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Introducción aclaratoria:

SODOMITES FRATRIBUS

La siguiente carta encíclica es falsa, y corresponde al también ficticio pontificado de


S.S. Elredo, de características desastrosas para ser obispo de Roma, sucesor del
apóstol San Pedro, vicario de Cristo, cabeza del Colegio Episcopal y pastor de la Iglesia
católica.

El texto de Sodomites Fratribus, contradice a las sagradas escrituras, a la teología


moral católica, a la tradición de los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y
de todos los Pontífices. Pero teniendo en cuenta la conmoción generada por Fiducia
Supplicans del 18 de diciembre de 2023 y la nota aclaratoria del 04 de enero de 2024,
ambos textos aprobados por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, se me ocurrió
imaginar el texto de su primera carta encíclica dirigida a los Obispos y a los fieles, de
este pontífice calamitoso.

Al tiempo de escribir esta fantasía susceptible de ser considerada blasfema, la realidad


litúrgica, dogmática y caritativa en las más de quinientas diócesis metropolitanas que
están dispersas en el mundo es diferente, según sean los criterios pastorales del padre
obispo del lugar y de los sacerdotes que lo secundan. Cualquier tendencia es posible,
los hay apocalípticos, tradicionalistas, conservadores, progresistas; crédulos e
incrédulos. Multiplicándose así las diferencias en y entre el clero, al punto que en
muchos casos no se ponen de acuerdo sobre cuestiones elementales que ya fueron
resueltas por la tradición. Dudan de la transubstanciación, del valor de los
sacramentos, de la existencia del Infierno, del significado de la Santa Misa, del valor
del matrimonio, y de otras tantas cosas más por las que se multiplican al infinito las
controversias. El resultado es la desorientación del feligrés bautizado promedio; que
con frecuencia opta de por alejarse de la comunidad parroquial, para relacionarse
directamente con Jesucristo, prescindiendo de los sacramentos, ajustando su conducta
a su real saber y entender; estando siempre predispuesto a la caridad.

¡Que hemos hecho de la Iglesia de Jesucristo!, es indudable que los contemporáneos


dejamos mucho que desear: “Y yo te digo «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella» Mt 16, 18.
Luego de la resurrección la Iglesia es una comunidad esperanzada que debe vivir en
oración y caridad el tiempo que medie hasta la segunda venida al final de los tiempos.

Cuando estamos próximos a celebrar los veinte siglos de su existencia, la realidad


eclesial demuestra que mientras por un lado se construye, por otro lado se destruye,
mientras por un lado es maestra, por otro lado es confundidora. Uno sólo es el rebaño,
por tanto, tenemos que hacer un esfuerzo en la unidad para volver a encontrarle
sentido, a vivir en la esperanza dentro de la iglesia militante. Sabemos que sólo
Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, y que nadie va al Padre sino por él. Jn.
14,6. Es evidente que siendo Jesucristo el camino, debemos transitar por Él, esto es
imitar su vida, vivir su vida. No importa el tiempo histórico, o la evolución de la cultura.
No podemos desviarnos entonces del camino, como no podemos alejarnos de la
Verdad, esto es, del amor omnipotente y misericordioso de Dios, que ha sido
derramado para que lo asumamos como la constante voluntad cardinal de darnos, sin
dejar el menor resquicio para el egoísmo. Así determinada la unidad en la caridad del
rebaño se conforma la Iglesia que vive pacíficamente el tiempo de la esperanza, en
oración y acción, asistida por los sacramentos.

Las diferencias entre la jerarquía, la complicación dogmática de los teólogos, los


diálogos infructuosos con la cultura del mundo, han llevado a gran parte del pueblo fiel
y sencillo a la abulia, este estado de hartazgo, frente a la hipocresía de los que
eligieron el orden sagrado. Escribo por “cansancio eclesial”, pues me han aturdido, con
sus argumentos constitutivos de la “sinodalidad”, al decir de S.S. Francisco “el estilo de
la Iglesia para el siglo XXI”. Entonces pretendo adelantarme a los tiempos creando una
ficción que vaya más allá de lo que los Obispos, teólogos y moralistas católicos, están
dispuestos a firmar por escrito: Esto es, ¡que no hay pecado!, así de simple y que la
misericordia de Dios es absoluta y no requiere de arrepentimiento alguno. Al punto que
se obliga a quien hayan pecado contra el Espíritu Santo, que odian a Dios, a que
deberán vivir eternamente en el Reino de los Cielos. ¡Esto es lo que muchos creen
dentro del orden sagrado, pero no se animan a decir! Ofende a Dios y al sentido
común, semejantes argumentos, es hora de poner las cosas en su lugar.

La falsa encíclica es un texto anodino y falaz, escrito con el método de la tergiversación


sistémica, que tiene por objeto encubrir el mal en el bien, que es la mejor manera de
aniquilar la verdad. Pido disculpas por atreverme a tanto, pero lo juzgo necesario.

A modo de supuesta biografía:

S.S. ELREDO

El Cardenal de cuyo nombre no quiero acordarme, proveniente de una remota diócesis


y fue elegido por el cónclave del Colegio Cardenalicio, como Obispo de Roma en el
orden 267. Para diferenciarse de sus antecesores eligió libremente el nombre de uno
de los santos de su devoción: San Elredo de Reival

Nacido el 8 de diciembre de 1965, ordenado sacerdote en 1992, Obispo en 2007.


Doctor en Teología en 1997, elevado a Cardenal en 2013. Sus numerosos escritos
siempre han despertado polémicas por sus argumentos teológicos indescifrables.

Autor: Luis Gabriel Guarnerio


LA SANTA SEDE

CARTA ENCÍCLICA
SODOMITES FRATRIBUS
DEL SANTO PADRE
ELREDO
SOBRE EL AMOR EN LA DIVERSIDAD
Y LA FRATERNIDAD SOCIAL

1. Hermanos sodomitas, y los llamo así, porque en verdad lo somos, como lo


proclamara S.S. Paulo VI “Todo hombre es mi hermano” [1], ocasión en la que
también advertía que “En el cuadrante de la Historia del mundo la manecilla del
tiempo, de nuestro tiempo, marca el comienzo” [2] de un nuevo tiempo donde como
dijo mi predecesor ante los habitantes de la Isla de Lesbos, “Vosotros (…), demostráis
que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de la humanidad
que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una humanidad
que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de
sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al
verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan
enfrentamientos”. [3] En este nuevo tiempo le toca a mí Pontificado, construir puentes
de entendimiento con la diversidad y derribar los muros de la hipocresía, me toca a mí,
abrir las ventanas para ventilar, desde los templos hasta los lupanares, desde los
seminarios hasta los puticlubes, porque nada de lo humano nos es ajeno y nada de lo
humano nos debe ser prohibido. Porque “no hay nada oculto que no deba ser
revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido” Lc 12,2.

2. En la Encíclica Fratelli tutti, se rescata como consejo la invitación “a un amor que va


más allá de las barreras de la geografía y del espacio. Allí declara feliz a quien ame al
otro «tanto a su hermano cuando está lejos de él como cuando está junto a él»” [4]
Sólo se trata de seguir el “magisterio perenne para instruir los entendimientos en la fe”
[5] y siguiendo esta tradición es que el amor va más allá de cualquier barrera, de
naturaleza biológica, cultural o religiosa. El amor es el centro y punto de equilibrio que
garantiza la paz y la convivencia entre las personas.

3. Teniendo en cuenta el grado de evolución de nuestro tiempo, preciso es recordar


que “Dios creó al hombre a su imagen: lo creo a imagen de Dios, los creó varón y
mujer” Gn 1,27 y “Él hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que
habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y
fronteras, para que ellos busquen a Dios aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo.
Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros” (Hch 17,26-27), por
tanto Dios ha creado al género humano cuya naturaleza caída fue reparada por la
encarnación, crucifixión y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, siendo el Espíritu
Santo el que modela a la Iglesia a lo largo de la historia. No se trata por tanto de una
Iglesia rígida encerrada en la oscuridad de su tradición; sino de una Iglesia viva
iluminada por la tradición de la esperanza, en movimiento por la dinámica del amor. El
género humano es por tanto de naturaleza esencial y secundaria, subordinado al
género divino que es el ser esencial primero: “Yo soy el que soy” Ex 3,14. Es el género
divino el que asiste providencial y gratuitamente al género humano: “Nosotros
amamos porque Dios nos amó primero” 1 Jn 4,19. Por tanto, Dios es el creador del
Universo que incluye al género humano en una especial comunicación de amor. Y el
género humano es constructor de la humanidad, cuya evolución cultural y social
expresa la tensión entre el amor divino y el odio, que proviene del maligno. Así como
Dios está presente en toda la Creación, el maligno sólo puede habitar en el corazón del
hombre, como está revelado: “Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo
en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para
que entremos en ellos». Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de
aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara –
unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó” Mc 5,11-13. Por tanto la
humanidad es una construcción humana, que puede ser penetrada por el maligno el
que se encarga de mover el egoísmo individual, que es la causa de todos los pecados y
de las injusticias sociales.

4. El género humano se manifiesta en la humanidad. Pero son dos cosas distintas,


mientras que Dios es Creador del género humano, en la humanidad tiene que
intervenir a través de los hombres, al punto que tuvo que hacerse hombre para
reconciliar al género humano con el divino. Mientras que el Universo está regido por
las leyes de metafísica y la física; la humanidad se ordena por la evolución de la
cultura. Cierto es también que Dios eligió al pueblo de Israel, al que se le reveló,
mientras que el resto de los pueblos recibieron la fe cristiana mediante la
evangelización y el despliegue de la Iglesia movida por el Espíritu Santo. La buena
noticia consistente en que hay vida eterna para todos los que aman al Señor y a sus
hermanos. Pero el accionar amoroso y caritativo también queda atrapado por la
influencia cultural y debiendo adaptarse a los nuevos tiempos. No en su substancia,
sino en sus accidentes. Cuando S.S. Francisco se dirige a la comunidad de Lesbos, les
reconoce que en esas tierras, se dio una de las cunas de la civilización y sigue latiendo
el corazón de la humanidad. Esta afirmación nos expone a la evidencia que mientras
que en el pueblo elegido de Israel tenía lugar la redención del género humano, en el
resto de los pueblos creados por Dios también se desarrollaba la humanidad.

Natural de Lesbos fue la poetisa Safo, -contemporánea del profeta Jeremías-, de sus
poemas se infiere que tras enamorarse de sus discípulas se entregaba a relaciones
homosexuales con ellas, de ahí: lesbianismo. Su obra estuvo compilada en la biblioteca
de Alejandría para la enseñanza, y fue S.S. Gregorio VII, quien ordenó la quema de
todos los manuscritos por considerarlos por entonces inmorales. En otro orden
tenemos la castración de niños con el objeto de preservar la voz con fines litúrgicos,
práctica tolerada por la Iglesia durante siglos hasta que S.S. Pío X [6], en 1903 prohíbe
esta abominable costumbre contra la naturaleza humana. Aludo a estos hechos
circunstanciales, para demostrar que tanto las manifestaciones estéticas e incluso las
litúrgicas quedan sometidas a la cultura que confirma la existencia de conductas,
aprobadas en un tiempo y desaprobadas en otro, de acuerdo a la evolución de la
civilización.

Podemos afirmar que el género humano determinado por el amor a Dios y al prójimo
trascurre en paralelo con la historia de la humanidad, determinada por la cultura. Es
por ello que la persona humana creada varón o mujer, puede amar a Dios y al prójimo
y a su vez manifestar su sexualidad en el entorno social que le es próximo, ajustando
sus relaciones íntimas según la tendencia que su sexualidad le indique. Toda creatura
está influida por el proceso de socialización, esto es por las pautas culturales de su
entorno.

El egoísmo a diferencia del amor, está exclusivamente subordinado a la cultura y


originado en el corazón del hombre, que siente el impulso desordenado del maligno
por apropiarse además de los bienes materiales, también de sentimientos y afectos del
prójimo. Negada la voluntad “dar hasta que duela” [7], la persona humana, la
comunidad e incluso la Iglesia quedan a merced del maligno, el que penetra el corazón
de las personas y en consecuencia actuando desde esa interioridad genera el desorden
“Porque es del interior, del corazón del hombre, de donde provienen las malas
intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia la difamación, el orgullo, el
desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al
hombre”. Mc 7,21-23. Son las “interioridades personales” la causa de todos los males
que agobian al género humano, a lo largo de la historia de la humanidad. El género
humano ha sido redimido en su conjunto de una vez y para siempre, y la
evangelización se da en la cultura. Evangelizar no es otra cosa que comunicar la
existencia de la vida eterna, para aquellos que aman. Esto es, para todo aquel que ha
renunciado al egoísmo, para todo aquel que ha renunciado al maligno.

5. “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” 1Jn 4,8, entonces todo
aquel que ama conoce a Dios porque lo experimenta. El amor existe, porque Dios
existe y en consecuencia el amor es trinitario, es externo a la persona humana y por su
propia esencia es omnipotente y misericordioso, el amor perfecciona todo lo que
ilumina, en su perpetua comunicación. Es tarea de laa persona humana comunicar ese
amor en la vida comunitaria, impresionando de esta forma a la cultura en la búsqueda
perpetua de la fraternidad universal.

Del amor no se puede seguir el pecado, por la simple razón que Dios es amor, por
tanto donde hay amor no hay pecado. Reafirmando la tradición de la Iglesia, aludo a
que “El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el
conocimiento pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también
un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La
ignorancia afecta y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6, Lc 16, 19-31) no
disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.” [8] El conocimiento
está relacionado siempre con la cultura, porque es inherente al proceso de
socialización.

Con la pérdida de los dones preternaturales, esto es inmortalidad, dominio de las


pasiones y ausencia del sufrimiento, la persona humana en la finitud de su tiempo
histórico y por tanto cultural, tiene que aprender a dominar sus pasiones y evitar el
sufrimiento, conocimiento que queda supeditado a la cultura de ese tiempo histórico
preciso. Los procesos culturales están determinados en los acuerdos que se vayan
alcanzando dentro de los grupos por los cuales ciertas conductas son aceptadas y otras
reprobadas. La moralidad de los actos en consecuencia está determinada por la
evolución de la humanidad. Siendo así que conductas reputadas como malas en el
pasado, son consideradas buenas en el presente, siendo posible que vuelvan a ser
malas en un futuro remoto. Está escrito “que las mujeres permanezcan calladas
durante las asambleas: a ellas no les está permitido hablar. Que se sometan a la Ley”
1Cor 14,34, es por demás evidente que el mensaje estaba dirigido a las comunidades
de Corinto de entre los años 55 y 56, donde por razones culturales se prohibía la
participación de las mujeres en las asambleas; esta prohibición resulta hoy insostenible
y por el contrario la participación femenina ha enriquecido la liturgia, a partir que S.S.
Pío X aconsejara la incorporación de la mujer en los coros en el oficio de la Santa Misa.

“Saúl había tenido una concubina llamada Rispá, hija de Aiá” 2Sa 3,7; “En aquel
tiempo, cuando no había rey en Israel, un levita que vivía como forastero en los
confines de la montaña de Efraím, tomó por concubina a una mujer de Belén de Judá”
Ju 19,1. Sin dudas a lo largo de la historia de la humanidad y de acuerdo con la
evolución de la cultura, el concubinato será aceptado, tolerado o rechazado. ¿Pero
cuando habrá pecado?, cuando esa relación social esté determinada por el egoísmo,
excluyendo al amor que todo lo santifica.

6. La destrucción de Sodoma y Gomorra, debe ser entendida también dentro del


contexto cultural de la época, y de un discernimiento profundo, pues se trata de una
cuestión compleja, dado que el justo castigo divino se correspondió por la ausencia en
esa comunidad de al menos diez justos. En clave evangélica podemos encontrar una
pista: “En cuanto a los ángeles que no supieron conservar su preeminencia y
abandonaron su propia morada, el Señor los tiene encadenados eternamente en las
tinieblas para el Juicio del gran Día. También Sodoma y Gomorra y las ciudades
vecinas, que se prostituyeron de modo semejante a ellos, dejándose arrastrar por
relaciones contrarias a la naturaleza, han quedado como ejemplo, sometidas a la pena
de un fuego eterno” Jd 0,6-7. Los habitantes de Sodoma, Gomorra y ciudades vecinas,
esto es comunidades que generaron una cultura perversa a partir de asemejarse a los
“ángeles que no supieron conservar su preeminencia”, se entregaron al maligno, por
tanto el egoísmo absoluto ocupó el corazón de los pobladores, no existiendo ni diez
justos, con capacidad para amar a Dios y a sus hermanos. En esta razón cultural y en
la cerrazón al amor divino es que tenemos que encontrar el principio justificante del
justo y necesario castigo.

Lot de sobrino de Abraham intercederá en favor de los ángeles del Señor, diciendo
«Amigos, les suplico que no cometan esa ruindad. Yo tengo dos hijas que todavía son
vírgenes. Se las traeré y ustedes podrán hacer con ellas lo que mejor les parezca. Pero
no hagan nada a estos hombres, ya que se han hospedado bajo mi techo” Gn 19, 7-8.
Queda expuesta la aceptación cultural a lo que acontecía en esas comunidades, Lot
privilegia fiel a la tradición la ley de la hospitalidad;-la que luego quedará consagrada
en el Levítico “Cuando un extranjero reside contigo en tu tierra, no lo molestarás. El
será para ustedes como uno de sus compatriotas y lo amarás como a ti mismo…” Lev
19, 33-44-, por sobre la virginidad de dos de sus hijas. Lot razona que el mal menor
era entregar a sus hijas, antes que entregar a los ángeles forasteros. Nos enfrentamos
a dos actos moralmente malos, ante lo cual un hombre justo tiene que optar, y lo hace
por lo que considera menos malo a ante los ojos del Señor, porque es un hombre
justo. Afirmamos entonces que la moral está por encima de la cultura, pero es esta
última la que determina la conducta de las personas humanas, incluso la de los justos.

Ha sido también la cultura, a través de la construcción del lenguaje la que terminó


asociando la palabra sodomía, con la perversión y la práctica homosexual. Ante los
ojos de Dios no caben dudas que los sodomitas fueron condenados por su egoísmo,
esto es por el desorden de sus conductas caracterizadas por el desenfreno en la
práctica de relaciones sexuales carentes de amor y sobre saturadas de egoísmo, como
se describe: “los hombres de la ciudad, se agolparon alrededor de la casa. Estaba la
población en pleno, sin excepción alguna desde el más joven hasta el más viejo” Gn
19,4. Fue la cultura sodomita, la población en pleno la que quiso satisfacer sus
instintos con los forasteros. Una suerte de pueblada fornicaria, asimilable al fenómeno
sociológico de la turba. En verdad y en justicia no podemos asimilar este fenómeno
cultural, con la decisión de aquellos hermanos nuestros que teniendo una tendencia
homosexual, canalizan ese sentimiento prodigándose amor, y comunicando amor entre
su grupo próximo. La diferencia específica sin dudas está en el amor, que como se ha
demostrado jamás puede ser pecado y en el egoísmo que en todos los casos es una
manifestación del maligno.

7. Diversidad de género y orden natural. La tradición en relación a la homosexualidad


está piadosamente consagrada en los cánones 2357, 2358 y 2359 del Catecismo de la
Iglesia Católica, siendo oportuna la ocasión para ratificar este contenido y enriquecerlo
desde una perspectiva de apertura hacia la diversidad de géneros que la cultura nos
expone en estos tiempos. La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o
mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia
personas del mismo sexo, revistiendo formas variadas a través de los siglos y las
culturas. La Santa Madre Iglesia nos está diciendo que la homosexualidad es una
relación personal, por lo que se infiere sujeta a la cultura, concepto que está luego
ratificado en el Catecismo. Se trata entonces de minorías que deben vivir la prueba de
ser diferentes. “Por tanto deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se
evitara, respecto a ellos todo signo de discriminación injusta. Estas personas están
llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al
sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que se pueden encontrar a causa de su
condición”. Queda entonces definido que la homosexualidad es una relación, no una
condición propia de la persona. Se es hombre o mujer, en tanto que criatura y esto no
contradice ni ofende la voluntad del Creador. Pero en la vida de relación, por diversas
razones se establece una relación, esto es un vínculo de al menos dos, susceptible de
entregarse al amor o al egoísmo extremo.

La tarea evangelizadora implica necesariamente la integración de estos colectivos


diversos a la vida de la Iglesia como cuerpo místico. Es por demás justo que la Iglesia
no apruebe este tipo de relaciones, por la simple razón que no existe un desarrollo en
el tiempo significativo y suficiente para integrar lo nuevo a la tradición eclesial. No
aprobar en ningún caso, no implica condenar a las relaciones homosexuales. La
exigencia de respeto, compasión y delicadeza, obliga al desarrollo de un trabajo
pastoral lo suficientemente lúcido para que ninguna persona que mantiene una
relación homosexual fundada en el amor recíproco, quede por fuera del rebaño.
Tenemos que expresar con la apertura de la Iglesia, la misericordia de Dios, que “(…)
es nuestro refugio y fortaleza, una ayuda siempre pronta en los peligros” Sal 46.

La cultura contemporánea nos expone a una rica diversidad en donde hombres y


mujeres se auto perciben de manera diferente dentro del género humano; es así que
tenemos además de la homosexualidad femenina y masculina, minorías bisexuales,
transgénero, intersexual, género fluido, pansexuales, omnisexuales, demisexuales, y
asexuales. Realidad cultural que obliga a la Santa Madre Iglesia a dar una respuesta
que contemple la inclusión de todos sus hijos, a los cuales tiene que llevar el eterno
mensaje de conversión. Ya nos advirtió Nuestro Señor Jesucristo “Tengo, además,
otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán
mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy
mi vida para recobrarla” Jn 10, 16-17. ¡La realidad clama por la inclusión de todas las
ovejas en el rebaño del Señor!
8. Matrimonio y castidad. Confirmo una vez más de acuerdo con la tradición que el
sacramento del matrimonio, perfecciona la unión del varón y la mujer, “Por eso el
hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer y los dos llegan a ser una
sola carne” Gn 2,24, “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” Mt 19,6;
«Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de
ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su
mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio”.

Fuera del sacramento del matrimonio, la castidad es la regla para todo el género
humano, con total independencia de la percepción individual y de la evolución de la
civilización. Esto es permanente e inmutable, y hace al perfeccionamiento de la
persona humana en orden a la santidad. La oración constante y cotidiana, la práctica
sacramental frecuente y el ejercicio continuo de la caridad, son hábitos que favorecen
la sencillez de corazón, la vida en gracia y la aproximación a la santidad. La iglesia
militante se nutre de un gran número de matrimonios y personas castas que con su
práctica confirman la santidad del conjunto. Pero cierto es advertir que la Iglesia
militante también la integramos los pecadores, esto es, un sin número de creyentes
que buscamos la santidad, transitando distintos estados de dureza del corazón.
Nuestro Señor Jesucristo, supo encontrar en la cuestión cardinal, la causa de la
disolución matrimonial, que le hizo tolerar a Moisés el divorcio. En consecuencia en la
Iglesia militante coexistimos los santificables con los imperfectos.

Esta realidad eclesial exime de cualquier intento por consagrar a lo imperfecto, en


consecuencia la apertura en la inteligencia pastoral no debe ser entendida con la
sacralidad de lo imperfecto. Nuestro Señor Jesucristo cuando reinstituyo la
indisolubilidad matrimonial, consideró las uniones ilegales, concepto que incluye a
todas aquellas uniones que contradicen la Ley de Dios. La realidad del adulterio, de las
uniones diversas, en consecuencia son aflicciones propias del género humano.

El progreso y la evolución de la historia de la humanidad, confirma la tensión entre el


bien y el mal, entre Dios y el maligno. Entre lo justo y lo injusto. El carisma de la
castidad muchas veces es esquivo para la mayoría de las personas humanas. San
Agustín en sus Confesiones dirá: “Concédeme castidad y continencia, pero no lo hagas
todavía. Temía, es cierto, que me hicieses pronto caso y me sanases pronto de la
enfermedad de la concupiscencia, que prefería satisfacer antes que extinguir” [9]
¿Cuántas personas humanas, podríamos apropiarnos de las palabras del Obispo de
Hipona?, queda claro entonces que la santidad es un proceso de cumplimiento incierto,
y que es función de la Iglesia como Madre, acompañar a sus hijos en esta búsqueda,
comprendiendo las debilidades propias y las acechanzas del maligno.

S.S. Benedicto XVI, en un trabajo de juventud enseñará que: “Ha sido un gran mérito
de Teilhard de Chardin, que todos hemos de reconocer, considerar (…) la imagen
moderna del mundo y haberlas concebido mediante una bien pensada tendencia a lo
biológico: en todo caso ha abierto un nuevo camino” [10], entre las ideas resaltadas se
incluye la afirmación “Así como no se puede prescindir de la luz, del oxígeno, de las
vitaminas, el hombre –todo hombre- no puede prescindir de lo femenino. Es una
evidencia que aparece cada día más irresistible” [11]. Así planteada la cuestión resulta
evidente que el logro de la castidad perfectiva, no se puede alcanzar sin la intervención
de la gracia “es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su
llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17),
partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3)” [12].
La castidad debe ser entendida como un proceso, una búsqueda, un devenir y
mientras tanto resulta oportuno favorecer instituciones imperfectas, dentro de las
cuales lo diverso encuentre el cauce de esta búsqueda perfectiva. Es por eso que
diversas uniones de naturaleza afectiva, deben ser incluidas dentro de la pastoral de la
Iglesia, que se preocupa por construir puentes con lo humano, derribando las torres de
marfil de la hipocresía que ha infectado la tradición a lo largo de los siglos.

Dentro de la provisionalidad de la castidad, puede comprenderse el beneficio amoroso


que contienen estas nuevas formas de unión humana que la civilización digital, nos
presenta dentro de una cultura perfeccionada por la tolerancia y el ecumenismo.

9. La función ordenadora del amor: “Por eso, Dios los entregó también a pasiones
vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la
naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer,
ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos
y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío” Rom 1 26-27.
“¿Ignoran que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se hagan ilusiones: ni los
inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los
ladrones, no los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores
heredarán el Reino de Dios. Algunos de ustedes fueron así, pero ahora han sido
purificados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por
Espíritu de nuestro Dios” 1Co 6,9-11. San Pablo, expone de forma ejemplar el riesgo
de las pasiones vergonzosas y la injusticia que conlleva vivir en el error, lo que
equivale a vivir en el egoísmo cardinal, donde habita el maligno. Pero las pasiones
vergonzosas pueden mutar en pasiones ordenadas por el amor, esto es por la voluntad
constante de darse al otro, cualquiera sea su condición social o cultural. La apertura
amorosa, transforma en justo lo injusto y en virtud al vicio. Esta apertura amorosa al
otro, también nos predispone a la apertura amorosa a Dios, condición necesaria para
que opere la gracia santificante, que perfecciona a la persona humana, ordenando su
concupiscencia en el sentido de la castidad.

Por el contrario, todo aquel que se entregue a la pasión desordenada, al goce de la


lascivia, en cualquier tipo de relación humana, queda definitivamente excluido de la
acción pastoral de la Iglesia, y como dice el Apóstol excluido de la herencia del Reino
de Dios, circunstancia lamentable que no impedirá que por medio de la oración se pida
la conversión de estos hermanos descarriados.

10. La homosexualidad en el clero católico. “Los escribas y fariseos ocupan la cátedra


de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por
sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los
hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo”
Mt 23, 2-4. El propósito de ventilar la Iglesia, implica la necesidad de reconocer la
existencia de la homosexualidad entre los pastores, dolorosa realidad que a lo largo de
los siglos de historia eclesial padecemos. La evolución de la humanidad confirma que la
apreciación moral se corresponde con la cultura prevalente, razón por la cual a lo largo
del tiempo la consideración de las conductas sexuales han tenido diverso grado de
aprobación. Tal vez las comunidades eclesiales, en muchos casos han sido el refugio
en donde las personas con tendencia homosexual, han encontrado un lugar seguro
para conciliar las diferencias de naturaleza sexual, mediante la sincera entrega a Dios,
viviendo en estado de absoluta castidad mientras transitaban el camino místico por el
cual trascender el cuerpo, fundiéndose en el amor al Padre, dentro de la vida
comunitaria. Muchas veces el deseo de santidad, no se correspondió con las urgencias
de la carne, cayendo en la relación homosexual dentro de la comunidad religiosa, sea
de naturaleza regular o secular. La tolerancia con las relaciones homosexuales siempre
ha existido a condición del secreto y la discreción necesaria para mantener indemne a
la comunidad religiosa del daño que invariablemente produce el escándalo.

Existe una correspondencia entre aceptación cultural y tiempo histórico. Siendo así que
durante la Edad Media, fuertemente influenciada la cultura occidental por la centralidad
de la Iglesia, la civilización tenía una valoración negativa de las relaciones
homosexuales, muchísimo mayor que la que se podía tener en la Isla de Lesbia una de
las cunas de la civilización varios siglos antes de la Encarnación. Incluso Nuestro Señor
Jesucristo se pregunta “¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta
generación? ¿A quién se parecen? Jn 7,31, lo que demuestra que los hombres estamos
relacionados con la realidad del tiempo, con cada generación, por tanto las verdades
inmutables deben ser entendidas en relación con el tiempo histórico. Las verdades no
cambian, cambian las circunstancias existenciales de aquel que reconoce a la Verdad.
Sin dudas a lo largo de la historia de la civilización, existen distintas maneras de amar
a Dios y por tanto de amar al hermano.

Desde su sabiduría infinita nuestra Santa Madre Iglesia ha sabido advertir esta realidad
y la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Ecuménico Vaticano II, nos ha
fijado el rumbo a seguir en relación con el mundo contemporáneo y esto lleva a
preguntarnos como lo hizo el Señor ¿A quién se parecen?, seguramente nos
parecemos más a los habitantes de la Isla de Lesbia, que a los habitantes de la Europa
medioeval. Nuestra misión es permanente “Vayan por todo el mundo, anuncien la
Buena Noticia a toda la creación” Mc 16,15, sabemos entonces que debemos anunciar
de forma concordante a los valores dominantes para ser entendidos, dado que nuestra
misión es trascendente: ¡Hay vida eterna!, para todo aquel que cree y viven en caridad
con el hermano, especialmente el más necesitado.

Luego del Concilio Ecuménico Vaticano II, importantes cambios políticos, tecnológicos
y sociales han conmovido a la cultura ahora planetaria. En la era digital, todos estamos
comunicados, por tanto los valores de la civilización tienden a ser ecuménicos y a
eliminar las diferencias. La cultura de la diversidad de género se ha impuesto,
poniendo en valor la decisión del individuo para optar por su sexualidad e incluso sobre
la elección de género dentro de un abanico de opciones lo suficientemente amplio para
asegurar a la persona humana la satisfacción de este impulso existencial. Este cambio
revolucionario debe ser correspondido por un esfuerzo por evitar la discriminación de
lo diferente. Aceptar la diferencia es el camino a través del cual desaparecerá la
diferencia, por la simple razón que con el tiempo desaparecerán los valores culturales
que le dieron sustento. La persona humana con total independencia de la cultura es
una creación exclusiva del Padre, pero esa existencia inserta en el mundo queda
subordinada a la cultura dominante en virtud del proceso de socialización. La
transmisión de la Buena Noticia, entonces queda afectada por la cultura dominante. En
no más de dos décadas tal vez la civilización prescindirá de valores vinculables con el
género, la raza, la edad o las nacionalidades. Pero la misión de la Iglesia seguirá
siendo la misma, llamar a la conversión de la persona a la verdad del Evangelio.

Siguiendo la orientación del magisterio de la Iglesia, es que asumo la responsabilidad


de exponer la existencia entre los consagrados sin importar la jerarquía de
heterosexuales y homosexuales que no guardan la castidad. Nos pesa como cuerpo
místico esta inconsecuencia, mínima en número, pero de honda gravedad. La Iglesia
militante es pecadora y por tanto debe ser penitente.
En las últimas décadas por la debilidad de algunos consagrados, la Iglesia toda, ha sido
conmovida con la promoción del escándalo, que es precisamente lo que el maligno
trata de lograr para neutralizar la acción santificadora de la Iglesia. Fieles a la tradición
mis predecesores han optado por la depuración de las conductas homosexuales,
siendo así que se ha recomendado: “Debe someterse confiadamente al discernimiento
de la Iglesia, del Obispo que llama a las Órdenes, del rector del Seminario, del director
espiritual y de los demás formadores a los que el Obispo o el Superior Mayor han
confiado la tarea de educar a los futuros sacerdotes. Sería gravemente deshonesto que
el candidato ocultara la propia homosexualidad para acceder, a pesar de todo, a la
Ordenación. Disposición tan falta de rectitud no corresponde al espíritu de verdad, de
lealtad y de disponibilidad que debe caracterizar la personalidad de quien cree que ha
sido llamado a servir a Cristo y a su Iglesia en el ministerio sacerdotal.” [13] Esta
reacción frente al escándalo termina por excluir a muchos hermanos de la participación
en el orden sagrado o en la vida consagrada.

S.S. Pablo VI instituyó en 1964 durante el Concilio Ecuménico Vaticano II, la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones, porque “La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores
para la cosecha” Jn 10,2. Lo que nos expone al contrasentido que mientras la
civilización avanza hacia una nueva comprensión de la sexualidad, los seminarios han
dejado de ser en muchos casos el refugio para aquellos homosexuales que han
recibido el llamado al orden sagrado, el que también implica una vocación por la
castidad. ¡Hoy se puede vivir la sexualidad sin importar el control social! Es así, que el
número de vocaciones cae en todos los continentes con excepción de África.

El progreso de la civilización determina que se han superado los mores relacionados


con la sexualidad, lo que no implica que las personas aún no sientan mayor atracción
por la verdad evangélica: ¡Dios es amor!, y nos quiere como somos. Sólo debemos
corresponder a ese amor a Dios y a al hermano. Superar la cuestión de la sexualidad,
renovará definitivamente a la Iglesia, apertura que permitirá seguramente sumar fieles
y vocaciones. La Iglesia si es universal, también tiene que ser diversa.

Enfrentar una cuestión tan dolorosa como la que se plantea, necesariamente conlleva
la justificación. “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos
o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo
produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol
malo, producir frutos buenos.” Mt. 7, 16-17 Queda claro que la sexualidad del autor
no condiciona a su obra, pero cierto es también que ningún árbol malo, da frutos
buenos. Dentro de la Iglesia Católica sobran ejemplos de obras de excelencia, que han
sido promovidas por consagrados y laicos homosexuales, traigo a la memoria una
famosa congregación religiosa fundada en 1941, la que a nuestros días cuenta con
más de mil sacerdotes y quinientos seminaristas, a los que no se les puede atribuir los
graves errores del sacerdote fundador.

El discernimiento de esta nueva realidad cultural exige que cada uno de los Obispos
encuentre el camino pastoral para que en cada una de las iglesias particulares se
encuentren los caminos para la mayor inclusión posible, eliminando cualquier mala
predisposición a la diversidad, renovando de esta manera la vida eclesial para
asegurarnos seguir siendo la “luz del mundo”. Mt. 5,13

11. La Iglesia y su diálogo con las organizaciones LGBTQ+: Resulta inobjetable que le
corresponde por tradición a la Iglesia Católica, orientar los valores morales
relacionados con el amor, la caridad, la misericordia y la justicia social. Cierto es que la
complejidad de la sociedad digital y la existencia de redes planetarias de comunicación,
han permitido el surgimiento de otras organizaciones tal vez no tan complejas, pero
que con igual potencia promueven idénticos valores y con los cuales es necesario
construir puentes en base a la confianza y el desinterés mezquino. Sin dudas a través
del diálogo institucional podremos persuadir del valor de la Verdad, siendo fieles a la
misión que nos fuera encomendada.

Hay que admitir que han pasado los tiempos en que teníamos influencia absoluta en
las decisiones políticas de Occidente, cuando en nuestras Universidades evolucionaba
el conocimiento, sosteníamos el mecenazgo artístico e influíamos decididamente en la
acción hospitalaria y de caridad. Cierto es también que el rol directriz ya no se ejerce
desde los púlpitos, sino a través de los medios de comunicación digital. Han cambiado
las circunstancias, lo que permanece es el valor de la Verdad.

El diálogo fructífero se funda en tender la mano al otro, con la suficiente humildad para
saber escuchar sus reclamos y hacer valer nuestra opinión fundada en la justicia y en
la caridad. Deberemos conceder en lo formal, para fortalecernos en lo esencial. En lo
inmediato debemos tender la mano a los distintos colectivos que integran las
organizaciones LGBTQ+. Identificar los puntos de acuerdo y adaptarnos a las
demandas pastorales que permitan una efectiva evangelización diversa. Parroquias,
universidades y colegios católicas deberán brindar acogida e interactuar con los grupos
para que del vínculo fluyan las necesidades y las demandas espirituales que los puedan
conformar. Sin un corazón predispuesto cualquier esfuerzo evangelizador resulta inútil.
Debemos apelar a la creatividad pastoral e incluso sacramental con el objeto de
bendecir siempre el amor sin restricción alguna.

Deberemos evitar caer en la ingenuidad de tender puentes con aquellas organizaciones


LGBTQ+, que sean hostiles al mensaje del Evangelio, porque provienen de
movimientos culturales fundados en el odio a Dios y a cualquier religión. Seguramente
la cooperación con organizaciones LGBTQ+ de buena voluntad, servirá para enriquecer
y vivificar desde abajo la vida de nuestras parroquias, colegios y universidades.

Por el contrario, de no tener esta actitud generosa para con lo diverso terminaremos
encerrándonos en un conservadurismo vacío de contenido. Menos feligresía, menos
consagrados, menos comunidad. No podemos cerrar al Iglesia al hombre de este
tiempo y de los futuros, pues tenemos conciencia que los cambios por venir serán
revolucionarios una y otra vez.

Dado en Roma, junto a San Pedro, Solemnidad de Pentecostés, del año primero de mi
Pontificado.

ELREDO
[1] Mensaje de S.S. Paulo VI, para la celebración de la IV Jornada de la Paz
(01/01/1971)
[2] Ob. Cit. ant.
[3] S.S. Francisco, Encuentro con la Población y con la Comunidad Católica, en Grecia,
Memoria de las Víctimas de las Migraciones (16/04/2016)
[4] S.S. Francisco, Carta Encíclica Fratelli Tutti sobre la Fraternidad y la Amistad Social
(03/10/2020)
[5] S.S. León XIII, Carta Encíclica Aeterni Patris, (04/08/1879)
[6] S.S. Pío X, motu proprio Tra Le Sollecitudini, (8/12/1903)
[7] Santa Teresa de Calcuta (frases)
[8] Cánon 1859, Catecismo de la Iglesia Católica.
[9] San Agustín, Confesiones, Libro VIII
[10] Joseph Ratzinger, Einführung in das Christentum, Kösel-Verlag GmbH & Co.
München 1968, Traducción José L. Domínguez Villar, Ediciones Sígueme S.A.U.,
1969, Salamanca, España.
[11] P. Tehilhard de Chardin, Le coeur de la Matiére, 1950.
[12] Catecismo Católico, Canon 1996.
[13] Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre los criterios de
discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias
homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas.
(4/11/2005)

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