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Los Guadalupes

Orlando Rodríguez Nuñez


"Entre los americanos reina una especie de francmasonismo, digámoslo así, que los pone
a seguro de toda averiguación en tratándose de asuntos de infidencia. Todos está n unidos,
caminan a un fin, obran por iguales principios y no se descubren jamás". (El Obispo de
Bergoza y el Canónigo Beristáin al escribir a las Cortes refiriéndose a Los Guadalupanos).
En la Odisea, Homero narra que dentro de un caballo de madera de considerables proporciones se introdujo
un grupo de aguerridos soldados que, sin saberlo sus enemigos y en su campo, actuaron sigilosamente para
romper el sitio de Troya. Este pasaje ha dado su nombre "Caballo de Troya" a los grupos que en recinto
enemigo, en secreto, actúan en su contra en el momento oportuno.
En las guerras, violenta o frías, se llama quinta columna a las personas o grupos que actúan en secreto
dentro del campo enemigo y, desde él, favorecen a sus partidarios.
El espionaje ha sido, desde sie mpre, un factor estratégico importante en los conflictos ó enfrentamientos, en
la industria, el comercio o la banca.
La guerra de independencia de la Nueva España, posteriormente México, tuvo sus Caballos de Troya, sus
quintas columnas, sus espías. De ello me ocuparé en el presente trabajo, particularmente de la sociedad secreta
llamada de Los Guadalupes, surgida para apoyar el movimiento insurgente mexicano.

CONTEXTO GENERAL
Es necesario para aquilatar la importancia, tipo de organización, forma de actuar y alcances de la sociedad
secreta de Los Guadalupes, contextualizar en forma general el ambiente en que se dio esta sociedad y visualizar,
también en forma general, el complejo tejido social del México previo a la consumación de la Independencia y
el de los años inmediatos. Los años posteriores, solamente para seguir el hilo conductor de esta sociedad secreta
y sus derivaciones.
Es importante señalar, a partir de lo anteriormente escrito, que las características de esta sociedad de la que
me ocuparé son un producto universal, no son idea nueva o resultado de la generación espontánea, en todo caso,
es una parte de nuestra historia poco explorada.
Puedo partir desde los años finales del siglo XVIII, pero, para los efectos inmediatos de este escrito, lo haré
desde los primeros años del siglo XIX. El conocimiento en la Nueva España de los sucesos ocurridos en marzo
de 1808 en España relativos a la fuga de los Reyes, la ocupación del trono por el Príncipe de Asturias Fernando
VII y, la ocupación de España por los franceses, además de provocar inquietud, alentó ideas dormidas de
emancipación, fundamentalmente entre los españoles avecindados, criollos y la incipiente clase media
novohispana. En mayo del mismo año renunció toda la familia real al trono español en favor de José Bonaparte,
quien lo ocupó en el mes de junio.
Tales noticias produjeron y alentaron las ideas independentistas en vigilia desde la independencia de las
colonias del norte de América y la Revolución Francesa.
A partir de estos acontecimientos fundaméntales se difundieron con celeridad ideas, proclamas y
pronunciamientos. Se multiplicaron los grupos que estaban a favor de la independencia y de los que estaban en
contra. Pero, también, se multiplicaron las medidas represivas, se fortaleció el aparato persecutorio, militar y
clerical, la Inquisición y Santo Oficio. Entonces, se hizo presente la institución masónica, cobró fuerza una
agrupación que marcaría con su huella todo el siglo XIX mexicano.
El Ayuntamiento de México que tenía en su seno a varios masones, iniciados en la primera logia de que se
tiene registró formal, ubicada en la casa de Don Manuel Luyando, Regidor del Ayuntamiento, que pertenecía a
ella al igual que el Lic. Verdad, Don Miguel Domínguez, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y otros destacados
próceres de nuestra independencia, hizo una petición formal al Virrey Iturrigaray en la que le señala que en
virtud de las renuncias arrancadas a la familia real de los derechos que tenían al trono de España, éstas se debían
considerar nulas e insubsistentes y que, en ausencia de los herederos legítimos residía la soberanía de la Nueva
España en todo el reino y las clases que la forman, quienes la conservarían y la devolverían al legítimo sucesor...
Asimismo, se pidió al Virrey continuara provisionalmente encargado del gobierno, sin entregarlo a potencia
alguna mientras España estuviera bajo el dominio de los franceses.
Esto agradó a Iturrigaray, así que prestó a la solicitud de1 Ayuntamiento. Lo anterior agradó también a
otras potencias extranjeras, principalmente a los Estados Unidos, Inglaterra y Francia, quienes visualizaban la
oportunidad de apropiarse de lo que España seguramente perdería.
Pero a la Audiencia, órgano superior de gobierno, no le agradó la idea, por que empezó a sospechar del
Virrey, hizo prisioneros a los integrantes del Ayuntamiento y multiplicó sus acciones de control, persecución y
detención de quienes le parecían sospechosos. Poco tiempo después, los oidores redujeron a prisión al Virrey y
lo reemplazaron con el Mariscal de Campo Don Pedro de Garibay.
Antes de estos acontecimientos, las naciones antes citadas, ricas y potentes, se habían mostrado interesadas,
por diferentes medios, en quebrantar el imperio español y obtener crecidos beneficios.
La historia registra diferentes manifestaciones de la conducta colonialista y expansionista de estas
potencias, manifestaciones que no cesaron con la consumación de la independencia. El pensamiento
jeffersoniano norteamericano, la Doctrina Monroe, la intromisión de sus ministros plenipotenciarios, y otro
tanto, con estrategias similares y de variado matiz de parte de Francia e Inglaterra. Tal vez, la principal
estrategia de penetración, y de esto no estuvo exenta la masonería, fue alentar, al estilo del Caballo de Troya, la
inconformidad de los futuros mexicanos, prohijar pronunciamientos, propiciar el contrabando para desquiciar
aún más la maltrecha economía, financiar expediciones de aventureros, proclamas, bandos, textos
antiabsolutistas, y otras actividades de desestabilización.
Tal vez por las condiciones de inestabilidad, desorganización y falta de un espíritu público homogéneo, así
como las ambiciones e intereses personales o de grupo al interior de la Nueva España, la presencia de enviados
directos fue más efectiva, por considerarlo interesante, aunque al final poco productiva para Francia en
comparación con lo que posteriormente harían para Inglaterra y Estados Unidos los Ministros Plenipotenciarios
W. Ward y Joel R. Poinsset, señalo la presencia de Nordinkh de Witt, uno de tantos jóvenes afrancesados
enviados por Napoleón, que fue apresado y ajusticiado en Yucatán.
Señalo también algunas influencias que repercutieron, y aun se reprodujeron con algunas variantes en este
período; En diferentes lugares de la Nueva España, como: la Sociedad de los Racionales Caballeros en
Veracruz, Jalapa y México, o los Carbonarios, agrupación de origen italiano, de tipo nacionalista, que se había
fundado en ese país para combatir a Napoleón. Ansiaban liquidar a los tiranos y educar a la sociedad, eran
liberales. O los Sanjuanistas en Yucatán, agrupación liberal que al decir de Sierra O'Reilly, en su obra "Los
Indios de Yucatán", se fusionaría en sesión pública, en su segunda etapa, con la masonería. La penetración de
estas sociedades a las que me he referido, se hacía a través de la masonería, de la cual tomaban algunas
características como el secreto, la selección y la disciplina. Me he detenido en lo anterior para tener una idea
general del contexto de la época con relación al tema que nos ocupa, desde luego no agota la compleja trama de
este lapso, tampoco aludo a la masonería en forma directa o a otro tipo de agrupaciones similares
contemporáneas, o los grupos contrarios, fundamentalmente pararreligiosos que actúan en el mismo período,
pero, es momento de abordar el tema.
Queda claro que las persecuciones, la represión, los anatemas y aun la muerte, no fueron suficientes para
detener el espíritu revolucionario y reivindicador de los futuros mexicanos, los naturales, que rebasaron los
motivos originales de los primeros promotores de nuestra independencia; el ansia independentista, aunque al
final se redujo a, la independencia administrativa y política de España, se sobrepuso a la reinstalación de
Fernando VII al trono español como objetivo fundamental de l movimiento de 1810.
Los grupos nacionalistas que aspiraban a la independencia de México, a diferencia de las potencias
extranjeras cuyos objetivos estaban centrados en la expansión, el control político y económico, se movían en los
siguientes extremos: los intelectuales, los letrados y los eclesiásticos deseaban que el pueblo, la nación, en
ejercicio de su soberanía reasumiera a través de sus representantes el poder y depositara en un cuerpo colegiado
designado por esos representantes, así lo habían planeado Fray Melchor Talamantes, Francisco Primo de
Verdad, Azcárate, Cristo, Bustamante y otros, en las Juntas 1808, tanto del Ayuntamiento, como de las logias
masónicas. Otros partidarios de la independencia menos teóricos, pero igualmente patriotas, más realistas,
proponían tomar severas medidas que resolvieran los males económicos que afligían a los grandes núcleos de
población, fundamentalmente, el relativo a la inequitativa distribución de la tierra.
La trama autonomista era inmensa, la historia recoge solamente los casos más sobresalientes.
Lo que era cierto, además de la situación desesperada y desesperante del pueblo, pueblo que solamente
esperaba una señal y un guía para levantarse, era la situación de incertidumbre, el temor, la ambición y la
posibilidad de ganar posiciones de los letrados eclesiásticos, militares, comerciantes, industriales, pequeños
propietarios, surgidos de la clase media, que veían afectada su economía y sus posiciones por las reformas de
una situación de excepción y un ambiente que dudaba de las lealtades, de los méritos y las confianzas.
Los nobles y aristócratas criollos veían limitada su libertad de acción por el sistema monopolista de los
peninsulares. De tal suerte que todos, por una u otra causa, alentaban la separación, con cautela, con discreción.
Apostaban al futuro que, aunque incierto, suponían mejor al presente de entonces.
Sin constituir grupos organizados institucionalmente, se manifestaban sus anhelos, se apoyaban
mutuamente. El ansia de libertad, los intereses, la ambición, hacía que todos conspiraran. Pero, solamente
algunos formulaban programas y pensaban en las formas políticas de gobierno, en la organización, en la
esclavitud, a este último grupo pertenecieron López Rayón, Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama.
En el crisol geográfico de lo que es México ahora se fundieron las ideas y las aspiraciones, y de él, el 16 de
septiembre de 1810, brotó el grito de Independencia.
Desde el inicio de la rebelión, Ignacio López Rayón se significó como uno de los consejeros más allegados
a Hidalgo, convivió con él, y recibió el encargo de formar el primer gobierno independiente durante la euforia
del inicio. Mantuvo viva la rebelión en el centro de México y, además de luchar por la victoria militar, trató de
dar a la nación que nacía una organización política. Creó la Suprema Junta Nacional Americana, coordinó a
diversos grupos militares, difundió los ideales insurgentes y previno la necesidad de recursos para proseguir la
guerra, así como la creación de un servicio de inteligencia, de enlace, que actuara con eficacia y en secreto,
oculto, anónimo, disperso, pero con cohesión, organizado, inteligente y cauteloso.
La sensibilidad de Rayón le hizo constituir una organización bien tramada que sirviera de medio eficaz para
unir a los simpatizantes dispersos de la insurgencia, a los principales corifeos visibles y ocultos, y los conectara
con jefes que dieran a los grupos rebeldes el auxilio material y moral que requerían en una desigual guerra.
Aunque esta organización existía desde 1810, es hasta 1811 cuando se consolida.
A partir de algunas fallidas acciones al inicio de sus actividades, como el secuestro del Virrey y algunas
conspiraciones descubiertas en la ciudad de México en 1811, los miembros de la audiencia describían los
objetivos de la naciente agrupación de la siguiente manera.
"El atacar violentamente y por diversos y extraños rumbos a los militares que guarnecían
la ciudad, dar muerte o asegurar en prisión a todo español ultramarino... separar del mando al
Excemo. Sr. Virrey confundirlo todo por medio de la revolución más sangrienta.
Los intentos fallidos obligaron a fortalecer la trama, hacer más segura la organización y garantizar el
secreto con el cual sus miembros se conducían, asimismo, la disciplina que permitiera obedecer las instrucciones
dadas por jefes desconocidos, por personas ocultas tras un número y una clave, pero cuyas órdenes debían
acatarse. El fervor patriótico acrecentó la obediencia y sus filas. En la organización se observaba la influencia de
los Carbonari italianos y de la Masonería. Se fortaleció a tal grado que, en 1812, Julián Roldán, Receptor de la
Sala del Crimen y Auxiliar de la Junta de Seguridad y Buen Orden Público informó al Virrey:
"... de la existencia de una diabólica junta, la cual estaba enterada de cuantas
providencias y pasos se toman por el gobierno y Junta de Seguridad, los cuales dan a conocer a
los cabecillas de la rebelión... estas correspondencias se han sabido ya por los interceptados
correos y ya por los reos que se han aprehendido, con la diferencia de que por los autores de
unas cartas se ha sabido quiénes son, antes de que usasen una clave con que en la presente se
manejan los insurgentes de esta capital, como es la del Sr. Don número uno, el Sr. Don número
dos, tres y cuatro y demás siguientes".
La observación de Roldán fue certera, menciona actividades, sistema, y principalmente señala que estaban
informados de cuanta medida tomaba el gobierno para combatir la rebelión. O sea, los insurgentes secretos no
transmitían los simples, rumores de la calle, sino las determinaciones más reservadas, lo cual indica que su red
era amplia. Este Caballo de Troya insurgente se denominó de los Señores Guadalupes o Guadalupanos.
Escribe De la Torre Villar que:
"... no puede negarse que la masonería, cuyos principios esenciales... coadyuvaron a los
movimientos emancipadores de toda América... en el México de esos años contó con partidarios
que comulgaban con sus ideas universalistas (pero no) les interesaban las ciencias iluministas
de los grupos europeos y sí los fines políticos que en la mayor parte de las logias se
proclamaban, esos partidarios (los masones) se sumaron totalmente al grupo insurgente, a la
organización de Los Guadalupes y no representaron grupo aparte".
Esta característica de al masonería mexicana que algunos, al interior de las logias soslayan y aun
proscriben, es el verdadero espíritu nacional de la masonería desde su origen, la actuación en el terreno político
y no en el filosófico que se da en otros países.
El grupo de insurgentes encabezado por López Rayón era el más sólido y mejor organizado, por lo cual,
cuando Morelos, a la muerte de Hidalgo, tomó la dirección política del movimiento independentista, la
comunicación entre ambos se hizo más estrecha.
La denominación de Los Guadalupes tuvo un carácter sincrético, altamente aglutinante para los mexicanos,
sobre todo después de 300 años de dominio religioso que creó toda una cultura en derredor del mito
guadalupano.
Las firmas de las cartas y comunicados de esta agrupación, invariablemente señalaban los siguientes
elementos: Los Guadalupes, Número Doce, Serafina Rosier, que en sentido estricto encierran un carácter
político religioso, el día y el mes de la supuesta aparición guadalupana, las rosas que fueron en la tilma de Juan
Diego, el angelito que figura al pie de la imagen y la adopción de un título honorífico (años más tarde Iturbide y
Santa Anna crearon con reminiscencias similares, como máxima institución de honor, La Orden de Guadalupe).
La estructura de esta agrupación es difícil de establecer. Se supone que había una jefatura en la ciudad de
México ligada con grupos de patriotas de la periferia y con los jefes militares diseminados en el amplio territorio
ocupado por los insurgentes. No se sabe si existía un jefe supremo o si la responsabilidad, recaía en un cuerpo
colegiado. Se cree que existía una cabeza y varios subordinados por jerarquías, los cuales tenían una misión
específica que cumplir: proveer de recursos a los insurgentes, armas, municiones, vituallas, medicinas, dinero,
reclutar partidarios, obtener información confidencial de tipo militar, hacer propaganda de la insurgencia,
brindar auxilio de toda especie, mantener la cohesión de la agrupación, realizar las conexiones con los políticos
y militares insurgentes, coordinar y enviar mensajeros y correos y destacar espías y contraespías...
Queda claro, por principio lógico y de orden, que cada una de estas actividades debió estar confiada a una
persona y subordinados, quienes actuarían a través de severa disciplina y sigilo. La designación del Señor
Guadalupe número uno, número dos, número tres, posiblemente identifique a cada uno de los diversos
coordinadores. El nombre de Serafina Rosier, debió referirse a la organización en sí.
Los nombres conocidos de los Guadalupes es reducido, así tenía que ser. Solamente hubo un Guadalupe
que así lo señaló en uno de sus libros: Wenceslao Sánchez de la Barquera.
Esta agrupación hemos dicho que tuvo en su organización y forma de actuar, mucho de la Masonería y de
los Carbonari italianos.
Al desaparecer la organización de Los Guadalupes como tal, muchos de sus miembros se sumaron a o
agrupaciones y caudillos, pero todos, sin perder su esencia independentista, liberal, opuesta a cualquier forma de
opresión y pérdida de los objetivos y valores que llevaron a los mexicanos a la lucha por su independencia.
Es seguro que la experiencia acumulada les permitió actuar con espíritu nacionalista en los años,
posteriores a la consumación de la independencia.
La relación existente de algunos de los integrantes de Los Guadalupes se conformó con los nombres que,
en ocasiones, en el cuerpo de las cartas y comunicados, o al calce de ellas, se encontraban. Muchas personas
incluidas en ellas participaron posteriormente en la vida política del país, fueron miembros de diputaciones
provinciales, diputados por diferentes distritos, tomaron parte en la elaboración de las primeras constituciones de
los estados de la Federación a partir de 1824.
Algunas de las acciones sobresalientes de Los Guadalupes pueden atraparse en la siguiente síntesis: dotaron
a los insurgentes de una imprenta propia, enviaban a los insurrectos para mantenerlos al tanto de los
acontecimientos, los sueltos, periódicos y documentos como El Correo Americano del Sur, El Pensador
Mexicano, El Diario de México, Los Diarios de las Cortes, así como periódicos europeos, La Constitución de
Cádiz de 1812 y otros; brindaban asesoría jurídica y política con los letrados e intelectuales más destacados para
la elaboración de sus proclamas y proyectos de constituciones; exaltaban el espíritu independentista; propiciaban
por diversos medios la elección de patriotas y simpatizantes para los cargos de regidores, diputados provinciales
o diputados a Cortes, los cuales siempre fueron de franca tendencia autonomista.
Al respecto de lealtades y convicciones nacionalistas firmes en las conductas y actitudes, el canónigo
Beristáin a nombre del Clero y los Oidores escribió a las Cortes:
"Entre los americanos reina una especie de francmasonismo, digámoslo así, que los pone
a seguro de toda averiguación en tratándose de asuntos de infidencia. Todos están unidos,
caminan a un fin, obran por iguales principios y no se descubren jamás".
La muerte de Morelos representó el ocaso de la guerra insurgente, al desaparecer la cabeza y dispersarse los
jefes rebeldes; la labor de Los Guadalupes decayó.
Los señores Guadalupes tuvieron su ciclo de vida de 1811 a 1816.
Algunos de los personajes más notables fueron, además de Rayón a quien se considera el cerebro y creador
de la agrupación: Miguel Guridi y Alcocer, José María Fagoaga, José Antonio del Cristo y Conde, Bernardo
González Angulo (Diputados a Cortes), Jacobo de Villaurrutia, Don Carlos María de Bustamante, el Conde de
Xala, hijo de Don Pedro Romero de Terreros Conde de Regla, Leona Vicario, Josefa Ortiz de Domínguez, José
María Espinosa y otros.
Es importante señalar que el nombre de Los Guadalupes fue una denominación simbólica altamente
aglutinante, desde entonces se le consideraba madre de los mexicanos, patrona de las fuerzas insurgentes,
símbolo nacionalista. Los realistas trataron de contrarrestar el influjo guadalupano con otro emblema, otra
advocación, la de la Virgen María, los conquistadores aportaron la Virgen de los Remedios a la cual designaron
patrona de la Ciudad de México. Los realistas la armaron Mariscala y la enfrentaron a la de Guadalupe no sólo
en los campos de batalla, sino en los púlpitos y en la estrategia ideológica. Es un antecedente notable de la
evolución de nuestro nacionalismo.
A la desaparición de Los Guadalupes otras agrupaciones con diversas formas de organización, objetivos y
matices ocuparon su lugar, pero todas ellas, a partir de los principios básicos de la masonería. Algunas de ellas
fueron: Los Anfitriones, Los Caballeros Racionales, Los Novenarios y La Gran Legión del Aguila Negra, esta
última auspiciada por el Presidente Victoria, de un marcado nacionalismo y radicalismo, a sus miembros se les
llamó Guadalupanos y tuvieron una gran influencia en la tercera década del siglo XIX.
Lo anteriormente expuesto es una muestra de los múltiples caminos que México, en búsqueda de su
personalidad como pueblo y nación independiente recorrió con no pocos obstáculos.

BIBLIOGRAFIA

MATEOS, José Marta. Historia de la Masonería en México (desde 1806 hasta


1884), México, 1884.

DE LA TORRE VILLAR, Ernesto. Los Guadalupes y la Independencia,


Editorial Porrúa México, 1985

Enciclopedia de México (Tomo correspondiente letra M, tema Masonería).

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