: la lucumi y la conga (yoruba y bantu) confundidas largo tiempo por los profanos y que se suelen catalogar bajo un titulo erréneo e impreciso: Natiguismo. Llamaremos lucumis o congos, ya por sus précticas 0 por su ascendencia, a los que pertenecen a uno de estos dos grupos, como atin actualmente suelen llamarse a si mismos al referirse sobre todo a su filiacion religiosa. Emplearemos los mismos términos que nuestros consul- tados para designar ciertos fendmenos y practicas. Son éstos los usuales en el pueblo, que sin distincién de razas, y no pocas veces de categoria, es asiduo cliente del baba- locha u obiborissa (lucumi) y del Padre Ngange o Taita Inkist (congo). Sin duda, como lo ha sefialado un africanista norteame- ricano, “Cuba es la mds blanca de las isles del Caribe’; pero el peso de la influencia africana en la misma poblacién que se tiene por blanca, es incalculable, aunque a simple vista no pueda apreciarse. No se comprenderd a nuestro pueblo sin conocer al negro. Esta influencia es hoy mds evidente que en los dias de la colonia. No nos adentra- remos mucho en la vida cubana, sin dejar de encontrarnos con esta presencia africana que no se manifiesta exclusi- vamente en la coloracién de la piel. Ignorando las lenguas yoruba y bantu que tantos se precian de hablar y efectivamente se hablan en este pais: el avard y el carabali—ewe, bibio, efi—y deliberadamente sin diccionarios ni obras de consulta al alcance de la mano, he anotado las voces que corrientemente emplean en sus relatos y charlas, segiin la pronunciacién y las variantes de cada informante. No me ha sido posible determinar, porque sllos mismos lo ignoran generalmente, las palabras que corresponden, tanto en el grupo lucumi como en el congo, a los distintos dialectos que aqui se hablaron y aun se hablan en los templos y entre lo que Uamaremos, si se nos permite, la casta sacerdotal y sus secuaces, en Pinar del Rio, la Habana, Matanzas, Sania Clara. Por ejemplo: algunos “‘Iucumis? Haman al drbol iki, otros iggi; a las divinidades, orisha, orissé; ala yerba, ewe, éggiie, égbe, ighé, korikd; al arco iris, osimaremi, ochu- maré, malé, ibari; a la naranja, orémibd, orémbo, olémbo, oyimbo, osdn, esd, etc. Andlogas diferencias que revelan 10 los distintos dialectos banti. bablados en Cuba, ballamos entre los “congos”: viejo, éngu, dngulu, moana kuku; aguardiante, malafo, guandénde; brujo, nganga, fumo, musambo, imbanda, muloyi, sudika mambi, mambi mambi; fiesta, bingala, kuma, kid kisamba, histimba, etc. Me he limitado rigurosamente a consignar con abso- luta objetividad y sin prejuicio lo que he oido y Jo que he visto. El tinico valor de este libro, aceptadas de antemano todas las criticas que puedan hacérsele, consiste exclusivamente en la parte tan directa que han tomado en él los mismos negros. Son ellos los verdaderos autores. Hago constar que por brincipio, no escribo ni empleo el nombre de negro en el sentido beyorafivo que pretende darle una corviente demagdgica e interesada, empenada en borrarlo del lenguaje y de la estadistica, como una humi- Hacién para los hombres de color. Expreso una gratitud muy sincera a las sombras de José de Calazén Herrera Bangoché, alias el Moro, hijo de Oba Koso; de Calixta Morales, Oddeddei, hija de Ochosi; de J. 8. Bard, “Campo Santo Buena Noche”; de Gabino San- doval, hijo de Allégguna; de Nino de Cardenas, hijo de Oggiin, mis primeros francos colaboradores. ¥ a los que vinieron después, y como ellos me abrieron lealmente las puertas de su mundo, tan lejano del mio. AF rancisquilla Ibétiez, prototipo de la vitalidad y del buen humor afri- cano y a sus hijas iyalochas Petrona y Dolores Ibanez. A Marcos Dominguez, filani oluborisa, colaborador inteli- gente y comprensivo. A la conga Mariate, esclava de sus toses y de su conciencia escrupulosa. A Anén, otra cente- naria que solo se atrevia a salir de noche para recoger la limosna de alguna familia caritativa, porque de dia los ninos le gritaban bruja y la apedreaban. Durante mes y medio acudid puntualmente a conversar conmigo en la ti- bica ventana de una casa de la calle de la Gloria en Tri- nidad. A Enriqueta Herrera, conservadora e intransigente; aquel ds j i de llos ‘mds jévenes que temerosos de ser tildados wader por los “santeros del sindicato”, han preferido que silencie sus nombres, y que venciendo sus ce o una desconfianza explicable, no me negaron su cola- boracién. Doy las gracias también a los que pretendieron enga- ave. y Dhareaahne Lo hicieron con mucho donaire y sus mixtificaciones no eran menos snteresantes mi invero- similes, es ie cho a la Sra. Maria Teresa de Rojas que tant Rss oe en la preparacién de este libro. Al i J. de Bieskei Dobrony, que me ha pbroporcionado la fo- tografia, mwy dificil de obtener, de dos iyawos (seis iniciados) saludando al tambor, y de una cabeza mostr oe las pinturas que se le hacen al nedfito en la ceremonia de Asiento o consagracién de un “hijo de Santo”. A Legis rita Josefina Tarafa y Govin que ha tenido la ee de acompanarme tantas veces en estas excursiones fol. seas para tomar el mayor nimero de las que aparecen al final del texto, con excepcion de la de Calixta Morales, One ddei, retratado por la inolvidable escritora 9 distingui la venezolana Teresa de la Parra, que la vid con frecuencia y se complacta en platicar con ella durante su estancia en la Habana. Teresa guardaba el recuerdo de algunas frases lapidarias de la vieja iydlocha y de su cortesia de gran es- tilo, Y nunca olvidé a ne eee a iosero fabuloso, especie de Didgenes negro, pee de cat naranjas de china. Personajes novelables que la escritora emparentaba con el Vicente Cochocho en carne y hueso de las fragantes Memorias de Mama Blanca y con otros tipos parecidos, igualmente interesantes yy sim- péticos, conocidos en su infancia, en la hacienda ieee en una Coracas todavia de aleros y ventenas arrodilladas, que hubiesen revivido en el libro que sonaba escribir sobre Ia colonia. > En esta serie de fotografias debo considerar como una muestra del favor de una nganga muy temible y de la obediencia del brujo a sus mandatos, la que al fin pudo

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