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Literatura.

“Mi obra es fruto del remordimiento”: Fernando Vallejo


Por: José María Baldoví Giraldo

Con 'El desbarrancadero' el escritor colombiano obtuvo el galardón que ya había pasado por las manos de
Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez.

Por fin el ateo y furibundo Fernando Vallejo calló a medio mundo. Ayer obtuvo el Premio de Novela Rómulo
Gallegos por su obra 'El desbarrancadero', una metáfora sobre la desintegración de un país: Colombia, contada
a través del colapso moral de una familia. Auténtico y frontal hasta las últimas consecuencias, el autor
antioqueño no sólo logró desterrar de la lengua castellana al todopoderoso narrador omnisciente, según el
jurado del galardón, sino que a lo largo de 40 años de producción literaria ha conseguido sacudir, al decir de la
crítica especializada, la moral social de un país somnoliento y pacato.

Conmovido y desconcertado por la distinción literaria, la más importante de América Latina y que se otorga en
Venezuela, asevera que el tono nihilista y peculiar sello de su prosa no es nada novedoso porque ya Cervantes
había puesto a un loco a decir cosas. Y alguien así no tiene pierde en literatura. Entones, "el personaje de mis
libros, que no necesariamente soy yo, tiene la libertad del irresponsable, del demente".

Crítico del progreso y del confort, alega que sus tesis no plantean el regreso al buen salvaje, sino que abogan
por la no reproducción y por la extinción de la especie humana.

Por esa compasión hacia sus prójimos como las ratas, las ballenas, los perros y los caballos, que comparten
con él "la terrible aventura que es la vida”, es que Vallejo, quien antes que escritor soñó con ser músico y
todavía por ahí toca algo de piano, optó por entregarle los cien mil dólares del Rómulo Gallegos a las
sociedades protectoras de animales de Venezuela.

-¿Cómo recibió el Premio?

-Con sorpresa pues no me lo esperaba y con agradecimiento pues no me lo merezco.

-¿Por qué renunció a la literatura?

-Porque eso de la literatura se vuelve una rutina sin estado de ánimo ni nada. Es como cuando uno, después de
tocarla mil veces, por fin se aprende una pieza de piano: cuando la toca para los demás ya no le sabe a nada.

-Entonces, ¿cómo preparaba sus textos?

-Yo solía escribir en la cabeza. Durante días y días y semanas y semanas les iba dando vueltas a las frases en
la cabeza hasta que adquirían una forma literaria, un ritmo, de suerte que después sólo tenía que pasarlas al
papel.

-Mucho se ha especulado sobre las motivaciones de 'El desbarrancadero'. ¿Cuál es la verdad?

-Mis motivaciones no fueron otras que las mismas de todos mis libros: yo escribo para olvidar lo que he vivido,
como si el hecho de pasar al papel me los borrara. Pero no, esa es una pobre ilusión, el borrador de recuerdos
no existe.

-Pero sin duda la figura de la madre es la gran lastimada...

-La madre es un desastre porque está perpetuando otro desastre que es la vida. Nadie tiene derecho a
reproducirse. Tenemos la conciencia para saber que imponer la existencia es algo terrorífico. No vamos sino
para la muerte y para el olvido.
-¿Qué lo llevó a la conclusión de que la única forma de desahogarse era escribiendo?
-No me quedó más remedio que ponerme a escribir porque no servía para otra cosa. Lo que yo siempre quise
ser fue músico, compositor, pero no tenía música adentro: sólo tónica y dominante, tónica y dominante como un
pobre pasillo colombiano.

-¿Comparte algo del cristianismo?

-No, el cristianismo, y como él el judaísmo y el islamismo, es una religión infame. A Cristo no le dio el alma para
entender que los animales, y no sólo el hombre, también son nuestro prójimo. ¿Cómo se puede sacrificar un
cordero, que es un pobre animal que siente y sufre como nosotros, en el altar de Dios, que no existe?

-¿Cree que Latinoamérica va hacia otro desbarrancadero?

-Sí, otro. Va rumbo a un desastre mayor.

-A propósito de su donación a los animales de Venezuela, ¿le ve sentido a las campañas humanitarias?

-A los pobres hay que darles píldoras abortivas para que no se reproduzcan más y dejen de pedir como
damnificados.

El País
Junio 28 de 2003

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