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Motores de innovación

Un reportaje de La Tercera (10.09) destaca la reducida participación de las


universidades chilenas en la generación de conocimiento con potencial valor
comercial (patentes). No existe en el país --sus universidades y empresas--
una tradición de innovación. La investigación académica se orienta hacia
algunas áreas de las ciencias básicas y el sector productivo transfiere y adapta
tecnologías. Entre medio hay una brecha.

Múltiples factores inciden en esta separación. Por un lado, factores propios de


empresas que históricamente se han concentrado en la explotación de
recursos naturales, con grave descuido de los recursos humanos, su educación,
capacitación y justa retribución.

Por el otro, factores inherentes a la universidad, que habitualmente ha


concebido su misión como la de una agencia de certificación profesional y
servicio público, alejada “del giro lascivo y lento de las grúas,/ del tumulto
disciplinado de las fábricas,/ y del casi silencio susurrante de las correas de
transmisión”, según versos de Pessoa. Al medio, en un terreno de nadie,
quedan abandonadas las técnicas, el saber hacer, la solución de problemas
prácticos y, en general, los aspectos propiamente innovadores del
conocimiento.

Todo esto deja a Chile en desventaja al momento de ingresar a una economía


global que obliga a los países, sus empresas y universidades a competir,
precisamente, en el terreno donde el conocimiento se transforma en
innovación al entrar en contacto con el mercado.

Así, durante los años 2000 a 2006, Chile registró en promedio 15 patentes
anuales en la U.S. Patent and Trademark Office (USPTO), menos que
Venezuela (23), Argentina (54), México (96) y Brasil (134). Aún más distantes
estamos de otros países pequeños como Nueva Zelanda (163), Singapur (395),
Dinamarca (541), Finlandia (847), Australia (1.085) y Taiwán (6.697).

¿Por qué ha costado tanto a nuestras principales universidades convertirse en


instituciones emprendedoras en el campo de la innovación? Sin duda, tiene
que ver con los escasos recursos disponibles para producir y aplicar
conocimiento y con otros rasgos tradicionales de las organizaciones
académicas en Chile. Pero, además, hemos establecido una separación
tajante entre el ‘honor’ académico y los intereses materiales de la sociedad;
entre el servicio público y el beneficio privado.

La universidad prefiere para sí la imagen del hogar de la inteligencia antes


que el de una empresa de conocimiento; busca identificarse más con las
fuerzas del espíritu que con las fuerzas productivas. Su modelo es la república
de las letras y la ciencia; no la de una organización volcada a innovar y
comprometida con los procesos schumpeterianos de destrucción creadora.
Fatalmente esto la conduce a un status quo cultural, donde las rutinas evitan
los riesgos y las ideas, por sí decir, no se ensucian las manos.
En estas condiciones es difícil impulsar la investigación aplicada, aliarse con
empresas y navegar en las corrientes de la innovación. Mientras no cambie
pues esta cultura cautelosa y cómoda, seguirá fallando uno de los principales
motores de descubrimiento e invención.

José Joaquín Brunner


Profesor Universidad Diego Portales, ex Ministro

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