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La parábola del minero perseverante

Poema del Hombre – Dios (fragmento)

Son las primeras horas de la mañana cuando Jesús llega a una ciudad de mar.

«El Maestro está con nosotros, amigos. Venid, si queréis oír su palabra. Esta misma tarde vuelve a Sicaminón»
dice Isaac.

«Enseguida. ¿A dónde vamos?».

«A un lugar tranquilo. El Maestro no baja a Tiro, ni a la ciudad de tierra firme. Hablará desde la barca. Elegid
un sitio que esté a la sombra y protegido».

Jesús se pone pegando a la pared rocosa y empieza a hablar.

«Se lee en el libro de los Reyes cómo el Señor mandó a Elías que fuera a Sarepta de los Sidones durante la
sequía y carestía que afligieron a la Tierra durante más de tres años. No es que al Señor le faltaran recursos
para dar el necesario sustento a su profeta en todos los lugares. No le envió a Sarepta porque en esta ciudad
abundasen los alimentos; es más, allí la gente ya moría de hambre. ¿Por qué entonces, Dios mandó a Elías
tesbita?

Había en Sarepta una mujer de corazón recto, viuda y santa, madre de un niño, pobre y sola, la cual, a pesar de
todo, no se rebelaba contra el tremendo castigo, ni se mostraba egoísta padeciendo el hambre, ni era
desobediente. Dios quiso agraciarla con tres milagros: uno por el agua que ofreció al sediento; otro por el
panecillo cocido bajo la brasa, cuando ella no tenía sino un puñado de harina; otro por la hospitalidad que
ofreció al profeta. Le dio pan y aceite, la vida de su hijo y el conocimiento de la palabra de Dios.

Así podéis ver cómo un acto de caridad no sólo sacia el cuerpo y aleja el dolor de la muerte, sino que también
instruye al alma en la sabiduría del Señor. Vosotros habéis ofrecido alojamiento a los siervos del Señor y Él os
da la palabra de la Sabiduría. He aquí, entonces, que a este lugar donde no viene la palabra del Señor una
buena acción la trae. Os puedo compara con aquella única mujer de Sarepta que recibió al profeta; vosotros
aquí también sois los únicos que recibís al Profeta, porque, si hubiera bajado a la ciudad, los ricos, los
poderosos, no me habrían recibido, y los atareados comerciantes y marineros de las naves no me habrían hecho
caso, y mi venida aquí habría resultado ineficaz.

Yo ahora os dejaré, y diréis: “Pero ¿Qué somos nosotros? Un puñado de hombres. ¿Qué poseemos? Una gota
de sabiduría”. Pues bien, no obstante, os digo: “Os dejo con el encargo de anunciar la hora del Redentor”. Os
dejo, repitiendo las palabras de Elías profeta: “El ánfora de la harina no se agotará, el aceite no disminuirá
hasta que venga quien lo distribuya con mayor abundancia”.

Ya lo habéis hecho. Porque aquí hay fenicios mezclados con vosotros de allende el Carmelo. Señal es de que
habéis hablado como se os habló a vosotros. Como podéis ver el puñado de harina y la gota de aceite no se han
agotado, sino que han aumentado cada vez más. Seguid haciendo que aumente. Y si os parece extraño el que
Dios os haya elegido para esta obra, porque no os sintáis capaces de llevarla a cabo, pronunciad la palabra de
la profunda confianza: “Me fiaré de tu palabra y haré lo que dices”».

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La parábola del minero perseverante
Poema del Hombre – Dios (fragmento)

«Maestro, ¿Cómo tenemos que comportarnos con estos paganos? A éstos los conocemos por la pesca. Nos une a
ellos el trabajo, que es el mismo. Pero, ¿los otros?» pregunta un pescador de Israel.

«Dices que participáis del mismo trabajo y ello os une. ¿Y no debería uniros un origen común? Dios ha creado
tanto a los israelitas como a los fenicios. Los de la llanura de Sarón o los de la Alta Judea no difieren de los de
esta costa. El paraíso fue hecho para todos los hijos del hombre, y el Hijo del hombre viene para llevar al
Paraíso a todos los hombres. La finalidad es conquistar el Cielo y alegrar al Padre. Caminad, pues, por el
mismo camino y amaos espiritualmente de la misma forma que os amáis por razones de trabajo».

«Isaac nos ha dicho muchas cosas. Pero quisiéramos saber más. ¿Es posible tener a un discípulo para nosotros,
tan lejos como estamos?».

«Mándales a Juan de Endor. Vale mucho, y además está acostumbrado a vivir entre paganos» sugiere Judas de
Keriot.

«No. Juan estará con nosotros» responde resueltamente Jesús. Y luego, volviéndose a los pescadores:
«¿Cuándo termina la pesca de la púrpura?».

«Con las borrascas de otoño. Después el mar está demasiado agitado aquí».

«¿Volveréis entonces a Sicaminón?».

«Allí y a Cesarea. Abastecemos mucho a los romanos».

«Entonces podréis encontraros con los discípulos. Mientras tanto perseverad».

«A bordo de mi barca hay uno que yo no quería que viniera pero que se presentó en tu nombre, casi».

«¿Quién es?».

«Un joven pescador de Ascalón».

«Dile que baje y que venga».

El hombre sube a la barca, y vuelve con un jovenzuelo al que se ve más bien azarado por ser objeto de tanta
atención.

El apóstol Juan le reconoce. «Es uno de los que nos dieron el pescado, Maestro» y se levanta a saludarle.
«¿Entonces has venido, ¡eh! Hermasteo? ¿Tú aquí? ¿Vienes sólo?».

«Sí, sólo. En Cafarnaúm sentí vergüenza… Me quedé en la orilla, esperando…».

«¿Qué esperabas?».

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La parábola del minero perseverante
Poema del Hombre – Dios (fragmento)

«Ver a tu Maestro».

«¿No es todavía el tuyo? ¿Por qué, amigo, eludes la decisión todavía? Ve a la Luz, que te está esperando. Mira
cómo te observa y sonríe».

«¿Cómo podrá soportarme?».

«Maestro, ven un momento».

Jesús se alza y va donde Juan.

«No se atreve porque es extranjero».

«Para mí no hay extranjeros. ¿Y tus compañeros? ¿No erais muchos?… No te azares. Tú eres el único que ha
sabido perseverar. Pero, aunque sea por ti sólo, me siento feliz. Ven conmigo».

Jesús vuelve con su nueva conquista a donde estaba. «A éste sí que se lo vamos a dar a Juan de Endor» dice a
Judas Iscariote. Y se pone a hablarles a todos.

«Un grupo de excavadores bajaron a una mina en que sabían que había tesoros, que, de todas formas, estaban
muy escondidos en las entrañas del suelo. Y empezaron a excavar. Pero el terreno era duro y el trabajo fatigoso.
Muchos se cansaron y, arrojando los picos, se marcharon. Otros se burlaron del responsable del equipo de
obreros, casi tratándole como aún estúpido. Otros imprecaron contra el estado en que se encontraban, contra el
trabajo, contra la tierra, contra el metal, y, airadamente, golpearon las entrañas de la tierra y fragmentaron el
filón en inservibles partículas, y, luego visto que en vez de obtener ganancias no habían hecho sino daño, se
marcharon también.

Se quedó sólo el más perseverante. Con delicadez trató los estratos de la tenaz tierra para perforarla sin hacer
daños, hizo una serie de catas, siguió en profundidad, excavó… Al final quedó al descubierto un esplendido filón
precioso. La perseverancia del minero fue premiada y con el metal precioso que descubrió pudo obtener muchos
trabajos y conquistar mucha gloria y muchos clientes, porque todos querían de ese metal que solamente la
perseverancia había sabido encontrar donde los otros holgazanes o iracundos no habían obtenido nada.

Más el oro hallado, para que sea bonito hasta el punto de que sirva para el orfebre, debe a su vez perseverar en
su voluntad de dejarse trabajar. Si el oro, después del primer trabajo de excavación, no quisiera ya volver a
sufrir penas, no pasaría de ser un metal en bruto no elaborable. Así pues, podéis ver cómo no basta el primer
entusiasmo para tener éxito, ni como apóstoles, ni como discípulos, ni como fieles. Es necesario perseverar.

Eran muchos los compañeros de Hermasteo; por efecto del primer entusiasmo, todos habían prometido venir.
Sólo él ha venido. Muchos son mis discípulos, y más lo serán. Pero sólo la tercera parte de la mitad sabrán
serlo hasta el final. Perseverar, es la gran palabra; para todas las cosas buenas.

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La parábola del minero perseverante
Poema del Hombre – Dios (fragmento)

¿Cuándo echáis el trasmallo para conseguir las conchas de la púrpura, lo hacéis una sola vez? No. Lo hacéis
una y otra vez y otra, durante horas, días, meses, ya incluso con la idea de volver al año siguiente al mismo
sitio… porque ello os da pan y bienestar a vosotros y a vuestras familias. Pues bien, siendo esto así, ¿Os
comportaréis de forma distinta en las cosas más grandes, como son los intereses de Dios y de vuestras almas, si
sois fieles; vuestras y de vuestros hermanos, si sois discípulos? En verdad os digo que para conseguir la
púrpura de las vestiduras eternas es necesario perseverar hasta el final.

Y ahora estemos aquí como buenos amigos hasta la hora de volver. Así nos conoceremos mejor y nos será fácil
reconocernos unos a otros…».

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