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SIONISMO Y CAPITALISMO

Por Débora Cerio - Observatorio de Conflictos, Argentina

La eterna lucha entre palestinos e israelíes es un problema muy


complejo. Para comenzar a entender verdaderamente la crisis
actual, tenemos que ver hacia atrás, muy atrás en la historia, ya que
de una u otra forma, la zona de Israel / Palestina ha sido un territorio
peleado desde las primeras civilizaciones.

Desde finales del siglo XIX, en Europa, al calor de la ola de


nacionalismos, se articuló un movimiento singular que propugnaba
la creación de una entidad estatal para los judíos dispersos por el
mundo: El sionismo.

Tras la segunda Guerra Mundial y ante la inminente retirada


británica del territorio palestino, las Naciones Unidas propusieron, en
noviembre de 1947, la partición formal del territorio y la creación de
dos Estados, uno árabe palestino y otro judío. Poco a poco fue
creciendo una espiral de violencia entre árabes y judíos sionistas.

Los ataques terroristas a EU y la declaración del presidente Bush de su “Guerra Contra El


Terrorismo”, han servido de escudo y excusa para que Israel invada los territorios palestinos,
supuestamente “en defensa propia”, en busca de terroristas. Pero aun así, los ataques suicidas
palestinos y las incursiones militares israelíes han continuado.

Todo empezó con Abraham. "Deja tu tierra y tus parientes y la casa de tu padre, y ve a la
tierra que te mostraré", dice Yahvé a Abraham (Génesis 12,1). Acompañado por los suyos,
Abraham abandonó Ur, en Caldea, y emprendió camino hacia la tierra de Canaán, el futuro
Eretz-Israel, la tierra de Israel. Entonces Dios prometió a Abraham: "Daré esta tierra a tu
descendencia" (Génesis 12,7). Basándose en esta promesa divina, los extremistas judíos
reivindican Eretz-Israel, incluidas Judea y Samaria (nombres bíblicos de Cisjordania, territorio
árabe ocupado desde 1967). Pero Abraham tuvo dos hijos: primero, Ismael, nacido de Agar; y
después, Isaac, nacido de Sara. Según la tradición religiosa, los judíos son descendientes de
Isaac; los árabes, de Ismael. Los judíos se consideran los descendientes auténticos de
Abraham porque Sara era la esposa legítima del patriarca, mientras que Agar era la sierva
egipcia. Pero el pueblo árabe considera que Ismael era el primogénito, con lo que debería tener
prioridad sobre Isaac.

La ideología sionista
El contexto histórico del surgimiento del sionismo

Con el término "sionismo", derivado de la palabra Sión1[1], se define al movimiento nacionalista


judío surgido en Europa a finales del siglo XIX y cuya figura más representativa fue el periodista
de origen húngaro Theodor Herzl, en cuyo libro "El Estado Judío", publicado en 1896, se
recogen las ideas principales de este movimiento.

Como plantea Abraham León2[2], el telón de fondo de la irrupción del movimiento sionista fue la
rápida capitalización de la economía rusa después de la reforma de 1863, que volvió
insoportable la situación de las masas judías de las pequeñas ciudades. En Occidente, las
clases medias, trituradas por la concentración capitalista, comenzaron a volverse contra los
judíos cuya competencia agravaba su situación. La Organización Sionista3[3] surgía como el
programa de un sector de la gran burguesía judía, que terminaría siendo dominante dentro de
ella.
1[1]
Tzion, en hebreo, es el nombre de un monte en Jerusalén. En la Biblia, ese nombre era usado tanto para designar la
Tierra de Israel como "su capital nacional y espiritual", Jerusalén. A lo largo de toda la historia judía, Sión fue sinónimo
de Israel, y la expresión "retorno a Sión" la bandera del movimiento sionista.
2[2]
Abraham León CONCEPCIÓN MATERIALISTA DE LA CUESTIÓN JUDÍA, Ediciones El Yunque, Buenos Aires, 1975.
León es un militante marxista de origen judío que murió el campo de concentración nazi de Auswitchz en 1944.
3[3]
El Congreso de Fundación de la Organización Sionista se realizó en Basilea en 1897.

1
Para León el sionismo procura asentarse en una explicación religiosa para justificar su
existencia. Según la interpretación ad hoc del sionismo, en el año 70 de la era cristiana, los
judíos fueron expulsados de Jerusalén, que estaba siendo ocupada por los romanos. Esta
expatriación fue la famosa Diáspora, que dispersó a los judíos por los cuatro puntos cardinales;
los judíos habrían buscado por dos milenios el retorno a Eretz Israel, considerada en la Biblia la
patria de los judíos. Véase en las palabras del fundador del sionismo, Theodor Herzl:

“Nadie es lo bastante fuerte o lo bastante rico para transportar un pueblo de una


residencia a otra. Esto puede hacerlo solamente una idea. Parece que la idea de Estado
posee esa virtud. Los judíos no han cesado de soñar, a través de toda la noche de su
historia, este divino sueño: ‘¡El año que viene, en Jerusalén!’; son nuestras palabras
tradicionales. Ahora se trata de mostrar que el sueño puede transformarse en una idea
clara como el día.”4[4]

Sin embargo, el movimiento sionista es una reacción de la pequeña burguesía judía, que,
duramente golpeada por la creciente ola de antisemitismo, tuvo que desplazarse de un país a
otro para escapar de la persecución. Es que, tal como sostiene León la ideología sionista es,
como toda ideología, el reflejo desfigurado de los intereses de una clase. El sionismo es la
ideología de la pequeña burguesía judía, oprimida entre el feudalismo en ruinas y el capitalismo
en decadencia.

Siguiendo a León, el sionismo es producto de la última fase del capitalismo, del capitalismo que
comienza a descomponerse. Sin embargo, sostiene que su origen se remonta a un pasado
bimilenario. Y si bien el sionismo es esencialmente una reacción contra la crisis del judaísmo
generada por la combinación del desmoronamiento del feudalismo con la decadencia del
capitalismo, afirma ser una reacción contra la situación existente desde la caída de Jerusalén,
en el año 70 de la era cristiana.5[5]

Esa historia de los judíos, tal como es contada por los sionistas, trata de crear el telón de fondo
para justificar la ocupación de Palestina. Así, después de la violenta dispersión de los judíos por
obra de los romanos, los judíos no habrían podido asimilarse en las naciones a donde
emigraron. Imbuidos de su "cohesión nacional", "de un sentimiento ético superior" y de "una
indestructible creencia en un Dios único", habrían resistido a todas las tentativas de
asimilación6[6]. Esto no fue realmente así, ya que hubo a lo largo de esos dos mil años
innumerables casos de asimilación. Sin embargo, de acuerdo con la historia construida por los
sionistas, la única esperanza de los judíos durante esos días sombríos que duraron dos mil
años era retornar a la antigua patria.

En esta misma perspectiva, hay que decir que no se puede, como hacen los defensores del
sionismo, compararlo con los demás movimientos nacionales. El movimiento nacional de la
burguesía europea fue una consecuencia del desarrollo capitalista que reflejó la voluntad de
aquélla de crear las bases nacionales de la producción, de abolir los resquicios feudales. Pero
en el siglo XIX, época de florecimiento de los nacionalismos, la burguesía judía, lejos de ser
sionista, era profundamente asimilacionista. El proceso económico que hizo surgir las naciones
4[4]
Theodor Herzl “El Estado judío” en EL SIONISMO: CRÍTICA Y DEFENSA, Departamento Siglomundo (Compilador),
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968. Nótese también que está presente la idea del judío como “pueblo
elegido”, que habría soportado sinfín de pesares guiado por una “idea” (la del retorno a la Tierra Prometida). León refuta
esto partiendo de una interpretación materialista, utilizando el concepto de “pueblo-clase” para referirse a los judíos y
planteando que sólo el estudio de su función económica puede contribuir a esclarecer las causas del “milagro judío”. En
este sentido, tiene pertinencia poner de relieve que el autor demuestra la falsedad del postulado sionista de que la
dispersión data de la caída de Jerusalén, planteando que la razón esencial de la emigración judía, así como de su
carácter de pueblo comerciante, debe buscarse en las condiciones geográficas de Palestina. Véase CONCEPCIÓN
MATERIALISTA DE LA CUESTIÓN JUDÍA, Op. Cit.
5[5]
León, Op. Cit. Capítulo VII, págs. 157-166. Esto es así y puede constatarse en cualquier publicación sionista, por
ejemplo: “La aspiración por el retorno a su patria fue sentida por primera vez por los Judíos exilados en Babilonia hace
cerca de 2500 años -una esperanza que subsecuentemente se concretizó. ("Junto a los ríos de Babilonia nos
asentamos y lloramos, recordándonos de Tzion." Salmos 137:1). De esta forma, se puede decir que el sionismo político,
que se consolidó en el siglo XIX, no inventó ni el concepto ni la practica del retorno. Al contrario, él adaptó una idea muy
antigua y un movimiento constantemente activo a las necesidades y al espíritu de su tiempo.”
6[6]
En este sentido, León discute las interpretaciones idealistas de la historia del “pueblo” judío: mientras no hubo
intereses económico-sociales reales para el “retorno a Sión, ningún judío se planteó la tarea de volver a la “patria
histórica”, como si ocurrió con el sionismo a partir de finales del siglo XIX.

2
modernas creaba las bases para la integración de la burguesía judía en la nación burguesa.
Sólo cuando el proceso de formación de las naciones culminó, cuando las fuerzas productivas
dejaron de crecer, constreñidas por las fronteras nacionales, comenzó el proceso de expulsión
de los judíos de la sociedad capitalista y el moderno antisemitismo. La eliminación del judaísmo
acompaña la decadencia del capitalismo. Lejos de ser un producto del desarrollo de las fuerzas
productivas, el sionismo es justamente la consecuencia de la total parálisis de ese desarrollo, de
la petrificación del capitalismo. Así, mientras el movimiento nacional es un producto del período
ascendente del capitalismo, el sionismo es fruto de la era imperialista. La tragedia judía del siglo
XX es una consecuencia directa de la decadencia del capitalismo.7[7]

Justamente ahí está el principal obstáculo para la realización del sionismo, la llave para
comprender la crisis que se vive en Palestina desde la fundación del Estado de Israel. La
decadencia capitalista, base del crecimiento del sionismo, es también la causa de la
imposibilidad de su realización. La burguesía judía se vio obligada a crear un Estado nacional y
asegurar las condiciones para el desarrollo de sus fuerzas productivas justamente en la época
en que las condiciones para eso desaparecieron hace mucho tiempo. La decadencia del
capitalismo, si por un lado colocó de forma tan aguda la cuestión judía, por otro vuelve
imposible su solución por la vía sionista.8[8]

Eso marca como un hierro candente el carácter de clase del movimiento sionista. Es cierto que
los pioneros de la colonización de Palestina eran artesanos, pequeños comerciantes pobres,
personas sin grandes posesiones y que ni Rotschild ni la gran burguesía judía enviaron a sus
hombres a colonizar la tierra en Palestina. Esto fue la base de los intentos de crear una imagen
"plebeya" y hasta "obrera" y "socialista" del sionismo.9[9] Pero el sionismo –y no hace falta decirlo
después de la ocupación colonial y la limpieza étnica- no es socialista y lejos está de serlo. El
sionismo es el movimiento de una burguesía que buscaba “librarse” de los judíos europeos para
calmar la furia antisemita y frenar su creciente participación en los partidos de izquierda. Para
establecerse necesitaría el apoyo del imperialismo que lo colocaría como su gendarme en
Medio Oriente.

Los pilares ideológicos del sionismo

El fundador del sionismo fue Theodor Herzl. Él definió a la cuestión judía como una cuestión
nacional, cuya resolución implicaría convertirla en un problema de política internacional. Dado
que los judíos serían un pueblo y sus intentos de asimilación en los países por donde se
diseminaron tras la “diáspora” habrían sido vanos, de lo que se trata es de separarlos de los
“no-judíos” y darles un “hogar nacional” (Palestina o Eretz Israel, la tierra que les pertenecería
por “derecho bíblico”) donde pudieran resguardarse del antisemitismo, según ellos, inherente al
género humano. En sus propias palabras:

"la solución de la cuestión judía no consistía en luchar para acabar con el antisemitismo y
conseguir la total igualdad de los judíos en los países donde vivían, sino en separar a los
judíos de los que no lo eran..."10[10]

Como se ve, el sionismo se basa en algunos postulados que lo convierten en una ideología
profundamente racista.

Por un lado, considera que los judíos son un pueblo y no una comunidad religiosa, que
Palestina fue y sigue siendo la tierra del pueblo judío, y que el antisemitismo y la persecución
son un peligro latente para éste.

7[7]
León, Op. Cit.
8[8]
En palabras del autor "El sionismo quiere resolver la cuestión judía sin destruir el capitalismo, principal fuente de los
sufrimientos de los judíos". León, Op. Cit.
9[9]
Sus defensores, principalmente los que se dicen de izquierda, aceptan la idea de que el movimiento sionista no era
un factor progresivo en la política europea, pero argumentan que eso era secundario frente a un hecho esencial: el
sionismo sería el movimiento de liberación nacional del pueblo judío. Y del "pueblo más pobre", de ahí que fuera una
"causa justa". Cecilia Toledo, “Israel: Cinco décadas de pillaje y limpieza étnica” en Marxismo Vivo Nº 3. Aparecido en
www.eurosur.org/rebelion/palestina.htm el 9 de octubre de 2001.
10[10]
Herzl Diarios. Citado en Salahj Eddin “El sionismo: fascismo teocrático”. Aparecido en la página web citada en la
nota 9, el 8 de octubre de 2001.

3
Para los sionistas, Israel es la tierra del pueblo judío11[11] y se define como "estado judío", es
decir, que no se concibe como el país de los israelíes sino de los judíos. Esta definición implica
que Israel pertenece a aquellas personas consideradas como judías, independientemente del
país que habiten, y no a aquellas comunidades no-judías residentes. Esto se traduce en que un
judío de cualquier parte del mundo tiene más derechos que la población árabe que permaneció
tras la ocupación israelí, pese a vivir en estas tierras durante muchas generaciones.

De hecho, en 1950 fue sancionada la Ley del Retorno, por la que todo judío tiene derecho a
asentarse en Israel. En 1952 se sancionó también la Ley de la Nacionalidad, por la que se
confiere automáticamente la ciudadanía a aquellos llegados bajo la Ley del Retorno.
Evidentemente, esto no es aplicable a los no-judíos. Así, los millones de refugiados palestinos,
consecuencia de las expulsiones practicadas sistemáticamente por los gobiernos israelíes a lo
largo de sus cincuenta y tres años de historia, no tienen reconocido por parte de Israel el
derecho a volver a sus casas y a recuperar sus propiedades. El argumento oficial esgrimido por
Israel para vetar el derecho de retorno a los refugiados es el de que esto haría peligrar el
carácter judío del estado y, en consecuencia, de su propia existencia.

Puesto que, como sostiene Moses Hess, considerado el padre espiritual del Sionismo en 1882:

"los judíos hemos permanecido como extraños en todas las naciones"12[12]

El Estado de Israel, sería el “hogar nacional” para todos los judíos del mundo, perseguidos por
el antisemitismo, característica biológica del género humano. León Pinsker elegido presidente
de la Primera Conferencia Sionista, celebrada en Katowice en 1884, planteó esto en su libro
"Auto-emancipación":

"el odio a los judíos es una variante de la demonología, con la diferencia de que no es
algo peculiar de ciertas razas (...), sino que constituye un fenómeno común a la
totalidad del género humano (...) tiene carácter hereditario y como enfermedad
transmitida durante dos mil años es incurable".13[13]

Teniendo en cuenta las declaraciones de estos sionistas, podría pensarse que el movimiento
tuvo un rol destacado contra el antisemitismo, que se supone fue una de las causas del
establecimiento del Estado de Israel. Pues bien, no sólo no entablaron un combate a muerte
contra el genocidio sino que, con la excusa de que eso exacerbaría a los nazis, las principales
organizaciones judías y sus dirigentes se opusieron a toda acción enérgica contra el
antisemitismo nazi en Alemania. Esto puede verse en palabras de un sionista honesto, algo que
no puede encontrarse fácilmente:

"(...) nos quejamos hoy de que el mundo no judío no actuara eficaz, moral y políticamente
contra el nazismo (...) no menos justificada está la acusación contra nuestro propio
pueblo (...) no existen excusas para nuestra generación, ni para la mayoría de sus
dirigentes. Somos una generación condenada a ser testigos de la destrucción de una
tercera parte de nuestro pueblo, y culpable de haber aceptado la misma sin una
resistencia digna de ese nombre"14[14]

Adolf Eichmann encargado personalmente por Hitler de aplicar la "solución final" a los judíos,
más tarde secuestrado, juzgado, y ejecutado por el Estado sionista, dejó escrito que:

"(...) Este Dr. Kastner era un hombre joven, (...) un abogado frío y un sionista fanático.
Estuvo de acuerdo en colaborar a que los judíos no se opusieran a la deportación e
incluso a que se mantuviera el orden en los campos de exterminio, si yo hacía la vista

11[11]
Sobre las justificaciones bíblicas e “históricas” de esta pretensión, véase más adelante.
12[12]
En su libro "Rome and Jerusalem". Citado en Eddin, Op. Cit. Como sostiene este autor, esto es lo mismo que dicen
los verdugos antisemitas pero con distintas palabras: "que los judíos son inherentemente distintos a las demás
personas".
13[13]
Citado en Eddin Op. Cit. Es de hacer notar que los judíos ni siquiera mencionan que las árabes son etnias que
también provienen del tronco semita.
14[14]
The Autobiography of Nahum Goldmann. Citado en Eddin, Op. Cit.

4
gorda y permitía a unos cientos, o a unos miles de jóvenes judíos emigrar ilegalmente a
Palestina (...) Fue un buen negocio."15[15]

El segundo postulado del sionismo es que la tierra de Eretz Israel (Palestina), que el Mesías le
habría prometido al pueblo judío según la Biblia, estaba “vacía”.

Se dice que, en aquellos tiempos, el territorio estaba mayoritariamente poblado por tribus
nómadas beduinas que se desplazaban permanentemente. De hecho, el eslogan del sionismo
era "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra"16[16]. La realidad ha demostrado la falsedad
del argumento, ya que existen testimonios de la existencia de poblaciones palestinas a lo largo
del territorio. Pese a ello, el sionismo se ha empeñado en intentar borrar las huellas que
mostrarían el carácter árabe de estas tierras, bien a través de la redenominación en hebreo de
antiguas poblaciones palestinas o con el arrasamiento y desaparición de pueblos y aldeas
(530). Muchas de estas familias palestinas conservan todavía las llaves de sus casas, ahora
destruidas u ocupadas por inquilinos judíos, como el argumento más rotundo para desmontar la
propaganda sionista.

En este mismo sentido, los sionistas se han empeñado en negarles identidad nacional a los
palestinos que ellos vinieron a desalojar.17[17] El tercer tópico se refiere, entonces, a la negación
de una identidad palestina, diluyéndola en una entidad superior y más general, la de árabes18[18].
Por tanto, según su razonamiento, en tanto árabes, debieran ser acogidos en los países vecinos
-también árabes- y dejar al pueblo judío fundar su estado en “Eretz Israel”. La identidad nacional
palestina estaba en proceso de formación desde el final de la I Guerra Mundial, como ocurría
con el resto de países árabes de la zona (Egipto, Líbano, Siria, Irak y Jordania). Pero mientras
que en esos países, bajo dominación colonial europea, se permitió un estado central fuerte con
un control por parte de la población local -aunque fuera sólo nominal y tuviera un fuerte rechazo
entre la población-, en el caso de Palestina, el poder estaba directamente en manos de los
británicos19[19]. Todo ello dificultó esta formación de la conciencia nacional, pero no significa que
no la hubiera, y no sólo como respuesta al sionismo. El argumento simplista de considerar a
estas personas meramente árabes implica negar la identidad nacional palestina e,
implícitamente, la de los países vecinos, al considerar sólo la cualidad de árabes. Por otra parte,
su expulsión a países vecinos, en vez de propiciar su integración social, económica y política en
las culturas receptoras, ha reforzado el sentimiento de identidad entre los palestinos de la
Diáspora.

La justificación sionista de la ocupación de Palestina


Palestina en la antigüedad

Desde el siglo XV al XIX, Palestina estuvo bajo la dominación otomana. Sin embargo, fue un
territorio poseído por numerosas potencias de la antigüedad.

Cuatro mil años antes de Cristo, los cananeos, un pueblo semita procedente del interior de la
Península Arábiga, se instalaron en las tierras desde entonces conocidas como Canaán y que
más tarde serían Palestina. Los jebuseos, una de las tribus cananeas, levantaron un poblado al
que llamaron Urusalim (Jerusalén), o sea "ciudad de la paz".

15[15]
"Eichmann´s Own Story" publicada por la revista Life. Citado en Eddin Op. Cit.
16[16]
“En el tiempo doble de sin favor, la providencia divina guardó el país sin hombres y sin animales, hasta el tiempo
que Dios decide a dar el favor a Sion (Isaías 40:1-2; Salmos 102:13).” “El Torá y el país” artículo aparecido en
www.bible411.com.
17[17]
“Los refugiados árabes en Israel comenzaron a identificarse como parte de un pueblo palestino en 1921, 30 años
después que llegaran a Israel 85.000 judíos.” Ídem anterior.
18[18]
Como si no hubiera judíos árabes, los sionistas hacen del conflicto un problema entre judíos y no judíos. En este
sentido, son interesantes las observaciones que el grupo Judíos por la Justicia en el oriente Próximo hacen en su
artículo “El origen del conflicto palestino israelí”. Aparecido originalmente en Z-net en español y en el web citado en la
nota 9, el 9 de mayo de 2001. "[Durante la Edad Media] África del Norte y el Oriente Próximo árabe fueron sitios de
asilo y refugio para los judíos de España y otras partes. En Tierra Santa... vivieron juntos en [relativa] armonía, una
armonía que sólo se deterioró cuando los sionistas comenzaron a reivindicar que Palestina era la posesión 'justa' del
'pueblo judío' excluyendo a sus habitantes musulmanes y cristianos." Citado por Sami Hadawi, en "Cosecha Amarga".
19[19]
Ver más adelante, el proceso por el cual se llegó a la “declaración de independencia” del Estado de Israel.

5
Los faraones egipcios ocuparon parte de Canaán en el 3200 a. C. y construyeron fortalezas
para proteger sus rutas comerciales, pero el país conservó su autonomía. Hacia el año 2000 a.
C. pasó por Palestina, en su ruta al sur, otro pueblo semita nómada, el de los hebreos,
conducido por Abraham. Siete siglos más tarde volvieron, procedentes de Egipto, doce tribus
hebreas al mando de Moisés. Se trabaron violentos combates por la posesión de la tierra. Sólo
cuatro siglos después consiguió David derrotar a los jebuseos y unificar el reino judío. Pero tras
la muerte de su hijo, Salomón, los hebreos se dividieron en dos reinos -Israel y Judea- que más
tarde cayeron en manos de los asirios (721 a.C.) y los caldeos (587 a. C.) respectivamente. En
esta última fecha Nabucodonosor destruyó Jerusalén y llevó a los judíos en cautiverio a
Babilonia.

En el 332 a. C Palestina fue conquistada por Alejandro Magno. Tras la muerte de éste, retornó
al imperio egipcio de los Ptolomeos. Más tarde fue dominada por los Seléucidas de Siria. Una
rebelión encabezada por Judas Macabeo restableció el Estado judío en el año 67 a. C., pero
éste pronto fue sometido a vasallaje por el entonces invencible Imperio Romano, que tomó
Jerusalén a sangre y fuego, en el año 63 a. C. Los romanos reprimieron severamente la
resistencia de los macabeos, zelotas y otras tribus judías. Como parte de esa represión fueron
crucificados miles de rebeldes, entre ellos Jesús de Nazareth, alrededor del año 30 d. C.; fue
demolido el Templo de Salomón, en el 70 d. C., y los judíos fueron expulsados de Jerusalén, en
el año 135 d. C.

Los romanos dieron a Palestina su actual denominación. La dominación de Roma y, luego, la


del Imperio Bizantino -o Romano de Oriente- se extendió hasta el año 611, cuando la provincia
fue invadida por los persas. Los árabes, un pueblo semita procedente del interior de la
península, conquistaron Palestina en el año 634. La fe islámica y el idioma árabe unificaron a
los pueblos semitas, con excepción de los judíos. Con breves intervalos de dominación parcial
de los cruzados cristianos y los mongoles -en los siglos XI, XII y XIII- Palestina tuvo
gobiernos árabes durante casi un milenio e islámicos durante un milenio y medio.

Los habitantes de Palestina

Antes de que los hebreos migraran por primera vez a la región, cerca de 1800 a. C, el país de
Canaán estaba ocupado por los cananeos: entre 3000 y 1100 a. C., la civilización cananea ya
cubría lo que es hoy Israel, Cisjordania, Líbano y gran parte de Siria y Jordania. Los que
permanecieron en los cerros de Jerusalén después de que los romanos expulsaron a los judíos
en el segundo siglo d. C. eran diferentes pueblos que formaban parte de la rama cananea. Los
invasores árabes del siglo VII convirtieron a los nativos al Islam, se establecieron
permanentemente, y se casaron con ellos, siendo el resultado una arabización tan completa de
toda la población que no se puede determinar dónde terminan los cananeos y dónde comienzan
los árabes.20[20]

La amplia mayoría de la población de Palestina al momento de la creación del estado de Israel


era, por tanto, árabe, por lo menos desde el siglo VII d. C. Así, en 1948 –aun antes de la
creación del Estado de Israel-, setecientos mil árabes fueron expulsados o debieron huir de los
territorios en los que sus antepasados habían vivido por más de 1200 años para que éstos
fueran ocupados por cientos de miles de judíos europeos.

Los “derechos de propiedad” de los judíos sobre Palestina

Para el sionismo, la justificación para reivindicar la legitimidad de la instalación del Estado de


Israel en territorio palestino, se halla en la “Biblia y la historia”. Se basa fundamentalmente en la
consideración de Palestina como su “patria histórica” fundada en la “promesa” del Mesías al
pueblo judío21[21]. Por supuesto que históricamente, esta pretensión es infundada: los reinos
20[20]
Illene Beatty, ÁRABES Y JUDÍOS EN EL PAÍS DE CANAÁN. Citado en: Judíos por la Justicia en el Oriente
Próximo, Op. Cit.
21[21]
En el artículo titulado “El Torá y el país” aparecen las afirmaciones bíblicas: “Porque he aquí que vienen días, dice
Jehová, en que haré volver a los cautivos de mi pueblo Israel y Juda, ha dicho Jehová, y los traeré a la tierra que di a
sus padres y la disfrutarán" (Jeremías 30:3). Aparecido en el sitio citado en la nota 16. Para el sionismo: “Israel con su
capital Jerusalem, se convirtió en nación [sic] en el año 1312 antes de la era común, dos mil años antes del surgimiento
del Islam (...) Desde la conquista del territorio por parte de los judíos en 1272, antes de la era común, los judíos han
tenido dominio sobre la tierra por mil años con una presencia continuada durante los 3300 últimos años.” Aparecido en

6
judíos de David y Salomón, duraron setenta y tres años e incluso si se considera como
independiente la entera historia de los antiguos reinos judíos, desde la conquista de Canaán por
David en 1000 a. C. hasta la erradicación de Judea en 586 a. C, llegamos a un régimen judío de
sólo 414 años.22[22] Los reinos judíos no fueron más que uno de los muchos períodos en la
historia de la antigua Palestina.23[23]

La ocupación: génesis y desarrollo


Del Imperio Otomano a la Primera Guerra Mundial

El imperio otomano mantuvo su hegemonía sobre Palestina hasta la Primera Guerra Mundial.
Durante el conflicto, Londres prometió al jerife Hussein la independencia de las tierras árabes a
cambio de su colaboración en la lucha antiturca. Al mismo tiempo, el ministro de Relaciones
Exteriores británico Lord Balfour prometía en 1917 al movimiento sionista el establecimiento de
un "hogar nacional judío" en Palestina. El “derecho” de Inglaterra sobre Palestina provenía de
su derrota militar sobre los turcos en alianza con los árabes.

Tras la Primera Guerra Mundial, llegó el reparto de los territorios que estaban en manos
turcas.24[24] Para ello Inglaterra se sirvió del movimiento nacional árabe que había comenzado a
despertar. Y, por otro lado, firmó con Francia el acuerdo de Sikes-Picot, que le daría a Palestina
por su condición de puente intercontinental, el carácter de zona internacional, además de la
“Declaración Balfour” (2 de noviembre 1917), que fue considerada como la "alianza de boda"
entre el sionismo y el imperialismo inglés.25[25] Los británicos vieron en la colonización de
Palestina por parte de judíos europeos la posibilidad de disponer de un enclave estratégico que
les permitiera, por un lado, controlar el Canal de Suez, y facilitar así su comercio con la India, y
por el otro, el acceso al petróleo iraquí.

Así comenzaba la segunda etapa del sionismo, que culminaría con la creación del Estado de
Israel. Además de dar a los ingleses un valioso auxilio para establecer un futuro protectorado en
Palestina, la “Declaración Balfour” colocaba en manos inglesas un arma poderosa para liquidar
el movimiento nacional árabe y fortalecer la política de guerra del imperialismo británico y su
lucha contra la Revolución Rusa.

Así, Israel comenzaba a nacer por medio de una declaración unilateral de una gran potencia
imperialista, declaración que imponía el destino de una región de Asia que jamás había
pertenecido a Inglaterra, que daba de regalo a Lord Rothschild el territorio de una nación ajena
y que no tenía en cuenta los deseos del pueblo palestino, que era 93% árabe en 1917. Esas

www.geocities.com/yargg/news, sitio web dedicado a difundir "los reales hechos del conflicto árabe (palestino) israelí"
según la visión sionista.
22[22]
Beatty, Op. Cit.
23[23]
Como plantea Walsh, con el mismo criterio, muchos países deberían reivindicar un “derecho” similar sobre
Palestina: “El Sha de irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión persa del siglo VI antes de Cristo, la
Junta Militar Griega podría recordar que Alejandro ocupó Palestina el año 331, Paulo VI acordarse de que en el año
1099 los cruzados católicos fundaron el reino de Jerusalén. Los propios historiadores árabes han señalado
burlonamente que los caananitas que ocuparon Palestina antes que los hebreos venían de la Península arábiga y eran,
en consecuencia, ‘árabes’ ” Rodolfo Walsh “La Revolución palestina” Publicado en el diario Noticias, Bs. As., 1973. Y,
por otra parte, los sionistas no abogan por un igual retroceso de la historia en todo el mundo, no buscan, por ejemplo, la
restauración del Imperio Romano.
24[24]
Es que las dos guerras mundiales fueron, esencialmente, guerras imperialistas, de reparto del mundo entre un
puñado de potencias. Como definió el marxismo clásico: “Imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo
en que se establece la dominación de los monopolios y el capital financiero; en que ha adquirido señalada importancia
la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts internacionales; en que ha culminado
el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias capitalistas.” Vladimir Lenin EL
IMPERIALISMO, ETAPA SUPERIOR DEL CAPITALISMO, Editorial Polémica, Buenos Aires, 1974. Capítulo VII, pág.
110.
25[25]
Dice la carta que Balfour le envía a Rotschild
“Es con gran placer que envío a Vuestra Señoría, en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de
simpatía con las aspiraciones judío-sionistas, que fue sometida y aprobada por el ministerio.
El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el Pueblo
Judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar la realización de este objetivo, quedando claramente entendido que
nada debe ser hecho que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en
Palestina, o los derechos y status político disfrutados por los Judíos en cualquier otro país."
Quedaría agradecido si Vuestra Señoría llevase esta Declaración al conocimiento de la Federación Sionista.
Sinceramente,
Arthur James Balfour

7
personas eran reducidas a la condición de no-judíos, confinadas en un "hogar nacional judío", o
sea, tratados como extranjeros en su propia tierra.26[26]

El período del mandato y la fase preestatal del sionismo

En el final de la Primera Guerra Mundial, los Aliados crearon la Sociedad de Naciones,


antecesora de la actual Organización de las Naciones Unidas, que otorgó a Inglaterra el
mandato sobre Palestina en 1922. Frente al conflicto generado por el notable aumento de la
población judía en Palestina, producto de la inmigración masiva, los británicos propusieron
dividir Palestina en dos estados: uno judío y otro árabe, y dejar bajo administración inglesa el
corredor Jerusalén-Jaffa (Tel Aviv)27[27]. Los árabes rechazaron la partición e iniciaron una
rebelión que sólo terminó en 1939, cuando Londres abandonó la idea y limitó la inmigración.28[28]

Es que en aquellos tiempos las cosas no transcurrían muy tranquilas para el imperialismo.
Había surgido, por primera vez en la historia, un Estado Obrero, la URSS, que se oponía a la
expansión colonialista y en todo el mundo colonial se iniciaba una gran oleada de luchas
antiimperialistas.

Dentro del mundo árabe, el Oriente Medio concentró las luchas más importantes contra el
imperialismo inglés y el francés. Palestina fue el eje de esa lucha, especialmente durante la
insurrección de 1936-39, que comenzó con una huelga general que duró seis meses y, para ser
sofocada, exigió la mitad de los efectivos de todo el ejército británico, uno de los más poderosos
del mundo en ese momento. Centenares y centenares de palestinos fueron muertos, detenidos
y condenados a trabajos forzados o a largas penas de prisión. En 1939, el pueblo palestino
estaba derrotado. Esa es la clave para entender la relativa facilidad con que en 1947-48 se
instaló en Palestina el Estado de Israel.

En este período previo a la “declaración de independencia” del Estado de Israel, los inmigrantes
judíos comenzaron a apropiarse de las condiciones materiales necesarias para su fundación,
dado que existía para éstos el “obstáculo” de que Palestina estaba ya habitada. Así, la
ocupación se dio sobre la base de tres pilares del movimiento sionista: kibush hakarka
(conquista de la tierra), kibush haavoda (conquista del trabajo) y t'ozteret haaretz (producto
de la tierra). Explica Jon Rothschild:

"Detrás de esas sonoras palabras había una dura realidad. Conquista de la tierra
significaba que toda la tierra posible fuese adquirida (legalmente o no) de los árabes, y
que ninguna tierra de judíos fuese vendida o de alguna manera retornase a los árabes.
Conquista del trabajo significaba que en las fábricas y tierras de judíos se daba
preferencia a los trabajadores judíos. El trabajador árabe era boicoteado. De hecho, el
Histadrut, que hoy es la Central Obrera de Israel, fue creada para imponer el boicot a los
trabajadores árabes. Producto de la tierra significaba practicar el boicot a la producción
árabe por parte de los colonizadores judíos, y mantener solamente la compra de
productos de las tierras o negocios judíos." 29[29]

La compra y colonización del suelo eran, entonces desde un principio, las condiciones para la
creación del Estado de Israel. Por un lado, había que impedir que ese suelo pudiera ser
comprado nuevamente por árabes. La organización sionista para la compra de tierras, el Keren
Kayemeth Leisrael (KKL) prohibió expresamente a los judíos enajenar el suelo adquirido:
desde el momento de su adquisición, sería propiedad nacional. Todavía hoy siguen vigentes
leyes que prohiben la enajenación, transferencia o labranza por no judíos de las tierras que
jurídicamente pertenecen al KKL o son “tierras estatales”. Por otra parte, era necesario vincular
al suelo colonos judíos. Oppenheimer, sociólogo y economista sionista, propuso garantizar la
26[26]
El censo de 1922, realizado por el Mandato Británico dio como resultado la existencia de 757.182 habitantes, de los
cuales sólo 83.794 eran judíos. Datos aparecidos en Walsh, Op. Cit.
27[27]
Plan de partición ideado por la Comisión Peel.
28[28]
Dice Townshend que “Muchos observadores no militares pensaban que en gran medida la rebelión se extinguió a
causa de las concesiones políticas realizadas en el Libro Blanco de 1939, que puso límites a la inmigración judía en
Palestina.” Charles Townshend “La primera Intifada. Rebelión en Palestina. 1936-39”, Revista Debats, Nº 33, septiembre
de 1990.
29[29]
Jon Rothscild, "How the Arabs Were Driven Out of Palestine", en Revista de América Nº 12. Citado en Toledo, Op.
Cit.

8
colonización con campesinos que trabajasen ellos mismos la tierra y el derecho estatal de
propiedad ya que una actividad agraria que atara a los hombres a la tierra asegurándoles el
sustento constituiría un verdadero lazo. Dado que el incentivo económico del beneficio y la
rentabilidad de la producción mueve cada vez más a emplear una fuerza de trabajo barata,
constituida en Palestina por el trabajo asalariado árabe, la consecuencia de una explotación
orientada abiertamente al beneficio habría sido que los árabes, privados de sus tierras por la
ocupación judía, habrían vuelto como jornaleros y deshecho la pretendida estructura
homogénea de la población judía en la correspondiente zona de colonización. Por eso, la
colonización agraria debía, necesariamente, excluir el trabajo asalariado. El departamento de
colonización de la organización sionista determinó que se prohibiera por principio el trabajo
asalariado en las tierras del KKL. Más tarde, en Israel, esta condición para el cultivo de las
tierras del KKL y del “suelo estatal” se convirtió en norma casi constitucional, aunque ella se
rompe frecuentemente por la presión económica en orden a la obtención de beneficios. El
trabajo personal, permitió así a los colonos organizarse eficazmente en formas colectivas
(kibutzim y moshavim), que tienen un gran sentido político de posesión de la tierra, no por las
ideas “socialistas” (el término más adecuado sería colectivismo porque poco tiene que ver el
estado de Israel con el socialismo) de algunos de sus miembros sino por su utilidad en relación
con el despojo de tierras a los palestinos a manos de la inmigración judía organizada.30[30]

Esa política de ocupación -de la cual los sionistas hacían propaganda diciendo que era una
política "socialista", que pretendía ayudar a los trabajadores y pobres judíos- significó la
desgracia para el pueblo palestino, porque fue impuesta sobre la tierra que ellos ocupaban. A
pesar de ser minoría al inicio, los sionistas tenían un poder económico mucho mayor que los
árabes, además de contar con el apoyo del imperialismo.

Esto les dio fuerza para caer en forma arrasadora sobre el pueblo árabe de Palestina, que
quedó reducido a trabajadores desocupados y campesinos sin tierra. Los árabes eran
expulsados o boicoteados en las empresas de propiedad sionista o de capital extranjero
(concesiones), que generalmente eran administradas por gerentes sionistas. Cerca del 53% de
las empresas eran concesiones y el 40% de propiedad sionista, mientras que apenas el 6% era
de propietarios árabes31[31]. Así quedaba para los trabajadores árabes un mercado de trabajo
muy reducido.

Otro tanto ocurría con el producto de la tierra, una política que significaba el boicot a la fuerza
de todo producto árabe. Esta represión era practicada por bandas armadas del Histadrut y no se
libraban de ella ni los mismos judíos que osasen adquirir algún alimento producido por manos
árabes.

Alejados de la tierra, del trabajo y de la posibilidad de comercializar sus productos, los


palestinos se volvieron una masa marginada y lista para ser expulsada de sus tierras. La
resistencia palestina, en forma de guerrilla, fue prácticamente aplastada en 1939 por el Ejército
Británico y el Haganá, el ejército extra-oficial formado por el sionismo, en un ataque conjunto
para mostrar "quien manda en Palestina".

La Segunda Guerra Mundial y la nueva “potencia protectora” de los sionistas

En esa época, se iniciaba la Segunda Guerra Mundial y los sionistas estaban preocupados por
el destino de Inglaterra -su imperialismo protector- ante un nuevo reparto del mundo en zonas
de influencia ya que querían garantizar para Palestina la protección imperialista. Todo indicaba
que los Estados Unidos de América serían a partir de entonces el gran señor del mundo. La
supuesta lucha antiimperialista de que alardeaba el sionismo era, simplemente, el deseo de
pasar de un socio menos fuerte a otro más poderoso. Eso fue expresado con claridad por Ben
Gurion:

"Nuestra mayor preocupación era la suerte que estaría reservada a Palestina después de
la guerra. Ya estaba claro que los ingleses no conservarían su Mandato. Si se tenía todas
las razones para creer que Hitler sería vencido, era evidente que la Gran Bretaña, incluso
30[30]
Dan Diner “Israel: el problema del Estado nacional y el conflicto del Oriente Próximo” en Benz y Grant
PROBLEMAS MUNDIALES ENTRE LOS DOS BLOQUES DE PODER, Siglo XXI, México, 1985, págs. 146-149.
31[31]
Los datos son de 1939. Citados en Toledo, Op. Cit.

9
victoriosa, saldría muy debilitada del conflicto. Por eso, yo no tenía duda de que el centro
de gravedad de nuestras fuerzas debería pasar del Reino Unido a América del Norte, que
estaba en vías de asumir el primer lugar en el mundo".32[32]

Bajo la órbita norteamericana, el sionismo comenzó a dar grandes pasos en dirección a la


creación del Estado de Israel. Al final de la guerra, las grandes potencias, a través de la ONU,
no solo hicieron la vista gorda a la ocupación y masacre del pueblo palestino, sino que dieron el
status legal a la situación colonial creada durante la dominación británica. Sobre la base de la
propuesta de división de Palestina hecha durante el Mandato inglés y que encendió la revuelta
en todo el mundo árabe, el 29 de noviembre de 1947 se votó en la recién creada Organización
de las Naciones Unidas la división del país en dos Estados: uno sionista y otro árabe. La
resolución 181 fue aprobada con 33 votos a favor33[33], 13 en contra34[34] y 10 abstenciones35[35].
En la votación, los EE.UU. presionaron hasta el límite a “dóciles” gobiernos asiáticos y
latinoamericanos, llegando incluso a comprar votos.36[36] Sin consulta alguna al pueblo palestino
y con el aval de la burocracia soviética, que envió armas y aviones para ayudar al imperialismo
a masacrar a los árabes, Palestina era objeto de un “reparto”.

Limpieza étnica y guerra expansionista, condiciones inherentes al establecimiento de un


Estado Judío

Así, Israel se proclamó unilateralmente país independiente luego de ser ahogada en un baño de
sangre la resistencia palestina. Los ejércitos de los países árabes vecinos (Egipto, Irak, Líbano,
Siria y Jordania) atacaron de inmediato, pero fueron incapaces de impedir la consolidación del
estado sionista.

Esto fue por desigualdad en cuanto al poderío militar pero también por las limitaciones políticas
de estos regímenes. Sólo la Haganah, la organización semiclandestina fundada por la Agencia
Judía para “colonizar mediante las armas”, sin contar las otras organizaciones terroristas judías,
superaba ampliamente las fuerzas de los países árabes que entraron en la guerra de 1948 (la
llamada “Guerra de Independencia”). Esta organización tenía en 1946 65.000 hombres y en
1948, 90.000. Un año antes de la guerra contaba con 10.000 fusiles, 1900 metralletas, 600
ametralladoras y 768 morteros y en los meses anteriores a la Partición ese armamento se
multiplicó. Mientras tanto el total de las fuerzas árabes puede estimarse en 21.000 hombres mal
equipados: en Egipto reinaba el corrompido rey Faruk, cuyo primer ministro Nokrashy no tenía
el menor interés en mandar hombres a Palestina, desafiando a los ingleses que aun ocupaban
el canal de Suez, en Irak gobernaba un títere de los ingleses, Nuri as Said, Siria acababa de
independizarse de los franceses y su ejército no superaba los 3.000 hombres, el “ejército”
libanés tenía apenas 1.000 reclutas, la Legión Árabe, la única fuerza de alguna importancia
militar, reunía 4.000 hombres adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. Pero el Foreign
Office llegó a un acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió a la Legión violar la frontera
israelí.37[37]

Así, no sólo no impidieron la fundación del Estado de Israel sino que éste emergió de la guerra,
en 1949, con un territorio mayor que el que proponían las Naciones Unidas. Más de la mitad de
los palestinos habían abandonado sus hogares –expulsados o corridos por la brutal
represión-. La mayoría de ellos vivían como refugiados en Cisjordania, territorio que fue
anexado por el reino hachemita de Transjordania, y en la Franja de Gaza, que pasó a ser
administrada por Egipto.

32[32]
Citado en Toledo, Op. Cit.
33[33]
Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil, República Socialista Soviética de Bielorusia, Canadá, Costa Rica,
Checoslovaquia, Dinamarca, República Dominicana, Ecuador, Francia, Guatemala, Haití, Islandia, Liberia, Luxemburgo,
Países Bajos, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega, Panamá, Paraguay, Perú, Filipinas, Polonia, Suecia, República
Socialista Soviética de Ucrania, Unión de Africa del Sur, Estados Unidos, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
Uruguay, Venezuela.
34[34]
Afganistán, Cuba, Egipto, Grecia, India, Irán, Irak, Líbano, Paquistán, Arabia Saudita, Siria, Turquía, Yémen.
35[35]
Argentina, Chile, China, Colombia, El Salvador, Etiopía, Honduras, México, Reino Unido, Yugoslavia.
36[36]
Walsh, Op. Cit.
37[37]
Walsh, Op. Cit.

10
Es que, para Israel, la guerra expansionista es una tarea esencial para mantenerse en pie. En la
medida en que la razón de ser del Estado sionista es llevar al "pueblo sin tierra" a la "tierra sin
pueblo", la expansión es indisoluble de su naturaleza misma. 38[38] En 1936, Ben Gurion decía
(refiriéndose a la aceptación de la división de Palestina):

"Un Estado judío parcial no es el objetivo final, sino apenas el principio. Estoy convencido
de que nadie puede impedirnos el establecernos en otras partes del país y de la región".39
[39]

Y agregaba más tarde:

"el Estado será solamente un estadio en la realización del sionismo y su tarea es


preparar el terreno para nuestra expansión. El Estado tendrá que preservar el orden, no
predicando, sino con ametralladoras."40[40]

El desalojo y la guerra

Desde el inicio de 1948 hasta la retirada británica (15 de mayo del mismo año) los judíos
ocuparon un 14% de Palestina sobre cuya tierra se declaró unilateralmente la creación del
Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Dos meses más tarde, iniciada la guerra con los
Estados árabes, los judíos ocuparon otro 9% de Palestina (parte de Galilea, el sector central de
Lyda y Ramle, y el sur de Yafa). A finales de octubre de 1948 las fuerzas sionistas, ya
convertidas en el ejército israelí, abatieron la defensa egipcia del sur de Palestina y ocuparon un
13% más de territorio, al tiempo que completaban la ocupación de Galilea y se adentraban en
Líbano. Tras la firma del armisticio con Egipto a finales de ese año, Israel volvió a atacar el sur
de Palestina ocupando un 42% más.

En total, un 78% de la extensión de la Palestina histórica fue despoblada por la fuerza militar,
ocupadas de inmediato sus ciudades por inmigrantes judíos procedentes de Europa y sometida
a la creación del Estado de Israel. En sólo tres meses (febrero-mayo de 1948) se puso en
marcha un proyecto meticulosamente programado para aniquilar la presencia de la población
palestina por medio del desalojo y de la destrucción física de sus pueblos y ciudades. En menos
de un año de presión y violencia militarmente organizada, el sionismo convirtió la mayor parte
de Palestina en territorio despoblado y a sus habitantes, los palestinos, en refugiados obligados
a perder no sólo sus posesiones y su tierra sino sus derechos colectivos y nacionales como
pueblo. El 15 de mayo de 1948, al término del Mandato británico en Palestina, más de la mitad
de los palestinos (414.000) se habían convertido en refugiados y 213 aldeas y ciudades habían
sido ya destruidas. Desde esa fecha hasta finales de mayo de 1948, otras 79 localidades fueron
desalojadas y 86.700 palestinos más fueron expulsados, sumando un total de 500.700
refugiados.

La consideración de que el desalojo mayoritario del territorio palestino tuvo lugar antes de que
entrasen las fuerzas árabes en Palestina (el mismo 15 de mayo), es decir, antes de que se
iniciase la primera guerra árabe-israelí, quiebra otro de los mitos fundacionales del Estado de
Israel, el de la necesidad de autodefensa israelí frente a los ejércitos árabes.

A ello hay que unir que la posterior defensa árabe fue notablemente ineficaz: desorganizadas,
sin un mando unificado e inferiores en número y en equipamiento militar, las fuerzas árabes
representaban frente a la israelí la proporción de 1 a 4 combatientes (65.000 árabes y 212.000
israelíes). Otro mito fundacional de Israel, el de David contra Goliat, resulta falso.

Los tipos fundamentales de operaciones llevadas a cabo por las organizaciones sionistas (Irgun,
Stern y la Haganah, embrión del posterior ejército regular israelí) para desalojar a los palestinos
fueron: 1) expulsión directa por las fuerzas sionistas; 2) ataque militar por tropas judías; 3)
campañas de rumores y difamación de la Haganah o de las Fuerzas de Seguridad Israelíes

38[38]
La Palestina histórica tiene una extensión de 27.242 km², Israel ocupa ya más de 22.000 km², es decir, más del
80% del territorio.
39[39]
Citado en Angel Luis Parras Sen y Joseph Weil “La encrucijada palestina: ¿Dos Estados o una Palestina laica
democrática y no racista?” en Marxismo Vivo Nº 3. Aparecido en la página citada en la nota 9, el 13 de octubre de 2001.
40[40]
Idem anterior

11
(guerra psicológica programada para obtener la evacuación árabe); 4) temor ante un ataque
judío o a ser capturados en los enfrentamientos; 5) influencia ejercida ante la caída de una
localidad próxima o ante el éxodo de sus habitantes. Es infundada la pretensión israelí de que
los refugiados palestinos abandonaron sus aldeas bajo órdenes árabes -es decir, por propia
voluntad- y no por los brutales ataques a que fueron sometidos por la violencia sionista. La
matanza de 254 civiles palestinos en Deir Yasin, perpretada en la madrugada del 9 al 10 de
abril, perdura en el recuerdo como ejemplo de esta política sistemática de terror sionista contra
la población palestina.

A la planificación del desalojo se añadió la destrucción física de las aldeas y campamentos


beduinos, mientras que las ciudades fueron mayoritariamente preservadas para el asentamiento
de inmigrantes judíos. Sólo un 12% de las aldeas fueron ocupadas por colonos; el resto fueron
literalmente borradas del mapa. La escasa población palestina que permaneció en su lugar de
origen no pudo nunca recuperar sus propiedades, quedando, además, sometidos
administrativamente al nuevo Estado de Israel, bajo legislación militar hasta 1967 y
convirtiéndose, con el paso del tiempo, en ciudadanos árabes israelíes marginados: hoy son
más de un millón, la quinta parte de la población israelí; de ellos, 150.000 desplazados
interiores, expulsados de sus pueblos en 1948.

Concebida como un proyecto estratégico, destinado a perdurar, la colonización de Palestina por


el sionismo exacerbó el fenómeno colonial europeo en Oriente Próximo, al imponer mediante la
fuerza militar la aniquilación brutal de todo un pueblo. Israel, como proyecto colonial inmerso en
el entramado de los intereses europeos, primero, y norteamericanos, después, en la región
tiene, no obstante, por la ideología sionista que lo sustenta, una característica definitoria
mantenida después de 50 años de existencia: el ser un Estado racista basado en la exclusividad
étnica judía. Su autoproclamado lema de ser la única democracia de Oriente Próximo se revela
así de todo punto improcedente en tanto que su creación y existencia están basadas en la
exclusión del pueblo palestino y en la negación de sus derechos nacionales. Que el plan que el
sionismo impuso en 1948 en Palestina sólo haya podido realizarse mediante la negación del
derecho de otro pueblo, el palestino, a establecer su propio Estado en la tierra que habitaba
ininterrumpidamente desde más de un milenio, ilustra la injusticia inherente a su proyecto.41[41]

Tras su fundación, con cada nueva guerra contra sus vecinos árabes, Israel ha proseguido con
esta lógica implacable: ocupar militarmente el espacio, desalojar por medio de la violencia a sus
pobladores e, inmediatamente, anexionar el territorio al Estado para asentar nuevos colonos
judíos. Y ésta ha sido también, durante las tres últimas décadas, la lógica de la colonización de
los territorios de Gaza y Cisjordania ocupados en 1967: escindir a la población palestina de su
territorio, aislándola en núcleos densamente poblados -la Franja de Gaza, las grandes ciudades
de Cisjordania-, separados unos de otros por una tupida red de asentamientos judíos en
expansión y por una retícula de carreteras y autopistas.42[42]

El desastre palestino de 1948 se extiende hasta nuestros días en los más de 4.900.000
refugiados palestinos que hoy siguen reclamando, desde el abandono y la miseria en la que
subsisten, desde su resistencia y el mantenimiento de su conciencia nacional, su derecho al
retorno. Medio siglo después, la mitad de los palestinos siguen siendo refugiados. La resolución
justa del problema, el reconocimiento de sus derechos inalienables al retorno sólo será posible
con la destrucción del Estado de Israel, que sobradas razones tiene para no existir, porque

41[41]
Loles Olivan Presentación del Libro AL NAKBA. El desalojo sionista de Palestina de 1948, Aparecido en Nación
Árabe, Nº 35, septiembre de 1998. Dice el autor, miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe “La reciente
apertura de los archivos oficiales israelíes relacionados con la fundación del Estado de Israel ha permitido a un
minoritario grupo de historiadores israelíes iniciar una investigación revisionista de los acontecimientos que tuvieron
lugar a lo largo de 1948 en Palestina y, particularmente, revelar la aplicación de un proyecto característico del sionismo
desde los años ‘20: la eliminación de la presencia palestina con el fin de fundar, mediante un proceso artificial de
inmigración judeo-europea, el llamado Hogar nacional judío en Palestina. Asimismo, tales archivos han venido a
corroborar los estudios ya existentes de autores palestinos como Walid Jalidi, cuya vida ha estado dedicada a
documentar la existencia antigua del pueblo palestino (...) Con su trabajo, Jalidi ha contribuido desde hace décadas a
romper el primer gran mito fundacional del Estado de Israel: que Palestina era una tierra sin pueblo para un pueblo sin
tierra.”
42[42]
Este es el fundamento del proceso de paz palestino-israelí iniciado en Madrid en 1991 tras la Guerra del Golfo:
lograr por medio de una negociación desequilibrada con la dirección palestina el mantenimiento del control sobre el
territorio palestino y desentenderse administrativamente de sus pobladores árabes.

12
nació sobre la sangre de cientos de miles de palestinos despojados y porque no está basado en
ningún derecho real, como se ha demostrado.43[43]

Conclusión: Israel, un producto de la política del imperialismo en Medio Oriente

Puede decirse entonces que el Estado de Israel es la expresión política del sionismo que se da
en el marco de la necesidad imperialista de colocar un gendarme en Medio Oriente frente a la
amenaza que significaba la creciente resistencia de las masas árabes.

Israel, aunque formalmente se reconoce como una república parlamentaria, en realidad es una
república teocrática en la que el judaísmo ortodoxo ocupa un lugar predominante en detrimento
de las otras corrientes del judaísmo. La ideología sionista considera la ortodoxia religiosa como
una cuestión fundamental que define el carácter de "pueblo elegido de los judíos". La legislación
de este estado artificial lo demuestra. Por ejemplo, la Ley sobre ciudadanía, aprobada en 1971,
permite que cualquier judío que "exprese su deseo de instalarse en Israel" se convierta
automáticamente en israelí. En cambio, los árabes cuyos antepasados vivieron durante siglos
en Palestina, son obligados a vivir como seres de segunda categoría. O la Ley para la
Adquisición de Bienes de los Ausentes, que tuvo como finalidad la clasificación de los bienes
árabes que debieron abandonar temporalmente para escapar a la guerra o porque fueron
declarados zonas de seguridad por los militares sionistas. O el artículo 125 de la Ley de
Defensa que se ha empleado para impedir a los árabes regresar a sus tierras cuando han sido
designadas por las fuerzas de ocupación para el establecimiento de una colonia judía. Con la
excusa de la seguridad casi la mitad de la tierra que estaba en poder de los árabes antes de la
creación del Estado sionista ha pasado a los kibbutzim.44[44]

Bajo la máscara de una justificación religiosa puede verse el rol de Israel como enclave del
imperialismo en Medio Oriente. La política de Theodor Herzl, el padre del sionismo, y sus
sucesores fue la de aprovecharse del proceso de expansión colonial imperialista para ocupar
Palestina. Y el imperialismo se sirvió de la ideología sionista para poner al Estado Israel como
gendarme del mundo árabe.

Así, la burguesía judía con el aval del imperialismo impulsó un movimiento para: 1) confinar a
los judíos más pobres en la Tierra Santa, apartándolos de la lucha de clases en Europa y de los
partidos de la izquierda; 2) librarse, en primer lugar ellos, de la furia antisemita que crecía; 3)
constituir un Estado Judío en un punto estratégico, en medio de las mayores reservas de
petróleo del mundo, amenazadas por el ascenso de las masas árabes. El Estado de Israel nacía
como enclave del imperialismo en la región, el gendarme del mundo árabe.

La financiación de Israel es reveladora de la naturaleza de ese Estado. Todas las corrientes


sionistas reconocen que el Estado de Israel es desde su inicio financiado por los EE.UU. y los
poderosos lobbies de millonarios judíos. Sólo en los primeros años de su fundación, entre 1949

43[43]
Quienes sostienen como posible solución la conformación de dos Estados, uno judío y otro Palestino, parecieran
apoyarse en primer lugar en un criterio "racional" y "equitativo". Sin embargo, esto sólo significa la legalización de la
injusticia. Como dicen Parras Sen y Weil en el artículo citado anteriormente “Supongamos que alguien ve invadida su
casa, asesinada una parte de su familia, expulsada otra parte de ésta y la que queda es arrinconada en un espacio
mínimo de la vivienda. A partir de ahí toda su vida, trabajar, comer, educarse, moverse de un lugar a otro... depende de
los acuerdos a los que llegue con un ocupante que además sigue trayendo más gente a lo que ya considera es su casa.
¿En que consiste el criterio "racional" y "equitativo" de los dos Estados?, ¿En legitimar esa tropelía?, ¿En dar legalidad
a la ocupación?” La idea que Diner plantea, de que es imprescindible “reconocer” al sionismo porque es el statu quo se
muestra así completamente equivocada. Lo que no quita que en un Estado palestino, sobre su territorio histórico
puedan convivir en paz árabes e israelíes. El problema está en como puede llegarse a esa paz. No será con un estado
islámico, lo opuesto al proyecto fundacional de la resistencia palestina. El proyecto islámico acaba dando argumentos al
sionismo y unificando alrededor suyo o paralizando a los dudosos al tiempo que no ayuda a romper el cerco a la lucha
palestina. La razón esencial es que el objetivo de Hamas es sustituir un Estado teocrático, el sionista, por otro Estado
teocrático, el islámico. Es lo simétrico del sionismo en el lado árabe como aspecto religioso y de concepción de estado.
Significa también la perspectiva de una dictadura teocrática sobre los pueblos de la región. La única salida es una
Palestina laica, democrática y no racista, como parte de la lucha socialista en todo Oriente Medio.
44[44]
Sobre la implantación de colonias en los territorios ocupados, opinaba el profesor W.T. Mallison de la Universidad
George Washington: "El estudio de las negociaciones que condujeron al acuerdo sobre esta cláusula demuestra que es
el resultado de una reacción contra los métodos bien conocidos mediante los que los nazis expulsaron a la población
autóctona llamada inferior para trasladar arios o alemanes en algunos de los territorios que ocupaban. Este artículo
impide la práctica de hechos consumados en los territorios ocupados..." Citado en Eddin, Op. Cit.

13
y 1966, Israel recibió 7.000 millones de dólares.45[45] Una cifra que define con claridad la
naturaleza del estado israelí es que ya en los años 70-80 el total de la ayuda norteamericana
-sin contar la ayuda de la "Diáspora" ni los prestamos- representaba 1.000 dólares por
habitante/año, lo que por sí solo equivalía a más de tres veces el Producto Nacional Bruto por
habitante de Egipto y de la mayoría de los países africanos. Es sobradamente conocido el dato
de que anualmente EEUU aporta a Israel ayuda directa por valor de 5.000 millones de dólares.

La ayuda incondicional e ilimitada recibida en estos 52 años de existencia es el precio por el


servicio que el estado sionista presta, es "el precio de coste" para que ese Estado afiance y
desarrolle sin trabas su función esencial: llevar a cualquier precio judíos a Palestina; expulsar a
los árabes de Palestina; desempeñar el papel de "bastión adelantado de la civilización
occidental".

En este marco hay que considerar el problema de la composición étnica de Israel porque lo que
pretende este Estado es preservar su carácter “occidental”. En palabras del propio Herzl:

"Palestina es nuestra inolvidable patria histórica. (...) Para Europa formaríamos allí parte
integrante del baluarte contra el Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su
lucha contra la barbarie."46[46]

En este sentido, los judíos orientales no son “valorados” de la misma manera que los
occidentales.

Nissin Rejwan, un destacado judío oriental escribió:

"Cuando el actual grupo sionista del este de Europa en Israel habla de la imperiosa
necesidad de preservar el judaísmo del país en lo que en realidad piensan es en poco
más que en sus propias características de la cultura judía".47[47]

El grupo dominante de origen occidental que constituye una minoría, rechaza la cultura de los
judíos de Oriente Medio como una cultura no judía. La elite dirigente sionista tiene su
concepción de Israel como una sociedad occidental que pertenece al Oriente Medio únicamente
de una manera geográfica. Lo que más preocupa a los sionistas es que Israel se arabice. En
función de esto no se escatiman esfuerzos para relegarlos a un papel secundario dentro de la
sociedad israelí al mismo tiempo que se promociona al máximo la inmigración de judíos
occidentales para compensar la situación numéricamente mayor de los judíos orientales.

45[45]
Para evaluar el significado de esta cifra, baste recordar que el Plan Marshall, acordado para Europa Occidental de
1949 a 1954, ascendió a 13.000 millones de dólares. Israel, por entonces con algo menos de 2 millones de habitantes,
recibió -cierto es que en más años- más de la mitad de lo recibido por 200 millones de europeos. Dicho de otra forma,
Israel recibió del imperialismo norteamericano 5 veces más por cabeza que el ya ambicioso plan de reconstrucción
europea. Datos citados en Parras Sen y Weil, Op. Cit.
46[46]
Herzl, Op. Cit., págs. 23 y 24.
47[47]
Israel as an Open Society, The Jewish Spectator, diciembre de 1967. Citado en Eddin.

14
Palestina e Israel: Algunas
referencias para comprender la
situación actual
Gilbert Achcar - Herramienta

La tesis predominante sobre el enfrentamiento militar –extremadamente desigual y cuyo


escenario es desde hace varias semanas Jerusalén y los territorios palestinos de Gaza y
Cisjordania– afirma que los “extremistas de ambos bandos” pudieron más que los “acuerdos” de
Oslo y de Washington de 1993 y remataron el “proceso de paz” que resueltos y sabios
dirigentes palestinos e israelíes habrían intentado llevar valientemente a buen término bajo los
benévolos auspicios del presidente Clinton. La verdad es muy distinta.

La provocación calculada del general Sharon forma parte de una división del trabajo bien
sincronizada entre halcones y palomas, cuyo fin ha sido atenazar con más fuerza a las masas
palestinas. Es la continuación de múltiples nuevas colonias y de la anexión progresiva de
Jerusalén Este. A principios de octubre se levantaron los palestinos de Gaza y Cisjordania, y
también los palestinos que son ciudadanos, de segunda fila, del Estado de Israel. Este
levantamiento no estaba en el programa y terminó por destruir definitivamente esta inicua “paz
de los gobernantes”, con la que concluye el artículo de Gilbert Achcar que ofrecemos a
continuación.

La contribución de Gilbert Achcar aporta elementos indispensables sobre los orígenes y la


naturaleza del Estado de Israel, sobre los orígenes y los objetivos del “plan de paz” y el papel
atribuido a Yasir Arafat y a la OLP como fuerza mercenaria llegada del exterior para intentar
imponer esta “paz” contra los palestinos del interior, tanto los de Gaza y Cisjordania como los de
Israel. El artículo que se publica aquí es una versión abreviada de otro artículo mucho más largo
que, bajo el título de “El sionismo y la paz, del plan Allon a los acuerdos de Washington”,
apareció en el número 114 de la revista L’Homme et la Société en octubre-diciembre de 1994. El
título y los subtítulos de esta versión abreviada fueron escogidos por la redacción de Carré
Rouge, que agradece a L’Homme et la Société la autorización dada al autor para dar a conocer
lo esencial de su contenido a una nueva generación de lectores.

Gilbert Achcar**

De vuelta sobre los orígenes: un Estado confesional y una ocupación colonial

Durante la declaración de la independencia de Israel, el 14 de mayo de 1948, David Ben Gurión


proclamó que el nuevo Estado “garantizará la más completa igualdad social y política a todos
sus habitantes, sin distinción de religión, de raza o de sexo”. Sin embargo, la declaración de
independencia estaba situada bajo el estigma del “Estado judío”, objetivo central del movimiento
sionista mundial. No era simplemente el Estado de Israel el que se proclamaba, sino “un Estado
judío en tierra de Israel que llevará el nombre de Estado de Israel”, y que “estará abierto a la
inmigración judía y a los judíos que vengan de todos los países por los que estén dispersos”.

La contradicción entre el igualitarismo esgrimido y la discriminación implícita era inherente al


proyecto sionista de colonización, al establecerse sobre un territorio ya habitado por una
población no judía.1 Tal y como lo ha dicho Maxime Rodinson, “querer crear, en el siglo xx, un
Estado puramente judío o con dominio judío en la Palestina árabe, sólo podía llevar a una
situación de tipo colonial con el desarrollo (totalmente normal, sociológicamente hablando) de
un Estado de espíritu racista y, al final, a un enfrentamiento militar de las dos etnias”. A partir de
entonces era inevitable que “los colonos de la Jewish Company” (la expresión es de Théodoro

15
Herzl) [1] establecieran su propio Estado desalojando a los autóctonos, antes de poder mostrarse
generosos con sus eventuales huéspedes: “Si se encontraran entre nosotros fieles
pertenecientes a otras religiones o a otras nacionalidades, les garantizaríamos una protección
honorable y la igualdad de derechos. Europa nos ha enseñado la tolerancia”. [2] Esta tensión
entre la profesión de fe democrática y el proyecto real colonialista caracterizaría el pensamiento
de Ben Gurión, discípulo de Herzl y realizador de su proyecto. Así, el fundador del Estado de
Israel podía afirmar, en 1937, que “los habitantes árabes de Palestina deberán gozar de todos
los derechos cívicos y políticos, no sólo como individuos, sino también como grupo nacional,
igual que los judíos”; para hacer a continuación esta confesión: “Si fuera árabe… me rebelaría
aún más vigorosa, amarga y desesperadamente contra la inmigración que un día ubicará a
Palestina y todos sus residentes árabes bajo el poder judío”. [3]

Sabemos que, incluso dentro las fronteras delimitadas por el plan de partición adoptado por la
ONU en 1947, el Estado “judío”, [4] en el plano demográfico, no lo era más que en un 55%. Lo
habría sido todavía menos con las fronteras posteriores a la guerra de 1948 (650.000 judíos y
877.000 árabes), a pesar del éxodo masivo de los palestinos (710.000), que huían del terror y
de los combates. Se han discutido mucho las razones de este éxodo. [5] Pero, tal y como lo ha
dicho Paul Chagnollaud, “en cierta manera, hoy esta cuestión ya casi no tiene interés, porque,
en definitiva, el problema ya no es saber por qué se fueron, puesto que sabemos perfectamente
por qué no han podido volver”. [6]

Por medio de un implacable “efecto trinquete”, el nuevo Estado impidió a los refugiados
palestinos regresar a sus tierras y a sus viviendas (que serán masivamente destruidas, y
algunos pueblos enteramente arrasados), impedidos de volver (la noción de vuelta es, en este
caso, indiscutible) a su territorio secular, territorio “abierto a la inmigración judía”. Por el
contrario, la ley del Retorno de 1950 acordaba automáticamente la nacionalidad israelí a
cualquier nuevo inmigrante, con la condición de que fuese “judío”, siguiendo una definición que
inexorablemente debía reducirse al criterio religioso más obtuso. [7] Así, por una cruel ironía de la
historia, el movimiento sionista –al huir de un horroroso antisemitismo europeo que erigió la
filiación religiosa confesional en factor de discriminación “racial– acabó por establecer un
Estado fundado sobre una discriminación que toma como referencia el mismo criterio
confesional, con una interpretación religiosa más restrictiva. Y por esta misma lógica inexorable,
los sionistas “socialistas” del partido de Ben Gurión acabaron por convertir en obligatorios los
cursos de religión en las escuelas. [8]

A menudo se ha ironizado sobre el sorprendente contraste entre la realidad del Estado de Israel
y la firme voluntad proclamada por Herzl, en su manifiesto sionista, de impedir al clero (¡y al
ejército!) “inmiscuirse en los asuntos del Estado”. [9] Ahora bien, el mismo Herzl, en el mismo
escrito, traicionaba la lógica confesional de su posición cuando describía la organización de la
inmigración: “Cada grupo tendrá su rabino, que vendrá con su comunidad (…). Los grupos
locales se formarán alrededor de los rabinos: tantos rabinos, tantos grupos (…). No hay ninguna
necesidad de convocar reuniones especiales que se perderían en palabrerías. Los rabinos
tomarán la palabra durante los servicios religiosos. Es necesario que sea así. Nosotros sólo
reconocemos nuestra pertenencia histórica a la comunidad a través de la fe de nuestros padres,
porque hemos adoptado desde hace mucho tiempo, y de forma indeleble, las lenguas de las
diferentes naciones que nos acogieron”. [10]

Alain Dieckhoff, en una obra brillante, que no está exenta de ambigüedades y de


contradicciones en su intento de subrayar la “modernidad política” del sionismo, [11] tropieza al
explicar la patente carencia de éste en materia de laicidad. Atribuye esta carencia
principalmente a la persistencia, dentro del sionismo, de una “ardiente aspiración a la vida
comunitaria” (págs. 121-122), explicación cuasi tautológica. Con todo, el autor muestra cómo
esta carencia es inherente a la doctrina sionista de la “nación judía”, a cuya “invención”
consagra su libro sin por ello cuestionar el postulado. Ahora bien, sólo el postulado panjudaico
explica por qué “el criterio religioso era, finalmente, el único que podía trazar de manera precisa
los contornos de la nación judía, al ser demasiado vagos los demás parámetros (culturales,
subjetivos…)” (pág. 58). La insuficiencia de este criterio para cimentar un nacionalismo es lo
que llevó al sionismo a “inventar” una verdadera nueva nación, la nación israelí (que Dieckhoff
ni siquiera menciona), fundada sobre una lengua nueva-antigua –el hebreo moderno– y sobre la

16
destrucción, por asimilación, de las peculiaridades nacionales originales de los inmigrantes, la
lengua yídish en primer lugar.

A la convergencia entre el sionismo político y el sionismo religioso más tradicionalista [12] se


sumó otra tan ineluctable. Al releer la obra de Herzl en 1946, Hannah Arendt subrayaba hasta
qué punto “el estado de espíritu” del fundador del movimiento sionista estaba cercano al de su
entorno antisemita y se inspiraba en la tradición del nacionalismo alemán. [13] Este estado de
espíritu común a las corrientes dominantes del sionismo político llevaría a una convergencia, en
el ámbito del expansionismo armado, entre el sionismo “socialista” de Ben Gurión y las
posiciones de Jabotinsky, a quien el primero no dudaba en comparar, a principios de los años
treinta, con el fascismo y el hitlerismo. [14] La política de potencia, la Machtpolitik, estaba inscrita
incluso en la lógica del proyecto de “Estado judío” desde el momento en que se trataba de
establecer en Palestina: sólo podía realizarse por medio de la fuerza.

En 1946, Judah Magnes, partidario, junto con Marti Buber, de la coexistencia pacífica entre
árabes y judíos en una Palestina binacional, constataba con amargura que el movimiento
sionista había adoptado, en los hechos, el punto de vista de Jabotinsky. [15] Cuarenta años
después, Simha Flapan, antiguo dirigente del Mapam, partido de la extrema izquierda sionista,
al atacar la leyenda tejida por el partido laborista en torno a la figura histórica de Ben Gurión,
escribía a este propósito en su obra póstuma: “(…) en lo que concierne a los árabes, adoptó los
principios fundamentales del revisionismo: la expansión de las fronteras, la conquista de las
zonas árabes y la evacuación de la población árabe”. [16]

Sobre el Estado sionista, calificación mucho más rigurosa que la de Estado “judío”, uno de los
veredictos más severos fue el que expresara, en 1959, un notable de la comunidad judía
americana, James P. Warburg: “Nada podía ser más comprensible que el deseo de los judíos
europeos, engendrado por siglos de persecución y atizado por las inhumanas atrocidades nazis,
de escapar para siempre de la condición de minoría… Pero nada podía ser más trágico que ver
la creación de un Estado judío en el que las minorías no judías son tratadas como ciudadanos
de segunda clase, en el que ni la esposa cristiana de un judío, ni sus hijos, pueden ser
enterrados en el mismo cementerio que su padre. [17] Una cosa es crear un refugio, muy
necesario, para los perseguidos y los oprimidos. Otra muy distinta es crear un nuevo
nacionalismo chovinista y un Estado fundado, en parte, sobre santurronería teocrática medieval
y, en parte, sobre el mito, explotado por los nazis, de la existencia de una raza judía”. [18]

Este Estado sionista semirreligioso, fundado sobre una discriminación confesional, es


indiscutiblemente democrático para sus habitantes de ascendencia judía. Por añadidura, los
árabes palestinos poseedores de la ciudadanía israelí, aunque ciudadanos de segunda
categoría en muchos aspectos, gozan también, indiscutiblemente, de más derechos políticos
que los habitantes de los estados árabes. Lo que ofrece un ejemplo más de que no existe una
antinomia entre la democracia política formal y la existencia de una discriminación fundadora del
demos. [19] De ahí la posibilidad de una ideología sionista del “Estado judío y democrático”,
desarrollada por Ben Gurión.

En cuanto a la plausibilidad de esta ideología respecto al universalismo igualitario proclamado


en 1948, se ve condicionada precisamente por la existencia de una mayoría judía asegurada en
el seno del demos, que oculta el hecho de que ha sido establecida por denegación
discriminatoria a los autóctonos de un derecho elemental al regreso. El mantenimiento de una
minoría de ciudadanos no judíos dentro del demos israelí se muestra, entonces, como la prenda
indispensable, por no decir la coartada, de la democracia sionista y de su ostentado
universalismo, con la condición expresa de que esta minoría permanezca muy minoritaria y no
pueda cuestionar la “judeidad” del Estado.

Tal es el sentido de la oposición de Ben Gurión y de sus discípulos al programa de la derecha


sionista, que preconiza la extensión de las fronteras del Estado “judío” por anexión pura y
simple del conjunto de la Palestina bajo mandato británico, si no de las dos orillas del río
Jordán, aunque tuviera que englobar a una gran masa de árabes y acomodarse a una
discriminación política intra muros, desdeñando el mito [20] del Estado democrático. “El partido
laborista –escribía Simha Flapan– presenta las ideas y estrategias de Ben Gurión como el otro

17
término de la alternativa ante la concepción propia del Likud del Gran Israel, cuando afirma que
rechaza totalmente la dominación sobre otro pueblo y que se sujeta incondicionalmente a la
preservación del carácter judío y democrático del Estado.” [21]

El dirigente del Mapam añadía a este comentario: “Efectivamente, se podría concebir la idea de
una sociedad judía democrática que pudiera ofrecer tal alternativa si estuviera libre del impulso
de expansión territorial, por la razón que sea: histórica, religiosa, política o estratégica. Pero lo
cierto es que Ben Gurión ha edificado su filosofía política precisamente sobre estos dos
elementos contradictorios: una sociedad judía democrática sobre el conjunto, o la mayor parte,
de Palestina”. [22]

Ben Gurión no ocultó, efectivamente, que sólo aceptaba la partición como medida táctica, a
título provisional, y que su objetivo era “toda Palestina”. [23] La motivación de su expansionismo
era conseguir el espacio necesario para el proyecto sionista original de reagrupar en Palestina a
la mayor parte de los judíos del mundo, proyecto que colocó siempre por encima de toda
consideración. Además, el desacuerdo entre los herederos de Jabotinsky y los de Ben Gurión
no se manifestó nunca sobre el trazado deseable de la frontera oriental del Estado sionista:
todos estaban de acuerdo en querer que llegara hasta el Jordán y el mar Muerto, aunque sólo
fuera por razones de “seguridad”. [24]

El desacuerdo apunta sobre todo sobre la manera de arreglar en este marco el problema
demográfico, de manera tal que se preservara la “judeidad” del Estado (la preocupación de los
laboristas será preservar al mismo tiempo su reputación democrática, cuestión vital para un
Estado tan dependiente de la ayuda exterior). Así pues, es asaz significativo que el primer
gobierno de coalición que reagrupa al conjunto de los tradicionalistas y religiosos
(representados por Manahem Begin) y los socialistas se formara en vísperas de la guerra de
junio de 1967 y en previsión de ésta. A continuación, cuando el Estado de Israel se apoderó del
resto de la Palestina bajo mandato británico, las divergencias entre fracciones sionistas
volvieron a recobrar toda su agudeza.

El dilema de las conquistas territoriales de 1967 y el plan Allon

Contrariamente a lo que sucediera en 1948, en 1967 la gran mayoría de la población palestina


de Cisjordania y Gaza se aferró a su territorio a pesar de la ocupación militar. Los dirigentes
sionistas se vieron enfrentados a un verdadero dilema: habiendo alcanzado su objetivo de
desplazar la frontera oriental de su Estado hasta el Jordán, se encontraban con una vasta
población árabe-palestina bajo su control. En estas condiciones, la anexión pura y simple del
conjunto de los territorios palestinos nuevamente ocupados se volvía impracticable: si otorgaba
la ciudadanía israelí a sus habitantes, ponía en peligro el carácter judío del Estado sionista; si
rechazaba esta ciudadanía, hipotecaba su carácter democrático. [25] Las preocupaciones del
establishment laborista askenazi fueron resumidas con gran franqueza por Saul Friedländer:
“Ante la presencia de una vasta población árabe dentro de Israel, se puede concebir el
fortalecimiento de las tendencias extremistas judías, que sugerirían tanto motivos económicos
como religiosos o nacionales para exigir la expulsión de todos los árabes o la aplicación de un
régimen de apartheid. Si se impusieran estos elementos, el Estado judío se escindiría del
mundo y de los mismos judíos de la diáspora. En fin, si bien es probable que, con el contacto
con una vasta población árabe, los judíos ‘orientales’ tendrían tendencia a integrarse más
rápidamente en el seno de la población ‘occidental’ para distinguirse de los árabes, tampoco se
puede excluir que los elementos más pobres de entre ellos se vieran atraídos por el proletariado
árabe en el ámbito cultural y social. La población árabe podría entonces convertirse en un
elemento activo de desintegración de la sociedad judía”.

Lógicamente, la única solución que permitía a la vez permanecer sobre la orilla oriental del
Jordán y preservar el “Estado judío”, así como la reputación democrática, era adjudicar a las
zonas de alta densidad demográfica palestina (excepción hecha de Jerusalén Este, anexionada
de entrada por razones ideológicas) el régimen de enclaves dentro de las nuevas fronteras del
Estado de Israel. [26] Fue Yigal Allon, mascarón de proa del establishment político-militar y de la
izquierda laborista, quien elaboró este proyecto de arreglo conocido con el nombre de plan

18
Allon. [27] Lo expuso en el gobierno de Levi Eshkol, del que era viceprimer ministro, a principios
de julio de 1967. Es útil citar al autor mismo del plan para esclarecer las consideraciones:

“La solución territorial debe responder a tres imperativos fundamentales: a) los derechos
históricos del pueblo israelí sobre la tierra de Israel; b) un Estado con mayoría judía
preponderante sobre el plano nacional, y democrático, sobre el plano político, social y cultural;
c) fronteras defendibles”. [28] Más lejos escribe todavía: “por consiguiente, si hay que elegir entre
un Estado binacional de facto con más territorio y un Estado judío con menos territorio, yo opto
por la segunda eventualidad, con la condición de tener fronteras defendibles. Esta alternativa es
implacablemente clara. Si incorporáramos a Israel todos los territorios con fuerte densidad
árabe, dando a sus habitantes todos los derechos cívicos, ya no tendríamos un Estado judío. Si
los anexionamos, rechazando estos derechos a sus habitantes, dejaríamos de ser una sociedad
democrática. Pero nosotros queremos a la vez un Estado judío –con una minoría árabe que
goce de igualdad de derechos– y una sociedad democrática en el sentido pleno del término”. [29]

A la luz de estos imperativos, Allon preconiza la adquisición definitiva, por parte de Israel, de
una franja fronteriza de unos quince kilómetros de ancho a lo largo del río Jordán, que se
extienda al oeste del mar Muerto hasta las inmediaciones de Hebrón, así como la adquisición,
además de la vieja ciudad de Jerusalén, de su flanco oriental hasta el río, de tal suerte que se
redujeran los territorios palestinos de Cisjordania a dos enclaves separados al norte y sur de la
“ciudad santa”, conectados por un estrecho pasillo. [30]

En cuanto al sector de Gaza, Allon defendía no restituirlo a Egipto y vincularlo a los enclaves
cisjordanos, como acceso al mar “con derechos de circulación, pero sin crear un corredor”, a la
vez que se mantenía el control del sur del sector como forma de filtrar el acceso al Sinaí egipcio.

Al preconizar la rápida restitución de ciertos territorios, a Yigal Allon no le movía, en manera


alguna, algún tipo de generosidad internacionalista o pacifista. Cuando formuló su plan, es
decir, inmediatamente después de la guerra de 1967, los territorios concernidos acababan
apenas de ser conquistados. Los pacifistas israelíes, las verdaderas “palomas”, proponían la
devolución cuasi íntegra a cambio de tratados de paz con los estados árabes. [31] El plan Allon
preveía, por el contrario, una ocupación prolongada y un proceso de anexión por medio de
requisición de tierras y creación de implantaciones, para ocupar físicamente el territorio que él
trataba de adquirir definitivamente.

Fundamentalmente, el plan Allon era, pues, un plan de colonización y de anexión parcial,


concebido en nombre del “compromiso territorial”, a diferencia de la anexión íntegra, defendida
por la derecha sionista. La diferencia entre ésta y los laboristas partidarios del plan Allon no era
entre halcones y palomas, sino “más bien entre buitres y halcones”, a ojos del internacionalista
radical Eli Lobel. [32] El plan Allon era, sin embargo, más coherente y realista que las intenciones
del Likud. Habiendo accedido al poder en 1977, este partido no se atrevió entonces a ir hasta el
final de su programa, y se enredó en las sutilezas de un proyecto de autonomía palestina
extraterritorial, que nunca convenció a nadie. Así pues, el plan de los laboristas se impuso de
hecho como línea de conducta fundamental del Estado sionista en los territorios de 1967,
incluso bajo el Likud, quien, a pesar de haberlo enmendado a su manera, no por ello dejó de
reforzar sus disposiciones esenciales. [33]

En cuanto a la suerte última de los enclaves palestinos, Yigal Allon casi no se pronunciaba por
razones de prudencia táctica elemental. En la medida en que su plan era precisamente un
proyecto de largo aliento, era necesario dejar que el tiempo hiciera su trabajo y conseguir al final
un interlocutor árabe dispuesto a colaborar en el arreglo dictado por Israel [34] con, no obstante,
la autoridad requerida para ser creíble. La creación de un Estado palestino, es decir, de una
entidad que goce de los atributos de la soberanía político-militar, al haber sido siempre
categóricamente rechazada por el conjunto del establishment sionista, las tres posibilidades
contempladas para los enclaves eran: restituirlos a la Jordania del rey Hussein, federarlos con
ésta o constituirlos como “entidad autónoma”.

La importancia del factor palestino, que percibieron bien, para cualquier arreglo creíble, empujó
a los sucesivos gobiernos israelíes a buscar interlocutores palestinos. En 1977, Yigal Allon no

19
excluía, con relación a esto, ninguna hipótesis, incluso la de tratar con la OLP si ésta pedía
perdón. Estas intenciones adquieren hoy un valor premonitorio: “Por supuesto, si la OLP dejara
de ser la OLP, podríamos dejar de considerarla como tal. O si el tigre se transformara en
caballo, podríamos montarlo. En ese caso, tendríamos derecho a titulares de primera página a
nuestro favor”. [35]

Los acuerdos de Oslo y de Washington de 1993

Los titulares de primera página efectivamente se daban cita el 13 de septiembre de 1993. Los
medios de comunicación fingieron la sorpresa total, como si un nuevo milagro hubiera ocurrido
en una tierra que, es verdad, había visto tantos otros. Sólo las voces discordantes de algunos
críticos del acuerdo y buenos conocedores de la materia, a la manera de Edward Said, Noam
Chomsky o Meron Benvenisti, [36] se permitieron recordar que los acuerdos firmados sobre el
césped de la Casa Blanca sacaban a flote una versión, puesta al día, del plan Allon. ¿De qué se
trataba exactamente?

No hay duda de que los textos que se hicieron públicos, es decir, las cartas, la declaración de
principios y sus cuatro anexos, así como el memorando, [37] concuerdan perfectamente con las
líneas maestras del plan formulado en 1967. Ninguna de las disposiciones de los acuerdos de
Washington contradice, de la manera que sea, lo que ha sido desde hace más de un cuarto de
siglo el programa practicado por los laboristas israelíes en Cisjordania y Gaza. Se constatará
holgadamente al examinar algunos puntos clave de estos documentos (sin entrar en todos los
aspectos de la cuestión, especialmente en los aspectos económicos). [38]

Empecemos por el que ha sido percibido como el acontecimiento más espectacular, a saber, el
“reconocimiento mutuo”. La carta de Yasir Arafat se dirige al primer ministro israelí: “La OLP
reconoce el derecho del Estado de Israel a vivir en paz y en seguridad” y “acepta las
resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad de la ONU”.

La principal de estas resoluciones, la 242 (de noviembre de 1967), que el Estado de Israel
suscribió desde el principio, había sido rechazada durante mucho tiempo por la OLP porque no
hacía ninguna mención del derecho de los palestinos al regreso y a la autodeterminación, y
ratifica el principio de “fronteras seguras”, interpretado por Israel como que justifica su partición
y sus reivindicaciones territoriales. [39] A cambio de esta concesión, la OLP no obtuvo, sin
embargo, ninguna mención del derecho de los palestinos a la autodeterminación o al regreso
(en los acuerdos sólo se encuentra la muy vaga fórmula de los “derechos legítimos”.

La carta de Arafat afirma que “la OLP renuncia a recurrir al terrorismo y a cualquier otro acto de
violencia y asumirá su responsabilidad sobre todos los miembros y personal de la OLP con el fin
de garantizar su aceptación, prevenir las violaciones y sancionar a los infractores”. Como se
aplicaba únicamente al personal de la OLP, este repudio de la violencia, y el compromiso de
reprimirla frente a una ocupación que, sin embargo, se mantenía, no le bastó al gobierno israelí.
En una segunda carta dirigida al ministro noruego Holst y adjuntada a la primera, “la OLP anima
y llama al pueblo palestino de Cisjordania y de la franja de Gaza a formar parte de las medidas
que conduzcan a la normalización, rechazando la violencia y el terrorismo…”.

Con la primera afirmación de su carta a Itzhak Rabin, Arafat repudiaba el programa fundamental
de la OLP (la liberación de Palestina). Lógicamente, él deducía que “los artículos y los puntos
de la Carta palestina que niegan el derecho de Israel a existir, así como las cláusulas de la
Carta que están en contradicción con los compromisos de esta carta son, desde ahora,
inoperantes y no válidos”. O lo que es decir, en realidad, que la misma Carta ya no era válida. El
tigre se transformó completamente en caballo con relación a los criterios israelíes; a partir de
entonces podía ser montado a horcajadas. La carta de Rabin se dirige, ella, al ministro noruego
y no a Arafat: “a la luz de los compromisos de la OLP (…) el gobierno de Israel ha decidido
reconocer a la OLP como el representante del pueblo palestino (…)”; sin ninguna mención de
derechos.

20
La declaración de principios preveía “establecer una autoridad palestina interina autónoma,
el consejo elegido por los palestinos de Cisjordania y de la franja de Gaza, por un per{iodo
transitorio que no exceda los cinco años, de cara a un arreglo permanente fundado sobre
las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad” (art. 1). La autoridad palestina
“autónoma” ejercerá sus prerrogativas en los territorios que el ejército israelí tendrá a bien
evacuar. El acuerdo especifica que serán determinados en función del principio de retirada
de los territorios con fuerte densidad árabe, lo que estaba en el centro del plan Allon:

“(…) se efectuará un despliegue de fuerzas militares israelíes en Cisjordania y en la franja de


Gaza (…). Durante el despliegue de sus fuerzas militares, Israel se guiará por el principio según
el cual las fuerzas en cuestión deben desplegarse por fuera de las zonas pobladas” (art. 13).

Por supuesto, Jerusalén Este, oficialmente anexionada por Israel después de 1967, no se
encontraba concernida. [40] Además, no sólo el acuerdo no preveía ningún desmantelamiento de
colonias, sino que garantizaba a los colonos y otros israelíes un verdadero “régimen de
capitulaciones”, por medio del cual ellos no dependían de la jurisdicción de la autoridad
palestina sobre su propio territorio. Ésta es responsable solamente del control de los palestinos,
y ello por medio de su policía. No dispondrá de ejército, siendo garantizada su defensa exterior
por Israel (sic), cuyo ejército podrá circular libremente por territorio “autónomo”. [41]

“Con el fin de garantizar el orden público y la seguridad interna de los palestinos de Cisjordania
y de la franja de Gaza, el Consejo establecerá una potente fuerza de policía mientras que Israel
conservará la responsabilidad de la defensa contra las amenazas del exterior, así como la
responsabilidad de la seguridad global de los israelíes, para salvaguardar su seguridad interna y
el orden público.” (art. 8).

Al tratar la primera fase de la aplicación de los acuerdos sobre la franja de Gaza y la región de
Jericó, se precisa en el memorando que “después de la retirada israelí, Israel permanecerá
como responsable de la seguridad externa, así como de la seguridad interna y del orden público
de los israelíes y en los asentamientos. Las fuerzas militares y los civiles israelíes podrán
continuar utilizando libremente las carreteras de la franja de Gaza y de la región de Jericó”.

Así, el marco general previsto por los acuerdos de Washington es claramente el del plan Allon:
retirada israelí de las zonas árabes pobladas, con excepción de Jerusalén Este, y despliegue en
el resto de los territorios palestinos ocupados en 1967, con mantenimiento de los
asentamientos; constitución de los enclaves evacuados en entidad palestina autónoma
infraestatal, sin otros medios militares que los de la represión interna; control israelí de los
accesos a estos enclaves, y especialmente de los puntos de paso hacia Egipto y Jordania
(confirmado posteriormente por los acuerdos de El Cairo).

Claro es que, en 1993, se trataba de arreglos interinos, a la espera de un estatuto permanente,


que debería ser definido, a más tardar, en los cinco años siguientes. Pero realmente era creer
en los milagros imaginar que, al cabo de cinco años de montaje de la configuración prevista por
el plan Allon, el Estado sionista, como conmovido por el favor, decidiría evacuar el resto de
Gaza y de Cisjordania, incluso Jerusalén, para dejar sitio a un Estado palestino “independiente y
soberano”. Sin embargo, era lo que prometía Arafat a quien quería creerle. En realidad, si la
OLP obtenía aunque sólo fuera el desmantelamiento de algunas colonias consideradas
superfluas desde el punto de vista “estratégico” por el gobierno de Israel (es decir, las que se
salían del marco del plan Allon), debía considerarse satisfecha.

Meron Benvenisti, especialista geopolítico israelí muy conocido, afirma que, en 1993, los
negociadores de la OLP admitieron de hecho dos principios: “ningún asentamiento israelí será
evacuado” y “los bloques de asentamientos, al constituir una continuidad geográfica, quedarán
bajo autoridad israelí”. [42] Según Bevenisti “estos bloques de asentamientos, que comprenden a
la mayoría de los asentamientos existentes, serán incorporados a Israel por medio de una red
de carreteras, sobre la que Israel tendrá el poder de desplegar actividades de seguridad
autónomas”. Dividirán Cisjordania en “tres cantones conectados entre sí por estrechos
corredores”. Además, “la red de carreteras que comunica estos bloques de asentamientos
transformará los cantones palestinos en un puzzle que no dejará a la Administración (palestina)

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ninguna autoridad”. Los palestinos no podrán impugnar estos principios que ya admitieron,
concluye el autor.

Así pues, en 1993 el plan Allon iba por buen camino para conseguir la consagración con la que
contaba: el reconocimiento internacional y árabe del hecho consumado israelí en Cisjordania y
Gaza; la paz a cambio de un “compromiso territorial” que permitiera a Israel ejercer su
soberanía directa o semidirecta sobre el conjunto de la Palestina del mandato británico; la
solución –algunos dirán la liquidación– del problema palestino, con bajos costes, y la
preservación del “Estado judío y democrático”, con el añadido de los titulares de primera página
a su favor de todos los medios de comunicación occidentales.

El papel reservado a la OLP de Yasir Arafat

Sin embargo, hasta el contexto histórico en que se ultimaron estos acuerdos da una
significación específica al papel reservado a la OLP de Yasir Arafat, una significación que era, a
lo sumo, una consideración de segundo orden para Yigal Allon. Para éste, el argumento capital
era demográfico, conforme a la composición de la población israelí. Desde luego, no escapaba
a la clarividencia del estratega sionista que incluso el control de la población árabe de los
territorios de 1967 podía al final plantear un problema. [43] Pero el hecho es que hasta 1987, es
decir, hasta el desencadenamiento de la Intifada palestina, las tensiones dentro de estos
territorios habían podido mantenerse dentro de un margen aceptable para el ocupante israelí. [44]

Durante la elaboración del plan Allon, el problema principal era el de los palestinos del exilio,
organizados en la OLP, así como el “rechazo árabe”, [45] todavía ferviente al calor de la “guerra
de los seis días”. El tiempo jugaba a favor de Israel, que desplegaba su estrategia territorial a
golpe de requisiciones y asentamientos ante la impotente exigencia árabe de que restituyera
totalmente las tierras ocupadas en 1967. Cuando el rey Hussein aplastó el movimiento armado
palestino en Transjordania, en 1970-1971, se convirtió en un interlocutor potencialmente válido
para el proyecto laborista, al haber dado prueba ampliamente de sus aptitudes en materia de
control de sus súbditos. Fue entonces cuando formuló su proyecto de “reino árabe unido”, al
presentarse como candidato a la recuperación de Cisjordania como provincia federada. Sin
embargo, el contexto árabe casi no le permitía lanzarse a una paz por separado con el Estado
sionista con las condiciones de éste, que fueron las únicas ofrecidas por Israel a sus vecinos.

El asunto se complicó cuando el monarca jordano se encontró aún más aislado inmediatamente
después de la guerra de 1973, en la que se abstuvo de participar. La OLP había conseguido
reconstituir su cuasi Estado en el Líbano y sustituía su maximalismo nacionalista inicial por el
programa del Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza. [46] En 1974, la cumbre de
Rabat con los jefes de Estado árabes aprobó este nuevo programa de la central palestina y la
consagró como “único representante legítimo del pueblo palestino”. Las negociaciones árabe-
israelíes (conferencia internacional de Ginebra, negociaciones militares bilaterales), al darse a
continuación de la guerra del Kippur-Ramadán, habían relanzado la perspectiva del “arreglo
negociado”, pero después se estancaron. El segundo intento de aplastar a la OLP degeneraría
en una guerra de quince años en el Líbano.

En 1977, la llegada del Likud al poder en Israel anuló toda perspectiva de arreglo global: se
daba por excluido que la derecha sionista considerara cualquier tipo de compromiso sobre el
Golán o los territorios palestinos. Sólo el Sinaí escapaba a su mística política; la neutralización
del frente egipcio con la garantía norteamericana podría reforzar, por otra parte, las ambiciones
anexionistas del Likud. La desbandada de Sadat desembocó en la paz por separado y la
restitución a Egipto de la vasta extensión desértica, con excepción de la franja de Gaza. Las
condiciones israelíes —desmilitarización y dispositivo de alerta bajo control americano—
garantizaban una perfecta seguridad para esta enorme “zona tapón”. El Likud se permitió
entonces anexionar oficialmente el Golán, vaciado desde 1967 el grueso de la población árabe;
las consideraciones demográficas le impidieron hacer otro tanto en Judea-Samaria y en Gaza.

La derecha sionista, sin embargo, bregaba por la anexión: intensificación y extensión del
proceso de asentamientos; presiones de todo tipo para una expulsión progresiva de los
autóctonos; proyecto de autonomía palestina extraterritorial e intento de poner en pie una red de

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colaboradores con este fin; esfuerzos para aumentar el flujo de inmigración judía a Israel, como
forma de consolidar la mayoría demográfica judía sobre el conjunto de Palestina. Sin embargo,
la invasión del Líbano, en 1982, desacreditó al Likud y puso en entredicho las relaciones entre
Israel y el padrino norteamericano. No obstante, había debilitado considerablemente a la OLP, lo
mismo que la paz con Egipto había abierto el camino para un arreglo árabe-israelí.

Expulsado del Líbano, Yasir Arafat había hecho elogios de la política de Ronald Reagan, se
había reconciliado con el rey Hussein y se había apresurado a reñir con Siria. En su segunda
salida del Líbano por mar (1983), se dirigió a El Cairo, rompiendo así el boicot árabe oficial de
Egipto. Después, en 1985, concertó un acuerdo con el monarca jordano para participar en
común en negociaciones con Israel, lo que suscitó la disidencia de fracciones de izquierda de la
OLP. Las condiciones de un arreglo sobre el frente jordano-palestino parecían madurar
rápidamente por el lado árabe.

Todos contra los palestinos del interior

Los laboristas israelíes, cuando regresaron a los asuntos públicos en el marco de un gobierno
de coalición con el Likud, bajo la dirección de Simón Peres, tendieron la mano al rey Hussein.
Éste acentuó la presión sobre la OLP para acelerar el proceso, y se creyó lo bastante fuerte
como para proseguir sin ella. En la cumbre árabe de Bagdag en 1987, la OLP estaba más
marginada que nunca. Al final de este mismo año explotaba la Intifada en Gaza y Cisjordania,
trastocando las claves de la situación. Por primera vez desde hacía veinte años, los palestinos
del interior se volvían incontrolables y ponían a Israel en una situación extremadamente
embarazosa. El rey Hussein, confesándose vencido, anunciaba oficialmente su desistimiento
con relación a Cisjordania. La OLP se volvía a encontrar en posición de fuerza.

Simón Peres situaba su campaña electoral bajo el lema del “compromiso territorial”, con una
declarada invitación a la OLP a negociar con Israel. [47] Sin embargo fue derrotado, mientras que
la central palestina se plegaba, por su parte, a las exigencias de la negociación con Estados
Unidos, a falta de poder negociar con un gobierno israelí dominado por el Likud. La situación se
estancaba otra vez a pesar de los esfuerzos norteamericanos, cuando sobrevino la crisis del
golfo. Al reforzar considerablemente el peso de Estados Unidos en la política regional, la guerra
de 1991 despejó el camino a la conferencia de paz inaugurada en Madrid, al incluir por vez
primera negociaciones directas entre el gobierno israelí y una delegación amparada
oficialmente por la OLP.

Para el Likud, dirigido por Itzhak Shamir, sólo se trataba de temporizar para obtener el
beneplácito norteamericano que permitiera conseguir un préstamo de 10.000 millones de
dólares. Israel necesitaba esta suma para poder absorber al millón de inmigrantes previstos
como consecuencia del derrumbamiento de la URSS. Para Shamir esta providencial
inmigración debía permitir la anexión de los territorios de 1967 sin preocupación demográfica.
Pero la Administración de Bush no se dejaba engañar. Se guardó en sus manos el medio de
presión financiero, que fue un argumento clave de la campaña electoral victoriosa de los
laboristas israelíes en 1992, dirigidos por Itzhak Rabin.

Mientras tanto, las formas tradicionales de lucha de la Intifada se habían apagado, cediendo el
paso a una radicalización palestina marcada por el irresistible ascenso del movimiento integrista
Hamas y la multiplicación de los actos de violencia que pregonaba. Estos atentados lograron
perturbar seriamente el sentimiento de seguridad israelí en ambos lados de la frontera de 1967.
Rabin intentó primero reprimir a los integristas palestinos, al expulsar a varios centenares de
ellos hacia el Líbano en diciembre de 1992. La operación tuvo un efecto bumerán, al reforzar
considerablemente el prestigio de Hamas.

Por otra parte, Rabin estaba convencido, y con razón, de que los palestinos del interior, los de la
delegación palestina en la conferencia de paz, al estar bajo la presión de una población en
proceso de radicalización, no estaban dispuestos a plegarse a las exigencias del plan Allon y,
aún menos, a comprometerse a reprimir la lucha de los integristas. Sólo la burocracia palestina
de la OLP en el exilio podía consentir estas condiciones, tanto más porque estaba al borde de la
bancarrota, al haber cesado de financiarla las monarquías petroleras por su actitud favorable a

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Irak en la crisis del golfo. Fue la razón por la que Rabin y Peres decidieron entonces emprender
negociaciones secretas y directas con un Yasir Arafat que no pedía otra cosa. Estas
negociaciones desembocarán rápidamente en los acuerdos de Washington.

El recuerdo del contexto histórico permite esclarecer el papel específico reservado a la OLP en
la aplicación actual de la fase final del plan Allon. La Intifada, y la expansión de Hamas y de su
lucha violenta en el interior —cuando las organizaciones armadas del exilio palestino habían
dejado de ser, desde hacía mucho tiempo, una amenaza seria para la seguridad israelí—, le
dieron una importancia capital a una función que, a lo largo de los veinte primeros años de
ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, podía parecer relativamente benigna: el mantenimiento
del orden en estos territorios y la represión de la lucha armada antisionista. La apuesta de los
laboristas israelíes fue que Arafat y sus hombres eran los más aptos para cumplir con esta
tarea.

Lo que explica, particularmente, la excepción inédita hecha por el gobierno de Rabin a lo que se
podría llamar ley sionista del no regreso de los palestinos del exilio. Más que negociar con los
palestinos del interior lo que supuestamente era su self-government, [48] el poder sionista decidió
el destino de los territorios de 1967 con un pequeño núcleo de dirigentes con base en Túnez, a
espaldas de los delegados del interior. Aceptó que una parte de la burocracia de la OLP, ese
pequeño aparato de Estado en el exilio, viniera a instalarse en Cisjordania y Gaza para reunir
bajo su mando a la población local. Aún más, aceptó que miles de palestinos del exilio,
soldados de unidades del muy reglamentado ELP (Ejército de Liberación de Palestina)
acompañaran a la burocracia de la OLP para constituir el armazón de la fuerza de policía
palestina. [49] En resumidas cuentas, como lo observó Elias Sanbar: “Israel, Estado democrático
para sus propios ciudadanos, apuesta por un autogobierno palestino autoritario que amordace a
su propia oposición y evite cualquier efecto sorpresa que pueda resultar de un cambio brusco,
siempre posible, de su opinión pública”. [50] La masacre perpetrada en Gaza por los servicios de
seguridad de la OLP el 18 de noviembre de 1994.

¿Paz de los valientes o paz de los gobernantes?

Bajo la doble aureola de la estrategia sionista definida por el plan Allon y de la misión represora
de la lucha antisionista atribuida a la OLP, la paz árabe-israelí tomó un cariz muy distinto al de la
idílica presentación que se hace habitualmente. Más que parecerse a una “paz de los valientes”
y a una reconciliación entre los pueblos, se asemejaba a una paz entre gobernantes,
concertada, esencialmente, con las condiciones del vencedor israelí (una pax sionista, por
decirlo así). Vista por poblaciones árabes receptivas al discurso nacionalista desde hacía
decenios (hoy explotado por los integristas musulmanes), esta paz tiene todas las posibilidades
de ser percibida como una rendición, [51] que remata el aplastamiento norteamericano de Irak.

¿No es esto acaso? ¿Cabe la menor duda sobre la dependencia directa entre la guerra del golfo
y el proceso de solución del conflicto árabe-israelí, inaugurado por George Bush en Madrid y
sellado por Bill Clinton en Washington? ¿Cómo no ver en los actuales arreglos la puesta en
marcha de un “nuevo orden árabe”, anunciado tras la estela del “nuevo orden mundial? El ciclo
articulado en 1947 por el rechazo árabe a atribuir al “Estado judío” la mitad del territorio
palestino, se acaba hoy con el reconocimiento árabe de este mismo Estado, que tiene bajo su
control la totalidad de este territorio, sin esperanza de retorno para la mayoría de sus habitantes
originarios.

Es lo que Yigal Allon llamaba “la aceptación de la realidad”. [52] Cuando la aceptación sobreviene
después de cuarenta y cinco años de rechazo de esta misma realidad por su injusticia, se
parece a una capitulación. Lúcido hasta el final, Allon sabía perfectamente que esto no equivalía
a una “revolución de los corazones”. Ésta no se encuentra aún en el lugar de cita, ni mucho
menos. Israel y Estados Unidos, sin embargo, habrán logrado desplazar la tensión de la
confrontación entre el Estado sionista y sus vecinos árabes al enfrentamiento interno de los
países árabes entre estados y movimientos populares de protesta. Sin embargo, hasta que este
último no sea definitivamente resuelto hipotecará la “paz de los gobernantes”.

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