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SODOMITES FRATRIBUS
S.S. ELREDO
CARTA ENCÍCLICA
SODOMITES FRATRIBUS
DEL SANTO PADRE
ELREDO
SOBRE EL AMOR EN LA DIVERSIDAD
Y LA FRATERNIDAD SOCIAL
Natural de Lesbos fue la poetisa Safo, -contemporánea del profeta Jeremías-, de sus
poemas se infiere que tras enamorarse de sus discípulas se entregaba a relaciones
homosexuales con ellas, de ahí: lesbianismo. Su obra estuvo compilada en la biblioteca
de Alejandría para la enseñanza, y fue S.S. Gregorio VII, quien ordenó la quema de
todos los manuscritos por considerarlos por entonces inmorales. En otro orden
tenemos la castración de niños con el objeto de preservar la voz con fines litúrgicos,
práctica tolerada por la Iglesia durante siglos hasta que S.S. Pío X [6], en 1903 prohíbe
esta abominable costumbre contra la naturaleza humana. Aludo a estos hechos
circunstanciales, para demostrar que tanto las manifestaciones estéticas e incluso las
litúrgicas quedan sometidas a la cultura que confirma la existencia de conductas,
aprobadas en un tiempo y desaprobadas en otro, de acuerdo a la evolución de la
civilización.
Podemos afirmar que el género humano determinado por el amor a Dios y al prójimo
trascurre en paralelo con la historia de la humanidad, determinada por la cultura. Es
por ello que la persona humana creada varón o mujer, puede amar a Dios y al prójimo
y a su vez manifestar su sexualidad en el entorno social que le es próximo, ajustando
sus relaciones íntimas según la tendencia que su sexualidad le indique. Toda creatura
está influida por el proceso de socialización, esto es por las pautas culturales de su
entorno.
5. “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” 1Jn 4,8, entonces todo
aquel que ama conoce a Dios porque lo experimenta. El amor existe, porque Dios
existe y en consecuencia el amor es trinitario, es externo a la persona humana y por su
propia esencia es omnipotente y misericordioso, el amor perfecciona todo lo que
ilumina, en su perpetua comunicación. Es tarea de laa persona humana comunicar ese
amor en la vida comunitaria, impresionando de esta forma a la cultura en la búsqueda
perpetua de la fraternidad universal.
Del amor no se puede seguir el pecado, por la simple razón que Dios es amor, por
tanto donde hay amor no hay pecado. Reafirmando la tradición de la Iglesia, aludo a
que “El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el
conocimiento pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también
un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La
ignorancia afecta y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6, Lc 16, 19-31) no
disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.” [8] El conocimiento
está relacionado siempre con la cultura, porque es inherente al proceso de
socialización.
“Saúl había tenido una concubina llamada Rispá, hija de Aiá” 2Sa 3,7; “En aquel
tiempo, cuando no había rey en Israel, un levita que vivía como forastero en los
confines de la montaña de Efraím, tomó por concubina a una mujer de Belén de Judá”
Ju 19,1. Sin dudas a lo largo de la historia de la humanidad y de acuerdo con la
evolución de la cultura, el concubinato será aceptado, tolerado o rechazado. ¿Pero
cuando habrá pecado?, cuando esa relación social esté determinada por el egoísmo,
excluyendo al amor que todo lo santifica.
Lot de sobrino de Abraham intercederá en favor de los ángeles del Señor, diciendo
«Amigos, les suplico que no cometan esa ruindad. Yo tengo dos hijas que todavía son
vírgenes. Se las traeré y ustedes podrán hacer con ellas lo que mejor les parezca. Pero
no hagan nada a estos hombres, ya que se han hospedado bajo mi techo” Gn 19, 7-8.
Queda expuesta la aceptación cultural a lo que acontecía en esas comunidades, Lot
privilegia fiel a la tradición la ley de la hospitalidad;-la que luego quedará consagrada
en el Levítico “Cuando un extranjero reside contigo en tu tierra, no lo molestarás. El
será para ustedes como uno de sus compatriotas y lo amarás como a ti mismo…” Lev
19, 33-44-, por sobre la virginidad de dos de sus hijas. Lot razona que el mal menor
era entregar a sus hijas, antes que entregar a los ángeles forasteros. Nos enfrentamos
a dos actos moralmente malos, ante lo cual un hombre justo tiene que optar, y lo hace
por lo que considera menos malo a ante los ojos del Señor, porque es un hombre
justo. Afirmamos entonces que la moral está por encima de la cultura, pero es esta
última la que determina la conducta de las personas humanas, incluso la de los justos.
Fuera del sacramento del matrimonio, la castidad es la regla para todo el género
humano, con total independencia de la percepción individual y de la evolución de la
civilización. Esto es permanente e inmutable, y hace al perfeccionamiento de la
persona humana en orden a la santidad. La oración constante y cotidiana, la práctica
sacramental frecuente y el ejercicio continuo de la caridad, son hábitos que favorecen
la sencillez de corazón, la vida en gracia y la aproximación a la santidad. La iglesia
militante se nutre de un gran número de matrimonios y personas castas que con su
práctica confirman la santidad del conjunto. Pero cierto es advertir que la Iglesia
militante también la integramos los pecadores, esto es, un sin número de creyentes
que buscamos la santidad, transitando distintos estados de dureza del corazón.
Nuestro Señor Jesucristo, supo encontrar en la cuestión cardinal, la causa de la
disolución matrimonial, que le hizo tolerar a Moisés el divorcio. En consecuencia en la
Iglesia militante coexistimos los santificables con los imperfectos.
S.S. Benedicto XVI, en un trabajo de juventud enseñará que: “Ha sido un gran mérito
de Teilhard de Chardin, que todos hemos de reconocer, considerar (…) la imagen
moderna del mundo y haberlas concebido mediante una bien pensada tendencia a lo
biológico: en todo caso ha abierto un nuevo camino” [10], entre las ideas resaltadas se
incluye la afirmación “Así como no se puede prescindir de la luz, del oxígeno, de las
vitaminas, el hombre –todo hombre- no puede prescindir de lo femenino. Es una
evidencia que aparece cada día más irresistible” [11]. Así planteada la cuestión resulta
evidente que el logro de la castidad perfectiva, no se puede alcanzar sin la intervención
de la gracia “es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su
llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos (cf Rm 8, 14-17),
partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3)” [12].
La castidad debe ser entendida como un proceso, una búsqueda, un devenir y
mientras tanto resulta oportuno favorecer instituciones imperfectas, dentro de las
cuales lo diverso encuentre el cauce de esta búsqueda perfectiva. Es por eso que
diversas uniones de naturaleza afectiva, deben ser incluidas dentro de la pastoral de la
Iglesia, que se preocupa por construir puentes con lo humano, derribando las torres de
marfil de la hipocresía que ha infectado la tradición a lo largo de los siglos.
9. La función ordenadora del amor: “Por eso, Dios los entregó también a pasiones
vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la
naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer,
ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos
y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío” Rom 1 26-27.
“¿Ignoran que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se hagan ilusiones: ni los
inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los
ladrones, no los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores
heredarán el Reino de Dios. Algunos de ustedes fueron así, pero ahora han sido
purificados, santificados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y por
Espíritu de nuestro Dios” 1Co 6,9-11. San Pablo, expone de forma ejemplar el riesgo
de las pasiones vergonzosas y la injusticia que conlleva vivir en el error, lo que
equivale a vivir en el egoísmo cardinal, donde habita el maligno. Pero las pasiones
vergonzosas pueden mutar en pasiones ordenadas por el amor, esto es por la voluntad
constante de darse al otro, cualquiera sea su condición social o cultural. La apertura
amorosa, transforma en justo lo injusto y en virtud al vicio. Esta apertura amorosa al
otro, también nos predispone a la apertura amorosa a Dios, condición necesaria para
que opere la gracia santificante, que perfecciona a la persona humana, ordenando su
concupiscencia en el sentido de la castidad.
Existe una correspondencia entre aceptación cultural y tiempo histórico. Siendo así que
durante la Edad Media, fuertemente influenciada la cultura occidental por la centralidad
de la Iglesia, la civilización tenía una valoración negativa de las relaciones
homosexuales, muchísimo mayor que la que se podía tener en la Isla de Lesbia una de
las cunas de la civilización varios siglos antes de la Encarnación. Incluso Nuestro Señor
Jesucristo se pregunta “¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta
generación? ¿A quién se parecen? Jn 7,31, lo que demuestra que los hombres estamos
relacionados con la realidad del tiempo, con cada generación, por tanto las verdades
inmutables deben ser entendidas en relación con el tiempo histórico. Las verdades no
cambian, cambian las circunstancias existenciales de aquel que reconoce a la Verdad.
Sin dudas a lo largo de la historia de la civilización, existen distintas maneras de amar
a Dios y por tanto de amar al hermano.
Desde su sabiduría infinita nuestra Santa Madre Iglesia ha sabido advertir esta realidad
y la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Ecuménico Vaticano II, nos ha
fijado el rumbo a seguir en relación con el mundo contemporáneo y esto lleva a
preguntarnos como lo hizo el Señor ¿A quién se parecen?, seguramente nos
parecemos más a los habitantes de la Isla de Lesbia, que a los habitantes de la Europa
medioeval. Nuestra misión es permanente “Vayan por todo el mundo, anuncien la
Buena Noticia a toda la creación” Mc 16,15, sabemos entonces que debemos anunciar
de forma concordante a los valores dominantes para ser entendidos, dado que nuestra
misión es trascendente: ¡Hay vida eterna!, para todo aquel que cree y viven en caridad
con el hermano, especialmente el más necesitado.
Luego del Concilio Ecuménico Vaticano II, importantes cambios políticos, tecnológicos
y sociales han conmovido a la cultura ahora planetaria. En la era digital, todos estamos
comunicados, por tanto los valores de la civilización tienden a ser ecuménicos y a
eliminar las diferencias. La cultura de la diversidad de género se ha impuesto,
poniendo en valor la decisión del individuo para optar por su sexualidad e incluso sobre
la elección de género dentro de un abanico de opciones lo suficientemente amplio para
asegurar a la persona humana la satisfacción de este impulso existencial. Este cambio
revolucionario debe ser correspondido por un esfuerzo por evitar la discriminación de
lo diferente. Aceptar la diferencia es el camino a través del cual desaparecerá la
diferencia, por la simple razón que con el tiempo desaparecerán los valores culturales
que le dieron sustento. La persona humana con total independencia de la cultura es
una creación exclusiva del Padre, pero esa existencia inserta en el mundo queda
subordinada a la cultura dominante en virtud del proceso de socialización. La
transmisión de la Buena Noticia, entonces queda afectada por la cultura dominante. En
no más de dos décadas tal vez la civilización prescindirá de valores vinculables con el
género, la raza, la edad o las nacionalidades. Pero la misión de la Iglesia seguirá
siendo la misma, llamar a la conversión de la persona a la verdad del Evangelio.
S.S. Pablo VI instituyó en 1964 durante el Concilio Ecuménico Vaticano II, la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones, porque “La cosecha es abundante, pero los
trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores
para la cosecha” Jn 10,2. Lo que nos expone al contrasentido que mientras la
civilización avanza hacia una nueva comprensión de la sexualidad, los seminarios han
dejado de ser en muchos casos el refugio para aquellos homosexuales que han
recibido el llamado al orden sagrado, el que también implica una vocación por la
castidad. ¡Hoy se puede vivir la sexualidad sin importar el control social! Es así, que el
número de vocaciones cae en todos los continentes con excepción de África.
Enfrentar una cuestión tan dolorosa como la que se plantea, necesariamente conlleva
la justificación. “Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos
o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo
produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol
malo, producir frutos buenos.” Mt. 7, 16-17 Queda claro que la sexualidad del autor
no condiciona a su obra, pero cierto es también que ningún árbol malo, da frutos
buenos. Dentro de la Iglesia Católica sobran ejemplos de obras de excelencia, que han
sido promovidas por consagrados y laicos homosexuales, traigo a la memoria una
famosa congregación religiosa fundada en 1941, la que a nuestros días cuenta con
más de mil sacerdotes y quinientos seminaristas, a los que no se les puede atribuir los
graves errores del sacerdote fundador.
El discernimiento de esta nueva realidad cultural exige que cada uno de los Obispos
encuentre el camino pastoral para que en cada una de las iglesias particulares se
encuentren los caminos para la mayor inclusión posible, eliminando cualquier mala
predisposición a la diversidad, renovando de esta manera la vida eclesial para
asegurarnos seguir siendo la “luz del mundo”. Mt. 5,13
11. La Iglesia y su diálogo con las organizaciones LGBTQ+: Resulta inobjetable que le
corresponde por tradición a la Iglesia Católica, orientar los valores morales
relacionados con el amor, la caridad, la misericordia y la justicia social. Cierto es que la
complejidad de la sociedad digital y la existencia de redes planetarias de comunicación,
han permitido el surgimiento de otras organizaciones tal vez no tan complejas, pero
que con igual potencia promueven idénticos valores y con los cuales es necesario
construir puentes en base a la confianza y el desinterés mezquino. Sin dudas a través
del diálogo institucional podremos persuadir del valor de la Verdad, siendo fieles a la
misión que nos fuera encomendada.
Hay que admitir que han pasado los tiempos en que teníamos influencia absoluta en
las decisiones políticas de Occidente, cuando en nuestras Universidades evolucionaba
el conocimiento, sosteníamos el mecenazgo artístico e influíamos decididamente en la
acción hospitalaria y de caridad. Cierto es también que el rol directriz ya no se ejerce
desde los púlpitos, sino a través de los medios de comunicación digital. Han cambiado
las circunstancias, lo que permanece es el valor de la Verdad.
El diálogo fructífero se funda en tender la mano al otro, con la suficiente humildad para
saber escuchar sus reclamos y hacer valer nuestra opinión fundada en la justicia y en
la caridad. Deberemos conceder en lo formal, para fortalecernos en lo esencial. En lo
inmediato debemos tender la mano a los distintos colectivos que integran las
organizaciones LGBTQ+. Identificar los puntos de acuerdo y adaptarnos a las
demandas pastorales que permitan una efectiva evangelización diversa. Parroquias,
universidades y colegios católicas deberán brindar acogida e interactuar con los grupos
para que del vínculo fluyan las necesidades y las demandas espirituales que los puedan
conformar. Sin un corazón predispuesto cualquier esfuerzo evangelizador resulta inútil.
Debemos apelar a la creatividad pastoral e incluso sacramental con el objeto de
bendecir siempre el amor sin restricción alguna.
Por el contrario, de no tener esta actitud generosa para con lo diverso terminaremos
encerrándonos en un conservadurismo vacío de contenido. Menos feligresía, menos
consagrados, menos comunidad. No podemos cerrar al Iglesia al hombre de este
tiempo y de los futuros, pues tenemos conciencia que los cambios por venir serán
revolucionarios una y otra vez.
Dado en Roma, junto a San Pedro, Solemnidad de Pentecostés, del año primero de mi
Pontificado.
ELREDO
[1] Mensaje de S.S. Paulo VI, para la celebración de la IV Jornada de la Paz
(01/01/1971)
[2] Ob. Cit. ant.
[3] S.S. Francisco, Encuentro con la Población y con la Comunidad Católica, en Grecia,
Memoria de las Víctimas de las Migraciones (16/04/2016)
[4] S.S. Francisco, Carta Encíclica Fratelli Tutti sobre la Fraternidad y la Amistad Social
(03/10/2020)
[5] S.S. León XIII, Carta Encíclica Aeterni Patris, (04/08/1879)
[6] S.S. Pío X, motu proprio Tra Le Sollecitudini, (8/12/1903)
[7] Santa Teresa de Calcuta (frases)
[8] Cánon 1859, Catecismo de la Iglesia Católica.
[9] San Agustín, Confesiones, Libro VIII
[10] Joseph Ratzinger, Einführung in das Christentum, Kösel-Verlag GmbH & Co.
München 1968, Traducción José L. Domínguez Villar, Ediciones Sígueme S.A.U.,
1969, Salamanca, España.
[11] P. Tehilhard de Chardin, Le coeur de la Matiére, 1950.
[12] Catecismo Católico, Canon 1996.
[13] Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre los criterios de
discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias
homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas.
(4/11/2005)