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La lámpara de Psique
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Ebook205 pages2 hours

La lámpara de Psique

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La lámpara de Psique de Marcel Schwob, con una traducción realizada por Rafael Cabrera y revisada por Martí Soler, reúne los textos publicados en Mimos, La cruzada de los niños, La estrella de madera y El libro de Monelle -considerada como una de las mejores obras del escritor francés-. Libro muestra del innegable talento de Schwob para configurar narraciones ya sea apegadas a una realidad histórica, ya sea extraídas de un pasado remoto e incluso inspiradas en sus propias experiencias.
LanguageEspañol
Release dateApr 4, 2019
ISBN9786071642271
La lámpara de Psique

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    La lámpara de Psique - Marcel Schwob

    MARCEL SCHWOB

    La lámpara de Psique

    BIBLIOTECA UNIVERSITARIA DE BOLSILLO

    MARCEL SCHWOB

    La lámpara de Psique

    Traducción de

    RAFAEL CABRERA [Mimos]

    y

    MARTÍ SOLER

    Prólogo de

    NELLY PALAFOX LÓPEZ

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Primera edición (FCE), 2006

    Primera edición electrónica, 2016

    Título original: La Lampe de Psyché, en Œuvres de Marcel Schwob, t. II, Mercure de France, París, 1921

    Diseño y foto de portada: León Muñoz Santini

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4227-1 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    El antifaz del maestro, por Nelly Palafox López

    Nota del traductor

    Nota biográfica

    LA LÁMPARA DE PSIQUE

    Mimos [1894]

    Prólogo

    Mimo I. El cocinero

    Mimo II. La falsa vendedora

    Mimo III. La golondrina de madera

    Mimo IV. El albergue

    Mimo V. Los higos pintados

    Mimo VI. La jarra coronada

    Mimo VII. El esclavo disfrazado

    Mimo VIII. La noche de las nupcias

    Mimo IX. La enamorada

    Mimo X. El marino

    Mimo XI. Las seis notas de la flauta

    Mimo XII. El vino de Samos

    Mimo XIII. Las tres carreras

    Mimo XIV. El quitasol de Tanagra

    Mimo XV [1]. Kinné

    Mimo XV [2]. Sismé

    Mimo XVI. Los presentes funerarios

    Mimo XVII. Hermes Psicagogos

    Mimo XVIII. El espejo, la aguja, la adormidera

    Mimo XIX.Akmé

    Mimo XX. La sombra esperada

    Epílogo

    La cruzada de los niños [1896]

    Relato del goliardo

    Relato del leproso

    Relato del papa Inocencio III

    Relato de tres niños

    Relato de François longuejoue, clérigo

    Relato del Qalandar

    Relato de la pequeña Allys

    Relato del papa Gregorio IX

    La estrella de madera [1897]

    I. Alain era el nieto

    II. Desde entonces las alegrías

    III. Y los días y las noches pasaron

    El libro de Monelle [1895]

    I. Palabras de Monelle

    II. Las hermanas de Monelle

    III. Monelle

    Cronología

    Referencias bibliográficas

    EL ANTIFAZ DEL MAESTRO

    PRELUDIO

    Sólo es posible llamar maestro a quien ha escrito una obra maestra; el tiempo y las múltiples reinterpretaciones del autor de La lámpara de Psique lo colocan en ese lugar. Si leyéramos en voz alta un pasaje de Marcel Schwob al azar, sin decir que se trata de él, acaso podríamos confundirlo con Jorge Luis Borges, Juan José Arreola o Julio Torri. Es así porque solemos llegar al autor francés a través de la literatura de alguno de estos tres escritores, quienes han pertenecido a una sociedad secreta de lectores de Marcel, no Proust, sino otro con un apellido más difícil de escribir y sobre todo de hallar en las librerías. Y sin embargo, los devotos lectores florecen sin pausa y con la suficiente fidelidad para regalarnos renovadas lecturas de su prosa. Enrique Vila Matas nos recuerda a otros tantos escritores que nos han enseñado el amor a Schwob de segunda mano: William Faulkner, Pierre Michon, Álvaro Cunqueiro, Sophie Calle, Georges Perec o Cristian Crusat; cada uno sondea la poderosa línea breve decantada en la vida imaginaria o el instante decisivo de un personaje de ficción: el momento en que elige, por ejemplo, ser un héroe.

    La luz de una lámpara antigua se proyecta también en las renovadas ediciones que en los últimos quince años han desplegado sus colores en las mesas de novedades para anunciarnos reimpresiones, lecturas y nuevas versiones de este prodigioso narrador,¹ que escribió la suma de sus ficciones en el corto periodo que va de 1891 a 1896. Ya luego se dedicaría a ser escritor a través de otros escritores al estudiar y traducir a Thomas de Quincey, Daniel Defoe, Robert Louis Stevenson o William Shakespeare.²

    No se podría comprender la Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges sin el maestro que lo precedió; hay lazos hondos en la predilección por los personajes laterales, aquellos que lanzaron su dardo y no dieron en el blanco, se embarcaron en un día que presagiaba tormenta y, antes de fallar, vivieron un momento significativo que los llevó a cambiar el curso de sus vidas. Schwob no los llama infames pero resume la historia de la humanidad desde la época clásica hasta la era industrial con veintidós vidas imaginarias, como si lo singular pudiera sólo venir en serie: ladrones, prostitutas, herejes, poetas rencorosos, dioses falsos, confesores y asesinos. Entre las enseñanzas están el coraje estético de elegir y dar el mismo valor a un oscuro actor que al propio Shakespeare; la disposición de ese relato será, de preferencia, en una trama breve: Si el libro de Boswell hubiera tenido diez páginas, hubiera sido la obra de arte esperada,³ nos dice Schwob en el prólogo El arte de la biografía. No escatima las máximas para invitar a sus lectores a buscar lo singular en el arte y preferir lo individual como divisa de los tiempos modernos. El libro que describiera a un hombre con todas sus anomalías sería una obra de arte similar a una estampa japonesa en la cual se ve eternamente una imagen de una pequeña oruga vista una vez a una hora particular del día. Aquí se encierra la apuesta estética del naciente siglo XX: la historia de la humanidad se puede contar a través de las anomalías de una sola persona, el relato del instante en que se dispone a fallar. Hemos tenido suficiente con los héroes infalibles, asistidos por los dioses, que después de veinte años vuelven a Ítaca a flechar a los pretendientes de la amada; hacía falta una nube de personajes laterales cuya vida breve se cuente con igual arte que la de Ulises, el protegido de Palas Atenea.

    En el eco de la literatura mexicana sería inútil hablar de los cuentos de Juan José Arreola sobre François Villon, Baltasar Gérard o Sinesio de Rodas sin mirar El arte de la biografía o los estudios medievales sobre el argot parisino que hablaba Villon. A Julio Torri le debemos la invitación a traducir su obra al español que emprendió Rafael Cabrera, y en De fusilamientos se puede encontrar un ejercicio propio de Mimos: la reescritura de los mitos helenos con una vuelta de tuerca más cercana a la ironía o el trastocamiento de la línea clásica. En Circe, de Torri, el marinero que iba resuelto a perderse y encontrarse con su destino no cumple su cometido: las sirenas no cantaron para él.

    Jules Renard recuerda en su Diario el mejor consejo que le dio Schwob en vida: escribir bien, como un homenaje a los autores grecorromanos e ingleses. Y lo cumplió con creces; uno de los primeros deslumbramientos al acercarnos a su literatura son las frases iniciales de cada relato, tan perfectas y abismales que no se pueden quitar los ojos de ellas. Ya se puede caer el mundo a pedazos que el universo misterioso de Mimos, La cruzada de los niños, La estrella de madera y El libro de Monelle se encargarán de distanciarnos de la calle o el paisaje que nos rodee por más atrayente a los sentidos que nos parezca.

    El mundo clásico o la cita erudita suelen quedar mistificados a través del arte; nada es lo que parece: las vidas no son tan imaginarias porque sus nombres tienen cotejos en los archivos históricos, los propios Mimos dedicados al poeta Herondas son y no son un homenaje, puesto que el género era cultivado por otros autores, y a ellos se remite Schwob. El maestro pronto nos enseña a permanecer alerta a las posibles máscaras que velan su rostro en las muy diversas formas artísticas. En Mimos hay una mirada de poeta que hace hablar a los personajes lo mismo que a las cosas; son ellas las que dan cuenta de su historia sensorial dentro del relato.

    MIMOS O LA VOLUPTOSIDAD DE LAS COSAS

    Con frecuencia se ha acusado a nuestro autor de tener la mirada puesta en el pasado y estar ausente del presente; un Jano bifronte con una venda al futuro. Sin embargo, bastaría recordar que la mayor parte de su producción apareció primero en los diarios parisinos: no escribía una línea que no le fuera pagada; él mismo fue un asiduo testigo de puestas teatrales y espectáculos artísticos que luego transformó en crónicas, ensayos y entrevistas; preparó un tratado sobre el periodismo de su época que ha sido poco estudiado.⁴ Aún más, la escritura de Mimos revela una mirada atenta a los lanzamientos editoriales: en 1889 el Museo Británico adquirió el papiro Mimiamboi del poeta alejandrino Herondas, traducido y publicado por Frederic G. Kenyon en 1891. Este acontecimiento fue saludado por los intelectuales de la época con una multiplicación de traducciones, prólogos y comentarios críticos; Schwob solía estar al día con las novedades del pasado. En esa ocasión desplegó veintidós poemas en prosa o mimos (veintitrés si contamos Sismé, escrito y añadido posteriormente) publicados en L’Écho de Paris entre 1891 y 1892. El género mimo se caracterizaba por la presencia del diálogo y una relativa brevedad; los mimos de Herondas privilegiaron a las protagonistas femeninas en conversaciones vívidas propias de la calle, el mercado o la plaza pública que guardaban cierto aire de familia con algunos fragmentos de Teócrito. La estudiosa francesa Agnès Lhermitte nos informa que el género había tenido tres momentos: el fragmento arcaico, la reescritura sabia y la síntesis tardía, por la que Schwob tuvo particular predilección.

    Por su parte, los veintitrés mimos proponen nuevas lecturas de mitos clásicos; por ejemplo, el de Dafnis y Cloe, niño y niña, respectivamente, que crecen juntos y terminan enamorándose con una pasión que causa sorpresa a los ojos vigilantes de los pastores en un ambiente bucólico. Al ser transfigurados en la literatura de Marcel Schwob la mano tenebrosa del narrador logra ver a los niños regresar hacia los campos de Lesbos. Y la Buena Diosa hizo tan alto como el laurel a Dafnis, y a Cloe le dio la gracia del mimbre verde. Entonces conocí el sosiego de las plantas y la alegría de los tallos inmóviles. Después del misterioso deseo y del encuentro de amor vigilado por la diosa viene la paz que sólo puede comprender la naturaleza; es ella la mejor compañera de los sentidos de un cuerpo enamorado.

    Otro de los mitos reinventado o creado por primera vez es el Vino de Samos; a semejanza de una parábola que hoy día podría ser el deleite de los más refinados sommeliers, cuenta el momento en que

    Polícrates mandó que le trajesen tres frascos sellados que contuvieran tres vinos deliciosos de especie diferente. Tomó el esclavo solícito un frasco de piedra negra, un frasco de oro amarillo y un frasco de límpido cristal; pero el olvidadizo escanciador vertió en los tres frascos el mismo vino de Samos. Polícrates contempló el frasco de piedra negra y movió las cejas. Rompió el sello de yeso y olfateó el vino. El frasco —dijo— es de materia ruin y el olor de lo que encierra me es poco tentador. Levantó el frasco de oro amarillo y lo admiró. Después, quitándole el sello: Este vino —murmuró— es inferior seguramente a su bella envoltura, rica en racimos bermejos y pámpanos luminosos. Pero, tomando el tercer frasco de límpido cristal, lo puso contra el sol. El vino sangriento cintiló. Polícrates hizo saltar el sello, vació el frasco en su copa, y se la bebió de un sorbo. Éste —dijo con un suspiro— es el mejor vino que he paladeado. En seguida, colocando su copa sobre la mesa, empujó el frasco, que cayó hecho polvo.

    El engaño no intencional al tirano Polícrates, que no paladeó el mejor vino de su vida, servirá para hacernos recordar que la forma define al contenido y el regusto de los dos es uno solo en nuestro paladar: toda belleza es formal; el significado de la estética lo da la elección de las palabras, que son a la vez continentes y contenidos.

    La obra de Schwob se inclina por una lectura desde la sensualidad: se trata de comprender el deseo de las cosas, como lo dice el quitasol de Tanagra, separado cruelmente de la cabeza que amaba. Hay un sentido oscuro de los objetos revelado mediante una búsqueda constante de olvidar, de sumergirse en las aguas del Leteo para lavar el corazón que busca semejarse al de los muertos y así borrar la vida presente. A su manera, es un libro sobre el amor inspirado por Afrodita, quien instruye y aguza el cuerpo de las cosas y los seres hacia la voluptuosidad: los amantes buscan a sus amadas, las mujeres seducen a los hombres en diferentes momentos y los criados se disfrazan de doncellas para estar cerca del amor. Es un libro para leerse en clave erótica: los labios se entreabren como frutos, las mujeres son más suaves que un plumón de ganso y los cabellos bermejos se despliegan en la noche con el azúcar de los higos. Cada línea tiene un sabor atrayente y nos deja con el paladar dispuesto al amor perdido, evocado o recuperado: el hálito de Afrodita nos envuelve.

    LA CRUZADA DE LOS NIÑOS

    En el año 1212 partieron de Alemania y Francia miles de niños hacia Jerusalén para recuperar el Santo Sepulcro de Cristo; creían que el Mar Mediterráneo se abriría en dos para dejarlos pasar tal y como se había separado ante los israelitas de Moisés. En lugar del esperado milagro, unos fueron secuestrados y vendidos como esclavos en Egipto, mientras que a otros los devoró la peste y el rigor del invierno. La imagen de estos niños llenos de una fe ciega y furiosa contrasta con la tristeza del papa Gregorio IX ante un mar devorador que parece inocente y azul. Le debemos a Jorge Luis Borges la explicación sobre la estructura de los cuentos; hay

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